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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:28

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    WIKIPEDIA

    Manuel del Palacio y Simó (Lérida, 24 de diciembre de 1831-Madrid, 5 de junio de 1906) fue un periodista y poeta satírico español.

    BIOGRAFÍA

    Nació en Lérida el 24 de diciembre de 1831,1​ hijo de un militar que también cultivó las letras y peleó contra los ingleses, contra los franceses en la Guerra de la Independencia y contra los carlistas navarros, pero que al final trabajó como tesorero de la Hacienda pública. Manuel del Palacio se decantaría por ser escritor, pero los diversos destinos de su padre condujeron su infancia a Soria y su juventud a Valladolid, donde se graduó de bachiller, para pasar luego a Galicia (Pontevedra y La Coruña) y en 1851 a Granada, donde perteneció a la tertulia de La Cuerda junto a Pedro Antonio de Alarcón, Moreno Nieto y otros; allí se despertó su vocación poética junto a una primera y desgraciada relación amorosa y el triste fallecimiento de su padre. También empezó su carrera periodística en ese mismo año de 1851 redactando el Fray Chirimiqui Andana, suprimido gubernativamente. Finalmente (1854) se afincó en Madrid, protegido por el rico y extravagante liberal maragato Santiago Alonso Cordero, personaje de algunas novelas de Benito Pérez Galdós. En Madrid vivió como empleado público, redactor de varios periódicos (empezando por El Látigo (1854-1855) y el democrático La Discusión (1856-1858), y siguiendo luego por El Regulador (1859), El Imparcial, Madrid Cómico, El Pueblo (1860) y Blanco y Negro, 1892...), fuera de otros muchos,2​ y arreglando zarzuelas entre 1859 y 1860, en la época de la intervención militar en África, mientras dirigía la revista semanal El Nene,3​ donde Bécquer dio a conocer algunas de sus primeras Rimas. Sus sátiras en verso de políticos se hicieron entonces muy populares, pero a costa a veces de sonados pleitos por injurias y difamación.4​5​

    Su hábil versificación y su tono festivo lo volvieron empero muy célebre, de forma que fue considerado uno de los grandes poetas burlones y satíricos del siglo XIX. Enamorado de la pintura, llegó a reunir una colección personal de lienzos nada desdeñable y, de hecho, su primer libro, Función de desagravios (1862), fue un balance en verso de la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese año.6​ Fundó entonces (1864) una revista muy famosa en su ámbito, Gil Blas, junto a Eusebio Blasco, Roberto Robert y Luis Rivera, coautores también de algunos de sus primeros libros.7​ En 1865 anduvo envuelto en una de las conspiraciones liberales y antimonárquicas del general Juan Prim. A causa de sus procaces sonetos dirigidos contra la camarilla borbónica y la misma reina Isabel II, fue desterrado a Puerto Rico en 1867, en vísperas de la revolución de 1868. En Un liberal pasado por agua (1868) describió la experiencia de su detención:

       Cuando fueron a sacarlo / del lecho en que reposaba / a eso del amanecer, / y sin decirle una frase, / como aquel que en el sainete / "apaga la luz y vase", / le pillaron entre siete / y dieron con su persona / en un coche de alquiler. / Pronto las brisas süaves / que vienen de las afueras / y el gorjeo de las aves / y la voz de las lecheras / que venden en las esquinas / líquidos al pormenor / le enteraron del destino / y dirección que llevaba, / y, al acabar su camino, / vio sin sorpresa que estaba / en frente del Saladero / y al lado de un inspector. / Abrió las puertas un mozo / tan esbelto como rudo / y en el mismo calabozo / que ilustrara Cabezudo / y otros muchos literatos / de su vuelo y su magín, / allí fue donde metido / me tuvieron largas horas, / dulcemente entretenido, / repasando las doloras / que llenaban las paredes / en castellano y latín. / Renuncio a pintar los goces / de aquellas horas felices / aturdido por las voces, / blindado por las narices / para evitar los efluvios / de la atmósfera local. / Dormime a muy poco rato / sobre la tarima dura, / y fue mi sueño tan grato / que aún evoco su dulzura / como el niño que recuerda / la paliza maternal. / Después y a los pocos días, / dio el tren en Cádiz conmigo. / ¡Àdiós, muertas alegrías! / ¡Adiós, seres que bendigo! / El fardo de mi existencia / va a pasar a otro almacén. / A América destinado / va por mi contraria suerte, / mas, si no llega averiado / (y no llegará, que es fuerte), / acaso, cuando allá vuelva, / lo paguen algunos bien. (Puerto Rico, 15 de junio de 1867).

    En Puerto Rico estuvo durante unos meses, pero volvió clandestinamente para participar en el triunfo de la Gloriosa. Entró después en la carrera diplomática y desempeñó puestos en Florencia como primer secretario de la legación española en la Corte de Víctor Manuel II de Italia, cargo que duró hasta noviembre de 1869,8​ y, muchos años más tarde, en Montevideo (1883-1886). En Uruguay, publicó su poema en prosa «Blanca» y algunas de sus poesías aparecieron en el periódico La Ilustración Uruguaya en 1883.9​

    En el amplio interludio entre ambas misiones diplomáticas empezó a desengañarse con la revolución y se casó con una joven dama, Asunción Fontán (1870), el año en que publicó uno de sus libros más leídos: Cien sonetos políticos, filosóficos, biográficos, amorosos, tristes y alegres, en el cual se destila ya bien claro el licor de la amargura. Publicó un poema de épica culta, La Creación (1872), y un Almanaque Cómico (1873), año este en que nació en Paniza su hijo también escritor, Eduardo Luis del Palacio.10​ Desde 1874 su poesía limitó sus géneros a odas y sonetos necrológicos o melancólicos, dejando atrás la quevedesca vena satírica y mordaz por la que era más conocido.11​

    A fines de 1875, asentada la Restauración borbónica en España, Palacio fue nombrado pane lucrando inspector de Correos, y luego agente de recaudación para Madrid y procuró granjearse la protección del artífice de la componenda política del turnismo, Antonio Cánovas del Castillo. Ya no era el satírico duro y feroz de los tiempos de Isabel II: escribía poesía histórico-narrativa al estilo de las ya anacrónicas leyendas del romanticismo (Juan Bravo, el Comunero) y piezas de mera circunstancia. Durante su estancia en Uruguay (1883-1886) recopiló y publicó en 1884 dos tomos de poesías varias, y como fruto de su experiencia americana publicó Huelgas diplomáticas.

    Fue jefe de sección del Archivo y biblioteca del Ministerio de Estado y Presidente de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid. Después al fin se hizo conservador. Cuando Clarín dijo que sólo había en España dos poetas y medio (Ramón de Campoamor, Gaspar Núñez de Arce y Palacio), se desahogó replicándole con el folleto Clarín entre dos platos, 1889, que Clarín contestó con A 0'50 poeta. Lo nombraron académico de la Lengua Española en 1892; leyó el discurso De cómo la poesía en nuestra patria se halla identificada con el idioma vulgar, en línea con la estética del antirromanticismo campoamoriano, y en 1894 se jubiló. Todavía alcanzó a colaborar en el semanario Gente Vieja.13​ Falleció en Madrid el 5 de junio de 1906.

    Obras

       Obras, Madrid, Rivadeneyra, 1884, 2 vols.
       Poesías escogidas, pról. de Jacinto Octavio Picón, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916

    Verso

       Cabezas y calabazas (en colaboración) retratos al vuelo de las notabilidades en política, en armas, en literatura, en artes, en toreo y en los demás ramos del saber y de la brutalidad humana: seguidos de varios cuadros de costumbres más o menos políticas, y pintados al fresco. (1863).
       Cien sonetos políticos, filosóficos, biográficos, amorosos, tristes y alegres, Madrid, Fortanet, 1870.
       La Creación, poema épico, París, Imprenta Española, 1872.
       Almanaque cómico, Madrid, Alfonso Durán, 1873
       Veladas de otoño. Leyendas y poemas, Madrid, Rivadeneyra, 1884.
       Melodías íntimas, Madrid, Rivadeneyra, 1884.
       Chispas (1894).
       Letra Menuda, Madrid, Oficinas de la Ilustración Española y Americana, 1877 (versos y prosa)
       El niño de nieve (cuento árabe), Madrid: Fernando Fe, 1889.

    Teatro

       Marta (en colaboración/arreglo-zarzuela en tres actos) 1861)
       El tío de Alcalá (juguete cómico de 1862)
       De Dios nos venga el remedio, zarzuela, 1866
       Contra viento y marea, juguete lírico
       Don Bucéfalo, (arreglo-zarzuela en tres actos).
       La vuelta de Columela, (arreglo del italiano-zarzuela en tres actos)
       Stradella (en colaboración/arreglo del italiano-zarzuela en tres actos)
       La Reina Topacio en colaboración/arreglo-zarzuela en tres actos)
       El Zapatero y la Maga (arreglo de Crispino e la Comare/en colaboración/arreglo-zarzuela en tres actos)
       La Romería de Ploermel (arreglo de Dinorah-zarzuela en tres actos)
       Por una Bellota (juguete en un acto)
       El Motín de las Estrellas (juguete en un acto)
       Antes del Baile, en el Baile y después del Baile (juguete en un acto)
       Tanto Corre como Vuela (juguete en un acto)
       Can (parodia de Kin-juguete en un acto)

    Artículos

       De Tetuán a Valencia, haciendo noche en Miraflores. Viaje cómico al interior de la política, Madrid: Fortanet, 1865.

