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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:14

    Biografía de José Zorrilla. FTE. BVMC

    Por Salvador García Castañeda
    (Profesor Emérito, The Ohio State University)

       Biografía
       Su obra poética
       El teatro
       Los Recuerdos del tiempo viejo

    Biografía

    Retrato de José Zorilla por María Rosario Weiss (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). José Zorrilla nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817. Sus padres fueron don José Nicomedes Zorrilla Caballero, Relator de la Cancillería, y doña Nicomedes Moral. El futuro poeta contaba seis años cuando su padre fue nombrado gobernador de Burgos, adonde se trasladó con la familia. El Relator era absolutista ferviente y protegido de Calomarde, quien le encargó la Superintendencia General de Policía. Su hijo entró interno en el Real Seminario de Nobles de Madrid regentado por los jesuitas, y allí comenzó a leer a Chateaubriand, a Walter Scott y a Fenimore Cooper, tan en boga entonces, y a escribir sus primeros versos.

    El Superintendente limpió Madrid de maleantes e hizo sentir el peso de una justicia implacable. La caída de Calomarde a fines de la «Década Ominosa» trajo la de sus protegidos, entre ellos la de Zorrilla Caballero, quien se retiró al pueblo vallisoletano de Arroyo-Muñó. Obligada por la guerra carlista, la familia pasó a Lerma (1833) y José marchó a Toledo para estudiar Leyes, según deseo de su padre. Pero allí se dedicó a la lectura de sus poetas favoritos y a conocer los recovecos de la vieja ciudad, que desde entonces quedaría presente en muchas de sus leyendas. Le hizo trasladar la matrícula a Valladolid (1834), donde pronto hizo amistad con otros estudiantes aficionados a las musas. Allí pasó un par de años de vida descuidada y alegre, muy a pesar del Rector y de un procurador de la Cancillería, designados por el padre para vigilar sus estudios. Aunque éste le amenazó con mandarle «a cavar tus viñas de Torquemada», Zorrilla no pasó el curso de 1835-36 por lo que sus tutores le devolvieron a casa pero escapó a Valladolid y de allí a Madrid, dispuesto a abrirse camino con sus versos. Ya en la capital, vivió una temporada de estrecheces, acosado además por las pesquisas familiares. A creer lo que cuenta en sus Recuerdos del tiempo viejo, malvivía haciendo ilustraciones para el Museo de las Familias de París y cuando la policía clausuró un periódico donde colaboraba, pudo fugarse gracias a un gitano amigo que le sacó disfrazado por el puente de Toledo.

    Corrían los primeros meses de 1837, Zorrilla era todavía un desconocido que pasaba los días junto a su entrañable amigo y paisano Miguel de los Santos Álvarez, leyendo incansablemente en la Biblioteca Nacional, y las noches en el chiribitil de un compadecido cestero. En la Biblioteca les trajo Joaquín Massard la noticia del suicidio de Larra y pidió a Zorrilla que leyera unos versos en el cementerio. Este los compuso aquella misma noche, según cuenta, en su bohardilla a la luz de una vela y con un mimbre afilado que mojaba en el tinte que utilizaba el cestero. La popularidad de Larra, la importancia de su obra y el prestigio que tuvo en la escena literaria, hicieron del traslado de sus restos una ceremonia memorable y emocionante a la que asistieron, de riguroso luto, todos los artistas y literatos de Madrid. Allí, en el cementerio de Fuencarral, frente al féretro y al pie de la abierta huesa -como se decía entonces- dieron los poetas su despedida al desventurado «Fígaro». De pronto, un adolescente desconocido comenzó a leer unos versos:

       Ese vago clamor que rasga el viento
       Es la voz funeral de una campana:
       Vago remedo del postrer lamento
       De un cadáver sombrío y macilento
       Que en sucio polvo dormirá mañana.

    "A medida que iba leyendo, cuenta en sus Recuerdos, se me embargó la voz y se me arrasaron los ojos en lágrimas y el marqués de Molins tuvo que concluir la lectura de mis versos" (II, 1943: 1745). Al salir del camposanto Zorrilla era el poeta festejado por todos; González Bravo le llevó al Café del Príncipe, donde conoció a Hartzenbusch y a Martínez de la Rosa. Intimó luego con Espronceda, el periódico El Porvenir le ofreció un sueldo de seiscientos reales y, finalmente, El Español le brindó la vacante dejada por Larra.

    La carrera literaria de Zorrilla fue vertiginosa desde entonces, y en aquel mismo 1837 apareció Poesías, su primer libro, y dos años después estrenó Juan Dandólo en colaboración con García Gutiérrez. No tardó mucho en contraer matrimonio con doña Florentina Matilde de O'Reilly, viuda y dieciséis años mayor que él, pero esta señora, llevada de los celos, terminó de indisponer al poeta con su familia, le hizo abandonar el teatro y, finalmente, emigrar a Francia (1850) y luego a México (1855), adonde llegaban todavía las cartas iracundas y los anónimos difamatorios de doña Florentina. Una niña fruto de esta unión, Plácida Ester María, murió un año después de nacer.

    Entre 1839 y 1850 Zorrilla escribió la mayoría de sus mejores obras: El zapatero y el rey el primer volumen de Cantos del trovador en 1840; la segunda parte de El zapatero y el rey al año siguiente; Sancho García en 1842; El puñal del godo y El caballo del rey don Sancho en 1843; Don Juan Tenorio en 1844; La calentura en 1846, el año en que Baudry lanzó en París dos tomos de Obras Completas; de 1849 data Traidor, inconfeso y mártir; y en 1850, además del tercer tomo de Obras Completas se imprimieron María y Un cuento de amores, en colaboración con Heriberto García de Quevedo.

    Durante una de sus visitas a Francia falleció su madre (1846) y tres años después el viejo magistrado sin reconciliarse con él. Aquellas muertes llenaron de amargura al poeta: "Mis padres mueren sin llamarme en su última hora ¡Dios me deja en la tierra sin el último abrazo y sin la bendición de mis padres! ¿Qué le he hecho yo a Dios? ¿Están malditos mis pobres versos?" (II, 1943: 1840).

    El autor del Tenorio pasó varios años en América retraído en ranchos y apartadas haciendas, intentando negocios ilusorios y dando lecturas poéticas en Cuba y en México, siempre muy bien recibidas. Contrajo sincera amistad con el emperador Maximiliano, quien le nombró director del incipiente Teatro Nacional mexicano, pero mientras el poeta estaba en España, Benito Juárez puso fin a la vida de Maximiliano y a su efímero imperio.

    Zorrilla fue recibido en su patria con verdadero entusiasmo. Muerta doña Florentina, casó de nuevo con la bella doña Juana Pacheco, «la niña de mármol». Comienza así el segundo período español de su existencia, que abarca desde 1869 hasta 1893, casi un cuarto de siglo en el que había de experimentar con frecuencia los placeres del éxito y, con más frecuencia todavía, los apuros económicos. Triunfales fueron su recepción en la Academia Española (1882) y la coronación solemne en Granada (1889), donde recibió el homenaje de catorce mil personas que aclamaron con delirio a un hombre ya achacoso y desilusionado por la constante mezquindad que le rodeaba. Tras una enfermedad de tres años murió Zorrilla en Madrid, la mañana del 21 de enero de 1893, y la muchedumbre acudió a su entierro para honrar al cantor entusiasta de las glorias nacionales.

    Retrato de José Zorilla por Antonio María Esquivel (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Hasta aquí los datos biográficos. Un conocido retrato de juventud le muestra con larga y sedosa melena y el mirar profundo y sombrío, vestido de negro, los brazos cruzados sobre el pecho y gesto altivo. Su entrañable perfil humano está presente en los Recuerdos del tiempo viejo que complementan cartas y trabajos eruditos encabezados por el libro de Alonso Cortés.

    A pesar de sus éxitos y popularidad inmensa, Zorrilla no tuvo suerte. En los Recuerdos aparece su amargura por la intransigencia de un padre disciplinario, chapado a la antigua e insensible a los triunfos de su hijo, que murió de cara a la pared sin querer llamarle a su lado. La madre, dulce y sumisa, está encuadrada por el ambiente del caserón familiar y en aquellos pueblos castellanos -Torquemada, Lerma, Quintanilla-Somuñó- presentes siempre en la memoria del poeta.

    Su sinceridad y falta de fe en el juego político que durante el siglo XIX envolvió a los españoles, su poca capacidad para pretender y, sobre todo, la consciencia de su oficio de poeta, hicieron de Zorrilla al correr de los años, objeto de la caridad nacional, mientras los demás escritores ocupaban cargos públicos. Forzado por las circunstancias hubo de malvender obras que enriquecieron a las empresas, confió en editores sin escrúpulos que abusaron de su candidez, se vio forzado a dar lecturas públicas en serie como aquella, bochornosa, de que habla Pardo Bazán, y aun a empeñar alguna corona de oro de las que oficialmente premiaron su genio (1943: 824-825). Sencillo y sin perder el humor, precisamente por estar al cabo de vanidades humanas, fue Zorrilla abriéndose paso por la vida, tirando de una familia con la que compartió las alegrías y los apuros diarios. Imprevisor siempre y entrampado hasta los ojos, solicitó ayuda efectiva: hasta en las Cortes se discutió con gran seriedad si el país podía desprenderse de la exigua cantidad necesaria para ayudar al viejo poeta. Valladolid le nombró Cronista Oficial y, al cabo, le retiró el sueldo; el Gobierno le dio por cierto tiempo una comisión a cargo de los Lugares Píos en Roma, Poco antes de su muerte, un grupo de señoras nobles le hizo llegar delicadamente un obsequio en metálico.

    Zorrilla tuvo buenos amigos, influyentes algunos, que velaron por él y trataron de facilitar su azarosa existencia. De gran interés son unas cartas que dio a conocer Rodríguez Marín, en las que el buen don José, con gran desenfado y llaneza y soltando incluso algunas palabras muy castizas y bien puestas, va dando cuenta a su corresponsal de las inquietudes y amarguras que asaltan su vejez.

    Mientras la mayoría de los románticos españoles tuvo en su juventud una orientación neoclásica y maestros o modelos como Quintana y Lista, Zorrilla se formó ya leyendo al duque de Rivas y a Espronceda, por quienes sintió admiración viva. Dotado de fantasía desbordante y de sin igual facilidad para versificar, fue prototipo de los escritores españoles del tiempo, verbosos e indisciplinados, de atropelladas lecturas y de conocimientos limitados y un tanto superficiales.

    Patriota, católico y amante de la tradición, el autor de las Leyendas dio a nuestro romanticismo un sello nacional y castizo, haciéndole accesible al lector medio. Su obra carece de intimidad y no plantea problemas ideológicos; aspira a pintar, y lo consigue, la España caballeresca del ayer, poblada de nobles capitanes, moros galantes y encantadas princesas, convencionales siempre. Su catolicismo literario abunda en grandes pecados y grandes arrepentimientos, en votos sacrosantos y ejemplares milagros. La popularidad de Zorrilla consistiría en haber sabido crear una imagen ideal y halagüeña de los españoles, con la que éstos se identificaron gustosos. Por otro lado, sus versos fluidos, sonoros y expresivos, dieron vida a muchos temas históricos y legendarios que otro poeta no habría sabido difundir. Ejerció gran influencia sobre los poetas de su generación y de las venideras, de tal modo que, ya en 1849, podía escribir:

       Los ciento cuarenta mil versos que llevo publicados me han formado, bien contra mi voluntad, un proselitismo, una escuela a cuya cátedra no he tenido intento de subir jamás: una cohorte de sectarios sigue mis pasos, que copia mis pensamientos, que imita los metros en que escribo, que se abandona a mis errores y extravagancias... (María, 1849: 13)

    Zorrilla tuvo el infortunio, literariamente hablando, de sobrevivir a su tiempo, pues continuo escribiendo hasta 1893 sin que ni su estilo ni su temática hubiesen evolucionado lo suficiente para asimilarle a las nuevas tendencias. Por eso, aunque el carácter de su obra no podía dar lugar a polémicas ideológicas, las bellezas formales de sus versos fueron resultando cada día más anacrónicas en el mesurado ambiente de la Restauración.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Vie 22 Jul 2022, 04:18, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:17

    Biografía de José Zorrilla

    Por Salvador García Castañeda
    (Profesor Emérito, The Ohio State University)



    Su obra poética

    Zorrilla comenzó a publicar antes que Espronceda y otros escritores del tiempo, y entre 1837 y 1840 vieron la luz los siete tomos de Poesías y los Cantos del Trovador; continuó escribiendo hasta su muerte en 1893, cuando hacía veintidós años que Bécquer había muerto y Valle-Inclán cumplía los veintisiete. A juicio de Navas Ruiz, Zorrilla establece en estos libros "el tono básico de su quehacer poético, fija los temas fundamentales, descubre las imágenes características, marca un estilo inconfundible", y aduce el testimonio de Alonso Cortés, para quien "Zorrilla empezó siendo lírico y siempre, a través de su abundante labor narrativa, guardó latente su lirismo" (1995: 141).

    En su obra poética se pueden distinguir dos épocas: la primera comienza con el tomo de Poesías de 1837, todavía poco «zorrillescas», al decir de Vicente Llorens (1980: 430), pues los versos carecen de la fluidez cadenciosa y sonora característica y algunos temas reflejan una actitud hostil hacia la sociedad. Después va dando a la imprenta otros siete tomos de versos en los que están muy presentes los temas tradicionales y legendarios, y en los que va desarrollando un estilo personal inconfundible. Esta fecunda época culmina en 1840 con Cantos del Trovador (1840-1841), cuyos asuntos provienen de la historia, de la tradición religiosa o de su fértil inventiva. Zorrilla ya es famoso y en este libro declara su intención de cantar a la religión y a España:

    Lejos de mí la historia tentadora
    de ajena tierra y religión profana.
    Mi voz, mi corazón, mi fantasía
    la gloria cantan de la patria mía.

    A lo largo de su carrera insistirá en ser "el poeta de la tradición", el cantor de las glorias nacionales y el depositario de unas tradiciones y leyendas que están en peligro de perderse en un mundo moderno imbuido de positivismo, y en «Apuntaciones para un sermón sobre los Novísimos», escribe:

    El pueblo me la contó
    y yo al pueblo se la cuento:
    y pues la historia no invento,
    responda el pueblo y no yo.

