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Zanón vs. Zenón, por Eduardo Sanahuja (prólogo al libro de Carlos Zanón, Yo vivía aquí, Editorial Playa de Acaba, S.L., 2012)
Lo primero que hay que saber de Zanón es que no se parece en nada a Zenón. Zenón podría tener cualquier rostro esculpido en piedra, siempre que estuviera adornado con un cabello y una barba rizados y provisto de una mirada como de ciego, esas miradas que indagan hacia adentro deslumbradas por la majestuosa unidad del ser. La mirada de Zanón, en cambio, es fractal, porque se construye y se deconstruye al ritmo de una observación caleidoscópica de las vidas, ese laberinto infinito que se dilata hasta dar de bruces con las raíces del azar.
Zenón solo tuvo un maestro, un tipo llamado Parménides, que había nacido en su mismo pueblo, Elea, y que tuvo la delicadeza de adoptarlo. Zenón se pasó la vida tratando de defender las tesis de su mentor, la unidad de lo real, la falacia del movimiento, la invalidez del espacio y la congelación del tiempo. Justo lo contrario que Zanón, que tiene una infinitud de maestros, provenientes en su mayoría del mundo de lo que se suele llamar arte: el arte de la literatura, el arte de la música, el arte del cine, y el arte de vivir, entre otros. No necesita defenderlos, porque sabe que se defienden solos y poque él, en su faceta de abogado, tiene ya de sobra con dar la cara para evitar la prisión preventiva de una interminable cadena de sujetos que han tenido una mala noche. Así es: “No es el náufrago quien está perdido, / sino el barco que acierta a recogerlo” (del poema “Lobo”, en Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan).
Zenón se consagró a la filosofía. Si hubiera sido poeta, hubiera cultivado la “poesía del ser”, una poesía que busca su razón en la esencia de la palabra, en su fuerza magnética, en el acto de nombrar. Es la poesía del aforismo filosófico, del conjuro, de la oración, de la mística. La poesía de Zanón está en el polo opuesto de este modelo poético. Su poesía es heraclitiana, una poesía del “estar”, del devenir, del narrar. Es la poesía de la épica, de la égloga, de la balada. En el caso de Zanón, es especialmente la poesía de la balada y, si se me apura, de la épica antiheroica. Zanón ha buceado en ríos de aguas turbulentas, allí donde pescaron Byron, Rimbaud, Baudelaire, Virginia Woolf, Lewis Carrol, Lee Master, Kafka, Bukowski, Burroughs, Bernhard, Éluard, Cortázar, Fenollosa, Panero (Leopoldo María)… Pero este río lleva también imágenes (de Ben-Hur a Barry Lyndon) y música: Amstrong, Nina Simone, Dylan, Cohen y todo este estuarioque denominamos “rock”, con Lou Reed y su Velvet al frente. Las baladas más dulces las han compuesto los grupos más heavys. No hay que olvidar que Zanón fue cantante y compositor de la banda”Alicia golpea”. En eso que yo llamo balada se ubica la intersección de los tres ingredientes principales de la obra de Zanón: poesía, narrativa y música.
Entre Zenón y Zanón han pasado 2.500 años. Por eso, si en Zenón Aquiles no alcanzaba nunca a la tortuga, en Zanón el hijo de Peleo y el quelonio conciertan una cita para conocerse mejor (o sea, para follar), iniciativa que, sin duda, acabará mal, seguramente en un intento de devorar al partner, de modo que tendrán que intervenir los picapleitos para dirimir quién le pasa la pensión a quién. Eso son 2.500 años, la diferencia entre unas abarcas de piel de buey y unas Doctor Martens, entre una aporía inocente y una minificción anaeróbica con un toque de non-sense. Si Zenón calzaba sandalias, Zanón alternó zapatillas de goma y mocasines en el siglo XX y se convenció de lo absurdo que es pisar fuerte en el siglo XXI.
