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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 25 Jun 2015, 05:45

    Para la formación poética de Rubén Darío fue determinante la influencia de la poesía francesa. En primer lugar, los románticos, y muy especialmente Víctor Hugo. Más adelante, y con carácter decisivo, llega la influencia de los parnasianos: Théophile Gautier,Leconte de Lisle, Catulle Mendès y José María de Heredia. Y, por último, lo que termina por definir la estética dariana es su admiración por los simbolistas, y entre ellos, por encima de cualquier otro autor, Paul Verlaine. Recapitulando su trayectoria poética en el poema inicial de Cantos de vida y esperanza (1905), el propio Darío sintetiza sus principales influencias afirmando que fue "con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo".





    Temas cívicos y sociales


    Rubén Darío tuvo también una faceta, bastante menos conocida, de poeta social y cívico. Unas veces por encargo, y otras por deseo propio, compuso poemas para exaltar héroes y hechos nacionales, así como para criticar y denunciar los males sociales y políticos.
    Uno de sus más destacados poemas en esta línea es Canto a la Argentina, incluido en Canto a la Argentina y otros poemas, y escrito por encargo del diario bonaerense La Nación con motivo del primer centenario de la independencia del país austral. Este extenso poema (con más de 1.000 versos, es el más largo de los que escribió el autor), destaca el carácter de tierra de acogida para inmigrantes de todo el mundo del país sudamericano, y enaltece, como símbolos de su prosperidad, a la Pampa, a Buenos Aires y al Río de la Plata. En una línea similar está su poema, "Oda a Mitre", dedicado al prócer argentino Bartolomé Mitre.
    Su "A Roosevelt", incluido en Cantos de vida y esperanza, ya anteriormente mencionado, expresa la confianza en la capacidad de resistencia de la cultura latina frente al imperialismo anglosajón cuya cabeza visible es el entonces presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt. En "Los cisnes", perteneciente al mismo libro, el poeta expresa su inquietud por el futuro de la cultura hispánica frente al aplastante predominio de los Estados Unidos:

    ¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
    ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
    ¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
    ¿Callaremos ahora para llorar después?

    Una preocupación similar está presente en su famoso poema "Salutación del optimista". Muy criticado fue el giro de Darío cuando, con motivo de la Tercera Conferencia Interamericana, escribió, en 1906, su "Salutación al águila", en la que enfatiza la influencia benéfica de los Estados Unidos sobre las repúblicas latinoamericanas.
    En lo que a Europa se refiere, es notable el poema "A Francia" (del libro El canto errante). Esta vez la amenaza viene de la belicosa Alemania (un peligro real, como demostrarían los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial):

    ¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia!
    Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín.
    Del cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia?
    ¿Qué pueden las gracias, si Herakles agita su crin?


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 25 Jun 2015, 05:54

    Edición casi simultanea sin habernos puesto de acuerdo: ¡genial!


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 25 Jun 2015, 06:08

    Perdona, leí después que tú ibas a comenzar.(Te dejé un Email) Entrometida que soy, que le voy a hacer.
    Continua, por favor, y como va a sentarme mal,¡Jamás!
    Un beso.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 25 Jun 2015, 07:19

    Pascual Lopez Sanchez escribió:
    Bien, Lluvia, tengo un ratito esta mañana. Empiezo - y espero que no te siente mal- y luego tú amplías como creas.
    NICARAGUA: RUBÉN DARÍO.-
    Copio textualmente la Contraportada del libro: " Rubén Darío. Páginas Escogidas. Edición de Ricardo Gullón. CÁTEDRA. Letras Hispánicas. 15ª Edición. Madrid 2009".
    Esa Contraportada dice :
    "La obra de Rubén Darío ( 1867- 1916) es el ejemplo señero del Modernismo, movimiento literario que sintetiza distintas corrientes como la parnasiana, la simbolista, y que, frente al prosaísmo, aportó aires nuevos a la poesía española e hispanoamericana. La labor pionera de Darío introduce, como se observa a lo largo de estas páginas, desde símbolos inéditos, recreaciones míticas de diverso origen hasta una rica invención verbal y un desarrollo de ritmos y metros de rara musicalidad
    que marcaron un hito literario de gran influencia."
    Según la Cronología de las primeras páginas de dicho libro nace en METAPA, NICARAGUA, el 18 de Enero de 1867. Hijo de  Rosa Sarmiento y Manuel García. Y adoptado con tan sólo dos años por el Coronel Félix Ramírez Madregil y su esposa Bernarda Sarmiento. Muere en León, Nicaragua, el 16 de Febrero de  1916.
    Pero en lugar de ceñirnos a esa Cronología, metódica y completa, todo hay que decirlo, puesto que Rubén es no sólo poeta sino un gran narrador, nos remitimos a su
    AUTOBIOGRAFÍA.-
    I
    Tengo más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de desenvolverse mayor y más detalladamente.
    En la Catedral de León de Nicaragua, en la América Central, se encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? Según lo que algunos ancianos de a (cont.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 26 Jun 2015, 13:38

    AUTOBIOGRAFÍA.-


    "...Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por los Daríos, las Darías. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío; y en la catedral a que me he referido, en los cuadros donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre de tal manera.
    El matrimonio de Manuel García - diré mejor de Manuel Darío- y Rosa Sarmiento, fue un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada y sin efecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o como allá se dice, departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy Metapa.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 26 Jun 2015, 13:52

    AUTOBIOGRAFÍA.-

    II

    Mi primer recuerdo - debo haber sidoa la sazón muy niño, pues se me cargaba a horcajadas, en los cadriles, como se usa por aquellas tierras- es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora delgada, de vivos y brillantes ojos negros -¿negros?... no lo puedo afirmar seguramente..., mas así lo veo ahora en mi vago y como ensoñado recuerdo- blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella. Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado "el compadre Guillén". La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes: hasta el compadre Guillén montó en su mula. Se me encontró, por fin, lejos de la casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho ganado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó de mi bucólico refugio, se me dio unas cuantas nalgadas y aquí mi recuerdo de esa edad desaparece, como una vista de cinematógrafo.
    Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba y en poder de mi tía vuela materna, doña Bernarda Sarmiento de Ramírez , cuyo marido había ido  buscarme a Honduras. Era él un militar bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso caudillo Máximo Jerez, y de quien habla en sus memorias el filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban "el bocón", seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un buen sitio en algunos de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del coronel Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón, no sabía otra cosa. la imagen de mi madre se había borrado por completo de mi memoria. En mis libros de primeras letras, algunos de los cuales he podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida inscripción:
    Si este libro se perdiese,
    Como suele suceder,
    Suplico al que me lo hallase
    Me lo sepa devolver.
    Y si no sabe mi nombre
    aquí se lo voy a poner:
    FÉLIX RUBÉN RAMÍREZ
    El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fue mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se encuentra en el parque de León.
    Fui algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a cargo de mi tía abuela. fue mermando el bienestar de la viuda y llegó la escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción a la manera colonial; cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su pozo, árboles. rememoro un gran "jicaro", bajo cuyas ramas leía; y un granado, que aún existe; y otro árbol que da unas flores de un perfume que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se llaman "mapolas".
    La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los alero. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía como una araña... Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido, y dejaban un hedor  a azufre.
    Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se trataba de un documento perdido en una ya antiguo proceso de la curia. Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus  pajes, se dirigió a la catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando salió, "mandó tocar vacante"; todos creían en la ciudad, que hubiese fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fue que el documento perdido se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu, con otras cuantas tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables.
    Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera, cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de terrores.
    Los domingos llegaban a casa a jugar al fusilico viejos amigos, entre ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches había tertulia, en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y la noche cerraban mis párpados. Pasaba el "vendedor de arena"... Me iba deslizando.
    Quedaba dormido sobre el ruedo de la maternal falda, como un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos, caleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, como los que forman la linterna mágica,  creaban una visión extraña y para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía , hasta incalculables hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la decoración de colores, se hundía el punto rojo y  se apagaba , al ruido de una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran alivio; el sueño seguía, tranquilo. Por las mañanas mi almohada estaba llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal. ( Fin de II)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Dom 28 Jun 2015, 04:21, editado 2 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 26 Jun 2015, 16:11

    Mientras tú sigues con su autobiografía, si te parece comienzo con algunos de sus poemas en este campo (cívico social).

    En 1905, en Madrid apareció Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas. El título señala la organización del material en tres sectores: a) El primero incluye catorce poemas, desde la confesión inicial «Yo soy aquel que ayer no más decía. - - » a «Marcha triunfal»; b) «Los cisnes» une cuatro composiciones; c) la última parte, que contiene 41 poemas, desde «Retratos» a lo «fatal». El prólogo de Cantos de vida y esperanza se destaca en la lírica de Darío por muchos aspectos: «Cuando dije que mi poesía era mía, y sostuve la primera condición de mi existir, sin pretensión ninguna de causar sectarismo en mente o voluntad ajena y en un intenso amor a lo absoluto de la belleza»~. Presentarse como es, es la meta del poeta. Rubén Darío quiere ser sincero y así nace la poesía de Cantos de vida y esperanza. Sinceridad de hombre, de poeta, que le obliga a decir, y sinceridad de poeta, que le lleva no sólo a decir, sino a cantar, es una realidad sólo en el conjunto del poema. El acento del prólogo —el hombre explicándose a sí mismo, siendo él el que mira y lo mirado— lleva en sí ese estado de equívoco, infuso en la poesía, y en el cual dos elementos fundamentales se destacan: uno de la existencia, de una verdadera experiencia humana, y e] otro, la fuerza de voluntad de sobreponerse a su literalidad por medio de la objetivación artística, Así percibimos no una realidad, sino una visión o revelación. El prólogo tiene de todo: confesiones, explicaciones del contenido de la obra, recuerdos y programas, y aún doctrina de estética y moral. Así el poeta desde su interior nos dice en el prólogo que se vislumbra la historia de América Hispana en forma estética y de ahí que en las últimas líneas Rubén Darío diga en su prefacio: «Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental. Mañana podremos. Rubén Darío, Poesías completas, Manuel Antonio Arango L. ser yanquis (y es lo más probable): de todas maneras, mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpites» . Estas palabras son reforzadas por Rubén Darío, en virtud de la intervención política estadounidense en Hispanoamérica, que lo lleva a escribir su artículo contra Roosevelt titulado «La protestation d’un Ecrivan, el 22 de mayo de 1910, en Francia, en el cual muestra la doble moral del Presidente Roosevelt.


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    Mensaje por Lluvia Abril Vie 26 Jun 2015, 16:14

    Canto de esperanza

    Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
    Un soplo milenario trae amagos de peste.
    Se asesinan los hombres en el extremo Este.

    ¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
    Se han sabido presagios y prodigios se han visto
    y parece inminente el retorno de Cristo.

    La tierra está preñada de dolor tan profundo
    que el soñador, imperial meditabundo,
    sufre con las angustias del corazón del mundo.

    Verdugos de ideales afligieron la tierra,
    en un pozo de sombra la humanidad se encierra
    con los rudos molosos del odio y de la guerra.

    ¡Oh, Señor Jesucristo! ¡Por qué tardas, qué esperas
    para tender tu mano de luz sobre las fieras
    y hacer brillar al sol tus divinas banderas!

    Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
    sobre tanta alma loca, triste o empedernida,
    que amante de tinieblas tu dulce aurora olvida.

    Ven, Señor, para hacer la gloria de Ti mismo;
    ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
    ven a traer amor y paz sobre el abismo.

    Y tu caballo blanco, que miró el visionario,
    pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
    Mi corazón será brasa de tu incensario.


    Canto de la sangre

    Rubén Darío
    A Miguel Escalada


    Sangre de Abel. Clarín de las batallas.
    Luchas fraternales; estruendos, horrores;
    flotan las banderas, hieren las metrallas,
    y visten la púrpura los emperadores.

    Sangre del Cristo. El órgano sonoro.
    La viña celeste da el celeste vino;
    y en el labio sacro del cáliz de oro
    las almas se abrevan del vino divino.

    Sangre de los martirios. El salterio.
    Hogueras; leones, palmas vencedoras;
    los heraldos rojos con que del misterio
    vienen precedidas las grandes auroras.

    Sangre que vierte el cazador. El cuerno.
    Furias escarlatas y rojos destinos
    forjan en las fraguas del obscuro Infierno
    las fatales armas de los asesinos.

    ¡Oh sangre de las vírgenes! La lira.
    Encanto de abejas y de mariposas.
    La estrella de Venus desde el cielo mira
    el purpúreo triunfo de las reinas rosas.

    Sangre que la Ley vierte.
    Tambor a la sordina.
    Brotan las adelfas que riega la Muerte
    y el rojo cometa que anuncia la ruina.

    Sangre de los suicidas. Organillo.
    Fanfarrias macabras, responsos corales,
    con que de Saturno celébrase el brillo
    en los manicomios y en los hospitales.



    Letanía de nuestro señor don Quijote

    A Navarro Ledesma


    Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
    que de fuerzas alientas y de ensueños vistes,
    coronado de áureo yelmo de ilusión;
    que nadie ha podido vencer todavía,
    por la adarga al brazo, toda fantasía,
    y la lanza en ristre, toda corazón.

    Noble peregrino de los peregrinos,
    que santificaste todos los caminos
    con el paso augusto de tu heroicidad,
    contra las certezas, contra las conciencias,
    y contra las leyes y contra las ciencias
    y contra la mentira, contra la verdad...

    ¡Caballero errante de los caballeros,
    varón de varones, príncipe de fieros,
    par entre los pares, maestro, salud!
    ¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
    entre los aplausos o entre los desdenes,
    y entre las coronas y los parabienes
    y las tonterías de la multitud!

    ¡Tú, para quien pocas fueran las victorias
    antiguas y para quien clásicas glorias
    serían apenas de ley y razón,
    soportas elogios, memorias, discursos,
    resistes certámenes, tarjetas, concursos,
    y, teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!

    Escucha, divino Rolando del sueño,
    a un enamorado de tu Clavileño,
    y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
    escucha los versos de estas letanías,
    hechas con las cosas de todos los días
    y con otras que en lo misterioso vi.

    ¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
    con el alma a tientas, con la fe perdida,
    llenos de congojas y faltos de sol,
    por advenedizas almas de manga ancha,
    que ridiculizan el ser de la Mancha,
    el ser generoso y el ser español!