    Portada de «Obras de D. José Zorrilla» (1852). No resulta fácil clasificar las leyendas de Zorrilla por entrecruzarse en ellas géneros tan cercanos como la leyenda, la tradición y el cuento, aunque su autor dio la pauta en sus «Cuatro palabras» introductorias al volumen I (y único) de sus Obras Completas en 1884: "Las divido en tradicionales, históricas y fantásticas, y las coloco todas bajo el título de Cantos del Trovador, porque aquélla es su división natural y éste el título que lógicamente las encierra y las abarca todas" (VII-VIII). Russell P. Sebold observó las diferencias entre aquellas composiciones que Zorrilla llama «romances», que tienen carácter histórico, y las «leyendas», que son de índole fantástica. Para Zorrilla, los romances no son poemas fantásticos aunque éstos difieran en metro, rima y estrofa de aquéllos, lo que indica -en opinión del hispanista norteamericano- que Zorrilla había recogido la acepción medieval de romance, restituida en el siglo XVIII, según la cual esta voz significaba una narración ficticia extensa en verso o prosa (de donde le vendría el adjetivo 'romancesco' antecedente de 'romántico'), y por eso subtitularía Zorrilla «Romance histórico» a «Príncipe y rey» (que ni es romance ni es histórico). En cambio, las leyendas, para el autor del Tenorio, son composiciones que tratan de hechos portentosos (1995: 208-209). Ambos aparecen mezclados en las ediciones de su obra narrativa aunque habría sido conveniente separarlos pues "las leyendas participan de todas las técnicas características de los romances, pero éstos no participan del carácter prodigioso de los desenlaces de aquéllas". Sin embargo, Zorrilla tiene cierto número de poemas narrativos, hoy normalmente clasificados como leyendas, en los que no se acusa ningún elemento maravilloso, sobrenatural o fantástico (1995: 207-208); para él, la leyenda era un

    poema de nuestro siglo
    destartalado, invención
    romántica de moderno
    cuño, aún no lo reselló
    con reglas un Aristóteles
    de Academia.
    (1943, II, 544)

    Sabido es que los escritores románticos aprovecharon buena cantidad de elementos y de temas propios del Siglo de Oro y del Barroco. Los hallaron en el teatro de Tirso, de Lope y de Calderón, cuyas obras seguían representándose en versión original o refundidas, o en libros de entretenimiento como los de María de Zayas, Montalbán, Céspedes y Meneses o Cristóbal Lozano, algunos de los cuales fueron impresos repetidamente en el siglo XVII, XVIII y aun a principios del XIX. Tales obras, tanto las teatrales como las de ficción, eran del dominio común entre aquellas clases acomodadas a las que pertenecía la familia del poeta, y Romero Tobar, basándose tanto en datos bibliográficos como en la información facilitada por los escritores de costumbres, sugiere que la literatura aureosecular de carácter ascético -imaginativo era lectura habitual tanto de los "patriotas anti-franceses como de los sostenedores del absolutismo fernandino [...] lecturas que eran instructivas, deleitables y aceptas para patriotas rancios" (1995: 181). Habrá que añadir que nuestros románticos conocieron también las obras más destacadas de la literatura francesa y de las extranjeras traducidas a aquella lengua.

    Junto a esta literatura estaba la llamada «de cordel», muy difundida entre el pueblo por los ciegos, tan conocida como despreciada entonces, que, a su vez, debía lo suyo a los autores del Siglo de Oro y que contaba casos espeluznantes de milagros, de aparecidos, de crímenes y de bandoleros convertidos en héroes populares. "Los romances y leyendas románticos tomaron sus tramas argumentales mucho más ostentosamente de tradiciones librescas que de la oralidad popular" (Romero Tobar, 1994: 1530). Zorrilla no constituyó una excepción y habrá de tenerse en cuenta que la información que nos facilita suele ser parcial, confusa e incluso engañosa y el estudioso de las fuentes de su obra tendrá que "ir mucho más allá de lo que fueron sus silencios, olvidos u ocultaciones" (Romero Tobar, 1995: 176). Tanto Alonso Cortés como Entrambasaguas y otros estudiosos han señalado que estas leyendas abundan en asuntos que no son originales, pero que Zorrilla supo infundirles su propio estilo. Se advierte en ellas la presencia difusa y constante de la obra de nuestros clásicos, y además de Cristóbal Lozano, a quien "el poeta explotó [...] sin piedad" se han señalado la Historia de España del P. Mariana, las obras de María de Zayas, Desiderio y Electo de fray Jaime Barón, Garcilaso, los autores del Siglo de Oro y del Barroco y algunos románticos franceses como Lamartine y Víctor Hugo. Zorrilla aprovechó estos materiales, transformó lo ajeno en propio, y dio un giro personal a lo imitado. De este modo, "nunca vuelve a tejer sobre el discurso literal de los otros textos", lo que hizo fue apropiarse estructuras básicas, tipos o motivos genéricos o discursos ideológicos para reducirlos a arquetipos o para insertarlos directamente en su propio texto, como hizo en «La leyenda del Cid» donde intercaló fragmentos de los romances cidianos (Romero Tobar, 1995: 179).

    No es novedad decir que ni Zorrilla tuvo una gran cultura ni fue el estudioso que se documentaba seriamente para componer sus leyendas y sus dramas. Por eso, a la hora de estudiar los orígenes de sus obras habrá que tener en cuenta, además de las fuentes directas, la influencia de la cultura literaria formada por elementos muy diversos que flotaba difusa en aquel ambiente. No parece haber duda de que su afición a los temas legendarios -y cuando digo legendarios, por abreviar, me refiero a los de índole fantástica, sobrenatural y terrorífica- surgió en su niñez, ya fuera con las historias recitadas por su madre o aquellas otras que oía en la tertulia del padre, formada por religiosos y por golillas, en la que salían a relucir crímenes y prodigios, tormentos y ejecuciones.

    En más de una ocasión, el asunto o algunos elementos de sus leyendas tuvieron su origen, al decir del poeta, en aquellos recuerdos juveniles. De todos modos, Zorrilla se desdice en muchas ocasiones, sin que esto le importe mucho, y aun cuando pretenda ser el nuevo transmisor de la vieja tradición oral, estas narraciones que sitúa en el pasado y que da como legendarias no son de fuente tradicional, la mayoría tiene origen libresco y otras son inventadas. Considera que la historia necesita embellecerse, y en el «Prospecto» de Vigilias de estío asegura que el libro contiene «viejas tradiciones / y acaso fábulas bellas», equiparando así a ambas.

    En las revistas literarias del periodo romántico saltan a la vista numerosas leyendas, consejas y tradiciones, en verso o en prosa, muchas de ellas de firmas conocidas. Sus lectores forman parte de una burguesía más bien acomodada, en su mayoría ciudadana y con un aceptable nivel de ilustración. Quienes narran estos asuntos pretendida o verdaderamente legendarios afirman que sus relatos son de auténtica raigambre tradicional y se sirven de viejas fórmulas oralísticas como «dicen que», «Cuentan antiguas leyendas» o «Como me lo contaron te lo cuento». Espronceda concluye irónicamente su Diablo Mundo con los versos "Y si, lector, dijerdes ser comento, / como me lo contaron te lo cuento". Versos que también sirvieron de epígrafe para justificar la pretendida veracidad de lo que escribió García de Villalta en El golpe en vago y por Piferrer y Eugenio de Ochoa en dos relatos. «El cuento de un veterano» va enmarcado por lo que Rivas afirma ser un recuerdo de infancia, el de las noches en la cocina del cortijo escuchando junto al fuego los cuentos de un soldado viejo. Como después harían Bécquer y tantos otros, Zorrilla usó con frecuencia este recurso, y afirmaba que la leyenda de «El desafío del diablo» fue "«de boca del pueblo oída, / siendo un viejo el narrador / y la cual voy a contarte / como a mí me la contó»" (I, 1943: 836); para hacer más verosímil «A buen juez, mejor testigo» aseguraba que una vez al año, "con la mano desclavada / hoy día el Cristo se ve"; y que hasta hacía poco se podía ver la humilde sepultura del capitán Montoya (I, 1943: 352). Otro conocido recurso es el del hallazgo fortuito de unos papeles -recordemos La Celestina y el Quijote- que el moderno narrador dice transcribir fielmente: unos viejos manuscritos revelaron a Enrique Gil y Carrasco la historia de los protagonistas de El lago de Carucedo (1840) y la de los de El señor de Bembibre (1844). Claro está que, como tantas narraciones históricas o legendarias basadas en fuentes de tal índole, el autor, contando con la complicidad de sus lectores, puede aducir más de una vez testimonios y documentos con una imprecisión que, en el caso de Zorrilla, es juguetona y premeditada: "Hay, si no me acuerdo mal, / cerca ya de Portugal...", escribe en «La princesa doña Luz» (I, 1943: 504); "Al año siguiente, el conde, según consta en documentos perdidos..." (II, 1943: 212); "¿Será verdad la tradición? ¡Quién sabe! Eso dice el recuerdo legendario y de Dios en los juicios todo cabe" (II, 1943: 339). Y en una ocasión justifica su visión de un pasado que describe

    a mi manera y como a mí mejor me da la gana
    porque en obras de gusto y de capricho
    que traen sólo placer y no provecho,
    todo se puede hacer si está bien hecho
    y se puede decir si está bien dicho.
    («Dos rosas y dos rosales», 1943, 1, 1762)

    Portada de «La leyenda de Don Juan Tenorio» (1895). Alonso Cortés destacó el anticlericalismo de Zorrilla, presente en obras tan diversas como El zapatero y el rey, El alcalde Ronquillo, «El desafío del diablo» o «La leyenda de don Juan Tenorio» y, sobre todo, en sus escritos en prosa. Este anticlericalismo juvenil podría quizá ir emparejado con la devoción por el rey don Pedro; en un ejemplar de la Historia de España de Mariana, que perteneció al poeta, y en el pasaje en el que don Enrique de Trastamara arengaba a sus soldados a luchar contra su hermanastro, que dice: "Confiad en Nuestro Señor, cuyos sagrados ministros sacrílegamente han muerto, que os favorecerá para que castiguéis tan enormes maldades y le hagáis un agradable sacrificio en la cabeza de un monstruo horrible y fiero tirano", el mismo Alonso Cortés vio una nota de puño y letra de Zorrilla que decía: "Éste es el secreto de la maldad histórica de don Pedro: que nunca se dejó dominar por la Iglesia, y el cura que se la hizo se la pagó" (I, 1943: 253 y n. 251). Y en «La leyenda de don Juan Tenorio» (1873) vuelven a aparecer dos viejos temas favoritos: el interés por este personaje, del que ahora participa su familia, y las simpatías por don Pedro, "rey galanteador y nocturno aventurero", de cuya mala reputación se ha de culpar a los frailes. Y más adelante, refiriéndose a las romerías, afirma que éstos

    se procuraban, compraban,
    labraban o descubrían
    antiguas y legendarias
    imágenes o reliquias.
    Al fin siempre hacían éstas
    un milagro o maravilla.

    Sin embargo, asegura que estos juicios no tienen carácter negativo, que no critica y que gracias a la fe religiosa se logró que los musulmanes no invadieran Europa, con lo que el lector queda, una vez más, sin saber cuál era la verdadera opinión del poeta. Pero después de su vuelta a España y tras la muerte de su amigo y mecenas el emperador Maximiliano, dejó en El drama del alma un juicio acerbamente negativo acerca de los mejicanos y del papa, contra quien, además, escribió varios sonetos (I, 1943: 718-719 y n. 640).

    La religión católica forma parte de la escenografía romántica, independientemente de las creencias que profese cada autor. En estas leyendas hay abadías y conventos, cementerios y ermitas, claustros y criptas; juicios de Dios, tétricos funerales y procesiones esplendorosas, así como multitud de monjes piadosos, de ermitaños milagreros y de peregrinos errantes. Sirva de ejemplo una obra con elementos de tan vieja raigambre popular y literaria como El burlador de Sevilla, un drama teológico contrarreformista, convertido por Zorrilla en un «drama religioso-fantástico» con un final cercano al de las comedias de magia.

    "El diablo y los muertos son los personajes con quienes más habitualmente trata mi musa" escribió en sus Recuerdos del tiempo viejo (II, 1943: 1858) y en sus leyendas se sirvió de lo «maravilloso sobrenatural». Cuenta milagros de carácter tradicional, popular y simplista a un público que comparte con él una misma formación cultural y religiosa y un mismo gusto por este género de relatos. Se dan en ellos la intervención directa de Jesucristo («A buen juez, mejor testigo», «Para verdades el tiempo...») o de la Virgen («Margarita la tornera»), la metamorfosis como castigo, la resurrección («La azucena silvestre»), la visión del propio entierro («El capitán Montoya»), o la aparición del demonio bajo el aspecto de una bella joven («Las dos rosas») o de un venerable ermitaño («La azucena silvestre»).

    Y cuando una transgresión altera el orden del universo narrativo la religión tiene el papel de deus ex machina cuyos milagros y prodigios restablecen aquel orden. Así, la Virgen que adora la tornera Margarita ocupa su lugar durante el tiempo de su fuga, el Cristo de la Vega declara a favor de la protagonista de «A buen juez, mejor testigo», el de la Antigua de Valladolid lo hace en contra del asesino de Germán («Un testigo de bronce») y cuando la monja Beatriz va a fugarse con su amante, se lo impide la imagen de otro Cristo en «El desafío del diablo». Los efectos de tales milagros son diversos y, ante el asombro y la edificación del pueblo, ocasionan el descubrimiento de crímenes ocultos, la muerte de unos pecadores y el arrepentimiento de otros que se hacen ermitaños o entran en un convento.

