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“¿Aeropuerto Violador de Chile?”, por Laura Freixas (La Vanguardia, 05-03-2020)
Una batalla enfrenta desde hace años a la opinión pública chilena. Un grupo de diputados propuso en el 2010 y de nuevo en el 2018 que el aeropuerto de Santiago pasara a llamarse Pablo Neruda. Las feministas se oponen, alegando que en sus memorias, Confieso que he vivido, Neruda cuenta que violó a una sirvienta. No dice esa palabra, pero está bastante claro: “La tomé fuertemente de la muñeca”, “pronto estuvo desnuda sobre mi cama”, “el encuentro fue de un hombre con una estatua”… Él era el cónsul de Chile en Ceilán; ella una tamil, de la casta más baja.
Bueno, ¿y qué?, nos replican. En los muchos casos similares; Polansky, WoodyAllen, Bertrand Cantat (homicida de Marie Trintignant), Gabriel Matzeneff (pederasta confeso)…, sus defensores han argumentado lo mismo: no juzgamos a la persona, valoramos la obra. No premiamos al violador, premiamos la película; no contratamos al asesino sino al cantautor… En teoría, está claro, pero ¿en la práctica…? El fino prosista que escribió Confieso que he vivido y el cínico señor cónsul que abusó de una criada analfabeta, son la misma persona.
A mí, la verdad, me parece que la razón de fondo de tanta manga ancha es que los abusos de hombres sobre mujeres y niños no suscitan una auténtica repulsa social (el caso de la Iglesia, por ejemplo, clama al cielo, y nunca mejor dicho); por eso es tan difícil combatirlos. A otros delitos no se les aplica la misma tolerancia;: si Billy el Niño hubiera pintado unos cuadros estupendos, ¿creen ustedes que tendríamos un palacio de las artes con su nombre? Miren el ejemplo de Celine: ni violó, ni maltrató, pero su antisemitismo basta para que a nadie en su sano juicio se le ocurra ponerle su nombre no ya a un aeropuerto, sino ni a un instituto de barrio.
Por suerte, el caso de Plácido Domingo muestra que algo está cambiando. Al conocerse las acusaciones, los machistas habituales lanzaron los gritos de rigor. Pero las denuncias se multiplicaron, luego se demostraron, y ahora las reconoce él mismo. Unida a la creciente conciencia social propiciada por el #MeToo, su confesión ha hecho que se cancelen varias de sus actuaciones y se quite su nombre a un centro del Palau de les Arts. La impunidad de los grandes hombres no ha terminado, pero empezamos a vislumbrar su fin. Ya era hora.
Laura Freixas (La Vanguardia, 05-03-2020)
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“¿Aeropuerto Violador de Chile?”, por Laura Freixas (La Vanguardia, 05-03-2020)
Una batalla enfrenta desde hace años a la opinión pública chilena. Un grupo de diputados propuso en el 2010 y de nuevo en el 2018 que el aeropuerto de Santiago pasara a llamarse Pablo Neruda. Las feministas se oponen, alegando que en sus memorias, Confieso que he vivido, Neruda cuenta que violó a una sirvienta. No dice esa palabra, pero está bastante claro: “La tomé fuertemente de la muñeca”, “pronto estuvo desnuda sobre mi cama”, “el encuentro fue de un hombre con una estatua”… Él era el cónsul de Chile en Ceilán; ella una tamil, de la casta más baja.
Bueno, ¿y qué?, nos replican. En los muchos casos similares; Polansky, WoodyAllen, Bertrand Cantat (homicida de Marie Trintignant), Gabriel Matzeneff (pederasta confeso)…, sus defensores han argumentado lo mismo: no juzgamos a la persona, valoramos la obra. No premiamos al violador, premiamos la película; no contratamos al asesino sino al cantautor… En teoría, está claro, pero ¿en la práctica…? El fino prosista que escribió Confieso que he vivido y el cínico señor cónsul que abusó de una criada analfabeta, son la misma persona.
A mí, la verdad, me parece que la razón de fondo de tanta manga ancha es que los abusos de hombres sobre mujeres y niños no suscitan una auténtica repulsa social (el caso de la Iglesia, por ejemplo, clama al cielo, y nunca mejor dicho); por eso es tan difícil combatirlos. A otros delitos no se les aplica la misma tolerancia;: si Billy el Niño hubiera pintado unos cuadros estupendos, ¿creen ustedes que tendríamos un palacio de las artes con su nombre? Miren el ejemplo de Celine: ni violó, ni maltrató, pero su antisemitismo basta para que a nadie en su sano juicio se le ocurra ponerle su nombre no ya a un aeropuerto, sino ni a un instituto de barrio.
Por suerte, el caso de Plácido Domingo muestra que algo está cambiando. Al conocerse las acusaciones, los machistas habituales lanzaron los gritos de rigor. Pero las denuncias se multiplicaron, luego se demostraron, y ahora las reconoce él mismo. Unida a la creciente conciencia social propiciada por el #MeToo, su confesión ha hecho que se cancelen varias de sus actuaciones y se quite su nombre a un centro del Palau de les Arts. La impunidad de los grandes hombres no ha terminado, pero empezamos a vislumbrar su fin. Ya era hora.
Laura Freixas (La Vanguardia, 05-03-2020)
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