    ¡Ruega por nosotros, que necesitamos
    las mágicas rosas, los sublimes ramos
    de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
    (Tiembla la floresta de laurel del mundo,
    y antes que tu hermano vago, Segismundo,
    el pálido Hamlet te ofrece una flor.)

    Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
    ruega casto, puro, celeste, animoso;
    por nos intercede, suplica por nos,
    pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
    sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
    sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

    De tantas tristezas, de dolores tantos,
    de los superhombres de Nietzsche, de cantos
    áfonos, recetas que firma un doctor,
    de las epidemias de horribles blasfemias
    de las Academias,
    líbranos, señor.

    De rudos malsines,
    falsos paladines
    y espíritus finos y blandos y ruines,
    del hampa que sacia
    su canallocracia
    con burlar la gloria, la vida, el honor,
    del puñal con gracia,
    ¡líbranos, señor!

    Noble peregrino de los peregrinos,
    que santificaste todos los caminos
    con el paso augusto de tu heroicidad,
    contra las certezas, contra las conciencias
    y contra las leyes y contra las ciencias,
    contra la mentira, contra la verdad...

    Ora por nosotros, señor de los tristes,
    que de fuerzas alientas y de ensueños vistes,
    coronado de áureo yelmo de ilusión;
    ¡que nadie ha podido vencer todavía,
    por la adarga al brazo, toda fantasía,
    y la lanza en ristre, toda corazón!



    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 28 Jun 2015, 03:19

    Canto a la Argentina


    ¡Argentina! ¡Argentina!
    ¡Argentina! El sonoro
    viento arrebata la gran voz de oro.
    Ase la fuerte diestra la bocina,
    y el pulmón fuerte, bajo los cristales
    del azul, que han vibrado,
    lanza el grito: Oíd, mortales,
    oíd el grito sagrado.

    Oíd el grito que va por la floresta
    de mástiles que cubre el ancho estuario,
    e invade el mar; sobre la enorme fiesta
    de las fábricas trémulas, de vida;
    sobre las torres de la urbe henchida;
    sobre el extraordinario
    tumulto de metales y de lumbres
    activos; sobre el cósmico portento
    de obra y de pensamiento
    que arde en las poliglotas muchedumbres;
    sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar,
    sobre la blanca sierra,
    sobre la extensa tierra,
    sobre la vasta mar.

    ¡Argentina, región de la aurora!
    ¡Oh, tierra abierta al sediento
    de libertad y de vida,
    dinámica y creadora!
    ¡Oh barca augusta, de proa
    triunfante, de doradas velas!
    De allá de la bruma infinita,
    alzando la palma que agita,
    te saluda el divo Cristóbal,
    príncipe de las Carabelas.

    Te abriste como una granada,
    como una ubre te henchiste,
    como una espiga te erguiste
    a toda raza congojada,
    a toda humanidad triste,
    a los errabundos y parias
    que bajo nubes contrarias
    van en busca del buen trabajo,
    del buen comer, del buen dormir,
    del techo para descansar.
    y ver a los niños reír,
    bajo el cual se sueña y bajo
    el cual se piensa morir.

    ¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños
    de hombres, rebaños de gentes
    que teméis los días huraños,
    que tenéis sed sin hallar fuentes,
    y hambre sin el pan deseado,
    y amáis la labor que germina.
    Los éxodos os han salvado:
    ¡Hay en la tierra una Argentina!
    He aquí la región del Dorado,
    he aquí el paraíso terrestre,
    he aquí la ventura esperada,
    he aquí el Vellocino de Oro.
    he aquí Canaán la preñada,
    la Atlántida resucitada;
    he aquí los campos del Toro
    y del Becerro simbólicos;
    he aquí el existir que en sueños
    miraron los melancólicos,
    los clamorosos, los dolientes
    poetas y visionarios
    que en sus olimpos o calvarios
    amaron a todas las gentes.

    He aquí el gran Dios desconocido
    que todos los dioses abarca.
    Tiene su templo en el espacio;
    tiene su gazofilacio
    en la negra carne del mundo.
    Aquí está la mar que no amarga,
    aquí está el Sahara fecundo,
    aquí se confunde el tropel
    de los que a lo infinito tienden,
    y se edifica la Babel
    en donde todos se comprenden.

    Tú, el hombre de las estepas,
    sonámbulo de sufrimiento,
    nacido ilota y hambriento,
    al fuego del odio huido,
    hombre que estabas dormido
    bajo una tapa de plomo,
    hombre de las nieves del zar,
    mira al cielo azul, canta, piensa;
    mujik redento, escucha cómo
    en tu rancho, en la pampa inmensa,
    murmura alegre el samovar.

    ¡Cantad, judíos de la pampa!
    Mocetones de ruda estampa,
    dulces Rebecas de ojos francos,
    Rubenes de largas guedejas,
    patriarcas de cabellos blancos,
    y espesos como hípicas crines;
    cantad, cantad, Saras viejas
    y adolescentes Benjamines,
    con voz de vuestro corazón:
    ¡Hemos encontrado a Sión!

    Hombres de Emilia y los del agro
    romano, ligures, hijos
    de la tierra del milagro
    partenopeo, hijos todos
    de Italia, sacra a las gentes,
    familia que sois descendientes
    de quienes vieron errantes
    a los olímpicos dioses
    de los antaños, amadores
    de danzas gozosas y flores
    purpúreas y del divino
    don de la sangre del vino;
    hallasteis un nuevo hechizo,
    hallasteis otras estrellas,
    encontrasteis prados en donde
    se siembra, espiga y barbecha,
    se canta en la fiesta del grano
    y hay un gran sol soberano,
    como el de Italia y de Jonia
    que en oro el terruño convierte:
    el enemigo de la muerte
    sus urnas vitales vierte
    en el seno de la colonia.

    Hombres de España poliforme,
    finos andaluces sonoros,
    amantes de zambras y toros,
    astures que entre peñascos,
    aprendisteis a amar la augusta
    Libertad, elásticos vascos
    como hechos de antiguas raíces,
    raza heroica, raza robusta,
    rudos brazos y altas cervices,
    hijos de Castilla la noble
    rica de hazañas ancestrales;
    firmes gallegos de roble;
    catalanes y levantinos
    que heredasteis los inmortales
    fuegos de hogares latinos;
    iberos de la península
    que las huellas del paso de Hércules
    visteis en el suelo natal:
    ¡he aquí la fragante campaña
    en donde crear otra España
    en la Argentina universal!

    ¡Helvéticos! La nación nueva
    ama el canto del libre. ¡Dad
    al pampero, que el trueno lleva,
    vuestros cantos de libertad!
    El Sol de Mayo os ilumina.
    Como en la patria natal
    veréis el blancor que culmina
    allá donde en la tierra austral
    erige una Suiza argentina
    sus ventisqueros de cristal.

    Llegad, hijos de la astral Francia:
    hallaréis en estas campiñas
    entre los triunfos de la estancia
    las guirnaldas de vuestras viñas.
    Hijos del gallo de Galia
    cual los de la loba de Italia
    placen al cóndor magnífico,
    que ebrio de celeste azur
    abre sus alas en el sur
    desde el Atlántico al Pacífico.

    Vástagos de hunos y de godos,
    ciudadanos del orbe todos,
    cosmopolitas caballeros
    que antes fuisteis conquistadores.
    piratas y aventureros,
    reyes en el mar y en el viento,
    argonautas de lo posible,
    destructores de lo imposible,
    pioneers de la Voluntad:
    he aquí el país de la armonía,
    el campo abierto a la energía
    de todos los hombres. ¡Llegad!

    Os espera el reino oloroso
    al trébol que pisa el ganado,
    océano de tierra sagrado
    al agricultor laborioso
    que rige el timón del arado.
    ¡La pampa! La estepa sin nieve,
    el desierto sin sed cruenta,
    en donde benéfico llueve
    riego fecundador que aumenta
    las demetéricas savias.
    Bella de honda poesía,
    suave de inmensidad serena,
    de extensa melancolía
    y de grave silencio plena;
    o bajo el escudo del sol
    y la gracia matutina,
    sonora de la pastoral
    diana de cuerno, caracol
    y tuba de la vacada;
    o del grito de la triunfal
    máquina de la ferro-vía;
    o del volar del automóvil
    que pasa quemando leguas,
    o de las voces del gauchaje,
    o del resonar salvaje
    del tropel de potros y yeguas.

    ¡La pampa! Inmolad un corcel
    a Hiperión el radiante,
    cual canta un dueño del laurel
    del Lacio. ¡La pampa fragante!
    En la extendida luz del llano
    flotaba un ambiente eficaz.
    Al forastero, el pampeano
    ofreció la tierra feraz;
    el gaucho de broncínea faz
    encendió su fogón de hermano,
    y fue el mate de mano en mano
    como el calumet de la paz.

    ¡Oh, cómo, cisne de Sulmona,
    brindaras allí nuevos fastos,
    celebrarías nuevos ritos
    y ceñirías la corona
    lírica por los campos vastos
    y los sembrados infinitos!
    Otros Evandros de América
    juntarán arcádicos lauros
    mientras van en fuga quimérica
    otros tropeles de centauros.

    Animará la virgen tierra
    la sangre de los finos brutos
    que da la pecuaria Inglaterra;
    irán cargados de tributos
    los pesados carros férreos
    que arrastran candentes y humeantes
    los aulladores elefantes
    de locomotoras veloces;
    segarán las mieses las hoces
    de artefactos casi vivientes;
    habrá montañas de simientes;
    como en litúrgico aparato
    se herirán miles de testuces
    en las hecatombes bovinas;
    y junto al bullicio del hato,
    semejantes a ondas marinas
    irán las ondas de avestruces.
    Pasarán los largos dragones
    con sus caudas de vagones
    por la extensión taciturna
    en donde el árbol legendario
    como un soñador solitario
    da sus cabellos al pampero.
    Y en la poesía nocturna,
    surgirá del rancho primero
    el espíritu del pasado
    que a modo de luz vaga existe,
    cuyo último vigor palpita
    en el payador inspirado
    que lanza el sollozo del triste
    o el llanto de la vidalita.

    ¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta,
    mina del oro supremo!
    He aquí que se vio la augusta
    resurrección de Triptolemo.
    En maternal continente
    una república ingente
    crea el granero del orbe,
    y sangre universal absorbe
    para dar vida al orbe entero.
    De ese inexhausto granero
    saldrán las hostias del mañana;
    el hambre será, si no vana,
    menos multiplicada y fuerte,
    y será el paso de la muerte
    menos cruel con la especie humana.

    ¡Argentina! Tu ser no abriga
    la riqueza tentacular
    que a Europa finisecular
    incubó la Furia enemiga.
    Y si oyes un día explotar
    el trágico odio del iluso,
    regando ciega desventura,
    es que Ananké la bomba puso
    en la mano de la Locura.
    ¡Deméter, tu magia prolífica
    del esfuerzo por la bondad
    envíe la hostia pacífica
    a la boca de la ciudad!

    Se agita la urbe, se alza
    la Metrópoli reina, viste
    el regio manto, se calza
    de oro, tiarada de azur
    yergue la testa imperiosa
    de Basilea del Sur;
    es la fecunda, la copiosa,
    la bizarra, grande entre grandes;
    la que el gran Cristo de los Andes
    bendice, y saluda de lejos
    entre los vívidos reflejos
    del luminar que la corona,
    la Libertad anglo-sajona.
    Saluda a la Urbe argentina
    el Garibaldi romano,
    cabalgante en su colina,
    en nombre de Roma materna,
    vestida de su memoria
    y como su decoro eterna.
    La saluda Londres que empuña
    el gran Tridente de acero
    por dominar el mar entero.
    La saluda Berlín casqueada
    y con égida y espada
    como una Minerva bélica.
    Y Nueva York la babélica,
    y Melbourne la oceánica,
    y las viejas villas asiáticas,
    y presididas por Lutecia,
    todas las hermanas latinas
    y hermanas por la libertad.
    La saluda toda urbe viva
    en donde creyente y activa
    va al porvenir la Humanidad.
    ¡Buenos Aires! Es tu fiesta.
    Sentada estás en el solio;
    el himno desde la floresta
    hasta el colosal Capitolio
    tiende sus mil plumas de aurora.
    Flora propia te decora,
    mirada universal te mira.
    En tu homenaje pasar veo
    a Mercurio y su caduceo,
    al rey Apolo y la lira.

    Es la fiesta del Centenario.
    El Plata, padre extraordinario,
    más que del Tíber y el Sena,
    más que del Támesis rubio,
    más que del azul Danubio
    y que del Ganges indiano,
    es el misterioso hermano
    del Tigris y Éufrates bíblicos,
    pues junto a él han de surgir
    los adanes del porvenir.
    Cual por llamamientos cíclicos,
    Argentina, solar de hermanos,
    diste por virtuales leyes
    hogar a todos los humanos,
    templos a todas las greyes,
    cetro a todos los soberanos
    que decoran sus propias frentes,
    que se coronan por sus manos
    con kohinoores y regentes
    tallados en sus almas propias,
    vertedores de cornucopias,
    emperadores de simientes,
    césares de la labor,
    multiplicadores de pan,
    más potentes que Gengis-Khan
    y que Nabucodonosor.

    Se erizaron de chimeneas
    los docks; a los puertos flamantes
    llegaron músculos e ideas
    que enviaban los pueblos distantes.
    Se rasparon viejas carcomas,
    se redujeron a pedazos
    falsos ídolos, armas romas,
    e impusieron sus firmes lazos
    la fraternidad de los brazos,
    la transmisión de los idiomas.
    Para dar las gracias a Dios
    guarda la ciudad liberal
    las naves de su catedral.
    Y se verán construidos los
    muros de las iglesias todas,
    todas igualmente benditas,
    las sinagogas, las mezquitas,
    las capillas y las pagodas.
    Y en la floración eclesiástica,
    los que buscan luz en la sombra,
    por la media luna o la suástica,
    o por la tora, o por la cruz,
    irán al Dios que no se nombra
    y hallarán en la sombra luz.

    Tráfagos, fuerzas urbanas,
    trajín de hierro y fragores,
    veloz, acerado hipogrifo,
    rosales eléctricos, flores
    miliunanochescas, pompas
    babilónicas, timbres, trompas,
    paso de ruedas y yuntas,
    voz de domésticos pianos,
    hondos rumores humanos,
    clamor de voces conjuntas,
    pregón, llamada, todo vibra,
    pulsación de una tensa fibra,
    sensación de un foco vital,
    como el latir del corazón
    o como la respiración
    del pecho de la capital.

