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    POESÍA SOCIAL I (En la primera páqgina hay un índice de autores) - Página 21 Empty Re: POESÍA SOCIAL I (En la primera páqgina hay un índice de autores)

    Mensaje por Lluvia Abril Jue 21 Mayo 2015, 05:52

    I

    MARTÍN FIERRO


    Atención pido al silencio
    y silencio a la atención,
    que voy en esta ocasión,
    si me ayuda la memoria,
    a mostrarles que a mi historia
    le faltaba lo mejor.


    Viene uno como dormido
    cuando vuelve del desierto;
    veré si a explicarme acierto
    entre gente tan bizarra
    y si al sentir la guitarra
    de mi sueño me despierto.


    Siento que mi pecho tiembla,
    que se turba mi razón,
    y de la viguela al son
    imploro a la alma de un sabio
    que venga a mover mi labio
    y alentar mi corazón.


    Si no llego a treinta y una
    de fijo en treinta me planto,
    y esta confianza adelanto
    porque recibí en mi mismo,
    con el agua del bautismo,
    la facultá para el canto.


    Tanto el pobre como el rico
    la razón me la han de dar;
    y si llegan a escuchar
    lo que explicaré a mi modo,
    digo que no han de reir todos:
    algunos han de llorar.


    Mucho tiene que contar
    el que tuvo que sufrir,
    y empezaré por pedir
    no duden de cuanto digo;
    pues debe creerse al testigo
    si no pagan por mentir.


    Gracias le doy a la virgen,
    gracias le doy al Señor,
    porque entre tanto rigor
    y habiendo perdido tanto,
    no perdí mi amor al canto
    ni mi voz como cantor.


    Que cante todo viviente
    otorgó el Eterno Padre;
    cante todo el que le cuadre
    como lo hacemos los dos
    pues sólo no tiene voz
    el ser que no tiene sangre.


    Canta el pueblero... Y es pueta;
    canta el gaucho... Y, ¡ay Jesús!,
    Lo miran como avestruz,
    su ignorancia los asombra;
    mas siempre sirven las sombras
    para distinguir la luz.


    El campo es del ignorante,
    el pueblo del hombre instruido;
    yo que en el campo he nacido
    digo que mis cantos son
    para los unos... Sonidos,
    y para otros... Intención.


    Yo he conocido cantores
    que era un gusto el escuchar;
    mas no quieren opinar
    y se divierten cantando;
    pero yo canto opinando,
    que es mi modo de cantar.


    El que va por esta senda
    cuanto sabe desembucha,
    y aunque mi ciencia no es mucha,
    esto en mi favor previene;
    yo se el corazón que tiene
    el que con gusto me escucha.


    Lo que pinta este pincel
    ni el tiempo lo ha de borrar;
    ninguno se ha de animar
    a corregirme la plana;
    no pinta quien tiene gana
    sino quien sabe pintar.


    Y no piensen los oyentes
    que del saber hago alarde;
    he conocido aunque tarde,
    sin haberme arrepentido,
    que es pecado cometido
    el decir ciertas verdades.


    Pero voy en mi camino
    y nada me ladiará;
    he de decir la verdá;
    de naides soy adulón;
    aquí no hay imitación;
    esta es pura realidad.


    Y el que me quiera enmendar
    mucho tiene que saber;
    tiene mucho que aprender
    el que me sepa escuchar;
    tiene mucho que rumiar
    el que me quiera entender.


    Más que yo y cuantos me oigan,
    más que las cosas que tratan,
    más que los que ellos relatan,
    mis cantos han de durar;
    mucho ha habido que mascar
    para echar esta bravata.



    Brotan quejas de mi pecho,
    brota un lamento sentido;
    y es tanto lo que he sufrido
    y males de tal tamaño
    que reto a todos los años
    a que traigan el olvido.


    Ya verán si me despierto
    cómo se compone el baile;
    y no se sorprenda naides
    si mayor fuego me anima;
    porque quiero alzar la prima
    como pa tocar al aire.


    Y con la cuerda tirante
    dende que ese tono elija,
    yo no he de aflojar manija
    mientras que la voz no pierda,
    si no se corta la cuerda
    o no cede la clavija.


    Aunque rompí el instrumento
    por no volverme a tentar,
    tengo tanto que contar
    y cosas de tal calibre,
    que Dios quiera que se libre
    el que me enseñó a templar.


    De naide sigo el ejemplo,
    naide a dirigirme viene;
    yo digo cuanto conviene,
    y el que en tal güeya se planta,
    debe cantar, cuando canta,
    con toda la voz que tiene.


    He visto rodar la bola
    y no se quiere parar;
    al fin de tanto rodar
    me he decidido a venir
    a ver si puedo vivir
    y me dejan trabajar.


    Sé dirigir la mansera
    y también echar un pial;
    sé correr en un rodeo,
    trabajar en un corral;
    me se sentar en un pértigo
    lo mesmo que en un bagual.


    Y enpriéstenmé su atención
    si ansí me quieren honrar
    de no, tendré que callar,
    pues el pájaro cantor
    jamás se para de cantar
    en árbol que no da flor.


    Hay trapitos que golpiar
    y de aquí no me levanto;
    si quieren que desembuche:
    tengo que decirles tanto
    que les mando que me escuchen.


    Déjenme tomar un trago:
    estas son otras cuarenta
    mi garganta esta sedienta,
    y de esto no me abochorno,
    pues el viejo, como el horno,
    por la boca se calienta.


    II


    Triste suena mi guitarra
    y el asunto lo requiere;
    ninguno alegrías espere
    sino sentidos lamentos
    de aquel que en duros tormentos
    nace, crece, vive y muere.


    Es triste dejar sus pagos
    y largarse a tierra ajena
    llevándose la alma llena
    de tormentos y dolores;
    mas nos llevan los rigores
    como el pampero a la arena.


    Irse a cruzar el desierto
    lo mesmo que un forajido,
    dejando aquí en el olvido,
    como dejamos nosotros,
    su mujer en brazos de otro
    y sus hijitos perdidos.


    ¡Cuantas veces al cruzar
    en esa inmensa llanura,
    al verse en tal desventura
    y tan lejos de los suyos,
    se tira uno entre los yuyos
    a llorar con amargura!


    En la orilla de un arroyo
    solitario lo pasaba,
    en mil cosas cavilaba
    y, a una güelta repentina,
    se me hacía ver a mi china
    o escuchar que me llamaba.


    Y las aguas serenitas
    bebe el pingo trago a trago,
    mientras sin ningún halago
    pasa uno hasta sin comer,
    por pensar en su mujer,
    en sus hijos y en su pago.


    Recordarán que con Cruz
    para el desierto tiramos
    en la pampa nos entramos,
    cayendo, por fin del viaje,
    a unos toldos de salvajes,
    los primeros que encontramos.


    La desgracia nos seguía:
    llegamos en mal momento;
    estaban de parlamento
    tratando de una invasión
    y el indio en tal ocasión
    recela hasta de su aliento.


    Se armó un tremendo alboroto
    cuando nos vieron llegar;
    no podíamos aplacar
    tan peligroso hervidero;
    nos tomaron por bomberos
    y nos quisieron lanciar.


    Nos quitaron los caballos
    a los muy pocos minutos;
    estaban irresolutos;
    ¡quién sabe qué pretendían!
    Por los ojos nos metían
    las lanzas aquellos brutos.


    Y déle en su lengüeteo
    hacer gestos y cabriolas;
    uno desató las bolas
    y se nos vino enseguida;
    ya no creíamos con vida
    salvar ni por carambola.


    Allá no hay misericordia
    ni esperanza que tener;
    el indio es de parecer
    que siempre matar se debe,
    pues la sangre que no bebe
    le gusta verla correr.


    Cruz se dispuso a morir
    peliando y me convidó.
    "Aguantemos", dije yo,
    "El fuego hasta que nos queme".
    Menos los peligros teme
    quien más veces lo venció.


    Se debe ser mas prudente
    cuando el peligro es mayor;
    siempre se salva mejor
    andando con advertencia
    porque no está la prudencia
    reñida con el valor.


    Vino al fin el lenguaraz
    como a traernos el perdón;
    nos dijo: "La salvación
    se la deben a un cacique;
    me manda que les explique
    que se trata de un malón."


    "Les ha dicho a los demás
    que ustedes quedan cautivos
    por si caen algunos vivos
    en poder de los cristianos,
    rescatar a sus hermanos
    con estos dos fugitivos."


    Volvieron al parlamento
    a tratar de sus alianzas,
    o tal vez de las matanzas,
    y, conforme les detallo,
    hicieron cerco a caballo
    recostándose en las lanzas.


    Dentro al centro un indio viejo
    y allí a lengüetiar se larga;
    ¡quién sabe qué les encarga!
    Pero toda la reunión
    lo escuchó con atención
    lo menos tres horas largas.


    Pegó al fin tres alaridos
    y ya principiaba otra danza;
    para mostrar su pujanza
    y dar pruebas de jinete,
    dio riendas rayando el flete
    y revoleando la lanza.


    Recorre luego la fila,
    frente a cada indio se para,
    lo amenaza cara a cara
    y, en su furia, aquel maldito
    acompaña con su grito
    el cimbrar de la tacuara.


    Se vuelve aquello un incendio
    mas feo que la mesma guerra:
    entre una nube de tierra
    se hizo allí una mezcolanza
    de potros, indios y lanzas,
    con alaridos que aterran.


    Parece un baile de fieras
    según yo me lo imagino;
    era inmenso el remolino,
    las voces aterradoras;
    hasta que al fin de dos horas
    se aplacó aquel torbellino.


    De noche formaban cerco
    y en el centro nos ponían;
    para mostrar que querían
    quitarnos toda esperanza,
    ocho o diez filas de lanzas
    alrededor nos hacían.


    Allí estaban vigilante
    cuidándonos a porfía;
    cuando roncar parecían
    "Huincá", gritaba cualquiera,
    y toda la fila entera
    "Huincá", "Huincá", repetía.


    Pero el indio es dormilón
    y tiene un sueño profundo;
    es roncador sin segundo
    y en tal confianza es su vida,
    que ronca a pata tendida
    aunque se de vuelta el mundo.


    Nos averiguaban todo
    como aquel que se previene,
    porque siempre les conviene
    saber las juergas que andan,
    donde están, quienes las mandan,
    que caballos y armas tienen.


    A cada respuesta nuestra
    uno hace una exclamación,
    y luego en continuación
    aquellos indios feroces,
    cientos y cientos de voces
    repiten al mesmo son.


    Y aquella voz de un solo,
    que empieza por un gruñido,
    lega hasta ser alarido
    de toda la muchedumbre,
    y así adquieren la costumbre
    de pegar esos bramidos.


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por cecilia gargantini Jue 21 Mayo 2015, 16:02

    Gracias, queridos Pascual y Lluvia, por traer aquí la obra cumbre de nuestra argentinidad.
    Me he pasado años enseñando el "Martín Fierro" y nunca me cansa, y siempre encuentro algo más.
    Besitossssssssss, amigos, y gracias otra vez
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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 21 Mayo 2015, 23:48

    Gracias a vosotros, Ceci, Walter, por pasar por este lugar.
    Y continuo:

    III


    De ese modo nos hallamos
    empeñaos en la partida;
    no hay que darla por perdida
    por dura que sea la suerte,
    ni que pensar en la muerte,
    sino en soportar la vida.


    Se endurece el corazón,
    no teme peligro alguno;
    por encontrarlo oportuno
    allí juramos los dos:
    respetar tan sólo a Dios;
    de Dios abajo, a ninguno.


    El mal es árbol que crece
    y que cortado retoña;
    la gente experta o bisoña
    sufre de infinitos modos;
    la tierra es madre de todos,
    pero también da ponzoña.


    Mas todo varón prudente
    sufre tranquilo sus males;
    yo siempre los hallo iguales
    en cualquier senda que elijo;
    la desgracia tiene hijos,
    aunque ella no tiene madre.


    Y al que le toca la herencia,
    donde quiera halla su ruina:
    lo que la suerte destina
    no puede el hombre evitar,
    porque el cardo ha de pinchar
    es que nace con espinas.


    Es el destino del pobre
    un continuo zafarrancho
    y pasa como el carancho,
    porque el mal nunca se sacia,
    si el viento de la desgracia
    vuela las pajas del rancho.


    Mas quien manda los pesares
    manda también el consuelo:
    la luz que baja del cielo
    alumbra al más encumbrao,
    y hasta el pelo mas delgao
    hace su sombra en el suelo.


    Pero por más que uno sufra
    un rigor que lo atormente,
    no debe bajar la frente
    nunca, por ningún motivo:
    el álamo es mas altivo
    y gime constantemente.


    El indio pasa la vida
    robando o echao de panza;
    la única ley es la lanza
    a que se ha de someter:
    lo que le falta en saber
    lo suple con desconfianza.


    Fuera cosa de engarzarlo
    a un indio caritativo:
    es duro con el cautivo,
    le dan un trato horroroso;
    es astuto y receloso,
    es audaz y vengativo.


    No hay que pedirle favor
    ni que aguardar tolerancia;
    movidos por su ignorancia
    y de puro desconfiaos,
    nos pusieron separaos
    bajo sutil vigilancia.


    No pude tener con Cruz
    ninguna conversación:
    no nos daban ocasión,
    nos trataban como ajenos
    como dos años, lo menos,
    duro esta separación.


    Relatar nuestras penurias
    fuera alargar el asunto.
    Les diré sobre este punto
    que a los dos años recién
    nos hizo el cacique el bien
    de dejarnos vivir juntos.


    Nos retiramos con Cruz
    a la orilla de un pajal;
    por no pasarlo tan mal
    hicimos como un bendito
    en el desierto infinito,
    con dos cueros de bagual.


    Fuimos a esconder allí
    nuestra pobre situación,
    aliviando con la unión
    aquel duro cautiverio,
    tristes como un cementerio
    al toque de la oración.


    Debe el hombre ser valiente
    si ha rodar se determina,
    primero, cuando camina;
    segundo, cuando descansa;
    pues en aquellas andanzas
    perece el que se acoquina.


    Cuando es manso el ternerito
    en cualquier vaca se prende;
    el que es gaucho esto lo entiende
    y ha de entender si le digo
    que andábamos con mi amigo
    como pan que no se vende.


    Guarecidos en el toldo
    charlábamos mano a mano:
    éramos dos veteranos
    mansos pa las sabandijas,
    arrumbaos como cubijas
    cuando calienta el verano.


    El alimento no abunda
    por mas empeño que se haga;
    lo pasa uno como plaga,
    ejercitando la industria,
    y siempre como la nutria
    viviendo a la orilla del agua.


    En semejante ejercicio
    se hace diestro el cazador:
    cai el piche engordador,
    cai el pájaro que trina;
    todo bicho que camina
    va parar al asador.


    Pues allí a los cuatro vientos
    la persecución se lleva;
    nadie escapa de la leva
    y dende que el alba asoma
    ya recorre uno la loma,
    el bajo, el nido y la cueva.


    El que vive de la caza
    a cualquier bicho se atreve,
    que pluma o cáscara lleve,
    pues, cuando la hambre se siente,
    el hombre le clava el diente
    a todo lo que se mueve.


    En las sagradas alturas
    esta el Maestro principal
    que enseña a cada animal
    a procurarse el sustento,
    y le brinda el alimento
    a todo ser racional.


    Y aves y bichos y pejes
    se mantienen de mil modos:
    pero el hombre en su acomodo
    es curioso de observar:
    es el que sabe llorar
    y es el que los come a todos.


    IV


    Antes de aclarar el día
    empieza el indio a aturdir
    la pampa con su rugir,
    y en alguna madrugada,
    sin que sintiéramos nada,
    se largaban a invadir.


    Primero entierran las prendas
    en cuevas como peludos;
    y aquellos indios cerdudos,
    siempre llenos de recelos,
    en los caballos en pelos
    se vienen medio desnudos.


    Para pegar el malón
    el mejor flete procuran;
    y como es su arma segura
    vienen con la lanza sola,
    y varios pares de bolas
    atados a la cintura.


    De ese modo anda liviano
    no fatiga al mancarrón;
    es su espuela en el malón,
    después de bien afilao,
    un cuernito de venao
    que se amarra en el garrón.


    El indio que tiene un pingo
    que se llega a distinguir,
    lo cuida hasta pa dormir;
    de ese cudao es esclavo.
    Se lo alquila a otro indio bravo
    cuando vienen a invadir.


    Por vigilarlo no come
    y ni aun el sueño concilia:
    sólo en eso no hay desidia;
    de noche les aseguro,
    para tenerlo seguro
    le hace cerco la familia.


    Por eso habrán visto ustedes,
    si en el caso se han hallao,
    y si no lo han observao,
    ténganlo dende hoy presente,
    que todo pampa valiente
    anda siempre bien montao.


    Marcha el indio a trote largo,
    paso que rinde y que dura;
    viene en dirección segura
    y jamás a su capricho;
    no se les escapa bicho
    en la noche mas oscura.


    Caminan entre nieblas
    con un cerco bien formao;
    lo estrechan con gran cuidao
    y agarran, al aclarar,
    nanduces, gamas, venaos,
    cuanto a podido dentrar.


    Su señal es un humito
    que se eleva muy arriba,
    y no hay quien no lo aperciba
    con esa vista que tienen;
    de todas partes se vienen
    a engrosar la comitiva.


    Ansina se van juntando,
    hasta hacer esas reuniones
    que caen en las invasiones
    en número tan crecido;
    para formarla han salido
    de los últimos rincones.


    Es guerra cruel la del indio
    porque viene como fiera;
    atropella donde quiera
    y de asolar no se cansa;
    de su pingo y de su lanza
    toda salvación espera.


    Debe atarse bien la faja
    quien a aguardarlo se atreva;
    siempre mala intención lleva,
    y, como tiene alma grande,
    no hay plegaria que lo ablande
    ni dolor que lo conmueva.


    Odia de muerte al cristiano,
    hace guerra sin cuartel;
    para matar es sin yel,
    es fiero de condición;
    no golpea la compasión
    en el pecho del infiel.


    Tiene la vista del águila,
    del león la temeridad;
    en el desierto no habrá
    animal que él no lo entienda,
    ni fiera de que no aprenda
    un instinto de crueldad.


    Es tenaz en su barbarie:
    no esperen verlo cambiar;
    el deseo de mejorar
    en su rudeza no cabe;
    el bárbaro solo sabe
    emborracharse y pelear.


    El indio nunca ríe,
    y el pretenderlo es en vano,
    ni cuando festeja ufano
    el triunfo en sus correrías;
    la risa en sus alegrías
    le pertenece al cristiano.


    Se cruzan en el desierto
    como un animal feroz;
    dan cada alarido atroz
    que hace erizar los cabellos;
    parece que a todos ellos
    los ha maldecido Dios.


    Todo el peso del trabajo
    lo dejan a las mujeres:
    el indio es indio y no quiere
    apear de su condición
    ha nacido indio ladrón
    y como indio ladrón muere.


    El que envenenan sus armas
    les mandan sus hechiceras;
    y como ni a Dios veneran,
    nada a los pampa contiene:
    hasta los nombres que tienen
    son de animales y fieras.


    Y son, ¡por Cristo bendito!,
    Los más desaseaos del mundo:
    esos indios vagabundos,
    con repugnancia me acuerdo,
    viven lo mismo que el cerdo
    en esos toldos inmundos.


    Naide puede imaginar
    una miseria mayor;
    su pobreza causa horror;
    no sabe aquel indio bruto
    que la tierra no da fruto
    si no la riega el sudor.


    V


    Aquel desierto se agita
    cuando la invasión regresa;
    llevan miles de cabezas
    de vacuno y yegüerizo;
    pa no afligirse es preciso
    tener bastante firmeza.


    Aquello es un hervidero
    de pampas -un celemín-.
    Cuando reúnen el botín
    juntando toda la hacienda,
    es cantidad tan tremenda
    que no alcanza a verse el fin.


    Vuelven las chinas cargadas
    con las prendas en montón;
    aflige esa destrucción:
    acomodaos en cargueros
    llevan negocios enteros
    que han saquiao en la invasión.


    Su pretensión es robar,
    no quedar en el pantano;
    viene a tierra de cristianos
    como juria del infierno;
    no se llevan al Gobierno
    porque no lo hallan a mano.


    Vuelven locos de contento
    cuando han venido a la fija;
    antes que ninguno elija
    empiezan con todo empeño,
    como dijo un santiagueño,
    a hacerse la repartija.


    Se reparten el botín
    con igualdad, sin malicia;
    no muestra el indio codicia,
    ninguna falta comete:
    solo en eso se somete
    a una regla de justicia.


    Y cada cual con lo suyo
    a sus toldos endereza;
    luego la matanza empieza
    tan sin razón ni motivo,
    que no queda animal vivo
    de esos miles de cabezas.


    Y satisfecho el salvaje
    de que su oficio ha cumplido,
    lo pasa por ahí tendido
    volviendo a su haraganiar,
    y entra la china a cueriar
    con un afán desmedido.


    A veces a tierra adentro
    algunas puntas se llevan;
    pero hay pocos que se atrevan
    a hacer esas incursiones,
    porque otros indios ladrones
    les suelen pelar la breva.


    Pero pienso que los pampas
    deben de ser los mas rudos;
    aunque andan medio desnudos
    ni su conveniencia entienden:
    por una vaca que venden
    quinientas matan al ñudo.


    Estas cosas y otras piores
    las he visto muchos años;
    pero si yo no me engaño
    concluyó ese vandalaje,
    y esos bárbaros salvajes
    no podrán hacer mas daño.


    Las tribus están deshechas;
    los caciques más altivos
    están muertos o cautivos,
    privaos de toda esperanza,
    y de la chusma y de la lanza,
    ya muy pocos quedan vivos.


    Son salvajes por completo
    hasta pa su diversión,
    pues hacen una junción
    que naides se la imagina;
    recién le toca a la china
    el hacer su papelón.


    Cuando el hombre es mas salvaje
    trata pior a la mujer:
    yo no sé que pueda haber
    sin ella dicha ni goce.
    ¡Feliz el que la conoce
    y logra hacerse querer!


    Todo el que entiende la vida
    busca a su lao los placeres;
    justo es que las considere
    el hombre de corazón;
    sólo los cobardes son
    valientes con sus mujeres.


    Pa servir a un desgraciao
    pronta la mujer está;
    cuando en su camino va
    no hay peligro que le asuste;
    ni hay una a quien no le guste
    una obra de caridá.


    No se hallará una mujer
    a la que esto no le cuadre;
    yo alabo al Eterno Padre,
    no porque las hizo bellas,
    sino porque a todas ellas
    les dio corazón de madre.


    Es piadosa y diligente
    y sufrida en los trabajos;
    tal vez su valor rebajo
    aunque la estimo bastante;
    mas los indios ignorantes
    la trata al estropajo.


    Echan la alma trabajando
    bajo el mas duro rigor;
    el marido es su señor,
    como tirano la manda,
    porque el indio no se ablanda
    ni siquiera en el amor.


    No tiene cariño a naides
    ni sabe lo que es amar.
    ¿Ni que se puede esperar
    de aquellos pechos de bronce?
    Yo los conocí al llegar
    y los calé dende entonces.


    Mientras tiene qué comer
    permanece sosegao;
    yo que en sus toldos he estao
    y sus costumbres observo,
    digo que es como aquel cuervo
    que no volvió del mandao.


    Es para él como un juguete
    escupir un crucifijo;
    pienso que Dios los maldijo
    y ansina al ñudo desato:
    el indio, el cerdo y el gato
    redaman sangre del hijo.


    Mas ya con cuentos de pampas
    no ocuparé su atención;
    debo pedirles perdón,
    pues sin querer me distraje;
    por hablar de esos salvajes
    me olvidé de la junción.


    Hacen un cerco de lanzas,
    los indios quedan ajuera;
    dentra la china ligera
    como yeguada en la trilla,
    y empieza allí la cuadrilla
    a dar güeltas en la era.


    A un lao están los caciques,
    capitanejos y el trompa
    tocando con toda pompa
    como un toque de fajina;
    adentro muere la china,
    sin que aquel circulo rompa.


    Muchas veces se les oyen
    a las pobres los quejidos;
    mas son lamentos perdidos:
    al rededor del cercao,
    en el suelo están mamaos
    los indios dando alaridos.


    Su canto es una palabra
    y de ahí no salen jamás;
    llevan todas el compás
    "Ioká-ioká" repitiendo;
    me parece estarlas viendo
    mas fieras que Satanás.


    Al trote dentro del cerco,
    sudando, hambrientas, juriosas,
    desgreñadas y rotosas,
    de sol a sol se lo llevan:
    bailan aunque truene o llueva,
    cantando la mesma cosa.