En cuanto a la obra, la de Zenón se considera perdida. Lo poco que sabemos de él lo conocemos a través de Platón y del historiador Diógenes Laercio. Por el contrario, si deseamos consultar la obra de Zanón, que está en fase de continua expansión, podemos ir a las fuentes directas. Letrista, guionista, crítico literario y articulista (sus “retratos paralelos”, mucho mejores que éste que estoy pergeñando, pueden leerse en sigueleyendo.com), es autor de dos libros sobre músicos, Bee Gees: La importancia de ser un grupo pop (Ediciones Júcar, Colección Los Juglares, 1998) y Willy de Ville: El hombre a quien Rosita robó el televisor (Editorial Milenio, 2003); las novelas Nadie ama a un hombre bueno (Editorial Quadrivium, 2008), Tarde, mal y nunca (Saymon Ediciones, 2008; RBA, 2011. Premio Brigada 21 a mejor primera novela negra del año) y No llames a casa (RBA, 2012); y los poemarios El sabor de tu boca borracha (Editorial Nínfula, 1989 y 1991), Ilusiones y sueños de 10.000 maletas (Editorial Libertarias/Prodhufi, 1996), En el parque de los osos (Ayuntamiento de Málaga, 2000), Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan (Editorial Hiperión, 2004. Premio Valencia de Poesía, Institución Alfonso el Magnánimo) y Tic tac tic tac (Ediciones Carena, 2010). Ha sido incluido en las antologías Por vivir aquí. Antología de poetas catalanes en castellano (1980-2003) (Bartleby Ediciones, Edición de Manuel Rico y prólogo de Manuel Vázques Montalbán, 2003) y 11-M. Poemas contra el olvido (Bartleby Ediciones, 2004).
Suelo desconfiar de los poetas que se pasan a novelistas. Los supermans y superwomans que valen para un roto y un descosido, que pueden ser ministros de agricultura y, al día siguiente, responsabilizarse de la cartera de sanidad o educación, me producen erisipela. En literatura el trasvase poesía-novela es una tentación que no acostumbra a dar buenos resultados. Al final, el poeta se convierte en un mediocre novelista y, si no rectifica a tiempo, el público acaba por olvidar que ese novelista segundón fue en su día un poeta con posibles. Hay excepciones, grandes excepciones, por supuesto. Zanón es una de ellas, porque su novela y su poesía se nutren de la misma sustancia, la balada narrativa que se concentra en el poema y se multiplica en la novela, negra, desde luego. También Zanón es un buen creador de personajes, oficio que, en lo que concierne a la poesía, aprendió de Edgar lee Master y de José María Fonollosa, Y, por fin, y como tercer elemento de engarce entre su poesía y su novela, el asunto del lenguaje: “La gente que olvida mal suele hacerse daño. Porque los que olvidan mal se dicen la verdad con mentiras, extravían nombres, esconden personas y lugares y acaban por recordar solo lo bueno”. Así trata el lenguaje el narrador omnisciente de No llames a casa (ésa es la primera frase de la novela), el mismo trato sutil y profundo, a veces desgarrado, irónico o paradójico, que encontramos en sus poemas: “Como puedo hoy dejarte con vida / darte la espalda y esperar / que no dispares la última bala” o “La soledad no es añorar / a quien amas y no está. / La soledad es no añorar / a quien no amas y está” (de los poemas “Sin prisioneros” y “El caníbal”, respectivamente, de Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan). Zanón, abogado de profesión, como ya he dicho antes, conoce el ruedo del duelo en vivo y en directo. No es un abogado de guante blanco, sino del cuerpo a cuerpo, de los turnos de oficio, de los que pisan comisarías y calabozos. Esta vertiente profesional le ha otorgado un profundo conocimiento del mundo y del espécimen humano, una fuente inagotable de la que bebe su poesía y su novela, pero que sería inútil si Zanón no supiera darle el tratamiento verbal adecuado para construir novelas y poemas que nos reservan para el final el golpe de gracia.
“Yo vivía aquí” es una antología personal. Carlos ha escogido los poemas que la componen, una muestra significativa de todos sus libros publicados hasta ahora, más un anticipo del que está actualmente preparando, Rock’n roll. Sin embargo, si el lector trata de contrastar los poemas incluidos con los que figuran en las publicaciones originales, constatará que Zanón ha corregido algunos, ha cambiado títulos y también, a veces, su ordenación. El autor propone una nueva lectura de su obra, un nuevo libro, porque nada es eterno e inmutable, porque la historia misma se transfigura según el formato en que la presentemos. Aquí Zanón y Zenón tampoco coinciden.