    ¡Que vuestro himno soberbio vibre,
    hombres libres en tierra libre!
    Nietos de los conquistadores,
    renovada sangre de España.
    transfundida sangre de Italia,
    o de Germania, o de Vasconia,
    o venidos de la entraña
    de Francia, o de la Gran Bretaña,
    vida de la Policolonia,
    savia de la patria presente,
    de la nueva Europa que augura
    más grande Argentina futura.
    ¡Salud, patria, que eres también mía,
    puesto que eres de la humanidad:
    salud, en nombre de la Poesía,
    salud en nombre de la Libertad!

    ¡El himno, nobles ancianos!
    ¡El himno, varones robustos!
    Pueriles coros escolares,
    ¡el himno! Llevad en las manos
    palmas, coronad los bustos
    de los patricios; a millares
    dad flores a los monumentos.
    El himno en los instrumentos
    de armónicas bandas bélicas
    que animan las fiestas pacíficas.
    El himno en las bocas angélicas
    de las gallardas mujeres,
    de las matronas prolíficas,
    de las parecidas a Ceres,
    de las a Diana asemejadas,
    las esposas y las amadas.
    El himno en la egregia ciudad
    y en el inmenso imperio agrario
    anuncie el victorioso día,
    y vierta su sonoridad
    como una copa de armonía
    en la fiesta del Centenario.

    ¡Saludemos las sombras épicas
    de los hispanos capitanes,
    de los orgullosos virreyes,
    de América en los huracanes
    águilas bravas de las gestas
    o gerifaltes de los reyes;
    duros pechos, barbadas testas
    y fina espada de Toledo:
    capellán, soldado sin miedo,
    don Nuño, don Pedro, don Gil,
    crucifijo, cogulla, estola,
    marinero, alcalde, alguacil,
    tricornio, casaca y pistola,
    y la vieja vida española!

    ¡Y gloria! ¡Gloria a los patricios,
    bordeadores de precipicios
    y escaladores de montañas,
    como el abuelo secular
    que, fatigado de triunfar
    y cansado de padecer,
    se fue a morir de cara al mar,
    lejos, allá en Boulogne-sur-Mer!

    ¡Héroes de la guerra gaucha,
    lanceros, infantes, soldados
    todos, héroes mil consagrados,
    centauros de fábula cierta,
    sacrificados del terruño,
    granaderos el rayo al puño,
    locos de gloria, despierta
    al sol la mente! La Fama
    a todos ilustres proclama,
    sus hechos ínclitos nombra,
    constela con ellos la sombra
    y forma un halo en el azur,
    a la dantesca Cruz del Sur.
    Así la sideral retórica
    de las odas y de las águilas
    va en sublimes hipérboles
    a ofrendar sus rítmicos dones
    al gran Dios de las naciones.
    ¡Por todo, el himno! La expresión
    del colosal corazón
    de esa patria palpitante:
    la nieve de la cordillera
    y el azul forman la bandera
    que sostiene un brazo de Atlante.
    La Argentina de fuertes pechos
    confía en su seno fecundo
    y ofrece hogares y derechos
    a los ciudadanos del mundo.

    ¡Oh, Sol! ¡Oh, padre teogónico!
    ¡Sol simbólico que irradias
    en el pabellón! Salomónico
    y helénico, lumbre de Arcadias,
    mítico, incásico, mágico!
    ¡Foibos triunfante en el trágico
    vencimiento de las sombras;
    Tabú y Tótem del abismo!
    ¡Oh, Sol! que inspiras y asombras,
    que perdure tu portento
    que el orbe todo ilumina
    tal como en el firmamento
    desde la enseña argentina.
    Y con la lluvia sagrada
    y con el aire propicio,
    brinda a la tierra labrada
    en el rural ejercicio
    plurales savias y fragancias
    y el don de matriz y de ubre
    que de cosechas pingües cubre
    los edenes de las estancias.
    Ilumina el advenimiento
    del creciente pensamiento
    que crea el caudal en la banca,
    o en el taller la estatua blanca
    que decora el monumento.
    Al lírico que el verso arranca
    del corazón del instrumento.
    A los que un Píndaro diera,
    por los olímpicos juegos,
    por el salto, por la carrera
    la oda cara a los griegos,
    que se cerniría sonora
    sobre el aquilino aeroplano
    que es grifo, pegaso y quimera;
    sobre el remero que evoca
    haciendo volar la prora
    los de la pristina galera;
    sobre los que en lucha loca
    disputan la elástica esfera;
    sobre las sudosas frentes
    de los sanos adolescentes.
    Ilumina el casco griego
    que cubre la cabeza altiva
    de los combatientes del fuego;
    vierte tu luz genitiva
    sobre las mil procesiones
    que arbolan sus estandartes
    y cantan en sus canciones
    la paz, la dicha y las artes.
    Van los magistrados egregios,
    van las espadas relumbrosas,
    van las pompas y lujos regios,
    van las niñas de los colegios
    como lirios y como rosas.
    ¡Sonad, oh claros clarines,
    sonad tambores guerreros,
    en el milagroso escenario;
    los nombres de los paladines,
    nombres oros, nombres aceros,
    se oyen en vuestros sones fieros
    en la fiesta del Centenario!
    Viento de amor en la floresta
    cívica pasa. Es la fiesta
    de las guirnaldas de fe,
    de los ramos de esperanza,
    de los mirtos de amor y de
    los olivos de bonanza.
    Hojas de roble, hojas de hiedra,
    para el fundador de ciudades,
    que puso la primera piedra,
    que unificó las voluntades,
    que dedicara las vigilias,
    que consagrara los dineros,
    al colmenar de los obreros
    y a los nidos de las familias.

    Conspicuas guirnaldas de gloria
    a aquellos antiguos que hacen
    de bronce y de mármol la historia.
    Hoy los abuelos renacen
    en la floración de los nietos.
    Por sublimes amuletos
    lo antes soñado ahora existe,
    y la Argentina reviste
    su presente manto suntuario
    y piensa en los brillos futuros
    en la fiesta del Centenario.
    Ahora es cuando los videntes
    de los porvenires obscuros
    miran las estrellas polares,
    e interpretando los orientes
    cantan cármenes seculares.
    Hoy los cuatro caballos sacros
    las fogosas narices hinchan,
    como en versos y simulacros,
    huellan nubes, al sol relinchan,
    y a un más allá se encaminan
    marcando el cielo de huellas;
    mientras otros astros declinan
    ellos van entre las estrellas
    por obra de la ley eterna
    que el ritmo del orbe gobierna.
    Ante la cuadriga que crina
    de orgullos de olimpo su llama,
    voz de augurio animador clama:
    ¡Hay en la tierra una Argentina!

    Diré la beldad y la gracia
    de la mujer. Así cual
    por singular eficacia
    el buen jardinero acierta
    a crear en su arte vegetal
    por lo que combina e injerta,
    por lo que reparte o resume.
    inédito tipo de rosas,
    de crisantemos o jacintos,
    con raros aspecto y perfume,
    con corolas esplendorosas,
    con formas y tonos distintos,
    así la mujer argentina
    con savias diversas creada,
    espléndida flor animada,
    esplende, perfuma y culmina.

    Talle de vals es de Viena,
    ojo morisco es de España,
    crespa y espesa pestaña
    es de latina sirena;
    de Britania será esa piel
    cual la de la pulpa del lis
    y que se sonrosa en el
    rostro angélico de la miss;
    esa ondulante elegancia
    es de la estelar París,
    y esa luminosa fragancia
    de las entrañas del país.
    Concentración de hechizos varios,
    mezcla de esencias y vigores,
    nórdico oro, mármoles patios,
    algo de la perla y del lirio,
    música plástica, visión
    del más encantador martirio,
    voluptuosidad, ilusión,
    placidez que todo mitiga,
    o pasión que todo lo arrolla,
    leona amante o dulce enemiga,
    tal la triunfante Venus criolla.

    Se tejerán frescas coronas
    en recuerdo de las patricias
    que fueron como las matronas
    de Roma, como las mujeres
    de Esparta. Las que son delicias
    y ensueños de las moradas,
    cumplirán filiales deberes
    con las genitoras pasadas;
    y recordándolas a ellas,
    siendo las amadas y esposas
    llenarán radiantes y bellas
    la obligación de las estrellas
    y la misión de las rosas.

    Diré de la generación
    en flor, de las almas flamantes,
    primavera e iniciación;
    de vosotros, oh estudiantes,
    empenachados de ilusión
    y acorazados de audacia,
    que tendéis vuestras almas plenas
    de amor, de fuerza y de gracia,
    al divino Platón de Atenas
    o al celeste Orfeo de Tracia,
    a la Verdad o a la Armonía,
    al Cálculo o al Ensueño,
    firmes de ardor, vivos de empeño,
    robustos de confianza propia
    y a quienes es justo que ceda
    la fugaz Fortuna su rueda,
    la Abundancia su cornucopia;
    vosotros que sabéis por qué
    abre Pegaso las alas
    y hay misterio en la lumbre de
    los ojos del búho de Palas,
    sed cantados y bendecidos.
    Estad atentos a los ruidos
    que preceden la alba naciente,
    estad atentos a los nidos
    que se incuban en el presente,
    a lo que vendrá y que se anuncia,
    en la palabra que pronuncia
    vuestra boca. El grito sagrado
    para vosotros resuena
    como pitagórico verso,
    clamad así ante el universo:
    ¡Ave, Argentina, vita plena!
    ¡Jóvenes, frentes para lauros,
    brazos para amantes abrazos,
    pero también gímnicos brazos
    para hidras y minotauros;
    infantes de mundial estirpe,
    que vuestra voluntad extirpe
    falso anhelo, odio victimario,
    y en el patriótico sagrario
    dejéis como ofrendas de aristos
    ansias de Perseos o Cristos
    en la fiesta del Centenario!

    Cuando el carro de Apolo pasa
    una sombra lírica llega
    junto a la cuadriga de brasa
    de la divinidad griega.
    Y se oyen como vagos aires
    que acarician a Buenos Aires:
    es el alma de Santos Vega.
    El gaucho tendrá su parte
    en los jubileos futuros,
    pues sus viejos cantares puros
    entrarán en el reino del Arte.
    Se sabrá por siempre jamás
    que, en la payada de los dos,
    el vencido fue Satanás
    y Vega el payador de Dios.
    Cantaré del primer navío
    que velivolante saliera
    desde las aguas del Río
    de la Plata con la bandera
    bicolor al mástil gallardo.
    Recordad al nauta que vino
    de Saint-Tropez, a Buchardo,
    el capitán franco-argentino,
    hábil sobre las marejadas,
    bajo las tormentas ufano
    y a todos sus camaradas
    que fueron por el oceano,
    denodados predecesores
    de los que hoy en acorazadas
    naves portan a sol y bruma
    los dos simbólicos colores
    flameantes sobre la espuma.
    Bien vayan torres y palacios
    erizados de cañones
    suprimiendo tiempo y espacios
    a visitar a las naciones,
    pero no por guerra voraz,
    productora de luto y llanto,
    mas diciendo como en el canto
    del italiano: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!
    Heroica nación bendecida,
    ármate para defenderte;
    sé centinela de Vida
    y no ayudante de la Muerte.
    Que tus máquinas de hierro
    y que las bruñidas bocas
    cruentas no alegren al perro
    negro avernal. Que tu lanza,
    cual la libertad que invocas,
    garantía a tu pueblo sea;
    que tu casco abrigue la Idea,
    sabiduría y esperanza,
    como el de Palas Atenea.

    ¡Salgan y lleguen en buen hora,
    dominando los elementos,
    las velas que el marino adora,
    y los steamers humeantes
    que conducen los alimentos,
    la carga de los fabricantes,
    los ejércitos de emigrantes,
    el designio, el brazo que va
    a arar, sembrar y producir
    en el latifundio, en el pago,
    partan las naves de Cartago
    y arriben las naves de Ofir!
    ¡Y bien se escuche en las funciones
    de conmemoración el trueno
    de las salvas de los cañones
    del mar, conmoviendo el estuario
    de hímnicas vibraciones lleno
    en la fiesta del Centenario!

    ¡Gloria a América prepotente!
    Su alto destino se siente
    por la continental balanza
    que tiene por fiel el istmo:
    los dos platos del continente
    ponen su caudal de esperanza
    ante el gran Dios sobre el abismo.
    ¿Y por quién sino por tu gloria,
    oh, Libertad, tanto prodigio?
    Águila, Sol y Gorro Frigio
    llenan la americana historia.
    Y en lo infinito ha resonado,
    júbilo de la humanidad,
    repetido el grito sagrado:
    ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
    Antes que Ceres fue Mavorte
    el triunfador continental.
    Sangre bebió el suelo del Norte
    como el suelo Meridional.
    Tal a los siglos fue preciso.
    Para ir hacia lo venidero,
    para hacer, si no el paraíso,
    la casa feliz del obrero
    en la plenitud ciudadana,
    vínculo íntimo eslabona
    e ímpetu exterior hermana
    a la raza anglo-sajona
    con la latino-americana.
    Proles múltiples, muchedumbres,
    tupidas colmenas de hombres,
    transformadoras de costumbres,
    con nuevos valores y nombres
    en vosotras está la suma
    de fuerza en que América finca;
    fuisteis presentida del inca;
    os adivinó Moctezuma.
    En este día supremo:
    ¡Excélsior!, se oye en un extremo;
    en el otro se oye: ¡Adelante!
    ¡Glorificado el instante
    en que resurge Triptolemo!
    América que la dicha encierra
    vivirá del sol y la tierra;
    y hoy la tierra, pánico incensario,
    encendido por el destino,
    perfuma el día argentino
    en la fiesta del Centenario.

    A las evocaciones clásicas
    despiertan los dioses autóctonos,
    los de los altares pretéritos
    de Copán, Palenque, Tihuanaco,
    por donde quizá pasaran
    en lo lejano de tiempos
    y epopeyas Pan y Baco.
    Y en lo primordial poético
    todo lo posible épico,
    todo lo mítico posible
    de mahabaratas y génesis,
    lo fabuloso y lo terrible
    que está en lo ilimitado y quieto
    del impenetrable secreto.

