MÉXICO
Finalizada la exposición de los poemas encontrados y escritos por David Huerta, voy a dejar un articulo que encontré realizado por Armando Ponce y que me pareció interesante. Como cabe imaginar David Huerta es hijo del ya mencionado aquí Efraín Huerta.
De poeta a poeta: David Huerta valora a Efraín Huerta
“POR ARMANDO PONCE , 14 JUNIO, 2014 CULTURA, EDICION MEXICO”
“No lucho contra la superioridad poética de mi padre. En esto tengo dos posibilidades: Si la reconozco dejo de escribir, o hago lo mío, y he preferido lo segundo”, expone tranquilamente David Huerta al reconocer que siempre buscó una distancia con la obra de Efraín Huerta. El poeta de Incurable ubica la obra del creador de Absoluto amor en la literatura mexicana, a la vez que sitúa la suya propia en relación a la de El Gran Cocodrilo, de quien se celebra el centenario de su nacimiento este miércoles 18.
David Huerta le llama siempre Efraín. Sin duda porque la relación con su padre, a pesar de disgustos o desacuerdos, nunca tuvo “distanciamientos serios”. A pesar incluso de que cuando David tenía ocho años sus padres se separaron y el poeta de Absoluto amor dejó de residir en casa de Mireya Bravo, y las hijas Eugenia y Andrea, además del benjamín.
David, como Efraín, también se hizo poeta. Y de su relación con el padre y de sus esfuerzos para no emularlo está hablando en el café de la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica el miércoles 11, minutos antes de que se presenten tres libros de la casa: Efraín Huerta. Iconografía, 150 fotos inéditas gracias a la investigación y estudio introductorio de Emiliano Delgadillo en la Colección Tezontle; El otro Efraín. Antología prosística, 176 textos seleccionados por Carlos Ulises Mata para la Colección Letras Mexicanas; y El Gran Cocodrilo en treinta poemínimos, con presentación de Socorro Venegas e ilustraciones del Dr. Alderete en la colección infantil Los Especiales de la Orilla del Viento. Un par de semanas atrás se dio a conocer la tercera edición corregida y ampliada, a cargo de Martí Soler, de la Poesía Completa de Efraín, con prólogo de David.
A un lado de la exposición fotográfica en la Galería Luis Cardoza y Aragón del que fuera el cine Bella Época, dice el hijo de El Gran Cocodrilo:
“Me siento tranquilo porque sé que nunca lo voy a superar.”
Con esa divisa David Huerta (D.F. 1949) ha ido construyendo un cuerpo poético que también ya alcanzó un lugar en la literatura nacional, con 13 libros publicados, desde El jardín de la luz (UNAM, 1972) hasta La mancha en el espejo donde se agrupó su producción hasta ahora (FCE, 2013). Colaborador en las páginas de este semanario con una columna quincenal (desde el 1º. de noviembre de 1982 hasta el 8 de octubre de 1990), su primer trabajo fue una “Calaverita literaria”, a la que antepuso estas líneas: “En la cual se confunden autores y personajes unidos por el movido jolgorio celebrado en dos pueblos que son uno y donde un escritor se queja de mala muerte”:
En Comala y en Macondo
andan los muertos de fiesta;
se olvidaron de la siesta
y la pachanga es a fondo.
De Rulfo la calavera
nos ve con melancolía,
mas no oculta la alegría
de gozar fama postrera.
Tras de haber agonizado,
luego que les llegó el día,
Don Aureliano Buendía
conversa con Juan Preciado.
García Márquez, novelado
por novelista y cuentista
–y también por periodista
anda medio agorzomado:
La pelona en Estocolmo
se lo llevó sin que el Premio
disfrutara sin apremio
y él exclamó: “¡esto es el colmo!”.
Relajado, diríase que a gusto, contento, David Huerta da el banderazo para abrir la conversación.
* * *
–Hurgando en la relación de niño con Efraín Huerta, ¿cómo descubrió a Efraín poeta y cómo se descubrió como poeta en relación a Efraín?
–Sí, me dije: No voy a ser una mala copia ni una copia borrosa de mi padre.
–Pero evidentemente es poeta por su padre…
–Hasta cierto punto. No lo puedo decir categóricamente porque mis padres se separaron cuando yo era muy chico. Entonces lo que había en la casa eran los libros, y tenía la presencia de mi madre. Como la figura de mi padre es la más conocida nos lleva a pensar naturalmente que hay una determinación muy grande por él, pero está la conversación con mi madre, que había convivido de jovencita con los grandes poetas. Era amiga de Octavio Paz, de Rafael Solana, de Elena Garro, de un circulo tremendo. Estaba por un lado mi papá y sus libros que leía ávidamente, pero también leía otros poemas de otros poetas mexicanos. Yo creo que nunca he leído más poesía que cuando era niño.
