La vuelta de Martin Fierro
X
Dende ese punto era fuerza
abandonar el desierto,
pues me hubieran descubierto,
y aunque lo maté en pelea,
de fijo que me lancean
por vengar al indio muerto.
A la afligida cautiva
mi caballo le ofrecí:
era un pingo que adquirí,
y, donde quiera que estaba,
en cuanto yo lo silbaba
venia a refregarse en mí.
Yo me lo senté al del pampa;
era un escudo tapao
(cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo),
y era un pingo como galgo
que sabía correr boliao.
Para correr en el campo
no hallaba ningún tropiezo;
los ejercitan en eso,
y los ponen como luz,
de dentrarle a un avestruz
y boliar bajo el pescuezo.
El pampa educa al caballo
como pa un etrevero:
como rayo es de ligero
en cuando el indio lo toca,
y como trompo en la boca
da vueltas sobre un cuero.
Lo varea en la madrugada
(jamás falta a este deber),
luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales:
así esos animales
es cuanto se puede ver.
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
¡fue pucha!, y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con prolijidad lo amansa
sin dejarlo corcoviar.
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea;
horas enteras emplea,
y, por fin, sólo lo deja
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.
Jamás le sacude un golpe,
porque lo trata al bagual
con paciencia sin igual
-al domarlo no le pega-,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
Y aunque yo sobre los bastos
me sé sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo:
con paciencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.
Así todo el que procure
tener un pingo modelo,
lo ha de cuidar con desvelo
y debe impedir también
el que de golpes le den
o tironeen en el suelo.
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y, si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretextos
y vueltas para ensillarlo;
dicen que es por quebrantarlo,
mas comprende cualquier bobo
que es de miedo del corcovo,
y no quieren confesarlo.
El animal yegüerizo
-perdónenme esta advertencia-
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la paciencia.
Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda;
es bueno que el hombre aprenda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangoyadores
que andan de bozal y, rienda.
Me vine, como les digo,
trayendo esa compañera;
marchamos la noche entera,
haciendo nuestro camino,
sin más rumbo que el destino
que nos llevara ande quiera.
Al muerto, en un pajonal
había tratao de enterrarlo,
y después de maniobrarlo
lo tapé bien con las pajas,
para llevar de ventaja
lo que emplearan en hallarlo.
En notando nuestra ausencia
nos habían de perseguir,
y, al decidirme a venir,
con todo mi corazón
hice la resolución
de pelear hasta morir.
Es un peligro muy serio
cruzar huyendo el desierto:
muchísimos de hambre han muerto,
pues en tal desasosiego
no se puede ni hacer juego,
para no ser descubierto.
Sólo el arbitrio del hombre
puede ayudarlo a salvar:
no hay auxilio que esperar,
sólo de Dios hay amparo;
en el desierto es muy raro
que uno se pueda escapar.
¡Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde!
¡Pobre de aquel que se pierde
o que su rumbo extravía!
Si alguien cruzarlo desea,
este consejo recuerde:
marque su rumbo de día
con toda fidelidad;
marche con puntualidad,
siguiéndolo con fijeza,
y, si duerme, la cabeza
ponga para el lao que va.
Observe con todo esmero
adonde el sol aparece;
si hay neblina y le entorpece
y no lo puede observar,
guárdese de caminar,
pues quien se pierde perece.
Dios le dió instintos sutiles
a toditos los mortales;
el hombre es uno de tales,
y en las llanuras aquellas,
lo guían el sol, las estrellas,
el viento y los animales.
Para ocultarnos de día
a la vista del salvaje,
ganábamos un paraje
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viaje.
Penurias de toda clase
y miserias padecimos:
varias veces no comimos
o comimos carne cruda,
y en otras, no tengan duda,
con raíces nos mantuvimos.
Después de mucho sufrir
tan peligrosa inquietud,
alcanzamos con salud
a divisar una sierra,
y al fin pisamos la tierra
en donde crece el ombú.
Nueva pena sintió el pecho
por Cruz, en aquel paraje,
y en humilde vasallaje
a la majestad infinita,
besé esta tierra bendita,
que ya no pisa el salvaje.