    Cantaré la paz sobre todo.
    Huya el demonio perverso,
    huya el demonio beodo
    que incendia en mal al universo;
    desaparezcan las furias
    que con sangre de los ejércitos
    empurpuraron las centurias;
    que no más rujan los tigres
    marciales sino de alegría,
    y que a la paz se alce un templo
    como aquel que dando un ejemplo
    insigne Augusto romano
    ordenara elevar un día.
    El industrioso ciudadano
    el ramo de olivo venere;
    que tenga sus armas listas,
    no para inhumanas conquistas,
    mas para defender su tierra
    donde por la patria se muere.

    ¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra!
    Paz, para que el pensamiento
    domine el globo, y vaya luego,
    cual bíblico carro de fuego,
    de firmamento en firmamento.
    ¡Paz para los creadores,
    descubridores, inventores,
    rebuscadores de verdad;
    paz a los poetas de Dios,
    paz a los activos y a los
    hombres de buena voluntad!
    En paz la hora renaciente,
    continua y poliformemente,
    el movimiento y no la inercia,
    legiones dueñas de sus actos,
    gente que osa, que comercia,
    multiplica los artefactos,
    combate la escasez, la negra
    miseria y pasa sus revistas
    a las usinas y talleres;
    y sus horas áureas alegra
    con la invención de los artistas
    y la beldad de las mujeres.
    ¿A qué los crueles filósofos?
    ¿A qué los falsos crisóstomos
    de la inquina y de la blasfemia?
    ¡Al pueblo que busca ideal
    ofrezca una nueva academia
    sus enseñanzas contra el mal,
    su filosofía de luz;
    que no más el odio emponzoñe,
    y un ramaje de paz retoñe
    del madero de la cruz!

    ¡Argentina! El cantor ha oteado
    desde la alta región tu futuro.
    Y vio en lo inmemorial del pasado
    las metrópolis reinas que fueron,
    las que por Dios malditas cayeron
    en instante pestífero; el muro
    que crujió remordido de llamas
    la hervorosa Persépolis, Tiro,
    la imperial Babilonia que aun brama,
    y las urbes que vieron a Ciro,
    a Alejandro, y a todos los fuertes
    que escoltaron victorias y muertes.
    Y miró a Bizancio y a Atenas,
    y a la que, domadora del mundo,
    siendo Lupa indomable, fue Roma.
    Y vio tronos, suplicios, cadenas,
    y con tiaras a tigres y hienas.
    Y cien más capitales precitas
    donde el hombre fue ciego a la vasta
    Libertad, donde fueron escritas
    terroríficas y duras leyes,
    contra tribus y pueblos y casta,
    o las leyes fueron voluntades;
    y a través de tragedias y gestas,
    derrumbáronse tronos y reyes,
    o se hicieron ceniza ciudades
    por ensalmos de frases funestas.
    Y después otros siglos y luchas,
    otra vez lo que arrasa y escombra,
    muchos reinos que surgen y muchas
    vanidades que caen en la sombra
    infinita. Mane, Thecel, Phares.
    Y el poeta miró un astro eterno
    sobre ruinas y tierras y mares,
    que alumbraba con su claridad
    nuevos cultos, cultura y gobierno,
    y a su brillo quedó deslumbrado:
    era el astro de la Libertad.
    Argentinos, la inmortal estrella
    a vosotros simbólica es Sol;
    las naciones son grandes por ella;
    lo sabía el abuelo español.
    Dad a todas las almas abrigo,
    sed nación de naciones hermana,
    convidad a la fiesta del trigo,
    al domingo del lino y la lana
    thanks-giving, yon kipour, romería,
    la confraternidad de destinos.
    la confraternidad de oraciones,
    la confraternidad de canciones,
    bajo los colores argentinos.

    Argentina, el día que te vistes
    de gala, en que brillan tus calles
    y no hay aspectos ni almas tristes
    en alturas, pampas y valles;
    el día en que desde tus fuertes,
    tus cruceros y tus cuarteles
    salvas lanzas, música viertes
    entre las palmas y laureles,
    visitada por los príncipes
    de reinos y tierras lejanas
    y mensajeros de repúblicas.
    son las patrias americanas
    las que más comparten tu júbilo.
    Son las próximas hermanas
    las que te proclaman primera
    en el decoro familiar,
    después de heroica y guerrera,
    hospitalaria y maternal.
    Argentina tiarada de ónice
    y de mármol, se puede ver
    cuál luce sobre tu frente
    el diamante refulgente
    de las alturas, Lucifer:
    pues eres la aurora de América.
    Magnificase tu apoteosis,
    regazo de múltiples climas,
    preferida del nuevo siglo,
    y en sus cláusulas y en sus rimas
    te profetizan tus profetas
    y te poetizan tus poetas.
    Crece el tesoro año por año,
    mientras prosigues las tareas
    de las por Dios suspendidas
    civilizaciones de antaño;
    encarnas, produces, creas
    cerebro para otras ideas,
    útero para nuevas vidas.
    Tus hijos llevarán en sí,
    por su sangre, el hierro y rubí
    de los cuatro puntos del globo.
    Concentración de los varones
    de vedas, biblias y coranes,
    en el colmo de sus afanes,
    en el logro de sus acciones,
    tu floración de flotaciones
    tendrá un perfume latino.
    En el primitivo crisol,
    Roma influyó en tu destino,
    cuando a través del español
    puso su enérgico metal.
    Y sus históricas llamas
    animarán genios y famas
    al argentino Arco Triunfal.

    ¡Y yo, por fin, qué he de decirte,
    en voto cordial, Argentina!
    Que tu bajel no encuentre sirte,
    que sea inexhausta tu mina,
    inacabables tus rebaños
    y que los pueblos extraños
    coman el pan de tu harina.
    ¡Cómalo yo en postreros años
    de mi carrera peregrina,
    sintiendo las brisas del Plata!
    Que libre de hambre y peste
    por tus tesoros y tu ciencia,
    jamás enemigas huestes
    te combatan. Tu preeminencia
    sea siempre mayor, y homérica
    voz de tu genio viril
    por ti diga el triunfo de América.

    Y mi inspiradora, alumna
    del Musagetes, al viento
    las alas, mi pensamiento
    florido da a la columna,
    riega junto al monumento;
    y en lo solemne del coro,
    del himno el acento canoro
    une mi amor y mi acento:
    ¡Argentina tu día ha llegado!
    ¡Buenos Aires, amada ciudad,
    el Pegaso de estrellas herrado
    sobre ti vuela en vuelo inspirado!
    Oíd, mortales, el grito sagrado:
    ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!


    _________________
    “Como siempre; apenas uno pone los pies en la tierra
    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Jun 2015, 04:23

    AUTOBIOGRAFÍA.-

    III
    Se me hacía ir a una escuela pública. Aún vive el buen maestro, que era entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra. Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la palmeta, y en casos especiales, la flagelación en las desnudas posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las "cuatro reglas", otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática, religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer maestro, fue una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi plicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma hacía, con muy buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡ a esa edad, Dios mío! en compañía de una precoz chicuela, indoctos e imposibles Dafnis y Cloe, y según el verso de Góngora, "las bellaquerías, detrás de la puerta". (Fin de III)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Dom 28 Jun 2015, 05:48, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Jun 2015, 05:26

    AUTOBIOGRAFIA.-
    IV
    En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. eran un Quijote, las obras de Moratín, Las mil y una noches, la  Biblia, los Oficios de Cicerón, La Corina de Madame Stäel, un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo que autor, La Caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño. (Fin de IV).


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 28 Jun 2015, 05:51

    AUTOBIOGRAFÍA.-
    V
    ¿A qué edad escribí los primeros versos? No lo recuerdo precisamente, pero ello fue harto temprano. Por la puerta de mi casa - en las Cuatro esquinas- pasaban las procesiones de la Semana Santa, Una Semana Santa famosa: "Semana Santa en León y Corpus en Guatemala" -y las calles se adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras que se coloreaban expresamente, con aserrín de rojo Brasil o cedro, o amarillo "mora"; con trigo reventado, con hojas, con flores, con desgranada flor de "coyol". Del centro de uno de los arcos, en la esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la procesión del Señor del Triunfo, el domingo de Ramos, la granada se abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he podido recordar ninguno... pero sí sé que eran versos, versos brotados instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mí orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces - y creo que aún persiste- la costumbre de imprimir y repartir,  en  los entierros, "epitafios", en que los deudos, lamentaban los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían de mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas.
    A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era aquella persona que me había acogido. Mi "padre" había muerto, el coronel Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros y a criarse junto conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en mi cuento Palomas blancas y garzas morenas. Ella fue quien despertara en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: "¿Por qué has dado a entender que llegamos a cosas de amor, si no es verdad?". - "¡Ay!, le contesté, ¡es cierto!. Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las primaveras del más encendido de los trópicos?..."
    Mi familia se componía entonces de mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, a quien su hermano, Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah malhaya ! para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz, parlera, muy amante de la crinolina , medio tocada, quien una vez - el día de la muerte de su madre- apareció calzada con zapatos rojos, y a las observaciones y reproches que se le hicieron , contestó que, "Las perdices y las palomitas son de Castilla...". ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor. ¡Oh Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara descuidado, me dio la ilusión de una Anadiómena... Y "mi tío Manuel". Porque Don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado desde los primeros días, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora con mi "tío Manuel". La voz de la sangre...¡ qué plácida patraña romántica! La paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre, lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su padre.
    Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he dicho, pasaba como  mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de azúcar. La vida de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente singular imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con Don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y mujer. Él se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero eran iguales completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el "capitán", que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que hacían reír, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de brujos.
    Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, yo, con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las muchachas, por el asunto de los versos. ¡ Fidelina, Rafaela, Julia, mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos suaves.
    A veces los tíos disponían viajes al campo. Íbamos en pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente, íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia. , todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en donde estaba la fabulosa peña del Tigre. Íbamos en las mismas carretas de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río, en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional, llamada "tiste", hecha de cacao y maíz; y se batía en jícaras con molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales, estentóreos y alternativos, muy diferente del chivateo araucano. Se llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo, el espectáculo de cien Venus Anadiómenes  en las ondas. Las familias se juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas, corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas llamadas "paslamas", cuyos huevos se sacaban cavando en los nidos que dejan en la arena.
    Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces , a mirar cosas, en el cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano, dos carreteros que se peleaban, echaron mano al machete, pesado y filoso, arma que sirve para partir la caña de azúcar y comenzaron a esgrimirlo; y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la mano de uno de ellos.
    Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie vociferando, hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a la ciudad.  (Fin del capítulo V.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Mar 07 Jul 2015, 14:33, editado 1 vez


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 29 Jun 2015, 17:20


    A Phocas el campesino

    Phocas el campesino, hijo mío, que tienes,
    en apenas escasos meses de vida, tantos
    dolores en tus ojos que esperan tantos llantos
    por el fatal pensar que revelan tus sienes...

    Tarda en venir a este dolor a donde vienes,
    a este mundo terrible en duelos y espantos;
    duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los Santos,
    que ya tendrás la Vida para que te envenenes...

    Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,
    perdóname el fatal don de darte la vida
    que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;

    pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,
    y te he de ver en medio del triunfo que merezcas
    renovando el fulgor de mi psique abolida.


    Mientras tenéis, ¡oh negros corazones!

    Rubén Darío



    Mientras tenéis, ¡oh negros corazones!,
    conciliábulos de odio y de miseria,
    el órgano de amor niega sus sones.
    Cantad, oíd: «La vida es dulce y seria».

    Para ti, pensador meditabundo,
    pálido de sentirte tan divino,
    es más hostil la parte agria del mundo.
    Pero tu carne es pan, tu sangre es vino.

    Dejad pasar la noche de la cena
    -¡Oh Shakespeare pobre, y oh Cervantes manco!-
    y la pasión del vulgo que condena.
    Un gran Apocalipsis horas futuras llena.
    ¡Ya surgirá vuestro Pegaso blanco!


    ¡Torres de Dios! ¡Poetas!

    ¡Pararrayos celestes,
    que resistís las duras tempestades,
    como crestas escuetas,
    como picos agrestes,
    rompeolas de las eternidades!

    La mágica esperanza anuncia un día
    en que sobre la roca de armonía
    expirará la pérfida sirena.
    ¡Esperad, esperemos todavía!

    Esperad todavía.
    El bestial elemento se solaza
    en el odio a la sacra poesía
    y se arroja baldón de raza a raza.

    La insurrección de abajo
    tiende a los Excelentes.
    El caníbal codicia su tasajo
    con roja encía y afilados dientes.

    Torres, poned al pabellón sonrisa.
    Poned ante ese mal y ese recelo,
    una soberbia insinuación de brisa
    y una tranquilidad de mar y cielo...






    Augurios

    A E. Díaz Romero


    Hoy pasó un águila
    sobre mi cabeza,
    lleva en sus alas
    la tormenta,
    lleva en sus garras
    el rayo que deslumbra y aterra.
    ¡Oh, águila!
    Dame la fortaleza
    de sentirme en el lodo humano
    con alas y fuerzas
    para resistir los embates
    de las tempestades perversas,
    y de arriba las cóleras
    y de abajo las roedoras miserias.

    Pasó un búho
    sobre mi frente.
    Yo pensé en Minerva
    y en la noche solemne.
    ¡Oh, búho!
    Dame tu silencio perenne,
    y tus ojos profundos en la noche
    y tu tranquilidad ante la muerte.
    Dame tu nocturno imperio
    y tu sabiduría celeste,
    y tu cabeza cual la de Jano
    que, siendo una, mira a Oriente y Occidente.

    Pasó una paloma
    que casi rozó con sus alas mis labios.
    ¡Oh, paloma!
    Dame tu profundo encanto
    de saber arrullar, y tu lascivia
    en campo tornasol, y en campo
    de luz tu prodigioso
    ardor en el divino acto.
    (Y dame la justicia en la naturaleza,
    pues, en este caso,
    tú serás la perversa
    y el chivo será el casto.)

    Pasó un gerifalte. ¡Oh, gerifalte!
    Dame tus uñas largas
    y tus ágiles alas cortadoras de viento
    y tus ágiles patas
    y tus uñas que bien se hunden
    en las carnes de la caza.
    Por mi cetrería
    irás en giras fantásticas,
    y me traerás piezas famosas
    y raras,
    palpitantes ideas,
    sangrientas almas.

