***
Al asomar el día, la tempestad se desencadenaba todavía con extraordinario furor. Sin
embargo, el viento volvió al Sureste. Era una modificación favorable, y la "Tankadera"
hizo rumbo de nuevo en aquel mar bravío, cuyas olas se estrellaban entonces con las
producidas por la nueva dirección del viento. De aquí el choque de marejadas
encontradas, que hubiera desmantelado una embarcación construída con menos solidez.
De vez en cuando, se divisaba la costa, por entre las rasgadas brumas, pero ni un
solo buque a la vista. La "Tankadera" era la única que se aguantaba a la mar.
A mediodía, hubo algunos síntomas de calma, que, con el descenso del sol en el
horizonte, se pronunciaron con más decisión.
La corta duración de la tempestad se debió a su misma violencia. Los pasajeros,
completamente quebrantados, pudieron comer algo y tomarse algún descanso.
La noche fue relativamente apacible. El piloto hizo restablecer sus velas en bajos
rizos. La velocidad de la embarcación era considerable. Al amanecer del 11, reconocida
la costa, aseguró John Bunsby que Shangai no distaba cien millas.
No quedaba más que aquella jornada para andar esas cien millas. Aquella misma tarde
debía llegar mister Fogg a Shangai, si no quería faltar a la salida del vapor de
Yokohama. A no estallar la tempestad, durante la cual perdió muchas horas, hubiera
estado en aquel momento a treinta millas del puerto.
La brisa amainaba sensiblemente, y la mar se calmaba al propio tiempo. La goleta se
cubrió de trapo. Cuchillos, velas de estay, contrafoque, en todo hacía presa el viento,
levantando espuma en el mar la roda.
A mediodía, la "Tankadera" no estaba a más de cuarenta y cinco millas de Shangai.
Le faltaban seis horas para llegar al puerto, antes de la salida del vapor de Yokohama.
Los temores se despertaron con viveza. Se quería llegar a toda costa. Todos, excepto
Phileas Fogg, sentían latir su corazón de impaciencia. ¡Era necesario que la goleta se
mantuviese en un promedio de nueve millas por hora, y el viento seguia calmándose!
Era una brisa irregular que soplaba de la costa a rachas, después de cuyo paso
desaparecía el oleaje.
Sin embargo, la embarcación era tan ligera, sus velas, de tejido fino, recogían tan bien
los movimientos sueltos de la brisa que, con ayuda de la corriente, a las seis, John
Bunsby no contaba ya más que diez millas hasta la ría de Shangai, porque esta ciudad
esta situada a doce millas de la embocadura.
A las siete todavía faltaban tres millas hasta Shangai. De los labios del piloto se
escapó una formidable imprecación. 1,a prima de doscientas libras iba a escapársele.
Miró a mister Fogg, quien estaba impasible, a pesar de que se jugaba en aquel
momento la fortuna entera.
Entonces apareció sobre el agua un largo huso negro, coronado por un penacho de
humo. Era el vapor americano, que salía a la hora reglamentaria.
-¡Maldición! -exclamó John Bunshy, que rechazó la barca con desesperado brazo.
-¡Señales! --dijo simplemente Phileas Fogg.
En la proa de la ‘Tankadera” había un cañoncito de bronce, que servía para señales en
tiempo de bruma.
El cañón se cargó hasta la boca; pero, en el momento en que el piloto iba a aplicar la
mecha, dijo mister Fogg:
-¡La bandera!
La bandera se arrió a medio mástil, en demanda de auxilio, esperando que, al verla, el
vapor americano modificaría su rumbo para acudir a la embarcación.
-¡Fuego! - dijo mister Fogg.
Y la detonación estalló por los aires.
XXII
El "Carnatic", salido de Hong-Kong el 7 de noviembre, a las seis y media de la tarde,
se dirigía a todo vapor hacia las tierras del Japón. Llevaba cargamento completo de
mercancias y pasajeros. Dos cámaras de popa estaban desocupadas; eran las que se
habían tomado para Phileas Fogg.
Al día siguiente por la mañana, los hombres de proa pudieron ver, no sin sorpresa, a
un pasajero que, con la vista medio embobada, el andar vacilante, la cabeza espantada,
salía de la carroza de segundas y venía a sentarse, vacilante, sobre una pieza de
respeto.
Ese pasajero era Picaporte en persona. He aquí lo acontecido:
Algunos instantes después que Fix salió del fumadero, dos mozos habían recogido a
Picaporte, profundamente dormido, y lo habían acostado sobre la tarima reservada a
los fumadores. Pero, tres horas más tarde, Picaporte, perseguido hasta en sus
pesadillas por una idea fija, se despertaba y luchaba contra la acción enervante del
narcótico. El pensamiento de su deber no cumplido sacudía su entorpecimiento. Bajaba
de aquella tarima de ebrios, y apoyándose, vacilante, en las paredes, cayendo y
levantándose, pero siempre impelido por una especie de instinto, salía del fumadero
gritando como en suefíos: ¡el "Carnatic", el "Carnatic"!