    Varios

       Doce reales de prosa y algunos versos gratis: colección de cuentos, novelas, artículos varios y poesías, Madrid, Librería de San Martín, 1864.
       Museo cómico, ó, Tesoro de los chistes: colección, almacén, depósito, ó lo que ustedes quieran, de cuentos, fábulas, chistes, anécdotas, chascarrillos... cuanto se pueda inventar para hacer reír...
       Museo cómico, o, Tesoro de los chistes, 2: colección, almacén, depósito, o lo que ustedes quieran de cuentos, fábulas, chistes, anécdotas, chascarrillos, dichos agudos y obtusos, epígramas, sentencias, flores y espinas...
       Un liberal pasado por agua. Recuerdos de un viaje a Puerto Rico. Madrid, Miguel Guijarro, 1868
       Fruta verde. Misceláneas en verso y prosa, 1881.
       Huelgas Diplomáticas, 1887.
       El amor, las mujeres y el matrimonio Madrid, Librería A. Durán, 1864 (en colaboración)
       Función de desagravios que hace en obsequio de las Bellas Artes un acólito del Templo de las Letras... Madrid: Centro General de Administración, 1862 (folleto)
       La situación, los partidos y otras menudencias (folleto)
       Clarín entre dos platos, Madrid, Fernando Fe, 1889, libreto de poemas, prosa y epístolas.17​
       De cómo la poesía en nuestra patria se halla identificada con el idioma vulgar. Discursos leídos ante la Real Academia Española [...] contestación de Vicente Barrantes, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894.
       En serio y en broma, 1904.
       Mi vida en prosa. Crónicas íntimas, Madrid, Victoriano Suárez, 1932.
       Veladas de invierno: poemas, leyendas y fábulas, recop. de E. del Palacio, Madrid, Francisco Beltrán, 1931.


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    MANUEL DEL PALACIO (1831-1906) Empty Re: MANUEL DEL PALACIO (1831-1906)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:33

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS BVMC

    PRÓLOGO

    Por vez primera se incluyen en esta «Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles» las obras de un escritor de nuestros días; y no fuera justo quien lo censurase alegando que únicamente merecen nombre de clásicos los de la época griega y romana, pues por autorizarlo el uso, también se llama clásicos al autor y la obra que se tienen por modelos dignos de ser imitados en cualquier literatura o arte. Sin que por ello sufra menoscabo la venerable antigüedad, no es de temer que haya quien incurra en el apasionamiento de admirarla con criterio tan exclusivista que le prive de apreciar y enaltecer lo producido en siglos posteriores. Al hombre le cuesta reconocer el mérito tanto mayor trabajo cuanto más cerca de él está quien lo alcanza; y si se persuade fácilmente de que ciertos escritores de remotas edades llegaron a la perfección de la forma en el idioma que manejaron, en cambio se resiste a confesar el valor de los que vinieron detrás; pero el tiempo hace en todo justicia. Ya nadie niega que sí son clásicos Homero y Virgilio, no lo son menos Dante y Petrarca, Cervantes y Lope de Vega; y si hoy se llama clásicos a los que mejor han escrito, aun recientemente, en lengua castellana, no se podrá poner en tela de juicio que lo son, por ejemplo, Quintana y Zorrilla, Bretón y el Duque de Rivas, don Juan Valera y Menéndez y Pelayo.

    No es abrumador el número de los que están en igual caso; siempre son pocos los indiscutibles; de algunos, sólo una o dos obras merecerán alabarse sin restricciones; de otros, una sola; pero hay varios entre cuya producción literaria se puede escoger mucho, donde por cima de pocos errores y pequeños descuidos brillan grandes aciertos y positivas bellezas.

    Entre estos autores figura Manuel del Palacio, poeta celebrado durante su juventud sólo por festivo y gracioso, y a quien en la edad madura hubo que reconocer más altas cualidades.

    La viveza de ingenio y cierta inclinación a la sátira, que halló campo propicio a su desarrollo en las discordias políticas, le dieron, en los comienzos de su carrera, una notoriedad que fue aumentando con el empeño del vulgo a atribuirle todas las procacidades y mordeduras que, puestas en versos insolentes, circulaban contra los gobernantes ineptos y despóticos. No se imprimió ni se dijo por entonces en conciliábulos revolucionarios, redacciones y saloncillos de teatros redondilla picante, semblanza injuriosa ni soneto desvergonzado que no pasara por suyo; tanto como su propia osadía, que no era poca, contribuyó a esta fama la persecución de que fue víctima, y así llegó a gozar, y sufrir también, la costosa popularidad que logra en días revueltos quien se atreve a formular en voz alta, sin miramientos ni respetos, las quejas motivadas por la arbitrariedad y la opresión. Pero cambiaron los tiempos; el ambiente de la libertad quitó, en gran parte, razón de ser a la sátira; se apaciguaron los rencores políticos; los años, haciendo su oficio, fueron transformando al gacetillero agresivo, el cual ganó en sensatez lo que perdió en impetuosidad; se desarrollaron cumplidamente las mejores condiciones de su espíritu y pronto sus mismos adversarios se vieron obligados a confesar que las poseía dignas de la mayor estimación; entre otras, cierta serena placidez de juicio, no exenta de amargura, al considerar las flaquezas humanas, y una gran delicadeza. para percibir y reflejar los rasgos poéticos que surgen a cada paso en el mundo. Ello fue que al comenzar la segunda mitad de su vida, el versificador satírico, tan celebrado antes por cáustico y libre, había quedado oscurecido por el poeta noble y hondamente sentimental.

    Su familia era de tierras de León; el padre, que fue militar y combatió a las órdenes del Empecinado, residió algún tiempo en Lérida, y en esta ciudad nació Manuel del Palacio el 25 de diciembre de 1831, según reza su partida de bautismo; él, sin embargo, en una breve autobiografía, más graciosa que rica en datos y noticias, publicada en 1894 al frente del volumen titulado Chispas, dice:
    «En Nochebuena nací,
    Y entre placeres y penas,
    Sesenta y dos Nochebuenas
    Han pasado sobre mí.»

    De donde se deduce que vino al mundo en 1832, y no el 25 de diciembre, sino la víspera.

    Estudió en Soria, Valladolid y La Coruña; se graduó de bachiller en filosofía en 1843 y llegó a Madrid en 1846, publicando sus primeros versos en un semanario de Ventura Ruiz Aguilera titulado Los hijos de Eva. De 1850 a 54 fue empleado de Hacienda en la tesorería y la conducción de caudales en Granada, sin que la prosaica ocupación de hacer números, rendir cuentas y manejar dinero ajeno le quitara la afición a las letras que mostró desde niño. Antes al contrario, pasadas las horas de trabajo oficinesco, en vez de seguir conviviendo con los agentes del fisco, buscaba amigos y compañeros que tuviesen sus mismos gustos e inclinaciones.

    Así entró a formar parte de la famosa cuerda granadina, reunión de muchachos y hombres hechos, pero aún jóvenes, de procedencia diversa, españoles unos, extranjeros otros, inteligentes todos y hermanados en regocijada pandilla, a la cual daban cohesión el común entusiasmo artístico y, el legítimo propósito de comenzar a subir alegremente la cuesta de la vida.

    Muchos de ellos eran desconocidos, algunos iban ya camino de la celebridad y más de cuatro la conquistaron presto. Indudablemente, aunque alguna vez merecieran censura por ciertas bromas pesadas y travesuras audaces, debieron de ser, en general, mirados por la sociedad de Granada con esa indulgente simpatía que la juventud, ávida de amor, prosperidad y gloria, inspira a todo espíritu que no esté agriado por el egoísmo o poseído por el demonio de la intolerancia. Ello, es que las personas ilustradas de entonces han convenido en que la cuerda granadina no se pareció absolutamente nada a la turbulenta partida del trueno, opinando además que la relación de sus andanzas y el estudio de sus figuras principales, escrito por quien lograse reunir los datos necesarios, formaría un capítulo muy curioso de la historia literaria de aquella época, durante la cual, restauradas ya en gran parte las heridas de la primera guerra civil, comenzaron a variar las costumbres y acaso por esto mismo, produjo tantos autores notables.

    Manuel del Palacio, en unos artículos hilvanados muy a la ligera, pero ricos de frescura y espontaneidad, que publicó con el título de Páginas sueltas, consagra un sentido recuerdo a la cuerda granadina, «reunión-dice-de gente alegre y despreocupada, en la cual, con ser bastante numerosa, no hubo ni un tonto ni un malvado(1)».