Al fin la misericordia
de Dios nos quiso amparar;
es preciso soportar
los trabajos con constancia:
alcanzamos a una estancia
después de tanto penar.
¡Ah! mismo me despedí
de mi infeliz compañera:
"Me voy", le dije, "ande quiera,
aunque me agarre el Gobierno,
pues, infierno por infierno
prefiero el de la frontera."
Concluyo esta relación,
ya no puedo continuar;
permítanme descansar:
están mis hijos presentes,
y yo ansioso porque cuenten
lo que tengan que contar.
XI
Y mientras que tomo un trago
pa refrescar el garguero,
y mientras templa el muchacho
y prepara su instrumento,
les contaré de qué modo
tuvo lugar el encuentro.
Me acerqué a algunas estancias
por saber algo de cierto,
creyendo que en tantos años
esto se hubiera compuesto;
pero cuanto saqué en limpio
qué que estábamos lo mismo.
Así, me dejaba andar
haciéndome el chancho rengo,
porque no me convenía
revolver el avispero;
pues no ignorarán ustedes
que en cuentas con el gobierno
tarde o temprano lo llaman
al pobre a hacer el arreglo.
Pero al fin tuve la suerte
de hallar un amigo viejo
que de todo me informó,
y por él supe al momento
que el Juez que me perseguía
hacía tiempo que era muerto:
por culpa suya he pasado
diez años de sufrimiento
y no son pocos diez años
para quien ya llega a viejo.
Y los he pasado así,
si en mi cuenta no me yerro:
tres años en la frontera,
dos como gaucho matrero,
y cinco allá entre los indios
hacen los diez como yo cuento.
Me dijo, a más, ese amigo
que anduviera sin recelo,
que todo estaba tranquilo,
que no perseguía el gobierno,
que ya naide se acordaba
de la muerte del moreno,
aunque si yo lo maté
mucha culpa tuvo el negro.
Estuve un poco imprudente,
puede ser, yo lo confieso,
pero el me precipitó,
porque me cortó primero,
y a más me cortó la cara,
que es un asunto muy serio.
Me aseguró el mismo amigo
que ya no había ni el recuerdo
de aquel que en la pulpería
lo dejé mostrando el sebo.
El de engreído, me buscó:
yo ninguna culpa tengo;
el mismo vino a pelearme,
y tal vez me hubiera muerto
si le tengo más confianza
o soy un poco más lerdo.
Fue suya toda la culpa
porque ocasionó el suceso.
Que ya no hablaban tampoco,
me lo dijo muy de cierto,
de cuando con la partida
llegué a tener el encuentro.
Esa vez me defendí
como estaba en mi derecho,
porque fueron a prenderme
de noche y en campo abierto:
se me acercaron con armas,
y, sin darme voz de preso,
me amenazaron a gritos
de un modo que daba miedo,
que iban a arreglar mis cuentas,
tratándome de matrero:
y no era el jefe el que hablaba
sino un cualquiera de entre ellos,
y ése, me parece a mí
no es modo de hacer arreglos,
ni con el que es inocente,
ni con el culpable menos.
-Con semejantes noticias
yo me puse muy contento
y me presenté ande quiera
como otros pueden hacerlo.
De mis hijos he encontrado
sólo a dos hasta el momento,
y de ese encuentro feliz
le doy las gracias al Cielo.
A todos cuantos hablaba
les preguntaba por ellos,
mas no me da ninguno
razón de su paradero.
Casualmente, el otro día
llegó a mi conocimiento
de una carrera muy grande
entre varios estancieros,
y huí como uno de tantos,
aunque no llevaba un medio.
No faltaban, ya se entiende,
en aquel gauchaje inmenso,
muchos que ya conocían
la historia de Martín Fierro;
y allí estaban los muchachos
cuidando unos parejeros.
Cuando me oyeron nombrar
se vinieron al momento,
diciéndome quiénes eran
aunque no me conocieron,
porque venía muy aindiao
y me encontraban muy viejo.
La junción de los abrazos
de los llantos y los besos
se deja pa las mujeres,
como que entienden el juego.