Un poeta catalán actual de los de mayor prestigio declaró en un reportaje televisivo que cuando lee antologías solo le interesan de la mitad hacia adelante, cuando la obra del poeta ya es madura, de igual modo que cuando lee biografías obvia los capítulos de la niñez, bajo el argumento de que todos los niños y niñas hacen más o menos las mismas cosas durante su infancia, algo muy poco interesante. Yo discrepo de lo uno y de lo otro. El hecho de que un niño haya utilizado los ojos de una perdiz como diana para su escopeta de balines es un augurio de su personalidad futura. En mi caso, por ejemplo, una grave enfermedad a los seis años (una meningitis) me adiestró en el sentimiento de la náusea y me desengañó de los mitos oficiales del momento, ya que el Cristo crucificado que presidía mi habitación se negó siempre a compartir conmigo el pan que yo le ofrecía cuando me encontraba algo mejor y podía incorporarme: Marcelino pan y vino era un bluf. Todo esto no es baladí, tampoco lo son los libros de juventud. En ellos casi siempre hay torpezas, a menudo una excesiva teatralidad, una sobreactuación del propio personaje.
Pero es también en ellos, sobre todo en el caso de los buenos poetas, podemos jugar a descubrir los destellos de lo que serán en su madurez, los cimientos de la voz del poeta. Es así, creo, como hay que leer los primeros poemas de Yo vivía aquí.
A medida que avanzamos en la lectura del libro vamos comprobando que los poemas de Zanón golpean, como la Alicia de su grupo punk. Carlos sabe introducirnos en la tragedia de un mundo fagocitado por el cocodrilo, en la tragedia de los niños que hay, de los niños que hubo, del niño que ya no somos. Todo lo ha ensuciado la defecación del tiempo. Y no somos tan imbéciles para creer en segundas partes, para creer que el amor sana lo que ha podrido. Solo tenemos mitología y manos tiznadas, recetas químicas y jirones de pasión. El amor es un buen taxidermista, pero por lo menos hoy, mientras leamos Yo vivía aquí, no ganarán los tibios. Porque Carlos Zanón no es de los tibios, ni de la escala de grises, ni de una aleación de plata pobre. Carlos o te abrasa o te criogeniza. Es brillante y provocador como los acordes de Jimi Hendrix. Quizá en eso es posible que Zanón y Zenón pudieran parecerse.
Barcelona, junio de 2012
Eduard Sanahuja Yll *
Poeta y profesor titular del Departamento de
Didáctica de la Lengua y la Literatura de la
Universidad de Barcelona.
* PARA LEER POESÍA DE EDUARD SANAHUJA: https://www.airesdelibertad.com/t36212-eduard-sanahuja
***
Carlos Zanón (Barcelona, 1966) poeta, novelista, guionista, articulista y crítico literario. Su dedicación a la novela negra ha hecho que se haya emparentado su obra con la de autores como Vázquez Montalbán o Jim Thompson.
Cuatro poemas de Carlos Zanón:
(MIRA A LO LEJOS...)
Mira a lo lejos: rojizas hogueras
que no aciertan a prender en la arena.
Seguir de pie, muchas veces,
es no saber morir.
Qué daría yo por tener el horizonte,
una azotea desde la que ondear
como señuelos, el fino
pentagrama de los huesos.
Ojos de niño con los que mirar
la última verja del Paraíso:
todo hermoso, todo perdido.
El silencio nos ha hecho sordos.
Pero no fueron las horas ni el mar
ni los sueños rotos bajo la piel.
Fue la pérdida, el abandono,
el amor que nos reventó por dentro,
que nos devastó a besos la vida,
en la fe de que alguien nos descubriera
y nos identificara como propio.
No es el náufrago quien está perdido
sino el barco que acierta a recogerlo.
LOBO
Para Santi Chamizo
Lobo hunde sus pisadas
en altas moquetas de hoteles
y la puerta giratoria le exime,
por unos instantes, de decidir.
Palacios de nieve y aeropuertos:
Lobo no ama, espera, solo espera
con ese cansancio en respirar,
hablar y mirar, vivir el hilo
que enhebra sueño y recuerdo
hasta que se te desfonda el alma.