    En su artículo «Zorrilla en sus leyendas fantásticas a lo divino» (1995: 203-218) Russell P. Sebold afirma que en el minucioso y documentado examen científico al que la Ilustración sometió las supersticiones populares en todos los países europeos, nunca se habría llegado a distinguir entre el terror auténtico y ese otro terror puramente literario que buscamos con el fin de anegarnos en el goce estético de los temblores (1995: 205) y que las narraciones de género sobrenatural del siglo XIX y del XX son producto de aquélla. En cambio, las de Zorrilla representan una actitud pre-ilustrada, casi medieval, frente al descreimiento y agnosticismo propios de las obras modernas de carácter fantástico, pues se consideraba guardián de las tradiciones patrias y transmisor de la voz del pueblo. Zorrilla no pensaba que el relato fantástico a la manera de Hoffman cultivado por sus contemporáneos fuera apropiado para el espíritu de nuestra literatura y así lo expresó en más de una ocasión («La Pasionaria», «Una repetición de Losada»). Al preguntarle su mujer a qué género pertenecía «Margarita la tornera», respondió que "es una fantasía religiosa, es una tradición popular, y este género fantástico no lo repugna nuestro país que ha sido siempre religioso hasta el fanatismo" (Introducción a «La Pasionaria»).

    Zorrilla dedicó numerosas poesías a diversas regiones y ciudades españolas, en algunas de las cuales situó sus leyendas. Unas tienen lugar en Castilla -Palencia, Valladolid, Toledo, Burgos- otras se desarrollan en la Sevilla medieval del rey don Pedro, y otras relatan historias del pasado histórico y legendario de Cataluña. Estas leyendas comienzan a menudo con la evocación de un paisaje, de una ciudad o de unas ruinas, y junto con el colorido del verso y la brillantez de las imágenes, hay bellos pasajes líricos. Destaco en Zorrilla sus descripciones de la naturaleza que en ocasiones muestran una ternura franciscana por los seres vivos y una delicadeza en el detalle -un matiz, un insecto, una hoja- que toman el carácter de un colorido esmalte. Vaya como ejemplo esta alegre evocación de la primavera en tierras castellanas:

    Ya comenzaban entonces
    las florecillas del prado
    a salpicar de los céspedes
    el verde y tendido manto.
    Ya iba el tomillo oloroso
    sobre los juncos brotando,
    llenando el aura de aromas
    cuanto más puros más gratos.
    Ya empezaban a vestirse
    de frescas hojas los álamos,
    y las rojas amapolas
    a crecer en los sembrados.
    Y toda la primavera
    por doquier se iba anunciando,
    con su yerba la campiña
    y con sus trinos los pájaros.
    («Los borceguíes de Enrique II», I, 1943, 437)

    La presencia de los castillos, los templos y las ruinas de los lugares castellanos en los que transcurrieron la infancia y la primera juventud de Zorrilla le inspirarían el amor a la tradición y al pasado y, a la vez, le harían presente el carácter efímero de la gloria. El caserón vetusto, unas piedras desperdigadas o la torre medio caída y cubierta de maleza fueron testigos evocadores de viejas historias estremecedoras y morada de gentes que eran ya olvidados fantasmas.

    Entre 1837 y 1883 escribió Zorrilla una cuarentena de narraciones legendarias en las que lo mismo que en los romances populares novelescos predomina el tema amoroso, íntimamente enlazado con los del honor, la venganza y los celos que dan origen a adulterios y a raptos, a asesinatos y a traiciones. Estas leyendas presentan unos personajes que pertenecen a una sociedad esencialmente compuesta de nobles y de sus criados, y relatan sus aventuras sentimentales, complicadas a veces con alguna peripecia. Caballeros y damas se dejan llevar de sus sentimientos y sin que haya lugar para el raciocinio reaccionan de manera instintiva y elemental. Están dotados de gran sensibilidad amorosa y, sobre todo los hombres, evidencian con energía sus apetitos eróticos y su deseo de gozar de la vida. Unos y otras se entregan a un amor que es causa de lágrimas y desgracias o de una felicidad desmedida.

    Quienes aman -y también quienes odian- lo hacen de manera irracional y obsesiva, pues están sólo atentos a la consecución de sus deseos sin reparar en los medios. Tienen una individualidad desmedida y ni reflexionan sobre las consecuencias de sus acciones ni consideran los sufrimientos o el perjuicio que pueden causar a otros. Los celos son siempre causa de sangrientas venganzas, y éstos y el ansia de restaurar el honor ofendido convierten a reyes e hidalgos en seres brutales y crueles, obsesionados por la venganza. Son capaces de la traición y de la mentira y no respetan ni la amistad de los hombres ni la honra de las mujeres. Todos ellos viven en un mundo de apariencias engañosas en el que la desgracia y la muerte pueden sobrevenir de manera tan repentina como inesperada. A pesar de su arraigada fe religiosa muchos de ellos son profundamente inmorales y la Providencia ha de manifestarse con advertencias y con milagros para provocar su arrepentimiento.

    Hay en estas leyendas ecos de nuestros clásicos -Lope, Montalbán, María de Zayas-, en los frecuentes casos de esposas víctimas de la vehemencia de unos maridos celosos, o de las prudentes y solapadas venganzas de otros. En Zayas están ya el tema del caballero casado amante de otra mujer cuyo marido o cuyo hermano por venganza violan a la esposa del primero («La más infame venganza»), los prodigios y milagros relacionados con muertos que vuelven a la vida para exhortar al arrepentimiento o hacer justicia («El verdugo de su esposa»), entre ellos el de la cabeza cortada («El traidor contra su sangre»). Y frecuentes son también los personajes que adoptan un carácter nuevo para vengarse, para enamorar o para recuperar un amante sin ser reconocidos. Destacan los de aquellas mujeres disfrazadas de hombres y aun los de aquellos hombres disfrazados de mujeres que siguen y sirven a quienes aman durante cierto tiempo sin ser reconocidos por ellos como en «Guzmán el bravo» de Lope de Vega en Novelas a Marcia Leonarda. De hecho, en las leyendas de Zorrilla, la inverosimilitud, las anagnórisis y apariencias engañosas, de vieja raigambre literaria, van íntimamente unidas.

    El protagonista de estas leyendas suele ser un hidalgo de altos ideales, valeroso y dispuesto a morir por su Dios, por su rey y por su dama, emparentado sin duda con los que aparecían en los libros y en la escena de la época áurea. En más de una ocasión Zorrilla le llama «el español», pues, a su juicio, lo sería idealmente, como afirma uno de ellos:

    Nací español, lo sabes por mi trato
    franco y leal, y por mis nobles hechos;
    que no hay en mi país doblez ni engaños
    en palabras de nobles, ni en sus pechos
    miras serviles, cábalas ni amaños.
    («La Pasionaria», I, 1943, 643)

    A estos personajes hizo depositarios de los valores y las virtudes propios de una España idealizada aunque su entusiasmo le hace tomar en ocasiones los defectos por virtudes y llega a confundir los desmanes del pendenciero con el valor, las hazañas donjuanescas con la hombría, la ignorancia con la sobriedad y la xenofobia con el patriotismo. Como los protagonistas de las novelas históricas de Walter Scott, los de Zorrilla no son héroes y la mayoría no pertenece a las clases más elevadas; suelen ser hijos de nobles provincianos o de hidalguillos rurales, quizá segundones, que marchan a lejanas tierras para hacer fortuna. En los tiempos medievales eran caballeros heroicos, rudos y devotos como el Cid, y en algunos se pueden reconocer características propias de aquel Tenorio que tanta fama dio a su autor, como don Pedro de Castilla, el capitán Montoya, Diego Martínez y otros tantos galanes que rondan, raptan novicias y se dan de cuchilladas. Durante el reinado de los Austrias la pesada armadura da paso a elegantes ropajes y el retrato del capitán don Diego hace recordar el de alguno de aquellos hidalgos que pintó Velázquez:

    Entre ellos está Martínez
    en apostura bizarra,
    calzadas espuelas de oro,
    valona de encaje blanca,
    bigote a la borgoñona,
    melena desmelenada,
    el sombrero guarnecido
    con cuatro lazos de plata,
    un pie delante del otro,
    y el puño en el de la espada.
    («A buen juez, mejor testigo», I, 1943, 140)

    Lo que no sabemos es si piensan en algo más que en reñir y enamorar cuando no van a la guerra, pues son hombres de acción, poco dados al raciocinio. Se diría que para Zorrilla la falta de cultura de los nobles forma parte de su alcurnia, que es algo inherente a su estado social. La carta del Cid al conde Lozano va escrita

    en sus garrapatos;
    que escribir bien no fue nunca
    propiedad de fijosdalgos.
    («La leyenda del Cid», II, 1943, 62)

    y en sus casas no había más libros que el Santoral. Su ignorancia les hacía tomar un eclipse por un prodigio de mal agüero («Los borceguíes de Enrique II») y creían que "degollando moros / se glorificaba a Dios" («La leyenda del Cid», II, 1943, 66).

    No extrañará que varios de ellos sean víctimas de los ardides de una mujer o de un malvado que los manipula y los engaña aprovechándose de su buena fe y de su inocencia. Suelen ser personajes planos cuyo carácter no cambia y cuando les afecta un hecho extraordinario (como el del milagro del Cristo de la Vega) cambian radicalmente de carácter sin que haya habido evolución psicológica alguna. A ellos se enfrentan unos antagonistas simplisticamente cobardes y traidores (y materialistas, si es en tiempos modernos) a cuyas características morales corresponden con frecuencia las físicas.

    Entre los personajes de respeto más frecuentes en estas leyendas destaco los del rey, el padre, el tutor y el tío o, y los del magistrado. Como los demás autores románticos Zorrilla alteró con frecuencia la realidad y las circunstancias de los sucesos y los personajes históricos con fines artísticos o con intención política. En su interpretación influyó también la opinión que le merecían tales personajes, de alguno de los cuales, como Pedro I de Castilla o el alcalde Ronquillo, se ocupó más de una vez. Estas leyendas concluyen generalmente de modo ejemplar con el castigo de los malos y el premio a los buenos, pero de esta regla parecen estar exentos los reyes, a quienes el autor aplicó otro criterio, pensando quizá que aquéllos, al serlo por derecho divino, estaban en libertad de hacer lo que tenía vedado el resto de los mortales. En «Príncipe y rey», Enrique IV es amante de una casada pero cuando el marido de la adúltera quiere vengarse, el rey se burla de él con impunidad y tanto el atrabiliario Carlos el Calvo («La fe de Carlos el Calvo») como don Pedro de Castilla cometen todo género de desafueros y fechorías. Zorrilla hizo protagonizar a este último varias leyendas y varios dramas, quiso reivindicar su memoria, y en ocasión del estreno de El zapatero y el rey insertó en el Diario de Avisos una nota advirtiendo que con aquel drama quería presentar a don Pedro tal como fue en la realidad.

    La mayoría de los padres, tutores y tíos retratados aquí tienen modales bruscos, son innecesariamente inflexibles y coartan tanto la libertad de los jóvenes como sus relaciones amorosas. El tiempo nos revela que tanta antipatía y tanto rigor ocultaban un amor desbordante por ellos y el temor a verlos desgraciados. Uno de los recursos favoritos de Zorrilla es el de revelar al final de la obra, por lo general por medio de una anagnórisis, que la heroína no es quien parecía ser sino alguien de estirpe mucho más alta y que su pretendido padre era un denodado protector. De ejemplos pueden servir «Historia de tres avemarías» o «Dos rosas y dos rosales» y, en el teatro, Traidor, inconfeso y mártir. En ocasiones, son viejos malvados que pretenden abusar de las jóvenes encomendadas a su cuidado.

    Como sabemos, tanto en los Recuerdos del tiempo viejo como en las notas que acompañan a sus obras, lamentó Zorrilla la incomprensión y la inflexibilidad de su padre. Para agradarle y lograr una verdadera reconciliación, le mandaba sus obras y en varias ocasiones introdujo en ellas un magistrado o un juez. Suelen ser hombres de edad, temerosos de Dios, rectos y fieles a su rey, y se podría decir que todos ellos están cortados por el mismo patrón.

    Quizá con la excepción del Cid, los personajes históricos de estas leyendas no tienen carácter épico y los sucesos que protagonizan son de índole personal o anecdótica. No se pintan en ellas ni la sociedad ni las costumbres de la España del tiempo, sino escenas espectaculares de fiestas y batallas. Estos personajes son gente noble y en las leyendas localizadas en la época moderna tienen cierto nivel social. Y el amor por lo exótico, tan propio de la época, halla en Zorrilla un enamorado del mundo granadino musulmán.

    Se podría decir que el autor del Tenorio tiene en sus leyendas un propósito moralizador y que el desenlace va subordinado a una ejemplaridad que recompensa la virtud y castiga el vicio. Tienen lugar en aquellos tiempos en los que el honor de los individuos dependía de la opinión que la sociedad tenía de ellos y, en consecuencia, el escándalo y el mal ejemplo eran pecados graves que no podían quedar impunes. Aquella sociedad no medía a los hombres por el mismo rasero que a las mujeres y las que despertaban los celos de sus maridos acababan pagando el precio de la infamia en un convento o con la muerte.

    Para Marina Mayoral, en el romanticismo se da una abierta contradicción entre literatura y vida: las heroínas literarias, apasionadas y ardientes, no se ajustan en absoluto al papel que la sociedad asigna a la mujer y no respetan más leyes que su amor, ante el que desaparece cualquier otro deber moral, social o religioso. A pesar de su importancia en la vida del hombre, y aunque desde los tiempos de Werther estas heroínas han causado la desgracia o la muerte de sus amantes, su papel dentro del romanticismo es el de "satélite que gira en torno al astro masculino" y su carácter secundario "se advierte en la frecuencia con la que el nombre del héroe masculino pasa al título de la obra". Aunque "lo original de Zorrilla" -y Mayoral se refiere aquí al Tenorio- ha sido "romper ese carácter fatal del amor romántico" (1995: 139), observa que sus heroínas viven también entregadas a la voluntad de su amado.

    Como hijo de su tiempo, el poeta nunca puso en duda el papel que había correspondido a las mujeres dentro de una sociedad tan monolíticamente tradicionalista y patriarcal en el pasado como en sus propios tiempos. Por ello siguió considerándolas en sus obras como el fin, premio y objeto deseado de unos varones que luchan por su posesión y disponen de su destino. En «Para verdades el tiempo...» los enamorados Juan y Pedro se juegan a los dados el amor de Catalina; Enrique IV, cansado de su amante, se la entrega al marido para que haga con ella lo que quiera («Príncipe y rey»); un moro regala su favorita a un amigo («Dos hombres generosos») y en dos ocasiones («Margarita la tornera» y «El desafío del diablo») la protagonista es confinada al claustro por un hermano egoísta para disfrutar su herencia. El papel del hombre es activo y, por lo general, pasivo el de la mujer que depende de él para su protección y defensa.

