"La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)
1.- Et in Arcadia ego
En el viaje que Dante hace por el infierno encuentra las tumbas de Epicuro y de quienes, como él, piensan que "l'anima col corpo morta fanno", esto es, que el alma perece con el cuerpo. Nada se nos dice de cuántos hay allí, pero sin duda, de estar todos, serían muchísimos a tenor de la vigencia que este movimiento tuvo durante 700 años. Las comunidades epicúreas se multiplicaron por ciudades griegas y romanas, desde la primera fundada por Epicuro en el s. III a.C.; pero además su popularidad se extendió hasta alcanzar muchas casas particulares, en las que no faltaba un vaso o un anillo con la efigie de Epicuro.
Se dice que, después de su muerte, sus seguidores se reunían para filosofar juntos el 20 de cada mes. No hace falta desarrollar mucho la imaginación para saber que ese rito se organizaba en torno a una comida, como a las que invitaba en su casa del Quirinale, en Roma, Tito Pomponio Ático, que vivió en el siglo I d.C., y del que se sabe que aprendió tan bien la doctrina de Epicuro que la utilizaba no como motivo para alardear de su saber sino como norma de vida. Al igual que este ilustre romano, todos aquellos que siguieron las enseñanzas de Epicuro quisieron distinguirse de sus conciudadanos por un modo de vida sin ostentación, generoso y afable. Es, sin duda, un gran objetivo querer superar la ambición, el miedo y la envidia presentes en las sociedades humanas, y muy difícil de alcanzar.
Los ritos, las efigies, la memoria del fundador, sus enseñanzas reunidos en manuales de máximas, todo esto configura algo parecido a una religión. Cuando el cristianismo comenzó a dar sus primeros pasos se encontró con este movimiento humanista, viejo ya de 300 años. Aunque en muchos casos cristianos y epicúreos se identificaron, sabemos cuál es el final de esta historia: prevaleció la doctrina que tenía más posibilidades de fundar un culto basado en la obediencia, o lo que es lo mismo, que puede llegar a agrupar a sus fieles en una Iglesia, en torno a sus sacerdotes.
Pero por esa misma razón, la dispersión de las comunidades epicúreas tras la victoria del cristianismo no ha supuesto la desaparición del epicureismo. Sin anillos y sin ritos, Epicuro ha seguido teniendo multitud de admiradores. Algunos grandes filósofos lo han hecho explícito: Montaigne, Bruno,Spinoza, Marx, Nietszche. A veces te sorprendes de que alguien como Thomas Jefferson, 3er. presidente de los Estados Unidos de América, que introdujo en la Constitución Americana la idea de que toda persona tiene derecho a la felicidad, afirmara: "también yo soy epicúreo".
Peor ha sido la degeneración del significado de "epicúreo" tras la condena que el cristianismo hizo de esta doctrina. El epicúreo sería el que se da a la gula y a otros paceres corporales sin límite ni freno, el que no sabe vivir si no es multiplicando y diversificando los placeres. Aparte de la malevolencia de esta interpretación, lo que la hace posible es una idea que se encuentra en la raíz misma de lo que dejó escrito Epicuro, a saber, que a la felicidad se llega por la vía del placer corporal. Sin duda esta afirmación es materialista, pero también es una apuesta a favor de la simplicidad, en la medida en que Epicuro no está proponiendo que la vida esté ordenada a partir de los placeres, sino que el placer es la energía vital bien comprendida.
Por eso, ser epicúreo y ser moderado no están reñidos. Sabemos de la frugalidad de Epicuro: siendo un enfermo de estómago, sus comidas nunca podían ser excesivas, tenía que beber con cuidado si no quería provocarse grandes dolores. Ahora bien, ¡qué festín se puede organizar alrededor de un poco de queso, unos cuantos higos y algunos amigos! Solo la vulgaridad puede concluir que una comida así no vale la pena.