    La componían, entre otros, Manuel Fernández y González, Pedro Antonio de Alarcón, Juan Facundo Riaño, José Moreno Nieto, José de Castro y Serrano, Leandro Pérez Cossío, Mariano Vázquez, en cuya casa se celebraban las juntas, y, además, los artistas Notheck (ruso), Sorokin (polaco), Dutel (francés), y Ronconi (veneciano), que llegó a presidente de la cofradía.

    Era natural que cuando aquellos hombres, después de haber alegrado con sus versos, sus músicas, sus giras y sus galanteos las orillas del Darro y las tertulias de Granada, se reunieron en Madrid, tuvieran ya cierto prestigio literario y social, y también es de suponer, hecha excepción de los casos de frialdad y despego, que naturalmente se protegieran y auxiliasen. Así todos hallaron en la corte francas las puertas de los teatros, periódicos y salones donde habían de brillar y fácilmente conquistaron envidiable reputación: Fernández y González y Pedro Antonio de Alarcón comenzaron a publicar sus novelas; Riaño divulgó aquí y en Inglaterra la historia del arte español; Castro y Serrano escribió sus artículos de costumbres; Moreno Nieto fue honra del parlamento y de la cátedra; Pérez Cossío, periodista de verdadero mérito, y Mariano Vázquez tuvo la gloria de ser uno de los primeros profesores que en Madrid despertaron la afición a la buena música.

    A Manuel del Palacio, sus ideas políticas muy radicales, avanzadas según entonces preferentemente se decía, le llevaron al periodismo. Comenzó a escribir en La Discusión y en El Pueblo artículos y versos contra los gobiernos de aquellos que, llamándose partido moderado y de unión liberal, pecaban precisamente de exceso de autoritarismo; y como no existía la libertad de imprenta, unas veces aguzando el ingenio, otras excediéndose en las palabras, extremó tanto los ataques, que pronto fue conocido en toda España.

    La mayor parte de sus artículos en aquellos diarios eran denunciados; los comentarios en verso que hacía, por la mañana poniendo en solía el discurso de un ministro o las peripecias de una crisis eran repetidos por la noche en las tertulias de Madrid, y aun se le atribuían otros que, como pecasen de atildados, se acreditaban por suyos. Esta fue su época de gacetillero batallador, durante la cual llegó a tener una popularidad sólo comparable a la de aquellos descaradísimos poetas franceses de tiempo del Directorio, cuyas canciones callejeras, desenvueltas y a veces injuriosas, enfurecían a ministros y polizontes, siendo en cambio regocijo de agitadores y revolucionarios. No está de más recordarlo ahora para que puedan apreciarse mejor las cualidades que mostró posteriormente; ni cabe poner en duda que hizo gala de mucho desparpajo y de extraordinaria vis cómica. Pero la verdad es que si sólo hubiera escrito lo que le dictó entonces su animadversión contra Narváez, O'Donnell, González Bravo y Marfori, a buen seguro que no pasara su nombre a la posteridad; y es que si al político no le está vedado apasionarse hasta llegar a la violencia en pro de la opinión que defiende, el literato no puede incurrir en tal exceso sin empequeñecer y rebajar la poesía poniéndola al servicio de banderías y partidos.

    En 1865 hizo Manuel del Palacio un viaje a Andalucía por encargo del general Prim, que le confió una misión peligrosa, relacionada, con sus planes revolucionarios, y de la cual salió muy airoso, tornando luego a trabajar en los periódicos democráticos de Madrid.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:35

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS BVMC

    PRÓLOGO. CONT.

    La campaña más ruidosa de esta época de su vida fue la que en compañía de Luis Rivera, Roberto Robert y Eusebio Blasco sostuvo en el Gil Blas, escribiendo centenares de composiciones y artículos con clarísimos ataques a políticos que tuvieron su hora de notoriedad y la mayor parte de los cuales valían tan poco que rápidamente pasaron del encumbramiento al olvido. Igual suerte habían de tener los versos del poeta inspirados en base tan deleznable. Cierto que la lucha por la libertad llegó a ser violentísima; pero también es verdad que los combatientes de uno y otro bando eran de temple inferior al que las circunstancias pedían: a la brutal arbitrariedad de los opresores contestaban los oprimidos con la injuria, todos se empequeñecían moralmente y el prestigio de las ideas quedaba sofocado por la torpeza de sus defensores. Dicho sea de pasada, es, en verdad, digno de estudio lo que pudiera llamarse el caso del Gil Blas. La colección de este periódico que agitaba a España e infundía pavor a los gobiernos, se hojea hoy sin emoción; los epigramas, las sátiras, que acarreaban a sus autores prisiones y destierros, no nos hacen sonreír; lo único que queda de él son las caricaturas de Ortego; sus redactores fueron flores de un día, pronto arrasadas por lo que en el lenguaje periodístico se llama actualidad y no es a veces, sino el predominio de lo engañoso y efímero que mata, sin dejarlo prosperar, aquello mismo que ha engendrado.

    Escribir en defensa de la libertad no era, sin embargo, entonces cosa de juego, como ahora imaginan los que gozan sus beneficios sin saber lo que ha costado: Manuel del Palacio estorbaba en Madrid a los gobernantes por que los zahería cruelmente, y en 1867, aprovechando el escandaloso revuelo producido por unos versos que escribió o le atribuyeron, fue desterrado a Puerto Rico. Mas no debió de ser muy grave su culpa, si acaso incurrió en alguna, o no le guardaron rencor sus perseguidores, pues a principios del año siguiente estaba de vuelta en Madrid. Y con esto termina aquella primera época de su vida, durante la cual el exceso de ardimiento político, siempre absorbente y desfavorable a la calma propia de los estudios literarios, retrasó el desarrollo de las facultades poéticas en él ingénitas y que pronto llegaron a su completa madurez.

    Triunfante la revolución de 1868, aún no escrita con imparcialidad, pero en cambio calumniada por los mismos que se aprovecharon de ella, Manuel del Palacio ingresó en la carrera diplomática, yendo de primer secretario a la legación de Florencia. Desde entonces el ambiente social en que vivió, tan distinto del que antes le envolvía; los viajes, pródigos de enseñanza para ingenios tan perspicaces como el suyo, y también sin duda la tranquilidad de poder entregarse a observarlo y saborearlo todo, fueron facilidades y estímulos que, abriendo nuevos horizontes a su inteligencia y afinándole la sensibilidad, le enseñaron a expresarse con ese encanto sugestivo e intenso en que estriba la mayor gloria de los poetas cuando logran comunicar a nuestra alma la misma emoción que ellos han sentido.

    Grande es la diferencia entre lo que antes había escrito y lo que luego produjo. Sus primeras composiciones, anteriores a su venida a Madrid, y las que llevaba a Ventura Ruiz Artillera para el semanario Los Hijos de Eva adolecían de la menuda desesperanza y el sentimentalismo casi lúgubre, sin alardear de los cuáles no cree el principiante que es verdadero poeta; después la pasión política le descaminó, limitando su ingenio a mero comentarista burlesco de las disputas del día, y en parte por la fuerza de su propio donaire, en parte dejándose llevar por la corriente que le aseguraba el aplauso, siempre halagüeño, sentó plaza, de satírico y dio no escasa prueba de servir para ello; pero ninguna de estas dos fases de su producción representaba bien lo que valía. La ocasión de revelarse tal cual era fue el viaje a Italia. La suma de ideas, acaso desordenadas pero fecundas, que había de sugerirle la contemplación de tantas obras de arte, unas mostrándole la belleza que el tiempo respetó y otras hablándole con la triste elocuencia de las ruinas; el roce con la culta sociedad florentina, donde a la sazón convivían los patriotas italianos más ilustres confundidos por el anhelo de la unidad nacional, próxima a lograrse; y, finalmente, el conocimiento de la literatura toscana, a cuyo estudio se consagró con entusiasmo, fueron estímulos y enseñanzas en él tan poderosos, que sin mermarle nada de la índole enérgica y castiza con que nació, le inculcaron la elegancia y la delicadeza que le faltaban. El mero versificador de fácil y ocurrente vena, guiado por un instinto poderoso para sentir lo bello y comunicar la impresión que produce, se convirtió pronto en poeta notabilísimo.

    Tratemos ahora de descubrir su filiación literaria y fijar los rasgos característicos de su personalidad.

    Seguramente, dadas sus aficiones, leería de muchacho cuantos versos hallase a mano; pero, ¿qué poetas pudieron influir en él? ¿Cuáles serían los que le atrajesen, ya por el natural deseo de igualarse a los favoritos del Público, ya por descubrir en ellos sus propios gustos y sus mismas ideas?