Pero el hombre, que comprende
que todos hacen lo mismo,
en público canta y baila,
abraza y llora en secreto.
Lo único que me han contado
es que mi mujer a muerto;
que en procuras de un muchacho
se fue la infeliz al pueblo,
donde infinitas miserias
habrá sufrido, por cierto;
que, por fin, a un hospital
fue a parar medio muriendo,
y en ese abismo de males
falleció al muy poco tiempo.
Les juro que de esa pérdida
jamás he de hallar consuelo,
muchas lágrimas me cuesta
dende que supe el suceso.
Mas dejemos cosas tristes
aunque alegrías no tengo;
me parece que el muchacho
ha templao y está dispuesto
vamos a ver qué tal lo hace
y a juzgar su desempeño.
Ustedes no lo conocen
yo tengo confianza en ellos,
no porque lleven mi sangre
-eso fuera de lo menos-,
sino porque dende chicos
han vivido padeciendo.
Los dos son aficionados;
les gusta jugar con juego,
vamos a verlos correr:
son cojos... hijos de rengo.
EL HIJO MAYOR DE MARTÍN FIERRO
XII
LA PENITENCIARIA
aunque el gajo se parece
al árbol de donde sale,
solía decirlo mi madre,
y en su razón estoy fijo:
"Jamás puede hablar el hijo
con la autoridad del padre".
Recordarán que quedamos
sin tener donde abrigarnos,
ni ramada ande ganarnos,
ni rincón ande meternos,
ni camisa que ponernos.
Ni poncho con que taparnos.
Dichoso aquel que no sabe
lo que es vivir sin amparo;
yo con verdad les declaro,
aunque es por demás sabido,
dende chiquito he vivido
en el mayor desamparo.
No le merman el rigor
los mismos que le socorren;
tal vez porque no se borren
los decretos del destino,
de todas parten lo corren
como ternero dañino.
Y vive como los bichos
buscando alguna rendija;
el huérfano es sabandija
que no encuentra compasión,
y el que anda sin dirección
es guitarra sin clavija.
Sentiré que cuanto digo
a algún oyente le cuadre.
Ni casa tenía, ni madre,
ni parentela, ni hermanos;
y todos limpian sus manos
en el que vive sin padre.
Lo cruza éste de un lazazo
lo abomba aquél de un moquete,
otro le busca el cachete,
y, entre tanto soportar,
suele a veces no encontrar
ni quien le arroje un zoquete.
Si lo recogen, lo tratan
con la mayor rigidez;
piensan que es mucho tal vez,
cuando ya muestra el pellejo,
si le dan un trapo viejo
pa cubrir su desnudez.
Me crié, pues, como les digo,
desnudo a veces y hambriento;
me ganaba mi sustento,
y así los años pasaban;
al ser hombre me esperaban
otra clase de tormentos.
Pido a todos que no olviden
lo que les voy a decir;
en la escuela del sufrir
he tomado mis lecciones,
y hecho muchas reflexiones
dende que empecé a vivir.
Si alguna falta cometo
la motiva mi ignorancia;
no vengo con arrogancia
y les diré, en conclusión,
que trabajando de peón
me encontraba en una estancia.
El que manda siempre puede
hacerle al pobre un calvario;
a un vecino propietario
un boyero le mataron,
y aunque a mí me lo achacaron
salió cierto en el sumario.
Piensen los hombres honrados
en la vergüenza y la pena
de que tendría el alma llena
al verme, ya tan temprano,
igual a los que sus manos
con el crimen envenenan.
Declararon otros dos
sobre el caso del difunto,
mas no se aclaró el asunto,
y el Juez, por darlas de listo,
"Amarrados como un Cristo",
nos dijo, "irán todos juntos".
"A la justicia ordinaria
voy a mandar a los tres."
Tenia razón aquel Juez,
y cuantos así amenacen;
ordinaria... es como la hacen:
lo he conocido después.
Nos remitió, como digo,
a esa justicia ordinaria,
y fuimos con la sumaria
a esa cárcel de malevos
que, por un bautismo nuevo,
le llaman penitenciaria.