    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 22 Mayo 2015, 00:25

    VI


    El tiempo sigue su giro
    y nosotros, solitarios;
    de los indios sanguinarios
    no teníamos qué esperar;
    el que nos salvó al llegar
    era el más hospitalario.


    Mostró noble corazón,
    cristiano anhelaba ser;
    la justicia es un deber,
    y sus méritos no callo:
    nos regaló unos caballos
    y a veces nos vino a ver.


    A la voluntad de Dios
    ni con la intención resisto:
    el nos salvó...¡Ah, Cristo!,
    Muchas veces he deseado
    no nos hubiera salvado
    ni jamás haberlo visto.


    Quien recibe beneficios
    jamás los debe olvidar;
    y al que tiene que rodar
    en su vida trabajosa,
    le pasan a veces cosas
    que son duras de pelar.


    Voy dentrando poco a poco
    en lo triste del pasaje;
    cuando es amargo el brebaje
    el corazón no se alegra;
    dentró una virgüela negra
    que los diezmó.


    Al sentir tal mortandá
    los indios, desesperaos,
    gritaban alborotados:
    "¡Cristiano echando gualicho!"
    No quedó en los toldos bicho
    que no salió redotao.


    Sus remedios son secretos,
    los tienen las adivinan;
    no los conocen las chinas
    sino alguna ya muy vieja,
    y es la que lo aconseja
    con mil embustes, la indina.


    Alli soporta el paciente
    las terribles curaciones,
    pues a golpes y estrujones
    son los remedios aquellos:
    los agarran de los cabellos
    y le arrancan los mechones.


    Les hacen mil herejías
    que el presenciarlas da horror;
    brama el indio de dolor
    por los tormentos que pasa,
    y untándolo todo de grasa
    lo ponen a hervir al sol.


    Y puesto allí boca arriba,
    alrededor le hacen fuego;
    una china viene luego
    y al oído le da de gritos;
    hay algunos tan malditos
    que sanan con este juego.


    A otros les cuecen la boca
    aunque de dolores cruja;
    lo agarran allí y lo estrujan,
    labios le queman y diente
    con un huevo bien caliente
    de alguna gallina bruja.


    Conoce el indio el peligro
    y pierde toda esperanza;
    si a escapárseles alcanza
    dispara como la liebre;
    le da delirios la fiebre,
    y ya le caen con la lanza.


    Esas fiebres son terribles,
    y aunque de esto no disputo
    ni de saber me reputo,
    "Será", decíamos nosotros,
    "De tanta carne de potro
    como comen esos brutos".


    Había un gringuito cautivo
    que siempre hablaba del barco,
    y lo ahogaron en un charco
    por causante de la peste;
    tenía los ojos celestes
    como potrillo zarco.


    Que le dieran esa muerte
    dispuso una china vieja,
    y aunque se aflige y se queja,
    es inútil que resista:
    ponía el infeliz la vista
    como la pone la oveja.


    Nosotros nos alejamos
    para no ver tanto estrago;
    Cruz sentía los amagos
    de la peste que reinaba,
    y la idea nos acosaba
    de volver a nuestros pagos.


    Pero contra el plan mejor
    el destino se rebela.
    ¡La sangre se me congela!
    El que nos había salvado
    cayó también atacado
    de la fiebre y la viruela.


    No podíamos dudar,
    al verlo en tal padecer,
    el fin que había de tener,
    y Cruz que era tan humano:
    "Vamos", me dijo, "Paisano
    a cumplir con un deber".


    Fuimos a estar a su lado
    para ayudarlo a curar;
    lo vinieron a buscar
    y hacerle como a los otros;
    lo defendimos nosotros,
    no lo dejamos lancear.


    Iba creciendo la plaga
    y la mortandad seguía.
    A su lado nos tenía
    cuidándolo con paciencia,
    pero acabó su existencia
    al fin de unos pocos días.


    El recuerdo me atormenta;
    se renueva mi pesar;
    me dan ganas de llorar;
    nada a mis penas igualo;
    Cruz también cayó muy malo
    ya para no levantar.


    Todos pueden figurarse
    cuánto tuve que sufrir;
    yo no hacía sino gemir,
    y aumentaba mi aflicción
    no saber una oración
    pa ayudarlo a bien morir.


    Se le pasmó la viruela,
    y el pobre estaba en un grito;
    me recomendó un hijito
    que en su pago había dejado:
    "Ha quedado abandonado".
    Me dijo, "Aquel pobrecito".


    "Si vuelve, búsquemeló",
    me repetía a media voz;
    "En el mundo eramos dos,
    pues él ya no tiene madre;
    que sepa el fin de su padre
    y encomiende mi alma a Dios".


    Lo apretaba contra el pecho,
    dominao por el dolor;
    era su pena mayor
    el morir allá entre infieles
    sufriendo dolores crueles
    entrego su alma al Criador.


    De rodillas a su lado
    yo lo encomendé a Jesús.
    Faltó a mis ojos la luz,
    tuve un terrible desmayo;
    cai como herido del rayo
    cuando lo vi muerto a Cruz.


    VII


    aquel bravo compañero
    en mis brazos espiró;
    hombre que tanto sirvio,
    varon que fue tan prudente,
    por humano y por valiente
    en el desierto murió.


    Y yo, con mis propias manos,
    yo mesmo lo sepulté;
    a Dios por su alma rogué
    de dolor el pecho lleno,
    y humedeció aquel terreno
    el llanto que derramé.


    Cumplí con mi obligación;
    no hay falta de que me acuse,
    ni deber de que se escuse,
    aunque de dolor sucumba:
    allá señala su tumba
    una cruz que yo le puse.


    Andaba de toldo en toldo
    y todo me fastidiaba;
    el pesar me dominaba,
    y entregao al sentimiento
    se me hacía cada momento
    oir a Cruz que me llamaba.


    Cual más, cual menos, los criollos
    saben lo que es amargura;
    en mi triste desventura
    no encontraba otro consuelo
    que ir a tirarme en el suelo,
    al lao de su sepultura.


    Allí pasaba las horas
    sin haber naides conmigo
    teniendo a Dios por testigo,
    y mis pensamientos fijos
    en mi mujer y mis hijos,
    en mi pago y en mi amigo.


    Privado de tantos bienes
    y perdido en tierra ajena,
    parece que se encadena
    el tiempo y que no pasara,
    como si el sol se parara
    a contemplar tanta pena.


    Sin saber qué hacer de mí
    y entregao a mi aflición,
    estando allí una ocasión,
    del lao que venía el viento
    oi unos tristes lamentos
    que llamaron mi atención.


    No son raros los quejidos
    en los toldos del salvaje,
    pues aquél es vandalaje
    donde no se arregla nada
    sino a lanza y puñalada,
    a bolazos y coraje.


    No preciso juramento,
    deben creerle a Martín Fierro;
    he visto en este destierro
    a un salvaje que se irrita,
    degollar a una chinita
    y tirársela a los perros.


    He presenciado martirios,
    he visto muchas crueldades,
    crímenes y atrocidades
    que el cristiano no imagina,
    pues ni el indio ni la china
    sabe lo que son piedades.


    Quise curiosiar los llantos
    que llegaban hasta mí;
    al punto me dirigí
    al lugar de ande venían:
    ¡Me horroriza todavía
    el cuadro que descubrí!


    Era una infeliz mujer
    que estaba de sangre llena,
    y como una magdalena
    lloraba con toda gana;
    conocí que era cristiana
    y esto me dió mayor pena.


    Cauteloso me acerqué
    a un indio que estaba al lao,
    porque el pampa es desconfiao
    siempre de todo cristiano,
    y vi que tenía en la mano
    el rebenque ensangrentao.


    VIII


    Mas tarde supe por ella,
    de manera positiva,
    que dentró una comitiva
    de pampas a su partido,
    mataron a su marido
    y la llevaron cautiva.


    En tan dura servidumbre
    hacían dos años que estaba;
    un hijito que llevaba
    a su lado lo tenía.
    La china la aborrecía
    tratándola como esclava.


    Deseaba para escaparse
    hacer una tentativa,
    pues a la infeliz cautiva
    naides la va a redimir,
    y allí tiene que sufrir
    el tormento mientras viva.


    Aquella china perversa,
    dende el punto que llegó,
    crueldad y orgullo mostró
    porque el indio era valiente:
    usaba un collar de dientes
    de cristianos que él mató.


    La mandaba a trabajar,
    poniendo cerca a su hijito
    tiritando y dando gritos,
    por la mañana temprano,
    atado de pies y manos
    lo mismo que un corderito.


    Así le imponía tarea
    de juntar leña y sembrar
    viendo a su hijito llorar,
    y hasta que no terminaba,
    la china no la dejaba
    que le diera de mamar.


    Cuando no tenían trabajo
    la emprestaban a otra china,
    "Naide", decía, "se imagina,
    ni es capaz de presumir
    cuanto tiene que sufrir
    la infeliz que esta cautiva".


    Si ven crecido a su hijito,
    como de piedad no entienden
    y a suplicas nunca atienden,
    cuando no es éste es el otro,
    se lo quitan y lo venden
    o lo cambian por un potro.


    En la crianza de los suyos
    son bárbaros por demás.
    No lo había visto jamás:
    en una tabla los atan,
    los crían así, y les achatan
    la cabeza por detrás.


    Aunque esto parezca extraño,
    ninguno lo ponga en duda:
    entre aquella gente ruda,
    en su bárbara torpeza,
    es gala que la cabeza
    se les forme puntiaguda.


    Aquella china malvada,
    que tanto la aborrecía,
    empezó a decir un día,
    porque falleció una hermana,
    que sin duda la cristiana
    le había echado brujería.


    El indio la sacó al campo
    y la empezó a amenazar
    que le había de confesar
    si la brujería era cierta;
    o que la iba a castigar
    hasta que quedara muerta.


    Llora la pobre afligida,
    pero el indio, en su rigor,
    le arrebató con juror
    al hijo de entre sus brazos,
    y del primer rebencazo
    la hizo crujir de dolor.


    Que aquel salvaje tan cruel
    azotándola seguía;
    más y más se enfurecía
    cuanto mas la castigaba
    y la infeliz se atajaba
    los golpes como podía.


    Que le gritó muy furioso
    "Confechando no querés;"
    la dió vuelta de un revés
    y, por colmar su amargura,
    a su tierna criatura
    se la degolló a los pies.


    "Es increíble" me decía,
    "Que tanta fiereza exista;
    no habrá madre que resista;
    aquel salvaje inclemente
    cometió tranquilamente
    aquel crimen a mi vista."


    Esos horrores tremendos
    no los inventa el cristiano:
    "Es bárbaro inhumano"
    -sollozando me lo dijo-
    "Me amarró luego las manos
    con las tripitas de mi hijo."


    IX


    de ella fueron los lamentos
    que en mi soledá escuché:
    en cuanto al punto llegué,
    quedé enterado de todo:
    al mirarla de aquel modo
    ni un instante tutubié.


    Toda cubierta de sangre
    aquella infeliz cautiva,
    tenia dende abajo arriba
    las marcas de los lazazos:
    sus trapos echos pedazos
    mostraban la carne viva.


    Alzó los ojos al cielo
    en sus lágrimas bañada;
    tenía las manos atadas;
    su tormento estaba claro;
    y me clavó una mirada
    como pidiéndome amparo.


    Yo no sé lo que pasó
    en mi pecho en ese instante;
    estaba el indio arrognte
    con una cara feroz:
    para entendernos los dos
    la mirada fué bastante.


    Pegó un brinco como gato
    y me ganó la distancia,
    aprovechó esa distancia
    como fiera cazadora:
    desató las boliadoras
    y aguardó con vigilancia.


    Aunque yo iba de curioso
    y no por buscar contienda,
    al pingo le até la rienda,
    eché mano dende luego
    a éste que no yerra juego,
    y ya se armó la tremenda.


    El peligro en que me hallaba
    al momento conocí;
    nos mantuvimos así,
    me miraba y lo miraba:
    yo al indio le desconfiaba,
    y él me desconfiaba a mí.


    Se debe ser precavido
    cuando el indio se agazape:
    en esa postura el tape
    vale por cuatro o por cinco;
    como el tigre es para el brinco
    y fácil que a uno lo atrape.


    Peligro era atropellar
    y era peligro el huir,
    y más peligro seguir
    esperando de ese modo,
    pues otros podían venir
    y carniarme allí entre todos.


    A fuerza de precaución
    muchas veces he salvado,
    pues es un trance apurado
    es mortal cualquier descuido;
    si Cruz hubiera vivido
    no habría tenido cuidado.


    Un hombre junto con otro
    en valor y en juerga crece;
    el temor desaparece;
    escapa de cualquier trampa;
    entre dos, no digo a un pampa,
    a la tribu, si se ofrece.


    En tamaña incertidumbre,
    en trance tan apurado,
    no podía por de contado
    escaparme de otra suerte,
    sino dando al indio muerte
    o quedando allí estirado.


    Y como el tiempo pasaba
    y aquel asunto me urgía,
    viendo que él no se movía
    me juí medio de soslayo
    como a agarrarle el caballo,
    a ver si se me venía.


    Así fué, no aguardó más
    y me atropelló el salvaje;
    es preciso que se ataje
    quien con el indio pelee;
    el miedo de verse a pie
    aumentaba su coraje.


    En la dentrada no más
    me largó un par de bolazos;
    uno me tocó en un brazo;
    si me da bien, me lo quiebra,
    pues las bolas son de piedra
    y vienen como balazo.


    A la primer puñalada
    el pampa se hizo un ovillo;
    era el salvaje mas pillo
    que he visto en mis correrías,
    y, a más de las picardías,
    arisco para el cuchillo.


    Las bolas las manejaba
    aquel bruto con destreza;
    las recogía con presteza
    y me las volvía a largar,
    haciéndomelas silbar
    arriba de la cabeza.


    Aquel indio, como todos,
    era cauteloso... ¡Ahijuna!
    Ahí me valió la fortuna
    de que peliando se apotra
    me amenazaba con una
    y me largaba con otra.


    Me sucedió una desgracia
    en aquel percance amargo;
    en momento que lo cargo
    y que él reculando va,
    me enredé en el chiripá
    y caí tirao largo a largo.


    Ni pa encomendarme a Dios
    tiempo el salvaje me dió;
    cuanto en el suelo me vió
    me saltó con ligereza:
    juntito de la cabeza
    el bolazo retumbó.


    Ni por respeto al cuchillo
    dejó el indio de apretarme;
    allí pretende ultimarme
    sin dejarme levantar,
    y no me daba lugar
    ni siquiera a enderezarme.


    De balde quiero moverme:
    aquel indio no me suelta.
    Como persona resuelta
    toda mi fuerza ejecuto,
    pero abajo de aquel bruto
    no podía ni darme güelta.

          *       *       *       *       *


    ¡Bendito, Dios poderoso,
    quien te puede comprender!
    Cuando a una débil mujer
    le diste en esa ocasión
    la fuerza que en un varón
    tal vez no pudiera haber.


    Esa infeliz tan llorosa,
    viendo el peligro se anima;
    como una flecha se arrima
    y olvidando su aflicción,
    le pegó al indio un tirón
    que me lo sacó de encima.


    Auxilio tan generoso
    me libertó del apuro;
    si no es ella, de seguro
    que el indio me sacrifica;
    y mi valor se duplica
    con un ejemplo tan puro.


    En cuanto me enderecé
    nos volvimos a topar,
    no se podía descansar
    y me chorriaba el sudor:
    en un apuro mayor
    jamás me he vuelto a encontrar.


    Tampoco yo le daba alce
    como deben suponer;
    se había aumentao mi quehacer
    para impedir que el brutazo
    le pegara algún bolazo
    de rabia a aquella mujer.


    La bola en manos del indio
    es terrible y muy ligera;
    hace de ella lo que quiera
    saltando como una cabra.
    Mudos, sin decir palabra,
    peleábamos comos fieras.


    Aquel duelo en el desierto
    nunca jamás se me olvida;
    iba jugando la vida
    con tan terrible enemigo,
    teniendo allí de testigo
    a una mujer afligida.


    Cuanto él más se enfurecía
    yo más me empiezo a calmar;
    mientras no logra matar
    el indio no se desfoga;
    al fin le corté una soga
    y lo empecé a aventajar.


    Me hizo sonar las costillas
    de un bolazo aquel maldito;
    y al tiempo que le di un grito
    y le dentro como bala,
    pisa el indio, y se resbala
    en el cuerpo del chiquito.


    Para explicar el misterio
    es muy escasa mi ciencia:
    lo castigó, en mi conciencia,
    Su Divina Majestad;
    donde no hay casualidad
    suele estar la Providencia.


    En cuanto trastabilló
    más de firme lo cargué,
    y aunque de nuevo hizo pie
    lo perdió aquella pisada;
    pues en esa atropellada
    en dos partes lo corté.


    Al sentirse lastimao
    se puso medio afligido,
    pero era indio decidido,
    su valor no se aquebranta;
    le salían de la garganta
    como una especie de aullidos.


    Lastimao en la cabeza,
    la sangre lo enceguecía;
    de otra herida le salía
    haciendo un charco ande estaba,
    con los pies chapaliaba
    sin aflojar todavía.


    Tres figuras imponentes
    formábamos aquel terno:
    ella en su dolor materno,
    yo con la lengua dejuera,
    y el salvaje como fiera
    disparada del infierno.


    Iba conociendo el indio
    que tocaban a degüello:
    se le erizaba el cabello
    y los ojos revolvía;
    los labios se le perdían
    cuando iba a tomar resuello.


    En una nueva dentrada
    le pegué un golpe sentido,
    y al verse ya malherido,
    aquel indio furibundo
    lanzó un terrible alarido
    que retumbó como un ruido
    si se sacudiera el mundo.


    Al fin de tanto lidiar,
    en el cuchillo lo alcé,
    en peso lo levanté
    aquel hijo del desierto;
    ensartado lo llevé,
    y allá recién lo largué
    cuando ya lo sentí muerto.


    Me persigné dando gracias
    de haber salvado la vida;
    aquella pobre afligida,
    de rodillas en el suelo,
    alzó sus ojos al cielo
    sollozando dolorida.


    Me hinqué también a su lado
    a dar gracias a mi Santo;
    en su dolor y quebranto
    ella, a la Madre de Dios,
    le pide en su triste llanto
    que nos ampare a los dos.

    Se alzó con pausa de leona
    cuando acabó de implorar,
    y, sin dejar de llorar,
    envolvió en uno trapitos
    los pedazos de su hijito,
    que yo le ayudé a juntar.


    Última edición por Lluvia Abril el Vie 22 Mayo 2015, 15:55, editado 2 veces


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Mayo 2015, 00:30

    Voy a pasar un poco más, Ceci. Pero tanto Lluvia como yo, estaríamos encantados de que nos transmitieras aquello que le has enseñado a tus alumnos sobre MARTÍN FIERRO y sobre JOSÉ HERNÁNDEZ.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Mayo 2015, 07:28

    MARTÍN FIERRO

    III (cont.)

    Recién entonces salía
    la orden de hacer la riunión,
    y cáibamos al cantón
    en pelos y hasta enancaos,
    sin armas , cuatro pelaos
    que ívamos a hacer jabón.

    Ahí empezaba el afán,
    se entiende, de puro vicio,
    de enseñarle el ejercicio
    a tanto gaucho recluta
    como un estrutor...¡qué... bruta!,
    que nunca sabía su oficio.

    Daban entonces las arma
    pa defender los cantones,
    que eran lanzas y latones
    con ataduras de tiento...
    Las de juego no las cuento
    porque no había municiones.

    Y chamuscao, un sargento
    me contó que las tenían,
    pero que ellos las vendían
    para cazar avestruces;
    y ansí andaban noche y día
    déle bala a las ñanduces.

    Y cuando se iban los indios
    con lo que habían manotiao,
    salíamos muy apuraos
    a perseguirlos de atrás;
    si no se llevaban más
    es porque no habían hallao.

    Allí sí se ven desgracias,
    y lágrimas, y afliciones;
    naides le pida perdones
    al indio, pues donde dentra
    roba y mata cuanto encuentra
    y quema las poblaciones.

    No salvan de su juror
    ni los pobres angelitos,
    viejos, mozos y chiquitos
    los mata del mesmo modo,
    que el indio lo arregla todo
    con la lanza y con los gritos.

    Tiemblan las carnes al verlo
    volando al viento la cerda,
    la rienda en la mano izquierda
    y la lanza en la derecha;
    ande enderiesa abre brecha,
    pues no hay lanzaso que pierda.

    Hace trotiadas tremendas
    dende el fondo del desierto;
    ansí llega medio muerto
    de hambre, de sé y de fatiga;
    pero el indio es una hormiga
    que día y noche está dispierto.

    Sabe manejar las bolas
    como naides las maneja;
    cuanto el contrario se aleja
    manda una bola perdida,
    y si lo alcanza, sin vida
    es siguro que lo deja.

    Y el indio es como tortuga
    de duro para espichar;
    si lo llega a destripar
    ni siquiera se le encoje,
    luego sus tripas recoje
    y se agacha a disparar.

    Hacían el robo a su gusto
    y después se ivan de arriba;
    se llevaban las cautivas
    y nos contaban que a vece
    les descarnaban los pieses
    a las pobrecitas, vivas.

    ¡Ah, si partía el corazón
    ver tantos males, canejo!
    Los perseguíamos de lejos
    sin poder ni galopiar;
    ¡Y qué habíamos de alcanzar
    en unos bichocos viejos!

    Nos volvíamos al cantón
    a las dos o tres jornadas.
    sembrando las caballadas;
    y pa que alguno la venda,
    rejuntábamos la hacienda
    que habían dejao resagada.

    Una vez, entre otras muchas,
    tanto salir al botón,
    nos pegaron un malón
    los indios, y una lanciada,
    que la gente acobardada
    quedó dende esa ocasión.

    Habían estao escondidos
    aguaitando atrás de un cerro...
    ¡Lo viera a su amigo Fierro
    añojar como un blandito!
    salieron como maíz frito
    en cuanto sonó un cencerro.

    Al punto nos dispusimos,
    aunque ellos eran bastantes;
    la formamos al instante
    nuestra gente, que era poca,
    y golpiándose en la boca
    hicieron fila adelante.

    Se vinieron en tropel
    haciendo temblar la tierra.
    No soy manco pa la guerra,
    pero tuve mi jabón,
    pues iba en un redomón
    que había boliao en la sierra.

    ¡Qué vocerío! ¡Qué barullo!
    ¡Qué apurar esa carrera!
    La indiada todita entera
    dando alaridos cargó.
    ¡Jué pucha! y ya nos sacó
    como yeguada matrera.

    ¡Qué flete traiban los bárbaros!
    Como una luz de lijeros,
    hicieron el entrevero,
    y en aquella mescolanza,
    éste quiero,  éste no quiero,
    nos escojian con la lanza.

    Al que le dan un chuzaso,
    dificultoso es que sane.
    En fin, para no echar panes,
    salimos por esas lomas
    lo mesmo que las palomas
    al juir de los gavilanes.

    ¡Es de admirar la destreza
    con que la lanza manejan!
    De perseguir nunca dejan,
    y nos traíban apretaos.
    ¡Si queríamos, de apuraos,
    salirnos por las orejas!

    Y pa mejor de la fiesta
    en esta aflición tan suma,
    vino un indio echando espuma
    y con la lanza en la mano
    gritando: "Acabau, cristiano,
    metau el lanza hasta el pluma".

    Tendido en el costillar,
    cimbrando por sobre el brazo
    una lanza como un lazo,
    me atropeyó dando gritos.
    Si me descuido... el maldito
    me levanta de un lanzaso.

    Si me atribulo, o me encojo,
    siguro que no me escapo.
    Siempre he sido medio guapo,
    pero en aquella ocasión
    me hacía buya el corazón
    como la garganta al sapo.

    Dios le perdone al salvaje
    las ganas que me tenía...
    Desaté las tres marías
    y los engatucé a cabriolas...
    ¡Pucha...! Si no traigo bolas,
    me achura el indio ese día.

    Era el hijo de un casique,
    sigún yo lo avirigüé;
    la verdá del caso jué
    que me tuvo apuradazo,
    hasta que al fin de un bolazo
    del caballo lo bajé.

    Ahí no más me tiré al suelo
    y lo pisé en las paletas;
    empezó a hacer morisquetas
    y a mesquinar la garganta...
    Pero yo hice la obra santa
    de hacerlo estirar la jeta.

    Allí quedó de mojón
    y en su caballo salté,
    de la indiada disparé,
    pues si me alcanza , me mata,
    y al fin me les escapé
    con el hilo en una pata.

    (Fin del canto III.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Sáb 23 Mayo 2015, 05:07, editado 2 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 23 Mayo 2015, 02:50

    La vuelta de Martin Fierro

    X


    Dende ese punto era fuerza
    abandonar el desierto,
    pues me hubieran descubierto,
    y aunque lo maté en pelea,
    de fijo que me lancean
    por vengar al indio muerto.


