Aires de Libertad

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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 28 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:45

    ***

    Al asomar el día, la tempestad se desencadenaba todavía con extraordinario furor. Sin
    embargo, el viento volvió al Sureste. Era una modificación favorable, y la "Tankadera"
    hizo rumbo de nuevo en aquel mar bravío, cuyas olas se estrellaban entonces con las
    producidas por la nueva dirección del viento. De aquí el choque de marejadas
    encontradas, que hubiera desmantelado una embarcación construída con menos solidez.
    De vez en cuando, se divisaba la costa, por entre las rasgadas brumas, pero ni un
    solo buque a la vista. La "Tankadera" era la única que se aguantaba a la mar.
    A mediodía, hubo algunos síntomas de calma, que, con el descenso del sol en el
    horizonte, se pronunciaron con más decisión.
    La corta duración de la tempestad se debió a su misma violencia. Los pasajeros,
    completamente quebrantados, pudieron comer algo y tomarse algún descanso.
    La noche fue relativamente apacible. El piloto hizo restablecer sus velas en bajos
    rizos. La velocidad de la embarcación era considerable. Al amanecer del 11, reconocida
    la costa, aseguró John Bunsby que Shangai no distaba cien millas.
    No quedaba más que aquella jornada para andar esas cien millas. Aquella misma tarde
    debía llegar mister Fogg a Shangai, si no quería faltar a la salida del vapor de
    Yokohama. A no estallar la tempestad, durante la cual perdió muchas horas, hubiera
    estado en aquel momento a treinta millas del puerto.
    La brisa amainaba sensiblemente, y la mar se calmaba al propio tiempo. La goleta se
    cubrió de trapo. Cuchillos, velas de estay, contrafoque, en todo hacía presa el viento,
    levantando espuma en el mar la roda.
    A mediodía, la "Tankadera" no estaba a más de cuarenta y cinco millas de Shangai.
    Le faltaban seis horas para llegar al puerto, antes de la salida del vapor de Yokohama.
    Los temores se despertaron con viveza. Se quería llegar a toda costa. Todos, excepto
    Phileas Fogg, sentían latir su corazón de impaciencia. ¡Era necesario que la goleta se
    mantuviese en un promedio de nueve millas por hora, y el viento seguia calmándose!
    Era una brisa irregular que soplaba de la costa a rachas, después de cuyo paso
    desaparecía el oleaje.
    Sin embargo, la embarcación era tan ligera, sus velas, de tejido fino, recogían tan bien
    los movimientos sueltos de la brisa que, con ayuda de la corriente, a las seis, John
    Bunsby no contaba ya más que diez millas hasta la ría de Shangai, porque esta ciudad
    esta situada a doce millas de la embocadura.
    A las siete todavía faltaban tres millas hasta Shangai. De los labios del piloto se
    escapó una formidable imprecación. 1,a prima de doscientas libras iba a escapársele.
    Miró a mister Fogg, quien estaba impasible, a pesar de que se jugaba en aquel
    momento la fortuna entera.
    Entonces apareció sobre el agua un largo huso negro, coronado por un penacho de
    humo. Era el vapor americano, que salía a la hora reglamentaria.
    -¡Maldición! -exclamó John Bunshy, que rechazó la barca con desesperado brazo.

    -¡Señales! --dijo simplemente Phileas Fogg.
    En la proa de la ‘Tankadera” había un cañoncito de bronce, que servía para señales en
    tiempo de bruma.
    El cañón se cargó hasta la boca; pero, en el momento en que el piloto iba a aplicar la
    mecha, dijo mister Fogg:
    -¡La bandera!
    La bandera se arrió a medio mástil, en demanda de auxilio, esperando que, al verla, el
    vapor americano modificaría su rumbo para acudir a la embarcación.
    -¡Fuego! - dijo mister Fogg.
    Y la detonación estalló por los aires.