    Los personajes femeninos podrían agruparse en las categorías generales de la madre y esposa ejemplar; la doncella en apuros; y la mujer fatal, a las que habrá que añadir, la heroína cuya personalidad evoluciona o cambia a lo largo de la obra. El análisis de estos personajes se complica en el caso de Zorrilla, pues hay en sus leyendas esquemas, motivos, argumentos y personajes que aparecen más de una vez con variantes. En este caso, y al igual que ocurría con los masculinos, resulta difícil con frecuencia enmarcarlos dentro de una sola categoría, pues suelen pertenecer a varias a la vez o evolucionan de una a otra dentro de una misma narración.

    No es frecuente encontrar la figura de la madre en estas leyendas aunque abarca tipos tan diversos como el de aquella que pretende envenenar a su hijo en «El montero de Espinosa» o doña Inés de Zamora, "noble matrona de costumbres puras y pensamientos graves" («El caballero de la buena memoria»), que es una madre ejemplar y cristiana. Entre todas destaca doña Jimena, cuyo carácter estaba ya delineado tanto en el Poema del Cid como en el romancero. En su «Leyenda del Cid» Zorrilla insiste sobre un temple moral y un recato que hacen de ella el equivalente femenino de los hidalgos castellanos. Para "aquella santa mujer" el honor de la familia es lo primero y subordina su felicidad al cumplimiento de sus deberes de vasallo y de esposa. En ausencia de su marido desprecia las vanidades de la corte y pasa buena parte de su vida recluida "en la soledad claustral" de San Pedro de Cardeña, dedicada por entero a sus hijas.

    La «doncella en apuros», inocente y pura, aparece como un mito cosmogónico y fue el tipo simbólico más popular en la literatura medieval. Es objeto de asechanzas y peligros y espera protección y defensa del varón. Unas son víctimas de las maquinaciones de parientes o tutores como Valentina en «El talismán», otras viven esperando la vuelta de un amante que no llega, como Inés («A buen juez, mejor testigo»), son seducidas y abandonadas como la monja Margarita o son fieles a un amor más fuerte que la muerte (Aurora en «La azucena silvestre»). Y a partir de La religieuse de Diderot, se hacen muy populares las peripecias de la joven obligada a tomar el velo, un tema que será frecuente en la novela gótica, en el teatro y en los romances de ciego. El popular «drama monástico» francés ofrecía argumentos semejantes e influyó mucho sobre el melodrama y sobre el tipo de novela que floreció con Dumas, pére, y con Eugéne Sue. Todas estas obras denunciaban la presión de la sociedad sobre unas jóvenes sacrificadas a intereses familiares tan sórdidos como el ahorro de una dote o incrementar los bienes del mayorazgo, así como la condenable actitud de confesores y superioras de comunidades religiosas. El tema preocupó mucho a Zorrilla, en cuyas leyendas hay varias monjas sin vocación que ansían huir del claustro. «Para mí -escribía- [...] creo que la más alta dignidad de la mujer es la de madre de familia, y que la virginidad es una imperfección y una incompletez» (II, 1943: 2157).

    Muy diferente es el tipo de la «mujer fatal», de tan antigua raigambre tanto en la mitología como en la literatura y del que el romanticismo nos ofrece ejemplos tan diversos como la Colomba de Mérimée, la Lucrecia Borgia de Hugo o la terrible monja de «El cuento de un veterano» del duque de Rivas. La «belle dame sans merci», la «mujer-demonio» tradicional, posee una belleza y unos atractivos sexuales que utiliza para atraer a unos hombres cuya destrucción busca. Es un caso de apariencias engañosas, pues tan atractivo exterior encubre un ser cruel y sin escrúpulos, frío y calculador, que está por encima de las leyes de la sociedad (Praz, 1988: 197-300). Las de Zorrilla son tipos muy diversos que tienen en común el disimulo y el espíritu de cálculo y se imponen por su inteligencia. También, como ya vimos, los jóvenes hidalgos que aparecen en estas narraciones destacan por su nobleza de sangre y de carácter y por su arrojo aunque menos por sus luces y por su capacidad de raciocinio. Y aunque Zorrilla se esfuerza en pintar a estas mujeres con un carácter tan diabólico, el lector avisado sospecha que no triunfan con sus malas artes sino por ser más agudas que sus adversarios masculinos, a los que manejan sin dificultad.

    A mi juicio, la más perfilada y la más fascinante de todas ellas es doña Beatriz en «La leyenda de don Juan Tenorio», una obra tardía que tiene el interés de ser una excelente narración en la que el misterio, la venganza y la intriga van emparejadas y en la que se contraponen dos despiadados personajes: don César, impulsado por los celos y el resentimiento de un amor no correspondido que dedica la vida a destruir a Beatriz pero esta dama evita sus asechanzas y, al fin, le mata. Lo mismo que otras heroínas zorrillescas, Beatriz tiene una hermosa cabellera perfumada y ese aroma que conservan las habitaciones que ocupó ejerce un poderoso efecto erótico sobre don César y contribuye a perderle. A pesar de la fecha tardía en que parece haber sido compuesto (hacia 1870), este relato tiene elementos propios del romanticismo folletinesco «de tumba y hachero» de los años 30, a mi juicio, recuerda otros en las Chroniques italiennes de Stendhal y, desde luego, «El cuento de un veterano», uno de los Romances históricos del duque de Rivas.

    *

    Para Romero Tobar, los romances y leyendas juveniles de Zorrilla fueron una variante artística de la poesía de consumo popular; y esta poesía, mantenida a lo largo de los años, llegó a mitificarle como vate nacional (1994: 145). Zorrilla fue muy prolífico, tanto sus versos como sus obras de teatro fueron recibidos entusiásticamente por la crítica y el público y entre 1839, cuando estrenó su primer drama, y 1847, fecha del último, dio a la escena más de treinta obras teatrales.

    Retrato de José Zorilla por Federico de Madrazo y Kuntz (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Zorrilla vivió de la literatura, anduvo siempre escaso de dinero y su considerable producción revela falta de reflexión y prisa para cumplir con el plazo de un editor, y de ello se excusó en varias ocasiones. Escribió narraciones históricas y legendarias durante casi cincuenta años, y en la segunda época de su producción literaria, que va desde los años 40 hasta los últimos de su vida, se fueron dejando sentir cada vez más el descuido en la ejecución y el aumento en la extensión de unas leyendas que abundan en digresiones y en complicaciones argumentales. Su vasta producción, su larga vida y su ausencia de España durante tantos años influyeron negativamente sobre una valoración ecuánime de Zorrilla por la crítica. Aunque su nombre sigue siendo conocido por todos, gracias a su Tenorio, Zorrilla está casi olvidado hoy a pesar de ser el poeta más aclamado y más famoso de su tiempo y, lo mismo que el Tennyson de la Inglaterra victoriana, representó el espíritu del Romanticismo tradicionalista y fue considerado durante más de medio siglo como el gran poeta nacional.

    El paso del tiempo ha traído consigo profundos cambios en la sociedad, en las costumbres y en la ideología política y nuevos gustos en literatura. Nadie disputará hoy a Zorrilla un puesto de honor entre nuestros clásicos pero serán pocos los interesados en leerle fuera del ámbito universitario, a pesar de la indudable calidad de buena parte de su obra. Aparte de las obras de teatro, pienso que hoy se pueden leer con interés y con gusto algunas de aquellas leyendas suyas más tempranas como «A buen juez, mejor testigo», «El capitán Montoya» y «Justicias del rey don Pedro», buena parte de las incluidas en Cantos del Trovador, entre ellas, sin duda, la primera parte de «Margarita la tornera», y algunas en Vigilias de estío y en Recuerdos y fantasías. Todas conservan la brillantez y el vigor descriptivo de los primeros tiempos y evocan una vieja España idealizada y galante.

    La mayoría de los críticos han considerada la poesía lírica de Zorrilla inferior a la narrativa; sin embargo, Navas Ruiz ha destacado el valor de la obra lírica de Zorrilla que "por su capacidad para el misterio, su leve melancolía, el uso de símbolos comprensibles, que se hicieron muy populares, y el derroche de música y colores marca un hito decisivo en el desarrollo de la poesía española moderna" (1970: 236) y ha atribuido su desprestigio a la facilidad métrica y a la musicalidad de sus versos. Aunque se le ha considerado como un autor carente de intimidad, lo personal es un tema presente en su obra lírica. En ella y en el Discurso poético leído ante la Real Academia abundan los recuerdos de su infancia y de su relación con sus padres, y las reflexiones sobre su poca fortuna. Y aunque buena parte de esta poesía es de carácter circunstancial, sus críticas a la situación política española, al analfabetismo, la ignorancia, y a la abulia nacional le sitúan entre los escritores del dolor de España (Romanticismo 1970: 238).

    El aspecto más evidente de la lírica de Zorrilla es descriptivo: Navas Ruiz, quien se ha ocupado muy perceptivamente del sentimiento del paisaje en el Zorrilla juvenil (1995ª: 43-47), advierte cómo en las poesías tempranas «Toledo», «Recuerdos de Toledo» y «Recuerdo a N. D. P» la meditación histórica y a la vez estética del poeta le lleva a deplorar la decadencia presente y la abulia del pueblo español, representadas por las desoladas ruinas de castillos y torres, símbolo de un pasado glorioso, y en «A un torreón», «La torre de Fuensaldaña» y «Un recuerdo de Arlanza», "su obra maestra de fusión de paisaje histórico y sentimental", la evocación se entrelaza con la nostalgia de la infancia y de los amores juveniles. En estas poesías, lo mismo que en las leyendas, está presente el tema del paso implacable del tiempo demoledor:

    Ese montón de piedras hacinadas,
    morenas con el sol que se desploma,
    monstruo negro de escamas erizadas
    que alienta luz y música y aroma;
    a quien un pueblo inválido rodea
    con pies de religión, frente de miedo,
    que tan noble lugar mancha y afea,
    es catedral de lo que fue Toledo.
    («Recuerdos de Toledo», I, 1943, 65)

    Señala también este crítico que Zorrilla ha descubierto desde la historia la observación realista y la emoción del paisaje de Castilla. Mucho antes que la Generación del noventa y ocho, es él quien ha enseñado a ver y sentir esas tierras broncas y líricas de la meseta, sus ciudades decadentes... (1995ª: 46-47), y da como muestra algunos versos entresacados de El drama del alma, harto elocuentes:

    Corre. Ya veo a lo lejos
    de sus cerros solitarios
    los ruinosos castillejos
    y los gayos campanarios
    de sus pardos lugarejos...
    Castilla cuyos castillos
    hoy en escombros abruman
    tus débiles lugarcillos
    y cuyas ruinas perfuman
    las salvias y los tomillos...
    (El drama del alma, «Segunda parte», I, 1943, 2043-2044)

    *

    En fin, en su libro La poesía de José Zorrilla. Nueva lectura histórico-crítica recogió este crítico las opiniones que mereció la obra del autor de las Leyendas. Con excepción de algunas negativas como la de Martínez Villergas (1854), la de Manuel de la Revilla (1877) y las diversas de Unamuno (1908, 1917 y 1924), las demás revelan cariño por el poeta y admiración por su obra. La lista es larga, pues incluye a buena parte de nuestros escritores y críticos desde sus contemporáneos Pastor Díaz (1837) y Gil y Carrasco (1839) hasta Gerardo Diego (1975), ya muy avanzado el siglo XX, pasando por otros como Valera, Pardo Bazán, Clarín, Pereda, Menéndez Pelayo, Ganivet y Rubén Darío.

    Además de Narciso Alonso Cortés, a quien se deben la biografía y la edición crítica de las Obras Completas de Zorrilla, que hoy siguen siendo indispensables, entre los estudios de la obra de Zorrilla destacan los de John Dowling, Russell P. Sebold, Leonardo Romero Tobar y Ricardo Navas Ruiz, además de tantos otros que han contribuido con artículos, bibliografías y estudios y dado a la imprenta ediciones críticas.

    Zorrilla hizo notar que desde los comienzos de su carrera tuvo gran cantidad de admiradores y émulos de su estilo. Para Galdós (1889), "Ningún otro ha tenido más entusiastas adeptos ni secuaces más vehementes ni tan fanáticos admiradores", Pardo Bazán (1909) confesaba haber sufrido "en la juventud, como creo que la sufrieron en determinada época todos los españoles, la fascinación de Zorrilla", para César Vallejo (1915) "sólo el cisne de Valladolid logró imponer su sello en la poesía latinoamericana", y Gerardo Diego vio en su capacidad de crear mundos misteriosos y quiméricos un precursor de Bécquer, de Salvador Rueda, de Villaespesa y de Lorca.

    Y aunque en estas leyendas muchos asuntos no son rigurosamente originales, supo darles un inconfundible estilo y un nuevo aspecto propio. Zorrilla sigue siendo hoy el poeta de la leyenda y del cuento fantástico popular, el creador del Tenorio y el representante máximo del espíritu tradicional español. Su dominio de las palabras, su capacidad de reflejar en sus versos armonías y colores y su delicado lirismo hacen de él uno de los altos poetas de nuestra literatura.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:20

    Biografía de José Zorrilla. FTE. BVMC

    Por Salvador García Castañeda
    (Profesor Emérito, The Ohio State University)

    El teatro


    Retrato de José Zorilla por Moliné y Albareda (Fuente: Biblioteca Digital Hispánica). Cuando Zorrilla comenzó a escribir para el teatro ocupaban la escena española García Gutiérrez, Hartzenbusch, Bretón de los Herreros, ya sin el favor del público, y Rodríguez Rubí, quien momentáneamente compitió con el futuro autor del Tenorio. El éxito de Juan Dandólo (1839), escrito en colaboración con García Gutiérrez, le animó a estrenar en el mismo año Cada cual con su razón, que fue bien recibido, y Ganar perdiendo. Poco después, el éxito de El zapatero y el rey (1842) le consagró definitivamente como autor teatral y en sus Recuerdos del tiempo viejo escribía que "Desde aquella noche quedé como un mal médico, con título y facultades para matar, por el dramaturgo más flamante de la romántica escuela, capaz de asesinar y de volver locos en la escena a cuantos reyes cayeran al alcance de mi pluma" (II, 1943: 1755).