Qué inútil: ya estás muerto,
todo se repite para no volver.
Corazón de plomo y agua sucia
-diluvios, castigos, solo tormentas,
con la que hierves leche y café
en el que botarás, ciego, tu barco
que entre escollos de magdalena
tratará de llegar a buen puerto:
solo es cierto lo olvidado
y nada te pierde en la memoria
excepto nombres y aniversarios.
Temblando de frío, hambre y deseo,
Lobo ya no llora: solo espera.
SIN PRISIONEROS
Cómo puedo hoy dejarte con vida,
darte la espalda y esperar que
no dispares la última bala.
Cómo decirte que ya no te quiero
sin que sufras ni preguntes.
Convendremos todos en lo siguiente:
mejor un mundo a la inversa-
Enamorarse a destiempo
y desenamorarse a la vez.
Pero en fin, esto es lo que es.
Una compota de galantería,
remordimiento y Gengis Khan.
Es más sencillo, mucho más efectivo,
asesinar a un amante que olvidarlo.
Los muertos ya no vuelven a follar
ni se desesperan si llaman
y esa noche has salido y no estás.
EL CANÍBAL
La soledad no es añorar
a quien amas y no está.
La soledad es no añorar
a quien no amas y está.
Porque solo es feliz
el caníbal que sabe leer
las acuarelas de las nubes,
aquel que no mira atrás
en ninguna despedida.
El que no es querido no lo será.
El que lo ha sido dos veces
ten por seguro que lo será mil.
El que abandona, abandonará:
será fuerte y hermoso,
su belleza es el dolor de los otros,
su incapacidad para el amor
su férrea condena a ser amado.
La soledad no eres tú.
La soledad son los demás
cuando no piensa en en ti.
…………………….........Ríndete,
pierde la fe, no vayas al cine,
acepta este capitalismo salvaje,
sus bolsas de pobreza afectiva,
el 0.7 de amor que no llega.
No des ojos a los ciegos,
limítate a verles tropezar
y saborear ese fin
como si fuera un principio.
Carlos Zanón (Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan, 2004)
.
Zanón vs. Zenón, por Eduardo Sanahuja (prólogo al libro de Carlos Zanón, Yo vivía aquí, Editorial Playa de Acaba, S.L., 2012)
Lo primero que hay que saber de Zanón es que no se parece en nada a Zenón. Zenón podría tener cualquier rostro esculpido en piedra, siempre que estuviera adornado con un cabello y una barba rizados y provisto de una mirada como de ciego, esas miradas que indagan hacia adentro deslumbradas por la majestuosa unidad del ser. La mirada de Zanón, en cambio, es fractal, porque se construye y se deconstruye al ritmo de una observación caleidoscópica de las vidas, ese laberinto infinito que se dilata hasta dar de bruces con las raíces del azar.
Zenón solo tuvo un maestro, un tipo llamado Parménides, que había nacido en su mismo pueblo, Elea, y que tuvo la delicadeza de adoptarlo. Zenón se pasó la vida tratando de defender las tesis de su mentor, la unidad de lo real, la falacia del movimiento, la invalidez del espacio y la congelación del tiempo. Justo lo contrario que Zanón, que tiene una infinitud de maestros, provenientes en su mayoría del mundo de lo que se suele llamar arte: el arte de la literatura, el arte de la música, el arte del cine, y el arte de vivir, entre otros. No necesita defenderlos, porque sabe que se defienden solos y poque él, en su faceta de abogado, tiene ya de sobra con dar la cara para evitar la prisión preventiva de una interminable cadena de sujetos que han tenido una mala noche. Así es: “No es el náufrago quien está perdido, / sino el barco que acierta a recogerlo” (del poema “Lobo”, en Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan).