–En una conversación con Chistopher Domínguez en Letras Libres decía que entre los 10 y 15 años.
–Más o menos, ahí fue cuando hice la parte de más lectura. Era un niño aburrido, mi mamá me decía: “¡Salte a jugar o salte a asolearte, oréate!”.
–Le tocó vivir en un barrio donde salían a jugar en las calles y jugar futbol.
–Claro, y había muchos vecinos que eran casi como familia, periodistas… Hero Rodríguez Toro, Ricardo Tamayo, Renato Leduc, Edmundo Valadez, y ya con estos nombres nos vamos por el lado literario. Ese barrio era magnífico y además se jugaba futbol, era el terreno de la vieja Hacienda de las Rosas. Efraín estuvo pocos años ahí, casi no vivió mucho en la colonia del Periodista porque vino la separación. Cuando nací viví en las calles de José María Iglesias, y entonces nos mudamos a la colonia del Periodista, pero poco tiempo después mi padre desapareció del panorama, aunque estaba presente de todas formas.
–Alguien decía en la exposición adjunta que las fotos evidencian la relación entrañable entre Efraín y sus hijos.
–Absolutamente sí, nunca lo perdimos, podría haber disgusto o desacuerdos pero nunca distanciamientos serios. Mis padres ya divorciados tenían una relación civilizada, si había rencores u odios yo nunca me enteré. Se conocían desde jovencitos, desde antes de los veinte años, mi madre Mireya Bravo era dos años menor que él, murió muy joven a los 55 años. Ella fue la primera esposa de mi padre y con ella tuvo a ¡no Mireya, a Eugenia y a mí. Andrea es un nombre poético que mi padre le puso a mi madre: “Andrea de plata”, le decía, y hay una explicación: mi mamá era muy blanca, “incendiada”, dice Efraín, que tiene una línea preciosa donde habla “de la gran llama de oro de tus diecinueve años”.
–Estaba enamoradísimo.
–Estaba enamoradísimo, y fue un cortejo largo, como los de antes, de hace 80 años, se casaron cuando mi padre tenía 26, 27 años.
–¿Sus padres eran encantadores?
–Sí, y mi padre tenía muy buena relación con la familia de mi madre, una familia de la Iglesia metodista. Había en esa parte de la familia pastores, diaconistas, y todo eso tiene un interés poético, porque hablaban de la Biblia, del Antiguo Testamento, mi padre era lector de los profetas-poetas, Isaías, Ezequiel, del rey David del Cantar de los Cantares, el rey Salomón… Porque los profetas tienen una poesía muy poderosa que viene de lo más hondo de los tiempos, de las maldiciones a Babilonia y todo esto, porque cuando se trata de maldecir Efraín aprendió en parte ahí, también en las calles de la ciudad pero también en las páginas del Antiguo Testamento.
–Acaba de republicarse un artículo donde evoca a su amigo yucateco Clemente López Trujillo, de quien refiere que, en relación a un ataque sufrido por Efraín, “si fuese necesario, me defendería con el mismo vigor con que me defendió en Mérida, cuando en una publicación con aspiraciones de humorística, se me atacó por el Tercer canto de abandono. Pero no es necesario. Ambos hemos crecido lo justo para pelear separados, contra quien sea”.
–Fantástico, gente te de pelea, de lucha.
–Pero de pelea por una causa, ¿no?
–Siempre, siempre así, a veces la causa era muy personal, porque a veces mi papá –aunque eso no lo sé con certidumbre– se metió en líos de faldas, pero de eso he preferido no mirar para no meterme. Hay unos poemas… ¡cuántas aventuras extracurriculares hay en la poesía! Hay testimonio de muchas aventuras.
–El poeta deja testimonio sobre eso…
–Sí, pero para los hijos es un poco incómodo, te lo digo entre risas pero también es la verdad, la gente que lo lee dice: “¡Ah qué señor tan coqueto, tan enamoradísimo!”, pero yo digo “Ah caray”.
“No sé qué habrá pasado después del divorcio de mis padres, pero también tiempo después hay testimonio sobre eso, de los años posteriores, aunque esa es otra parte de la vida de mi papá. Bueno, en los poemas de su madurez también hay mucha coquetería.
* * *
–Volvamos a tu poesía, a la línea distante buscando su propia independencia. ¿La consiguió?
–Creo que sí, creo que puedo escribir lo mío en el sentido de… es que hay que inventar esa distancia, esa distancia que había visto que era necesaria, no es algo que se ha dado, es algo que uno tiene que inventar. Mi esposa Verónica dice: “Pues qué manera de inventar esa distancia, porque Efraín inventó los poemínimos y tú Incurable”, que es un mamotreto inmenso contrario a los poemínimos, todo lúgubre y sombrío, y los poemínimos son chispeantes y cascabeleros, ¡por Dios!