    Cuando comenzó a escribir no predominaba en la lírica española de modo avasallador ninguna escuela ni tendencia. Calmada por el tiempo la justa exaltación del amor patrio, la musa grandilocuente que inspiró a Quintana y Gallego había enmudecido; el romanticismo, que aún triunfaba en la escena, perdía terreno en los libros, donde iban escaseando las leyendas medievales adornadas con estampas de castillo roquero y trovador andante, y en las tertulias literarias estaban pasadas de moda las composiciones lúgubres, cuyos protagonistas solían ser la dama hecha monja por fuerza y el enamorado suicida; el pesimismo de procedencia extranjera amamantado en Byron, Musset, y Leopardi, cuyo excepcional y glorioso intérprete fue Espronceda, tenía ya pocos cultivadores; y Zorrilla, señor y soberano indiscutible de lo tradicional y legendario, estuvo casi olvidado hasta que volvió de Méjico.

    Estas manifestaciones y fases de la lírica española, anteriores en algunos años a la juventud de Manuel de Palacio, no influyeron en él: indudablemente sentiría la admiración que causan algunos excelsos poetas de entonces, pero no procuró seguir sus huellas; y, según veremos, tampoco imitó a los que vivieron en sus mismos días.

    Sobresalían entre los que fueron sus amigos y compañeros, aunque no de su misma edad, Núñez de Arce y Campoarnor, ambos apreciados por la opinión pública en todo su valer desde dos que comenzaron a escribir, y Bécquer, a quien en vida no se hizo justicia y cuya verdadera popularidad empieza con la edición de sus obras, a que puso prólogo Ramón Rodríguez Correa; pero ni el autor de los Gritos del combate, ni el de las Doloras, ni el de las Rimas ejercieron en él influjo alguno, aunque a veces tenga rasgos comunes con ellos.

    Núñez de Arce, procurando remontarse sobre la pequeñez de lo individual, canta o lamenta las glorias o los desfallecimientos del hombre; los asuntos de sus poemas no son episodios de la vida, sino desahogos de su conciencia airada contra lo que execra; y cada figura por él creada, sin más aspecto ni más calor humano que aquellos que su fantasía les quiso atribuir, es la personificación de un anhelo o un grito de su alma atormentada; su estilo, pródigo en adjetivos altísonos, desdeña lo apacible, esquiva lo tierno, y ya espontáneamente, ya ayudándose del artificio retórico, es siempre más grandioso que natural. Nada de esto se observa en Manuel del Palacio.

    Bécquer, erótico en el recto sentido de la palabra, dulce, amable, apasionado, hasta capaz de pasajera vehemencia, pero nunca varonilmente impetuoso, suspira y gime como victima sin voluntad, poseída y acobardada por un amor triste y enfermizo. Descontado aquel fugaz relámpago que le hace exclamar: «Hoy llega al fondo de mi alma el sol», no hay en sus rimas un rayo de alegría. Quizá por esto sea el favorito de la juventud en ese período, breve por fortuna, en que el amor se nos antoja más intenso cuanto más desventurado. Tampoco tiene con él Manuel del Palacio punto de semejanza.

    De Campoamor le separan diferencias muy hondas; el autor de El tren expreso, en apariencia tan suave, en realidad tan atrevido, nos maravilla con las infinitas observaciones, ya serias, ya irónicas, que le sugieren los lances de la vida; nos encanta con paradojas hábilmente expuestas y verdades bravamente dichas, siempre en tal abundancia, que no deja parar mientes en el desaliño con que las viste. Manuel del Palacio carece de esta asombrosa fecundidad de conceptos; tiene menos ideas, pero las atavía y adereza con mayor cuidado y galanura.

    Con otros poetas de su tiempo, injustamente olvidados aunque valían mucho, por ejemplo, Querol y García Tassara, no tiene de común más que el respeto a la forma; pero su índole poética es muy distinta. El tierno cantor de La Nochebuena, el enérgico vate de Venecia eran aficionados a las composiciones largas, a explayarse desahogando su pena o su entusiasmo en elegías y odas de corte clásico. Palacio, salvo en las narraciones, donde el asunto determina la extensión, prefiere las composiciones cortas que cautivan el ánimo comunicándonos breve y claramente un sentimiento o una idea. Puede, en fin, afirmarse que no siguió ni pretendió imitar a ninguno de sus contemporáneos, aunque, de vez en cuando, escribiese leyendas parecidas a las de Zorrilla, sollozos rimados como los de Bécquer y humoradas parecidas a las de Campoamor.

    No tiene una obra donde revele su concepto de la vida, ni la totalidad de su pensamiento como El diablo mundo, de Espronceda; ni un largo poema descriptivo como Granada, de Zorrilla; sus poesías, casi siempre cortas, están inspiradas en las circunstancias que le rodean, según decía Goethe que deben estarlo las verdaderamente líricas. Para penetrar en su espíritu, hay que asimilarse de ellas lo que muestran dispersa y aisladamente; luego, del conjunto se desprenden sus ideas como de un ramo los aromas de diversas flores; y estas ideas no son meros actos de la inteligencia limitados al conocimiento de una cosa, sino formas con que viste sus anhelos morales: el culto a la conciencia, el entusiasmo por la libertad, el amor a la mujer. Tal es la triple adoración que caracteriza su personalidad, la cual se revela por su modo especial de sentir y de expresarse. Cuanto agita el alma humana le conmueve hondamente; su sensibilidad es tan delicada que todo le impresiona, pero la impresión que recibe es más intensa que duradera; la pena y el gozo no anidan por largo tiempo en su corazón; lo sobrecogen o lo iluminan súbitamente, y como aves de paso le dejan pronto libre y tranquilo para que experimente nuevo dolor o nueva dicha. La emoción que el bien y el mal le causan es sincera, pero fugaz; se complace o se lamenta con la espontaneidad propia de quien no puede ni permanecer indiferente al halago, ni sufrir sin queja el pesar, y a esta rapidez de la emoción, resultado sin duda del convencimiento de que nada hay duradero en la vida, corresponde la sobriedad al expresarla: el mundo, le acaricia o le hiere, surge en su corazón la gratitud o la protesta, la formula en una sola idea y no cuida de amplificarla. En cambio, pone singular esmero en que al pasar de su pensamiento al nuestro las palabras que la transmitan tengan la fuerza necesaria para hacernos sentir lo mismo que él sintió. Pudiera decirse que es el intérprete de las sensaciones pasajeras con que las pasiones propias y ajenas nos desasosiegan o atormentan, sin que su rapidez y laconismo al reflejar y comentar la turbación por ellas causada, sustraigan nada a nuestra sensibilidad, pues precisamente su arte consiste en perpetuar el recuerdo de aquellos instantes deleitosos o acerbos, que el tiempo había de llevarse, y el cual, merced al encanto de la poesía en que él lo envuelve, queda para siempre presente a la memoria. No: nadie negará la cualidad de notabilísimo poeta a quien así sabe burlar al tiempo, salvando de nuestro propio olvido lo que un instante nos llenó el alma o nos hechizó los sentidos.

    CONT.


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    MANUEL DEL PALACIO (1831-1906) Empty Re: MANUEL DEL PALACIO (1831-1906)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:37

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS BVMC

    PRÓLOGO. CONT.

    Muchas de las composiciones contenidas en este tomo prueban la ternura y a veces la alteza de pensamiento con que considera aun los casos más comunes de la vida. Así, por ejemplo, la pérdida de un amigo de la juventud le lleva a comparar la edad madura con el otoño; mas esto, que nada tiene de nuevo, le sugiere la reflexión siguiente, llena de dulce melancolía:
    ¡Ay! Para el alma que lo incierto espera
    Y al ver la oscuridad gime y se asombra,
    ¡Qué dichosa estación otoño fuera
    Si al suelo no arrojase por alfombra
    Todo lo que en la verde primavera
    Nos dio perfumes y frescura y sombra!

    Ve una mujer rezando llorosa en una iglesia, y su fantasía, queriendo adivinar el drama que la desconocida lleva dentro de sí, y él presiente, exclama con esa dulce piedad que tan poco tarda en igualarse al amor:
    Ángel de blanca luz o ángel caído,
    Para llegar a ti tus alas dame
    O el antro alumbra donde te has hundido;
    Que quien tus gracias mire y no las ame
    Podrá ser necio; quien te dio al olvido
    Después de profanarlas, es infame.

    Quizá un día leyendo a Dante vio, como hemos visto todos, en la figura de Beatriz la personificación de lo ideal; y preguntándose si fue la musa viva del poeta o si éste la creó haciéndola símbolo y cifra de todos sus deseos, se encara con ella diciendo:
    ¿Triunfaste por un genio del olvido?
    ¿Le das tu luz o de su luz te vistes?
    ¿Te amó despierto, o te forjó dormido?
    Bello fantasma de las horas tristes,
    Dudará la razón si has existido;
    El alma, que te ve, sabe que existes.

    Ya en el ocaso de la vida sufre la tentación de verse querido, por una mujer joven y hermosa que tiene dueño según las leyes, y, entreverando en la repulsa la hombría de bien propia del caballero y la tristeza acumulada por los años, rechaza su amor con estas palabras:
    Avaro de ese bien, deja le guarde
    Con toda la pureza que atesora,
    Ya que para ladrón nací cobarde.
    Baste a mi dicha la que siento ahora
    Al verme entre las brumas de la tarde
    Gozando las caricias de la aurora.