    XXII




    El "Carnatic", salido de Hong-Kong el 7 de noviembre, a las seis y media de la tarde,
    se dirigía a todo vapor hacia las tierras del Japón. Llevaba cargamento completo de
    mercancias y pasajeros. Dos cámaras de popa estaban desocupadas; eran las que se
    habían tomado para Phileas Fogg.
    Al día siguiente por la mañana, los hombres de proa pudieron ver, no sin sorpresa, a
    un pasajero que, con la vista medio embobada, el andar vacilante, la cabeza espantada,
    salía de la carroza de segundas y venía a sentarse, vacilante, sobre una pieza de
    respeto.
    Ese pasajero era Picaporte en persona. He aquí lo acontecido:
    Algunos instantes después que Fix salió del fumadero, dos mozos habían recogido a
    Picaporte, profundamente dormido, y lo habían acostado sobre la tarima reservada a
    los fumadores. Pero, tres horas más tarde, Picaporte, perseguido hasta en sus
    pesadillas por una idea fija, se despertaba y luchaba contra la acción enervante del
    narcótico. El pensamiento de su deber no cumplido sacudía su entorpecimiento. Bajaba
    de aquella tarima de ebrios, y apoyándose, vacilante, en las paredes, cayendo y
    levantándose, pero siempre impelido por una especie de instinto, salía del fumadero
    gritando como en suefíos: ¡el "Carnatic", el "Carnatic"!
    El vapor estaba ya humeando y dispuesto a marchar. Picaporte no tenía más que dar
    algunos pasos. Se lanzó sobre el puente volante, salvó el espacio y cayó sin aliento a
    proa, en el momento en que el "Carnatic" largaba sus amarras.
    Algunos marineros, como gente acostumbrada a esta clase de escenas, descendieron
    al pobre mozo a una cámara de segunda, y Picaporte no se despertó hasta la mañana
    siguiente, a ciento cincuenta millas de las tierras de China.
    Por eso, pues, se hallaba Picaporte aquel día sobre la cubierta del "Carnatic",
    viniendo a aspirar, a todo pulmón las brisas del mar. Este aire puro lo serenó.
    Comenzó a reunir sus ideas, y no lo consiguió sin esfuerzos. Pero, al fin, recordó las
    escenas de la víspera, las confidencias de Fix, el fumadero, ete.
    -¡Es evidente --decía para sí-, que he estado abominablemente ebrio! ¿Qué dirá
    mister Fogg? En todo caso, no he faltado a la salida del buque, que es lo principal.
    Y después, acordándose de Fix, añ ' adía:
    -En cuanto a ése, espero que ya nos habremos desembarazado de él, y que después
    de lo que me ha propuesto, no se atreverá a seguirnos sobre el "Carnatic". ¡Un
    inspector de policía, un "detective", en seguimiento de mi amo, acusado del robo
    cometido en el Banco de Inglaterra! ¡Quite allá! ¡Mister Fogg es ladrón como yo
    asesino!
    ¿Debía Picaporte referir todo eso a su amo? ¿Convenía enterarlo del papel que
    desempeñaba Fix en este asunto? ¿No sería mejor aguardar su llegada a Londres, para
    decirle que un agente de policía metropolitana le había seguido alrededor del mundo, y
    para reírse juntos? Indudablemente que sí, y en todo caso, había tiempo de resolver
    esta cuestión. Lo mas urgente era presentarse a mister Fogg, y darle excusas por lo
    sucedido.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 28 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:47

    ***

    Sobre cubierta no vio a nadie que se pareciese a mister Fogg, ni a mistress Aouida.

    -Bueno --dijo para sí-, mistress Aouida estará todavía acostada, y en cuanto a mister
    Fogg, habrá tropezado con algún jugador de "whist, y, según su costumbre...
    Diciendo esto, Picaporte bajó al salón. Allí no estaba su amo. Picaporte preguntó al
    "purser" cuál era el camarote que ocupaba mister Fogg. El "purser" le contestó que no
    conocía a nadie que se llamara así.
    -Dispensad --dijo Picaporte, insistiendo-. Se trata de un caballero alto, frío, poco
    comunicativo, acompañado de una joven seíiora...
    -No tenemos señoras jóvenes a bordo ----respondió el "purser"-. Por lo demás, he
    aquí la lista de los pasajeros, y podéis consultarla.
    Picaporte la leyó, y allí no figuraba el nombre de su amo.
    Tuvo una especie de desvanecimiento. Ni una sola idea cruzó por su cerebro.
    -Pero, ¿estoy en el "Carnatic"? -preguntó.
    -Sí -respondió el "purser".
    -¿En rumbo para Yokohama?
    -Perfectamente.
    Picaporte habia tenido, de pronto, el temor de haberse equivocado de buque. Pero, si
    él estaba en el "Carnatic", era bien seguro que su amo no.
    Picaporte se dejó caer sobre su sillón como herido del rayo. Acababa de ocurrírsele,
    súbitamente, una idea clara. Recordó que la hora de salida del "Camatic" se había
    adelantado, y que no se lo había avisado a su amo. ¡Era culpa suya, por consiguiente,
    que mister Fogg y mistress Aouida hubiesen perdido el viaje!
    ¡Culpa suya, sí, pero más todavía del traidor que, para separarlo de su amo, y
    detener a éste en Hong-Kong, lo había embriagado! Porque, al fin, comprendió el ardid
    del inspector de policía. ¡Y ahora mister Fogg, seguramente arruinado, perdida la
    apuesta, detenido, preso tal vez!... Picaporte se arrancaba los pelos. ¡Ah, si Fix cayese
    alguna vez entre sus manos, qué ajuste de cuentas!
    En fin, después de los primeros momentos de postración, Picaporte recobró su
    sangre fría, y estudió la situación, que era poco envidiable. El francés estaba en rumbo
    para el Japón. Cierto de su llegada allí ¿cómo se marcharía? Tenía los bolsillos vacíos.
    ¡Ni un chelín, ni un penique! Sin embargo, su pasaje y manutención estaban pagados
    de antemano. Contaba, pues, con cinco o seis días para pensar la resolución que debía
    tomar. Comió y bebió durante la travesía, cual no puede describirse. Comio por su
    amo, por mistress Aouida y por sí mismo. Comió como si el Japón, adonde iba a
    desembarcar, hubiera sido país desierto, desprovisto de toda substancia comestible.
    El 13, a la primera marea, el "Camatic" entraba en el puerto de Yokohama.
    Este punto es una importante escala del Pacífico, donde paran todos los vapores
    empleados en el servicio de correos y viajeros entre la América del Norte, la China, el
    Japón y las islas de la Malasia. Yokohama está situado en la misma bahía de Yedo, a
    corta distancia de esta inmensa ciudad, segunda capital del imperio japonés, antigua
    residencia del taikun, cuando existía este emperador civil, y rival de Meako, la gran
    ciudad habitada por el mikado, emperador eclesiástico descendiente de los dioses.
    El "Carnatic" se arrimó al muelle de Yokohama, cerca de las escolieras y de la aduana,
    en medio de numerosos buques de todas las naciones.
    Picaporte puso el pie, sin entusiasmo ninguno, en aquella tierra tan curiosa de los
    Hijos del Sol. No tuvo mejor cosa que hacer que tomar el azar por guía, andar errante, a
    la ventura, por las calles de la población.
    Picaporte se vio, al pronto, en una ciudad absolutamente europea, con casas de
    fachadas bajas, adornadas de cancelas, bajo las cuales se desarrollaban elegante
    peristilos, y que cubría con sus calles, sus plazas, sus docks, sus depósitos, todo el
    espacio comprendido desde el promontorio del tratado hasta el río. Allí, como en
    Hong-Kong, como en Calcuta, hormigueaba una mezcla de gentes de toda casta,
    americanos, ingleses, chinos, holandeses, mercaderes dispuestos a comprarlo y a
    venderlo todo, y entre los cuales el francés era tan extranjero como si hubiese nacido en
    el país de los hotentotes.