    Desde principios de los años 40, los españoles favorecieron la creación de un «teatro nacional» acomodado a los gustos de su tiempo e inspirado en los clásicos del Siglo de Oro, como para neutralizar la influencia de los dramas francesas a la manera de los de Dumas y de Victor Hugo. Zorrilla vino a restaurar los valores del tradicionalismo en su teatro y en sus leyendas y; revivió la España imperial de antaño, aunque sus protagonistas obraban ya a la manera romántica.

    Su producción teatral incluye alegorías circunstanciales, dramas bíblicos, dramas de enredo semejantes a veces a comedias de capa y espada, y dramas de asunto propiamente histórico. Su gran capacidad verbal le permitió dar mayor brillantez, movilidad y colorido a la escena. Y sus protagonistas representaban la lealtad, el heroísmo y las nobles virtudes propias de una España convencional e idealizada. Fue el dramaturgo más popular de la escena española entre 1839 y 1849 y escribió para el teatro treinta obras, entre las que destacan Traidor, inconfeso y mártir, la segunda parte de El zapatero y el rey y Don Juan Tenorio. Podría decirse que el mayor logro de Zorrilla fue prolongar la vivencia del teatro romántico hasta bien entrado el siglo.

    Mesonero Romanos en su artículo «Rápida ojeada sobre la historia del teatro español. Época actual» publicado en el Semanario Pintoresco en 1842, señalaba que la comedia clásica había dejado de interesar a un público que pedía a los autores "sensaciones más fuertes, obras más análogas a la agitación exterior de la sociedad". El drama histórico se puso de moda entre los dramaturgos españoles, aunque por lo general, los elementos históricos eran un marco en el que cabían aventuras y lances, a menudo inverosímiles. Los de Zorrilla abarcan más de diez siglos de historia española desde los tiempos de Wamba hasta los de Carlos II, son de exaltación patriótica, carecen en general, de espíritu crítico, y la acción y la intriga predominan sobre el análisis de los sentimientos y del carácter de los personajes. Al igual que sus contemporáneos, Zorrilla adaptó la historia a sus propios fines: así, en Cada cual con su razón, complicó la trama "clavándole a Felipe IV un hijo como una banderilla", (II, 1943: 1755) y en Traidor, inconfeso y mártir, a pesar de conocer al detalle el caso de famoso pastelero de Madrigal, tampoco llevó a escena la realidad porque "encariñado y casi fanatizado yo con mi personaje fantástico, había prescindido, a sabiendas, de la verdad de la historia por la poesía de la tradición" (II, 1743: 1819). Son obras escritas en versos coloristas y sonoros de seguro efecto sobre el espectador, y en un lenguaje que evoca el del Siglo de Oro. Al igual que en sus leyendas, se documentó en la Historia del Padre Mariana, y en obras aureoseculares como las de María de Zayas y el David perseguido de Cristóbal Lozano.

    Zorrilla había recibido la poesía como un don y la convirtió en un oficio. Este fue su gran pecado que, no obstante, le permitió conquistar la fama desde el escenario. Y aunque tenía plena conciencia de los males de su país, no acogió en su teatro asuntos que, aun siendo históricos, pudieran relacionarse con problemas contemporáneos. Llevó a las tablas, así como a su poesía, sucesos dramáticos, situaciones novelescas héroes nacionales, personajes famosos, pero todos de épocas pretéritas, y cuyo significado se agotaba por lo común en su misma anécdota. Así, vuelto de espaldas a la hora en que vivía, sirvió a su público el teatro de evasión lleno de peripecia, color, dinamismo y nacionalismo que aquel solicitaba.

    Ricardo Senabre señala los elementos más destacados de su técnica dramática, como son la presentación del personaje romántico aureolado de misterio y movido por oscuros designios (Gabriel de Espinosa en Traidor, inconfeso y mártir); el colorido ornamental en los relatos y descripciones puestos en boca de algunos personajes (como en Don Juan Tenorio); y el despliegue de una escenografía típicamente romántica en la que no faltan truenos, visiones espectrales, fantasmas y toques de ánimas. Lo que importa no es la verosimilitud de unos personajes en una situación determinada, y el autor del Tenorio supo atraerse al publico con unas obras en las que desde el principio los resortes de la intriga están cuidadosamente velados para que el interés no decrezca (1995: 18-19). Lo primordial en ellas es la complicación de la trama argumental y su resolución posterior mediante la intervención del azar y de revelaciones y anagnórisis sorprendentes como en Traidor, inconfeso y mártir, o en El alcalde Ronquillo. Senabre advierte que el poeta se detiene con frecuencia en tiradas líricas que interrumpen el curso de la acción y que resultan inútiles desde el punto de vista teatral (1995: 20).

    Aunque el Zorrilla autor de dramas históricos no llevó a la escena los problemas de su tiempo, me parecen de gran interés sus juicios sobre el teatro romántico. Precisamente porque éstos no son los de un crítico literario sino los de quien conocía el oficio teatral con todos sus artificios y recursos. Por eso constituye un testimonio inapreciable para entender mejor, tanto el funcionamiento del teatro de entonces como para conocer algunas circunstancias reveladoras de su propio proceso creador.

    Cuando explica cómo muchas de sus obras nacieron del azar y de la improvisación, insiste tanto en ello que su pretendida modestia apenas encubre el orgullo, un tanto infantil, de aparecer como un genio de la improvisación, mimado por las musas, creador sin esfuerzo de obras maestras. Como escribe en sus Recuerdos del tiempo viejo, empeñado en mostrar en escena la hermosa estampa de un caballo andaluz que tenía, escribió El caballo del rey don Sancho; El puñal del godo nació de la apuesta de escribir una obra en un acto en veinticuatro horas, cuyo argumento fue escogido caprichosamente abriendo por tres sitios la Historia de Mariana (II, 1943: 1767-1769); y comenzó a escribir el Tenorio, "sin saber a punto fijo lo que iba a pasar, ni entre quienes iba a desarrollarse la exposición" (II, 1943: 1800).

    Con tal despreocupación contrastan su afán de perfección y la creencia de que a la obra de arte corresponde embellecer la realidad. Para él había dos tipos de realidad, pues aplicaba a la vida «la verdad de la naturaleza», y a la escena «la verdad del arte». Para mejor entendimiento de estos conceptos recordemos que en ocasión de estrenarse Traidor, inconfeso y mártir, le decía su autor a Julián Romea: "[...] tú crees que la verdad de la naturaleza cabe seca, real y desnuda en el campo del arte, más claro, en la escena: yo creo que en la escena no cabe más que la verdad artística. El drama no es un trasunto de la vida [...] es un cuadro, un paisaje, cuyas veladuras, que son el tiempo y la distancia, se entonan de una manera ideal y poética..." (II, 1943: 1819).

    Zorrilla no quiso que representase sus obras Romea, entonces en la cumbre de su fama como el mejor intérprete de las comedias «de levita» o de costumbres contemporáneas, y cuyo aplomo y naturalidad transformaban la ficción de las tablas en vida real. Para el autor del Tenorio, admirador y amigo de Romea en este tipo de obras, tal virtud se convertía en defecto cuando de teatro histórico se trataba, pues creía que los actores debían presentar sus personajes con naturalidad en las obras modernas pero representarlos en las de historia. Representar, es decir, identificarse con el personaje asignado hasta hacer de él una segunda naturaleza y darle vida luego en consonancia con el ambiente y tono que la obra dramática exige. Según Zorrilla, la obra dramática tiene un engolamiento y una falta de naturalidad voluntarias que la acercan a la obra de espectáculo y a las artes plásticas. Por eso es tan importante la colaboración entre el autor, actores y encargados de los detalles secundarios (decoradores, tramoyistas, vestuario) para conseguir el ambiente que haga vivir a los espectadores "la verdad del arte".

    Zorrilla fue el autor con más merecida fama en la escena española en el difícil período que media entre 1839 y 1849 y, dentro de su esfera, fue el innovador que comprendió cómo el drama histórico necesitaba una vida y una prestancia que los actores acostumbrados a la comedia o al género neoclásico no le sabían dar; en consecuencia, logró educar a un plantel de primeras figuras modificando su actitud en la escena y acostumbrándoles a decir sus versos con la cadencia y emoción necesarias. Entre ellas estaban actores y actrices ilustres como Julián Romea, Carlos Latorre, Juan Lombía, Bárbara y Teodora Lamadrid, que fueron ídolos de la escena española a mediados del siglo pasado y cuyos nombres hoy dicen poco. "Desventura inmensa del actor -escribe Zorrilla- cuyo trabajo se pierde en el ruido de su voz y desaparece tras del telón" (II, 1943: 1765).

    Penuria constante y facilidad creativa hicieron de él un escritor desigual en cuya obra van los grandes aciertos peligrosamente cercanos a faltas de reflexión y cuidado. Afirmaba desdeñar su propia obra dramática y en ocasiones atribuía el mérito a los actores, a la pericia de los tramoyistas o a la benevolencia del público. "Por poeta dramático no me tuve jamás, y solo puedo presentar sin vergüenza los dos primeros actos de Traidor, inconfeso y mártir y la segunda mitad del tercero y la primera mitad del cuarto de El zapatero y el rey". Si hemos de creer sus palabras, Zorrilla se consideraba escritor teatral gracias a esta última obra, excepcionalmente pensada y estudiada y a la que se refirió siempre con orgullo por estar "confeccionada con todas las reglas del arte, y la presentación del protagonista preparada con intencionada habilidad" (II, 1943: 1819).

    *

    Portada del manuscrito de «Don Juan Tenorio». Don Juan Tenorio fue una obra de encargo que Zorrilla asegura en «Cuatro palabras sobre mi Don Juan Tenorio» que le fue inspirada en una noche de insomnio y ejecutada febrilmente en veinte días aunque al manuscrito original publicado por José Luis Varela muestra numerosas enmiendas y tachaduras que revelan su cuidadosa redacción (1974). Su autor cedió "la propiedad absoluta y para siempre" del drama al editor Manuel Delgado por 4200 reales vellón en Madrid el 18 de marzo de 1844. Diez días después se estrenó en el Teatro de la Cruz, a beneficio de Carlos Latorre, y tuvo una acogida favorable aunque no entusiasta. Alonso Cortés cita una amplia reseña de El Laberinto del 16 de abril del mismo año (1943: 331-334), según la cual la primera parte del drama es una comedia de capa y espada que desarrolla el tema de la trasgresión moral, y la segunda, cercana a la comedia de magia, desarrolla el de la expiación. El 1 de noviembre del mismo año Carlos Latorre y José Lombía reestrenaron la obra en el Teatro del Príncipe, con tanto éxito que quedó varias semanas en cartel. El Tenorio llegó a ser en breve la obra más popular y productiva de su tiempo ante el creciente resentimiento de su autor, el único que no alcanzaba los beneficios que compartían los demás. Por eso habló siempre mal de su drama para poder crear una versión nueva de la que él sería el único beneficiario. Y treinta y tres años después de la aparición del drama se estrenó en el Teatro de la Zarzuela, Don Juan Tenorio, una zarzuela con música del maestro Nicolás Manent, que no gustó y duró en cartel ocho días.

    El «burlador» aparece varias veces en la producción literaria de Zorrilla como protagonista de El capitán Montoya, Margarita la tornera, A buen juez, mejor testigo y Vivir loco y morir más. El Don Juan del drama y de la zarzuela reaparece en el tardío Tenorio bordelés de 1897, un Mr. La Bourdonnais, depravado émulo del sevillano. El Don Juan de Zorrilla tiene una clara intertextualidad con las obras que le preceden en el tratamiento del mito. Aunque el tema se ha estudiado extensamente no es posible analizar de manera definitiva las fuentes que tuvo en cuenta Zorrilla, quien afirmó conocer tan solo la obra de Tirso y No hay deuda que no se pague de Antonio de Zamora aunque se han identificado otras fuentes. Aparte de aquellas obras en las que pudo haberse inspirado directamente, los personajes creados por Tirso no perdieron sus características en el drama romántico en el que encontramos de nuevo galanes enamorados y altivos prestos a reñir por su honor y por su dama, padres que disponen del porvenir de sus hijas, y recatadas damitas comprometidas en complicadas aventuras amorosas. Ciutti ya no es la conciencia de su amo sino el apicarado bergante ejecutor de sus deseos. Y Brígida añade al papel de «graciosa» el de tercera, tan reminiscente de la Celestina tradicional.

    Sin embargo, la gran contribución al tema donjuanesco es la creación de Doña Inés, «ángel de amor», cuya mediación salva a Don Juan. Zorrilla no tuvo en cuenta la tesis contra-reformista de Tirso, que ya no tenía vigencia, y por eso subtituló su obra «drama religioso-fantástico». Sus numerosos elementos de fantasmagoría teatral son propios de la comedia de magia, un género que aun gozaba de gran popularidad en aquel tiempo.

    El drama de Zorrilla tiene la libertad estructural propia de las obras románticas. Esta dividido en dos partes, la primera es una comedia de capa y espada cuya acción tiene lugar en una noche. La segunda, también nocturna, sucede cinco años después, y conserva el carácter de drama religioso y culmina con la salvación del pecador. La obra es un generoso muestrario de motivos románticos. En la primera parte, llena de dinamismo y acción, al misterio inicial de la identidad del héroe acompañan elementos carnavalescos; duelos y peleas callejeras; y el tiempo adquiere calidad dramática con huidas, sacrilegios y raptos. La segunda transcurre en un ambiente nocturno y tétrico con presencia de fantasmas, tañido de campanas y cantos funerales, y da fin con la aparición de la estatua del Comendador y la sombra de Doña Inés, con el arrepentimiento de Don Juan y la apoteosis final del amor.

    Para Ermanno Caldera, con Don Juan Tenorio tanto Zorrilla como el romanticismo español alcanzaron un momento de feliz acierto; el primero, al juntar la habilidad técnica conseguida a través de casi una década de actividad teatral con una disciplina y una sensibilidad a la cual no eran ajenos los diversos modelos barrocos y románticos; el segundo, organizándose por primera y única vez en un verdadero sistema, en el cual todos los motivos característicos encuentran su composición y valor funcional. El Tenorio representa un cambio de rumbo del teatro romántico que después de interesarse por la historia se dirige nuevamente al caudal tradicional de leyendas pasadas por el tamiz literario introduciéndose así, tras un largo intervalo, en el camino recorrido por los primeros dramaturgos. Los temas centrales de esta obra son el plazo y el tiempo: al contrario de otros dramas románticos, el plazo ya no es un recurso y se convierte en el alma del drama; el tiempo es la razón de los diversos episodios y se funde con los temas del amor, la verdad y el misterio. Descompuestas las categorías del tiempo y del espacio en esta obra, Don Juan y Doña Inés se mueven en un mundo de realidad y apariencias, de vida y muerte. Don Juan está vivo y muerto, puede asistir a su propio funeral y arrepentirse y tener todavía tiempo suficiente para ganar la vida eterna (II, 1988: 543-546).