El porqué tiene ese nombre
naide me lo dijo a mí,
mas yo me lo explico así:
le dirán penitenciaria
por la penitencia diaria,
que se sufre estando allí.
Criollo que caí en desgracia
tiene que sufrir un poco;
naide lo ampara tampoco
si no cuenta con recursos.
El gringo es de más discurso:
cuando mata, se hace el loco.
No sé el tiempo que corrió
en aquella sepultura;
si de ajuera no lo apuran,
el asunto va con pausa;
tienen la presa segura
y dejan dormir la causa.
Ignora el preso a que lado
se inclinará la balanza,
pero es tanta la tardanza
que yo les digo por mí:
el hombre que entre allí
deje afuera la esperanza.
Sin perfeccionar las leyes
perfeccionan el rigor;
sospecho que el inventor
habrá sido algún maldito:
por grande que sea un delito,
aquella pena es mayor.
Eso es para quebrantar
el corazón mas altivo;
los llaveros son pasivos,
pero más secos y duros
tal vez que los mismos muros
en que uno gime cautivo.
No es en grillo ni en cadenas
en lo que usted penará,
sino en una soledad
y un silencio tan profundo,
que parece que en el mundo
es el único que está.
El más altivo varón
y de colmillo gastao
allí se verá agobiao
y su corazón marchito,
al encontrarse encerrao
a solas con su delito.
En esa cárcel no hay toros,
allí todos son corderos;
no puede el más altanero,
al verse entre aquellas rejas,
sino amujar las orejas
y sufrir callao su encierro.
Y digo a cuantos ignoran
el rigor de aquellas penas,
yo, que sufrí las cadenas
del destino y su inclemencia:
que aprovechen la experiencia
del mal en cabeza ajena.
¡Ay! Madres, las que dirigen
al hijo de sus entrañas,
no piensen que las engaña,
ni que les habla un falsario
lo que es el ser presidiario
no lo sabe la campaña.
Hijas, esposas, hermanas,
cuantas quieren a un varón,
díganles que esa prisión
es un infierno temido,
donde no se oye más ruido
que el latir del corazón.
Allá el día no tiene sol,
la noche no tiene estrellas;
sin que le valgan querellas
encerrao lo purifican,
y sus lágrimas salpican
en las paredes aquellas.
En soledad tan terrible
de su pecho oye el latido;
lo sé, porque lo he sufrido,
y, creámelo el auditorio,
tal vez en el purgatorio
las almas hagan más ruido.
Cuentan esas horas eternas
para más atormentarse;
su lágrima al redamarse
calcula, en sus aflicciones,
contando sus pulsaciones,
lo que dilata en secarse.
Allí se amansa el más bravo,
allí se dobla el más fuerte;
el silencio es de tal suerte
que, cuando llegue a venir,
hasta se le han de sentir
las pisadas a la muerte.
Adentro mismo del hombre
se hace una revolución:
metido en esa prisión,
de tanto no mirar nada,
le nace y queda grabada
la idea de la perfección.
En mi madre, en mis hermanos,
en todos pensaba yo;
al hombre que allí entró
de memoria más ingrata,
fielmente se le retrata
todo cuanto afuera vió.
Aquel que ha vivido libre
de cruzar por donde quiera,
se aflige y se desespera
de encontrarse allí cautivo:
es un tormento muy vivo
que abate la alma más fiera.
En esa estrecha prisión,
sin poderme conformar,
no cesaba de exclamar:
¡qué diera yo por tener
un caballo en que montar
y una pampa en que correr!
En un lamento constante
se encuentra siempre embretao;
el castigo han inventao
de encerrarlo en las tinieblas,
y allí esta como amarrao
a un Fierro que no se dobla.
No hay un pensamiento triste
que al preso no lo atormente;
baja un dolor permanente
agacha al fin la cabeza,
porque siempre es la tristeza
hermana de un mal presente.
Vierten lágrimas sus ojos,
pero su pena no alivia;
en esa constante lidia
sin un momento de calma,
contempla con los del alma
felicidades que envidia.