    Picaporte tenía un recurso, que era el de recomendarse cerca de los agentes
    consulares franceses o ingleses, establecidos en Yokohama; pero le repugnaba referir su
    historia, tan íntimamente relacionada con su amo, y antes de esto, quería apurar todos
    los demás medios.
    Después de haber recorrido la parte europea de la ciudad, sin que el azar le hubiese
    servido, entró en la parte japonesa, decidido, en caso necesario, a llegar hasta Yedo.
    Esta porción indígena de Yokohama se llama Benten, nombre de una diosa del mar,
    adorada en las islas vecinas. Allí se veían admirables alamedas de pinos y cedros;
    puertas sagradas, de extraña arquitectura; puentes envueltos entre cañas y bambúes;
    templos abrigados por una muralla, inmensa y melancólica, de cedros seculares;
    conventos de bonzos, donde vegetaban los sacerdotes del budismo y los sectarios de la
    religión de Confucio; calles interminables, donde había abundante cosecha de
    chiquillos, con tez sonrosada y mejillas coloradas, figuritas que parecían recortadas de
    algún biombo indígena, y que jugaban en medio de unos perrillos de piernas cortas y de
    unos gatos amarillentos, sin rabo, muy perezosos y cariñosos.
    En las calles, todo era movimiento y agitación incesante; bonzos que pasaban en
    procesión, tocando sus monótonos tamboriles; yakuninos, oficiales de la aduana o de
    la policía; con sombreros puntiagudos incrustados de laca y dos sables en el cinto;
    soldados vestidos de percalina azul con rayas blancas y armados con fusiles de
    percusión, hombres de armas del mikado, metidos en su justillo de seda, con loriga y
    cota de malla, y otros muchos militares de diversas condiciones, porque en el Japón la
    profesión de soldado es tan distinguida como despreciada en China. Y después,
    hermanos postulares, peregrinos de larga vestidura, simples paisanos de cabellera
    suelta, negra como el ébano, cabeza abultada, busto largo, piernas delgadas, estatura
    baja, tez teñida, desde los sombríos matices cobrizos hasta el blanco mate, pero nunca
    amarillo como los chinos, de quienes se diferenciaban los japoneses esencialmente. Y,
    por último, entre carruajes, palanquines, mozos de cuerda, carretillas de velamen,
    "norimones" con caja maqueada, "cangos" (suaves y verdaderas literas de bambú), se
    veía circular a cortos pasos y con pie hiquito, calzado con zapatos de lienzo, sandalias
    de paja o zuecos de madera labrada, algunas mujeres poco bonitas, de ojos encogidos,

    pecho deprimido, dientes ennegrecidos a usanza del día, pero que llevaban con elegan-
    cia el traje nacional, llamado "kimono", especie de bata cruzada con una banda de seda,

    cuya ancha cintura formaba atrás un extravagante lazo, que las modernas parisienges
    han copiado, al parecer, de las japonesas.
    Picaporte se detuvo paseando durante algunas horas entre aquella muchedumbre
    abigarrada, mirando también las curiosas y opulentas tiendas, los bazares en que se
    aglomeraba todo el oropel de la platería japonesa, los restaurantes, adornados con
    banderolas y banderas, en los cuales estaba prohibido entrar y esas casas de té, donde
    se bebe, a tazas llenas, el agua odorífera con el sakí, licor sacado del arroz fermentado,
    y esos confortables fumaderos, donde se aspira un tabaco muy fino, y no por el opio,
    cuyo uso es casi desconocido en el Japón.


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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 28 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:48

    ***

    Despues, Picaporte se encontró en la campiña, en medio de inmensos arrozales. Allí
    ostentaban sus últimos colores y sus últimos perfumes las brillantes camelias, nacidas,

    no ya en arbustos, sino en árboles; y dentro de las cercas de los bambúes, se veían cere-
    zos, ciruelos, manzanos, que los indígenas cultivan más bien por sus flores que por sus

    frutos,y que están defendidos contra los pájaros, palomas, cuervos, y otras aves, por
    medio de maniquíes haciendo muecas o con torniquetes, chillones. No había cedro
    majestuoso que no abrigase alguna águila, ni sauce bajo el cual no se encontrase alguna
    garza, melancólicamente posada sobre un poie; en fin, por todas partes había cornejas,
    patos, gavilanes, gansos silvestres y muchas de esas grullas, a las cuales tratan los
    japoneses de señorías, porque simbolizan, para ellos, la longevidad y la dicha.
    Al andar así vagando, Picaporte descubrió algunas violetas entre las hierbas.
    -¡Bueno! --dijo~. Ya tengo cena.
    Pero las olió, y no tenían perfume alguno.
    -¡No tengo suerte! -pensó para sus adentros.