    A la afligida cautiva
    mi caballo le ofrecí:
    era un pingo que adquirí,
    y, donde quiera que estaba,
    en cuanto yo lo silbaba
    venia a refregarse en mí.


    Yo me lo senté al del pampa;
    era un escudo tapao
    (cuando me hallo bien montao
    de mis casillas me salgo),
    y era un pingo como galgo
    que sabía correr boliao.


    Para correr en el campo
    no hallaba ningún tropiezo;
    los ejercitan en eso,
    y los ponen como luz,
    de dentrarle a un avestruz
    y boliar bajo el pescuezo.


    El pampa educa al caballo
    como pa un etrevero:
    como rayo es de ligero
    en cuando el indio lo toca,
    y como trompo en la boca
    da vueltas sobre un cuero.


    Lo varea en la madrugada
    (jamás falta a este deber),
    luego lo enseña a correr
    entre fangos y guadales:
    así esos animales
    es cuanto se puede ver.


    En el caballo de un pampa
    no hay peligro de rodar,
    ¡fue pucha!, y pa disparar
    es pingo que no se cansa;
    con prolijidad lo amansa
    sin dejarlo corcoviar.


    Pa quitarle las cosquillas
    con cuidao lo manosea;
    horas enteras emplea,
    y, por fin, sólo lo deja
    cuando agacha las orejas
    y ya el potro ni cocea.


    Jamás le sacude un golpe,
    porque lo trata al bagual
    con paciencia sin igual
    -al domarlo no le pega-,
    hasta que al fin se le entrega
    ya dócil el animal.


    Y aunque yo sobre los bastos
    me sé sacudir el polvo,
    a esa costumbre me amoldo:
    con paciencia lo manejan
    y al día siguiente lo dejan
    rienda arriba junto al toldo.


    Así todo el que procure
    tener un pingo modelo,
    lo ha de cuidar con desvelo
    y debe impedir también
    el que de golpes le den
    o tironeen en el suelo.


    Muchos quieren dominarlo
    con el rigor y el azote,
    y, si ven al chafalote
    que tiene trazas de malo,
    lo embraman en algún palo
    hasta que se descogote.


    Todos se vuelven pretextos
    y vueltas para ensillarlo;
    dicen que es por quebrantarlo,
    mas comprende cualquier bobo
    que es de miedo del corcovo,
    y no quieren confesarlo.


    El animal yegüerizo
    -perdónenme esta advertencia-
    es de mucha conocencia
    y tiene mucho sentido;
    es animal consentido:
    lo cautiva la paciencia.


    Aventaja a los demás
    el que estas cosas entienda;
    es bueno que el hombre aprenda,
    pues hay pocos domadores
    y muchos frangoyadores
    que andan de bozal y, rienda.


    Me vine, como les digo,
    trayendo esa compañera;
    marchamos la noche entera,
    haciendo nuestro camino,
    sin más rumbo que el destino
    que nos llevara ande quiera.


    Al muerto, en un pajonal
    había tratao de enterrarlo,
    y después de maniobrarlo
    lo tapé bien con las pajas,
    para llevar de ventaja
    lo que emplearan en hallarlo.


    En notando nuestra ausencia
    nos habían de perseguir,
    y, al decidirme a venir,
    con todo mi corazón
    hice la resolución
    de pelear hasta morir.


    Es un peligro muy serio
    cruzar huyendo el desierto:
    muchísimos de hambre han muerto,
    pues en tal desasosiego
    no se puede ni hacer juego,
    para no ser descubierto.


    Sólo el arbitrio del hombre
    puede ayudarlo a salvar:
    no hay auxilio que esperar,
    sólo de Dios hay amparo;
    en el desierto es muy raro
    que uno se pueda escapar.


    ¡Todo es cielo y horizonte
    en inmenso campo verde!
    ¡Pobre de aquel que se pierde
    o que su rumbo extravía!
    Si alguien cruzarlo desea,
    este consejo recuerde:


    marque su rumbo de día
    con toda fidelidad;
    marche con puntualidad,
    siguiéndolo con fijeza,
    y, si duerme, la cabeza
    ponga para el lao que va.


    Observe con todo esmero
    adonde el sol aparece;
    si hay neblina y le entorpece
    y no lo puede observar,
    guárdese de caminar,
    pues quien se pierde perece.


    Dios le dió instintos sutiles
    a toditos los mortales;
    el hombre es uno de tales,
    y en las llanuras aquellas,
    lo guían el sol, las estrellas,
    el viento y los animales.


    Para ocultarnos de día
    a la vista del salvaje,
    ganábamos un paraje
    en que algún abrigo hubiera,
    a esperar que anocheciera
    para seguir nuestro viaje.


    Penurias de toda clase
    y miserias padecimos:
    varias veces no comimos
    o comimos carne cruda,
    y en otras, no tengan duda,
    con raíces nos mantuvimos.


    Después de mucho sufrir
    tan peligrosa inquietud,
    alcanzamos con salud
    a divisar una sierra,
    y al fin pisamos la tierra
    en donde crece el ombú.


    Nueva pena sintió el pecho
    por Cruz, en aquel paraje,
    y en humilde vasallaje
    a la majestad infinita,
    besé esta tierra bendita,
    que ya no pisa el salvaje.


    Al fin la misericordia
    de Dios nos quiso amparar;
    es preciso soportar
    los trabajos con constancia:
    alcanzamos a una estancia
    después de tanto penar.


    ¡Ah! mismo me despedí
    de mi infeliz compañera:
    "Me voy", le dije, "ande quiera,
    aunque me agarre el Gobierno,
    pues, infierno por infierno
    prefiero el de la frontera."


    Concluyo esta relación,
    ya no puedo continuar;
    permítanme descansar:
    están mis hijos presentes,
    y yo ansioso porque cuenten
    lo que tengan que contar.


    XI


    Y mientras que tomo un trago
    pa refrescar el garguero,
    y mientras templa el muchacho
    y prepara su instrumento,
    les contaré de qué modo
    tuvo lugar el encuentro.
    Me acerqué a algunas estancias
    por saber algo de cierto,
    creyendo que en tantos años
    esto se hubiera compuesto;
    pero cuanto saqué en limpio
    qué que estábamos lo mismo.
    Así, me dejaba andar
    haciéndome el chancho rengo,
    porque no me convenía
    revolver el avispero;
    pues no ignorarán ustedes
    que en cuentas con el gobierno
    tarde o temprano lo llaman
    al pobre a hacer el arreglo.
    Pero al fin tuve la suerte
    de hallar un amigo viejo
    que de todo me informó,
    y por él supe al momento
    que el Juez que me perseguía
    hacía tiempo que era muerto:
    por culpa suya he pasado
    diez años de sufrimiento
    y no son pocos diez años
    para quien ya llega a viejo.
    Y los he pasado así,
    si en mi cuenta no me yerro:
    tres años en la frontera,
    dos como gaucho matrero,
    y cinco allá entre los indios
    hacen los diez como yo cuento.
    Me dijo, a más, ese amigo
    que anduviera sin recelo,
    que todo estaba tranquilo,
    que no perseguía el gobierno,
    que ya naide se acordaba
    de la muerte del moreno,
    aunque si yo lo maté
    mucha culpa tuvo el negro.
    Estuve un poco imprudente,
    puede ser, yo lo confieso,
    pero el me precipitó,
    porque me cortó primero,
    y a más me cortó la cara,
    que es un asunto muy serio.
    Me aseguró el mismo amigo
    que ya no había ni el recuerdo
    de aquel que en la pulpería
    lo dejé mostrando el sebo.
    El de engreído, me buscó:
    yo ninguna culpa tengo;
    el mismo vino a pelearme,
    y tal vez me hubiera muerto
    si le tengo más confianza
    o soy un poco más lerdo.
    Fue suya toda la culpa
    porque ocasionó el suceso.
    Que ya no hablaban tampoco,
    me lo dijo muy de cierto,
    de cuando con la partida
    llegué a tener el encuentro.
    Esa vez me defendí
    como estaba en mi derecho,
    porque fueron a prenderme
    de noche y en campo abierto:
    se me acercaron con armas,
    y, sin darme voz de preso,
    me amenazaron a gritos
    de un modo que daba miedo,
    que iban a arreglar mis cuentas,
    tratándome de matrero:
    y no era el jefe el que hablaba
    sino un cualquiera de entre ellos,
    y ése, me parece a mí
    no es modo de hacer arreglos,
    ni con el que es inocente,
    ni con el culpable menos.
    -Con semejantes noticias
    yo me puse muy contento
    y me presenté ande quiera
    como otros pueden hacerlo.
    De mis hijos he encontrado
    sólo a dos hasta el momento,
    y de ese encuentro feliz
    le doy las gracias al Cielo.
    A todos cuantos hablaba
    les preguntaba por ellos,
    mas no me da ninguno
    razón de su paradero.
    Casualmente, el otro día
    llegó a mi conocimiento
    de una carrera muy grande
    entre varios estancieros,
    y huí como uno de tantos,
    aunque no llevaba un medio.
    No faltaban, ya se entiende,
    en aquel gauchaje inmenso,
    muchos que ya conocían
    la historia de Martín Fierro;
    y allí estaban los muchachos
    cuidando unos parejeros.
    Cuando me oyeron nombrar
    se vinieron al momento,
    diciéndome quiénes eran
    aunque no me conocieron,
    porque venía muy aindiao
    y me encontraban muy viejo.
    La junción de los abrazos
    de los llantos y los besos
    se deja pa las mujeres,
    como que entienden el juego.
    Pero el hombre, que comprende
    que todos hacen lo mismo,
    en público canta y baila,
    abraza y llora en secreto.
    Lo único que me han contado
    es que mi mujer a muerto;
    que en procuras de un muchacho
    se fue la infeliz al pueblo,
    donde infinitas miserias
    habrá sufrido, por cierto;
    que, por fin, a un hospital
    fue a parar medio muriendo,
    y en ese abismo de males
    falleció al muy poco tiempo.
    Les juro que de esa pérdida
    jamás he de hallar consuelo,
    muchas lágrimas me cuesta
    dende que supe el suceso.
    Mas dejemos cosas tristes
    aunque alegrías no tengo;
    me parece que el muchacho
    ha templao y está dispuesto
    vamos a ver qué tal lo hace
    y a juzgar su desempeño.
    Ustedes no lo conocen
    yo tengo confianza en ellos,
    no porque lleven mi sangre
    -eso fuera de lo menos-,
    sino porque dende chicos
    han vivido padeciendo.
    Los dos son aficionados;
    les gusta jugar con juego,
    vamos a verlos correr:
    son cojos... hijos de rengo.


    EL HIJO MAYOR DE MARTÍN FIERRO


    XII

    LA PENITENCIARIA


    aunque el gajo se parece
    al árbol de donde sale,
    solía decirlo mi madre,
    y en su razón estoy fijo:
    "Jamás puede hablar el hijo
    con la autoridad del padre".


    Recordarán que quedamos
    sin tener donde abrigarnos,
    ni ramada ande ganarnos,
    ni rincón ande meternos,
    ni camisa que ponernos.
    Ni poncho con que taparnos.


    Dichoso aquel que no sabe
    lo que es vivir sin amparo;
    yo con verdad les declaro,
    aunque es por demás sabido,
    dende chiquito he vivido
    en el mayor desamparo.


    No le merman el rigor
    los mismos que le socorren;
    tal vez porque no se borren
    los decretos del destino,
    de todas parten lo corren
    como ternero dañino.


    Y vive como los bichos
    buscando alguna rendija;
    el huérfano es sabandija
    que no encuentra compasión,
    y el que anda sin dirección
    es guitarra sin clavija.


    Sentiré que cuanto digo
    a algún oyente le cuadre.
    Ni casa tenía, ni madre,
    ni parentela, ni hermanos;
    y todos limpian sus manos
    en el que vive sin padre.


    Lo cruza éste de un lazazo
    lo abomba aquél de un moquete,
    otro le busca el cachete,
    y, entre tanto soportar,
    suele a veces no encontrar
    ni quien le arroje un zoquete.


    Si lo recogen, lo tratan
    con la mayor rigidez;
    piensan que es mucho tal vez,
    cuando ya muestra el pellejo,
    si le dan un trapo viejo
    pa cubrir su desnudez.


    Me crié, pues, como les digo,
    desnudo a veces y hambriento;
    me ganaba mi sustento,
    y así los años pasaban;
    al ser hombre me esperaban
    otra clase de tormentos.


    Pido a todos que no olviden
    lo que les voy a decir;
    en la escuela del sufrir
    he tomado mis lecciones,
    y hecho muchas reflexiones
    dende que empecé a vivir.


    Si alguna falta cometo
    la motiva mi ignorancia;
    no vengo con arrogancia
    y les diré, en conclusión,
    que trabajando de peón
    me encontraba en una estancia.


    El que manda siempre puede
    hacerle al pobre un calvario;
    a un vecino propietario
    un boyero le mataron,
    y aunque a mí me lo achacaron
    salió cierto en el sumario.


    Piensen los hombres honrados
    en la vergüenza y la pena
    de que tendría el alma llena
    al verme, ya tan temprano,
    igual a los que sus manos
    con el crimen envenenan.


    Declararon otros dos
    sobre el caso del difunto,
    mas no se aclaró el asunto,
    y el Juez, por darlas de listo,
    "Amarrados como un Cristo",
    nos dijo, "irán todos juntos".


    "A la justicia ordinaria
    voy a mandar a los tres."
    Tenia razón aquel Juez,
    y cuantos así amenacen;
    ordinaria... es como la hacen:
    lo he conocido después.


    Nos remitió, como digo,
    a esa justicia ordinaria,
    y fuimos con la sumaria
    a esa cárcel de malevos
    que, por un bautismo nuevo,
    le llaman penitenciaria.


    El porqué tiene ese nombre
    naide me lo dijo a mí,
    mas yo me lo explico así:
    le dirán penitenciaria
    por la penitencia diaria,
    que se sufre estando allí.


    Criollo que caí en desgracia
    tiene que sufrir un poco;
    naide lo ampara tampoco
    si no cuenta con recursos.
    El gringo es de más discurso:
    cuando mata, se hace el loco.


    No sé el tiempo que corrió
    en aquella sepultura;
    si de ajuera no lo apuran,
    el asunto va con pausa;
    tienen la presa segura
    y dejan dormir la causa.


    Ignora el preso a que lado
    se inclinará la balanza,
    pero es tanta la tardanza
    que yo les digo por mí:
    el hombre que entre allí
    deje afuera la esperanza.


    Sin perfeccionar las leyes
    perfeccionan el rigor;
    sospecho que el inventor
    habrá sido algún maldito:
    por grande que sea un delito,
    aquella pena es mayor.


    Eso es para quebrantar
    el corazón mas altivo;
    los llaveros son pasivos,
    pero más secos y duros
    tal vez que los mismos muros
    en que uno gime cautivo.


    No es en grillo ni en cadenas
    en lo que usted penará,
    sino en una soledad
    y un silencio tan profundo,
    que parece que en el mundo
    es el único que está.


    El más altivo varón
    y de colmillo gastao
    allí se verá agobiao
    y su corazón marchito,
    al encontrarse encerrao
    a solas con su delito.


    En esa cárcel no hay toros,
    allí todos son corderos;
    no puede el más altanero,
    al verse entre aquellas rejas,
    sino amujar las orejas
    y sufrir callao su encierro.


    Y digo a cuantos ignoran
    el rigor de aquellas penas,
    yo, que sufrí las cadenas
    del destino y su inclemencia:
    que aprovechen la experiencia
    del mal en cabeza ajena.


    ¡Ay! Madres, las que dirigen
    al hijo de sus entrañas,
    no piensen que las engaña,
    ni que les habla un falsario
    lo que es el ser presidiario
    no lo sabe la campaña.


    Hijas, esposas, hermanas,
    cuantas quieren a un varón,
    díganles que esa prisión
    es un infierno temido,
    donde no se oye más ruido
    que el latir del corazón.


    Allá el día no tiene sol,
    la noche no tiene estrellas;
    sin que le valgan querellas
    encerrao lo purifican,
    y sus lágrimas salpican
    en las paredes aquellas.


    En soledad tan terrible
    de su pecho oye el latido;
    lo sé, porque lo he sufrido,
    y, creámelo el auditorio,
    tal vez en el purgatorio
    las almas hagan más ruido.


    Cuentan esas horas eternas
    para más atormentarse;
    su lágrima al redamarse
    calcula, en sus aflicciones,
    contando sus pulsaciones,
    lo que dilata en secarse.


    Allí se amansa el más bravo,
    allí se dobla el más fuerte;
    el silencio es de tal suerte
    que, cuando llegue a venir,
    hasta se le han de sentir
    las pisadas a la muerte.


    Adentro mismo del hombre
    se hace una revolución:
    metido en esa prisión,
    de tanto no mirar nada,
    le nace y queda grabada
    la idea de la perfección.


    En mi madre, en mis hermanos,
    en todos pensaba yo;
    al hombre que allí entró
    de memoria más ingrata,
    fielmente se le retrata
    todo cuanto afuera vió.


    Aquel que ha vivido libre
    de cruzar por donde quiera,
    se aflige y se desespera
    de encontrarse allí cautivo:
    es un tormento muy vivo
    que abate la alma más fiera.


    En esa estrecha prisión,
    sin poderme conformar,
    no cesaba de exclamar:
    ¡qué diera yo por tener
    un caballo en que montar
    y una pampa en que correr!


    En un lamento constante
    se encuentra siempre embretao;
    el castigo han inventao
    de encerrarlo en las tinieblas,
    y allí esta como amarrao
    a un Fierro que no se dobla.


    No hay un pensamiento triste
    que al preso no lo atormente;
    baja un dolor permanente
    agacha al fin la cabeza,
    porque siempre es la tristeza
    hermana de un mal presente.


    Vierten lágrimas sus ojos,
    pero su pena no alivia;
    en esa constante lidia
    sin un momento de calma,
    contempla con los del alma
    felicidades que envidia.


    Ningún consuelo penetra
    detrás de aquellas murallas;
    el varón de mas agallas,
    aunque más duro que un perno,
    metido en aquel infierno
    sufre, gime, llora y calla.


    De furor el corazón
    se le quiere reventar,
    pero no hay sino aguantar
    aunque sosiego no alcance.
    ¡Dichoso, en tan duro trance,
    aquel que sabe rezar!


    ¡Dirige a Dios su plegaria
    el que sabe una oración!
    En esa tribulación
    gime olvidado del mundo,
    y el dolor es más profundo
    cuando no halla compasión.

    En tan crueles pesadumbres,
    en tan duro padecer,
    empezaba a encanecer
    después de muy pocos meses;
    allí lamenté mil veces
    no haber aprendido a leer.


    Viene primero el furor,
    después la melancolía;
    en mi angustia no tenía
    otro alivio ni consuelo,
    sino regar aquel suelo
    con lágrimas noche y día.


    ¡A visitar otros presos
    sus familias solían ir!
    Naide me visitó a mí
    mientras estuve encerrado.
    ¡Quien iba a costearse allí
    a ver a un desamparado!


    ¡Bendito sea el carcelero
    que tiene buen corazón!
    Yo sé que esta bendición
    pocos pueden alcanzarla,
    pues si tienen compasión
    su deber es ocultarla.


    Jamás mi lengua podrá
    expresar cuanto he sufrido;
    en ese encierro metido,
    llaves, paredes, cerrojos
    se graban tanto en los ojos
    que uno los ve hasta dormido.

    * * * * *


    El mate no se permite;
    no le permiten hablar;
    no le permiten cantar
    para aliviar su dolor,
    y hasta el terrible rigor
    de no dejarlo fumar.


    La justicia es muy severa;
    suele rayar en crueldad:
    sufre el pobre que allí está
    calenturas y delirios,
    pues no existe peor martirio
    que esa eterna soledad.


    Conversamos con las rejas
    por solo el gusto de hablar,
    pero nos mandan callar
    y es preciso conformarnos;
    pues no se debe irritar
    a quien puede castigarnos.


    Sin poder decir palabra
    sufre en silencio sus males,
    y uno en condiciones tales,
    se convierte en animal,
    privao del don principal
    que Dios hizo a los mortales.


    Yo no alcanzo a comprender
    por que motivo será
    que el preso privado está
    de los dones más preciosos
    que el justo Dios bondadoso
    otorgó a la humanidad.


    Pues que de todos los bienes,
    en mi ignorancia lo infiero,
    que le dió al hombre altanero
    su Divina Majestad,
    la palabra es el primero,
    el segundo es la amistad.


    Y es muy severa la ley
    que, por un crimen o un vicio,
    somete al hombre a un suplicio
    el más tremendo y atroz,
    privado de un beneficio
    que ha recibido de Dios.


    La soledad causa espanto;
    el silencio causa horror;
    ese continuo terror
    es el tormento más duro,
    y en un presidio seguro
    está demás tal rigor.


    Ignora uno si de allí
    saldrá pa la sepultura;
    el que se halla en desventura
    busca a su lao otro ser,
    pues siempre es bueno tener
    compañeros de amargura.


    Otro más sabio podrá
    encontrar razón mejor;
    yo no soy rebuscador,
    y ésta me sirve de luz:
    se los dieron al Señor
    al clavarlo en una cruz.


    Y en las profundas tinieblas
    en que mi razón existe,
    mi corazón se resiste
    a ese tormento sin nombre,
    pues el hombre alegra al hombre
    y el hablar consuela al triste.

    * * * * *


    Grábenlo como en la piedra
    cuanto he dicho en este canto,
    y, aunque yo he sufrido tanto,
    debo confesarlo aquí:
    el hombre que manda allí
    es poco menos que un Santo.


    Y son buenos los demás
    (a su ejemplo se manejan),
    pero por eso no dejan
    las cosas de ser tremendas;
    piensen todos y comprendan
    el sentido de mis quejas.


    Y guarden en su memoria
    con toda puntualidad
    lo que con tal claridad
    les acabo de decir:
    mucho tendrán que sufrir
    si no creen en mi verdá.


    Y si atienden mis palabras
    no habrá calabozos llenos;
    manéjense como buenos;
    no olviden esto jamás;
    aquí no hay razón de más;
    mas bien las puse de menos.


    Y con esto me despido
    (todos han de perdonar):
    ninguna debe olvidar
    la historia de un desgraciado.
    Quien ha vivido encerrado
    poco tiene que contar.






    _________________
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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 23 Mayo 2015, 05:46

    El hijo segundo de Martín Fierro

    XIII


    Lo que les voy a decir
    ninguno lo ponga en duda:
    y aunque la cosa es peluda,
    haré la resolución;
    es ladino el corazón,
    pero la lengua no ayuda.


    El rigor de las desdichas
    hemos soportado diez años,
    peregrinando entre extraños,
    sin tener donde vivir,
    y obligados a sufrir
    una máquina de daños.


    El que vive de ese modo
    de todos es tributario;
    falta la cabeza primario
    y los hijos que él sustenta
    se dispersan como cuentas
    cuando se corta el rosario.


    Yo anduve así como todos,
    hasta que al fin de sus días
    supo mi suerte una tía
    y me recogió a su lado;
    allí viví sosegado
    y de nada carecía.


    No tenía cuidado alguno
    ni que trabajar tampoco,
    y como muchacho loco
    lo pasaba de holgazán;
    con razón dice el refrán
    que lo bueno dura poco.


    En mí todo su cuidado
    y su cariño ponía;
    como a un hijo me quería
    con cariño verdadero,
    y me nombró de heredero
    de los bienes que tenía.


    El Juez vino sin tardanza
    cuanto falleció la vieja.
    "De los bienes que te deja",
    me dijo, "Yo he de cuidar:
    es un rodeo regular
    y dos majadas de ovejas".


    Era hombre de mucha labia,
    con mas leyes que un doctor,
    me dijo: "Vos sos menor,
    y por los años que tienes
    no podés manejar bienes;
    voy a nombrarte un tutor."


    Tomó un recuento de todo,
    porque entendía su papel,
    y después que aquel pastel
    lo tuvo bien amasao,
    puso al frente un encargao,
    y a mí me llevó con él.


    Muy pronto estuvo mi poncho
    lo mismo que cernidor;
    el chiripá estaba pior,
    y aunque para el frío soy guapo
    ya no me quedaba un trapo
    ni pa el frío, ni pa el calor.


    En tan triste desabrigo
    tras de un mes, iba otro mes;
    guardaba silencio el Juez,
    la miseria me invadía,
    me acordaba de mi tía
    al verme en tal desnudez.


    No se decir con fijeza
    el tiempo que pasé allí;
    y después de andar así
    como moro sin señor,
    pasé a poder del tutor
    que debía cuidar de mí.