Zenón se consagró a la filosofía. Si hubiera sido poeta, hubiera cultivado la “poesía del ser”, una poesía que busca su razón en la esencia de la palabra, en su fuerza magnética, en el acto de nombrar. Es la poesía del aforismo filosófico, del conjuro, de la oración, de la mística. La poesía de Zanón está en el polo opuesto de este modelo poético. Su poesía es heraclitiana, una poesía del “estar”, del devenir, del narrar. Es la poesía de la épica, de la égloga, de la balada. En el caso de Zanón, es especialmente la poesía de la balada y, si se me apura, de la épica antiheroica. Zanón ha buceado en ríos de aguas turbulentas, allí donde pescaron Byron, Rimbaud, Baudelaire, Virginia Woolf, Lewis Carrol, Lee Master, Kafka, Bukowski, Burroughs, Bernhard, Éluard, Cortázar, Fenollosa, Panero (Leopoldo María)… Pero este río lleva también imágenes (de Ben-Hur a Barry Lyndon) y música: Amstrong, Nina Simone, Dylan, Cohen y todo este estuarioque denominamos “rock”, con Lou Reed y su Velvet al frente. Las baladas más dulces las han compuesto los grupos más heavys. No hay que olvidar que Zanón fue cantante y compositor de la banda”Alicia golpea”. En eso que yo llamo balada se ubica la intersección de los tres ingredientes principales de la obra de Zanón: poesía, narrativa y música.
Entre Zenón y Zanón han pasado 2.500 años. Por eso, si en Zenón Aquiles no alcanzaba nunca a la tortuga, en Zanón el hijo de Peleo y el quelonio conciertan una cita para conocerse mejor (o sea, para follar), iniciativa que, sin duda, acabará mal, seguramente en un intento de devorar al partner, de modo que tendrán que intervenir los picapleitos para dirimir quién le pasa la pensión a quién. Eso son 2.500 años, la diferencia entre unas abarcas de piel de buey y unas Doctor Martens, entre una aporía inocente y una minificción anaeróbica con un toque de non-sense. Si Zenón calzaba sandalias, Zanón alternó zapatillas de goma y mocasines en el siglo XX y se convenció de lo absurdo que es pisar fuerte en el siglo XXI.
En cuanto a la obra, la de Zenón se considera perdida. Lo poco que sabemos de él lo conocemos a través de Platón y del historiador Diógenes Laercio. Por el contrario, si deseamos consultar la obra de Zanón, que está en fase de continua expansión, podemos ir a las fuentes directas. Letrista, guionista, crítico literario y articulista (sus “retratos paralelos”, mucho mejores que éste que estoy pergeñando, pueden leerse en sigueleyendo.com), es autor de dos libros sobre músicos, Bee Gees: La importancia de ser un grupo pop (Ediciones Júcar, Colección Los Juglares, 1998) y Willy de Ville: El hombre a quien Rosita robó el televisor (Editorial Milenio, 2003); las novelas Nadie ama a un hombre bueno (Editorial Quadrivium, 2008), Tarde, mal y nunca (Saymon Ediciones, 2008; RBA, 2011. Premio Brigada 21 a mejor primera novela negra del año) y No llames a casa (RBA, 2012); y los poemarios El sabor de tu boca borracha (Editorial Nínfula, 1989 y 1991), Ilusiones y sueños de 10.000 maletas (Editorial Libertarias/Prodhufi, 1996), En el parque de los osos (Ayuntamiento de Málaga, 2000), Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan (Editorial Hiperión, 2004. Premio Valencia de Poesía, Institución Alfonso el Magnánimo) y Tic tac tic tac (Ediciones Carena, 2010). Ha sido incluido en las antologías Por vivir aquí. Antología de poetas catalanes en castellano (1980-2003) (Bartleby Ediciones, Edición de Manuel Rico y prólogo de Manuel Vázques Montalbán, 2003) y 11-M. Poemas contra el olvido (Bartleby Ediciones, 2004).