    Pasa el ruiseñor.
    ¡Ah, divino doctor!
    No me des nada. Tengo tu veneno,
    tu puesta de sol
    y tu noche de luna y tu lira,
    y tu lírico amor.
    (Sin embargo, en secreto,
    tu amigo soy,
    pues más de una vez me has brindado,
    en la copa de mi dolor,
    con el elixir de la luna
    celestes gotas de Dios...)

    Pasa un murciélago.
    Pasa una mosca. Un moscardón.
    Una abeja en el crepúsculo.
    No pasa nada.
    La muerte llegó.


    Lo fatal
    A René Pérez


    Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
    y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
    pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
    ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

    Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
    y el temor de haber sido y un futuro terror...
    Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
    y sufrir por la vida y por la sombra y por

    lo que no conocemos y apenas sospechamos,
    y la carne que tienta con sus frescos racimos,
    y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
    ¡y no saber adónde vamos,
    ni de dónde venimos!...


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 29 Jun 2015, 23:59

    AUTOBIOGRAFÍA.-

    VI

    Por influencia de mi tía Rita, comencé a frecuentar la casa de los Padres Jesuitas, en la iglesia de la Recolección. Debo decir que desde niño se me infundió una gran religiosidad, religiosidad que llegaba a veces hasta la superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses!, martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar. Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena abuela dirigía el rezo, un rezo que concluía, después de varias jaculatorias, con estas palabras:
    "Vete de aquí Satanás
    que en mí parte no tendrás
    porque el día de la Cruz
    dije mil veces:  Jesús".
    Pues el caso es que teníamos, en efecto, que decir mil veces la palabra Jesús, y aquello era inacabable. "¡Jesús!, ¡Jesús!, ¡Jesús!" hasta mil; y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar.
    Los jesuitas me halagaron; pero nunca me sugestionaron para entrar en la Compañía, seguramente , viendo que yo no tenía vocación para ello. había entre ellos hombres eminentes, un padre Köenig, austriaco, famoso como astrónomo; un padre Arubla, bello e insinuante orador; un padre Valenzuela, célebre en Colombia como poeta y otros cuantos. Entré en lo que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un grave escándalo. Los jesuitas ponían en el altar mayor de la iglesia, en la fiesta de San Luís de Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus cartas todos los que quisieran pedir algo o quisieran tener correspondencia con San Luís y con la Virgen Santísima. sacaban las cartas y las quemaban delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes. Así eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por estas y otras razones. El gobierno decretó su expulsión, no sin que antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de Loyola, ejercicios que me encantaban y que por mí hubieran podido prolongarse indefinidamente por las sabrosas vituallas y el exquisito chocolate que los reverendos nos daban. ( Fin del Capítulo VI)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 30 Jun 2015, 00:24

    AUTOBIOGRAFÍA.-

    VII
    Florida estaba mi adolescencia. Ya tenía yo escritos muchos versos de amor y ya había sufrido, apasionado precoz, más de un dolor y una desilusión a causa de nuestra inevitable y divina enemiga: pero nunca había sentido una erótica llama igual a la que despertó en mis sentidos e imaginación de niño, una apenas púber saltimbanqui norteamericana, que daba saltos prodigiosos en un circo ambulante. No he olvidado su nombre, Hortensia Buislay.
    Como no siempre conseguía lo necesario para penetrar en el circo, me hice amigo de los músicos y entraba a veces, ya con un gran rollo de papeles, ya con la caja de un violín; pero mi gloria mayor fue conocer el payaso, a quien hice repetidos ruegos para ser admitido en la farándula. Mi inutilidad fue reconocida. Así, pues, tuve que resignarme a ver partir a la tentadora, que me había presentado la más hermosa visión de inocente voluptuosidad en mis tiempos de fogosa primavera.
    Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos en un diario titulado El termómetro, que publicaba en la ciudad de Rivas, el historiador y hombre político José Donoso Gómez. No he olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimados en ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos sería ruborizantes si no los amparase la intención de la inocencia:
    "Murió tu padre es verdad,
    lo lloras, tienes razón,
    pero ten resignación
    que existe una eternidad
    do no hay penas...
    Y en un trozo de azucena
    moran los justos cantando...".
    No, no continuaré. Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi república y en las cuatro de Centro América, "el poeta niño". Como era de razón, comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a descuidar mis estudios de colegial, y en mi desastroso examen de matemáticas fui reprobado con innegable justicia.
    Como se ve, era la iniciación de un nacido aeda. Y la alarma familiar entró en mi casa. Entonces, la excelente anciana protectora, quería que aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía, por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos y estaban exentos de iniciación apolínea. ( FIN DEL CAPÍTULO VII)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Miér 01 Jul 2015, 13:24, editado 1 vez


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    Mensaje por Lluvia Abril Miér 01 Jul 2015, 05:20

    Gracias, mi compañero inseparable de este interesante camino.




    Cyrano en España

    He aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
    de un salto el Pirineo. Cyrano está en su casa.
    ¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
    Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.
    ¿No se hacen en España los más bellos castillos?
    Roxanas encarnaron con rosas los Murillos,
    y la hoja toledana que aquí Quevedo empuña
    conócenla los bravos cadetes de Gascuña.
    Cyrano hizo su viaje a la luna; mas, antes,
    ya el divino lunático de don Miguel de Cervantes
    pasaba entre las dulces estrellas de su sueño
    jinete en el sublime pegaso Clavileño.
    Y Cyrano ha leído la maravilla escrita
    y al pronunciar el nombre del Quijote, se quita
    Bergerac el sombrero: Cyrano Balazote
    siente que es lengua suya la lengua del Quijote.
    Y la nariz heroica del gran gascón se diría
    que husmea los dorados vinos de Andalucía.
    Y la espada francesa, por él desenvainada,
    brilla bien en la tierra de la capa y la espada.
    ¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! Castilla
    te da su idioma, y tu alma como tu espada brilla
    al sol que allá en tus tiempos no se ocultó en España.
    Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,
    pues vienes a la tierra de la Caballería.
    Eres el noble huésped de Calderón. María
    Roxana te demuestra que lucha la fragancia
    de las rosas de España con las rosas de Francia,
    y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas
    y sus miradas, astros que visten negras túnicas,
    y la lira que vibra en su lengua sonora
    te dan una Roxana de España, encantadora.
    ¡Oh poeta! ¡Oh celeste poeta de la facha
    grotesca! Bravo y noble y sin miedo y sin tacha,
    príncipe de locuras, de sueños y de rimas:
    tu penacho es hermano de las más altas cimas,
    del nido de tu pecho una alondra se lanza,
    un hada es tu madrina, y es la Desesperanza;
    y en medio de la selva del duelo y del olvido
    las nueve musas vendan tu corazón herido.
    ¿Allá en la luna hallaste algún mágico prado
    donde vaga el espíritu de Pierrot desolado?
    ¿Viste el palacio blanco de los locos del Arte?
    ¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?
    ¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas
    albas forma el castillo de las Vírgenes locas?
    ¿Y en un jardín fantástico de misteriosas flores
    no oíste al melodioso rey de los ruiseñores?
    No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
    pues todas esas cosas existen en la luna.
    ¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! Cyrano
    de Bergerac, cadete y amante, y castellano
    que trae los recuerdos que Durandal abona
    al país en que aún brillan las luces de Tizona.
    El Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte
    el que vence el espacio y el tiempo; su estandarte,
    pueblos, es del espíritu el azul oriflama.
    ¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?
    Y a través de los siglos se contestan, oíd:
    la Canción de Rolando y la Gesta del Cid.
    Cyrano va marchando, poeta y caballero,
    al redoblar sonoro del grave Romancero.
    Su penacho soberbio tiene nuestra aureola.
    Son sus espuelas finas de fábrica española.
    Y cuando en su balada Rostand teje el envío,
    creeríase a Quevedo rimando un desafío.
    ¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! No seca
    el tiempo el lauro; el viejo corral de la Pacheca
    recibe al generoso embajador del fuerte
    Molière. En copa gala Tirso su vino vierte.
    Nosotros exprimimos las uvas de Champaña
    para beber por Francia y en un cristal de España.




    Salutación a Leonardo

    Maestro, Pomona levanta su cesto. Tu estirpe
    saluda la Aurora. ¡Tu aurora! Que extirpe
    de la indiferencia la mancha; que gaste
    la dura cadena de siglos; que aplaste
    al sapo la piedra de su honda.

    Sonrisa más dulce no sabe Gioconda.
    El verso su ala y el ritmo su onda
    hermanan en una
    dulzura de luna
    que suave resbala
    (el ritmo de la onda y el verso del ala
    del mágico cisne sobre la laguna)
    sobre la laguna.

    Y así, soberano maestro
    del estro,
    las vagas figuras
    del sueño, se encarnan en líneas tan puras
    que el sueño
    recibe la sangre del mundo mortal,
    y Psiquis consigue su empeño
    de ser advertida a través del terrestre cristal.
    (Los bufones
    que hacen sonreír a Monna Lisa
    saben canciones
    que ha tiempo en los bosques de Grecia decía la risa
    de la brisa.)

    Pasa su Eminencia.
    Como flor o pecado es su traje
    Rojo;
    como flor o pecado, o conciencia
    de sutil monseñor que a su paje
    mira con vago recelo o enojo.
    Nápoles deja a la abeja de oro
    hacer su miel
    en su fiesta de azul; y el sonoro
    bandolín y el laurel
    nos anuncian Florencia.

    Maestro, si allá en Roma
    quema el sol de Segor y Sodoma
    la amarga ciencia
    de purpúreas banderas, tu gesto
    las palmas nos da redimidas,
    bajo los arcos
    de tu genio: San Marcos
    y Partenón de luces y líneas y vidas.

    (Tus bufones
    que hacen la risa
    de Monna Lisa
    saben tan antiguas canciones.)

    Los leones de Asuero
    junto al trono para recibirte,
    mientras sonríe el divino Monarca.
    Pero
    hallarás la sirte,
    la sirte para tu barca,
    si partís en la lírica barca
    con tu Gioconda...
    La onda
    y el viento
    saben la tempestad para tu cargamento.

    ¡Maestro!
    Pero tú en cabalgar y domar fuiste diestro,
    pasiones e ilusiones:
    a unas con el freno, a otras con el cabestro
    las domaste, cebras o leones.
    Y en la selva del Sol, prisionera
    tuviste la fiera
    de la luz: y esa loca fue casta
    cuando dijiste: «Basta».
    Seis meses maceraste tu Ester en tus aromas.
    De tus techos reales volaron las palomas.

    Por tu cetro y tu gracia sensitiva,
    por tu copa de oro en que sueñan las rosas,
    en mi ciudad, que es tu cautiva,
    tengo un jardín de mármol y de piedras preciosas
    que custodia una esfinge viva.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 01 Jul 2015, 13:27

    AUTOBIOGRAFÍA.-


    VIII


    Un día una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. La vecina me dijo: "Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha venido a verte, desde muy lejos". No comprendí de pronto, como tampoco me di exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me prodigara , que oía de aquella dama para mí extraña. Me dejó unos dulces, unos regalitos. Fue para mí rara visión. Desapareció de nuevo. No debía volver a verla hasta veinte años después.
    Algunas veces llegué a visitar a D. Manuel Darío, en su tienda de ropa. Era un hombre no muy alto de cuerpo, algo jovial, muy aficionado a los galanteos, gustador de cerveza negra de Inglaterra. Hablaba mucho de política y esto le ocasionó en cierto tiempo varios desvaríos. Desde luego, aunque se mantuvo cariñoso, no con extremada amabilidad, nada me daba a entender que fuese mi padre. La verdad es que no vine a saber sino mucho más tarde que yo era hijo suyo. (Fin del Capítulo VIII.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 01 Jul 2015, 13:57

    AUTOBIOGRAFÍA.-


    IX
    Por ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión indeleble, me aconteció. Fue mi primer pesadilla. La cuento, porque, hasta en estos mismos momentos , me impresiona. Estaba yo, en el sueño, leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo obscuro que daba al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré hacia este cuadro de obscuridad y no vi nada; pero, como volviese a sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos; me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no andaba, iba avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su conversación y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de "la cosa" , quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar. Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fue que sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción eléctrica. De súbito, para defenderme, mordí "aquello" y sentí exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera oleosa. Desperté, con sudores de angustia.
    De la familia materna no conocía casi a nadie. Como mis padres eran primos, los parientes maternos llevaban también con el suyo el apellido Darío, así oía yo la historia novelesca de dos hermanos de mi madre, Antonio, llamado "el indio Darío", que por cierto era, según decires, un hombre guapo, rubio y de ojos azules y que murió asesinado cruelmente en una revolución en la ciudad de Granada, en donde, después de ultimarle, le ataron a la cola de un caballo y fue arrastrado por las calles; e Ignacio, muerto a traición de un escopetazo; unos dicen que por asuntos de amores y otros que por robarle, después de haber salido de una casa de juego. Había también dos primos de mi madre, que habitaban en el puerto de Corinto, y se dedicaban al negocio de la exportación de maderas, especialmente de mora y de palo de campeche.
    Cuántas veces me despertaron ansias desconocidas y misteriosos ensueños las fragatas y bergantines que se iban con las velas desplegadas por el golfo azul, con rumbo a la fabulosa Europa. En muchas ocasione fui al puerto, en pequeñas barcas, por los esteros y manglares, poblados de grandes almejas y cangrejos, y me iba a admirar al cónsul inglés, Miller, que perseguía a balazos con su winchester a los tiburones. (Fin del capítulo IX)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 01 Jul 2015, 14:28