    XIV


    me llevó consigo un viejo
    que pronto mostró la hilacha,
    dejaba ver por la facha
    que era medio cimarrón,
    muy renegao, muy ladrón,
    y le llamaban Vizcacha.


    Lo que el Juez iba buscando
    sospecho, y no me equivoco;
    pero este punto no toco
    ni su secreto averiguo;
    mi tutor era un antiguo
    de los que ya quedan pocos;


    viejo lleno de camándulas,
    con un empaque a lo toro,
    andaba siempre en un moro
    metido no sé en qué enredos,
    con las patas como loro
    de estribar entre los dedos.


    Andaba rodiao de perros
    que eran todo su placer,
    jamás dejó de tener
    menos de media docena,
    mataba vacas ajenas
    para darles de comer.


    Carniábamos noche a noche
    alguna res en el pago,
    y dejando allí el rezago
    alzaba en ancas el cuero,
    que se lo vendía a un pulpero
    por hierba, tabaco y trago.


    ¡Ah!, Viejo más comerciante
    en mi vida lo he encontrado.
    Con ese cuero robao
    el arreglaba el pastel,
    y allí entre el pulpero y él,
    se extendía el certificao.


    La echaba de comedido;
    en las trasquilas, lo viera,
    se ponía como una fiera
    si cortaban una oveja;
    pero de alzarse no deja
    un vellón o unas tijeras.


    Una vez me dió una soba
    que me hizo pedir socorro,
    porque lastimé a un cachorro
    en el rancho de unas vascas;
    y al irse se alzó unas guascas:
    para eso era como zorro.


    "¡Ahijuna!", dije entre mí,
    "Me has dao esta pesadumbre;
    ya verás; cuanto vislumbre
    una ocasión medio buena,
    te he quitar la costumbre
    de cerdiar yeguas ajenas."


    Porque maté una vizcacha
    otra vez me reprendió;
    se lo vine a contar yo,
    y no bien se lo hube dicho:
    "Ni me nombres ese bicho",
    me dijo, y se me enojó.


    Al verlo tan irritao
    hallé prudente callar.
    "Este me va a castigar",
    dije entre mí, "si se agravia."
    Ya vi que les tenía rabia,
    y no las volví a nombrar.


    Una tarde halló una punta
    de yeguas medio bichocas;
    después que voltió unas pocas,
    las cerdiaba con empeño:
    yo vide venir al dueño,
    pero me callé la boca.


    El hombre venía furioso
    y nos cayó como un rayo;
    se descolgó del caballo
    revoliando el arriador,
    y lo cruzó de un lazazo
    ahí no más a mi tutor.


    No atinaba don Vizcacha
    a qué lado disparar,
    hasta que logró montar,
    y, de miedo del chicote,
    se lo apretó hasta el cogote,
    sin pararse a contestar.


    Ustedes creerán tal vez
    que el viejo se curaría...
    No, señores, lo que hacía,
    con mas cuidao dende entonces,
    era maniarlas de día
    para cerdiar a la noche.


    Ese fué el hombre que estuvo
    encargao de mi destino;
    siempre anduvo en mal camino,
    y todo aquel vecindario
    decía que era un perdulario,
    insufrible de dañino.


    Cuando el juez me lo nombró,
    al dármelo de tutor,
    me dijo que era un señor
    el que me debía cuidar,
    enseñarme a trabajar
    y darme la educación.


    ¡Pero que había de aprender
    al lao de ese viejo paco!;
    que vivía como un chuncaco
    en los bañaos, como el tero;
    un haragán, un ratero,
    y más chillón que un varraco.


    Tampoco tenía más bienes
    ni propiedad conocida
    que una carreta podrida,
    y las paredes sin techo
    de un rancho medio deshecho
    que le servía de guarida.


    Después de las trasnochadas
    allí venía a descansar;
    yo deseaba averiguar
    lo que tuviera escondido,
    pero nunca había podido,
    pues no me dejaba entrar.


    Yo tenía unas jergas viejas,
    que habían sido mas peludas;
    y con mis carnes desnudas,
    el viejo, que era una fiera,
    me echaba a dormir ajuera
    con unas heladas crudas.


    Cuando mozo fué casao,
    aunque yo lo desconfío,
    y decía un amigo mío
    que, de arrebatao y malo,
    mató a su mujer de un palo
    porque le dió un mate frío.


    Y viudo por tal motivo
    nunca se volvió a casar;
    no era fácil encontrar
    ninguna que lo quisiera:
    todas temerían llevar
    la suerte de la primera.


    Soñaba siempre con ella,
    sin duda por su delito,
    y decía el viejo maldito,
    el tiempo que estuvo enfermo,
    que ella dende el mismo infierno
    lo estaba llamando a gritos.


    XV


    siempre andaba retobao:
    con ninguno solía hablar;
    se divertía en escarbar
    y hacer marcas con el dedo,
    y en cuanto se ponía en pedo
    me empezaba a aconsejar.


    Me parece que lo veo
    con su poncho calamaco,
    después de echar un buen taco,
    así principiaba a hablar:
    "Jamás llegues a parar
    ande veas perros flacos."


    "El primer cuidao del hombre
    es defender el pellejo.
    Lleváte de mi consejo,
    fíjate bien en lo que hablo:
    el diablo sabe por diablo,
    pero más sabe por viejo."


    "Hacéte amigo del juez;
    no le des de que quejarse;
    y cuando quiera enojarse
    vos te debés encoger,
    pues siempre es bueno tener
    palenque ande ir a rascarse."


    "Nunca le llevés la contra,
    porque él manda la gavilla:
    allí sentao en su silla,
    ningún güey le sale bravo;
    a uno le da con el clavo
    y a otro con la cantramilla."


    "El hombre, hasta el más soberbio,
    con más espinas que un tala,
    aflueja andando en la mala
    y es blando como manteca:
    hasta la hacienda baguala
    caí al jagüel con la seca."


    "No andés cambiando de cueva;
    hacé las que hace el ratón.
    Consérvate en el rincón
    en que empezó tu existencia:
    vaca que cambia querencia
    se atrasa en la parición."


    Y menudiando los tragos
    aquel viejo, como cerro,
    "No olvidés", me decía, "Fierro,
    que el hombre no debe creer
    en lágrimas de mujer
    ni en la renguera del perro."


    "No te debes afligir
    aunque el mundo se desplome.
    Lo que más precisa el hombre
    tener, según yo discurro,
    es la memoria del burro,
    que nunca olvida ande come."


    "Deja que caliente el horno
    el dueño del amasijo;
    lo que es yo, nunca me aflijo
    y a todito me hago el sordo:
    el cerdo vive tan gordo,
    y se come hasta los hijos."


    "El zorro que ya es corrido
    dende lejos la olfatea;
    no se apure quien desea
    hacer lo que le aproveche
    la vaca que más rumea
    es la que da mejor leche."


    "El que gana su comida
    bueno es que en silencio coma;
    ansina, vos, ni por broma
    querrás llamar la atención:
    nunca escapa el cimarrón
    si dispara por la loma."


    "Yo voy donde me conviene
    y jamás me descarrío;
    lleváte el ejemplo mío,
    y llenarás la barriga:
    aprendé de las hormigas:
    no van a un noque vacío."


    "A naide tengás envidia:
    es muy triste el envidiar;
    cuando veás a otro ganar,
    a estorbarlo no te metas:
    cada lechón en su teta
    es el modo de mamar."


    "Así se alimentan muchos
    mientras los pobres lo pagan;
    como el cordero hay quien lo haga
    en la puntita, no niego;
    pero otros, como el borrego,
    todo entera se la tragan."


    "Si buscás vivir tranquilo
    dedícate a solteriar
    más si te querés casar,
    con esta advertencia sea:
    que es muy difícil guardar
    prenda que otros codicean."


    "Es un bicho la mujer
    que yo aquí no lo destapo,
    siempre quiere al hombre guapo;
    mas fíjate en la elección,
    porque tiene el corazón
    como barriga de sapo."


    Y gangoso con la tranca,
    me solía decir: "Potrillo,
    recién te apunta el colmillo,
    mas te lo dice un toruno:
    no dejés que hombre ninguno
    te gane el lao del cuchillo."


    "Las armas son necesarias,
    pero naide sabe cuándo;
    ansina, si andás pasiando,
    y de noche sobre todo,
    debés llevarlo de modo
    que al salir, salga cortando."


    "Los que no saben guardar
    son pobres aunque trabajen;
    nunca, por más que se atajen,
    se librarán del cimbrón:
    al que nace barrigón
    es al ñudo que lo fajen."


    "Donde los vientos me llevan
    allí estoy como en mi centro;
    cuando una tristeza encuentro
    tomo un trago pa alegrarme:
    a mí me gusta mojarme
    por ajuera y por adentro."


    "Vos sos pollo, y te convienen
    toditas estas razones;
    mis consejos y lecciones
    no eches nunca en el olvido:
    en las riñas he aprendido
    a no pelear sin puyones."


    Con estos consejos y otros
    que yo en mi memoria encierro,
    y que aquí no desentierro,
    educándome seguía,
    hasta que al fin se dormía
    mesturao entre los perros


    XVI

    Cuando el viejo cayó enfermo,
    viendo yo que se empioraba
    y que esperanza no daba
    de mejorarse siquiera,
    le truje una culandrera
    a ver si lo mejoraba.


    No cuanto lo vió, me dijo:
    "Este no aguanta el sogazo:
    muy poco le doy de plazo;
    nos van ha dar un espectáculo,
    porque debajo del brazo
    le ha salido un tabernáculo."


    Dice el refrán que en la tropa
    nunca falta un güey corneta:
    uno que estaba en la puerta
    le pegó el grito ahí no más:
    "Tabernáculo,... ¡Que bruto!
    Un tubérculo dirás."


    Al verse así interrumpido,
    al punto dijo el cantor:
    "No me parece ocasión
    de meterse los de ajuera;
    tabernáculo, señor,
    le decía la culandrera."


    El de afuera repitió,
    dándole otro chaguarazo:
    "Allá va un nuevo bolazo
    copo y se la gano en puerta
    a las mujeres que curan
    se las llama curanderas."


    No es bueno -dijo el cantor-
    muchas manos en un plato
    y diré al que ese barato
    ha tomao de entrometido,
    que no creía haber venido
    a hablar entre literatos.


    Y para seguir contando
    la historia de mi tutor,
    le pediré a ese doctor
    que en mi ignorancia me deje,
    pues siempre encuentra el que teje
    otro mejor tejedor.


    Seguía enfermo, como digo,
    cada vez más emperrao;
    yo estaba ya acobardao
    y lo espiaba dende lejos;
    era la boca del viejo
    la boca de un condenao.


    Allá pasamos los dos
    noches terribles de invierno:
    el maldecía al padre Eterno
    como a los Santos benditos,
    pidiéndole al diablo a gritos
    que lo llevara al infierno.


    Debe ser grande la culpa
    que a tal punto mortifica;
    cuando vía una reliquia
    se ponía como azogado,
    como si a un endemoniado
    le echaran agua bendita.


    Nunca me le puse a tiro,
    pues era de mala entraña;
    y viendo herejía tamaña,
    si alguna cosa le daba,
    de lejos se la alcanzaba
    en la punta de una caña.


    "Será mejor", decía yo,
    "Que abandonado lo deje,
    que blasfeme y que se queje,
    y que siga de esta suerte,
    hasta que venga la muerte
    y cargue con este hereje."


    Cuando ya no pudo hablar
    le até en la mano un cencerro,
    y al ver cercano su entierro,
    arañando las paredes,
    espiró allí entre los perros
    y este servidor de ustedes.


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 24 Mayo 2015, 03:55

    XVII


    Le cobré un miedo terrible
    después que lo vi difunto;
    llamé al alcalde, y al punto
    acompañado se vino
    de tres o cuatro vecinos
    a arreglar aquel asunto.


    "Anima bendita", dijo
    un viejo medio ladiao
    "Que Dios lo haya perdonao,
    es todo cuanto deseo,
    le conocí un pastoreo
    de terneritos robaos."


    "Ansina es", dijo el alcalde;
    "Con eso empezó a poblar;
    yo nunca podré olvidar
    las travesuras que hizo;
    hasta que al fin fué preciso
    que le privasen carniar."


    "De mozo fue muy jinete:
    no lo bajaba un bagual;
    pa ensillar un animal
    sin necesitar de otro,
    se encerraba en el corral,
    y allí golpeaba el potro."


    "Se llevaba mal con todos:
    era su costumbre vieja
    el mesturar las ovejas,
    pues al hacer el aparte
    sacaba la mejor parte,
    y después venía con quejas."


    "Dios lo ampare al pobrecito",
    dijo en seguida un tercero.
    "Siempre robaba carneros;
    en eso tenía destreza:
    enterraba las cabezas
    y después vendía los cueros."


    "¡Y qué costumbre tenía
    cuando en el fogón estaba!
    Con el mate se agarraba
    estando los peones juntos.
    -Yo tallo -decía-y apunto-
    y a ninguno convidaba."


    "Si ensartaba algún asao
    -¡pobre! ¡Como si lo viese!-,
    Poco antes de que estuviese
    primero lo maldecía,
    luego después lo escupía
    para que naide comiese."


    "Quien le quitó esa costumbre
    de escupir el asador
    fue un mulato desertor
    que andaba de amigo suyo:
    un diablo muy peliador
    que le llamaban Barullo."


    "Una noche que les hizo
    como estaba acostumbrao,
    se alzó el mulato enojao
    y le gritó: -¡viejo indino,
    yo te he de enseñar, cochino,
    a echar saliva al asao!-"


    "Lo saltó por sobre el juego
    con el cuchillo en la mano;
    ¡la pucha el pardo liviano!
    En la misma atropellada
    le largó una puñalada
    que la quitó otro paisano..."


    "Y ya caliente Barullo,
    quiso seguir la chacota;
    se le había erizao la mota
    lo que empezó la reyerta:
    el viejo ganó la puerta
    y apeló a las de gaviota."


    "De esa costumbre maldita
    dende entonces se curó;
    a las casas no volvió:
    se metió en un cicutal
    y allí escondido pasó
    esa noche sin cenar."


    Esto hablaban los presentes,
    y yo, que estaba a su lao
    al oír lo que he relatao,
    aunque él era un perdulario,
    dije entre mí: "¡Que rosario
    le están lanzando al finao!".


    Luego comenzó el alcalde
    a registrar cuanto había,
    sacando mil chucherias
    y guascas y trapos viejos,
    temeridad de trebejos
    que para nada servían.


    Salieron lazos, cabrestos,
    coyundas y maniadores,
    una punta de arriadores,
    cinchones, maneas, torzales
    una porción de bozales
    y un montón de tiradores.


    Había riendas de domar
    frenos, estribos quebraos;
    bolas, espuelas, recaos,
    unas pavas, unas ollas,
    y un gran manojo de argollas
    de cinchas que había cortao.


    Salieron varios cencerros,
    alesnas, lonjas, cuchillos,
    unos cuantos cochinillos
    un alto de jergas viejas,
    muchas botas desparejas
    y una infinidad de anillos.


    Había tarros de sardinas,
    unos cueros de venao,
    unos ponchos aujeriaos,
    y en tan tremendo entrevero
    apareció hasta un tintero
    que se perdió en el juzgao.


    Decía el alcalde muy serio:
    "Es poco cunato se diga;
    había sido como hormiga.
    He de darle parte al Juez.
    ¡Y que me venga después
    con que no se los persiga!"


    Yo estaba medio azorao
    de ver lo que sucedía;
    entre ellos mismos decían
    que unas prendas eran suyas,
    pero a mi me parecía
    que estas eran aleluyas.


    Y cuando ya no tuvieron
    rincón donde registrar,
    cansaos de tanto huroniar
    y de trabajar en balde,
    "Vámonos", dijo el alcalde,
    "Luego lo haré sepultar."


    Y aunque mi padre no era
    el dueño de ese hormiguero,
    el, allí muy cariñero,
    me dijo con muy buen modo:
    "Vos serás heredero
    y te harás cargo de todo."


    "Se ha de arreglar este asunto
    como es preciso que sea;
    voy a nombrar albacea
    uno de los circunstantes;
    las cosas no son como antes
    tan enredadas y feas."


    "¡Bendito Dios!", pensé yo,
    "Ando como un pordiosero,
    y me nombran heredero
    de toditas estas guascas.
    ¡Quisiera saber primero
    lo que se han hecho mis vacas!"


    XVIII


    Se largaron, como he dicho,
    a disponer el entierro;
    cuando me acuerdo me aterro:
    me puse a llorar a gritos
    al verme allí tan solito
    con el finao y los perros.


    Me saqué el escapulario,
    se lo colgué al pecador,
    y como hay en el Señor
    misericordia infinita,
    rogué por la alma bendita
    del que antes fué mi tutor.


    No se calmaba mi duelo
    de verme tan solitario;
    ahí le champurrié un rosario
    como si fuera mi padre,
    besando el escapulario
    que me había puesto mi madre.


    "Madre mía", gritaba yo,
    "¿dónde estarás padeciendo?
    El llanto que estoy vertiendo
    lo redamarías por mí,
    si vieras a tu hijo aquí
    todo lo que esta sufriendo."


    Y mientras así clamaba
    sin poderme consolar,
    los perros, para aumentar
    mas mi miedo y mi tormento,
    en aquel mismo momento
    se pusieron a llorar.


    Libre Dios a los presentes
    de que sufran otro tanto;
    con el muerto y esos llantos
    les juro que faltó poco
    para que me vuelva loco
    en medio de tanto espanto.


    Decían entonces las viejas,
    como que eran sabedoras,
    que los perros cuando lloran
    es porque ven al demonio;
    yo creía en el testimonio
    como cré siempre el que ignora.


    Ahí dejé que los ratones
    comieran el guasquerío
    y como anda a su albedrío
    todo el que huérfano queda,
    alzando lo que era mío
    abandoné aquella cueva.


    Supe después que esa tarde
    vino un peón y lo enterró;
    ninguno lo acompañó
    ni lo velaron siquiera;
    y al otro día amaneció
    con una mano dejuera.


    Y me ha contao además
    el gaucho que hizo el entierro
    -al recordarlo me aterro,
    me da pavor este asunto-
    que la mano del difunto
    se la había comido un perro.


    Tal vez yo tuve la culpa
    porque de asustao me fuí;
    supe, después que volví,
    y asegurárselos puedo,
    que los vecinos, de miedo,
    no pasaban por allí.


    Hizo del rancho guarida
    la sabandija mas sucia
    -el cuerpo se despeluza
    y hasta la razón se altera-;
    pasaba la noche entera
    chillando allí una lechuza.


    Por mucho tiempo no pude
    saber lo que me pasaba;
    los trapitos con que andaba
    eran puras hojarascas;
    todas las noches soñaba
    con viejos, perros y guascas.


    XIX


    Anduve a mi voluntad,
    como moro sin señor;
    ese fué el tiempo mejor
    que yo he pasado tal vez;
    de miedo de otro tutor,
    ni aporté por lo del Juez.


    "Yo cuidaré", me había dicho,
    "De lo de tu propiedad:
    todo se conservará,
    el vacuno y los rebaños,
    hasta que cumplas 30 años,
    en que seás mayor de edad."


    Y aguardando que llegase
    el tiempo que la ley fija,
    pobre como lagartija
    y sin respetar a naide,
    anduve cruzando el aire
    como bola sin manija.


    Me hice hombre de esa manera
    bajo el más duro rigor;
    sufriendo tanto dolor
    muchas cosas aprendí;
    y, por fin, víctima fuí
    del mas desdichado amor.


    De tantas alternativas
    esta es la parte peluda
    infeliz y sin ayuda,
    fué extremado mi delirio,
    y causaban mi martirio
    los desdenes de una viuda.


    Llora el hombre ingratitudes
    sin tener un fundamento;
    acusa sin miramiento
    a la que el mal le ocasiona,
    y tal vez en su persona
    no hay ningún merecimiento.


    Cuando yo mas padecía
    la crueldad de mi destino,
    rogando al poder divino
    que del dolor me separe,
    me hablaron de un adivino
    que curaba esos pesares.


    Tuve recelos y miedos,
    pero al fin me disolví:
    hice coraje y me fuí
    donde el adivino estaba,
    y por ver si me curaba,
    cuanto llevaba le di.


    Me puse, al contar mis penas,
    mas colorao que un tomate,
    y se me añudó el gaznate
    cuando dijo el ermitaño:
    "Hermano, le han hecho daño
    y se lo han hecho en un mate."


    "Por verse libre de usted
    lo habrán querido embrujar."
    Después me empezó a pasar
    una pluma de avestruz,
    y me dijo:"De la Cruz
    recibí el don de curar."


    "Debés maldecir", me dijo,
    "A todos tus conocidos;
    ansina el que te ha ofendido
    pronto estará descubierto,
    y deben ser maldecidos
    tanto vivos como muertos."


    Y me recetó un hincao
    en un trapo de la viuda,
    frente a una planta de ruda,
    hiciera mis oraciones,
    diciendo: "No tengás duda;
    eso cura las pasiones."


    A la viuda, en cuanto pude,
    un trapo le manotié;
    busqué la ruda y al pie,
    puesto en cruz, hice mi rezo;
    pero, amigos, ni por eso
    de mis males me curé.


    Me recetó otra ocasión
    que comiera abrojo chico;
    el remedio no me explico,
    mas, por desechar el mal,
    al ñudo en un abrojal
    fuí a ensangrentarme el hocico.


    Y con tanta medicina
    me parecía que sanaba;
    por momentos se aliviaba
    un poco mi padecer,
    mas si a la viuda encontraba,
    volvía la pasión a arder.


    Otra vez que consulté
    su saber extraordinario,
    recibió bien su salario,
    y me recetó aquel pillo
    que me colgase tres grillos
    ensartaos como rosario.


    Por fin la última ocasión
    que por mi mal lo fuí a ver,
    me dijo: "No, mi saber
    no ha perdido su virtud;
    yo te daré la salud:
    no triunfará esa mujer.


    "Y tené fe en el remedio,
    pues la ciencia no es chacota;
    de esto no entendés ni jota.
    Sin que ninguno sospeche,
    cortále a un negro tes motas
    y hacélas hervir en leche."


    Yo andaba ya desconfiando
    de la curación maldita,
    y dije: "Este no me quita
    la pasión que me domina;
    pues que viva la gallina,
    aunque sea con la pepita."


    Así me dejaba andar,
    hasta que, en una ocasión,
    el Cura me echó un sermón,
    para curarme sin duda,
    diciendo que aquella viuda
    era hija de confesión.


    Y me dijo estas palabras
    que nunca las he olvidao:
    "Has de saber que el finao
    ordenó en su testamento
    que naide de casamiento
    le hablara en lo sucesivo;
    y ella prestó el juramento
    mientras él estaba vivo."


    "Y es preciso que lo cumpla,
    porque así lo manda Dios;
    es necesario que vos
    no la vuelvas a buscar,
    porque si llega a faltar
    se condenarán los dos."


    Con semejante advertencia
    se completó mi derrota;
    le vi los pies a la sota,
    y me le alejé a la viuda,
    mas curao que con la ruda,
    con los grillos y las motas.


    Después me contó un amigo
    que al Juez le había dicho el cura
    que yo era un cabeza dura
    y que era un mozo perdido;
    que me echaran del partido,
    que no tenía compostura.


    Tal vez por ese consejo
    y sin que mas causa hubiera,
    ni que otro motivo diera,
    me agarraron de repente
    y en el primer contingente
    me echaron a la frontera.


    De andar persiguiendo viudas
    me he curao el deseo;
    en mil penurias me veo,
    mas pienso volver tal vez
    a ver si sabe aquel Juez
    lo que se ha hecho de mi rodeo.





    _________________
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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 24 Mayo 2015, 17:09



    XX


    Martín Fierro y sus dos hijos,
    entre tanta concurrencia,
    siguieron con alegría
    celebrando aquella fiesta.
    Diez años, los más terribles,
    había durado la ausencia,
    y al hallarse nuevamente
    era su alegría completa.
    En ese mismo momento
    uno que vino de ajuera,
    a tomar parte con ellos
    suplicó que lo admitieran.
    Era un mozo forastero
    de muy regular presencia,
    y hacía poco que en le pago
    andaba dando sus vueltas.
    Aseguran algunos
    que venía de la frontera;
    que había pelao a un pulpero
    en las últimas carreras;
    pero andaba despilcho,
    no traía una prenda buena:
    un recadito cantor
    daba fe de sus pobrezas.
    Le pidió la bendición
    al que causaba la fiesta
    y, sin decirles su nombre,
    les declaró con franqueza
    que el nombre de Picardía
    es el único que lleva.
    Y para contar su historia
    a todos pide licencia,
    diciéndoles que en seguida
    iban a saber quien era.
    Tomo al punto la guitarra,
    la gente se puso atenta,
    y así cantó Picardía
    en cuanto templó las cuerdas:


    PICARDÍA


    XXI


    -Voy a contarles mi historia
    (perdónenme tanta charla),
    y les diré al principiarla,
    aunque es triste hacerlo así:
    a mi madre la perdí
    antes de saber llorarla.