Ningún consuelo penetra
detrás de aquellas murallas;
el varón de mas agallas,
aunque más duro que un perno,
metido en aquel infierno
sufre, gime, llora y calla.
De furor el corazón
se le quiere reventar,
pero no hay sino aguantar
aunque sosiego no alcance.
¡Dichoso, en tan duro trance,
aquel que sabe rezar!
¡Dirige a Dios su plegaria
el que sabe una oración!
En esa tribulación
gime olvidado del mundo,
y el dolor es más profundo
cuando no halla compasión.
En tan crueles pesadumbres,
en tan duro padecer,
empezaba a encanecer
después de muy pocos meses;
allí lamenté mil veces
no haber aprendido a leer.
Viene primero el furor,
después la melancolía;
en mi angustia no tenía
otro alivio ni consuelo,
sino regar aquel suelo
con lágrimas noche y día.
¡A visitar otros presos
sus familias solían ir!
Naide me visitó a mí
mientras estuve encerrado.
¡Quien iba a costearse allí
a ver a un desamparado!
¡Bendito sea el carcelero
que tiene buen corazón!
Yo sé que esta bendición
pocos pueden alcanzarla,
pues si tienen compasión
su deber es ocultarla.
Jamás mi lengua podrá
expresar cuanto he sufrido;
en ese encierro metido,
llaves, paredes, cerrojos
se graban tanto en los ojos
que uno los ve hasta dormido.
* * * * *
El mate no se permite;
no le permiten hablar;
no le permiten cantar
para aliviar su dolor,
y hasta el terrible rigor
de no dejarlo fumar.
La justicia es muy severa;
suele rayar en crueldad:
sufre el pobre que allí está
calenturas y delirios,
pues no existe peor martirio
que esa eterna soledad.
Conversamos con las rejas
por solo el gusto de hablar,
pero nos mandan callar
y es preciso conformarnos;
pues no se debe irritar
a quien puede castigarnos.
Sin poder decir palabra
sufre en silencio sus males,
y uno en condiciones tales,
se convierte en animal,
privao del don principal
que Dios hizo a los mortales.
Yo no alcanzo a comprender
por que motivo será
que el preso privado está
de los dones más preciosos
que el justo Dios bondadoso
otorgó a la humanidad.
Pues que de todos los bienes,
en mi ignorancia lo infiero,
que le dió al hombre altanero
su Divina Majestad,
la palabra es el primero,
el segundo es la amistad.
Y es muy severa la ley
que, por un crimen o un vicio,
somete al hombre a un suplicio
el más tremendo y atroz,
privado de un beneficio
que ha recibido de Dios.
La soledad causa espanto;
el silencio causa horror;
ese continuo terror
es el tormento más duro,
y en un presidio seguro
está demás tal rigor.
Ignora uno si de allí
saldrá pa la sepultura;
el que se halla en desventura
busca a su lao otro ser,
pues siempre es bueno tener
compañeros de amargura.
Otro más sabio podrá
encontrar razón mejor;
yo no soy rebuscador,
y ésta me sirve de luz:
se los dieron al Señor
al clavarlo en una cruz.
Y en las profundas tinieblas
en que mi razón existe,
mi corazón se resiste
a ese tormento sin nombre,
pues el hombre alegra al hombre
y el hablar consuela al triste.
* * * * *
Grábenlo como en la piedra
cuanto he dicho en este canto,
y, aunque yo he sufrido tanto,
debo confesarlo aquí:
el hombre que manda allí
es poco menos que un Santo.
Y son buenos los demás
(a su ejemplo se manejan),
pero por eso no dejan
las cosas de ser tremendas;
piensen todos y comprendan
el sentido de mis quejas.
Y guarden en su memoria
con toda puntualidad
lo que con tal claridad
les acabo de decir:
mucho tendrán que sufrir
si no creen en mi verdá.
Y si atienden mis palabras
no habrá calabozos llenos;
manéjense como buenos;
no olviden esto jamás;
aquí no hay razón de más;
mas bien las puse de menos.
Y con esto me despido
(todos han de perdonar):
ninguna debe olvidar
la historia de un desgraciado.
Quien ha vivido encerrado
poco tiene que contar.
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