    A otra beldad por quien fue desdeñado cuando la pretendía y que después le buscó, tarde para ser amada, le dice refiriéndose al llanto vertido por ambos en época distinta:
    Lo dijiste y lo sentías:
    Era ya imposible amarnos,
    Y ¿a qué andar con niñerías?
    Recuerdo que, al separarnos,
    Yo lloraba y tú reías.
    Sintió mi pecho, al perderte,
    Algo del sepulcro frío,
    Y maldije de mi suerte.
    Hoy, bien lo sabes, al verte,
    Tú lloras y yo me río.
    Demos por bien empleado
    El llanto de hoy y el de ayer,
    Porque ¡ay! a habernos amado,
    ¡Cuánto hubiéramos llorado
    los dos a un tiempo, mujer!

    Y para dar idea del peligro que trae consigo la desdicha de amar a la que no se logra poseer moralmente le bastan estos cuatro versos:
    Cazador que a caza vas
    De mujer o de león,
    ¡Ay de ti si no le das
    En mitad del corazón!

    Muchos fragmentos análogos pudiéramos aducir para demostrar que el arte de Manuel del Palacio consiste en poner de relieve lo que ha sentido con tal precisión que quien haya experimentado lo mismo difícilmente acertará a formularlo mejor.

    Esta delicadeza con que percibe los movimientos del ánimo, la posee también para reflejar la impresión que la causan los seres, las cosas, los lugares y, en general, el espectáculo de la Naturaleza y las creaciones del Arte: mas nada describe prolija ni minuciosamente; todo lo bosqueja con solos sus rasgos característicos, cual si temiera sofocar entre pormenores y menudencias el efecto que debe producir lo principal.

    En esta tendencia a la brevedad y la síntesis, connatural a su temperamento artístico, debió de tomar origen su predilección por el soneto, que si, en lo referente a la estructura, es una combinación métrica, por su esencia es una especial forma poética, un género cuya belleza no depende sólo del ritmo y de la rima sino además, y muy en Primer término, de ciertos giros a que se somete en él la exposición del pensamiento procurando darle así condiciones excepcionales de claridad, vigor y nobleza.

    Para escribir un buen soneto no bastan la rigurosa medida de los versos, la riqueza de las consonancias, ni siquiera el primoroso atildamiento en la elección de las voces; es preciso que las ideas se sucedan y completen como misteriosamente encadenadas, hasta que de ellas surja el sentimiento con toda la dulzura de que sea susceptible o el concepto en la plenitud de su fuerza. El soneto se rige por leyes ajustadas a la índole especial del género y derivadas de la práctica seguida por los grandes poetas, a las cuales no hay medio de sustraerse so pena de que el más leve descuido lo desluzca y envilezca. Fernando de Herrera, en sus anotaciones a las obras de Garcilaso(2), dice: «Es el soneto la más hermosa composición y de mayor artificio y gracia de cuantas tiene la poesía italiana y española. Sirve en lugar de los epigramas y odas griegas y latinas, y responde a las elegías antiguas en algún modo; pero es tan extendida y capaz de todo argumento que recoge en sí sola todo lo que pueden abrazar estas partes de poesía sin hacer violencia alguna a los preceptos y religión del arte; porque resplandecen en ella con maravillosa claridad y lumbre de figuras y exornaciones poéticas la cultura y propiedad, la festividad y agudeza, la magnificencia y espíritu, la dulzura y jocundidad, la aspereza y vehemencia, la conmiseración y afectos y la eficacia y representación de todas. Y en ningún otro género se requiere más pureza y cuidado de lengua, más templanza y decoro, donde es grande culpa cualquier error pequeño, y donde no se permite licencia alguna ni se consiente algo que ofenda las orejas, y la brevedad suya no sufre que sea ociosa o vana una palabra sola.»

    CONT.


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    MANUEL DEL PALACIO (1831-1906) Empty Re: MANUEL DEL PALACIO (1831-1906)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:39

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS BVMC

    PRÓLOGO. CONT.

    Boileau pide que el soneto no contenga ningún verso flojo; Martínez de la Rosa, que sea

    Avaro en voces, pródigo en sentido,

    y Teófilo Gauthier, con la desenvoltura que le caracteriza, dice: «Hay que someterse a sus leyes, y aquel a quien se le antojen anticuadas, pedantes o enojosas, que no haga sonetos.»

    Manuel del Palacio escribió muchos y de varia índole. Los tiene inspirados por el sentimiento que le dominaba en una situación o un trance de su propia vida, y éstos son a manera de desahogos íntimos y personalísimos; otros han surgido ante la dicha o el dolor ajeno; no pocos proceden de la impresión recibida contemplando las maravillas de la Naturaleza y del Arte; algunos son un grito de admiración o de protesta; compuso bastantes en los cuales palpita todavía el efecto que le causara una página literaria o un caso de la realidad, y también los hizo jocosos, con muchísima gracia, ya fingiendo en doce o trece versos la más enfática solemnidad y reservando el efecto cómico para el final, como en el de Lope de Vega, que empieza:

    Caen de un monte a un llano entre pizarras;

    ya, por el contrario, comenzando a escribirlos en broma, pero acabándolos con un arranque dramático que, por contraste con lo precedente, resulta burlesco y divertido.

    Los mejores son los serios y en particular los amorosos. Están generalmente inspirados por ideas que, a falta de novedad extraordinaria, encantan por su galanura, y las cuales van eslabonándose en versos fluidos y sonoros hasta llegar al pensamiento capital, formulado, la más de las veces, con mucha energía.

    Los cuartetos, aunque acaso durante la gestación del trabajo hayan sido muy corregidos y limados, parecen haber brotado de la pluma sin retoque ni enmienda. Los tercetos suelen ser aún más notables por su corrección y sonoridad, y es digno de observarse que si los escribía siempre con soltura, los hacía mucho mejor en el soneto que en las demás composiciones.

    Los políticos se distinguen por su vigor, y prueban no sólo el entusiasmo con que defendió los principios liberales, cuando era peligroso romper lanzas por ellos, sino también la riqueza de imaginación y el buen gusto, merced a los cuales pudo enaltecer en bellísimo estilo sentimientos y aspiraciones que, no obstante su alto valor moral, son difíciles de expresar en forma poética.

    Al mismo tiempo que éstos, es decir, durante el período de continuas conspiraciones y revueltas, compuso, en sonetos también, las famosas semblanzas de personajes que tanto contribuyeron a su fama de satírico, pero que distan mucho de tener igual mérito. En los hechos para declarar su amor a las ideas estalla la más noble y simpática vehemencia: en las semblanzas, nacidas de la animadversión personal, la índole del autor parece bastardeada por el espíritu de partido; el móvil a que obedecen les priva de grandeza y, como si se resintieran de haber sido rápidamente improvisadas, hasta en la técnica son inferiores. Escritas para zaherir a hombres políticos, unos odiosos por su modo de gobernar y otros insignificantes por su vulgaridad, aunque el favor los encumbrase, carecen ya de interés y no dan idea del mérito del poeta y aún menos de su verdadera índole moral. El mismo apasionamiento que les prestó vida, aquella acometividad a veces sañuda que les infundió caracteres de diatriba, era incompatible con el sereno decoro sin el cual la obra de arte, aunque se popularice en un momento determinado, carece de belleza y no se inmortaliza nunca. Nadie suponga, pues, maliciosamente, que dejan de incluirse en este tomo ciertas, composiciones de carácter político y sátira violenta como condenando y para que vaya olvidándose la significación revolucionaría de Manuel del Palacio. Nada de eso. Quien escribe estas líneas juzga que aquella tendencia, por la cual tantos sacrificios hicieron los hombres más ilustres de España, fue en sus tiempos sana y altamente patriótica; pero prescinde de reimprimir aquí lo que, concebido entre odios y rencores durante la exaltación de la lucha, había de nacer falto de verdaderas condiciones artísticas. Si de lo que por entonces se produjo en este género hay algo digno de pasar a la posteridad será seguramente lo de quien pudiera trabajar en la tranquila y cómoda soledad de su gabinete, no lo de aquellos que, como Manuel del Palacio, tenían que andar a salto de mata escribiendo en la mesa de la redacción o el velador del café; y la prueba es que por la misma causa han quedado en el olvido las composiciones que poseídos de fervor revolucionario y antidinástico escribieron hombres tan ilustres como Eulogio Florentino Sanz, Juan Martínez Villergas, Adelardo López de Ayala y don Antonio García Gutiérrez. Realmente, en Manuel del Palacio nunca se agotó la vena satírica; pero los años, sin quitarle gracia y desenfado, le hicieron prudente y comedido, transformando su excesivo ardimiento en tranquila ironía. Así, por ejemplo, en 1868 retrataba a un ministro con estos crueles rasgos:
    Desde humilde pastelero,
    En Palacio fue admitido.
    Fue Marqués, tuvo dinero;
    Sólo una cosa no ha sido
    En su vida: caballero.