    Me quedé en el desamparo,
    y al hombre que me dió el ser
    no lo pude conocer;
    así, pues, dende chiquito,
    volé como el pajarito
    en busca de qué comer.


    O por causa del servicio,
    que tanta gente destierra,
    o por causa de la guerra,
    que es causa bastante seria,
    los hijos de la miseria
    son muchos en esta tierra.


    Así, por ella empujado,
    no sé las cosas que haría,
    y aunque con vergüenza mía,
    debo hacer esta advertencia:
    siendo mi madre Inocencia,
    me llamaban Picardía.


    Me llevó a su lado un hombre
    para cuidar las ovejas,
    pero todo el día eran quejas
    y guascazos a lo loco,
    y no me daba tampoco
    siquiera unas jergas viejas.


    Dende la alba hasta la noche,
    en el campo me tenía;
    cordero que se moría
    -mil veces me sucedió-
    los caranchos lo comían,
    pero lo pagaba yo.


    De trato tan riguroso
    muy pronto me acobardé;
    el bonete me apreté
    buscando los mejores fines,
    y con unos volantines
    me fuí para Santa Fé.


    El pruebista principal
    a enseñarme me tomó,
    y ya iba aprendiendo yo
    a bailar en la maroma,
    mas me hicieron una broma
    y aquello me disgustó.


    Una vez que iba bailando,
    porque estaba el calzón roto,
    armaron tanto alboroto
    que me hicieron perder pie;
    de la cuerda me largué
    y casi me descogotó.


    Así me encontré de nuevo
    sin saber dónde meterme,
    y ya pensaba volverme
    cuando, por fortuna mía,
    me salieron unas tías
    que quisieron recogerme.


    Con aquella parentela,
    para mí desconocida,
    me acomodé ya en seguida,
    y eran muy buenas señoras;
    pero las más rezadoras
    que he visto en toda mi vida.


    Con el toque de oración
    ya principiaba el rosario;
    noche a noche un calendario
    tenían ellas que decir,
    y a rezar solían venir
    muchas de aquel vecindario.


    Lo que allí me aconteció
    siempre lo he de recordar,
    pues me empiezo a equivocar
    y a cada paso refalo,
    como si me entrara el Malo
    cuanto me hincaba a rezar.


    Era como tentación
    lo que yo experimenté,
    y jamás olvidaré
    cuanto tuve que sufrir,
    porque no podía decir
    "Artículos de la fe".


    Tenía al lao una mulata
    que era nativa de allí;
    se hincaba cerca de mí
    como el ángel de la guarda;
    ¡pícara!, Y era la parda
    la que me tentaba así.


    "Rezá", me dijo mi tía,
    "Artículos de la fe".
    Quise hablar y me atoré;
    la dificultad me aflige;
    miré a la parda, y ya dije:
    "Artículos de Santa fé".


    Me acomodó el coscorrón
    que estaba viendo venir,
    yo me quise corregir,
    a la mulata miré
    y otra vez volví a decir:
    "Artículos de Santa fé".


    Sin dificultad ninguna
    rezaba todito el día,
    y a la noche no podía
    ni con un trabajo inmenso;
    es por eso que yo pienso
    que alguno me tentaría.


    Una noche de tormenta
    vi a la parda y me entró chucho;
    los ojos -me asusté mucho-
    eran como refocilo:
    al nombrar a San Camilo,
    le dije San Camilucho.


    Esta me da con el pie,
    aquella otra con el codo:
    ¡ah, viejas, por ese modo,
    aunque de corazón tierno,
    yo las mandaba al infierno
    con oraciones y todo!


    Otra vez, que como siempre
    la parda me perseguía,
    cuando yo acordé, mis tías
    me habían sacao un mechón
    al pedir la extirpación
    de todas las herejías.


    Aquella parda maldita
    me tenía medio afligido,
    y así; me había sucedido
    que, al decir "Extirpación",
    le acomodé "Entripación"
    y me cayeron sin ruido.


    El recuerdo y el dolor
    me duraron muchos días;
    soñé con las herejías
    que andaban por extirpar
    y pedía siempre al rezar
    la extirpación de mis tías.


    Y dale siempre rosarios,
    noche a noche sin cesar;
    dale siempre barajar
    salves, trisagios y credos;
    me aburrí de esos enredos
    y al fin me mandé mudar.



    XXII


    Anduve como pelota,
    y más pobre que una rata:
    cuando empecé a ganar plata
    se armó no sé que barullo:
    yo dije: a tu tierra, grullo,
    aunque sea con una pata.


    Eran duros y bastantes
    los años que allá pasaron;
    con lo que ellos me enseñaron
    formaba mi capital;
    cuanto vine, me enrolaron
    en la Guardia Nacional.


    Me había ejercitao al naipe,
    el juego era mi carrera;
    hice alianza verdadera
    y arreglé una trapisonda
    con el dueño de una fonda
    que entraba en la peladera.


    Me ocupaba con esmero
    en floriar una baraja;
    el la guardaba en la caja
    en paquetes, como nueva;
    y la media arroba lleva
    quien conoce la ventaja.


    Comete un error inmenso
    quien de la suerte presuma;
    otro mas hábil lo fuma,
    en un dos por tres lo pela,
    y lo larga que no vuela,
    porque le falta una pluma.


    Con un socio que lo entiende
    se arman partidas muy buenas;
    queda allí la plata ajena,
    quedan prendas y botones:
    siempre caen a esas reuniones
    zonzos con las manos llenas.


    Hay muchas trampas legales,
    recursos del jugador;
    no cualquiera es sabedor
    a lo que un naipe se presta:
    con una cincha bien puesta
    se la pega uno al mejor.


    Deja a veces ver la boca,
    haciendo el que se descuida;
    juega el otro hasta la vida
    y es seguro que se ensarta,
    porque uno muestra una carta
    y tiene otra prevenida.


    Al monte, las precauciones
    no han de olvidarse jamás;
    debe afirmarse además
    los dedos para el trabajo,
    y buscar asiento bajo
    que le dé la luz de atrás.


    Pa tallar, tome la luz;
    dé la sombra al adversario;
    acomódese al contrario
    en todo juego cartiao:
    tener ojo ejercitao
    es siempre muy necesario.


    El contrario abre los suyos,
    pero nada ve el que es ciego:
    dandole soga, muy luego
    se deja pescar el tonto;
    todo chapetón cree pronto
    que sabe mucho en el juego.


    Hay hombres muy inocentes
    y que a las carpetas van;
    cuando azariados están
    -les pasa infinitas veces-
    pierden en puertas y en treses,
    y dándoles mamarán.


    El que no sabe no gana
    aunque ruegue a Santa Rita;
    en la carpeta a un mulita
    se le conoce al sentarse,
    y conmigo era matarse:
    no podían ni a la manchita.


    En el nueve y otros juegos
    llevo ventaja y no poca,
    y siempre que dar me toca
    el mal no tiene remedio,
    porque sé sacar del medio
    y sentar la de la boca.


    En el truco, al más pintao
    solía ponerlo en apuro;
    cuando aventajar procuro,
    sé tener, como fajadas,
    tiro a tiro el as de espadas,
    o flor, o envite seguro.


    Yo sé defender mi plata
    y lo hago como el primero:
    el que ha de jugar dinero
    preciso es que no se atonte;
    si se armaba una de monte,
    tomaba parte el fondero.


    Un pastel, como un paquete,
    se llevarlo con limpieza;
    dende que a salir empiezan
    no hay carta que no recuerde;
    sé cuál se gana o se pierde
    en cuanto cae en la mesa.


    También por estas jugadas
    suele uno verse en aprietos;
    mas yo no me comprometo
    porque sé hacerlo con arte,
    y aunque les corra el descarte
    no se descubre el secreto.


    Si me llamaban al dao,
    nunca me solía faltar
    un cargado que largar,
    un cruzao para el mas vivo,
    y hasta atracarles un chivo
    sin dejarlos maliciar.


    Cargaba bien una taba,
    porque la sé manejar;
    no era manco en el billar,
    y por fin de lo que explico,
    digo que hasta con pichicos
    era capaz de jugar.


    Es un vicio de mal fin
    el de jugar, no lo niego;
    todo el que vive del juego
    anda a la pesca de un bobo,
    y es sabido que es un robo
    ponerse a jugarle a un ciego.


    Y esto digo claramente
    porque he dejao de jugar;
    y le puedo asegurar,
    como que fuí del oficio:
    más cuesta aprender un vicio
    que aprender a trabajar.


    XXIII


    Un nápoles mercachifle
    que andaba con un arpista,
    cayó también en la lista
    sin dificultad ninguna:
    lo agarré a la treinta y una
    y le daba bola vista.


    Se vino haciendo el chiquito,
    por sacarme esa ventaja;
    en el pantano se encaja,
    aunque robo se le hacía;
    lo cegó santa lucía
    y desocupó las cajas.


    ¡Lo hubieran visto afligido
    llorar por las chucherías!
    "Me gañao con picardía",
    decía el gringo y lagrimiaba,
    mientras yo en un poncho alzaba
    todita su mercheria.


    Quedó allí aliviao del peso
    sollozando sin consuelo;
    había caído en el anzuelo,
    tal vez porque era domingo,
    y esa calidad de gringo
    no tiene Santo en el cielo.


    Pero poco aproveché
    de factura tan lucida;
    el diablo no se descuida,
    y a mí me seguía la pista
    un ñato muy enredista
    que era Oficial de partida.


    Se me presentó a exigir
    la multa en que había incurrido,
    que el juego estaba prohibido,
    que iba a llevarme al cuartel
    tuve que partir con él
    todo lo que había adquirido.


    Empecé a tomarlo entre ojos
    por esa arbitrariedad;
    yo había ganao, es verdad,
    con recursos, eso sí;
    pero el me ganaba a mí
    fundao en su autoridad.


    Decían que por un delito
    mucho tiempo anduvo mal;
    un amigo servicial
    lo compuso con el Juez,
    y poco tiempo después
    lo pusieron de Oficial.


    En recorrer el partido
    continuamente se empleaba;
    ningún malevo agarraba,
    pero traía en un carguero
    gallinas, pavos, corderos
    que por ahí recoletaba.


    No se debía permitir
    el abuso a tal extremo.
    Mes a mes hacía lo mismo,
    y así decía el vecindario:
    "Este ñato perdulario
    ha resucitao el diezmo."


    La echaba de guitarrero
    y hasta de concertador:
    sentao en el mostrador
    lo hallé una noche cantando
    y le dije: "Co...mo...quiando
    con ganas de oír un cantor."


    Me echó el ñato una mirada
    que me quiso devorar,
    mas no dejó de cantar
    y se hizo el desentendido;
    pero ya había conocido
    que no lo podía pasar.


    Una tarde que me hallaba
    de visita... vino el ñato,
    y para darle un mal rato
    dije fuerte: "na...to...ribia,
    no cebe con la agua tibia",
    y me la entendió el mulato.


    Era todo en el juzgao,
    y como que se achocó,
    ahí no más me contestó:
    "Cuanto el caso se presiente
    te he de hacer tomar caliente,
    y has de saber quién soy yo."


    Por causa de una mujer
    se enredó más la cuestión;
    le tenía el ñato afición;
    ella era mujer de ley,
    moza con cuerpo de güey,
    muy blanda de corazón.


    La hallé una vez de amasijo;
    estaba hecha un embeleso,
    y le dije: "Me intereso
    en aliviar sus quehaceres,
    y así, señora, si quiere
    yo le arrimaré los huesos."


    Estaba el ñato presente
    sentado como de adorno;
    por evitar un trastorno
    ella, al ver que se disgusta,
    me contestó: "Si usted gusta,
    arrímelos junto al horno."


    Ahí se enredó la madeja
    y su enemistad conmigo;
    se declaró mi enemigo,
    y, por aquel cumplimiento,
    ya sólo buscó el momento
    de hacerme dar un castigo.


    Yo vía que aquel maldito
    me miraba con rencor,
    buscando el caso mejor
    de poderme echar el pial;
    y no vive más el leal
    que lo que quiere el traidor.


    No hay matrero que no caiga,
    ni arisco que no se amanse;
    así, yo, dende aquel lance,
    no salía de algún rincón,
    tirao como el San Ramón
    después que se pasa el trance.


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 25 Mayo 2015, 08:12

    MARTÍN FIERRO

    IV


    Seguiré esta relación,
    aunque pa chorizo es largo.
    El que pueda, hágase cargo
    cómo andaría de matrero
    después de salvar el cuero
    de aquel trance tan amargo.

    Del sueldo nada les cuento,
    porque andaba disparando.
    Nosotros de cuando en cuando
    solíamos ladrar de pobres;
    nunca llegaban los cobres
    que se estaban aguardando.

    Y andábamos de mugrientos
    que el mirarnos daba horror;
    le juro que era un dolor
    ver esos hombres ¡por Cristo!
    En mi perra vida he visto
    una miseria mayor.

    Yo no tenía ni camisa
    ni cosa que se parezca;
    mis trapos sólo pa yesca
    me podían servir al fin...
    No hay plaga como un fortín
    para que el hombre padezca.

    Ponchos, gergas, el apero,
    las prenditas, los botones
    todo, amigo, en los cantones
    jué quedando poco a poco,
    ya nos tenían medio loco
    la pobreza y los ratones.

    Sólo una manta peluda
    era cuanto me quedaba;
    la había agenciao a la taba
    y ella me tapaba el bulto;
    yaguané que allí ganaba
    no salía... ni con indulto.

    Y pa mejor, hasta el moro
    se me jué de entre las manos.
    No soy lerdo...pero, hermano,
    vino el comandante un día
    diciendo que lo quería
    "pa enseñarle a comer grano".

    Afigúrese cualquiera
    la suerte de este su amigo,
    a pie y mostrando el umbligo,
    estrlpiao, pobre y denudo.
    Ni por castigo se pudo
    hacerse más mal conmigo.

    Ansí pasaron los meses,
    y vino el año siguiente,
    y las cosas igualmente
    siguieron del mismo modo:
    adrede parece todo
    para aburrir a la gente.

    No teníamos más permiso
    ni otro alivio la gauchada,
    que salir de madrugad
    cuando no había indio ninguno,
    campo ajuera, a hacer boliadas,
    desocando los reyunos.

    Y cáibamos al cantón
    con los fletes aplastaos;
    pero a veces, medio aviaos
    con plumas y algunos cueros
    que áhi no más con el pulpero
    los teníamos negociaos.

    Era un amigo del jefe
    que con un boliche estaba;
    yerba y tabaco nos daba
    por la pluma de avestruz,
    y hasta le hacía ver la luz
    al que un cuero le llevaba.

    Sólo tenía cuatro frascos
    y unas barricas vacías,
    y a la gente le vendía
    todo cuanto precisaba...
    A veces creiba que estaba
    allí la proveduría.

    ¡Ah pulpero habilidoso!
    Nada le solía faltar,
    ¡ahijuna!, y para tragar
    tenía un buche de ñandú.
    La gente le dio en llamar
    "el boliche de virtú".

    Aunque es justo que quien venda
    algún poquitito muerda,
    tiraba tanto la cuerda,
    que con sus cuatro limetas
    el cargaba las carretas
    de plumas, cueros y cerda.

    Nos tenía apuntaos a todos
    con más cuentas que un rosario,
    cuando se anunció un salario
    que iban a dar, o un socorro;
    pero sabe Dios qué zorro
    se lo comió al comisario.

    Pues nunca lo vi llegar,
    y al cabo de muchos días
    en la mesma pulpería
    dieron una güena cuenta,
    que la gente muy contenta
    de tan pobre recebía.

    Sacaron unos sus prendas
    que las tenían empeñadas,
    por sus diudas atrasadas
    dieron otros el dinero;
    al fin de fiesta el pulpero
    se quedó con la mascada.

    Yo me arrecosté a un horcón
    dando tiempo a que pagaran,
    y poniendo güena cara
    estuve haciéndomé el poyo,
    a esperar que me llamaran
    para recibir mi boyo.

    Pero áhi me pude quedar
    pegao pa siempre al horcón:
    ya era casi la oración
    y ninguno me llamaba.
    La cosa se me ñublaba
    y me dentró comezón.

    Pa sacarme el entripao
    vi al mayor, y lo fi a hablar.
    Yo me le empecé a atracar,
    y como con poca gana
    le dije: "Tal vez mañana
    acabarán de pagar."

    "¡Qué mañana ni otro día!"
    Al punto me contestó.
    "La paga ya se acabó,
    siempre has de ser animal."
    Me rái y le dije: "Yo...
    no he recebido ni un rial."

    Se le pusieron los ojos
    que se le querían salir,
    y áhi no más volvió a decir,
    comiéndome con la vista:
    "Y ¿ qué querés recebir
    si no has dentrao en la lista?"

    "Este sí que es amolar"
    dije yo pa mis adentros.
    "Van dos años que me encuentro,
    y hasta áura he visto ni un grullo;
    dentro en todos los barullos,
    pero en las listas no dentro."

    Vide el plato mal parao
    y no quise aguardar más...
    Es güeno vivir en paz
    con quien nos ha de mandar.
    Y reculando pa atrás
    me le empecé a retirar.

    Supo todo el comandante
    y me llamó al otro día,
    diciéndome que quería
    averiguar bien las cosas,
    que no era el tiempo de Rosas,
    que áura a naides se debía.

    Llamó al cabo y al sargento
    y empezó la indagación:
    si había venido al cantón
    en tal tiempo o tal otro...
    Y si había venido en potro,
    en reyuno o redomón.

    Y todo era alborotar
    al ñudo y hacer papel.
    Conocí que era pastel
    pa engordar con mi guayaca,
    más si voy al coronel
    me hacen bramar en la estaca.

    ¡Ah hijos de una...! La codicia
    ojalá les ruempa el saco.
    Ni un pedazo de tabaco
    le dan al pobre soldao,
    y lo tienen de delgao
    más lijero que un guanaco.

    Pero qué iba a hacerles yo,
    charabón en el desierto;
    más bien me daba por muerto
    pa no verme más fundido;
    y me les hacía el dormido
    aunque soy medio despierto.

    ( Fin del CANTO IV.)


    _________________
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 26 Mayo 2015, 12:48

    MARTÍN FIERRO

    V

    Yo andaba desesperao,
    aguardando una ocasión
    que los indios un malón
    nos dieran y entre el estrago
    hacérmeles cimarrón
    y volverme pa mi pago.

    Aquello no era servicio
    ni defender la frontera:
    aquello era ratonera
    en que es más gato el más juerte;
    era jugar a la suerte
    con una taba culera.

    Allí tuito va al revés:
    los milicos se hacen piones
    y andan por las poblaciones
    emprestaos pa  trabajar;
    los rejuntan pa peliar
    cuando entran indios ladrones.

    Yo he visto en esa milonga
    muchos jefes con estancia,
    y piones en abundancia,
    y majadas, y rodeos;
    he visto negocios feos,
    a pesar de mi inorancia.

    Y colijo que no quieren
    la barunda componer.
    Para esto no ha de tener
    el gefe aunque esté de estable
    más que su poncho y su sable,
    su caballo y su deber.

    Ansina, pues, conociendo
    que aquel mal no tiene cura.
    que tal vez mi sepultura
    si me quedo iba a encontrar,
    pensé en mandarme mudar
    como cosa más sigura.

    Y pa mijor, una noche
    ¡qué estaquiada me pegaron!
    Casi me descoyuntaron
    por motivo de una gresca.
    ¡Ahijuna, si me estiraron
    lo mesmo que guasca fresca!

    Jamás me puedo olvidar
    lo que esa vez me pasó:
    dentrando una noche yo
    al fortín, un enganchao
    que estaba medio mamao
    allí me desconoció.

    Era un gringo tan bozal
    que nada se le entendía.
    ¡Quién sabe de ande  sería!
    Tal vez no juera cristiano,
    pues lo único que decía
    es que era pa-po-litano.

    Estaba de centinela,
    y por causa del peludo
    verme más claro no pudo
    y esa jué la culpa toda:
    el bruto se asustó al ñudo
    y fí el pavo de la  boda.

    Cuanto me vido acercar:
    "¿Quén vivore?", preguntó;
    "Qué víboras", dije yo;
    "¡Ha garto!", me pegó el grito,
    y yo dije despacito:
    "más lagarto serás vos."

    Ahí no más, ¡Cristo me valga!
    Rastrillar el jusil siento;
    me agaché, y en el momento
    el bruto me largó un chumbo;
    mamao, me tiró sin rumbo,
    que si no, no cuento el cuento.

    Por de contao, con el tiro
    se alborotó el avispero;
    los oficiales salieron
    y se empezó la junción:
    quedó en su puesto el nación,
    y yo fí al estaquiadero.

    Entre cuatro bayonetas
    me tendieron en el suelo;
    vino el mayor medio en pedo,
    y allí se puso a gritar:
    "Pícaro, te he de enseñar
    a andar declamando sueldos."

    De las manos y las patas
    me ataron cuatro sinchones;
    les aguanté los tirones
    sin que ni un ¡ay! se me oyera,
    y al gringo la noche entera
    lo harté con mis maldiciones.

    Yo no sé por qué el Gobierno
    nos manda aquí, a la frontera.
    gringada que ni siquiera
    se sabe atracar a un pingo.
    ¡Si crerá, al mandar un gringo,
    que nos manda alguna fiera!

    No hacen más que dar trabajo,
    pues no saben ni ensillar;
    no sirven ni pa carniar,
    y yo he visto muchas veces
    que ni voltiadas las reses
    se les querían arrimar.

    Y lo pasan sus mercedes
    lengüetiando pico a pico,
    hasta que viene un milico
    a servirles el asao;
    y, eso sí, en lo delicaos
    parecen hijos de rico.

    Si hay calor, ya no son gente;
    si yela, todos tiritan;
    si usté no les da, no pitan
    por no gastar en tabaco,
    y cuando pescan un naco
    unos a otros se lo quitan.

    Cuanto llueve se acoquinan
    como el perro que oye truenos.
    ¡Qué diablos!, sólo son güenos
    pa vivir entre maricas,
    y nunca se andan con chicas
    para alzar ponchos ajenos.

    Pa vichar son como ciegos:
    ni hay ejemplo de que entiendan,
    ni hay uno solo que aprienda,
    al ver un bulto que cruza,
    a saber si es avestruza,
    o si es jinete, o hacienda.

    Si salen a perseguir,
    después de mucho aparato
    tuitos se pelan al rato
    y va quedando el tendal.
    Esto es como en un nidal
    echarle güebos a un gato.

    (Fin del CANTO V)


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 26 Mayo 2015, 23:55

    La vuelta de Martín Fierro


    XXIV


    Me le escapé con trabajo
    en diversas ocasiones;
    era de los adulones;
    me puso mal con el Juez;
    hasta que al fin una vez
    me agarró en las elecciones.


    Recuerdo que esa ocasión
    andaban listas diversas;
    las opiniones dispersas
    no se podían arreglar:
    decían que el Juez, por triunfar,
    hacía cosas muy perversas.


    Cuando se reunió la gente
    vino a proclamarla el ñato,
    diciendo con aparato
    "Que todo andaría mal,
    si pretendía cada cual
    votar por un candidato."


    Y quiso al punto quitarme
    la lista que yo llevé,
    mas yo se la mezquiné,
    y ya me gritó: "¡anarquista!
    Has de votar por la lista
    que ha mandao el Comité."


    Me dió vergüenza de verme
    tratado de esa manera;
    y como si uno se altera
    ya no es fácil que se ablande,
    le dije: "Mande el que mande,
    yo he de votar por quien quiera."


    "En las carpetas de juego
    y en la mesa electoral,
    a todo hombre soy igual,
    respeto al que me respeta,
    pero el naipe y la boleta
    naide me lo ha de tocar."


    Ahí no más ya me cayó
    a sable la policía;
    aunque era una picardía
    me decidí a soportar,
    y no los quise pelear
    por no perderme ese día.


    Atravesao me agarró
    y se aprovechó aquel ñato;
    dende que sufrí ese trato
    no dentro donde no quepo;
    fui a jinetear en el cepo
    por cuestión de candidatos.


    Injusticia tan notoria
    no la soporté de flojo;
    una venda de mis ojos
    vino el suceso a voltear:
    vi que teníamos que andar
    como perro con tramojo.


    Dende aquellas elecciones
    se siguió el batiburrillo;
    aquél se volvió un ovillo
    del que no había ni noticia,
    ¡es señora la justicia...
    Y anda en ancas del mas pillo!

    XXV


    Después de muy pocos días,
    tal vez por no dar espera
    y que alguno no se fuera,
    hicieron citar la gente,
    pa reunir un contingente
    y mandar a la frontera.