    Cierto es que el buen muchacho había almorzado, por previsión, todo lo
    copiosamente que pudo, antes de salir del "Carnatic", pero después de un día de
    paseo, se sintió muy hueco el estómago. Bien había observado que en la muestra de los
    camiceros faltaba el camero, la cabra o el cerdo, y como sabía que es un sacrilegio matar
    bueyes, únicamente reservados a las necesidades de la agricultura, había deducido que
    la carne andaba escasa en el japón. No se engañaba; pero, a falta de todo eso, su
    estómago se hubiera arreglado con jabalí, gamo, perdices o codornices, ave o pescado
    con que se alimentan exclusivamente los japoneses, juntamente con el producto de los
    arrozales. Pero debió hacer de tripas corazón, y dejar para el día siguiente el cuidado de
    proveer a su manutención.
    Llegó la noche, y Picaporte regresó a la ciudad indígena, vagando por las calles, en
    medio de faroles multicolores, viendo a los farsantes ejecutar sus maravillosos
    ejercicios, y a los astrólogos que, al aire libre, reunían a la gente alrededor de su
    telescopio. Después, volvió al puerto, esmaltado con las luces de los pescadores, que
    atraían los peces por medio de antorchas encendidas.
    Por último, las calles se despoblaron. A la multitud sucedieron las rondas de
    yakuninos, oficiales que, con sus magníficos trajes y en medio de un séquito, parecían
    embajadores, y Picaporte repetía alegremente, cada vez que encontraba alguna vistosa
    patrulla:
    -¡Bueno va! ¡Otra embajada japonesa que sale para Europa!





    XXIII




    Al día siguiente, Picaporte, derrengado y hambriento, dijo para sí que era necesario
    comer a toda costa, y que lo más pronto sería mejor. Bien tenía el recurso de vender el
    reloj, pero antes hubiera muerto de hambre. Entonces o nunca, era ocasión para aquel
    buen muchacho de utilizar la voz fuerte, si no melodiosa, de que le había dotado la
    naturaleza.
    Sabía algunas copias de Francia y de Inglaterra, y resolvió ensayarlas. Los japoneses
    debían, seguramente, ser aficionados a la música, puesto que todo se hace entre ellos a
    son de timbales, tamtams y tambores, no pudiendo menos de apreciar, por
    consiguiente, el talento de un cantor europeo.
    Pero era, quizá, temprano, para organizar un concierto, y los difetanti, súbitamente
    despertados, no hubieran quizá pagado al cantante en moneda con la efigie del mikado.
    Picaporte se decidió, en su consecuencia, a esperar algunas horas; pero mientras iba
    caminando, se le ocurrió que parecía demasiado bien vestido para un artista ambulante,
    y concibió entonces la idea de trocar su traje por unos guiñapos que estuviesen más en
    armonia con su posición. Este cambio debía producirle, además, un saldo, que podía
    aplicar, inmediatamente, a satisfacer su apetito.
    Una vez tomada esta resolución, faltaba ejecutarla, y sólo después de muchas
    investigaciones descubrió Picaporte a un vendedor indígena, a quien expuso su
    petición. El traje europeo gustó al ropavejero, y no tardó Picaporte en salir ataviado

    con un viejo ropaje japonés y cubierto con una especie de turbante de estrías, deste-
    ñido por la acción del tiempo. Pero, en compensación, sonaron en su bolsillo algunas

    monedas de plata.
    -Bueno -pensó--, ¡me figuraré que estamos en Carnaval!
    El primer cuidado de Picaporte, así japonizado, fue el de entrar en una casa de té, de
    modesta apariencia, y allí almorzó un resto de ave y algunos puñados de arroz, cual
    hombre para quien la comida era todavía problemática.
    -Ahora --dijo entre sí, después de restaurarse copiosamente- se trata de no perder la
    cabeza. Ya no tengo el recurso de vender esta vestidura por otra parte que sea todavía
    más japonesa. ¡Es necesario, pues, discurrir el medio de, dejar lo más pronto posible,
    este país del Sol, del cual no guardaré más que un lamentable recuerdo!
    Ocurrióle entonces visitar los vapores que estaban dispuestos a salir para América.
    Contaba con ofrecerse en calidad de cocinero o de criado, no pidiendo, por toda

    retribución, más que el pasaje y el sustento. Una vez en San Francisco, trataría de salir
    de apuros. Lo importante era salvar las cuatro mil setecientas millas del Pacífico que se
    extienden entre el Japón y el Nuevo Mundo.
    No siendo Picaporte hombre que dejase dormir una idea, se dirigió al puerto de
    Yokohama; pero, a medida de que se acercaba a los muelles, su proyecto, que tan
    sencillo te había parecido al concebirlo, lo iba considerando impracticable. ¿Por qué
    habían de necesitar cocinero a bordo de un vapor americano, y qué confianza debía
    inspirar del modo que iba ataviado? ¿Qué recomendaciones podía ofrecer? ¿Qué
    personas podrían ayudarle?
    Estando así, reflexionando, cayó su vista sobre un inmenso cartel, que una especie de
    clown paseaba por las calles de Yokohama. Ese cartel decía, en inglés, lo siguiente:



    Compañía Japonesa Acrobática
    HONORABLE WILLIAN
    BATULCAR
    -------------------
    (últimas representaciones)
    antes de su salida para los Estados
    Unidos de los
    NARIGUDOS-NARIGUDOS
    (bajo la invocación directa
    del dios Tingú)
    ¡GRAN ATRACCIóN!