El vapor estaba ya humeando y dispuesto a marchar. Picaporte no tenía más que dar
algunos pasos. Se lanzó sobre el puente volante, salvó el espacio y cayó sin aliento a
proa, en el momento en que el "Carnatic" largaba sus amarras.
Algunos marineros, como gente acostumbrada a esta clase de escenas, descendieron
al pobre mozo a una cámara de segunda, y Picaporte no se despertó hasta la mañana
siguiente, a ciento cincuenta millas de las tierras de China.
Por eso, pues, se hallaba Picaporte aquel día sobre la cubierta del "Carnatic",
viniendo a aspirar, a todo pulmón las brisas del mar. Este aire puro lo serenó.
Comenzó a reunir sus ideas, y no lo consiguió sin esfuerzos. Pero, al fin, recordó las
escenas de la víspera, las confidencias de Fix, el fumadero, ete.
-¡Es evidente --decía para sí-, que he estado abominablemente ebrio! ¿Qué dirá
mister Fogg? En todo caso, no he faltado a la salida del buque, que es lo principal.
Y después, acordándose de Fix, añ ' adía:
-En cuanto a ése, espero que ya nos habremos desembarazado de él, y que después
de lo que me ha propuesto, no se atreverá a seguirnos sobre el "Carnatic". ¡Un
inspector de policía, un "detective", en seguimiento de mi amo, acusado del robo
cometido en el Banco de Inglaterra! ¡Quite allá! ¡Mister Fogg es ladrón como yo
asesino!
¿Debía Picaporte referir todo eso a su amo? ¿Convenía enterarlo del papel que
desempeñaba Fix en este asunto? ¿No sería mejor aguardar su llegada a Londres, para
decirle que un agente de policía metropolitana le había seguido alrededor del mundo, y
para reírse juntos? Indudablemente que sí, y en todo caso, había tiempo de resolver
esta cuestión. Lo mas urgente era presentarse a mister Fogg, y darle excusas por lo
sucedido.
cont
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Al asomar el día, la tempestad se desencadenaba todavía con extraordinario furor. Sin
embargo, el viento volvió al Sureste. Era una modificación favorable, y la "Tankadera"
hizo rumbo de nuevo en aquel mar bravío, cuyas olas se estrellaban entonces con las
producidas por la nueva dirección del viento. De aquí el choque de marejadas
encontradas, que hubiera desmantelado una embarcación construída con menos solidez.
De vez en cuando, se divisaba la costa, por entre las rasgadas brumas, pero ni un
solo buque a la vista. La "Tankadera" era la única que se aguantaba a la mar.
A mediodía, hubo algunos síntomas de calma, que, con el descenso del sol en el
horizonte, se pronunciaron con más decisión.
La corta duración de la tempestad se debió a su misma violencia. Los pasajeros,
completamente quebrantados, pudieron comer algo y tomarse algún descanso.
La noche fue relativamente apacible. El piloto hizo restablecer sus velas en bajos
rizos. La velocidad de la embarcación era considerable. Al amanecer del 11, reconocida
la costa, aseguró John Bunsby que Shangai no distaba cien millas.
No quedaba más que aquella jornada para andar esas cien millas. Aquella misma tarde
debía llegar mister Fogg a Shangai, si no quería faltar a la salida del vapor de
Yokohama. A no estallar la tempestad, durante la cual perdió muchas horas, hubiera
estado en aquel momento a treinta millas del puerto.
La brisa amainaba sensiblemente, y la mar se calmaba al propio tiempo. La goleta se
cubrió de trapo. Cuchillos, velas de estay, contrafoque, en todo hacía presa el viento,
levantando espuma en el mar la roda.
A mediodía, la "Tankadera" no estaba a más de cuarenta y cinco millas de Shangai.
Le faltaban seis horas para llegar al puerto, antes de la salida del vapor de Yokohama.
Los temores se despertaron con viveza. Se quería llegar a toda costa. Todos, excepto
Phileas Fogg, sentían latir su corazón de impaciencia. ¡Era necesario que la goleta se
mantuviese en un promedio de nueve millas por hora, y el viento seguia calmándose!
Era una brisa irregular que soplaba de la costa a rachas, después de cuyo paso
desaparecía el oleaje.