    Y en 1898, cuando otro ministro le jubiló a raíz de nuestro gran desastre colonial, causándole graves perjuicios, desahogó su justo enojo, limitándose a lamentarse de este modo:
    Parece grande y es chico;
    Fue Ministro porque sí,
    Y en cuatro meses y pico
    Perdió a Cuba, a Puerto Rico,
    A Filipinas... ¡y a mí!

    Pasemos, pues, por alto, aquellas menudencias de su ingenio, que no dan la medida exacta de lo que valía, y las cuales ni aun él mismo quiso reimprimir luego de apaciguado el apasionamiento de la lucha, en que tuvo por compañeros a los hombres más ilustres de su tiempo.

    Las mejores obras de Palacio, y por ellas hay que juzgarle, son las escritas desde que ingresó en la carrera diplomática como secretario de la Legación de Florencia en 1868 y posteriormente en la de Berlín, hasta después de jubilado treinta años más tarde, tras haber sido ministro residente en el Uruguay y jefe del Archivo del Ministerio de Estado, donde desempeñó también otros cargos. Durante este período, residiendo en España y en América, publicó primero en diarios, semanarios y revistas, luego reunidas en tomos, multitud de composiciones que consolidaron su reputación. Hizo leyendas de corte tradicional tan hermosas como El Cristo de Vergara y El hermano Adrián, que pudiera firmar Zorrilla; fantásticas como El puñal del capuchino; cuentos y poemas cortos de trágica belleza, entre los cuales sobresalen Imposible y El niño de nieve; y relatos íntimos, episodios acaso de su propia vida, como Blanca, cuyo intenso realismo y bellísima forma dejan en el alma del lector una de esas impresiones mitad pena, mitad ternura, que no se olvidan nunca.

    Así como entre nuestros antiguos clásicos hay algunos que casi deben a una sola composición toda su gloria, a la de Manuel del Palacio bastaría haber escrito Blanca. Es la narración de una aventura que pudo ser vulgar, prosaica, hasta grosera, y la cual, merced al hechizo de la delicadeza espiritual que el autor ha derramado sobre ella, adquiere la categoría de esas obras de arte, pequeñas por sus proporciones, seductoras por su contenido, cuyo encanto penetra suavemente el alma.

    Este mismo linaje de belleza se advierte en la mayoría de sus composiciones cortas, las cuales son de carácter esencialmente subjetivo y reflejan toda la sinceridad compatible con el esmero y atildamiento propios de quien procura decir las cosas con primor. Juzgando por como están escritas, podemos y debemos creer que no hay en ellas sensibilidad ficticia, ni emoción falsificada. A diferencia de los que teniendo de poeta sólo la huera y molesta facilidad de hacer versos andan a caza de ideas, él las encuentra en sí mismo y en el mundo a cada paso y cuida mucho de no conceder, digámoslo así, los honores de la versificación sino a lo que ha experimentado o visto muy de cerca: procura, sin duda, embellecer o presentar del modo que más impresione lo que concibe o comenta, sus penas o sus goces; pero los ha sentido de veras. Son para él fuente de inspiración los atractivos de una mujer hermosa, el infortunio o la prosperidad de un amigo, la admiración que causa una página literaria, el halago o la mordedura de un recuerdo, el vislumbrar una esperanza, el encuentro con alguien o el resurgir de algo que quedó amortecido por el tiempo en la memoria, el espectáculo de las grandezas o las miserias humanas, todo aquello, en fin, a que el corazón no puede permanecer ajeno y es como el tributo que el alma rinde a la vida entre placeres cortos y amarguras duraderas. Pero la tristeza que esto implica no le hace pesimista ni va más allá de una melancolía tranquila, que el mismo rodar de la vida desvanece o consuela a poco que luzcan la verdad, el bien y la belleza. Sus poesías nos comunican esa melancolía; son de las que saben mejor leídas a solas, sin que la presencia del prójimo nos estorbe para pensar ni nos avergüence de sentir; y nunca entenebrecen el ánimo porque en el rastro de ideas que dejan prevalecen siempre la calma y la cordura.

    Prueba de ello es el siguiente soneto, donde el curso del tiempo, representado por la corriente de los ríos, en vez de atormentarle, le inspira el tranquilo pesar que produce la contemplación de lo inevitable:
    TÍBER Y TAJO
    Mas de una vez, de brazos sobre el puente
    Que el arte circundó de maravillas,
    Recordé, turbio Tajo, tus orillas
    En España y en ti fija la mente.
    Del Tíber emulando la corriente
    Llevas al mar tus aguas amarillas
    Y como aquél, con tu pobreza humillas
    Del Volga undoso al Ródano potente.
    Si ellos tienen caudal que les abruma,
    Murmullo halagador, linfa serena,
    Cauce de flores que el abril perfuma,
    Tenéis vosotros, y arrastráis con pena,
    Llanto de muchos siglos en la espuma,
    Polvo de muchas ruinas en la arena.

    Análoga significación tiene este otro, en el cual, pronto a dar el último adiós a la vida, saluda a la muerte como libertadora:
    A LA MUERTE
    Si has de venir al fin, ven cuando quieras,
    Y no traidora, y lúgubre, y callada;
    Ven como si mujer y enamorada
    De mi amoroso afán cómplice fueras.
    Otros de tus visiones y quimeras
    Huyan la acometida o la emboscada,
    O te llamen con voz desesperada
    Para que pronto y sin piedad les hieras.
    Yo, que ni juzgo bien el bien presente
    Ni llevo el corazón hecho pedazos,
    Bajo en paz de la vida la pendiente,
    Y espero en Dios que al desatar sus lazos,
    Tú, cariñosa, besarás mi frente,
    Y yo, feliz, me dormiré en tus brazos.

    Así, hasta, la incontrastable acción del que todo lo consume y la amenaza del aniquilamiento, es decir, los dos agobios que más apesadumbran al hombre, prestan a su alma de poeta cierta placidez consoladora donde se confunden, como aguas de origen diverso, el estoicismo pagano y la resignación cristiana.

    Aun teniendo en cuenta las cualidades apuntadas, lo que da realmente valor a las obras de Manuel del Palacio es su forma.

    Versifica con gran facilidad, sin revelar jamás el esfuerzo mental que despoja de frescura a la poesía, dándole el carácter de lo premiosa y trabajosamente engendrado: tiene oído delicadísimo, que así le sirve para evitar defectos de fonética como para dar a los versos amplia y robusta sonoridad; somete los pensamientos a la varia estructura de los metros, dejándoles íntegra toda la lucidez con que acertó a concebirlos, y, finalmente, los realza expresándolos con una sobriedad admirable que les infunde tanta robustez como elegancia.

    Lo que verdaderamente le distingue de otros poetas que han tenido mayor caudal de ideas es el arte sobrio, preciso y claro con que dice, en forma a veces irreprochable, no sólo sus pensamientos propios, sino hasta los que son modesto patrimonio del vulgo: es semejante a esos orfebres en cuyas obras el buen gusto del dibujo y el primor de los engastes tienen más importancia que el valor de las piedras empleadas.

    Su estilo es casi siempre correcto, y sólo de tarde en tarde se le escapa alguna voz impropia o inadecuada, error en que han incurrido, aun los más excelsos poetas: construye muy bien y pertenece a la raza de los escritores que con el horror instintivo a lo defectuoso y el gusto depurado suplen lo que les falta de profundos estudios gramaticales. Sin ser el suyo un vocabulario de riqueza excepcional como, por ejemplo, el de Lope entre los antiguos y el de Zorrilla entre los modernos, las palabras le acuden en abundancia y con variedad extraordinaria, e instintivamente las escoge y emplea con tal acierto que es castizo, no a fuerza de rebuscar y desenterrar términos y giros arcaicos, sino porque, amamantado en buenas lecturas y muy respetuoso del idioma, cuanto dice queda, no sólo bien construido, sino, además, dicho muy a la española; así que hasta las ideas dulces, serenas y apacibles adquieren en sus versos aquella grave entonación y solemne armonía propias de nuestros clásicos. No es, en fin, uno de los más grandes poetas que haya producido España; pero tiene obras de indiscutible belleza. El historiador de nuestra época literaria que le olvide no será justo, y no estarán cabales el florilegio ni la antología donde no figuren algunos de sus preciosos sonetos, pues los tiene que, junto a los mejores de Lope, Quevedo, los Argensolas, Herrera, Góngora y Arguijo, no desmerecen en la comparación.

    Manuel del Palacio ingresó en la Academia Española en 1890 y murió en 1906.