Suelo desconfiar de los poetas que se pasan a novelistas. Los supermans y superwomans que valen para un roto y un descosido, que pueden ser ministros de agricultura y, al día siguiente, responsabilizarse de la cartera de sanidad o educación, me producen erisipela. En literatura el trasvase poesía-novela es una tentación que no acostumbra a dar buenos resultados. Al final, el poeta se convierte en un mediocre novelista y, si no rectifica a tiempo, el público acaba por olvidar que ese novelista segundón fue en su día un poeta con posibles. Hay excepciones, grandes excepciones, por supuesto. Zanón es una de ellas, porque su novela y su poesía se nutren de la misma sustancia, la balada narrativa que se concentra en el poema y se multiplica en la novela, negra, desde luego. También Zanón es un buen creador de personajes, oficio que, en lo que concierne a la poesía, aprendió de Edgar lee Master y de José María Fonollosa, Y, por fin, y como tercer elemento de engarce entre su poesía y su novela, el asunto del lenguaje: “La gente que olvida mal suele hacerse daño. Porque los que olvidan mal se dicen la verdad con mentiras, extravían nombres, esconden personas y lugares y acaban por recordar solo lo bueno”. Así trata el lenguaje el narrador omnisciente de No llames a casa (ésa es la primera frase de la novela), el mismo trato sutil y profundo, a veces desgarrado, irónico o paradójico, que encontramos en sus poemas: “Como puedo hoy dejarte con vida / darte la espalda y esperar / que no dispares la última bala” o “La soledad no es añorar / a quien amas y no está. / La soledad es no añorar / a quien no amas y está” (de los poemas “Sin prisioneros” y “El caníbal”, respectivamente, de Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan). Zanón, abogado de profesión, como ya he dicho antes, conoce el ruedo del duelo en vivo y en directo. No es un abogado de guante blanco, sino del cuerpo a cuerpo, de los turnos de oficio, de los que pisan comisarías y calabozos. Esta vertiente profesional le ha otorgado un profundo conocimiento del mundo y del espécimen humano, una fuente inagotable de la que bebe su poesía y su novela, pero que sería inútil si Zanón no supiera darle el tratamiento verbal adecuado para construir novelas y poemas que nos reservan para el final el golpe de gracia.
“Yo vivía aquí” es una antología personal. Carlos ha escogido los poemas que la componen, una muestra significativa de todos sus libros publicados hasta ahora, más un anticipo del que está actualmente preparando, Rock’n roll. Sin embargo, si el lector trata de contrastar los poemas incluidos con los que figuran en las publicaciones originales, constatará que Zanón ha corregido algunos, ha cambiado títulos y también, a veces, su ordenación. El autor propone una nueva lectura de su obra, un nuevo libro, porque nada es eterno e inmutable, porque la historia misma se transfigura según el formato en que la presentemos. Aquí Zanón y Zenón tampoco coinciden.
Un poeta catalán actual de los de mayor prestigio declaró en un reportaje televisivo que cuando lee antologías solo le interesan de la mitad hacia adelante, cuando la obra del poeta ya es madura, de igual modo que cuando lee biografías obvia los capítulos de la niñez, bajo el argumento de que todos los niños y niñas hacen más o menos las mismas cosas durante su infancia, algo muy poco interesante. Yo discrepo de lo uno y de lo otro. El hecho de que un niño haya utilizado los ojos de una perdiz como diana para su escopeta de balines es un augurio de su personalidad futura. En mi caso, por ejemplo, una grave enfermedad a los seis años (una meningitis) me adiestró en el sentimiento de la náusea y me desengañó de los mitos oficiales del momento, ya que el Cristo crucificado que presidía mi habitación se negó siempre a compartir conmigo el pan que yo le ofrecía cuando me encontraba algo mejor y podía incorporarme: Marcelino pan y vino era un bluf. Todo esto no es baladí, tampoco lo son los libros de juventud. En ellos casi siempre hay torpezas, a menudo una excesiva teatralidad, una sobreactuación del propio personaje.
Pero es también en ellos, sobre todo en el caso de los buenos poetas, podemos jugar a descubrir los destellos de lo que serán en su madurez, los cimientos de la voz del poeta. Es así, creo, como hay que leer los primeros poemas de Yo vivía aquí.
A medida que avanzamos en la lectura del libro vamos comprobando que los poemas de Zanón golpean, como la Alicia de su grupo punk. Carlos sabe introducirnos en la tragedia de un mundo fagocitado por el cocodrilo, en la tragedia de los niños que hay, de los niños que hubo, del niño que ya no somos. Todo lo ha ensuciado la defecación del tiempo. Y no somos tan imbéciles para creer en segundas partes, para creer que el amor sana lo que ha podrido. Solo tenemos mitología y manos tiznadas, recetas químicas y jirones de pasión. El amor es un buen taxidermista, pero por lo menos hoy, mientras leamos Yo vivía aquí, no ganarán los tibios. Porque Carlos Zanón no es de los tibios, ni de la escala de grises, ni de una aleación de plata pobre. Carlos o te abrasa o te criogeniza. Es brillante y provocador como los acordes de Jimi Hendrix. Quizá en eso es posible que Zanón y Zenón pudieran parecerse.