    En el «Prólogo» a su edición del Tenorio (1993: 23-34) Fernández Cifuentes comenta los diversos juicios que esta obra ha merecido a la crítica, y destaca el de Torrente Ballester, para quien Don Juan Tenorio es "la más discutida, quizá, de las obras teatrales modernas, la más alabada y denostada, pero la única verdaderamente popular". Y Fernández Cifuentes advierte que, por un lado, hasta hace pocos años las opiniones sobre las cualidades y defectos del drama habían desplazado su análisis. Por otro, para muchos intelectuales, resultaba sospechosa su popularidad entre las masas. Y a las causas de esta popularidad añade las numerosas parodias, que son a la vez un ataque y una muestra de la vitalidad y de la admiración que produce el Tenorio (1993: 24).


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:23

    Biografía de José Zorrilla. FTE. BVMC

    Por Salvador García Castañeda
    (Profesor Emérito, The Ohio State University)

    Los Recuerdos del tiempo viejo

    Portada de «Recuerdos del tiempo viejo. Tomo I» (1880). Para remediar su situación económica, comenzó a publicar Zorrilla a partir de octubre de 1879 unas memorias en los Lunes del Imparcial, que luego recogió en 3 volúmenes con el nombre de Recuerdos del tiempo viejo. Carecen de plan previo y fueron escritas a medida que iba apareciendo cada entrega. Quienes se han ocupado de ellos los consideran una obra heterogénea, desordenada y poco veraz. Zorrilla omite allí muchas cosas de su propia vida, falsea otras y las entremezcla con elementos literarios.

    A juicio de Fernando Durán existen en esta obra tres núcleos distintos entremezclados a lo largo del libro: en primer lugar, unas memorias acerca de la vida literaria de su época, que era el plan inicial de estos artículos, en las que describe el mundo del teatro y evoca a sus principales personajes. Abarcan desde el entierro de Larra en 1837 hasta el estreno de Traidor, inconfeso y mártir en 1849 aproximadamente; unas memorias de carácter autobiográfico, que en ocasiones él llama intimas, pero que son simplemente privadas. Cubren dos períodos, el primero aproximadamente desde 1840 a 1866, centrado en las relaciones con su padre, y otro entre 1850 y 1866, que cubre toda su estancia fuera de España, y ambos dan una imagen más global de la personalidad del poeta; y finalmente, un conjunto de historias novelescas con temas clásicos de la narrativa romántica, en las que el autor es un testigo lejano (1993: 294).

    Toda autobiografía o libro de memorias posee un núcleo organizativo que estructura la historia de un individuo, o de un individuo más un ambiente social. Ese núcleo organizativo va variando a lo largo de los Recuerdos, ofrece una imagen discontinua del autor-protagonista, y da la impresión de que se han ido acumulando fragmentos de distintas autobiografías. Y tanto Durán como Naval López (1993: 428-429) concluyen que estos Recuerdos testimonian las conflictivas relaciones del poeta con un padre que nunca le perdonó.

    En 1880 Zorrilla tiene 64 años, sabe que ha pasado su tiempo y aunque aparenta menospreciar con frecuencia su propia obra, su preocupación por dejar establecida su fama literaria le lleva a reclamar constantemente el aplauso y el respeto que merece por ser el gran poeta nacional. Idealiza el pasado «tiempo viejo» de la poesía romántica, hímnica y sagrada. La prensa, los liceos y las academias han institucionalizado la poesía de los años de la Restauración, y ser poeta es una profesión burguesa más. Tanto aquí como en otros escritos suyos repite el tópico romántico del destino superior del poeta y del sufrimiento que lleva aparejado. Y Zorrilla justifica su vida menesterosa por haber sido poeta, fuente de sus desgracias y de su grandeza (Naval: 430-435).

    Vicente Llorens consideró los Recuerdos del tiempo viejo de manera muy positiva pues pensaba que se leían con mayor interés que muchos de sus versos por lo que tenían de autobiografía amena y variada, y porque la calidad literaria de algunos episodios era quizá superior a la de no pocas leyendas. Los consideró valiosos también por su misma falsedad pues en ellos relata ciertos hechos no como fueron sino de acuerdo con las ideas que Zorrilla tenía del romanticismo (1979: 454-455). Y Llorens destaca que en estos Recuerdos y en otras ocasiones el autor del Tenorio se presenta como un improvisador que escribe sin ton ni son cuando no por apuesta y compromiso, y que califica de disparates y de engendros muchas de sus composiciones. En la realidad, fue un hombre solitario y laborioso que vivió entregado a su trabajo (1979: 456).


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:31

    JOSÉ ZORRILLA.

    POESÍAS ( Fte. BVMC)

    Prólogo

    Era una tarde de Febrero. Un carro fúnebre caminaba por las calles de Madrid. Seguíanle, en silenciosa procesión, centenares de jóvenes con semblante melancólico, con ojos aterrados. Sobre aquel carro iba un ataúd, en el ataúd los restos de LARRA, sobre el ataúd una corona. Era la primera que en nuestros días se consagraba al talento; la primera vez acaso que se declaraba que el genio es en la sociedad una aristocracia, un poder. La envidia y el odio habían callado; los hombres de la moralidad dejaban para después la moral tarea de roer los huesos de un desgraciado, y nadie disputaba a nuestro amigo los honores de su fúnebre triunfo. Todos tristes, todos abismados en el dolor, conducíamos a nuestro poeta a su capitolio, al cementerio de la Puerta de Fuencarral, donde las manos de la amistad le habían preparado un nicho. Un numeroso concurso llenaba aquel patio pavimentado de huesos, incrustado de lápidas, entapizado de epitafios, y la descolorida luz del crepúsculo de la tarde daba palidez y aire de sombras a todos nuestros semblantes. Cumplido ya nuestro triste deber, un encanto inexplicable nos detenía en derredor de aquel túmulo; y no podíamos separarnos de los preciosos restos que para siempre encerraba, sin dirigirles aquellas solemnes palabras que tal vez oyen los muertos antes de adormecerse profundamente en su eterno letargo. Entonces el Sr. ROCA DE TOGORES, levantando penosamente de su alma el peso de dolor que la oprimía, y como revistiéndose de la sombra del ilustre difunto, alzó su voz: LARRA se despidió de nosotros por su boca, y nos refirió por la vez postrera la historia interesante de sus borrascosos, brillantes y malogrados días. En aquel momento nuestros corazones vibraban de un modo que no se puede hacer comprender a los que no le sientan, que los mismos que le hayan sentido, le habrán ya olvidado, porque de los vuelos del alma, de los arrebatos del entusiasmo, ni se forma idea, ni queda memoria; que en ellos el espíritu está en otra región, vive en otro mundo; los objetos hacen impresiones diversas de las que producen en el estado normal de la vida, el alma ve claros los misterios, o cree, porque lo siente, lo que tal vez no puede comprender. Se ve entonces a sí misma, se desprende y se remonta del suelo; conoce, ve, palpa que ella no es el barro de la tierra, que otro mundo la pertenece, y se eleva a él, y desde su altura, como el águila que ve el suelo y mira al sol, sondea la inmensidad del tiempo y del espacio, y se encuentra en la presencia de la divinidad que en medio del espacio y de la eternidad preside. Entonces no se puede usar del lenguaje del mundo, y el alma siente la necesidad de otra forma para comunicar lo que pasa en su seno. Tal era entonces nuestra situación. No era amistad lo que sentíamos; no era la contemplación profunda de aquella muerte desastrosa, de aquella vida cortada en flor, la vista de aquel cementerio, la inauguración de aquella tumba, la serenidad del cielo que nos cubría, la voz elocuente del amigo que hablaba; no era nada de esto, o más que todo esto, o todo esto reunido para elevarnos a aquel estado de inexplicable magnetismo en que en una situación vivamente sentida por muchos, parece que se ayudan todos a sostenerse en las nubes. ¡Ah! Pero nuestro entusiasmo era de dolor, y llorábamos (sábelo el cielo y aquellas tumbas), y al querer dirigir la voz a la sombra de nuestro amigo, pedíamos al cielo el lenguaje de la triste inspiración que nos dominaba, y buscábamos en derredor de nosotros un intérprete de nuestra aflicción, un acento que reprodujera toda nuestra tristeza, una voz donde en común concierto sonasen acordes las notas de todos nuestros suspiros. Entonces, de en medio de nosotros, y como si saliera de bajo aquel sepulcro, vimos brotar y aparecer un joven, casi un niño, para todos desconocido. Alzó su pálido semblante, clavó en aquella tumba y en el cielo una mirada sublime, y dejando oír una voz que por primera vez sonaba en nuestros oídos, leyó en cortados y trémulos acentos los versos que van insertos en la página primera de esta colección, y que el Sr. ROCA tuvo que arrancar de su mano, porque, desfallecido a la fuerza de su emoción, el mismo autor no pudo concluirlos. Nuestro asombro fue igual a nuestro entusiasmo; y así que supimos el nombre del dichoso mortal que tan nuevas y celestiales armonías nos había hecho escuchar, saludamos al nuevo bardo con la admiración religiosa de que aun estábamos, poseídos, bendijimos a la Providencia que tan ostensiblemente hacía aparecer un genio sobre la tumba de otro, y los mismos que en fúnebre pompa habíamos conducido al ilustre LARRA a la mansión de los muertos, salimos de aquel recinto llevando en triunfo a otro poeta al mundo de los vivos y proclamando con entusiasmo el nombre de ZORRILLA.

    No he recordado aquí esta tarde por el placer de describir una escena grande y poética. Más poética y más grande fue, seguramente, que mi descolorida descripción, aunque en el torrente de las escenas que a nuestros ojos pasan, ya se haya hundido, y ya casi todos la hayan olvidado. El autor de estas líneas no podrá borrarla de su memoria. Entonces empezó a sentir hacia el ilustre poeta a quien las consagra, el afecto que con él le une, y que es demasiado tierno para que no forme época en su vida: entonces empezó el público a conocer las producciones de este ingenio; y la, impresión que de ellas ha recibido es demasiado profunda para que no se marque muy distintamente en los anales de la literatura contemporánea. Pero no ha sido ésta precisamente la razón de recordar aquella escena. Yo he tomado nota de ella, y la he consignado al frente de estas páginas, porque aquella original aparición me ha sugerido las reflexiones que voy a hacer sobre la índole y carácter de estas poesías.

    Cuando oímos los versos de que acabo de hacer mención, todos los que tuvimos la fortuna de escucharlos, sentimos la inspiración que los había dictado, y comprendimos el idealismo en que estaban concebidos, porque también nosotros estábamos inspirados, y también nuestra existencia vagaba por las regiones de lo ideal y de lo eterno. Nos hallábamos al nivel del autor, a la altura de su mismo genio, y en estado de sentir lo que él tal vez no hizo más que expresar; porque entonces, como los primitivos poetas, como los bardos en sus banquetes, como PÍNDARO en los juegos olímpicos, tomaba entusiasmo de nuestro entusiasmo, llanto de nuestro llanto: era el foco del espejo, y reflejábanse en él concentrados los rayos que tal vez de nosotros mismos partían. Así que a nadie pudo ocurrírsele que aquella producción no fuese natural, espontánea, como su mirar, como su acento, como el color de su semblante y el llanto dé sus ojos. Nadie pudo ver en ella la imitación de tal autor, o los principios de tal escuela: nadie discutió si era clásica o romántica, oriental o filosófica. Era una composición de allí, de aquel poeta, de aquel momento, de aquella escena, para nosotros, en, nuestra lengua, en nuestra poesía, en poesía que nos arrebató, que nos electrizó, que comprendimos, y sobre cuyo mérito, género y formas no se suscitaron discusiones ni críticas. Y, sin embargo, el autor la había escrito algunos momentos antes de aquella reunión, a solas en su gabinete, sin auditorio que le escuchara, y bajo la inspiración de su dolor y de su genio. Si a solas también la hubiera leído a cada uno de sus oyentes, ¿hubiera producido el mismo efecto? ¿La hubieran hallado tan ideal, tan bella, tan original y tan espontánea? No, seguramente. Para uno hubiera sido incomprensible una frase: otro hubiera encontrado exageración o falta de verdad en un pensamiento: un oído fino hubiera sentido flojo, duro o arrastrado, algún verso: un entendimiento metódico observaría la falta de orden, de conexión y enlace entre sus ideas: cuál la tendría por vaga, y haría notar que su lectura no dejaba en el alma ninguna idea fija; y ¿qué más? La mayor parte tal vez no hubiera visto en ella más que una imitación de Víctor Hugo o de Lamartine. Pues lo que hubiera sucedido a aquella composición así leída, sucede todos los días, no precisamente con respecto al público, sino con respecto a los inteligentes y críticos, con otras que se han dado a luz. Todos ellos suscitan las mismas vanas y ociosas cuestiones; y sólo los corazones sensibles y no gastados, que se entregan de buena fe al ímpetu del sentimiento, y que, unísonos desde luego al tono del poeta, vibran con todas las modulaciones de su laúd, y obedecen a todos los caprichos de su inspiración, se encuentran, con respecto a las demás poesías de este autor, en el caso en que todos nos hallamos cuando su aparición en el cementerio. Entonces su inspiración había volado sola adonde nuestro entusiasmo voló después: después su inspiración siguió siempre la misma, tal vez mas poderosa, más alta, más fuerte, más profunda; pero no siéndonos siempre posible ponernos en la esfera de su atracción, vemos a veces sus cuadros desde un punto en que no tienen perspectiva, o no oímos de su lira más que el ruido de los trastes. De ahí la mayor parte de esas disputas y críticas: de ahí esas frases incomprensibles para los que quisieran hallar en los versos ecuaciones y silogismos: de ahí ese gongorismo para los que piensan que la poesía es sólo un modo de hablar, y no un modo de sentir, una manera de ser: de ahí, en fin, la pretensión de que estos versos son imitaciones de un autor, o doctrinas de una escuela, por parte de los que todavía están aferrados en creer que la poesía es ¡un arte de imitación! y que puede ser un método de hacer exposiciones de teorías políticas o sistemas filosóficos. Empero los que tienen corazón y alma, y los que saben que con el corazón y con el alma, y no con los dedos y con las palabras, se hacen los versos, saben también lo que significan estas impugnaciones y lo que hay en ellas de verdadero o inexacto. El autor de este prólogo está muy distante de creer que sean obras perfectas de primeros preludios poéticos del amigo a quien le consagra, y el entusiasmo que le arrebata no le ciega; ha querido, sin embargo, demostrar cómo muchos de los defectos que se atribuyen a una obra, pueden consistir en el modo de juzgarla, y sobre todo ha querido protestar contra ese tema de que es imitación y amaneramiento de escuela lo que es tan espontáneo y tan natural como las flores del campo y como las rocas da los montes. Siglos hay, sí, que inspiran un mismo tono a todo aquel que los canta, principios, ideas y sentimientos generales, dominantes, humanitarios, que, presidiendo a una época y a una generación, se reproducen en todas sus obras y bajo todas sus formas. Pero entonces la analogía no es el plagio, la semejanza no es la imitación, ni la consonancia el eco: entonces, por el contrario, la conformidad es el sello de la inspiración y de la originalidad: entonces dos obras se parecen, y distan entre sí un mundo entero: entonces dos autores se imitan sin conocerse: entonces se notan armonías y correspondencias entra la Biblia y HOMERO: entonces se copian SHAKESPEARE y CALDERÓN. Es un sol refulgente que reverbera en todos los cuerpos que ilumina: es una luna melancólica que reproducen todos los objetos que baña con sus pálidos rayos. Sí. El siglo de BYRON, de HUGO y de CHATEAUBRIAND, debe inspirar también a los Yates españoles; pero su inspiración no dejará de ser de ellos, y de ser española, como del siglo, y de los objetos que canten. Póngase cada uno a mirar sus cuadros a la luz que alumbra: verá tal vez en su fondo el reflejo del cielo que los cubre, pero no colores prestados de ajena paleta. Fórmese para cada composición un teatro como el del cementerio, y verán todos en ella la inspiración original, la naturalidad, la unción, la verdad, la belleza ideal y la celestial armonía que creyeron ver en la primera; percibirán clara y luminosamente lo que algunos no comprendieron, se sentirán en la presencia real de lo que tal vez les pareció visión y quimera, les sorprenderá la exactitud de lo que creyeron exagerado, y hallarán, por último, que lo que afectan llamar romanticismo, no es más que la poesía, la naturaleza, la verdad.