Y eso nos conduce a la polémica acerca de la buena vida, una discusión que ya está planteada en el famoso diálogo de Platón, La República. Allí Sócrates y Glaucón discuten acerca del mejor Estado. Sócrates le expone su idea a Glaucón: una vida simple, con casas y muebles naturales y utilitarios -camas hechas de hojas de mirto, panes servidos sobre juncos-, una comida a base de queso, olivas, higos y habas, regados moderadamente de vino. Con esta vida saludable, concluye Sócrates, desnudos en verano y abrigados en invierno, los humanos serán pacíficos y bondadosos. Glaucón no puede contenerse y le reprocha que esa vida es la más parecida a la vida que llevan los cerdos. El cree que la vida humana tiene que tener otras comodidades y otros lujos, que hay que tener muebles dentro de las casas y tapices y telas bordadas, y los humanos deben adornarse con joyas, perfumarse y disfrutar con dulces y golosinas. Sócrates acepta entonces el reto de imaginarse cómo habría que gobernar una sociedad de tales características e inventa el ordenamiento justo que puede velar por superar los defectos implícitos del Estado enfermo que le propone Glaucón: la conocidad propuesta de un Estado de castas, formado por trabajadores, guardianes y gobernantes, es una solución a los problemas de gobierno de un Estado enfermo, pero no perdamos de vista que previamente Sócrates y Glaucón ya habían optado por alejarse de la simplicidad del Estado sano. Horacio conocía sin duda este diálogo de Platón y por eso afirmó que él se consideraba un cerdo de la piara de Epicuro.
Quienes ven la propuesta de vida sencilla como una vida de cerdos nunca entenderán la elegancia de quienes saben vivir. ¿Son bons vivants los epicúreos? Así se les podría llamar si no fuera porque hoy en día se piensa que un bon vivant es un gourmet y poco más. Epicuro renace en todos aquellos que piensan que el alma muere con el cuerpo, que la vida se mueve a lo largo del vector del placer, que la felicidad es de este mundo y que se consigue aprendiendo a saborear los placeres de una buena vida en compañía de los amigos.
Lucrecio, el gran epicúreo latino del siglo I d.C., nos invita a que cambiemos nuestras mentes y nuestros modos de vida y nos presenta, para convencernos, un cuadro idílico, una especie de déjeuner sur l'herbe, comer con unos amigos sentados sobre la hierba, al lado de un arroyo, a la sombra de un árbol frondoso, un día floreciente de primavera. ¿No es este, acaso, un placer que no pueden superar los tapices de una casa, ni el artesonado dorado, ni los candelabros de plata? ¡Qué poco hace falta para alejar el dolor del cuerpo, qué poco pide la naturaleza para ser feliz! Pero ¡qué lejos estamos a veces de esa felicidad! Es paradójico, pero conseguir lo más simple requiere un gran esfuerzo.
El que lo logra puede decir que él también está en la idílica Arcadia, un lugar feliz cantado por los poetas. Nietszche no interpretó de manera pesimista el cuadro de Poussin titulado Et in Arcadia ego. No le pareció que la tumba de ese cuadro fuese una indicación de la presencia de la muerte y el dolor en el paraíso, ni que fuera la muerte misma la que afirmara que ella también estaba en Arcadia. Al contrario, piensa que Poussin está haciendo un homenaje a quienes han sabido vivir en un mundo luminoso, a quienes han sabido sentir de esa manera el mundo, como algo hermoso y puro; la belleza se revela cuando aprendemos a disfrutar del presente sin la espera que introduce el pensamiento de un futuro en el que obtendríamos lo que anhelamos y sin recordar con nostalgia un pasado en el que poseíamos lo que ahora no tenemos. Vivir así es una conquista. Creo que por este motivo Nietzsche se refiere al modo de filosofar de Epicuro no solo como una propuesta idílica sino también heroica.
"De todos los bienes que la sabiduría procura para que la vida sea por completo feliz, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad."
"La amistad según Epicuro", de Maite Larrauri (Tàndem edicions, 2007)
(Continuará)
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