    AUTOBIOGRAFÍA.-
    X (CONT.)
    Se publicaba en León un periódico político titulado La Verdad. Se me llamó a la redacción - tenía a la sazón cerca de catorce años- se me hizo escribir artículos de combate que yo redactaba a la manera de un escritor ecuatoriano, famoso, violento, castico e ilustre.llamado Juan Montalvo, que ha dejado excelentes volúmenes de tratados, conminaciones y catilinarias. Como el periódico La Verdad era de la oposición, mis estilados denuestos, iban contra el gobierno y el gobierno se escamó. Se me acusaba como vago, y me libré de las oficiales iras porque un doctor pedagogo , liberal y de buen querer, declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio que él dirigía. En efecto: desde hacía algún tiempo, enseñaba yo gramática en tal establecimiento.
    Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dio por ser masón, y llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosh, el mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y simbólica liturgia de esos terribles ingenuos.
    Con esto adquirí cierto prestigio entre mis jóvenes amigos. En cuanto a mi imaginación y mi sentido poético, se encantaban en casa con la visión de las turgentes formas de mi prima, que aún usaba traje corto; con la cigarrera Manuela, que manipulando sus tabacos me contaba los cuentos del príncipe Kamaralzaman y de la princesa Badura, del caballo Volante, de los genios orientales, de las invenciones maravillosas de Las Mil y Una Noches.
    Brillaba el fuego de los tizones en la cocina, se oía el ruido de las salvas que sirven para desgranar las mazorcas de maíz. Un perro, "Laberinto", estaba a mi lado con el hocico entre las patas. Vagueaba en el silencio la cálida noche. Yo escuchaba atento las lindas fábulas.
    Mas la vida pasaba. La pubertad transformaba mi cuerpo y mi espíritu. Se acentuaban mis melancolías sin justas causas. Ciertamente yo sentía como una invisible mano que me empujaba a lo desconocido. Se despertaron los vibrantes, divinos e irresistibles deseos. Brotó en mí el amor triunfante y fui un muchacho con ojeras, con sueños y que iba a confesar todos los sábados.
    Por este tiempo llegaron a León unos hombres políticos, senadores, diputados, que sabían de la fama del poeta niño. me conocieron. Me hicieron recitar versos. Me dijeron que era preciso que fuera a la capital. La mamá Bernarda me echó una bendición, y me partí para Managua.
    Managua, creada capital para evitar los celos entre León y Granada, es una linda ciudad situada entre sierras fértiles y pintorescas, en donde se cultiva profusamente el café; y el lago, poblado de islas y en uno de cuyos extremos se levanta el volcán de Momotombo, inmortalizado líricamente por Víctor Hugo, en La Leyenda de los siglos.
    Mi renombre departamental se generalizó muy pronto, y al poco tiempo yo era señalado como un ser raro. Demás decir, que era buscado para la incontenible manía de versos para álbumes y abanicos.
    A la sazón estaba reunido el Congreso.
    Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegido por miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que acababa así, si la memoria me es fiel:
    "El papa rompe con furor su tiara
    sobre el trono  del regio Vaticano".
    Presentaron los diputados amigos una moción al Congreso para que yo fuese enviado a Europa a educarme por cuenta de la nación.. El decreto, con algunas enmiendas, fue sometido a la aprobación del presidente. En esos días se dio un fiesta en el palacio presidencial, a la cual fui invitado, como un número curioso, para alegrar con mis versos los oídos de los asistentes. llegó y, tras las músicas de la banda militar, se me pide que recite. Extraje de mi bolsillo una larga serie de décimas, todas ellas rojas de radicalismo antirreligioso, detonantes, probablemente ateas, y que causaron un efecto de todos los diablos. Al concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí los murmullos de los graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza del presidente Chamorro. Éste me llamó, y, poniéndome la mano en un hombro, me dijo, más o menos: - "Hijo mío, si así escribes contra la religión de tus padres y de tu patria, ¿ qué será si te vas a Europa a aprender cosas peores?". Y así la disposición del Congreso no fue cumplida. El presidente dispuso que se me enviase al colegio de Granada, pero yo era de León. Existía una antigua rivalidad entre ambas ciudades, desde tiempo de la Colonia. Se me aconsejó que no aceptase tal cosa, pues ello era opuesto a lo resuelto por los congresales, y porque ello humillaba a mi vecindario leonés; y decididamente renuncié el favor.
    En Managua conocí a un historiador ilustre de Guatemala, el doctor Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano Antonio Zambrana, que fue para mí intelectualmente paternal, y al doctor José Leonard y Bertholet, que fue después mi profesor en el Instituto leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última insurrección había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fue íntimo de los prohombres de la república y de hombres de letras, escritores y poetas, entre ellos don Ventura Ruíz de Aguilera, que habla de él en uno de sus libros, y don Antonio de Trueba. llegó a tal la simpatía que tuvieron por él sus amigos españoles, que llegó a ser Leonard hasta redactor de la Gaceta de Madrid.
    Así pues, mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente de intelecto, de saber y de experiencia y por ellos conseguí que se me diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses leyendo todo lo posible y entre todas las cosas que leí "¡horrendo referens!" fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en verdad un buen conocedor de  letras castizas, como cualquiera puede verlo en mis primeras producciones publicadas, en un tomo de poesías, hoy inencontrable, que se titula Primeras Notas, como ya lo hizo notar don Juan Valera, cuando escribió sobre el libro Azul. Ha sido deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros y vocablos exóticos y no puramente españoles.
    Era director de la Biblioteca Nacional un viejo poeta llamado Antonio Aragón, que había sido en Guatemala íntimo amigo de un gran poeta español, hoy bastante desconocido, pero a quien debieron mucho los poetas hispano-americanos en el tiempo que recorrió este continente. Me refiero a Don Fernando Velarde, originario de Santander, a quien ha hecho felizmente justicia en uno de sus libros el grande y memorable don Marcelino Menéndez y Pelayo. Don Antonio Aragón era un varón excelente, nutrido de letras universales, sobre todo de clásicos y griegos y latinos. Me enseñó mucho y el fue quien me contó algo que figura en las famosas Memorias de Garibaldi. Garibaldi estuvo en Nicaragua. No puedo precisar en qué fecha, pue no tengo a la vista un libro publicado por Dumas, y don Antonino le conoció mucho. estableció la primera fábricas de velas que haya habido en el país. Habitó en León en la casa de Don Rafael Salinas. Se dedicaba a la caza. Muy frecuentemente salía con su fusil y se internaba por los montes cercanos a la ciudad y volvía casi siempre con un venado al hombro y una red llena de pavos monteses, conejos y otras alimañas. Un día alguien le reprendió porque al pasar el viático, y estando en la puerta de la casa, no se quitó el sombrero, y el dijo estas frases que me repitiera don Antonino muchas veces:"¿Cree usted que Dios va a venir a envolverse en harina para que le metan en un saco de m...?". ( Fin del Capítulo X).


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Mar 07 Jul 2015, 15:01, editado 6 veces


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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie 03 Jul 2015, 16:40

    Qué bueno es detener nuestros pasos hasta aquí, donde se aprende tanto.
    Ardua labor la de ustedes y loable.
    Mi abrazo y mi cariño a ustedes que hacen esto posible.
    Besossssssss
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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 04 Jul 2015, 03:22

    Evangelina, ¡Qué bueno es verte y saberte por aquí!.  Gracias , mujer.

    Y por aquí seguimos, querido Pascual.



    Yo soy aquél que ayer no más decía


    Yo soy aquel que ayer no más decía
    el verso azul y la canción profana,
    en cuya noche un ruiseñor había
    que era alondra de luz por la mañana.

    El dueño fui de mi jardín de sueño,
    lleno de rosas y de cisnes vagos;
    el dueño de las tórtolas, el dueño
    de góndolas y liras en los lagos;

    y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
    y muy moderno; audaz, cosmopolita;
    con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
    y una sed de ilusiones infinita.

    Yo supe del dolor desde mi infancia,
    mi Juventud... ¿fue juventud la mía?
    Sus rosas aún me dejan su fragancia,
    una fragancia de melancolía...

    Potro sin freno se lanzó mi instinto,
    mi juventud montó potro sin freno;
    iba embriagada y con puñal al cinto;
    si no cayó, fue porque Dios es bueno.

    En mi jardín se vio una estatua bella;
    se juzgó mármol y era carne viva;
    un alma joven habitaba en ella,
    sentimental, sensible, sensitiva.

    Y tímida ante el mundo, de manera
    que encerrada en silencio no salía,
    sino cuando en la dulce primavera
    era la hora de la melodía...

    Hora de ocaso y de discreto beso;
    hora crepuscular y de retiro;
    hora de madrigal y de embeleso,
    de «te adoro», de «¡ay!» y de suspiro.

    Y entonces era en la dulzaina un juego
    de misteriosas gamas cristalinas,
    un renovar de notas del Pan griego
    y un desgranar de músicas latinas,

    con aire tal y con ardor tan vivo,
    que a la estatua nacían de repente
    en el muslo viril patas de chivo
    y dos cuernos de sátiro en la frente.

    Como la Galatea gongorina
    me encantó la marquesa verleniana,
    y así juntaba a la pasión divina
    una sensual hiperestesia humana;

    todo ansia, todo ardor, sensación pura
    y vigor natural; y sin falsía,
    y sin comedia y sin literatura...
    si hay un alma sincera, esa es la mía.

    La torre de marfil tentó mi anhelo;
    quise encerrarme dentro de mí mismo,
    y tuve hambre de espacio y sed de cielo
    desde las sombras de mi propio abismo.

    Como la esponja que la sal satura
    en el jugo del mar, fue el dulce y tierno
    corazón mío, henchido de amargura
    por el mundo, la carne y el infierno.

    Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
    el Bien supo elegir la mejor parte;
    y si hubo áspera hiel en mi existencia,
    melificó toda acritud el Arte.

    Mi intelecto libré de pensar bajo,
    bañó el agua castalia el alma mía,
    peregrinó mi corazón y trajo
    de la sagrada selva la armonía.

    ¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
    emanación del corazón divino
    de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
    fuente cuya virtud vence al destino!

    Bosque ideal que lo real complica,
    allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
    mientras abajo el sátiro fornica,
    ebria de azul deslíe Filomela.

    Perla de ensueño y música amorosa
    en la cúpula en flor del laurel verde,
    Hipsipila sutil liba en la rosa,
    y la boca del fauno el pezón muerde.

    Allí va el dios en celo tras la hembra,
    y la caña de Pan se alza del lodo;
    la eterna Vida sus semillas siembra,
    y brota la armonía del gran Todo.

    El alma que entra allí debe ir desnuda,
    temblando de deseo y de fiebre santa,
    sobre cardo heridor y espina aguda:
    así sueña, así vibra y así canta.

    Vida, luz y verdad, tal triple llama
    produce la interior llama infinita;
    El Arte puro como Cristo exclama:
    Ego sum lux et veritas et vita!

    Y la vida es misterio; la luz ciega
    y la verdad inaccesible asombra;
    la adusta perfección jamás se entrega,
    Y el secreto Ideal duerme en la sombra.

    Por eso ser sincero es ser potente.
    De desnuda que está, brilla la estrella;
    el agua dice el alma de la fuente
    en la voz de cristal que fluye d'ella.

    Tal fue mi intento, hacer del alma pura
    mía, una estrella, una fuente sonora,
    con el horror de la literatura
    y loco de crepúsculo y de aurora.

    Del crepúsculo azul que da la pauta
    que los celestes éxtasis inspira,
    bruma y tono menor -¡toda la flauta!,
    y Aurora, hija del Sol -¡toda la ira!

    Pasó una piedra que lanzó una honda;
    pasó una flecha que aguzó un violento.
    La piedra de la honda fue a la onda,
    y la flecha del odio fuese al viento.

    La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
    con el fuego interior todo se abrasa;
    se triunfa del rencor y de la muerte,
    y hacia Belén... ¡la caravana pasa!




     Cleopompo y Heliodemo

    A Vargas Vila


    Cleopompo y Heliodemo, cuya filosofía
    es idéntica, gustan dialogar bajo el verde
    palio del platanar. Allí Cleopompo muerde
    la manzana epicúrea y Heliodemo fía

    al aire su confianza en la eterna armonía.
    Mal haya quien las Parcas inhumano recuerde:
    Si una sonora perla de la clepsidra pierde,
    no volverá a ofrecerla la mano que la envía.

    Una vaca aparece, crepuscular. Es hora
    en que el grillo en su lira hace halagos a Flora,
    y en el azul florece un diamante supremo:

    y en la pupila enorme de la bestia apacible
    miran como que rueda en un ritmo visible
    la música del mundo, Cleopompo y Heliodemo.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 05 Jul 2015, 04:14

    Ay, triste del que un día...

    Ay, triste del que un día en su esfinge interior
    pone los ojos e interroga. Está perdido.
    Ay del que pide eurekas al placer o al dolor.
    Dos dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido.

    Lo que el árbol desea decir y dice al viento,
    y lo que el animal manifiesta en su instinto,
    cristalizamos en palabra y pensamiento.
    Nada más que maneras expresan lo distinto.


    Marcha triunfal

    ¡Ya viene el cortejo!
    ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
    La espada se anuncia con vivo reflejo;
    ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.

    Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
    los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
    La gloria solemne de los estandartes
    llevados por manos robustas de heroicos atletas.
    Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros,
    los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
    los cascos que hieren la tierra.
    Y los timbaleros,
    que el paso acompasan con ritmos marciales.
    ¡Tal pasan los fieros guerreros
    debajo los arcos triunfales!

    Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
    su canto sonoro,
    su cálido coro,
    que envuelve en un trueno de oro
    la augusta soberbia de los pabellones.
    Él dice la lucha, la herida venganza,
    las ásperas crines,
    los rudos penachos, la pica, la lanza,
    la sangre que niega los heroicos carmines,
    la tierra;
    los negros mastines
    que azuza la muerte, que rige la guerra.

    Los áureos sonidos
    anuncian el advenimiento
    triunfal de la Gloria;
    dejando el picacho que guarda sus nidos,
    tendiendo sus alas enormes al viento,
    los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!

    Ya pasa el cortejo.
    Señala el abuelo los héroes al niño:
    ved como la barba del viejo
    los bucles de oro circundan de armiño.
    Las bellas mujeres aprestan coronas de flores
    y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
    y la más hermosa
    sonríe al más fiero de los vencedores.
    ¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
    honor al herido y honor a los fieles
    soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
    ¡Clarines! ¡Laureles!

    Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
    desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros:
    -las viejas espadas de los granaderos más fuertes que osos,
    hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros-.
    Las trompas guerreras resuenan;
    de voces los aires se llenan...
    -A aquellas antiguas espadas,
    a aquellos ilustres aceros,
    que encarnan las glorias pasadas-;
    Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
    y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros;
    al que ama la insignia del sueño materno,
    al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
    los soles del rojo verano,
    las nieves y vientos del gélido invierno,
    la noche, la escarcha
    y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
    ¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan la marcha
    triunfal!...




    RETRATOS
    Don Gil, Don Juan, Don Lope, Don Carlos, Don Rodrigo,
    ¿cúya es esta cabeza soberbia? ¿Esa faz fuerte?
    ¿Esos ojos de jaspe? ¿Esa barba de trigo?
    Este fue un caballero que persiguió a la Muerte.