–También hay una distancia en la apreciación estética de la poesía, muy a flor de piel, usted parece irse por una estética más moderna.
–Es posible que sí, pero también hay muchas semejanzas. Si un día tenemos paciencia te muestro los pasajes donde tengo presente a mi papá y lo recreo con mi propio lenguaje, hasta medio lo cito a veces. Está todo, no diría que disimulado pero sí semioculto, porque es parte de mi herencia en todo el sentido de la palabra, porque no se trata de negarlo o destruirlo como padre sino de trabajar para poder asimilarlo, y una vez asimilado pasar a lo mío, propiamente a lo mío, sin complejos ni temores.
–Sí, y aquí viene la otra pregunta: ¿Cómo se ubica poéticamente en la poesía mexicana y como lo ubica a él?
–Bueno, Efraín tiene un lugar notable en esa generación a la que pertenece, en la cual evidentemente la figura más llamativa es Octavio Paz. Efraín y los compañeros de su generación hicieron Taller Poético con Rafael Solana, y quienes participaron en Taller siempre reconocieron, como se dice ahora aunque la palabra me choca un poco, el liderazgo de Paz. Decían: “Octavio es el más preparado de todos nosotros, el que tiene más empuje, él va a ser el director de Taller”, eso en cuanto a la personalidad.
–Pero como poetas son muy distintos, ¿no? Ahí no aplica lo del liderazgo.
–No creo que sean tan distintos porque vienen del mismo lugar, vienen de Juan Ramón Jiménez, de Darío, del postmodernismo, de López Velarde, se parecen muchos sus inicios, luego se separan, luego se juntan de nuevo, en realidad son poetas muy semejantes con un lugar estrictamente hablando muy parecido. Esto puede ser escandaloso porque hay quienes dicen que Octavio Paz es una entidad sobrenatural, que rebasa los marcos de la literatura mexicana, y eso no es verdad y no le hace ningún bien a don Octavio. Tiene un lugar en la poesía mexicana, y ese lugar es muy semejante al que tiene Efraín Huerta.
–Como poetas, ¿pueden compararse? Son muy distintos, y sus lecturas son muy distintas, ¿no cree?
–Claro, y además habría algunos rasgos, para utilizar una palabra pedante, diferentes, con algunas diferencias: en su juventud Efraín Huerta fue un poeta mucho más trágico, de un calado trágico más profundo, Octavio Paz es mucho más contemplativo. Pero formalmente hablando, que es lo que más importa en poesía según yo, más que los sentimientos y las ideas, es la forma, y ahí son muy semejantes.
–La experiencia del lector…
–Sí, pero vienen del mismo lugar, tienen semejanzas muy acusadas y diferencias también muy profundas, pero llegan a lugares muy parecidos. Hay un momento en la vida, no sólo de los poetas o de la gente en general, en que hay que recapitular y decir: ‘A ver: con en este tramo andado, ¿qué ha pasado viendo para atrás?’ Y hacer una especie de valoración. Y en el caso de los poetas, pues se expresan poéticamente. ‘Nocturno de San Ildefonso’, ‘Pasado en claro’, en el caso de Paz, y en el de Efraín ‘Corredor para un testamento’, ‘Perra nostalgia’, son poemas de la propia vida, pero de una vida ya muy grande…
–Hay una diferencia, Efraín es más popular.
–Efraín viene de una familia provinciana.
–Hablando poéticamente, en la poesía de Paz no hay humor nunca.
–Creo que no, ah caray, en eso probablemente tienes razón, me cuesta trabajo recordar alguna broma, alguna puntada.
–Era un hombre muy serio,
–Pero también era apasionado.
–Como en aquel encuentro de generaciones donde estaba usted y él y uno de los infrarrealistas comenzó a burlarse, y golpeó la mesa y gritó.
–Sí, en la Librería Universitaria. Quien lo importunó no se dio cuenta de con quién se estaba metiendo porque saltó como tigre, dijo, no sé si te acuerdes, pegó en la mesa y luego dijo algo así como “bueno ya está bien, si tiene algo que decirme dígamelo a mí en mi cara, no se esconda en el público”, y con eso lo acabó.
–¿Y la pasión en Efraín?
–Probablemente es un poeta del erotismo. Pero hay otro incidente con los infrarrealistas, en el Palacio de Minería, hay fotos aquí en la exposición, fotos de Javier Quirarte en una lectura de poesía de la primera división de poesía mexicana, Montes de Oca, Tomás Segovia, Efraín Huerta, Octavio Paz… Los infrarrealistas empezaron a interrumpir a Paz cuando comenzó a leer, y Efraín Huerta se levantó y los cayó, y al final se dieron un abrazo, testimonio de su amistad.