    -¡Los Estados Unidos! ---exclamó Picaporte-. ¡Ya di con mi negocio!






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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 28 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:49

    ***

    Siguió al del cartel y entró en la ciudad japonesa. Un cuarto de hora más tarde, se
    detenía delante de una gran barraca coronada con varios haces de banderolas, y cuyas
    paredes exteriores representaban, sin perspectiva, pero con exagerados colores, toda
    una banda de juglares.
    Era el establecimiento del honorable Batulcar, especie de Barnum americano, director
    de una compaiíía de saltimbanquis, juglares, clowns, acróbatas, equilibristas,
    gimnastas, que, según el cartel, daban sus últimas representaciones antes de dejar el
    Imperio del Sol, para irse a los Estados Unidos.
    Picaporte entró bajo un peristilo que precedía al barracon, y preguntó por el señor
    Batuicar, quien se presentó en persona.
    -¿Qué queréis? --dijo a Picaporte, a quien creyó indigena.
    -¿Tenéis necesidad de criado? -preguntó Picaporte.
    -¡Criado! --exclamó el Barnum, acariciando su poblada perilla gris, que adomaba su
    barba-. Tengo dos, obedientes, fieles, que nunca me han dejado y que me sirven de
    balde, y sólo por la comida... Y son éstos -añadió, enseñando sus robustos brazos,
    surcados de venas gruesas como las cuerdas de un contrabajo.
    -¿Es decir, que no puedo servir para algo?
    -Para nada.
    -¡Diantre! Es que me hubiera convenido mucho niarcharme con vos.
    -¡Hola! --dijo el honorable Batulcar-. ¡Lo mismo sois japonés que yo mico! ¿Por qué
    vais así vestido?
    --Cada uno se viste como puede.
    --Cierto. ¿Sois francés?
    -Sí, parisiense.
    -Entonces, ¿sabréis hacer muecas?
    -¡A fe mía -respondió Picaporte, incomodado por la pregunta-, nosotros, los
    franceses, sabemos hacer muecas, es verdad, pero no mejor que los americanos!
    -Es verdad. Pues bien; si no os tomo como criado, puedo tomaros como clown. Ya
    comprenderéis, bravo mozo. ¡En Francia se exhiben farsantes extranjeros, y en el
    extranjero farsantes franceses!

    -¡Ah!
    -Por lo demás, ¿sois vigoroso?
    -Sobre todo cuando acabo de comer.
    -¿Y sabéis cantar?
    -Sí -respondió Picaporte, que en halagüeño, le permitiría estar en algunos conciertos
    de calle.
    -Pero, ¿sabéis cantar cabeza abajo, con una peonza girando sobre la planta del pie
    izquierdo y un sable en equilibrio sobre la planta del pie derecho?
    -¡Pardiez! -respondió Picaporte, que recordaba los primeros ejercicios de su edad
    juvenil.
    -¡Es que todo consiste en eso! -dijo el honorable Batulcar.
    La contrata quedó terminada "hic et nunc".
    En fin, Picaporte había encontrado una posición. Estaba contratado para hacerlo
    todo en la célebre compañía japonesa, lo cual, si era poco halagüeño, le permitiría estar
    en San Francisco antes de ocho días.
    La representación, con tanto aparato anunciada por el honorable Batuicar, debía
    comenzar a las tres de la tarde, y bien pronto resonaban en la puerta los formidables
    instrumentos de una orquesta japonesa. Bien se comprende que Picaporte no había
    podido estudiar su papel, pero debía prestar el apoyo de sus robustos hombros en el
    gran ejercicio del racimo humano, ejecutado por los narigudos del dios Tingú. Este
    "gran atractivo" de la representación, debía cerrar la serie de ejercicios.
    Antes de las tres, los espectadores habían invadido el vasto barracón. Europeos e
    indígenas, chinos y japoneses, hombres, mujeres y niños, se apiñaban sobre las
    estrechas banquetas y en los palcos que daban frente al escenario. Los músicos habían
    entrado, y la orquesta completa, gongos, tam-tams, castañuelas, flautas, tamboriles y
    bombos, estaban operando con todo furor.
    Fue aquella función lo que son todas las representaciones de acróbatas, pero es
    preciso confesar que los japoneses son los primeros equilibristas del mundo. An-nado
    el uno con un abanico y con trocitos de papel, ejecutaba el ejercicio de las mariposas y
    las flores. Otro trazaba, con el perfumado ~umo de su pipa, una serie de palabras
    azuladas, que formaban en el aire un letrero de cumplido para la concurrencia. Este
    jugaba con bujías encendidas, que apagaba sucesivamente, al pasar delante de sus
    labios, y encendía una con otra, sin interrumpir el juego. Aquél reproducía, por medio
    de peones giratorios., las combinaciones más inverosímiles bajo su mano; aquellas
    zumbantes maquinillas parecían animarlo con vida propia en sus interminables giros,
    corrían sobre tubos de pipa, sobre los filos de los sables, sobre alambres, verdaderos
    cabellos tendidos de uno a otro lado del escenario; daban vuelta sobre el borde de vasos
    de cristal; trepaban por escaleras de bambú, se dispersaban por todos los rincones,
    produciendo efectos armónicos de extraño carácter y combinando las diversas
    tonalidades. Los juglares jugueteaban con ellos y los hacían girar hasta en el aire; los
    despedían como volantes, con paletillas de madera, y seguían girando siempre; se los
    metían en el bolsillo, y cuando los sacaban, todavía daban vueltas, hasta el momento en
    que la distensión de un muelle los hacía desplegar en haces de fuegos artificiales.
    Inútil es describir los prodigiosos ejercicios de los acróbatas y gimnastas de la
    compañía. Los juegos de la escalera, de la percha, de la bola, de los toneles, etc., fueron
    ejecutados con admirable precisión; pero el principal atractivo de la función era la
    exhibición de los narigudos, asombrosos equilibristas que Europa no conoce todavía.
    Esos narigudos forman una corporación particular, colocada bajo la advocación
    directa del dios Tingú. Vestidos cual héroes de la Edad Media, llevaban un espléndido
    par de alas en sus espaldas. Pero lo que especialmente los distinguía, era una nariz
    larga con que llevaban adornado el rostro, y, sobre todo, el uso que de ella hacían. Esas
    narices no eran otra cosa más que unos bambúes, de cinco, seis y aun diez pies de
    longitud, rectos unos, encorvados otros, lisos éstos, verrugosos aquellos. Sobre estos
    apéndices, fijados con solidez, se verificaban los ejercicios de equilibrio. Una docena de
    los sectarios del dios Tingú se echaron de espaldas, y sus compañeros se pusieron a