    Hoy que en la lírica española tienden a prevalecer, de un lado, la imitación irreflexiva de lo arcaico mal comprendido, y, de otro, el error de pedir a idiomas extraños lo que el nuestro posee de sobra, los versos de Manuel del Palacio pueden contribuir a depurar el gusto de la juventud, persuadiéndola de que la lengua castellana tiene elementos, medios y recursos para describir o pintar con los más fieles colores cuanto abarcan los ojos, y también para decir, matizar y aquilatar cuanto la vida engendra y la razón concibe: sólo dudan de su magnificencia la insensatez o la ignorancia; mientras ella, como soberana espléndida y agradecida, todo se lo concede a quien la ama respetuosamente, y aun le cubre de gloria si sabe ponerla al servicio de la Verdad y de la Belleza.

    JACINTO OCTAVIO PICON.

    Madrid, enero de 1916.

    Las obras han sido seleccionadas también por JACINTO OCTAVIO PICON.

    FIN DEL PRÓLOGO


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:54

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    I. MI LIRA

    En cada corazón hay una lira
    Cuya voz nos aflige o nos encanta;
    Cuando la pulsa el entusiasmo, canta;
    Cuando la hiere la maldad, suspira.
    Ruge al contacto de la vil mentira;
    El choque de la duda la quebranta,
    Y al soplo del amor y la fe santa,
    Himnos entona, con que al mundo admira.
    Yo la mía probé, y estoy contento:
    ¡Bendito tú, Señor, que me la diste
    Templada en la bondad y el sentimiento,
    Y las cuerdas en ella no pusiste
    Del necio orgullo, del afán violento,
    Del odio ruin y de la envidia triste!

    1884



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 05:58

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    II

    AMOR OCULTO

    Ya de mi amor la confesión sincera
    Oyeron tus calladas celosías,
    Y fue testigo de las ansias mías
    La luna, de los tristes compañera.
    Tu nombre dice el ave placentera,
    A quien visito yo todos los días,
    Y alegran mis soñadas alegrías
    El valle, el monte, la comarca entera.
    Sólo tú mi secreto no conoces,
    Por más que el alma, con latido ardiente,
    Sin yo quererlo, te lo diga a voces;
    Y acaso has de ignorarlo eternamente,
    Como las ondas de la mar veloces
    La ofrenda ignoran que les da la fuente.

    1858.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:00

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    III

    TRISTEZA

    Dentro de mí te escondes, enemiga,
    Y mi aliento envenenas con tu aliento;
    Tú conviertes en pena mi contento
    Y mi reposo cambias en fatiga.
    Cual madre que rencor tan sólo abriga,
    Nutres mi corazón de sentimiento;
    Pero mi voluntad vence tu intento
    Y tu constancia mi dolor mitiga.
    Cruel eres conmigo, y yo te amo;
    Soy de ti tan celoso, que quisiera
    Del mundo a las miradas esconderte;
    Cuando de mí te ausentas, yo te llamo;
    Sin ti mi vida el ocio consumiera,
    Por ti pienso en la gloria y en la muerte.

    1859.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:02

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    IV

    A UN AMIGO MUERTO

    Rico, noble, feliz, enamorado,
    Pródigo de talento y de alegría,
    Amigo caro me llamaste un día,
    Y placer y amistad hallé a tu lado.
    Del mundo por el piélago agitado,
    Los dos corrimos sin timón ni guía,
    Sin esperar de la tormenta impía
    Pesadumbre, ni susto, ni cuidado.
    Luego, en vez del amor y la ventura,
    Te dio el martirio su temida palma,
    Siendo el sepulcro fin a tu amargura.
    ¡Duerme tranquilo en paz, cuerpo sin alma!
    ¡Dichoso aquel que encuentra en el altura,
    Tras la deshecha tempestad, la calma!

    1860


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:04

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    V

    A UNA MUJER

    En balde jurarás que me aborreces
    Y que fue mi ilusión delirio vano;
    Yo diré que tu juicio no está sano.
    O que a una infame cábala obedeces.
    ¿Aborrecerme tú? Cuenta las veces
    Que tus cabellos destrenzó mi mano,
    Las que de amor en el altar profano
    Juntos bebimos del placer las heces.
    Cuenta las noches que arrullé tu sueño,
    Las promesas que hiciste cada día,
    De nuestro mutuo afán el loco empeño;
    Y si en odiarme insistes todavía,
    Di que tu corazón es muy pequeño
    Para encerrar un alma cual la mía.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:06

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    VI

    ¡A LOS TREINTA AÑOS!

    Heme lanzado en la fatal pendiente
    Donde a extinguirse va la vida humana,
    Viendo la ancianidad en el mañana
    Cuando aún la juventud está presente.
    No lloro las arrugas de mi frente
    Ni me estremece la indiscreta cana;
    Lloro los sueños de mi edad lozana,
    Lloro la fe que el corazón no siente.
    Me estremece pensar cómo en un día
    Trocóse el bien querido en humo vano
    Y el alentado espíritu en cobarde:
    ¡Maldita edad, razonadora y fría,
    En que para morir aún es temprano
    Y para ser dichoso acaso es tarde!

    1862.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:09

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    VII

    EN UN CALABOZO

    ¡Cuán triste debe ser y cuán amargo
    Vivir en este sucio asilo estrecho,
    Sintiendo sin cesar, dentro del pecho,
    De la airada conciencia el justo cargo!
    ¡Cuántas horas de angustia y de letargo
    Ofrecerá al culpable el duro lecho,
    Y cuántas ¡ay!, en lágrimas deshecho,
    De su existencia el fin hallará largo!
    Pero a mí, ¿qué me importa tu tristeza?
    Como en almohada de caliente pluma
    Reclino en tu tarima mi cabeza:
    La culpa, no el castigo, es lo que abruma,
    Y rompe mi virtud toda vileza,
    Como el alto bajel rompe la espuma.

    Cárcel del Saladero, Mayo 1867.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:13

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    VIII

    A UN REO

    (Caminando al patíbulo)

    Odio, miseria, estupidez, codicia,
    Pusieron el puñal entre tus manos,
    Y por lavar tu crimen los humanos,
    Otro cometen, que tu juez inicia.
    «¡La sangre pide sangre!», en su malicia
    Gritan los que blasonan de cristianos,
    Y fuertes con el débil y tiranos,
    Muerte le dan con bárbara delicia.
    ¡Tú al patíbulo vas! Cortejo impío
    Sigue tus huellas y a admirar se lanza
    Ese cuadro patético y sombrío:
    Reo, ¡valor, dulzura y esperanza!
    Dios perdona del hombre el desvarío
    Y allí es justicia lo que aquí venganza.

    Ponce, 1868.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:25

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    IX

    DESPEDIDA

    (A mis amigos de Puerto Rico)

    Cual deja el ruiseñor la enamorada
    Doncella de quien fue cautivo un día,
    Trocando por el valle en que vivía
    Tiernos halagos y prisión dorada,
    Tal dejo yo vuestra amistad preciada,
    Dulce consuelo de la pena mía,
    Mi libertad buscando y mi alegría,
    Únicos bienes de mi edad cansada.
    Pronto entre brumas, al perder el puerto,
    Soñaré con el puerto suspirado,
    De las iras del mar término incierto.
    ¡Voy a partir! Los que me habéis amado,
    Recibid estas lágrimas que vierto:
    ¡No tiene más que dar el desterrado!

    Puerto Rico, 1868.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb 22 Ago 2020, 06:27

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    X

    EN LAS RUINAS DE POMPEYA

    Henchida el alma de mortal tristeza,
    Penetro en ti, Necrópolis gigante,
    Y de tu vasta inmensidad delante
    Inclino silencioso la cabeza.
    De tu desierto Foro la belleza,
    De tus pinturas el matiz brillante,
    Vivo me representan cada instante
    Un pasado de gloria y de grandeza.
    Vi los escombros de Numancia un día,
    De Itálica y Sagunto el polvo vago,
    Que el viento arrastra en la extensión vacía;
    Doquier de la fortuna vi lo aciago;
    Pero jamás soñó la mente mía
    ¡Ni tanta soledad ni tanto estrago!

    Nápoles, 1869.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 00:56

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XI

    LA VENUS DE MEDICIS

    Por la fuerza del genio concebida,
    En un delirio de placer creada,
    Eres la imagen del amor soñada,
    Que a la ventura celestial convida.
    Nada te falta para ser querida;
    Hermosura, candor, juventud, nada;
    ¡Ay, quién al mármol de que estás formada
    Llevar pudiera el fuego de la vida!
    Más de una vez, cuando al pasar te veo
    Del pedestal queriendo desprenderte,
    Buscando a tu belleza digno empleo,
    Cautiva entre mis brazos sueño verte;
    ¡Aberración sublime del deseo,
    Que va a estrellarse en la materia inerte!

    1869.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:04

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XII

    UNA NOCHE EN EL COLISEO

    Solo en la arena estoy; ¡a mí lictores!
    Augusto Emperador, te desafío:
    El Dios de los cristianos es el mío,
    Y tu poder desprecio y tus furores.
    Cérquenme ya los tigres bramadores,
    Que quiero en ellos ensayar mi brío,
    Y una vez más el holocausto impío
    Ofrece en el altar de tus errores...
    Aún en la arena estoy; reposo mudo,
    Fatídico silencio, quietud santa,
    Indecible terror hallo do quiera;
    Nadie responde a mi lenguaje rudo:
    ¡Sólo una cruz al cielo se levanta,
    Donde la luna inmóvil reverbera!