–A veces quisieron contraponerlos.
–Quisieron contraponerlos, y eso es importante decírselo, es un poco absurdo, porque hay muchas diferencias, muchas semejanzas, pero por encima de todo una gran amistad, y la misma pasión por la poesía.
* * *
–Efraín Huerta como poeta fundamental en su generación y luego hay que ubicarlo a usted en relación a la de él.
–Sí, bueno, yo soy de la generación que sigue, aunque mi padre fue un padre tardío, tenía 35 años cuando me tuvo. Es difícil todavía situarme porque creo que a mí no me corresponde. ¿Cómo me siento respecto a mi padre? Me siento tranquilo porque sé que nunca lo voy a superar.
–¿Así de fácil?
–Hay un pasaje de Elliot que dice: “Hablo de qué hacemos porque todo el tiempo trabajamos con materiales defectuosos, y tratamos de decir lo que tanto trabajo nos cuesta decir, pero para nosotros lo valioso es el intento de tratar de emular al hombre que es imposible de emular…”. Maravilloso, lo tradujo José Emilio, es de los Cuatro Cuartetos. Entonces para mí Efraín Huerta es uno de esos hombres cuya obra es para mí imposible de emular, pero sigo en el intento y lo hago en paz conmigo mismo, y también con él, no lucho contra la superioridad poética de mi padre. En esto tengo dos posibilidades: Si la reconozco dejo de escribir, o hago lo mío, y he preferido lo segundo, y te lo digo tranquilo.
–Pero para elegir su camino y estar abierto y tener esa influencia de Efraín debió haberlo asimilado.
–Sí, por supuesto, y tiene un lugar principalísimo y amplio, es decisivo, es uno de los poetas que leí en serio no como registro escolar, realmente involucrándome como hemos leído poesía toda la vida, y te incluyo, para mí es difícil situarme, es uno de mis maestros, y si lo puedo decir categóricamente, para mí hay tres grandes poetas mexicanos a mucha distancia de los demás: Sor Juana Inés de la Cruz, Ramón López Velarde y José Gorostiza. Los tres tienen relación directa con mi poeta favorito, que es Luis de Góngora, y a partir de ahí podemos trazar toda una red de relaciones con Efraín, tanto con Sor Juana como con López Velarde como con Gorostiza.
“Por ejemplo, ‘La muchacha ebria’, el poema de Efraín que dice ‘este lánguido caer en brazos de una desconocida, esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres’, un poema terrible de la noche. Esa muchacha ebria es la misma ‘putilla de rubor helado’ que aparece en ‘Muerte sin fin’, no me refiero a la persona civil sino a la figura poética, es decir, de algo muy serio que tiene más realidad para los poetas que la simple persona de carne y hueso, son más reales las figuras poéticas que la gente de la calle.
“Es muy interesante porque Vicente Quirarte hizo una observación de oro; dijo: no le puso la muchacha borracha, primero por la rima, y segundo porque utilizó una palabra culta y no una de todos los días que es la ‘chacha’. Una observación de oro, no es la muchacha trastornada o borracha o quién sabe qué… es un título memorable.”
–Habla de un arquetipo de cierta época en México.
–Una cosa así. Mi papa escribió un poema sobre Sor Juana muy hermoso que se llama “Santa Juana de Asbaje”, y si tú vez su visión de la provincia y su visión del erotismo –qué coordenadas tan importantes–, más temprano que tarde encuentras la relación con la secularidad, y lo mismo Paz, en su caso con sus características, pero los jefes son Sor Juana, López Velarde y Gorostiza, en mi visión es la triada.
–Cómo decirlo, algunos ven en la lectura de Efraín Huerta, sin olvidar la estética desde luego, la fuerza humana. Por ejemplo Paz en Piedra de Sol es la forma, la forma, la forma sobre todo. Quizá es una lectura equivocada, pero en Huerta el ritmo, siendo muy natural también, deja paso al contenido humano.
–Como en el caso de todos los grandes poetas. Y creo que Sor Juana escribe el Primero sueño como un edificio frío, distante, ¡pero está lleno de pasión volcánica, ¿eh?! Lo mismo López Velarde. Hace unas semanas estábamos examinando un poema espeluznante, “Te honro en el instante”, misteriosísimo, devastador. Y lo mismo Gorostiza. “Muerte sin fin” no es ese poema frío, metafísico, distante, termina con una imagen también espeluznante, “anda putilla del rubor helado, anda vámonos al diablo”, y Efraín está metido en esa línea de humanidad muy carnal.
FIN
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