    Se puso arisco el gauchaje:
    la gente está acobardada;
    salió la partida armada
    y trujo como perdices
    unos cuantos infelices
    que entraron en la voltiada.


    Decía el ñato con soberbia:
    "¡Esta es una gente indina!
    Yo los rodié a la sordina:
    no pudieron escapar;
    y llevaba orden de arriar
    todito lo que camina."


    Cuando vino el Comandante
    dijeron: "¡Dios nos asista!"
    Llegó les clavó la vista
    (yo estaba haciéndome el zonzo);
    le echó a cada uno un responso
    y ya lo plantó en la lista.


    "¡Cuadráte!", Le dijo a un negro.
    "Te estás haciendo el chiquito,
    cuando sos el más maldito
    que se encuentra en todo el pago.
    Un servicio es el que te hago,
    y por eso te remito."

    A OTRO


    "Vos no cuidás tu familia
    ni le das los menesteres;
    visitás otras mujeres,
    y es preciso, calavera,
    que aprendás en la frontera
    a cumplir con tus deberes."

    A OTRO


    "Vos también sos trabajoso;
    cuando es preciso votar
    hay que mandarte llamar
    y siempre andás medio alzao;
    sos un desubordinao,
    y yo te voy a filiar."

    A OTRO


    "¿cuánto tiempo hace que vos
    andás en este partido?
    ¿Cuantas veces has venido
    a la citación del juez?
    No te he visto ni una vez:
    has de ser algún perdido."

    A OTRO


    "Este es otro barullero
    que pasa en la pulpería
    predicando noche y día
    y anarquizando a la gente:
    irás en el contingente
    por tamaña picardía."

    A OTRO


    "Dende la anterior remesa
    vos andás medio perdido;
    la autoridad no ha podido
    jamás hacerte votar:
    cuando te mandan llamar
    te pasás a otro partido."

    A OTRO


    "Vos siempre andas de florcita:
    no tenés renta ni oficio;
    no has hecho ningún servicio;
    no has votado ni una vez.
    ¡Marchá!... Para que dejés
    de andar haciendo perjuicio."

    A OTRO


    "Dame vos tu papeleta:
    yo te la voy a tener.
    Esta queda en mi poder;
    después la recogerás,
    y así, si te resertás,
    todos te puedan prender."

    A OTRO


    "Vos, porque sos ejecutao,
    ya te querés sublevar;
    no viniste a votar
    cuando hubieron elecciones;
    no te valdrán excepciones:
    ¡yo te voy a enderezar!"


    Y a éste por este motivo
    y a otro por otra razón,
    toditos, en conclusión,
    sin que escapara ninguno,
    fueron pasando uno a uno
    a juntarse en un rincón.


    Y allí las pobres hermanas,
    las madres y las esposas
    derramaban  cariñosas
    sus lágrimas de dolor;
    pero gemidos de amor
    no remedian estas cosas.


    Nada importa que una madre
    se desespere o se queje,
    que un hombre a su mujer deje
    en el mayor desamparo;
    hay que callarse, o es claro
    que lo quiebran por el eje.


    Dentran despúes a empeñarse
    con este o aquel vecino;
    y, como en el masculino,
    el que menos corre, vuela,
    deben andar con cautela
    las pobres, me lo imagino.


    Muchas al Juez acudieron,
    por salvar de la jugada;
    el les hizo una cuerpiada,
    y, por mostrar su inocencia,
    les dijo: "Tengan paciencia
    pues yo no puedo hacer nada."


    Ante aquella autoridad
    permanecían suplicantes,
    y, después de hablar bastante,
    "Yo me lavo"; dijo el Juez,
    "Como Pilatos los pies:
    esto lo hace el Comandante."


    De ver tanto desamparo
    el corazón se partía;
    había madre que salía
    con dos; tres hijos o más,
    por delante y por detrás,
    y las maletas vacías.


    "¿Dónde irán?", Pensaba yo,
    "¿a perecer de miseria?
    Las pobres, si de esta feria
    hablan mal, tienen razón;
    pues hay bastante materia
    para tan justa aflicción."


    XXVI


    Cuando me llegó mi turno
    dije entre mí: "Ya me toca",
    y aunque mi falta era poca
    no sé por que me asustaba;
    les aseguro que estaba
    con el Jesús en la boca.


    Me dijo que yo era un vago,
    un jugador, un perdido;
    que dende que fuí al partido
    andaba de picaflor;
    que había de ser un bandido
    como mi antesucesor.


    Puede que uno tenga un vicio
    y que de él no se reforme,
    mas naide esta conforme
    con recibir ese trato:
    yo conocí que era el ñato
    quien le había dao los informes.


    Me dentro curiosidad,
    al ver que de esa manera
    tan seguro me dijera
    que fué mi padre un bandido;
    luego, lo habrá conocido,
    y yo ignoraba quien era.


    Me empeñé en averiguarlo;
    promesas hice a Jesús;
    tuve por fin una luz
    y supe con alegría
    que era el autor de mis días
    el guapo sargento Cruz.


    Yo conocía bien su historia
    y la tenía muy presente:
    sabía que Cruz, bravamente,
    yendo con una partida,
    había jugado la vida
    por defender a un valiente.


    Y hoy ruego a mi Dios piadoso
    que lo mantenga en su gloria;
    se ha de conservar su historia
    en el corazón del hijo;
    el al morir me bendijo
    yo bendigo su memoria.


    Yo juré tener enmienda
    y lo conseguí de veras;
    puedo decir ande quiera
    que, si faltas he tenido,
    de todas me he corregido
    dende que supe quién era.


    El que sabe ser buen hijo
    a los suyos se parece;
    y aquel que a su lado crece
    y a su padre no hace honor,
    como castigo merece
    de la desdicha el rigor.


    Con un empeño constante
    mis faltas supe enmendar;
    todo conseguí olvidar,
    pero, por desgracia mía,
    el nombre de Picardía
    no me lo pude quitar.


    Aquel que tiene buen nombre
    muchos disgustos se ahorra,
    y entre tanta mazamorra
    no olviden esta advertencia:
    aprendí por experiencia
    que el mal nombre no se borra.


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Mayo 2015, 00:02

    MARTÍN FIERRO

    VI

    Vamos dentrando recién
    a la parte más sentida,
    aunque es todita mi vida
    de males una cadena:
    a cada alma dolorida
    le gusta cantar sus penas.

    Se empezó en aquel entonces
    a rejuntar caballada
    y riunir la milicada
    teniéndola en el cantón,
    para una despedición
    a sorprender a la indiada.

    Nos anunciaban que iríamos
    sin carretas ni bagages
    a golpiar a los salvages
    en sus mesmas tolderías,
    que a la güelta pagarían
    licenciándolo al gauchaje.

    Que en esta despedición
    tuviéramos la esperanza,
    que iva a venir sin tardanza,
    sigún el jefe contó
    un menistro, o qué sé yo,
    que lo llamaban Don Ganza.

    Que iba a riunir el ejército
    y tuitos los batallones,
    y que traiba unos cañones
    con más rayas que un cotín.
    ¡Pucha!, las conversaciones
    por allá, no tenían fin.

    Pero esas trampas no enriedan
    a los zorros de mi laya:
    Que esa Ganza venga o vaya,
    poco le importa a un matrero:
    Yo también dejé las rayas...
    En los libros del pulpero.

    Nunca juí gaucho dormido;
    siempre pronto, siempre listo,
    yo soy un hombre, ¡qué Cristo!,
    que nada me ha acobardado,
    y siempre salí parao
    en los trances que me he visto.

    Dende chiquito gané
    la vida con mi trabajo,
    y aunque siempre estuve abajo,
    y no sé lo que es subir,
    también el mucho sufrir
    suele cansarnos ¡barajo!

    En medio de mi inorancia
    conozco que nada valgo:
    soy la liebre o soy el galgo
    asigún los tiempos andan;
    pero también los que mandan
    debieran cuidarnos algo.

    Una noche que riunidos
    estaban en la carpeta
    empinando una limeta
    el gefe y el juez de paz,
    yo no quise aguardar más,
    y me hice humo en un sotreta.

    Para mí el campo son flores
    dende que libre me veo;
    donde me lleva el deseo
    allí mis pasos dirijo,
    y hasta en las sombras, de fijo
    que a donde quiera rumbeo.

    Entro y salgo del peligro
    sin que me espante el estrago,
    no aflojo al primer amago
    ni jamás fí gaucho lerdo;
    soy pa rumbiar como el cerdo,
    y pronto cai a mi pago.

    Volvía al cabo de tres años
    de tanto sufrir al ñudo,
    resertor, pobre y desnudo,
    a procurar suerte nueva;
    y lo mesmo que el peludo
    enderesé pa mi cueva.

    No hallé ni rastro del rancho;
    ¡sólo estaba la tapera!
    ¡Por Cristo, si aquello era
    pa enlutar el corazón.
    Yo juré en esa ocasión
    ser más malo que una fiera!

    ¡Quién no sentirá lo mesmo
    cuando ansí padece tanto!
    Puedo asigurar que el llanto
    como una mujer largué.
    ¡Ay, mi Dios, si me quedé
    más triste que Jueves Santo!

    Sólo se oiban los aullidos
    de un gato que se salvó;
    el pobre se guareció
    cerca, en una vizcachera;
    venía como si supiera
    que estaba de güelta yo.

    Al dirme dejé la hacienda,
    que era todito mi haber;
    pronto debíamos volver,
    según el juez prometía,
    y hasta entonces cuidaría
    de los bienes la mujer.

    Después me contó un vecino
    que el campo se lo pidieron,
    la hacienda se la vendieron
    pa pagar arrendamientos,
    y qué sé yo cuántos cuentos;
    pero todo lo fundieron.

    Los pobrecillos muchachos,
    entre tantas aflicciones
    se conchabaron de piones;
    mas ¡qué ivan a trabajar,
    si eran como los pichones
    sin acabar de emplumar!

    Por ahí andarás sufriendo
    de nuestra suerte el rigor:
    me han contado que el mayor
    nunca dejaba a su hermano;
    puede ser que algún cristiano
    los recoja por favor.

    ¡Y la pobre mi mujer
    Dios sabe cuánto sufrió!
    Me dicen que se voló
    con no sé qué gavilán:
    sin duda a buscar el pan
    que no podía darle yo.

    No es raro que a uno le falte
    lo que a algún otro le sobre:
    si no le quedó ni un cobre,
    sino de hijos un enjambre,
    ¿ qué más iba a hacer la pobre
    para no morirse de hambre? 

    ¡Tal vez no te vuelva a ver,
    prenda de mi corazón!
    Dios te dé su protección,
    ya que no me la dio a mí.
    Y a mis hijos dende aquí
    les echo mi bendición.

    Como hijitos de la cuna
    andaban por ahí sin madre;
    ya se quedaron sin padre,
    y ansí la suerte los deja
    sin naides que los proteja
    y sin perro que los ladre.

    Los pobrecitos tal vez
    no tengan ande abrigarse,
    ni ramada ande ganarse,
    ni un rincón ande meterse,
    ni camisa que ponerse,
    ni poncho con que taparse.

    Tal vez los verán sufrir
    sin tenerles compasión;
    puede que alguna ocasión,
    aunque los vean tiritando,
    los echen de algún jogón
    pa que no estén estorbando.

    Y al verse ansina espantaos
    como se espanta a los perros,
    irán los hijos de Fierro
    con la cola entre las piernas
    a buscar almas más tiernas
    o esconderse en algún cerro.

    Mas también en este juego
    voy a pedir mi volada:
    a naides le debo nada,
    ni pido cuartel ni doy,
    y ninguno dende hoy
    ha de llevarme en la armada.

    Yo he sido manso primero
    y seré gaucho matrero
    en mi triste circunstancia,
    aunque es mi mal tan projundo,
    nací y me he criao en estancia,
    pero ya conozco el mundo.

    Ya le conozco sus mañas,
    le conozco sus cucañas,
    sé como hacen la partida,
    la enriedan y la manejan,
    desaceré la madeja,
    aunque me cueste la vida.

    Y aguante el que no se anime
    a meterse en tanto engorro
    o si no aprétese el gorro
    o para otra tierra emigre;
    pero yo ando como el tigre
    que le roban los cachorros.

    Aunque muchos creen que el gaucho
    tiene un alma de reyuno,
    no se encontrará ninguno
    que no lo dueblen las penas;
    mas no debe aflojar uno
    mientras hay sangre en las venas.

    ( Fin del CANTO VI)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue 28 Mayo 2015, 12:55, editado 4 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 28 Mayo 2015, 00:31

    La vuelta de Martín Fierro








    XXVII


    He servido en la frontera
    en un cuerpo de milicias;
    no por razón de justicia
    como sirve cualesquiera.


    La bolilla me tocó
    de ir a pasar malos ratos
    por la facultad del ñato,
    que tanto me persiguió.


    Y sufrí en aquel infierno
    esa dura penitencia,
    por una malquerencia
    de un Oficial subalterno.


    No repetiré las quejas
    de lo que se sufre allá:
    son cosas muy dichas ya
    y hasta olvidadas, de viejas.


    Siempre el mismo trabajar,
    siempre el mismo sacrificio,
    es siempre el mismo servicio,
    y el mismo nunca pagar.


    Siempre cubiertos de harapos,
    siempre desnudos y pobres,
    nunca le pagan un cobre
    ni le dan jamás un trapo.


    Sin sueldo y sin uniforme
    lo pasa uno aunque sucumba:
    confórmese con la tumba;
    y si no... No se conforme.


    Pues si usted se ensoberbece
    o no anda muy voluntario,
    le aplican un novenario
    de estacas... Que lo enloquecen.


    Andan como pordioseros
    sin que un peso los alumbre,
    porque han tomao la costumbre
    de deberle años enteros.


    Siempre hablan de lo que cuesta;
    que allá se gasta un platal:
    ¡pues yo no he visto ni un rial
    en lo que duró la fiesta!


    Es servicio extraordinario
    bajo el fusil y la vara,
    sin que sepamos qué cara
    le ha dao Dios al comisario.


    Pues si va a hacer la revista
    se vuelve como una bala:
    es lo mismo que luz mala
    para perderse de vista.


    Y de yapa cuando va,
    todo parece estudiao:
    van con meses atrasaos
    de gente que ya no está.


    pues si adrede que lo hagan,
    podrán hacerlo mejor:
    cuando caí, caí con la paga
    del contingente anterior.


    porque son como sentencia
    para buscar al ausente,
    y el pobre que está presente
    que perezca en la indigencia;


    hasta que, tanto aguantar
    el rigor con que lo tratan
    o se resierta, o lo matan,
    o lo largan sin pagar.


    De ese modo es el pastel,
    porque el gaucho -ya es un hecho-
    no tiene ningún derecho,
    ni naide vuelve por él.


    ¡La gente vive marchita!
    Si viera cuando echan tropa:
    les vuela a todos la ropa
    que parecen banderitas.


    De todos modos lo cargan,
    y al cabo de tanto andar,
    cuando lo largan, lo largan
    como pa echarse a la mar.


    Si alguna prenda le han dao
    se la vuelven a quitar:
    poncho, caballo, recao,
    todo tiene que dejar.


    Y esos pobres infelices,
    al volver a su destino,
    salen como unos longinos
    sin tener con que cubrirse.


    A mí me daba congojas
    el mirarlos de ese modo,
    pues el más aviao de todos
    es un perejil sin hojas.


    Aura poco ha sucedido,
    con un invierno tan crudo,
    largarlos a pie y desnudos
    pa volver a su partido.


    Y tan duro es lo que pasa
    que, en aquella situación,
    les niegan un mancarrón
    para volver a su casa.


    ¡Lo tratan como a un infiel!
    Completan su sacrificio
    no dándole ni un papel
    que acredite su servicio.


    Y tiene que regresar
    más pobre de lo que fué;
    por supuesto, a la mercé
    del que lo quiere agarrar.


    Y no averigüe después
    de los bienes que dejó:
    de hambre, su mujer vendió
    por dos lo que vale diez.


    Y como están convenidos
    a jugarle manganeta,
    a reclamar no se meta,
    porque ése es tiempo perdido.


    Y luego, si a alguna estancia
    a pedir carne se arrima,
    al punto le caen encima
    con la ley de la vagancia.


    Y ya es tiempo, pienso yo,
    de no dar más contingente:
    si el Gobierno quiere gente,
    que la pague y se acabó.


    Y saco así en conclusión,
    en medio de mi ignorancia,
    que aquí el nacer en estancia
    es como una maldición.


    Y digo, aunque no me cuadre
    decir lo que naide dijo:
    la provincia es una madre
    que no defiende a sus hijos.


    Mueren en alguna loma
    en defensa de la ley,
    o andan lo mismo que el güey,
    arando pa que otros coman.


    Y he de decir así mismo
    porque de adentro me brota
    que no tiene patriotismo
    quien no cuida al compatriota.


    XXVIII




    Se me va por donde quiera
    esta lengua del demonio:
    voy a darles testimonio
    de lo que vi en la frontera.


    Yo sé que el único modo,
    a fin de pasarlo bien,
    el decir a todo: amén,
    y jugarle risa a todo.


    El que no tiene colchón
    en cualquier parte se tiende;
    el gato busca el fogón
    y ese es mozo que lo entiende.


    De aquí comprenderse debe,
    aunque yo hable de este modo,
    que uno busca su acomodo
    siempre lo mejor que puede.


    Lo pasaba como todos
    este pobre penitente;
    pero salí de asistente,
    y mejoré en cierto modo;


    pues aunque esas privaciones
    causen desesperación,
    siempre es mejor el fogón
    de aquel que carga galones.


    De entonces en adelante
    algo logré mejorar,
    pues supe hacerme lugar
    al lado del Ayudante.


    El se daba muchos aires:
    pasaba siempre leyendo;
    decían que estaba aprendiendo
    pa recibirse de fraile.


    Aunque lo pifiaban tanto,
    jamás lo vi disgustao;
    tenía los ojos paraos
    como los ojos de un Santo.


    Muy delicao, dormía en cuja;
    y no sé por qué sería,
    la gente lo aborrecía
    y le llamaban La Bruja.


    Jamás hizo otro servicio
    ni tuvo mas comisiones
    que recibir las raciones
    de víveres y de vicios.


    Yo me pasé a su fogón
    al punto que me sacó,
    y ya con el me llevó
    a cumplir su comisión.


    Estos diablos de milicos
    de todo sacan partido:
    cuando nos veían reunidos
    se limpiaban los hocicos.


    Y decían en los fogones
    como por chocarrería:
    "Con La Bruja y Picardía
    van a andar bien las raciones."


    A mí no me fué tan mal,
    pues mi Oficial se arreglaba;
    les diré lo que pasaba
    sobre este particular.


    Decían que estaba de acuerdo
    La Bruja y el proveedor,
    y que recibía lo peor;
    puede ser, pues no era lerdo.


    Que a más en la cantidad
    pegaba otro dentellón,
    y que por cada ración
    le entregaban la mitad.


    y que esto lo hacía del modo
    como lo hace un hombre vivo:
    firmando luego el recibo,
    ya se sabe, por el todo.


    Pero esas murmuraciones
    no faltan en campamento.
    Déjenme seguir mi cuento,
    o historia de las raciones.


    La Bruja las recibía,
    como se ha dicho, a su modo;
    las cargábamos, y todo
    se entrega en la mayoría.


    Sacan allí en abundancia
    lo que les toca sacar,
    y es justo que han de dejar
    otro tanto de ganancia.


    Van luego a la compañía;
    las recibe el Comandante,
    el que, de un modo abundante,
    sacaba cuanto quería.


    Así la cosa liviana
    va mermada, por supuesto;
    luego se le entrega el resto
    al oficial de semana.
    Araña, ¿quien te arañó?
    Otra araña como yo.


    Este le pasa al sargento
    aquello tan reducido,
    y, como hombre prevenido,
    saca siempre con aumento.


    Esta relación no acabo
    si otra menudencia ensarto,
    el sargento llama al cabo
    para encargarle el reparto.


    El también saca primero
    y no se sabe turbar:
    naide le va a averiguar
    si ha sacado más o menos.


    Y sufren tanto bocao
    y hacen tantas estaciones,
    que ya casi no hay raciones
    cuando llegan al soldao.


    ¡Todo es como pan bendito!
    Y sucede de ordinario
    tener que juntarse varios
    para hacer un pucherito.


    Dicen que las cosas van
    con arreglo a la ordenanza.
    ¡Puede ser! Pero no alcanzan;
    ¡Tan poquito es lo que dan!


    Algunas veces, yo pienso,
    y es muy justo que lo diga,
    solo llegaban las migas
    que habían quedao en los lienzos.


    Y explican aquel infierno
    en que uno está medio loco
    diciendo que dan tan poco
    porque no paga el Gobierno.


    Pero eso yo no lo entiendo,
    ni a averiguarlo me meto;
    soy ignorante completo
    nada olvido y nada aprendo.


    Tiene uno que soportar
    el tratamiento mas vil:
    a palos en lo civil
    a sable en lo militar.


    El vestuario es otro infierno;
    si lo dan, llega a sus manos
    en invierno el de verano,
    y en el verano el de invierno.


    Y yo el motivo no encuentro
    ni la razón que esto tiene,
    mas dicen que eso ya viene
    arreglao desde adentro.


    Y es necesario aguantar
    el rigor de su destino;
    el gaucho no es argentino
    sino pa hacerlo matar.


    Así ha de ser, no lo dudo;
    y por eso decía un tonto:
    "Si los han de matar pronto,
    mejor es que estén desnudos,"


    pues esa miseria vieja
    no se remedia jamás;
    todo el que viene detrás
    como la encuentra la deja.


    Y se hallan hombres tan malos
    que dicen de buena gana:
    "El gaucho es como la lana:
    se limpia y compone a palos."


    Y es forzoso el soportar
    aunque la copa se llene;
    parece que el gaucho tiene
    algún pecao que pagar.



    XXIX


    Esto contó Picardía
    y después guardó silencio,
    mientras todos celebraban
    con placer aquel encuentro.
    Mas una casualidad,
    como que nunca anda lejos,
    entre tanta gente blanca
    llevó también un moreno,
    presumido de cantor
    y que se tenía por bueno.
    Y como quien no hace nada,
    o se descuida de intento,
    pues siempre es muy conocido
    todo aquel que busca pleito,
    se sentó con toda calma,
    echo mano al instrumento
    y ya le pegó un rugido:
    era fantástico el negro;
    y para no dejar dudas,
    medio se compuso el pecho.
    Todo el mundo conoció
    la intención de aquel moreno:
    era claro el desafío
    dirigido a Martín Fierro,
    hecho con toda arrogancia,
    de un modo muy altanero.
    Tomó Fierro la guitarra,
    pues siempre se halla dispuesto,
    y así cantaron los dos,
    en medio de un gran silencio:





    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


    "Mafalda"
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 28 Mayo 2015, 13:01

    MARTÍN FIERRO

    VII

    De carta de más me vía
    sin saber a dónde dirme;
    me dijieron que era vago
    y entraron a perseguirme.

    Nunca se achican los males,
    van poco a poco creciendo,
    y ansina me vide pronto
    obligao a andar juyendo.

    No tenía muger ni rancho,
    y a más, era resertor;
    no tenía una prenda güena
    ni un peso en el tirador.

    A mis hijos infelices
    pensé volverlos a hallar,
    y andaba de un lao al otro
    sin tener ni qué pitar.

    Supe una vez, por desgracia,
    que había un baile por allí,
    y medio desesperao
    a ver la milonga fui.

    Riunidos al pericón
    tantos amigos hallé,
    que alegre de verme entre ellos
    esa noche me apedé.

    Como nunca, en la ocasión,
    por peliar me dio la tranca,
    y la emprendí con un negro
    que trujo una negra en ancas.

    Al ver llegar la morena,
    que no hacia caso de naides,
    le dije con la mamúa:
    "Va...ca...yendo gente al baile."

    La negra entendió la cosa
    y no tardó en contestarme,
    mirándome como a perro:
    "Más vaca será su madre."

    Y dentró al baile muy tiesa,
    con más cola que una zorra,
    haciendo blanquiar los dientes
    los mesmo que la mazamorra:

    "Negra linda", dije yo,
    "Me gusta... pa la carona",
    y me puse a talariar
    esta coplita fregona:

    "A los blancos hizo Dios;
    a los mulatos, San Pedro;
    a los negros hizo el diablo
    para tizón del infierno." (cont.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Vie 29 Mayo 2015, 06:29, editado 4 veces


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    Mensaje por Walter Faila Jue 28 Mayo 2015, 14:15

    Impecable, no quiero cortar, es una obra maestra y un grito de rebelión que jamás de olvidará.-
    Gracias Pascual, gracias Lluvia, espero lo disfruten


    _________________

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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 29 Mayo 2015, 05:43

    La vuelta de Martín Fierro



    XXX

    MARTÍN FIERRO

    Mientras suene el encordao,
    mientras encuentre el compás
    yo no he de quedarme atrás
    sin defender la parada,
    y he jurado que jamás
    me la han de llevar robada.