    Cien veces hizo cosas tan sonoras y grandes,
    que de águilas poblaron el campo de su escudo,
    y ante su rudo tercio de América o de Flandes
    quedó el asombro ciego, quedó el espanto mudo.

    La coraza revela fina labor; la espada
    tiene la cruz que erige sobre su tumba el miedo;
    y bajo el puño firme que da su luz dorada,
    se afianza el rayo sólido del yunque de Toledo.

    Tiene labios de Borgia, sangrientos labios dignos
    de exquisitas calumnias, de rezar oraciones
    y de decir blasfemias: rojos labios malignos
    florecidos de anécdotas en cien Decamerones.

    Y con todo, este hidalgo de un tiempo indefinido,
    fue el abad solitario de un ignoto convento,
    y dedicó en la muerte sus hechos: ¡Al olvido!
    y el grito de su vida luciferina: ¡Al viento!



    En la forma cordial de la boca, la fresa
    solemniza su púrpura; y en el sutil dibujo
    de óvalo del rostro de la blanca abadesa
    la pura frente es ángel y el ojo negro es brujo.

    Al marfil monacal de esa faz misteriosa
    brota una dulce luz de un resplandor interno,
    que enciende en sus mejillas un celeste rosa
    en que su pincelada fatal puso el Infierno.

    ¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María!
    La mágica mirada y el continente regio,
    ¿no hicieron en un alma pecaminosa un día
    brotar el encendido clavel del sacrilegio?

    Y parece que el hondo mirar cosas dijera
    especiosas y ungidas de miel y de veneno.
    (Sor María murió condenada a la hoguera:
    dos abejas volaron de las rosas del seno.)


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 06 Jul 2015, 12:48

    Evangelina, te doy las gracias por tu presencia aquí. Eres una persona con una gran capacidad de trabajo, admirable, y se te quiere.

    A Lluvia no le puedo dar las gracias porque se enfada.

    A mí, tampoco puedo, porque me enfadaría yo. Además tengo un tanto abandonada la AUTOBIOGRAFÍA. Voy a hacer lo que pueda.

    Besos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar 07 Jul 2015, 00:07

    Tranquilo, mi querido amigo. No hay prisa, creo que no la hay, ¿verdad?. A sí que sigue a tu ritmo, que te seguimos, te sigo. Yo también voy lenta, y con este calor infernal, más aún.

    ABROJOS - VIII

    Vivió el pobre en la miseria
    nadie le oyó en su desgracia;
    cuando fue a pedir limosna
    lo arrojaron de una casa.
    Después que murió mendigo,
    le elevaron una estatua...
    ¡Vivan los muertos, que no han
    estómago ni quijadas!

    NOCTURNO

    Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
    dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
    y la desfloración amarga de mi vida
    por un vasto dolor y cuidados pequeños.
    Y el viaje a un vago Oriente por entrevistos barcos,
    y el grano de oraciones que floreció en blasfemia,
    y los azoramientos del cisne entre los charcos
    y el falso azul nocturno de inquerida bohemia.
    Lejano clavicordio que en silencio y olvido
    no diste nunca al sueño la sublime sonata,
    huérfano esquife, árbol insigne, obscuro nido
    que suavizó la noche de dulzura de plata...
    Esperanza olorosa a hierbas frescas, trino
    del ruiseñor primaveral y matinal,
    azucena tronchada por un fatal destino,
    rebusca de la dicha, persecución del mal...
    El ánfora funesta del divino veneno
    que ha de hacer por la vida la tortura interior,
    la conciencia espantable de nuestro humano cieno
    y el horror de sentirse pasajero, el horror
    de ir a tientas, en intermitentes espantos,
    hacia lo inevitable, desconocido, y la
    pesadilla brutal de este dormir de llantos
    ¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará!


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 07 Jul 2015, 15:07

    AUTOBIOGRAFÍA.-
    XI
    Vivía yo en casa del licenciado Modesto Barrios, y este licenciao me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña.
    Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía al andar ilusiones de canéfora . Era alegre, risueña, llena de frescura y deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré desde luego; fue "el rayo" como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás escribiera tantos versos de amor como entonces.Versos unos que no recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en algunos de mis libros.. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de estas íntimas delicias que no pueden decirse completamente con palabras, aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente. Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas mirando los ojos de la exquisita muchacha, que era mi verdadera musa en esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a su tiempo los besos. ¡ Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí comprendí por primera vez en profundidad: Mel et lac sub lingua tua. Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La pereza y la sensualidad se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias tropicales el triunfo de la atracción y el instinto.
    Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y como es por allí costumbre, las familias migas iban a velar al enfermo. Iba así la joven que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos  y trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida y a quien mi amada, daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, Abrojos, Amor sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del lago, los pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos sabéis deletrear.
    Un día dije a mis amigos: - "Me caso". La carcajada fue homérica. tenía apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una resolución definitiva en mi voluntad , me juntaron unos cuantos pesos, me arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador. ( Fin del Capítulo XI )


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 08 Jul 2015, 13:38

    AUTOBIOGRAFIA.-
    XII
    Gobernaba este país entonces el doctor Rafael Zaldivar, hombre culto, hábil, tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien, habiendo sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no debo sino alabanzas y agradecimientos. Llegar yo al puerto de La Libertad y poner un telegrama a su excelencia, todo fue uno. Inmediatamente recibí una contestación halagadora del presidente, que se encontraba en una hacienda, en el cual telegrama era muy gentil conmigo y me anunciaba una audiencia en la capital.. llegué a la capital. Al cochero que me preguntó a que hotel iba, le contesté sencillamente: "Al mejor". El mejor, de cuyo nombre no puedo acordarme aunque quiero, , lo tenía un barítono italiano de apellido Petrilli, y era famoso por sus macarroni y su moscato espumante y las bellas artistas que llegaban a cantar ópera y a recoger el pañuelo de un galante, generoso infatigable sultán presidencial. A los pocos días recibí aviso de que el presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga cabellera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y apocado  delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no encontraba palabras que decir. El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me ofreció su protección; más cuando me preguntó qué era lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón de poder: - "Quiero tener una buena posición social". ¿Qué entendería yo por tener una posición social? Lo sospecho. El doctor Zaldívar, siempre sonriendo, me contestó bondadosamente: -" Eso depende de usted...". Me despedí. Cuando llegué al hotel, al poco rato, me dijeron que el director de policía deseaba verme. Noté en él y en el dueño del hotel un desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos de plata, obsequio del presidente. ¡Quinientos pesos de plata! Macarroni, moscato espumante, artistas bellas... Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho flaco  y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen comienzo para tener una buena posición social...
    Al día siguiente por la mañana estaba yo rodeado de improbables poetas adolescentes, escritores en ciernes y aficionados a las musas. Ejercía de nabab. Los invité a almorzar. Macarroni, moscato espumante. El esplendor continuó hasta la tarde y llegó la noche.
    ¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas, que me levantase y fuese a tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío y locura. Al día siguiente estaba yo todo mohíno y lleno de remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos estaban en baja. A los pocos días los quinientos pesos se habían esfumado y recibí la visita del mismo director de Policía que me los había traído. Dije yo: -"Viene con otros quinientos pesos". -"Joven - me dijo con aire serio y conminatorio- aliste sus maletas y de orden del señor presidente, sígame". Lo seguí como un corderito.
    Me llevó a un colegio que dirigía cierto célebre escritor, el doctor Reyes. Oí que el terrible funcionario decía al director: "Que no deje usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo con él". Dije para mí: "Estoy perdido". Pero el director era un hombre suave, insinuante, con habilidad indígena, culto malicioso, y comprendió qué clase de soñador le llevaban."Amiguito - me dijo- no encontrará usted en mí severidad, sino amistad; pórtese bien, dará, usted , una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es orden estricta del señor Presidente". En efecto, comencé a hacer mi vida escolar, no sin causar, desde luego, en el establecimiento inusitadas revoluciones. Por ejemplo, me hice magnetizador entre los muchachos. Hacía misteriosos pases y decía palabras sibilinas, y lo peor del caso es que un día uno de los chico se me durmió de verás y no lo podía despertar, hasta que a alguien se le ocurrió echarle un vaso de agua fría en la cabeza. El director me llamó y me dijo palabras reprensivas . No insistí, pero enseñé a recitar versos a todos los alumnos y era consultado para declaraciones y cartas de amor. En tal prisión estuve largos meses, hasta que un día, también por orden presidencial, fui sacado para algo que señaló en mi vida una fecha inolvidable: el estreno de mi primer frac y mi primera comunicación con el público.
    El presidente había resuelto que fuese yo - la verdad es que ello era honroso y satisfactorio para mis pocos años- el que abriese oficialmente la velada que se dio en celebración del Centenario de Bolívar. Escribí una oda que, según lo que vagamente recuerdo, era bella, clásica, correcta, muy distinta , naturalmente, a toda mi producción en tiempos posteriores.
    Aquí se produce en mi memoria una bruma que me impide todo recuerdo. Sólo sé que perdí el apoyo gubernamental. Que anduve a la diabla con mis amigos bohemios y que me enamoré ligera y líricamente de una muchacha que se llamaba Refugio, a la cual escribí, en cierta ocasión, esta inefable cuarteta, que tuvo, desde luego, alguna romántica recompensa:
    Las que se llaman Fidelias
    Deben tener mucha fe,
    Tú, que te llamas Refugio
    Refugio refúgiame.
    Era una chica de catorce años, tímida y sonriente, gordita y sonrosada como una fruta.. El caso fue simplemente poético y sin trascendencias. Poco tiempo después volví a mi tierra. ( Fin del Capítulo XII.)


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Mar 14 Jul 2015, 01:49, editado 3 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Jue 09 Jul 2015, 05:37

    Al rey Óscar

    Le Roi de Suède et de Norvège, après avoir visité Saint-Jean-de Luz, s'est rendu à Hendaye et à Fonterrabie. En arrivant sur le sol espagnol, il a crié: «Vive l'Espagne!»
    Le Fígaro, mars 1899.

    Así, Sire, en el aire de Francia nos llega
    la paloma de plata de Suecia y de Noruega,
    que trae en vez de olivo una rosa de fuego.

    Un búcaro latino, un noble vaso griego
    recibirá el regalo del país de la nieve.
    Que a los reinos boreales el patrio viento lleve
    otra rosa de sangre y de luz españolas;
    pues sobre la sublime hermandad de las olas,
    al brotar tu palabra, un saludo le envía
    al sol de media noche el sol del Mediodía.

    Si Segismundo siente pesar, Hamlet se inquieta.
    El Norte ama las palmas; y se junta el poeta
    del fjord con el del carmen, porque el mismo oriflama
    es de azur. Su divina cornucopia derrama
    sobre el polo y el trópico, la Paz; y el orbe gira
    en un ritmo uniforme por la propia lira:
    el amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna.
    Cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna,
    y la musa de Bécquer del ensueño es esclava
    bajo un celeste palio de la luz escandinava.

    Sire de ojos azules, gracias: por los laureles
    de cien bravos vestidos de honor; por los claveles
    de la tierra andaluza y de la Alhambra del moro;
    por la sangre solar de una raza de oro;
    por la armadura antigua y el yelmo de la gesta;
    por las lanzas que fueron una vasta floresta
    de gloria y que pasaron Pirineos y Andes;
    por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes;
    por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña
    y Velázquez que pinta y Cortés que domeña;
    por el país sagrado en que Heraldes afianza
    sus macizas columnas de fuerza y esperanza,
    mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa
    que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga;
    por el león simbólico y la Cruz, gracias, Sire.

    ¡Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
    mientras la onda cordial alimente un ensueño,
    mientras haya una viva pasión, un noble empeño,
    un buscado imposible, una imposible hazaña,
    una América oculta que hallar, vivirá España!

    ¡Y pues tras la tormenta vienes de peregrino
    real, a la morada que entristeció el destino,
    la morada que viste luto sus puertas abra
    al purpúreo y ardiente vibrar de tu palabra;
    y que sonría, ¡oh rey Óscar!, por un instante;
    y tiemble en la flor áurea el más puro brillante
    para quien sobre brillos de corona y de nombre,
    con los labios de monarca lanza un grito de hombre!


    TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE...
    (SENDEROS OCULTOS)

    Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
    que da su nota blanca al azul de la fuente;
    él pasea su gracia no más, pero no siente
    él alma de las cosas ni la voz del paisaje.

    Huye de toda forma y de todo lenguaje
    que no vayan acordes con el ritmo latente
    de la vida profunda... y adora intensamente
    la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.

    Mira al sapiente búho cómo tiende las alas
    desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
    y posa en aquel árbol el vuelo taciturno...

    Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta
    pupila, que se clava en la sombra, interpreta
    el misterioso libro del silencio nocturno.


    Pasa y olvida

    Peregrino que vas buscando en vano
    un camino mejor que tu camino,
    ¿cómo quieres que yo te dé la mano,
    si mi signo es tu signo, Peregrino?
    No llegarás jamás a tu destino;
    llevas la muerte en ti como el gusano
    que te roe lo que tienes de humano...
    ¡lo que tienes de humano y de divino!
    Sigue tranquilamente, ¡oh, caminante!
    Todavía te queda muy distante
    ese país incógnito que sueñas...
    Y soñar es un mal. Pasa y olvida,
    pues si te empeñas en soñar, te empeñas
    en aventar la llama de tu vida.






    Responso


    Padre y maestro mágico, liróforo celeste
    que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
    diste tu acento encantador;
    ¡Panida! ¡Pan tú mismo, que coros condujiste
    hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
    al son del sistro y del tambor!

    Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,
    que se humedezca el áspero hocico de la fiera,
    de amor si pasa por allí;
    que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
    que de sangrientas rosas el fresco Abril te adorne
    y de claveles de rubí.

    Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo,
    ahuyenten la negrura del pájaro protervo,
    el dulce canto de cristal
    que Filomela vierta sobre tus tristes huesos,
    o la harmonía dulce de risas y de besos,
    de culto oculto y florestal.

    ¡Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,
    que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
    sino rocío, vino, miel:
    que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
    y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
    bajo un simbólico laurel!

    Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
    en amorosos días, como en Virgilio, ensaya,
    tu nombre ponga en la canción;
    y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche,
    con ansias y temores entre las linfas luche,
    llena de miedo y de pasión.