    A otra serie de reflexiones ha dado además lugar en mi alma la escena de aquella tarde, reflexiones que algunos no comprenderán tampoco, y que otros muchos comprenderán solamente para fulminar contra ellas el anatema del ridículo, y para acogerlas con la sardónica ironía que entre nosotros se afecta hacia todo lo que no es materialmente positivo y humanamente lógico, hacia todo lo que propende a hacer intervenir al cielo en lo que pasa en la tierra. Yo, empero, que creo en un orden de cosas superior al orden de los fenómenos que a nuestra razón y a nuestros, sentidos es dado percibir y explicar; yo, que estoy persuadido de que no se hallan entre nosotros todas las causas de lo que a nuestros ojos sucede, acostumbrado a ver la mano de la Providencia en los sucesos al parecer más insignificantes de la vida, no es mucho que la conozca en aquellas ocasiones en que más ostensiblemente y con más solemnidad quiere como revelarse a nuestra vista. Sí; un poeta puede confesarlo, puede decir que cree en las causas finales, que cree en la predestinación, y que creo que si la humanidad toda concurre, a la obra que la inteligencia suprema le ha trazado, cada hombre, y sobre todo cada especialidad, concurre a un objeto fijo y determinado. Sin esta creencia, el libro del mundo es un enigma incomprensible, y el de la historia un tejido, de absurdos. Fiel a esta creencia, y juzgando que LARRA era algo en la tierra, que en esta nación, en esta agregación de nulidades donde su existencia descollaba con tanto brillo, no en vano sus producciones habían fijado tan vivamente la atención pública, y que su pérdida dejaba un vacío no sólo en la literatura, sino en la sociedad; cuando a orillas del sepulcro del malogrado escritor que nos dejaba, vi brotar el poeta que nacía, el hecho era de demasiado bulto, la aparición demasiado fatídica para no reconocer en el nuevo genio una misión tan especial como la del primero. Los presentimientos que hasta ahora he tenido, fundados en esta opinión, no han sido nunca vanos: el que aquella tarde tuve, no lo ha sido tampoco. Los acentos del nuevo bardo sorprendieron desde luego y arrebataron. Agitado de la calentura del genio y de la maravillosa fecundidad de que le ha dotado el cielo, en pocos meses ha lanzado al público una multitud de composiciones que no pasaron efímeras, como la mayor parte de las fugitivas producciones de nuestros días, o conocidas sólo de los inteligentes, como las de épocas anteriores. Recibidas ora con admiración, ora con extrañeza, ora con entusiasmo, ora con desagrado, según las ideas y carácter de cada uno, no lo han sido nunca con indiferencia. Leídas y releídas, decoradas y oídas y recitadas por todos, el ansia con que se buscan los periódicos donde se publica ron algunas, ha obligado a recogerlas en la presente colección. Y no sólo en elogios y alabanza ha consistido su popularidad. También son ellas las que más críticas o invectivas han suscitado; también han sido parodiadas, y puestas en ridículos, o imitadas por malos poetas, que es la más infeliz parodia; también han sido tachadas de inmorales, de incomprensibles, y hasta equiparadas en algún artículo de periódico a los discursos de varios célebres oradores de nuestras actuales Cortes. Pues bien: esta novedad y admiración, esas sátiras o invectivas, esas imitaciones de la medianía y esas hostilidades de la envidia, son el grande éxito, la corona del talento, el sello de la especialidad. Parece que nuestra época se afanaba en producir un poeta que estuviese a su nivel y en armonía con ella, que fuese como el representante literario de la nueva generación, de sus ideas, de sus sentimientos y creencias: varios jóvenes, al parecer con esta esperanza y con éxito más o menos feliz, se habían presentado hasta ahora en la escena; y el público no dejó de vislumbrar en ellos ráfagas de nueva luz, y sentir aliento de nueva vida; pero a la aparición de ZORRILLA ha visto ya el oriente de un astro muy luminoso. Tibios todavía sus primeros rayos, han despertado en su derredor todo un hemisferio de poesía, y si aun no ha nacido el sol, estrellas muy resplandecientes se eclipsaron ya ante su brillante crepúsculo. Si sus preludios marcan una aurora, sus cantos sellarán una época; si su aparición ha sido fatídica, su poesía será providencial; si el eco de su voz ha sobrecogido y su primera inspiración fascinado, muy trascendental y poderosa será la influencia que debe ejercer, y más anchurosa de lo que se cree la esfera de acción en que debe obrar su impulso.

    ¿Cuál será, empero, esta acción? ¿Cuál será el desarrollo de este germen? ¿Cuál será este fin? Yo he podido adivinarlo, pero no me atreveré a predecirlo, porque los arcanos del destino no se explican, ni los vuelos del genio se calculan. Permítasele, sin embargo, a un alma también poética formar esperanzas; y para formularlas y para dar una idea de las conjeturas que sobre lo futuro se presentan a su fantasía, permítasele entrar en explicaciones del aspecto bajo que las cosas presentes se ofrecen a sus ojos. La imaginación, la amistad, el entusiasmo, podrán ejercer grande influencia en este análisis; pero el corazón, el sentimiento, la fantasía, son el único método analítico aplicable a las obras de un poeta.

    En el estado actual de nuestra indefinible civilización, la poesía, como todas las ciencias y artes, como todas las instituciones, como la pintura, la arquitectura y la música, como la filosofía y la religión, ha perdido su tendencia unitaria y simpática, y sus relaciones con la humanidad en general, porque no existiendo sentimientos ni creencias sociales, carece de base en que se apoye, y de lazo que a la humanidad la ligue. Sin poder proclamar un principio que la sociedad ignora, sin poder encaminarse hacia un fin que la sociedad no conoce, ni dirigirse hacia un cielo en que la sociedad no cree, la poesía, dejando una región en la que no hallaba atmósfera para respirar, se ha refugiado, como a su último asilo, a lo más íntimo de la individualidad y del seno del hombre, donde, aun a despecho de la filosofía y del egoísmo, un corazón palpita y un espíritu inmortal vive. Pero el hombre en su aislamiento es el más miserable y desgraciado de los seres. La Providencia ha hecho necesaria para fin dicha y su perfectibilidad la asociación; asociación que no es el agregado de muchos individuos de la especie humana, sino el conjunto de las facultades que en común poseen, la comunión de sus ideas y de sus sentimientos, de la inteligencia y de la simpatía. Mas hay épocas tristes para la humanidad, en que estos lazos se rompen, en que las ideas se dividen, y las simpatías se absorben; en que el mundo de la inteligencia es el caos, el del sentimiento el vacío; en que el hombre no ejercita su pensamiento sino en el análisis y en la duda, y no conserva su corazón sino para sentir la soledad que le rodea y el abismo de hielo en que yace. Entonces el genio puede volar aún, pero vuela, como el Satanás de MILTON, solitario y por el caos: el sol le causa pena, la belleza del mundo, envidia. Su poesía es solitaria como él, y como él triste y desesperada. Canta o más bien llora sus infortunios, su cielo perdido, el fuego concentrado en su corazón, las luchas de su inteligencia, y las contrariedades de su enigmático destino. Sus relaciones con la naturaleza no pueden ser expansivas, ni sus relaciones con los hombres simpáticas. Replegado en su individualismo, sus relaciones con Dios podrán aún ser muy vivas; pero solo en su presencia, si la reconoce, y solo en el universo, si tal vez ha renegado de la Providencia, los himnos que debían consagrarse a una religión de amor, serán solamente gritos de desesperación y de impío despecho, o extravíos de un abstracto y estéril misticismo. Tal es a mis ojos el carácter de la época presente; tal es también su poesía; la poesía dominante, la poesía elegiaca actual, poesía de vértigo, de vacilación y de duda, poesía de delirio o de duelo, poesía sin unidad, sin sistema, sin fin moral, ni objeto humanitario, y poesía, sin embargo, que se hace escuchar y que encuentra simpatías, porque los acentos de un alma desgraciada hallan dondequiera su cuerda unísona, y van a herir profunda y dolorosamente a todas las almas sensibles en el seno de su soledad y desconsuelo. ZORRILLA ha empezado, y no podía menos de empezar, por este género. Hijo del siglo, le ha pagado también su tributo de lágrimas; ha pasado por bajo el yugo de su tiranía; ha llorado también a solas y ha dado al viento sus sollozos; ha golpeado su frente de poeta contra el calabozo que le aprisionaba; ha forcejeado por quebrantar cadenas que no son lazos; ha invocado el auxilio de un Dios, y ha renegado del cielo; ha cantado el éxtasis de los bienaventurados y saludado a la Reina de los ángeles, y ha lanzado gemidos de desesperación infernal, y llamado en su socorro la muerte y la, nada.

    Y cuando la fuerza expansiva de la inspiración, arrancándolo de su individualismo, le lanzó a más ancha esfera y le hizo recorrer a pesar suyo la sociedad que se agitaba a su alrededor, no se deslumbraron sus ojos con el brillo que despedía el oropel de la civilización, sino que, intuitivamente penetrantes, bien conocieron sobre el lecho de oro y púrpura a la enferma que agonizaba abandonada y sola, y bien acertaron a ver más allá, bajo la suntuosa lápida del sepulcro. cincelado, la brillante mortaja de seda y pedrería pronta a cubrir la fetidez de un cuerpo presa ya de la gangrena y de la muerte.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:36

    JOSÉ ZORRILLA.

    POESÍAS ( Fte. BVMC)

    Prólogo

    El instinto perspicaz de su inspiración le ha presentado al mundo moral en su espantosa anarquía y desnivel, en su desorganización y fealdad. Y arrebatado a tal vista de un vértigo de tristeza y amargura, asomó a sus labios aquella risa horriblemente sardónica con que el hombre en el último extremo de desesperación y miseria, escarneciendo a los demás y a sí mismo, pregunta al cielo, como burlándose, qué es lo que tal desorden significa, duda si se debe tomar en serio la suerte de la humanidad, mezcla reflexiones profundas y terribles con sátiras amargas y ridículos contrastes, y entre el llanto de un funeral hace oír las carcajadas de una orgía. Entonces, evocando la sombra de Cervantes, tiene con ella el singular diálogo en que nuestro poeta se mofa de sus tiempos tan a su sabor (si bien con otra hiel y tristeza) como aquel genio inmortal parodiaba a los suyos. Entonces, personificando en Venecia a todas las naciones degradadas y a todos los pueblos corrompidos, después de haber descrito en versos dignos de CALDERÓN y de BYRON la grandeza de su antiguo poderío y el polvo y cieno en que desde su elevación se hundieron, repentinamente levanta una carcajada para apagar sus gemidos, y termina su fúnebre canto entro la báquica algazara de un festín, como se suele ver en tiempos de peste y mortandad entregarse los hombres a desórdenes y excesos, para apurar los goces de su existencia amenazada entre la embriaguez de los placeres. Y por último, en otro momento de inspiración más poderosa y más profunda, abarcando en un solo golpe de vista eminentemente sintético el cuadro de todos los vicios y de todas las monstruosas desigualdades de la sociedad, la pinta de una sola pincelada en cuatro versos dignos de la pluma de LAMENNAIS y que equivalen a todo un volumen de filosofía, en que, dirigiendo sobre el banquete de la vida una mirada más terrible que la de DANIEL sobre el convite de BALTASAR, dice que

    Unos cayeron beodos,
    Otros de hambre cayeron,
    Y todos se maldijeron,
    Que eran infelices todos.