    jugar sobre sus narices enhiestas cual pararrayos, saltando, volteando de una a otra y
    ejecutando suertes inverosímiles.
    Para terminar, se había anunciado especialmente al público la pirámide humana, en la
    cual unos cincuenta narigudos debían figurar la carroza de Jaggemaut. Pero en vez de
    formar esta pirámide tomando los hombros como punto de apoyo, los artistas del
    honorable Batuicar debían sustentarse narices con narices. Se había marchado de la
    compañía uno de los que formaban la base de la carroza, y como bastaba para ello ser
    vigoroso y hábil, Picaporte había sido elegido para reemplazarlo.






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    JULIO VERNE (1828-1905) - Página 28 Empty Re: JULIO VERNE (1828-1905)

    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:50

    ***
    ¡Ciertamente que el pobre' mozo se sintió muy compungido -triste recuerdo de la
    juventud-, cuando endosó su traje de la Edad Media, adomado de alas multicolores, y
    se vio aplicar sobre la cara una nariz de seis pies! Pero, al fin, esa nariz era su pan, y
    tuvo que resignarse p dejársela poner.
    Picaporte entró en escena y fue a colocarse con aquellos de sus compañeros que
    debían figurar la base de la carroza de Jaggernaut. Todos se tendieron por tierra, con la
    nariz elevada hacia el cielo. Una segunda sección de equilibristas se colocó sobre los
    largos apéndices, una tercera después, y luego una cuarta, y sobre aquellas narices, que
    sólo se tocaban por la punta, se levantó un monumento humano hasta la cornisa del
    teatro.
    Los aplausos redoblaban, y los instrumentos de la orquesta resonaban como otros
    tantos truenos, cuando, conmoviéndose la pirámide, el equilibrio se rompió, y,
    saliéndose de quicio una de las narices de la base, el monumento se desmoronó cual
    castillo de naipes...
    Tuvo de esto la culpa Picaporte, quien, abandonando su puesto, saltando del
    escenario sin el auxilio de las alas, y trepando por la galería de la derecha, caía a los
    pies de un espectador, exclamando:
    -¡Amo mío! ¡Amo mío!
    -¿Vos?
    -¡Yo!
    -¡Pues bien! ¡Entonces, al vapor, muchacho!
    Mister Fogg, mistress Aouida, que le acompañaba, y Picaporte, salieron
    precipitados por los pasillos, pero tropezaron fuera del barracón con el honorable
    Batulcar, furioso, que reclamaba indemnización por la "rotura". Phileas Fogg apaciguó
    su furor echándole un puñado de billetes de banco, y a las seis y media, en el momento
    en que iba a partir, mister Fogg y mistress Aouida ponían el pie en el vapor americano,
    seguidos de Picaporte, con las alas a la espalda y llevando en el rostro la nariz de seis
    pies, que todavía no había podido quitarse.




    XXIV



    Fácil es comprender lo acontecido a la vista de Shangai. Las señales hechas por la
    "Tankadera" habían sido observadas por el vapor de Yokohama. Viendo el capitán la
    bandera de auxilio, se dirigió a la goleta, y algunos instantes después, Phileas Fogg,
    pagando su pasaje según lo convenido, metía en el bolsillo del patrón John Bunsby

    ciento cincuenta libras. Después, el honorable gentleman, mistresss Aouida y Fix, subí-
    an a bordo del vapor, que siguió su rumbo a Nagasaki y Yokohama.

    Llegado el 14 de noviembre,a la hora reglamentaria, Phileas Fogg, dejando que Fix
    fuera a sus negocios, se dirigió a bordo del "Carnatic", y allí supo, con satisfacción de
    mistress Aouida, y tal vez con la suya, pero al menos lo disimuló, que el francés
    Picaporte había llegado, efectivamente, la víspera a Yokohama.
    Phileas Fogg, que debía marcharse aquella misma noche para San Francisco, se
    decidió inmediatamente a buscar a su criado. Se dirigió en vano a los agentes consulares
    inglés y francés, y, después de haber recorrido inutilmente las calles de Yokohama,
    desesperaba ya de encontrar a Picaporte, cuando la casualidad, o tal vez una especie de
    presentimiento, lo hizo entrar en el barracón del honorable Batulcar. Seguramente que
    no hubiera reconocido a su criado bajo aquel excéntrico atavío de heraldo; pero éste, en