    De noche, en la montaña, en la negra montaña
    de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
    sombra de un Sátiro espectral;
    que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
    de una extra-humana flauta de melodía ajuste
    a la armonía sideral.

    ¡Y huya el tropel equino por la montaña vasta;
    tu rostro de ultratumba bañe la luna casta
    de compasiva y blanca luz;
    ¡y el Sátiro contemple sobre un lejano monte,
    una cruz que se eleve cubriendo el horizonte
    y un resplandor sobre la cruz!





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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue 09 Jul 2015, 13:25

    AUTOBIOGRAFÍA.-
    XIII
    De nuevo en Nicaragua, reanudé mis amoríos con la que una vez llamé "garza morena". Era presidente de la República el general Joaquín Zabala, granadino, conservador, gentilhombre, excelente sujeto para el gobierno y de seguros prestigios. Se me consiguió un empleo en la secretaría presidencial. Escribí en periódicos semi - oficiales versos y cuentos y uno que otro artículo político.. Siempre lleno de ilusiones amorosas, mi encanto era irme a la orilla del lago por las noches llenas de insinuante tibieza. me acostaba en el muelle de madera. Miraba las estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba. Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la reconditez de nuestras mentes; conversación con las cosas en un lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y toda la tierra. Naturalmente, en aquellas mis solitarias horas brotaban prosas y versos y la erótica hoguera iba en aumento. hacía viajes a veces a Momotombo, el puerto del lago.. Admiraba los pájaros de las islas. En ocasiones cazaba cocodrilos con Winchester, en compañía de un rico y elegante amigo llamado Lisímaco Lacayo. Mi trabajo en la secretaría del presidente, bajo la dirección de un íntimo amigo, escritor, que tuvo después un trágico fin en Costa Rica - Pedro Ortiz- me daba la suficiente para vivir con cierta comodidad.
    A causa de la mayor desilusión que pueda sufrir un hombre enamorado, resolví salir de mi país. ¿Pero dónde? Para cualquier parte. Mi idea era irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fue Chile? Estaba entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado Don Juan Cañas, hombre noble y fino, de aventuras y conquistas, minero en California, militar en Nicaragua, cuando la invasión del yankee Walker. Hombre de verdadero talento, de completa distinción, y bondad inagotable. Clillenófilo decidido desde que en Chile fue diplomático allá por el año de la Exposición Universal. "Vete a Chile - me dijo-. Es el país donde debes ir". -"Pero, don Juan - le contesté- cómo me voy a ir a Chile si no tengo los recursos necesarios?" -"Vete a nado - me dijo- aunque te ahogues en el camino". Y el caso es que entre él y otros amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que me diera el general Cañas - una pata un joven que había sido íntimo amigo suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto personaje de Santiago.
    En ese tiempo vino la guerra que por la unión de las cinco repúblicas de Centro América declaraba el presidente de Guatemala, Rufino Barrios. En Nicaragua había subido al poder, después de Zábala, el doctor Cárdenas. Y anduve entre proclamas, discursos y fusilerías. Vino un gran terremoto. Estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en  brazos a una niñita que estaba cerca de mí, hija del dueño de la casa, y salí a la calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos. retumbaba el enorme volcán huguesco, llovía cenizas. Se obscureció el sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por la calle con linternas. Las gentes rezaban, había un temor y una impresión medioevales. Así me fui al puerto como entre una bruma. Tomé el vapor, un vapor alemán de la compañía "Kosmos", que se llamaba Uarda. Entré a mi camarote, me dormí. Era yo el único pasajero. Desperté horas después y fui sobre cubierta. A lo lejos quedaban las costas de mi tierra. Se veía sobre el país una nube negra. Me entró una gran tristeza. Quise comunicarme con las gentes de a bordo, con mi precario inglés y no pude hacerme entender. Así empezaron largos días de navegación entre alemanes que no hablaban más lengua que la suya. El capitán me tomó cariño, me obsequiaba en la comida con buenos vinos del Rhin, cervezas teutónicas y refinados alcoholes. Y por el juego del dominó aprendí a contar en alemán: ein, zwei, drei, vier, fünf... Visité todos los puertos del Pacífico, entre los cuales  aquellos en los que no hay árboles, ni agua, y los hoteleros, para distracción de sus huéspedes tienen en tablas, que colocan como biombos, pintados árboles verdes y aun llenos de flores y frutas, ( Fin del Capítulo XIII).                                         


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Lun 13 Jul 2015, 14:05, editado 3 veces


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    Mensaje por Lluvia Abril Lun 13 Jul 2015, 05:05

    Los motivos del lobo



    El varón que tiene corazón de lis,
    alma de querube, lengua celestial,
    el mínimo y dulce Francisco de Asís,
    está con un rudo y torvo animal,
    bestia temerosa, de sangre y de robo,
    las fauces de furia, los ojos de mal:
    el lobo de Gubbia, el terrible lobo,
    rabioso, ha asolado los alrededores;
    cruel ha deshecho todos los rebaños;
    devoró corderos, devoró pastores,
    y son incontables sus muertes y daños.

    Fuertes cazadores armados de hierros
    fueron destrozados. Los duros colmillos
    dieron cuenta de los más bravos perros,
    como de cabritos y de corderillos.

    Francisco salió:
    al lobo buscó
    en su madriguera.
    Cerca de la cueva encontró a la fiera
    enorme, que al verle se lanzó feroz
    contra él. Francisco, con su dulce voz,
    alzando la mano,
    al lobo furioso dijo: ?¡Paz, hermano
    lobo! El animal
    contempló al varón de tosco sayal;
    dejó su aire arisco,
    cerró las abiertas fauces agresivas,
    y dijo: ?¡Está bien, hermano Francisco!
    ¡Cómo! ?exclamó el santo?. ¿Es ley que tú vivas
    de horror y de muerte?
    ¿La sangre que vierte
    tu hocico diabólico, el duelo y espanto
    que esparces, el llanto
    de los campesinos, el grito, el dolor
    de tanta criatura de Nuestro Señor,
    no han de contener tu encono infernal?
    ¿Vienes del infierno?
    ¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
    Luzbel o Belial?
    Y el gran lobo, humilde: ?¡Es duro el invierno,
    y es horrible el hambre! En el bosque helado
    no hallé qué comer; y busqué el ganado,
    y en veces comí ganado y pastor.
    ¿La sangre? Yo vi más de un cazador
    sobre su caballo, llevando el azor
    al puño; o correr tras el jabalí,
    el oso o el ciervo; y a más de uno vi
    mancharse de sangre, herir, torturar,
    de las roncas trompas al sordo clamor,
    a los animales de Nuestro Señor.
    Y no era por hambre, que iban a cazar.
    Francisco responde: ?En el hombre existe
    mala levadura.
    Cuando nace viene con pecado. Es triste.
    Mas el alma simple de la bestia es pura.
    Tú vas a tener
    desde hoy qué comer.
    Dejarás en paz
    rebaños y gente en este país.
    ¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
    ?Está bien, hermano Francisco de Asís.
    ?Ante el Señor, que todo ata y desata,
    en fe de promesa tiéndeme la pata.
    El lobo tendió la pata al hermano
    de Asís, que a su vez le alargó la mano.
    Fueron a la aldea. La gente veía
    y lo que miraba casi no creía.
    Tras el religioso iba el lobo fiero,
    y, baja la testa, quieto le seguía
    como un can de casa, o como un cordero.

    Francisco llamó la gente a la plaza
    y allí predicó.
    Y dijo: ?He aquí una amable caza.
    El hermano lobo se viene conmigo;
    me juró no ser ya vuestro enemigo,
    y no repetir su ataque sangriento.
    Vosotros, en cambio, daréis su alimento
    a la pobre bestia de Dios. ?¡Así sea!,
    contestó la gente toda de la aldea.
    Y luego, en señal
    de contentamiento,
    movió testa y cola el buen animal,
    y entró con Francisco de Asís al convento.

    *

    Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
    en el santo asilo.
    Sus bastas orejas los salmos oían
    y los claros ojos se le humedecían.
    Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
    cuando a la cocina iba con los legos.
    Y cuando Francisco su oración hacía,
    el lobo las pobres sandalias lamía.
    Salía a la calle,
    iba por el monte, descendía al valle,
    entraba en las casas y le daban algo
    de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
    Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
    dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
    desapareció, tornó a la montaña,
    y recomenzaron su aullido y su saña.
    Otra vez sintióse el temor, la alarma,
    entre los vecinos y entre los pastores;
    colmaba el espanto los alrededores,
    de nada servían el valor y el arma,
    pues la bestia fiera
    no dio treguas a su furor jamás,
    como si tuviera
    fuegos de Moloch y de Satanás.

    Cuando volvió al pueblo el divino santo,
    todos lo buscaron con quejas y llanto,
    y con mil querellas dieron testimonio
    de lo que sufrían y perdían tanto
    por aquel infame lobo del demonio.

    Francisco de Asís se puso severo.
    Se fue a la montaña
    a buscar al falso lobo carnicero.
    Y junto a su cueva halló a la alimaña.
    ?En nombre del Padre del sacro universo,
    conjúrote ?dijo?, ¡oh lobo perverso!,
    a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
    Contesta. Te escucho.
    Como en sorda lucha, habló el animal,
    la boca espumosa y el ojo fatal:
    ?Hermano Francisco, no te acerques mucho...
    Yo estaba tranquilo allá en el convento;
    al pueblo salía,
    y si algo me daban estaba contento
    y manso comía.
    Mas empecé a ver que en todas las casas
    estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
    y en todos los rostros ardían las brasas
    de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
    Hermanos a hermanos hacían la guerra,
    perdían los débiles, ganaban los malos,
    hembra y macho eran como perro y perra,
    y un buen día todos me dieron de palos.
    Me vieron humilde, lamía las manos
    y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
    todas las criaturas eran mis hermanos:
    los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
    hermanas estrellas y hermanos gusanos.
    Y así, me apalearon y me echaron fuera.
    Y su risa fue como un agua hirviente,
    y entre mis entrañas revivió la fiera,
    y me sentí lobo malo de repente;
    mas siempre mejor que esa mala gente.
    y recomencé a luchar aquí,
    a me defender y a me alimentar.
    Como el oso hace, como el jabalí,
    que para vivir tienen que matar.
    Déjame en el monte, déjame en el risco,
    déjame existir en mi libertad,
    vete a tu convento, hermano Francisco,
    sigue tu camino y tu santidad.

    El santo de Asís no le dijo nada.
    Le miró con una profunda mirada,
    y partió con lágrimas y con desconsuelos,
    y habló al Dios eterno con su corazón.
    El viento del bosque llevó su oración,
    que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...


    _________________
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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 13 Jul 2015, 14:11

    AUT0BIOGRAFÍA.-


    XIV


    Por fin el vapor llega a Valparaíso. Compro un periódico. Veo que ha muerto Vicuña Mackenna. En veinte minutos, antes de desembarcar, escribo un artículo. Desembarco. La misma cosa que en el Salvador: ¿ qué hotel? El mejor.
    No fue el mejor, sino un hotel de segunda clase en donde se hospedaba un pianista francés llamado el capitán Yoyer. Hice buscar a Eduardo Poirier y al poco rato este hombre, generoso, correcto y eficaz estaba conmigo, dándome la ilusión de un Chile espléndido y realizable para mis aspiraciones. El Mercurio de Valparaíso, publicó mi artículo sobre Vicuña Mackenna y me lo pagó largamente. Poirier fue entonces, después y siempre, como un hermano mío. Pero había que ir inmediatamente a Santiago, a la capital. Poirier me pidió la carta que traía yo para aquel personaje eminente en la ciudad directiva y la envió al destinatario.
    Mi artículo en El Mercurio, mi renombre anterior... Contestó aquel personaje que tenía en el Hotel de France ya listas las habitaciones para el señor Darío y que me esperaría en la estación. Tomé el tren para Santiago.
    Por el camino no fueron sino rápidas visiones para ojos de poeta, y he aquí la capital chilena.
    Ruido de tren que llega, agitación de familias, abrazos y salutaciones, mozos, empleados de hotel, todo el trajín de una estación metropolitana. Pero a todo esto las gentes se van, los coches de los hoteles se llenan y desfilan y la estación va quedando desierta. Mi valijita y yo quedamos a un lado, y ya no había nadie casi en aquel largo recinto, cuando diviso dos cosas: un carruaje espléndido con dos soberbios caballos, cochero estirado y valet y un señor todo envuelto en pieles, tipo de financiero o de diplomático, que andaba por la estación buscando algo. Yo, a mi vez, buscaba. De pronto, como ya no había nada que buscar, nos dirigimos el personaje a mí y yo al personaje. Con un tono entre dudoso, asombrado y despectivo me preguntó: -"Sería usted acaso el señor Rubén Darío?" Con un tono entre asombrado, miedoso y esperanzado pregunté: -"¿ Sería usted acaso el señor C.A.?" Entonces vi desplomarse toda una Jericó de ilusiones. Me envolvió en una mirada. En aquella mirada abarcaba mi pobre cuerpo de muchacho flaco, mi cabellera larga, mis ojeras, mi jacquecito de Nicaragua, unos pantaloncitos estrechos que yo creía elegantísimos, mis problemáticos zapatos, y sobre todo mi valija. Una valija indescriptible actualmente, en donde, por no sé qué prodigio de comprensión, cabían dos o tres camisas, otro pantalón, otras cuantas cosas de indumentaria, muy pocas, y una cantidad inimaginable de rollos de papel, periódicos, que luchaban apretados por caber en aquel reducidísimo espacio. El personaje miró hacia su coche. Había allí un secretario. Lo llamó. Se dirigió a mí. -"Tengo - me dijo-  mucho placer en conocerle. Le había hecho preparar habitación en un hotel de que le hablé a su amigo Poirier. No le conviene".
    Y en un instante aquella equivocación tomó ante mí el aspecto de la fatalidad y ya no existía, por los justos y tristes detalles de la vida práctica, la ilusión que aquel político opulento tenía respecto al poeta que llegaba de Centro América. Y no había, en resumidas cuentas, más que el inexperto adolescente que se encontraba allí a caza de sueños y sintiendo los rumores de las abejas de esperanza que se prendían a su larga cabellera. ( Fin del Capítulo XIV).


    _________________
    "LOS DEMÁS TAMBIÉN EXISTIMOS" 


    NETANYAHU ASESINO


     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA

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