Rafael Alberti (1902-1999)

Si mi voz muriera en tierra...

Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!

Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada...

Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada
y le empiece a faltar aquella transparencia,
aquel arranque igual al tuyo, aquello
que era tan parecido a tu oleaje.

Han pasado los años por mí, sus duras olas
han mordido la piedra de mi vida,
y al viento de este ocaso playero ya la miro
doblándose en las húmedas arenas.

Tú, no; tú sigues joven, con esa voz de siempre
y esos ojos azules renovados
que ven hundirse, insomnes, las edades

T

Muchas gracias María, te dejo esta anecdota de Alberti, besitos

Alberti y María Teresa León escapan de la muerte gracias a una higuera de Ibiza
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Estábamos sentados en una higuera, en una de esas higueras de que te he hablado de sombra profunda, sentados en las ramas, María Teresa y yo, y de pronto vimos -nuestra casa quedaba a unos treinta metros de la higuera-, vimos a una pareja de la Guardia Civil que llegaba a la casa y que venía realmente a buscarnos, porque esas noches iban a detener a mucha gente... A nosotros nos ha salvado la sombra de una higuera ibicenca.

Bajamos a la casa cuando la Benemérita se fue y cogimos lo que pudimos, unos jerseys, nada, dinero que teníamos, y nos echamos a andar a las montañas, al monte, altas colinas llenas de pinares. Estuvimos andando unos kilómetros por la playa, y antes de subir al monte, nos sentamos primero, y allí de pronto vimos a uno que paseaba delante de nosotros con unas gafas muy oscuras y un batón morado que le llegaba hasta los pies. Nosotros no sabíamos si era hombre o mujer, pero nos miraba con mucha atención. En este momento estábamos, lógicamente, llenos de temor a ser detenidos. De pronto se acerca a nosotros, se quita las gafas, y era uno de los salineros que habíamos conocido en el bar de la Estrella. Un muchacho estupendo, socialista, que nos dijo: "Yo sé dónde hay que meterse", y nos llevó al monte, a lo más alto. Allí había muchas cuevas. Reunimos pinocha y formamos una cama, un sitio más blando que el suelo. Allí estuvimos veintitrés días viviendo en el monte Maria Teresa y yo. Menos mal que el clima fue muy bueno ese año y no llovía ni nada y pudimos vivir en el "Hotel del Pino", como le llamábamos. Nos traían de comer esos salineros que estaban refugiados también y habíamos conocido en aquel bar.
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JOSÉ MIGUEL VELLOSO, Conversaciones con Rafael Alberti

María hay que despertar estos post , un abrazo