    su posición invertida, vio a su amo en la galería. No pudo contener un movimiento de
    su nariz, y de aquí el rompimiento del equilibrio y lo que se siguió.
    Esto es lo que supo Picaporte de boca de la misma mistress Aouida, que le refirió
    entonces cómo se había efectuado la travesía de Hong-Kong a Yokohama, en compañía
    de un tal Fix.
    Al oír nombrar a Fix, Picaporte no pestañeó. Creía que no había llegado el momento
    de decir a su amo lo ocurrido; así es que, en la relación que hizo de sus aventuras, se
    culpó a sí propio, excusándose con haber sido sorprendido por la embriaguez del opio
    de un fumadero de Hong-Kong.
    Mister Fogg escuchó esta relación con frialdad y sin responder, y después abrió a su
    criado un crédito suficiente para procurarse a bordo un traje más conveniente. Menos
    de una hora después, el honrado mozo, después de quitarse las alas y la nariz, y de
    mudar de ropa, no conservaba ya nada que recordase al sectario del dios Tingú.
    El vapor que hacía la travesía de Yokohama a San Francisco pertenecía a la compañía
    del "Pacific Mail Steam", y se llamaba "General Grant". Era un gran buque de ruedas,
    de dos mil quinientas toneladas, bien acondicionado y dotado de mucha velocidad.
    Sobre cubierta se elevaba y bajaba, alternativamente, un enorme balancín, en una de
    cuyas extremidades se articulaba la barra de un pistón y en la otra la de una biela, que,
    transfon-nando el movimiento rectilíneo en circular, se aplicaba directamente al árbol
    de las ruedas. El "General Grant" estaba aparejado en corbeta de tres palos, y poseía
    gran superficie de velamen, que ayudaba poderosamente al vapor. Largando doce
    millas por hora, el vapor no debía emplear menos de veintiún días en atravesar el
    Pacífico. Phileas Fogg estaba, por consiguiente, autorizado para creer que, llegando el 2
    de diciembre a San Francisco, estaría el 11 en Nueva York y el 20 en Londres, ganando
    algunas horas sobre la fécha fatal del 21 de diciembre.
    Los pasajeros eran bastante numerosos a bordo del vapor. Había ingleses,
    americanos, una verdadera emigración de coolíes para América, y cierto número de
    oficiales del ejército de Indias, que utilizaban su licencia dando la vuelta al mundo.
    Durante la travesía no hubo ningún incidente náutico. El vapor, sostenido sobre sus
    anchas ruedas, y apoyado por su fuerte velamen, cabeceaba poco, y el Océano Pacífico
    justificaba bastante bien su nombre. Mister Fogg estaba tan tranquilo y tan poco
    comunicativo como siempre. Su joven compañera se sentía cada vez más inclinada a
    este hombre, por otra atracción diferente de la del reconocimiento. Aquel silencioso
    carácter, tan generoso en suma, le impresionaba más de lo que creía, y, casi sin
    percatarse de ello, se dejaba llevar por sentimientos cuya influencia no parecía hacer
    mella sobre el enigmático Fogg.
    Además, mistress Aouida se interesaba muchísimo en los proyectos del gentleman.
    Le inquietaban las contrariedades que pudieran comprometer el éxito del viaje, y a
    veces hablaba con Picaporte, que no dejaba de leer entre renglones en el corazón de
    mistress Aouida. Este buen muchacho tenía ahora en su amo una fe ciega; no agotaba
    los elogios sobre su honradez, la generosidad, la abnegación de Phileas Fogg, y después
    tranquilizaba a mistress Aouiuda sobre el éxito del viaje, repitiendo que lo más difícil
    estaba hecho, que ya quedaban atrás los fantásticos países de la China y del Japón,
    que ya marchaban hacia las naciones civilizadas, y, por último, que un tren de San
    Francisco a Nueva York, y un transatlántico de Nueva York a Londres, bastarían
    indudablemente para terminar esa dificultosa vuelta al mundo en los plazos
    convenidos.
    Nueve días después de haber salido de Yokohama, Phileas Fogg había recorrido
    exactamente la mitad del globo terrestre.
    En efecto: el "General Grant"pasaba el 23 de noviembre por el meridiano 180, bajo el
    cual se encuentran, en el hemisferio austral, los antípodas de Londres. De ochenta días
    disponibles, mister Fogg había empleado ya ciertamente cincuenta y dos, y no le
    quedaban ya más que veintiocho; pero si el gentleman se encontraba a medio camino en
    cuanto a los meridianos, había recorrido en realidad más de los dos tercios del trayecto
    total, a consecuencia de los rodeos de Londres a Adén, de Adén a Bombay, de Calcuta

    a Singapore y de Singapore a Yokohama. Siguiendo circularmente el paralelo 50, que es
    el de Londres, la distancia no hubiera sido más que unas doce mil millas, mientras que

    por los caprichosos medios de locomo-
    ión, había que recorrer veintieséis mil, de las cuales el se habían andado ya diecisite

    mil quinientas el 23 de noviembre. En lo sucesivo, el camino era directo, y Fix ya no
    estaba allí para acumular obstáculos.
    Aconteció también que, en esa misma fecha, 23 de noviembre, Picaporte experimentó
    suma alegría. Recuérdese que se había obstinado en conservar la hora de Londres, en su
    famoso reloj de familia, teniendo por equivocadas todas las horas de los países que
    atravesaban. Pues bien, aquel día, sin haber tocado a su reloj, se encontró confon-ne

    con los cronómetros de a bordo. Fácil es comprender el triunfo de Picaporte, que hubie-
    ra querido tener delante a Fix para saber lo que diría.