    Roma, 1869.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:06

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XIII

    DESALIENTO

    Placeres, gloria, juventud, poesía,
    Sueños del corazón enamorado,
    A través de las brumas del pasado
    Aún os evoca la memoria mía.
    Cual eco de lejana melodía
    Regocijáis mi espíritu apenado,
    Y a vuestro aliento dulce y regalado
    Reviven mi ambición y mi alegría.
    Pájaro soy do quiera peregrino
    Que, preso en tosca malla o red de seda.,
    A cantar y sufrir al mundo vino:
    El anhelo del bien sólo me queda,
    ¡Y acaso nunca fijará el destino
    De mi fortuna la inconstante rueda!

    1869.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:09

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XIV

    LA GUERRA DE DOS PUEBLOS

    Eran ayer hermanos: de la ciencia
    Los dos propagadores se llamaban,
    Y la industria y el arte cultivaban
    Felices en la paz y la opulencia.
    Un hombre, en hora de fatal demencia,
    Irritó sus pasiones que callaban,
    Y hoy con mares de sangre quizá lavan
    El impuro borrón de su conciencia.
    ¡Madres! Mañana, al despuntar la aurora,
    No busquéis del hogar en los confines
    Al que vuestras venturas atesora.
    ¿El eco no escucháis de los clarines?
    ¡Tras ellos va la furia asoladora
    De esta maldita raza de Caínes!

    Madrid, 1870.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:13


    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XV

    SIN ESPERANZA

           Como van hacia el mar precipitadas
    Las aguas del torrente rumorosas,
    Atropellando las humildes rosas
    Que a su cauce crecieron asomadas,
      Así mi corazón y mis miradas
    Fueron, amante aquél y éstas ansiosas,
    Al mar que les copiaron engañosas
    Tus pupilas profundas y rasgadas.
      Hoy, bebiendo en sus olas la amargura,
    Por sus fieras corrientes absorbida
    Navega el alma en la tiniebla oscura,
      Sin que le den consuelo en su caída
    La inocencia, la paz y la ventura
    Que atropelló el torrente de mi vida.

    1874.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:16

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XVI

    QUEVEDO

    A

    De las amargas olas de tu llanto
    Nacieron las espumas de tu risa,
    Y hoy no distingue el ánima indecisa
    Lo que es en ti gemido y lo que es canto.
    Ya del austero Bruto con el manto,
    Ya de Marcial siguiendo la divisa,
    Del tiempo, que de ti se aleja aprisa,
    Eres admiración, gloria y encanto.
    Bajo los dardos de tu ingenio agudos,
    El vicio y la maldad doblan las frentes,
    Hay jueces sordos y tiranos mudos,
    Que tal fue tu misión entre las gentes:
    Ir por la tierra con los pies desnudos,
    Aplastando cabezas de serpientes.

    1875.





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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:18

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XVI

    QUEVEDO

    B

    Ingenio y corazón, pluma y espada,
    Tuvo y usó con arte y bizarría,
    Sin que ni adversidad ni tiranía
    Hiciesen mella en su conciencia honrada.
    Alma en el yunque del dolor forjada,
    Rebelde a la vulgar hipocresía,
    Para vencer y combatir tenía,
    Cuando el acero no, la carcajada.
    Si de Momo el disfraz hay quien le viste,
    Nadie niega la gala y el encanto
    Que en sus obras magníficas subsiste,
    Ignorándose aún, con saber tanto,
    Si era su llanto manantial del chiste,
    O era su chiste manantial del llanto.

    1904.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:21

    MANUEL DEL PALACIO (1831 - 1906)

    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XVII

    DESPUÉS DE UNA ENFERMEDAD

    ¡Máquina miserable y quebradiza
    Esta que adora la miseria humana!
    Bronce y hierro parece a la mañana,
    Y es a la tarde escorias y ceniza.
    Cuando la juventud la vigoriza
    De realizar milagros corre ufana;
    Luego, el choque menor la desengrana
    Y el aire más sutil la paraliza.
    ¡Cuerpo, vencido estás! ¡Gratos antojos,
    Placeres, apetitos, devaneos,
    Morded de la materia los cerrojos,
    Y olvidando victorias y trofeos,
    Quede sólo en el alma y en los ojos
    La semilla inmortal de los deseos!

    Madrid, 1876.


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    Mensaje por Lluvia Abril Dom 23 Ago 2020, 01:23

    Nueva sorpresa me encuentro.
    Veo que aquí hay materia suficiente como para aprovechar un domingo.
    No conocía a Manuel del Palacio y te doy las gracias por traerlo hasta aquí.
    Buen domingo y seguimos pues.
    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 01:30

    GRACIAS, LLUVIA. LO CIERTO ES QUE NO COMPROBÉ SI ESTABA EN GRANDES AUTORES: ME DEJÉ LLEVAR POR LA INTUICIÓN.

    SEGUIRÉ DESPUÉS.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 05:35

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    OBRAS ESCOGIDAS

    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XVIII

    LA GUERRA

    Al pintor Francisco Sans

    Huye la tarde; a su fulgor incierto,
    Suelta la rienda sobre el pecho herido,
    Cruzando va un corcel solo y perdido
    El campo de batalla, ya desierto.
    De sangre y lodo y de sudor cubierto,
    Con ojo audaz y con atento oído,
    Al césped interroga, en que el gemido
    Oyó hace poco del soldado muerto.
    Allí se para; al aire dilatando
    La entreabierta nariz, el aire aspira:
    Llegan los cuervos al festín nefando,
    Apaga el sol su funeraria pira,
    Mueve la hierba el bruto resoplando,
    Lame la frente al paladín, ¡y expira!

    1876.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 05:38

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XIX

    NEBULOSA

    Sola en el templo la encontré; rezaba,
    Y yo, apoyado en el macizo muro,
    De aquel contorno majestuoso y puro,
    La severa belleza contemplaba.
    Detrás del manto que su faz velaba
    Vi de sus ojos relucir lo oscuro;
    Alzóse al fin, y con andar seguro,
    En la sombra se hundió que nos cercaba.
    ¿Quién era? No lo supe; astro divino,
    Del cielo del amor fúlgida estrella,
    Presidió muchos años mi destino.
    Y aún al recuerdo de su imagen bella,
    Siempre que hallo una vieja en mi camino,
    Se me ocurre exclamar: «¡Si será ella!»

    1877.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 05:39

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XX

    REMEMBRANZA

    «¡Tuya o de Dios!», con infantil denuedo,
    De hito en hito, mirándome decía:
    «¡Mía, prenda del alma, siempre mía!»,
    Le contestaba yo, casi con miedo.
    El viento que murmura triste y ledo
    De su voz me repite la armonía;
    Ella ya no está aquí, Dios la quería
    Y ni llorar su desventura puedo.
    Viva, del tiempo la inflexible mano
    Desvanecido hubiera poco a poco
    Aquel amor, que guardo en mi memoria;
    Muerta, la tierra me la oculta en vano,
    Y aun con mis labios trémulos la toco,
    Cuando penetro en sueños en la gloria.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 05:42

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XXI

    EN LA MUERTE DE VÍCTOR MANUEL

    Rey de Italia

           Por civiles contiendas extenuada,
    Rota en pedazos en aciago día,
    Heredaste con pobre monarquía,
    No ya un cetro real, sino una espada.
      En cien y cien combates fulminada,
    Sirviendo al bueno de estandarte y guía,
    Pronto la noble Italia que dormía
    Pudo alzarse otra vez regenerada.
      Hoy que cumplida ya tu obra gloriosa
    Es fuerza que tu ser se restituya
    Al polvo de que nace toda cosa,
      ¡No ternas que ninguno la destruya!
    ¡Ten fe en tu creación y en paz reposa!
    ¡Has muerto en Roma! ¡César! ¡Roma es tuya!

    1878


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Dom 23 Ago 2020, 05:54, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 23 Ago 2020, 05:53

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    1) SONETOS

    1a. SONETOS SERIOS

    XXII

    EN LA CARTUJA DE PAVÍA

    Del arte joya y del poder emblema,
    Monumento no vi que te aventaje,
    Que escrito está en tus pórticos de encaje
    De las humanas glorias el poema.
    Ejemplo insigne de piedad suprema,
    Impones a las almas vasallaje,
    Y muere aquí del mundo el oleaje
    Y callan el rencor y el anatema.
    ¡Ay!, cuando por tu claustro silencioso
    La planta muevo al declinar el día,
    Y en el pasado me sepulto ansioso,
    Más que con los laureles de Pavía,
    Sueño con la ventura y el reposo
    Del humilde cartujo que me guía.

    Milán, 1879.


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