Un autobús suburbano,
como una luciérnaga
cansada, serpentea
por la carretera que conduce
al polígono industrial
en las afueras
de una ciudad sin señas,
ni grande ni pequeña,
fea, sucia, sin aliento.
Es de madrugada
y la anaranjada luz
de las farolas da un aspecto
de fantasmas epilépticos
a las sombras de los árboles,
que un molesto viento
de Levante agita. El helor
de la huerta moribunda,
envoltorio de un verde desteñido de la urbe,
tinta el parabrisas con el desabrido
frío de la escarcha gris
de la polución. Un hombre solo,
casi el único viajero
de esta derrota cotidiana,
sentado mira por la ventanilla
con la frente apoyada en el cristal.
Sumiso, inmóvil, mal afeitado,
descubre el paisaje
apenas insinuado de descampados
convertidos en vertederos
( si uno se fijara bien,
podría intuirse
los cadáveres varias lavadoras,
un somier desvencijado, algunos sofás
sajados como si le hubieran practicado la autopsia,
ladrillos, hierros oxidados, muebles sin patas,...
escombros que la marea de la ciudad
ha depositado
en las orillas de este mar seco),
algunas casas bajas, terrosas,
olvidadas, con el rostro agrietado
y alguna luz prendida que ve todos los días
como quien asume el vacío cotidiano.
No hay luz, sin embargo, en sus ojos.
Un perro ladra asustado,
le responde otro y uno más
se une al coro,
pero rápidamente se agota
como si supieran
de la inutilidad del esfuerzo.
Un inesperado y violento golpe de tos
deja su rostro céreo
y los labios del color
de las violetas marchitas.
Con un pañuelo sucio y arrugado
recoge de su boca un esputo.
Lo observa: hoy al menos
no está teñido de sangre.
Se acerca la parada próxima
al taller de chapa donde trabaja.
Incorporado del asiento,
toca el timbre de aviso,
se sube el cuello de la chaqueta,
hace un gesto al espejo retrovisor
del conductor, que responde en silencio
con apenas un gesto.Detenido
el vehículo bufa este al abrirse las puertas,
mientras su motor ronronea
cansado de tedio. Nadie habla,
nadie dice nada. Nada parece suceder.
Suenan sus pisadas en la gravilla.
Ahora el hombre, mirando el suelo, se dirige a la puerta
de acceso de los trabajadores.
En nada piensa,apenas sobrevive,
otro día se dice, qué mas da.
Ruge sordamente la garganta
y un inmenso salivazo
cae con fuerza en la acera.
**
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