    -¡Ese tunante, que me refería un montón de historias sobre los meridianos, el sol y la
    luna! -repetía Picaporte-. ¡Vaya una gente! ¡Si la escuchasen, buena relojería habría! Ya
    estaba yo seguro que algún día se decidiría el sol a arreglarse por mi reloj.



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    Mensaje por Maria Lua Hoy a las 09:51

    ***

    Picaporte ignoraba que, si la muestra de su reloj hubiese estado dividida en
    veinticuatro horas, en vez de doce, como los relojes italianos, no hubiera tenido motivo
    ninguno de triunfo, porque las manecillas de su instrumento, cuando fuesen las nueve
    de la mañana, señalarían las de la noche; es decir, la hora vigésima primera después de
    medianoche, diferencia precisamente igual a la que existe entre Londres y el meridiano,
    que está a 180 grados.
    Pero si Fix hubiera sido capaz de explicar ese efecto, puramente físico, Picaporte no
    lo habría comprendido ni admitido; además de que si en aquel momento, el inspector
    de policía se hubiese presentado a bordo, es probable que Picaporte le ajustara
    cuentas, y de un modo muy diferente.
    ¿Y dónde estaba Fix entonces?
    Precisamente a bordo del "General Grant".
    En efecto, al llegar a Yokohama, el agente, separándose de mister Fogg, a quien
    esperaba encontrar en el resto del día, se había dirigido inmediatamente al despacho del
    cónsul inglés. Allí encontró el mandamiento que, corriendo detrás de él desde Bombay,
    tenía ya cuarenta días de fecha, mandamiento que le había sido enviado de Hong-Kong
    por el mismo "Carnatíc", a cuyo bordo se le creía. Júzguese del despecho que
    experimentó el "detective". El mandamiento ya era inútil. ¡Mister Fogg no estaba en
    las posesiones inglesas, y era necesaria una carta de extradición para prenderlo!
    -¡Corriente! --dijo para sí, después de pasado el primer momento de ira-. El
    mandamiento no sirve para aquí, pero me servirá en Inglaterra. Ese bribón tiene trazas
    de volver a su patria, creyendo haber desorientado a la policía. Bien. Le seguiré hasta
    allí. En cuanto al dinero, Dios quiera que le quede algo, porque en viajes, primas,
    procesos, multas, elefantes y gastos de toda clase, mi hombre ha dejado ya más de
    cinco mil libras por el camino. En fin de cuentas, el banco es rico.
    Tomada su resolución, Fix se embarcó en el "General Grant". Estaba a brodo cuando
    mister Fogg y mistress Aouida llegaron. Con sorpresa suya, reconoció a Picaporte bajo

    su traje de heraldo. Se ocultó al instante en su camarote, a fin de ahorrar una explica-
    cion que podía comprometerlo todo, y gracias al número de pasajeros, contaba con no

    ser visto de su enemigo, cuando aquel día se encontró precisamente con él a proa.
    Picaporte se arrojó al cuello de Fix sin otra explicación, y, con gran satisfacción de
    algunos americanos, que apostaron a su favor, administró al desventurado inspector
    una soberbia tunda, que demostró la alta superioridad del pugilato francés sobre el
    inglés.
    Cuando Picaporte acabó, se encontró más tranquilo y como aliviado, Fix se levantó
    en bastante mal estado, y mirando a su adversario, le dijo con frialdad:
    -¿Habéis concluido?
    -Sí, por ahora.
    -Entonces, vamos a hablar.
    -Que yo...

    -En interés de vuestro amo.
    Picaporte, como subyugado por esta sangre fría, siguió al inspector de policía, y se
    sentaron aparte.
    -Me habéis zurrado --dijo Fix-. Bien lo esperaba. Ahora, escuchadme. Hasta ahora,
    he sido adversario de mister Fogg; pero, en adelante, voy a ayudarlo.
    -¡Al fin! --exclamó Picaporte-. ¿Lo creéis hombre honrado?
    -No -respondió con frialdad Fix-; lo creo un bribón... ¡Chist! No os mováis, y
    dejadme acabar. Mientras mister Fogg ha estado en las posesiones inglesas, he tenido
    interés en detenerlo, aguardando un mandamiento de prisión. Todo lo he intentado con
    ese objeto. He echado detrás de él a los sacerdotes de Bombay, os he embriagado en
    Hong-Kong, os he separado de vuestro amo, le he hecho perder el vapor de
    Yokohama...
    Picaporte seguía escuchando con los puños separados.
    -Ahora -prosiguió Fix-, mister Fogg regresa, según parece, a Inglaterra. Lo seguiré
    hasta allí, pero aplicando, para apartar los obstáculos, tanto celo como he empleado
    hasta ahora para acumularlos. ¡Ya lo véis, mi juego ha cambiado, porque así lo quiere
    mi interés! Añado que vuestro interés es igual al mío, porque sólo en Inglaterra es
    donde sabréis si estáis al servicio de un criminal o de un hombre de bien.
    Picaporte había escuchado a Fix con mucha atención, y se convenció de su buena fe.
    -¿Somos amigos? -preguntó Fix.
    -Amigos, no -respondió Picaporte-. Seremos aliados, y a beneficio de inventario,
    porque, a la menor apariencia de traición, os retuerzo el pescuezo.
    -Convenido --~dijo tranquilamente el inspector de policía.
    Once días después, el 3 de noviembre, el "General Grant" entraba en la bahía de la
    Puerta de Oro y llegaba a San Francisco.
    Mister Fogg no había ganado todavía, ni perdido, un solo día.



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