MÉXICO
GUILLERMO FERNÁNDEZ
Guillermo Fernández, autor sencillo y misterioso
Amigos y colegas recuerdan el legado del vate
CIUDAD DE MÉXICO, 13 de mayo.- Irreverente, políticamente incorrecto, cascarrabias, inquieto, “desmadroso”, desveladísimo, un buen bebedor de tequila y un fumador empedernido; pero también un hombre generoso con sus conocimientos, un excelente conversador, melómano, alegre, juguetón, de espíritu aventurero, vital. Así era el poeta y traductor tapatío Guillermo Fernández (1932-2012).
Los escritores Raúl Renán, Enzia Verducci, Jorge Esquinca y Hernán Bravo recuerdan así al amigo y colega que fue encontrado muerto el pasado 31 de marzo en su casa de Toluca, Estado de México, en un acto de violencia que conmocionó al mundo literario mexicano.
La Procuraduría General de Justicia del Estado de México informó que continúan las indagatorias para resolver el crimen del poeta asesinado en su hogar y precisaron que la principal línea de investigación es el robo a casa habitación.
Se confirmó que el escritor y traductor murió por asfixia. La Policía Ministerial del Estado de México investiga a una banda dedicada al robo a inmuebles, quienes se presume fueron los autores del homicidio.
Ante lo trágico e inesperado del fallecimiento del artista, que el próximo 2 de octubre cumpliría 80 años, no se revaloró en su verdadera dimensión la obra que comenzó a publicar en 1964, con su primer poemario Visitaciones, editado por Juan José Arreola.
Los entrevistados, poetas de diferentes generaciones, coinciden en que el catedrático y tallerista era un enamorado de la cultura italiana y del futbol, “le iba, por supuesto, a las Chivas”; y están convencidos de que no existe en Hispanoamérica un traductor tan completo y “de tal calidad” de la literatura italiana.
“Disfrutaba de los placeres más sencillos de la vida: la conversación, un buen tequila o vino y preparar él mismo la pasta o un café turco. Tenía un espíritu aventurero, lo que lo hizo irse por el mundo muy pronto”, comenta el escritor Jorge Esquinca, quien en 2010 editó su poesía reunida bajo el título de Arca.
Esquinca cuenta que conoció al ensayista y editor en 1982, a través del poeta Elías Nandino. “El nombre de Guillermo salía en las conversaciones que teníamos. Elías hablaba con mucho afecto de él, al grado que un grupo de amigos hicimos una visita a la Ciudad de México para conocerlo. En esos años vivía en la Plaza Río de Janeiro, en el edificio conocido como La casa de las brujas. Nos recibió con amabilidad. La amistad comenzó casi inmediatamente y nunca se interrumpió”.
Evoca que Fernández podía pasarse horas conversando y escuchando música. “Era un gran melómano, su colección de discos y sus libros italianos eran sus joyas más preciadas. Escuchaba desde música clásica hasta Los Doors, Lucha Reyes o Leo Dan, una excentricidad que se permitía ya entrada la madrugada”.
Añade que lo que más admiraba de él era su profunda identidad intelectual. “Era hombre de convicciones definidas que nunca daba su brazo a torcer. Eso lo hizo aislarse del medio literario de la Ciudad de México, fue escogiendo con más rigor a sus amigos y después del terremoto de 1985 emigró a Toluca. No atesoró cosas, su vida fue sencilla”.
Hernán Bravo, uno de sus alumnos y amigos cercanos, lo define como “un cascarrabias, pero generosísimo. Su misoginia escondía un humanismo feroz, por supuesto que no era democrático en sus afectos; pero cuando uno tenía una verdadera amistad con Guillermo no conocía límites. No le gustaba hablar de su propia poesía porque era un hombre dichoso de la vida común y corriente, era melancólico”.
Y Enzia Verducci destaca que “era muy buen amigo, un hombre muy generoso con los jóvenes, te daba libros para leer, procuraba intercambiar ideas y siempre estuvo dispuesto a apoyar a quien quisiera escribir, traducir o hacer cosas diferentes”.
Su legado
Quien estudió literatura en la UNAM, y filología toscana antigua en Florencia, ejerció durante toda su vida sus dos grandes pasiones: la poesía y la traducción al español de novelas, cuentos, ensayos, investigaciones y poesía italianas.
“Un tema que recorre su poesía es el de la orfandad. No es que fuera huérfano, sino ese gran sentimiento de sentirse como extranjero en su propia casa, la asunción de una soledad cósmica. Hablaba con nostalgia de su infancia en Guadalajara, por ejemplo. El amor y su pérdida es otro de sus temas, los poemas más cargados de energía tienen que ver con la pérdida amorosa”, asegura Esquinca.
Para Verducci, su poesía era casi mística, “distinta a lo que su generación escribía, era de una enorme sencillez y al mismo tiempo misteriosa. Uno de sus poetas preferidos era San Juan de la Cruz”.
Y Renán detalla que la poesía siempre fue para el autor de La hora y el sitio (1973) y Bajo llave (1983) “su curación permanente de una herida”.
Pero la producción del traductor, que Hernán Bravo estima en unas 50 mil páginas, rebasó a la del poeta. “Amistosamente le reclamábamos que cada vez escribía menos poemas y publicaba menos su propia poesía. Él decía que prefería dedicar más tiempo a traducir a los grandes poetas que a su propia obra”, indica Esquinca.
Ambos escritores narran que Guillermo Fernández dejó mucho material inédito: sus memorias, bajo el título tentativo de Éste; una antología de la poesía italiana de todos los tiempos, que tenía más de dos mil páginas, en dos tomos; y decenas de cartas de la correspondencia que tuvo con escritores italianos y mexicanos, que había encontrado recientemente, además de diversas traducciones.
Textos que esperan rescatar en cuanto las autoridades mexiquenses lo permitan, pues la casa del poeta en Toluca, donde vivía desde hace 20 años, se encuentra acordonada desde el día en que murió, señalan.
“Ya ha pasado más de un mes y las autoridades no nos han informado ningún avance en las investigaciones. Amigos de Toluca se citaron con el agente del Ministerio Público que lleva el caso y les pidió un mes más. Vamos a ejercer presión a través de las redes sociales”, advierte Esquinca.
Hernán Bravo explica que se planea colocar en su tumba el próximo 2 de octubre una estela que lleve como epitafio uno de sus poemas. “Muchos nos inclinamos por ese que reza: ‘Que nada cante más allá ni más acá de la vida’”.
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