Barcelona, junio de 2012
Eduard Sanahuja Yll *
Poeta y profesor titular del Departamento de
Didáctica de la Lengua y la Literatura de la
Universidad de Barcelona.
* PARA LEER POESÍA DE EDUARD SANAHUJA: https://www.airesdelibertad.com/t36212-eduard-sanahuja
***
Carlos Zanón (Barcelona, 1966) poeta, novelista, guionista, articulista y crítico literario. Su dedicación a la novela negra ha hecho que se haya emparentado su obra con la de autores como Vázquez Montalbán o Jim Thompson.
Cuatro poemas de Carlos Zanón:
(MIRA A LO LEJOS...)
Mira a lo lejos: rojizas hogueras
que no aciertan a prender en la arena.
Seguir de pie, muchas veces,
es no saber morir.
Qué daría yo por tener el horizonte,
una azotea desde la que ondear
como señuelos, el fino
pentagrama de los huesos.
Ojos de niño con los que mirar
la última verja del Paraíso:
todo hermoso, todo perdido.
El silencio nos ha hecho sordos.
Pero no fueron las horas ni el mar
ni los sueños rotos bajo la piel.
Fue la pérdida, el abandono,
el amor que nos reventó por dentro,
que nos devastó a besos la vida,
en la fe de que alguien nos descubriera
y nos identificara como propio.
No es el náufrago quien está perdido
sino el barco que acierta a recogerlo.
LOBO
Para Santi Chamizo
Lobo hunde sus pisadas
en altas moquetas de hoteles
y la puerta giratoria le exime,
por unos instantes, de decidir.
Palacios de nieve y aeropuertos:
Lobo no ama, espera, solo espera
con ese cansancio en respirar,
hablar y mirar, vivir el hilo
que enhebra sueño y recuerdo
hasta que se te desfonda el alma.
Qué inútil: ya estás muerto,
todo se repite para no volver.
Corazón de plomo y agua sucia
-diluvios, castigos, solo tormentas,
con la que hierves leche y café
en el que botarás, ciego, tu barco
que entre escollos de magdalena
tratará de llegar a buen puerto:
solo es cierto lo olvidado
y nada te pierde en la memoria
excepto nombres y aniversarios.
Temblando de frío, hambre y deseo,
Lobo ya no llora: solo espera.
SIN PRISIONEROS
Cómo puedo hoy dejarte con vida,
darte la espalda y esperar que
no dispares la última bala.
Cómo decirte que ya no te quiero
sin que sufras ni preguntes.
Convendremos todos en lo siguiente:
mejor un mundo a la inversa-
Enamorarse a destiempo
y desenamorarse a la vez.
Pero en fin, esto es lo que es.
Una compota de galantería,
remordimiento y Gengis Khan.
Es más sencillo, mucho más efectivo,
asesinar a un amante que olvidarlo.
Los muertos ya no vuelven a follar
ni se desesperan si llaman
y esa noche has salido y no estás.
EL CANÍBAL
La soledad no es añorar
a quien amas y no está.
La soledad es no añorar
a quien no amas y está.
Porque solo es feliz
el caníbal que sabe leer
las acuarelas de las nubes,
aquel que no mira atrás
en ninguna despedida.
El que no es querido no lo será.
El que lo ha sido dos veces
ten por seguro que lo será mil.
El que abandona, abandonará:
será fuerte y hermoso,
su belleza es el dolor de los otros,
su incapacidad para el amor
su férrea condena a ser amado.
La soledad no eres tú.
La soledad son los demás
cuando no piensa en en ti.
…………………….........Ríndete,
pierde la fe, no vayas al cine,
acepta este capitalismo salvaje,
sus bolsas de pobreza afectiva,
el 0.7 de amor que no llega.
No des ojos a los ciegos,
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Carlos Zanón (Algunas maneras de olvidar a Gengis Khan, 2004)
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