***
En el fondo, allí en el último íntimo fondo de esta
fuente, Hades, el fin. Escucho el rayo, luz en el agua de la fuente. Geia, Geia, Geia, ¿qué se
hizo de ella? A mi, Gigantes, Cíclopes y Titanes, grandes hijos de la Madre. Mejor hablar
con su miedo que matar palomas a Afrodita y cien toros blancos a Zeus Olímpico. El
hambre también es un dios, hermano de la sed. Pero de esta agua no beberé. Quiero mi
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Madre Geia, Gaia, Remeter, Liriope, mis líquidas madres subterráneas. En esta fuente, veo
su rostro. ¿Cómo se llama la moneda que se pone en la boca de la muerte para que pague el
pasaje en la barca de Caronte? ¿Naulo? ¿Saulo? ¿Paulo? Pague, y pase por Cancerbero.
Beba el agua del Estigio, el río del olvido, amnesia, siete años de Ulises en los brazos de
Circe. Memoria, ¿también un dios? No recuerdo más. Recuerdo un río de agua limpia, agua
rápida, muchas aguas rápidas, nunca se bebe de nuevo en el mismo río. Ríos pasan, no pasa
mi rostro. Esta carne se va, el reflejo demora un poco más, olvidar es un don de los dioses.
Ojala que esta fuente fuese vino, padre Dionisios, recordar es insoportable. El dolor es un
dios, del dolor nadie se olvida. Narceu, hijo de Dionisios, fue el primero en construir un
templo para Palas Atenea, el hijo de la locura y el templo de la sabiduría. Nepente, el agua
de esta fuente, bebida del olvido. Recordar pasa. Sólo olvidar es eterno. Sobrevivir a mi
plenitud, no deseo. Un día vi un mono. Y el parecía saberlo todo. ¿Una diosa? ¿Una danza?
Absurdo. Diosas griegas no danzan. Armada, Palas Atenea apunta la lanza hacia el pecho
del gigante Encelados. La nueva lógica corta la garganta de la vieja, bendito y maldito su
desconocido nombre. ¿Qué espejo podría contener el sol? Mito, rito, miento mundos,
mientras vomito tres mil dioses por segundo, la fuente es un pozo de vomito y sangre, en
donde desaparece mi rostro sin igual. ¿Qué oráculos leo en este opaco espejo? Vamos a
encarar los hechos de frente. ¿Qué son los acordes de la lira de Orfeo comparados con un
rostro que se mira y se mira? La luz es pésima, apenas consigo ver en el fondo de mis ojos
moverse formas, sombras de los muertos pasando en la neblina. Ahora veo las estrellas,
nueva noche llueve luces en esta mi gran lágrima, Orión, Pléyades, Híades, constelaciones.
Pero la ley, a Némesis, suya llama a las piedras y a todo el cuerpo de vuelta para el piso, me
devuelve a mi rostro, máscara boyando en la oscuridad. ¿Tengo hambre? ¿Tengo sed?
Tengo miedo. Mi pavor me abastece y alcanza. Mi pavor, mi memoria. Un palacio en Creta,
Cnossos, altas damas con largos vestidos, los senos afuera y serpientes vivas en las manos.
En las paredes, frescos en amarillo oro y huevo contra el azul profundo, alguien en la flor
de la edad toma una flor casi transparente de tan blanca, fina frontera entre el azul y el
blanco, un narciso. El rey Minos preside las nupcias entre el pasado y el sueño, entre los
cuerpos y las imágenes. Musa, toda Musa, hijas de Mnemósine, recordar, recordar pasa,
sólo el olvido es eterno. Musa, musa, musa, musa que no se usa más, nadie
transformándose en piedra en los cabellos de la Medusa. Boreas, Zéfiro, los vientos pasan y
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no dejan nada escrito en la superficie de las aguas. En el fondo del agua, en el fondo del
ánfora, en el fondo del cáliz, la historia toda, alguien, hijo de un río y de una fuente, nadie,
y una ninfa llamando, eco, eco, eco, mínimo espectáculo. ¿El nombre de una ciudad puede
ser un dios? Zeus me libre de esta máscara que me hunde. ¿Y la certeza? ¿Qué numen la
preside? ¿Reyes se transforman en dioses o dioses se transforman en reyes? Minos, mi rey,
hazme justicia, libérame de este rostro minotauro. Eco, eco, Medea, Circe, las mujeres,
todas hechiceras. Mi hermana Narcisa, alma gemela, el otro lado de mí. ¿Qué numen
monstruoso me condenó a ser apenas una mitad? ¿La mitad de una leyenda, otra mitad
partida en los laberintos de la memoria? Me puedo ver, Narciso, la flor transparente de
Creta, brillando entre los nenúfares del palacio de Minos, en Cnossos, reflejada en el
tanque, para siempre. Si así pudiera morir, transformándome en mi mismo de un rudo
golpe. La fábula en el fondo del ánfora, la historia decorando el vaso, las formas en el
corazón de las aguas, el diseño en el fondo de la taza, después de haber bebido todo el vino.
Todo esta en el fondo. Lo que es verdadero encima es verdadero abajo. Eso lo se de buena
fuente. Hermes, tres veces grande, Trimigesto. En el fondo, lo que queda, resquicios de
Narciso, vestigios del naufragio, fragmentos de rostro, hilachas de frases, polvo cósmico.
Siento olor a vagina, medio rosa, medio pez, ¿qué dios tira al otro del lugar? Tantas fuentes,
tantas respuestas. En Esparta, se venera una Afrodita armada, toda diosa del amor es
también una diosa de la guerra. Una dosis de nepente37, la poción que alivia la fatiga y las
nostalgias, permite que ahogue mis penas y olvide todas las mujeres, inclusive a mi mismo,
a mi mismo, a mi mismo. Todavía no, padre Trimigesto, todavía es temprano para volver a
la tierra de los muertos. ¿Qué leyenda es aquella allá en el fondo? Por los escudos, parecen
guerreros. Por el búho, es Atenas. Por el tridente, Poseidón. Dionisios, por las hojas de
parra. No comprendo
continuará
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