Sin embargo, la embarcación era tan ligera, sus velas, de tejido fino, recogían tan bien
los movimientos sueltos de la brisa que, con ayuda de la corriente, a las seis, John
Bunsby no contaba ya más que diez millas hasta la ría de Shangai, porque esta ciudad
esta situada a doce millas de la embocadura.
A las siete todavía faltaban tres millas hasta Shangai. De los labios del piloto se
escapó una formidable imprecación. 1,a prima de doscientas libras iba a escapársele.
Miró a mister Fogg, quien estaba impasible, a pesar de que se jugaba en aquel
momento la fortuna entera.
Entonces apareció sobre el agua un largo huso negro, coronado por un penacho de
humo. Era el vapor americano, que salía a la hora reglamentaria.
-¡Maldición! -exclamó John Bunshy, que rechazó la barca con desesperado brazo.
-¡Señales! --dijo simplemente Phileas Fogg.
En la proa de la ‘Tankadera” había un cañoncito de bronce, que servía para señales en
tiempo de bruma.
El cañón se cargó hasta la boca; pero, en el momento en que el piloto iba a aplicar la
mecha, dijo mister Fogg:
-¡La bandera!
La bandera se arrió a medio mástil, en demanda de auxilio, esperando que, al verla, el
vapor americano modificaría su rumbo para acudir a la embarcación.
-¡Fuego! - dijo mister Fogg.
Y la detonación estalló por los aires.
XXII
El "Carnatic", salido de Hong-Kong el 7 de noviembre, a las seis y media de la tarde,
se dirigía a todo vapor hacia las tierras del Japón. Llevaba cargamento completo de
mercancias y pasajeros. Dos cámaras de popa estaban desocupadas; eran las que se
habían tomado para Phileas Fogg.
Al día siguiente por la mañana, los hombres de proa pudieron ver, no sin sorpresa, a
un pasajero que, con la vista medio embobada, el andar vacilante, la cabeza espantada,
salía de la carroza de segundas y venía a sentarse, vacilante, sobre una pieza de
respeto.
Ese pasajero era Picaporte en persona. He aquí lo acontecido:
Algunos instantes después que Fix salió del fumadero, dos mozos habían recogido a
Picaporte, profundamente dormido, y lo habían acostado sobre la tarima reservada a
los fumadores. Pero, tres horas más tarde, Picaporte, perseguido hasta en sus
pesadillas por una idea fija, se despertaba y luchaba contra la acción enervante del
narcótico. El pensamiento de su deber no cumplido sacudía su entorpecimiento. Bajaba
de aquella tarima de ebrios, y apoyándose, vacilante, en las paredes, cayendo y
levantándose, pero siempre impelido por una especie de instinto, salía del fumadero
gritando como en suefíos: ¡el "Carnatic", el "Carnatic"!
El vapor estaba ya humeando y dispuesto a marchar. Picaporte no tenía más que dar
algunos pasos. Se lanzó sobre el puente volante, salvó el espacio y cayó sin aliento a
proa, en el momento en que el "Carnatic" largaba sus amarras.
Algunos marineros, como gente acostumbrada a esta clase de escenas, descendieron
al pobre mozo a una cámara de segunda, y Picaporte no se despertó hasta la mañana
siguiente, a ciento cincuenta millas de las tierras de China.
Por eso, pues, se hallaba Picaporte aquel día sobre la cubierta del "Carnatic",
viniendo a aspirar, a todo pulmón las brisas del mar. Este aire puro lo serenó.
Comenzó a reunir sus ideas, y no lo consiguió sin esfuerzos. Pero, al fin, recordó las
escenas de la víspera, las confidencias de Fix, el fumadero, ete.
-¡Es evidente --decía para sí-, que he estado abominablemente ebrio! ¿Qué dirá
mister Fogg? En todo caso, no he faltado a la salida del buque, que es lo principal.
Y después, acordándose de Fix, añ ' adía:
-En cuanto a ése, espero que ya nos habremos desembarazado de él, y que después
de lo que me ha propuesto, no se atreverá a seguirnos sobre el "Carnatic". ¡Un
inspector de policía, un "detective", en seguimiento de mi amo, acusado del robo
cometido en el Banco de Inglaterra! ¡Quite allá! ¡Mister Fogg es ladrón como yo
asesino!
¿Debía Picaporte referir todo eso a su amo? ¿Convenía enterarlo del papel que
desempeñaba Fix en este asunto? ¿No sería mejor aguardar su llegada a Londres, para
decirle que un agente de policía metropolitana le había seguido alrededor del mundo, y
para reírse juntos? Indudablemente que sí, y en todo caso, había tiempo de resolver
esta cuestión. Lo mas urgente era presentarse a mister Fogg, y darle excusas por lo
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