    Atiendan, pues, los oyentes
    y cállense los mirones;
    a todos pido perdones,
    pues a la vista resalta
    que no está libre de falta
    quien no está de tentaciones.


    A un cantor le llaman bueno
    cuando es mejor que los peores;
    y sin ser de los mejores,
    encontrándose dos juntos,
    es deber de los cantores
    el cantar de contrapunto.


    El hombre debe mostrarse
    cuando la ocasión le llegue;
    hace mal el que se niegue,
    dende que lo sabe hacer;
    y muchos suelen tener
    vanagloria en que los rueguen.


    Cuando mozo fuí cantor
    (es una cosa muy dicha);
    mas la suerte se encapricha
    y me persigue constante:
    de ese tiempo en adelante
    canté mis propias desdichas.


    Y aquellos años dichosos
    trataré de recordar;
    veré si puedo olvidar
    tan desgraciada mudanza,
    y quien se tenga confianza
    temple, y vamos a cantar.


    Temple y cantaremos juntos;
    trasnochadas no acobardan.
    Los concurrentes aguardan,
    y porque el tiempo no pierdan,
    haremos gemir las cuerdas
    hasta que las velas no ardan.


    Y el cantor que se presiente,
    que tenga o no quien lo ampare,
    no espere que yo dispare
    aunque su saber sea mucho:
    vamos en el mismo pucho
    a prenderle hasta que aclare.


    Y seguiremos si gusta
    hasta que se vaya el día;
    era la costumbre mía
    cantar las noches enteras:
    había entonces, donde quiera,
    cantores de fantasía.


    Y si alguno no se atreve
    a seguir la caravana,
    o si cantando no gana,
    se lo digo sin lisonja:
    haga sonar una esponja
    o ponga cuerdas de lana.

    EL MORENO

    yo no soy, señores míos,
    sino un pobre guitarrero,
    pero doy gracias al Cielo
    porque puedo, en la ocasión,
    toparme con un cantor
    que experimente a este negro.


    Yo también tengo algo blanco,
    pues tengo blancos los dientes;
    sé vivir entre las gentes
    sin que me tengan en menos:
    quien anda en pagos ajenos
    debe ser manso y prudente.


    Mi madre tuvo diez hijos,
    los nueve muy regulares;
    tal vez por eso me ampare
    la providencia divina:
    en los huevos de gallina
    el décimo es el mas grande.


    El negro es muy amoroso,
    aunque de esto no hace gala;
    nada a su cariño iguala
    ni a su tierna voluntad;
    es lo mismo que el macá:
    cría los hijos bajo el ala.


    Pero yo he vivido libre
    y sin depender de naide;
    siempre he cruzado los aires
    como el pájaro sin nido;
    cuanto se lo he aprendido
    porque me lo enseñó un fraile.


    Y sé como cualquier otro
    el porqué retumba el trueno;
    por qué son las estaciones
    del verano y del invierno;
    sé también de donde salen
    las aguas que caen del cielo.


    Yo sé lo que hay en la tierra
    en llegando al mismo centro;
    en dónde se encuentra el oro,
    en dónde se encuentra el Fierro
    y en dónde viven bramando
    loe volcanes que echan juego.


    Yo sé del fondo del mar
    donde los pejes nacieron;
    yo sé por que crece el árbol,
    y por que silban los vientos:
    cosas que ignoran los blancos
    las sabe este pobre negro.


    Yo tiro cuando me tiran;
    cuando me aflojan, aflojo;
    no se ha de morir de antojo
    quien me convide a cantar;
    para conocer a un cojo
    lo mejor es verlo andar.


    Y si una falta cometo
    en venir a esta reunión,
    echándola de cantor,
    pido perdón en voz alta
    pues nunca se halla una falta
    que no exista otra mayor.


    De lo que un cantor explica
    no falta qué aprovechar
    y se le debe escuchar
    aunque sea negro el que cante:
    aprende el que es ignorante,
    y el que es sabio, aprende más.


    Bajo la frente más negra
    hay pensamiento y hay vida.
    La gente escuche tranquila,
    no me haga ningún reproche:
    también es negra la noche
    y tiene estrellas que brillan.


    Estoy, pues, a su mandao;
    empiece a echarme la sonda,
    si gusta que le responda,
    aunque con lenguaje tosco:
    en lecturas no conozco
    la jota, por ser redonda.

    MARTÍN FIERRO

    ¡Ah, negro!, si sos tan sabio
    no tengás ningún recelo:
    pero has tragao el anzuelo
    y al compás del instrumento
    has de decirme al momento
    cuál es el canto del Cielo.

    EL MORENO

    cuentan que de mi color
    Dios hizo al hombre primero,
    más los blancos altaneros,
    los mismos que lo convidan,
    hasta de nombrarlo olvidan
    y sólo le llaman negro.


    Pinta el blanco negro al diablo,
    y el negro, blanco lo pinta;
    blanca la cara o retinta
    no habla en contra ni en favor:
    de los hombres el Criador
    no hizo dos clases distintas.


    Y después de esta advertencia
    que al presente viene al pelo,
    veré, señores, si puedo,
    según mi escaso saber,
    con claridad responder
    cuál es el canto del cielo.


    Los cielos lloran y cantan
    hasta en el mayor silencio:
    lloran al caer el rocío
    cantan al silbar los vientos
    lloran cuando caen las aguas.
    Cantan cuando brama el trueno.

    MARTÍN FIERRO

    Dios hizo al blanco y al negro
    sin declarar los mejores;
    les mandó iguales dolores
    bajo de una misma cruz;
    mas también hizo la luz
    pa distinguir los colores.


    Así, ninguno se agravie;
    no se trata de ofender,
    a todo se ha de poner
    el nombre con que se llama,
    y a naide le quita fama
    lo que recibió al nacer.


    Y así me gusta un cantor
    que no se turba ni yerra;
    y si en tu saber se encierra
    el de los sabios profundos;
    decidme cual en el mundo
    es el canto de la tierra.

    EL MORENO

    es pobre mi pensamiento,
    es escasa mi razón,
    mas pa dar contestación
    mi ignorancia no se arredra:
    también da chispas la piedra
    si la golpea el eslabón.


    Y le daré una respuesta
    según mis pocos alcances:
    forman un canto en la tierra
    el dolor de tanta madre,
    el gemir de los que mueren
    y el llorar de los que nacen.

    MARTÍN FIERRO

    moreno, advierto que traes
    bien dispuesta la garganta;
    sos varón, y no me espanta
    verte hacer esos primores;
    en los pájaros cantores
    solo el macho es el que canta.


    Y ya que al mundo viniste
    con el sino de cantar,
    no te vayás a turbar,
    no te agrandes ni te achiques;
    es preciso que me expliques
    cuál es el canto del mar.

    EL MORENO

    a los pájaros cantores
    ninguno imitar pretende;
    de un don que de otro depende
    naide se debe alabar,
    pues la urraca aprende a hablar,
    pero sólo la hembra aprende.


    Y ayúdame, ingenio mío,
    para ganar esta apuesta;
    mucho el contestar me cuesta.
    Pero debo contestar;
    voy a decir en respuesta
    cuál es el canto del mar.


    Cuando la tormenta brama,
    el mar, que todo lo encierra,
    canta de un modo que aterra,
    corno si el mundo temblara:
    parece que se quejara
    de que lo estreche la tierra.

    MARTÍN FIERRO

    toda tu sabiduría
    has de mostrar esta vez;
    ganarás sólo que estés
    en baca con algún Santo.
    La noche tiene su canto,
    y me has de decir cuál es.

    EL MORENO

    no galope, que hay agujeros,
    le dijo a un guapo un prudente
    le contestó humildemente:
    la noche por cantos tiene
    esos ruidos que uno siente
    sin saber por dónde vienen.


    Son los secretos misterios
    que las tinieblas esconden;
    son los ecos que responden
    a la voz del que da un grito;
    como un lamento infinito
    que viene no sé de dónde.


    A las sombras sólo el sol
    las penetra y las impone;
    en distintas direcciones
    se oyen rumores inciertos:
    son almas de los que han muerto,
    que nos piden oraciones.

    MARTÍN FIERRO

    moreno, por tus respuestas
    yo te aplico el cartabón,
    pues tenés disposición
    y sos instruido, de yapa:
    ni las sombras se te escapan
    para dar explicación.


    Pero cumple su deber
    el lial diciendo lo cierto,
    y, por lo tanto, te advierto
    que hemos de cantar los dos,
    dejando en la paz de Dios
    las almas de los que han muerto.


    Y el consejo del prudente
    no hace falta en la partida;
    siempre ha de ser comedida
    la palabra de un cantor.
    Y aura quiero que me digas
    de dónde nace el amor.

    EL MORENO

    a pregunta tan oscura
    trataré de responder,
    aunque es mucho pretender
    de un pobre negro de estancia,
    mas conocer su ignorancia
    es principio del saber.


    Ama el pájaro en los aires
    que cruza por donde quiera,
    y si al fin de su carrera
    se asienta en alguna rama,
    con su alegre canto llama
    a su amante compañera.


    La fiera ama en su guarida,
    de la que es rey y señor;
    allí lanza con furor
    esos bramidos que espantan,
    porque las fieras no cantan:
    las fieras braman de amor.


    Ama en el fondo del mar
    el pez de lindo color;
    ama el hombre con ardor;
    ama todo cuanto vive:
    de Dios vida se recibe,
    y donde hay vida, hay amor.

    MARTÍN FIERRO

    me gusta, negro ladino,
    lo que acabás de explicar;
    ya te empiezo a respetar;
    aunque al principio me reí,
    y te quiero preguntar
    lo que entendés por la ley.

    EL MORENO

    hay muchas doctorerías
    que yo no puedo alcanzar;
    dende que aprendí a ignorar
    de ningún saber me asombro,
    mas no ha de llevarme al hombro
    quien me convide a cantar.


    Yo no soy cantor ladino
    y mi habilidad es muy poca;
    más cuando cantar me toca
    me defiendo en el combate,
    porque soy como los mates:
    sirvo si me abren la boca.


    Dende que elige a su gusto,
    lo más espinoso elige;
    pero esto poco me aflige
    y le contesto a mi modo:
    la ley se hace para todos,
    mas sólo al pobre le rige.


    La ley es tela de araña
    -en mi ignorancia lo explico-.
    No la tema el hombre rico;
    nunca la tema el que mande;
    pues la rompe el bicho grande
    y sólo enreda a los chicos.


    Es la ley como la lluvia:
    nunca puede ser pareja;
    el que la aguanta se queja,
    pero el asunto es sencillo:
    la ley es como el cuchillo:
    no ofende a quien lo maneja.


    Le suelen llamar espada
    y el nombre le viene bien;
    los que la gobiernan ven
    a dónde han de dar el tajo:
    le caí al que se halla abajo
    y corta sin ver a quién.


    Hay muchos que son dotores,
    y de su ciencia no dudo;
    mas yo soy un negro rudo
    y aunque de esto poco entiendo,
    estoy diariamente viendo
    que aplican la del embudo.

    MARTÍN FIERRO

    moreno, vuelvo a decirte:
    ya conozco tu medida;
    has aprovechao la vida,
    y me alegro de este encuentro;
    ya veo que tenés adentro
    capital pa esta partida.


    Y ahora te voy a decir;
    porque en mi deber está
    (y hace honor a la verdad
    quien a la verdad se dobla)
    que sos por fuera tinieblas
    y por dentro claridad.


    No ha de decirse jamás
    que abusé de tu paciencia,
    y en justa correspondencia,
    si algo querés preguntar,
    podés al punto empezar,
    pues ya tenés mi licencia.

    EL MORENO

    no te trabes lengua mía;
    no te vayas a turbar;
    nadie acierta antes de errar,
    y, aunque la fama se juega,
    el que por gusto navega
    no debe temerle al mar.


    Voy a hacerle mis preguntas,
    ya que a tanto me convida,
    y vencerá en la partida
    si una explicación me da
    sobre el tiempo y la medida,
    el peso y la cantidad.


    Suya será la victoria
    si es que sabe contestar;
    se lo debo declarar
    con claridad, no se asombre,
    pues hasta aura ningún hombre
    me lo ha sabido explicar.


    Quiero saber y lo ignoro,
    pues en mis libros no está
    -y su respuesta vendrá
    a servirme de gobierno-,
    para que fin el Eterno
    ha criado la cantidad.

    MARTÍN FIERRO

    moreno, te dejas caer
    como carancho en su nido;
    ya veo que sos prevenido,
    mas también estoy dispuesto;
    veremos si te contesto
    y si te das por vencido.


    Uno es el sol, uno el mundo,
    sola y única es la luna
    así han de saber que Dios
    no crió cantidad ninguna.


    El ser de todos los seres
    solo formo la unidad;
    lo demás lo ha criado el hombre
    después que aprendió a contar.

    EL MORENO

    veremos si a otra pregunta
    da una respuesta cumplida:
    el ser que ha criado la vida
    lo ha de tener en su archivo,
    mas yo ignoro que motivo
    tuvo al formar la medida.

    MARTÍN FIERRO

    escucha con atención
    lo que en mi ignorancia arguyo:
    la medida la inventó
    el hombre para bien suyo;


    y la razón no te asombre,
    pues es fácil presumir:
    Dios no tenía que medir
    sino la vida del hombre.

    EL MORENO

    si no falla su saber
    por vencedor lo confieso;
    debe aprender todo eso
    quien a cantar se dedique;
    y aura quiero que me explique
    la que significa el peso.

    MARTÍN FIERRO

    Dios guarda entre sus secretos
    el secreto que eso encierra,
    y mandó que todo peso
    cayera siempre en la tierra;


    y según comprendo yo,
    dende que hay bienes y males,
    fué el peso para pesar
    las culpas de los mortales.

    EL MORENO

    si responde a esta pregunta
    téngase por vencedor
    (doy la derecha al mejor);
    y respóndame al momento:
    ¿cuándo formó Dios el tiempo
    y por que lo dividió?

    MARTÍN FIERRO

    Moreno, voy a decir,
    según mi saber alcanza:
    el tiempo sólo es tardanza
    de lo que está por venir;


    no tuvo nunca principio
    ni jamás acabará,
    porque el tiempo es una rueda.
    Y rueda es eternidad.


    Y si el hombre lo divide,
    sólo lo hace, en mi sentir,
    por saber lo que ha vivido
    o le resta que vivir.


    Ya te he dado mis respuestas,
    mas no gana quien despunta;
    si tenés otra pregunta
    o de algo te has olvidao,
    siempre estoy a tu mandao
    para sacarte de dudas.


    No procedo por soberbia
    ni tampoco por jactancia,
    mas no ha de faltar constancia
    cuando es preciso luchar;
    y te convido a cantar
    sobre cosas de la estancia.


    Así prepara, moreno,
    cuanto tu saber encierre,
    y sin que tu lengua yerre,
    me has de decir lo que emprende;
    el que del tiempo depende,
    en los meses que traen erre.

    EL MORENO

    De la ignorancia de naide
    ninguno debe abusar;
    y aunque me puede doblar
    todo el que tenga más arte,
    no voy a ninguna parte
    a dejarme machetiar.


    He reclarao que en lecturas
    soy redondo como jota;
    no avergüence mi derrota,
    pues con claridad le digo:
    no me gusta que conmigo
    naide juegue a la pelota.


    Es buena ley que el más lerdo
    debe perder la carrera;
    así le pasa a cualquiera,
    cuando en competencia se halla
    un cantor de media talla
    con otro de talla entera.


    ¿No han visto en medio del campo
    al hombre que anda perdido,
    dando vueltas afligido,
    sin saber donde rumbiar
    así le suele pasar
    a un pobre cantor vencido.


    También los árboles crujen
    si el ventarrón los azota,
    y si aquí mi queja brota
    con amargura, consiste
    en que es muy larga y muy triste
    la noche de la derrota.


    Y dende hoy en adelante,
    pongo de testigo al Cielo
    para decir sin recelo
    que, si mi pecho se inflama.
    No cantaré por la fama
    sino por buscar consuelo.


    Vive ya desesperao
    quien no tiene qué esperar;
    a lo que no ha de durar
    ningún cariño se cobre;
    alegrías en un pobre
    son anuncios de pesar.


    Y este triste desengaño
    me durará mientras viva;
    aunque un consuelo reciba
    jamás he de alzar el vuelo:
    quien no nace para el cielo
    de balde es que mire arriba.


    Y suplico a cuantos me oigan
    que me permitan decir
    que, al decidirme a venir,
    no sólo fué por cantar,
    sino porque tengo a más
    otro deber que cumplir.


    Ya saben que de mi madre
    fueron diez los que nacieron,
    mas ya no existe el primero
    y mas querido de todos:
    murió por injustos modos
    a manos de un pendenciero.


    Los nueve hermanos restantes
    como huérfanos quedamos;
    dende entonces lo lloramos
    sin consuelo, creánmelo,
    y al hombre que lo mató,
    nunca jamás lo encontramos.


    Y queden en paz los huesos
    de aquel hermano querido;
    a moverlos no he venido,
    mas, si el caso se presienta,
    espero en Dios que esta cuenta
    se arregle como es debido.


    Y si otra ocasión payamos
    para que esto se complete,
    por mucho que lo respete,
    cantaremos, si le gusta,
    sobre las muertes injustas.
    Que algunos hombres cometen.


    Y aquí, pues, señores míos,
    diré, como en despedida,
    que todavía andan con vida
    los hermanos del difunto,
    que recuerdan este asunto
    y aquella muerte no olvidan.


    Y es misterio tan profundo
    lo que está por suceder,
    que no me debo meter
    a echarla aquí de adivino;
    lo que decida el destino
    después lo habrán de saber.

    MARTÍN FIERRO

    al fin cerraste el pico
    después de tanto charlar;
    ya empezaba a maliciar,
    al verte tan entonao,
    que traías un embuchao
    y no lo querías largar.


    Y ya que nos conocemos,
    basta de conversación;
    para encontrar la ocasión
    no tienen que darse prisa;
    ya conozco yo que empieza
    otra clase de función.


    Yo no sé lo que vendrá;
    tampoco soy adivino;
    pero firme en mi camino
    hasta el fin he de seguir:
    todos tienen que cumplir
    con la ley de su destino.


    Primero fué la frontera
    por persecución de un juez;
    los indios fueron después,
    y, para nuevos estrenos,
    aura son estos morenos
    pa alivio de mi vejez.


    La madre echó diez al mundo,
    lo que cualquiera no hace,
    y tal vez de los diez pase
    con iguales condiciones:
    la mulita pare nones,
    todos de la misma clase.


    A hombre de humilde color
    nunca sé facilitar;
    cuando se llega a enojar
    suele ser de mala entraña:
    se vuelve como la araña,
    siempre dispuesta a picar.


    Yo he conocido a toditos
    los negros mas peleadores;
    había algunos superiores
    de cuerpo y de vista...¡Ahijuna!
    si vivo, les daré una...
    historia de las mejores.


    Mas cada uno ha de tirar
    en el yugo en que se vea;
    yo ya no busco peleas,
    las contiendas no me gustan,
    pero ni sombras me asustan
    ni bultos que se menean.


    La creía ya desollada,
    mas todavía falta el rabo,
    y por lo visto no acabo
    de salir de esta jarana;
    pues esto es lo que se llama
    remacharsele a uno el clavo.


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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 29 Mayo 2015, 06:10

    Efectivamente, Walter: una obra maestra. Tras ella - la vamos a pasar entera-  y antes de pasar al siguiente autor ( JOSÉ MARTÍ ) haremos unas referencias críticas. Hasta Don Miguel de Unamuno hizo un estudio de la obra poniéndola por los cielos. Y después de las mismas Lluvia y yo tenemos una sorpresa para la cual vamos a precisar la colaboración de varias personas. Tenemos que madurar nuestra propuesta pero creo que resultará interesante. La semana próxima te la comento.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 29 Mayo 2015, 12:51

    MARTIN FIERRO

    VII (cont.)

    Había estao juntando rabia
    el moreno dende ajuera:
    en lo oscuro le brillaban
    los ojos como linternas.

    Lo conocí retobao
    me acerqué y le dije presto:
    "Por ... r .. rudo que un hombre sea,
    nunca se enoja por esto."

    Corcovió el de los tamangos,
    y creyéndose muy fijo:
    "Más porrudo serás vos,
    gaucho rotoso", me dijo.

    Y ya se me vino el humo
    como a buscarme la hebra,
    y un golpe le acomodé
    con el porrón de giñebra.

    Ahí no más pegó el de ollín
    más gruñidos que un chanchito,
    y pelando el envenado
    me atropelló dando gritos.

    Pegué un brinco y abrí cancha
    diciéndoles: "caballeros,
    dejen venir ese toro.
    Solo nací..., solo muero."

    El negro, después del golpe
    se había el poncho refalao
    y dijo: "Vas a saber
    si es solo o acompañao."

    Y mientras se arremangó
    yo me saqué las espuelas,
    pues malicié que aquel tío
    no era de arriar con las riendas.

    No hay cosa como el peligro
    pa refrescar un mamao:
    hasta la vista se aclara
    por mucho que aiga chupao.

    El negro me atropelló
    como a quererme comer;
    me hizo dos tiros seguidos
    y los dos le abarajé.

    Ýo tenía un facón con S
    que era de lima de acero;
    le hice un tiro, lo quitó,
    y vino ciego el moreno.

    Y en el medio de las aspas
    un planaso le asenté
    que largué culebriando
    lo mesmo que buscapié.

    Le coloriaron las motas
    con la sangre de la herida,
    y volvió a venir furioso
    como una tigra parida.

    Y ya me hizo relumbrar
    por los ojos el cuchillo,
    alcanzando con la punta
    a cortarme en un carrillo.

    Me hirvió la sangre en las venas
    y me le afirmé al moreno
    dándole de punta y hacha
    pa dejar un diablo menos.

    Por fin en una topada
    en el cuchillo lo alcé.
    y como un saco de güesos
    contra el cerco lo largué.

    Tiró unas cuantas patadas
    y ya cantó pa el carnero.
    Nunca me puedo olvidar
    de la agonía de aquel negro.

    En esto la negra vino,
    con los ojos como agí,
    y empezó, la pobre allí,
    a bramar como una loba.
    Yo quise darle una soba
    a ver si la hacía callar;
    mas pude reflexionar
    que era malo en aquel punto,
    y por respeto al dijunto
    no la quise castigar.

    Limpié el facón en los pastos,
    desaté mi redomón,
    monté despacio y salí
    al tranco pa el cañadón.

    Después supe que al finao
    ni siquiera lo velaron
    y retobao en un cuero
    sin resarle lo enterraron.

    Y dicen que dende entonces,
    cuando es la noche serena
    suele verse una luz mala
    como de alma que anda en pena.

    Yo tengo intención a veces,
    para que no pene tanto,
    de sacar de allí los güesos
    y echarlos al campo santo.

    (Fin del CANTO VII )


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    Mensaje por Walter Faila Vie 29 Mayo 2015, 14:07

    Gracias amigos, quiero hacer una referencia:

    El poema en realidad está escrito en idioma gauchesco, por lo que a veces la rima parece mala, pero lo que sucede es que al pasarla al español correcto, se rompe sin querer:
    Ejemplo:

    reí, debería leerse réi

    caí, debería ser en gauchesco "cái"

    un mínimo detalle, abrazos y gracias de nuevo. Me encanta lo que tienen planeado con Martí y con lo que sigue del Martín Fierro.-
    Gracias


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 31 Mayo 2015, 00:49

    Bien, Walter: la trascripción que yo estoy haciendo de MARTIN FIERRO, es de una edición de Octubre de 1973, Barcelona. Pero ella toma como base la Edición original de Buenos Aires, diciembre de 1872; incluida la carta del poeta  al editor, Don José Zoilo Miguens. Esta precisión que te estoy haciendo no es una anécdota. Pensaba hablar de ello en el momento de hacer alguna reflexión crítica sobre la obra. Tiene, dicha edición, en total 884 ANOTACIONES. Lo digo con mayúscula porque yo que no sé cortar, copiar ni pegar ( nada, no soy capaz de aprenderlo y a mi hijo Pablo ya lo tengo aburrido) he suprimido dichas anotaciones. ¿POR QUÉ?

    La respuesta es compleja. Yo hace muchos, muchos años que leí vuestro MARTÍN FIERRO - un libro distinto al que ahora estoy usando que debía contener las misma anotaciones-. Y esas anotaciones, para mí - que soy cazurro, perdóname - son más un inconveniente en suma que aclaraciones pertinentes. Yo no puedo estar leyendo un poema y cada dos por tres cortar su lectura para ver qué significa tal o cual palabra o tal o cual expresión. Al principio ello me inhibió. Pero capté varias cosas:

    1.- Estaba ante un grandísimo poema, no por extensión sino por calidad.
    2.- No estaba ante un poema escrito en lengua española. Aunque sí asimilable a la lengua española por tener su procedencia.
    3.- El poema se lee de corrido  y no es nada difícil su interpretación. Es decir se entiende. Y una capta perfectamente que en la inmensidad de la PAMPA ARGENTINA, los GAUCHOS modifiquen el idioma en función de su propia soledad. ¿Dónde está la ACADEMIA...? La Academia es la propia experiencia vital del gaucho.
    4.- Una vez empapado del poema y de sus inmensas reflexiones ya se puede ir a las anotaciones porque siempre enseñan algo. Pero insisto, primero hay que leerlo, mamarlo, impregnarse de él.
    5.- La Biblia Argentina es una maravilla.
    6.- Ya hablaré de lo que estamos haciendo Lluvia y yo al traer a Martín Fierro al espacio Poesía Social.
    7.- Al principio, si he de serte sincero, nos sentimos desolados. Yo más que ella. ¿Qué ocurre para qué un espacio como este, con tanto trabajo, sea tan poco visitado...? PREGUNTA ERRÓNEA. Uno hace su trabajo porque le gusta y gana con él: en humanidad y en poesía.

    Gracias por todo. Un abrazo.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Dom 31 Mayo 2015, 01:20, editado 1 vez


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 31 Mayo 2015, 01:17

    La vuelta de Martín Fierro

    XXXI


    Y después de estas palabras
    que ya la intención revelan,
    procurando los presentes
    que no se armara pendencia,
    se pusieron de por medio
    y la cosa quedó quieta.
    Martín Fierro y los muchachos,
    evitando la contienda,
    montaron y paso a paso,
    como el que miedo no lleva,
    a la costa de un arroyo
    llegaron a echar pie a tierra.
    Desensillaron los pingos
    y se sentaron en rueda,
    refiriéndose entre sí
    infinitas menudencias
    porque tiene muchos cuentos
    y muchos hijos la ausencia.
    Allí pasaron la noche
    a la luz de las estrellas,
    porque ese es un cortinao
    que lo halla uno donde quiera,
    y el gaucho sabe arreglarse
    como ninguno se arregla:
    el colchón son las caronas,
    el lomillo es cabecera,
    el cochinillo es blandura
    y con el poncho o la jerga;
    para salvar del rocío,
    se cubre hasta la cabeza.
    Tiene su cuchillo al lado
    -pues la precaución es buena-,
    freno y rebenque a la mano,
    y, teniendo el pingo cerca,
    que pa asegurarlo bien
    la argolla del lazo entierra
    -aunque el atar con el lazo
    da del hombre mala idea-,
    se duerme así muy tranquilo
    todita la noche entera;
    y si es lejos del camino,
    como manda la prudencia,
    mas seguro que en su rancho
    uno ronca a pierna suelta
    pues en el suelo no hay chinche
    y es una cuja camera
    que no ocasiona disputas
    y que naide se la niega.
    Además de eso, una noche
    la pasa uno como quiera,
    y las va pasando todas
    haciendo la misma cuenta;
    y luego los pajaritos
    al aclarar lo despiertan,
    porque el sueño no lo agarra
    a quien sin cenar se acuesta.
    Así, pues, aquella noche
    fué para ellos una fiesta,
    pues todo parece alegre
    cuando el corazón se alegra.
    No pudiendo vivir juntos
    por su estado de pobreza,
    resolvieron separarse
    y que cada cual se fuera
    a procurarse un refugio
    que aliviara su miseria.
    Y antes de desparramarse
    para empezar vida nueva,
    en aquella soledad
    Martín Fierro, con prudencia,
    a sus hijos y al de Cruz
    les habló de esta manera:


    XXXII


    -Un padre que da consejos
    más que padre es un amigo;
    así como tal les digo
    que vivan con precaución:
    naide sabe en que rincón
    se oculta el que es su enemigo.


    Yo nunca tuve otra escuela
    que una vida desgraciada:
    no extrañen si en la jugada
    alguna vez me equivoco,
    pues debe saber muy poco
    aquel que no aprendió nada.


    Hay hombres que de su ciencia
    tienen la cabeza llena;
    hay sabios de todas menas,
    mas digo, sin ser muy ducho:
    es mejor que aprender mucho
    el aprender cosas buenas.


    No aprovechan los trabajos
    si no han de enseñarnos nada;
    el hombre, de una mirada,
    todo ha de verlo al momento:
    el primer conocimiento
    es conocer cuándo enfada.


    Su esperanza no la cifren
    nunca en corazón alguno;
    en el mayor infortunio
    pongan su confianza en Dios;
    de los hombres, sólo en uno;
    con gran precaución en dos.


    Las faltas no tiene límites
    como tienen los terrenos;
    se encuentran en los mas buenos,
    y es justo que les prevenga:
    aquel que defectos tenga,
    disimule los ajenos.


    Al que es amigo, jamás
    lo dejen en la estacada,
    pero no le pidan nada
    ni lo aguarden todo de el:
    siempre el amigo más fiel
    es una conducta honrada.


    Ni el miedo ni la codicia
    es bueno que a uno le asalten,
    así, no se sobresalten
    por los bienes que perezcan;
    al rico nunca le ofrezcan
    y al pobre jamás le falten.


    Bien lo pasa, hasta entre pampas,
    el que respeta a la gente;
    el hombre ha de ser prudente
    para librarse de enojos:
    cauteloso entre los flojos,
    moderado entre valientes.


    El trabajar es la ley,
    porque es preciso adquirir;
    no se expongan a sufrir
    una triste situación:
    sangra mucho el corazón
    del que tiene que pedir.


    Debe trabajar el hombre
    para ganarse su pan;
    pues la miseria, en su afán
    de perseguir de mil modos,
    llama en la puerta de todos
    y entra en la del haragán.


    A ningún hombre amenacen,
    porque naide se acobarda;
    poco en conocerlo tarda
    quien amenaza imprudente:
    que hay un peligro presente
    y otro peligro se aguarda.


    Para vencer un peligro,
    salvar de cualquier abismo
    -por experiencia lo afirmo-,
    más que el sable y que la lanza
    suele servir la confianza
    que el hombre tiene en si mismo.


    Nace el hombre con la astucia
    que ha de servirle de guía;
    sin ella sucumbiría:
    pero, según mi experiencia,
    se vuelve en unos prudencia
    y en los otros picardía.


    Aprovecha la ocasión
    el hombre que es diligente;
    y, ténganlo bien presente:
    si al compararla no yerro,
    la ocasión es como el fierro:
    se ha de machacar caliente.


    Muchas cosas pierde el hombre
    que a veces las vuelve a hallar;
    pero les debo enseñar,
    y es bueno que lo recuerden:
    si la vergüenza se pierde,
    jamás se vuelve a encontrar.


    Los hermanos sean unidos
    porque ésa es la ley primera
    tengan unión verdadera
    en cualquier tiempo que sea,
    porque, si entre ellos pelean,
    los devoran los de afuera.


    Respeten a los ancianos:
    el burlarlos no es hazaña;
    si andan entre gente extraña
    deben ser muy precavidos,
    pues por igual es tenido
    quien con malos se acompaña.


    La cigüeña, cuando es vieja,
    pierde la vista, y procuran
    cuidarla en su edad madura
    todas sus hijas pequeñas:
    aprendan de las cigüeñas
    este ejemplo de ternura.


    Si les hacen una ofensa,
    aunque la echen en olvido,
    vivan siempre prevenidos;
    pues ciertamente sucede
    que hablará muy mal de ustedes
    aquel que los ha ofendido.


    El que obedeciendo vive
    nunca tiene suerte blanda,
    mas con su soberbia agranda
    el rigor en que padece:
    obedezca al que obedece
    y será bueno el que manda.


    Procuren de no perder
    ni el tiempo ni la vergüenza;
    como todo hombre que piensa,
    procedan siempre con juicio;
    y sepan que ningún vicio
    acaba donde comienza.


    Ave de pico encorvado
    le tiene al robo afición;
    pero el hombre de razón
    no roba jamás un cobre,
    pues no es vergüenza ser pobre
    y es vergüenza ser ladrón.


    El hombre no mate al hombre
    ni pelé por fantasía;
    tiene en la desgracia mía
    un espejo en que mirarse;
    saber el hombre guardarse
    es la gran sabiduría.


    La sangre que se derrama
    no se olvida hasta la muerte;
    la impresión es de tal suerte,
    que, a mi pesar, no lo niego,
    caí como gotas de juego
    en la alma del que la vierte.


    Es siempre, en toda ocasión,
    el trago el peor enemigo;
    con cariño se los digo,
    recuérdenlo con cuidado:
    aquel que ofende embriagado
    merece doble castigo.


    Si se arma algún revolutis,
    siempre han de ser los primeros,
    no se muestren altaneros,
    aunque la razón les sobre:
    en la barba de los pobres
    aprendan pa ser barberos.


    Si entregan su corazón
    a alguna mujer querida,
    no le hagan una partida
    que la ofenda a la mujer:
    siempre los ha de perder
    una mujer ofendida.


    Procuren, si son cantores,
    el cantar con sentimiento,
    ni templen el instrumento
    por sólo el gusto de hablar,
    y acostúmbrense a cantar
    en cosas de fundamento.


    Y les doy estos consejos
    que me ha costado adquirirlos,
    porque deseo dirigirlos;
    pero no alcanza mi ciencia
    hasta darles la prudencia
    que precisan pa seguirlos.


    Estas cosas y otras muchas
    medité en mis soledades;
    sepan que no hay falsedades
    ni error en estos consejos:
    es de la boca del viejo
    de ande salen las verdades.


    Última edición por Lluvia Abril el Dom 31 Mayo 2015, 01:58, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 31 Mayo 2015, 01:23

    MARTÍN FIERRO.

    VIII.

    Otra vez, en un boliche
    estaba haciendo la tarde;
    cayó un gaucho que hacía alarde
    de guapo y de peliador.

    A la llegada metió
    el pingo hasta la ramada,
    y yo sin decirle nada
    me quedé en el mostrador.

    Era un terne de aquel pago
    que naides lo reprendía
    que sus enriedos tenía
    con el señor comendante.

    Y como era protegido,
    andaba muy entonao,
    y a cualquier desgraciao
    lo llevaba por delante.

    ¡Ah, pobre, si el mismo creiba
    que la vida le sobraba!
    Ninguno diría que andaba
    aguaitándoló la muerte.

    Pero ansí pasa en el mundo,
    es ansí la triste vida:
    pa todos está escondida
    la güena o la mala suerte.

    Se tiró al suelo; al dentrar
    le dio un empeyón a un vasco,
    y me alargó un medio frasco
    diciendo: "Beba, cuñao."
    "Por su hermana, contesté,
    que por la mía no hay cuidao."

    "¡Ah, gaucho!, me respondió,
    ¿de qué pago será criollo?
    Lo andará buscando el hoyo,
    deberá tener güen cuero;
    pero ande bala este toro
    no bala ningún ternero."

    Y ya salimos trensaos,
    porque el hombre no era lerdo;
    mas como el tino no pierdo
    y soy medio ligerón,
    lo dejé mostrando el sebo
    de un revez con el facón.

    Y como con la justicia
    no andaba bien por allí,
    cuando pataliar lo vi
    y el pulpero pegó el grito,
    ya pa el palenque salí
    como haciéndome el chiquito.

    Monté y me encomendé a Dios,
    rumbiando para otro pago;
    que el gaucho que llaman vago
    no puede tener querencia,
    y ansí, de estrago en estrago,
    vive yorando la ausencia.

    El anda siempre juyendo.
    Siempre pobre y perseguido;
    no tiene cueva ni nido,
    como si juera maldito;
    porque el ser gaucho...¡barajo!,
    el ser gaucho es un delito.

    Es como el patrio de posta:
    lo larga éste, aquél lo toma,
    nunca se acaba la broma;
    dende chico se parece
    al arbolito que crece
    desamparao en la loma.

    Le echan la agua del bautismo
    aquel que nació en la selva;
    "buscá madre que te envuelva",
    se dice el flaire, y lko larga,
    y dentra a crusar el mundo
    como burro con la carga.

    Y se cría viviendo al viento
    como oveja sin trasquila,
    mientras su padre en las filas
    anda sirviendo al Gobierno.
    Aunque tirite en invierno,
    naides lo ampara ni asila.

    Lo llaman "gaucho mamao"
    si lo pillan divertido,
    y que es mal entretenido
    si en un baile lo sorprienden;
    hace mal si se defiende
    Y si no, se ve... fundido.

    No tiene hijos, ni mujer,
    ni amigos ni protetores;
    pues todos son sus señores,
    sin que ninguno lo ampare.
    Tiene la suerte del güey,
    ¿y dónde ira el güey que no are?

    Su casa es el pajonal,
    su guarida es el desierto;
    y si de hambre medio muerto
    le echa el lazo a algún mamón,
    lo persiguen como a plaito
    porque es un "gaucho ladrón".

    Y si de un golpe por ahí
    le dan güelta panza arriba,
    no hay un alma compasiva
    que le rese una oración;
    tal vez como cimarrón
    en una cueva lo tiran.

    El nada gana en la paz
    y es el primero en la guerra;
    no le perdonan si yerra,
    que no saben perdonar,
    porque el gaucho en esta tierra
    sólo sirve pa votar.

    Para él son los calabozos,
    para él las duras prisiones,
    en su boca no hay razones
    aunque la razón le sobre;
    que son campanas de palo
    las razones de los pobres.

    Si uno aguanta, es gaucho bruto;
    si no aguanta, es gaucho malo.
    ¡Déle azote, déle palo!,
    porque es lo que el necesita.
    De todo el que nació gaucho
    esta es la puerta maldita.

    Vamos suerte, vamos juntos,
    dende que juntos nacimos;
    y ya que juntos vivimos
    sin podernos dividir,
    yo abriré con mi cuchillo
    el camino a seguir.

    (Fin del Canto VIII)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Lun 01 Jun 2015, 00:35, editado 1 vez


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 31 Mayo 2015, 02:06

    Y llega el último canto de los treinta y tres.
    En "la vuelta", Martín Fierro, quien se había mostrado rebelde en la primera parte y convertido en gaucho matrero (fuera de la ley), aparece más reflexivo y moderado, a la vez que el libro se vuelca a la historia de sus hijos. Dicho está al principio, pero que repito en el final.


    XXXIII


    Después a los cuatro vientos
    los cuatro se dirigieron;
    una promesa se hicieron
    que todos debían cumplir;
    mas no la puedo decir
    pues secreto prometieron.


    Les advierto solamente
    -y esto a ninguno le asombre,
    pues muchas veces el hombre
    tiene que hacer de ese modo-;
    convinieron entre todos
    en mudar allí de nombre.


    Sin ninguna intención mala
    lo hicieron, no tengo duda;
    pero es la verdad desnuda
    -siempre suele suceder-:
    aquel que su nombre muda
    tiene culpas que esconder.


    Y ya dejo el estrumento
    con que he divertido a ustedes;
    todos conocerlo pueden
    que tuve constancia suma:
    este es un botón de pluma
    que no hay quien lo desenrede.


    Con mi deber he cumplido,
    y ya he salido del paso;
    pero diré, por si acaso,
    pa que me entiendan los criollos:
    todavía me quedan rollos
    por si se ofrece dar lazo.


    Y con esto me despido
    sin expresar hasta cuándo;
    siempre corta por lo blando
    el que busca lo seguro,
    mas yo corto por lo duro,
    y así he de seguir cortando.


    Vive el águila en su nido,
    el tigre vive en su selva,
    el zorro en la cueva ajena,
    y, en su destino inconstante,
    solo el gaucho vive errante
    donde la suerte lo lleva.


    Es el pobre en su orfandad
    de la fortuna el desecho,
    porque naide toma a pechos
    el defender a su raza:
    debe el gaucho tener casa,
    escuela, iglesia y derechos.


    Y han de concluir algún día
    estos enredos malditos;
    la obra no la facilito
    porque aumentan el fandango
    los que están, como el chimango
    sobre el cuero y dando gritos.


    Mas Dios ha de permitir
    que esto llegue a mejorar;
    pero se ha de recordar,
    para hacer bien el trabajo,
    que el juego, pa calentar,
    debe ir siempre por abajo.


    En su ley está el de arriba
    si hace lo que le aproveche;
    de sus favores sospeche
    hasta el mismo que lo nombra
    siempre es dañosa la sombra
    del árbol que tiene leche.


    Al pobre, al menor descuido,
    lo levantan de un sogazo,
    pero yo comprendo el caso
    y esta consecuencia saco:
    el gaucho es el cuero flaco:
    da los tientos para el lazo.


    Y en lo que explica mi lengua
    todos deben tener fe;
    así; pues, entiendanmé,
    can codicias no me mancho:
    no se ha de llover el rancho
    en donde este libro esté.


    Permítanme descansar,
    ¡pues he trabajado tanto!
    En este punto me planto
    y a continuar me resisto:
    estos son treinta y tres cantos,
    que es la misma edad de Cristo.


    Y guarden estas palabras
    que les digo al terminar:
    en mi obra he de continuar
    hasta dárselas concluida,
    si el ingenio o si la vida
    no me llegan a faltar.


    Y si la vida me falta,
    tenganló todos por cierto
    que el gaucho, hasta en el desierto,
    sentirá en tal ocasión
    tristeza en el corazón,
    al saber que yo estoy muerto.


    Pues son mis dichas desdichas
    las de todos mis hermanos;
    ellos guardaran ufanos
    en su corazón mi historia:
    me tendrán en su memoria
    para siempre mis paisanos.


    Es la memoria un gran don,
    calidad muy meritoria;
    y aquellos que en esta historia
    sospechen que les doy palo,
    sepan que olvidar lo malo
    también es tener memoria.


    Mas naide se crea ofendido
    pues a ninguno incomodo,
    y si canto de este modo,
    por encontrarlo oportuno,
    no es para mal de ninguno
    sino para bien de todos.


    FIN







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    Mensaje por Walter Faila Dom 31 Mayo 2015, 16:00

    Gracias Pascual por tu respuesta tan linda, lo que sucede es que a veces se malinterpreta, por eso las anotaciones, fíjate tú en este verso:

    "La sangre que se derrama
    no se olvida hasta la muerte;
    la impresión es de tal suerte,
    que, a mi pesar, no lo niego,
    caí como gotas de juego
    en la alma del que la vierte"

    (cambia el caí, por cái -cae ( el acento es solo por la lectura, en realidad no lo lleva) y juego es : fuego, aunque ellos hablaban así, decían juego)

    La sentencia cambia abruptamente.-

    Gracias de nuevo y gracias por tan inmensa labor, no solo con el Martín Fierro, este espacio es bello, pero no hay gente ni en el foro de libres, imagina que menos en los otros espacios. Pero...hay un pero. Este espacio está abierto y si te fijas, hay muchas lecturas que vienen de afuera y no se deja un comentario porque no pueden, pero si que se lee.-

    Besos Lluvia, a ti tambien, gracias


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 31 Mayo 2015, 23:40

    Gracias, nuevamente, Walter. Y ahora por recomendar este espacio. Me falta terminar, intentaré hacerlo esta semana. Ando un poco liado  con la conclusión de un poemario que debo repasar y corregir en 6 o 7 días.
    Cuando hable con Lluvia te planteo lo idea que nos ronda.
    Abrazos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 01 Jun 2015, 00:28

    Recibido, Walter.
    Y te sigo y persigo, Pascual, no lo olvides, jeje.
    Besos, y me voy.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 01 Jun 2015, 00:38

    MARTÍN FIERRO

    IX

    Matreriando lo pasaba
    y a las casas no venía.
    Solía arrimarme de día;
    mas, lo mesmo que el carancho,
    siempre estaba sobre el rancho
    espiando a la policía.

    Viva el gaucho que ande mal
    como zorro perseguido,
    hasta que al menor descuido
    se lo atarazquen los perros,
    pues nunca le falta un yerro
    al hombre más advertido.

    Y en esa hora de la tarde
    en que tuito se adormese,
    que el mundo dentrar parece
    a vivir en pura calma,
    con las tristezas de su alma
    al pajonal enderiese.

    Bala el tierno corderito
    al lao de la blanca oveja,
    y a la vaca que se aleja
    llama el ternero amarrao;
    pero el gaucho desgraciao
    no tiene a quién dar su queja.

    Ansí es que al venir la noche
    iva abuscar mi guarida,
    pues ande el tigre se anida
    también el hombre lo pasa,
    y no quería que en las casas
    me rodiara la partida.

    Pues aun cuando vengan ellos
    cumpliendo con sus deberes,
    yo tengo otros pareceres,
    y en esa conduta vivo;
    que no debe un gaucho altivo
    peliar entre las mujeres.

    Y al campo me iba solito,
    más matrero que el venao,
    como perro abandonao
    a buscar una tapera,
    oen alguna biscachera
    pasar la noche tirao.

    Sin punto ni rumbo fijo
    en aquella inmensidá,
    entre tanta oscuridá
    anda el gaucho como duende;
    allí jamás lo sorpriende,
    dormido, la autoridá´.

    Su esperanza es el coaje,
    su guardia es la precaución
    su pingo es la salvasión,
    y pasa uno en su desvelo,
    sin más amparo que el cielo
    ni otro amigo que el facón.

    .......................................

    Así me hallaba una noche,
    contemplando las estrellas,
    que le parecen más bellas
    cuando uno es más desgraciao
    y que Dios las aiga criao
    para consolarse en ellas.

    Les tiene el hombre cariño,
    y siempre con alegría
    ve salir las Tres Marías;
    que si llueve, cuanto escampa,
    las estrellas son la guía
    que el gaucho tiene en la pampa.

    Aquí no valen dotores,
    sólo vale la esperencia;
    aquí verían su inocencia
    esos que todo lo saben;
    porque esto tiene otra llave
    y el gaucho tiene su cencia.

    Es triste en medio del campo
    pasarse noches enteras
    contemplando en sus carreras
    las estrellas que Dios cría,
    sin tener más compañía
    que su soledá y las fieras.

    Me encontraba , como digo,
    en aquella soledá,
    entre tanta oscuridá,
    echando al viento mis quejas,
    cuando el grito del chajá
    me hizo parar la orejas.

    Como lumbriz me pequé
    al suelo para escuchar;
    pronto sentí retumbar
    las pisadas de los fletes,
    y que eran muchos jinetes
    conocí sin vasilar.

    Cuando el hombre está en peligro
    no debe tener confianza;
    ansí, tendido de panza,
    puse toda mi atención,
    y ya escuché sin tardanza
    como el ruido de un latón.

    Se venían tan calladitos
    que yo me puse en cuidao;
    tal vez me habieran bombiao
    y me venían a buscar;
    mas no quise disparar,
    que eso es de gaucho morao.

    Al punto me santigüe
    y eché de giñebra un taco;
    lo mesmito que el mataco
    me arroyé con el porrón:
    "Si han de darme pa tabaco,
    dige, ésta es güena ocasión."

    Me refalé las espuelas
    para no peliar con grillos;
    me arremangué el calzoncillo
    y me ajusté bien la faja.
    Y en una mata de paja
    prové el filo del cuchillo.

    Para tenerlo a la mano
    el flete en el pasto até,
    la cincha le acomodé,
    y en un trance como aquél,
    haciendo espaldas en él
    quietito los aguardé.

    Cuanto cerca los sentí
    y que ahí no más se pararon,
    loa pelos se me erizaron,
    y aunque nada vían mis ojos
    "No se han de morir de antojos",
    les dije cuando llegaron.

    Yo quise hacerles saber
    que allé se hallaba un varón;
    les conocí la intención,
    y solamente por eso
    es que les gané el tirón
    sin aguardar voz de preso.

    "Vos sos un gaucho matrero",
    dijo uno, haciéndose el güeno.
    "Vos matastes un moreno
    y otro en una pulpería,
    y aquí está la policía,
    que viene a justar tus cuentas,
    te va a alzar por las cuarenta
    si te resistís hoy día."

    "No me vengan, contesté,
    con relación de dijuntos;
    esos son otros asuntos;
    vean si me pueden llevar,
    que yo no me he de entregar
    aunque vengan todos juntos." (cont.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Mar 02 Jun 2015, 23:44, editado 1 vez


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    Mensaje por cecilia gargantini Lun 01 Jun 2015, 21:37

    Gracias, queridos Pascual y Lluvia,por poner aquí la obra cumbre de nuestra literatura gauchesca!!!!!!!!!!!!!
    Besitosssssssssss miles para cada uno y gracias una vez más

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