    Empero lo que más caracteriza al genio, es no ser exclusivamente órgano de la época en que vive y presentir lo que nace en medio de las inspiraciones de lo que existe. Así HOMERO adivinó los tiempos de LICURGO y de SOLÓN, así VIRGILIO casi pertenece al Cristianismo y a la Edad Media, así el DANTE apenas se concibe cómo haya escrito en el siglo XIII, así CERVANTES en una edad caballeresca todavía predecía y aceleraba el prosaísmo del siglo XVIII; y por eso el instinto de todos los pueblos ha reconocido siempre en la inspiración poética el don de la profecía. El genio actual conserva aun reconcentrado todo lo que en la humanidad debía haber y todo lo que habrá sin duda, porque todavía sus gérmenes existen, no en la sociedad, pero sí en sus individuos; para él aun puede haber creencias y virtudes, o ilusiones y amor y abnegación, y heroísmo o interés que no sean de la tierra, y un pensamiento de Dios, una memoria del cielo, una esperanza de inmortalidad. Por eso nuestro poeta no tardó en conocer que la poesía a que le arrastraba su siglo era estéril y transitoria, como debe serlo esta época de desorganización y de duda, como debe serlo el egoísmo que nos disuelve, y el escepticismo que nos hiela; y parándose en su carrera y apartándose de la boca del tártaro adonde caminaba, y subiéndose a un puesto más avanzado y más digno de su misión, ha visto la naturaleza bella, risueña, iluminada, viva y animada como Dios la creó, para servir de teatro a la virtud y a la inteligencia del hombre; y tiñendo su pluma de los colores del iris, y de los celajes del Oriente ha dirigido a la humanidad palabras de amor y consuelo, himnos de bendición y alabanza al Creador.

    ¡Bello es el mundo! ¡Si! ¡La vi la es bella!
    Dios en sus obras el placer derrama.

    Entonces, en medio del negro horizonte que le circundaba, una brisa de esperanza agitó su alma, y un rayo del sol del porvenir iluminó su frente; empero su masa, antes de lanzarle en las profundidades de lo futuro, quiso anudar en su espíritu la cadena de las tradiciones, sin las que no hay sociedad ni poesía, y llevarle a recorrer primero los venerables restos de lo pasado. Su imaginación debía encontrar todavía en ellos una sociedad homogénea y compacta de religión y de virtud, de grandeza y de gloria, de riqueza y sentimiento, y su pluma no pudo menos de hacer contrastar con lo que hay de mezquino, glacial y ridículo en la época actual, con lo que tienen de magnífico, solemne y sublime los recuerdos de los tiempos caballerescos y religiosos. Y el primero entre nuestros poetas que ha sentido la necesidad de buscar en estas creencias y tradiciones los gérmenes de grandeza y sociabilidad que abrigaban, y que es preciso desenterrar de los abismos de lo pasado los tesoros del porvenir, ha sido también el primero a dar vida poética a nuestros olvidados monumentos religiosos, y a poner en escena las sagradas y grandiosas solemnidades que hacían las delicias de nuestros padres. Bajo su pluma vemos levantarse de entre el polvo y el cieno que la cubren como un sepulcro olvidado, la severa capital del imperio godo, revestida del armiño de sus reyes y de la púrpura de sus prelados, guerrera como sus héroes y sus armas, religiosa y política como sus concilios: trocada después por el árabe voluptuoso en una mansión de placeres, asistimos a sus fiestas y a sus torneos y caballerescas justas, perfumados de los aromas de Oriente, adornados de galas, plumas, seda y pedrería, y respirando el aliento de las huríes de Mahoma; pero en seguida vemos alzarse gigantesca, y descollar por sobre todas estas memorias, la catedral primada, símbolo arquitectural del Cristianismo, con los estandartes de piedra de sus torres, con las lenguas de bronce de sus campanas, y presenciamos los sagrados ritos de la religión más bella que ha existido sobre la tierra, oímos el órgano cantando sus solemnes misterios por la céntuple garganta de los tubos de metal, y escuchamos a la par el canto de los sacerdotes, el crujir de sus tísúes y brocados, y nos deslumbra el brillo de mil lámparas reflejado en el oro de los altares y en los diamantes del tabernáculo; y prosternados con el pueblo que asiste a tan grandioso espectáculo, nos embriagamos de luz y de armonía, de aroma de incienso y de música del cielo, y se apodera de nosotros el éxtasis que remeda en la tierra el arrobo santo de los bienaventurados. En aquel momento los gemidos de dolor cesan; los sollozos de amargura, los ayes de impotencia y despecho se convierten en lágrimas de santa ternura y en himnos de esperanza; el desprecio de la vida y el odio a los hombres da lugar a la idea de la inmortalidad, premio de una existencia de virtudes y amor. La sociedad que veíamos dispersa sobre la superficie de la tierra, reunida bajo las bóvedas del templo nos parece no tener más que un sentimiento, una voz, una oración que elevar al cielo con el humo de sus ofrendas: allí están todas las artes; allí está la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, todas concurriendo a un fin común, todas formando un concierto de los talentos del hombre: el templo abarca toda la vida: la religión completa el cuadro de la poesía como es la clave de la sociedad; y al volver de nuestro arrobamiento, al sentirnos en la realidad de nuestra existencia, no podemos menos de consagrar un suspiro de pesar por esos bellos tiempos que se han perdido, un ¡ay! por esos placeres de nuestros padres, por esa fe que alimentaba su vida, una lágrima por esa religión abandonada. un movimiento de sagrado respeto hacia las venerandas reliquias que de ellas nos quedan. Tal es el efecto de las variadas y profundas sensaciones que este poeta sabe excitar con su maravilloso canto; tal es el cuadro que presentan a mis ojos las páginas de un libro donde algunos no verán tal vez más que figuras dislocadas, versos inconexos, ideas contradictorias; tal es el pensamiento unitario, trascendental y profundamente filosófico que resulta de estas inspiraciones; la idea moral que preside a su redacción, y el hilo de unión que liga con una trama invisible, pero fuerte, los varios trozos de este mosaico precioso. Pero este pensamiento y esta moralidad la buscarán en vano los que crean hallarla en máximas y en tiradas de sentencias. Para lectores de esta clase no ha escrito ZORRILLA, ni, a la verdad, yo tampoco. La filosofía de que yo hablo es una filosofía viva, animada, que transpira y brota en las cosas y no en las palabras, como un jardín delicioso inspira ideas de placer, como, la armonía de un concierto infunde sentimientos de amor o de melancolía, como la vista del cielo y las maravillas de la naturaleza proclaman la existencia de Dios.

    Sin embargo, se me dirá: ¿Ha sido el pensamiento que yo descubro el pensamiento del autor? ¿Tuvo presente el objeto que yo le asigno, al obedecerá las inspiraciones que lo han dictado sus cuadros fantásticos y sus armoniosos himnos? ¿Ha pensado, por ventura, en el fin social de sus versos, y ha pretendido enlazarlos en un conjunto regular y en un sistema poético, el joven genio que no ha hecho acaso más que ceder al ímpetu de su imaginación en una hora de arrebato, y en fijar con la pluma las instantáneas imágenes, las fugaces sensaciones que pasaban por su existencia, tal vez para no recordársele jamás? ¿Ha descendido a estas consideraciones filosóficas, a este análisis moral y religioso de sus obras, a este cálculo previo del plan de sus trabajos? No, sin duda; y si hubiera sido capaz de concebirlo, no lo hubiera sido de realizarlo; el genio no raciocina, y los poetas, como todas las especialidades del mundo, no tienen la conciencia de lo que son, cumplen su destino sin saberlo, o ignoran la teoría de la obra misma que son llamados a edificar, y el poder de los principios mismos que vienen a proclamar y difundir. Por eso, los que viven a su inmediación, suelen juzgarlos con la mayor inexactitud cuando creen ufanos que sólo ellos están en el secreto del genio; y porque ellos ven de cerca una tela tiznada de borrones y manchada con informes figuras, piensan que son ilusiones y fantásticas quimeras los primores que otros ven de lejos en un cuadro lleno de verdad y de vida. Ellos no ven más que al individuo donde debían ver al poeta, no ven más que al autor cuando debían examinar la obra, Y miden al Escorial por la estatura de HERRERA. Oyen los lamentos de un hombre en cuyo rostro suele brillar la alegría, y no saben que son los gemidos de una generación entera los que se exhalan de su pecho, y el llanto de todo un siglo el que humedece las cuerdas de su lira. Ven al mortal afortunado acaso quejarse de una sociedad en que es amado, en que vive tal vez en el seno de los placeres, y no saben que a un alma eminentemente simpática no le bastan los placeres de una existencia sola, y que la esponja de su corazón embebe y derrama la amargura de diez millones de infelices. Ven al hombre del mando, tal vez indiferente e incrédulo, predicando la religión y los misterios, y no conocen la terrible personificación del siglo ateo, obligado a arrastrarse al pie de los altares, buscando un resto de fuego que reanime su helada existencia, e implorando por gracia al cielo una creencia, un rayo de verdad que alumbre a la humanidad y la enseñe la senda de su destino en la espantosa noche del escepticismo que la circunda. No. Ellos no ven ni al hombre moral siquiera, al individuo en sus interioridades, en sus ilusiones, en sus flaquezas, en sus contrastes y en sus misterios; no ven más que al hombre uniformemente vestido del café y del paseo, del teatro y de la orgía, al hombre que se modela por los demás, y que se hace más superficial, más pequeño, más material y positivo de lo que es en el fondo de su corazón, y luego exclaman:-¡He aquí el hombre! ¡He aquí el filósofo! ¡He aquí el poeta! -Pero la sociedad sólo ve el genio, sólo contempla y admira la creación de la inteligencia y de la inspiración. Él se la lanza como la Pitonisa el oráculo, como la estatua de MEMNÓN su armonía: ella la recibe, ella la descifra, ella la comprende.

    Sí, poeta: la sociedad te comprenderá mejor que los sabios y que los eruditos. Tus mágicos preludios no serán perdidos ni infecundos. Sigue a tu grandiosa carrera avanza de tu aurora a tu porvenir de gloria y esplendor. Tú has cantado los dolores del corazón, los misterios del alma, las maravillas de la naturaleza y el poder de la inspiración. Tú, manchado de polvo y de fango el cuadro chillante y desentonado de una civilización anárquica y desnivelada; tú has matizado con los tintes de la luz de Oriente las sombras de la edad pasada, y nos has mostrado una luz todavía encendida en el fondo de los antiguos sepulcros. Sigue. El destino tal vez te reserva otra carrera y te prepara otra corona: tu poesía se lanzará hacia un nuevo período más brillante y más filosófico: tú conoces que lo presente no es digno de ti, pero debes saber también que lo pasado es estéril, que lo que ha muerto una vez no resucita jamás, y que es ley de la Providencia que la humanidad no retroceda nunca. El porvenir te aguarda, ese porvenir misterioso que se cierne sobre la Europa, y con cuyos encantos soñamos como se sueña, en la adolescencia con las gracias de una querida que se forja el corazón. Esa edad porque la juventud suspira, esa edad invocada por los votos de nuestros corazones, esa edad tierra de promisión en este desierto para nuestras fervientes y religiosas esperanzas, tuya es, y antes que nosotros debe llegar a ella esa fantasía que a velas desplegadas boga por el mar de los tiempos. A tu musa está reservado pintar esas maravillas desconocidas y rasgar a nuestros ojos el velo a cuyo través ahora ni vagamente se trasluce. Tú solo serás capaz de realizar, en tus proféticas creaciones, ese apocalipsis de la inteligencia, esa época de reorganización y de armonía en que la grandeza de los antiguos tiempos se multiplique por la belleza y progresos de la civilización moderna, despojada ésta de su egoísmo, como aquéllos de su barbarie, en que una ley universal de justicia, sabiduría y libertad, reúna en una común familia las naciones ahora aisladas, y en que una religión de amor y paz realice sobre la tierra el glorioso destino a que la humanidad es llamada.

    Sí, poeta. Tal vez tus versos nos pinten lo que los políticos no se atreven a calcular; tal vez a tu canto se revele lo que a la filosofía no le es dado prever. La Providencia no te ha hecho aparecer en vano; y pues que te evocó de una tumba, tú debes saber cosas que los mortales ignoramos. Cumple, pues, tu misión sobre la tierra. No importa que los que a sí mismos se desprecian, los que no se creen nacidos con fin alguno, los que piensan que existen arrojados por el acaso como piedras en el pozo de la vida, los que niegan la previsión de la inteligencia suprema, la divinidad del espíritu humano, su imperio sobre el mundo, y los que, a trueque de no reconocer los privilegios del genio, nieguen también su existencia, hayan ridiculizado esa frase tuya, y tomen un pensamiento de piedad por un pensamiento de soberbia. Tú, empero, que crees en ella porque oyes dentro de ti la voz divina que te la dicta, sigue sereno, a pesar de las tempestades que en el horizonte asomen, la inspiración sublime que te lleva a otro mundo. Yo te he visto partir, mi querido amigo; yo también había querido lanzarme en ese océano; pero delante de ti he recogido mis velas, y me he quedado en la ribera, siguiéndote con mi vista y con mis votos. Sí; yo, en mis ilusiones, había, creído también que tenía una misión que cumplir. Has venido tú, y me queda una bien dulce, bien deliciosa: la de admirarte y de ser tu amigo.

    NICOMEDES PASTOR DÍAZ.

    Madrid, 14 de Octubre de 1837.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie 22 Jul 2022, 04:45

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    A la memoria desagraciada del joven literato Don Mariano José de Larra


    Ese vago clamor que rasga el viento
    Es la voz funeral de una campana:
    Vano remedo del postrer lamento
    De un cadáver sombrío y macilento
    Que en sucio polvo dormirá mañana.

    Acabó su misión sobre la tierra,
    Y dejó su existencia carcomida,
    Como una virgen al placer perdida
    Cuelga el profano velo en el altar.
    Miró en el tiempo el porvenir vacío,
    Vacío ya de ensueños y de gloria,
    ¡Y se entregó a ese sueño sin memoria,
    Que nos lleva a otro mundo a despertar!

    Era una flor que marchitó el estío,
    Era una fuente que agotó el verano;
    Ya no se siente su murmullo vano,
    Ya está quemado el tallo de la flor.
    Todavía su aroma se percibe,
    Y ese verde color de la llanura,
    Ese manto de yerba y de frescura,
    Hijos son del arroyo creador.

    Que el poeta en su misión,
    Sobre la tierra que habita
    Es una planta maldita
    Con frutos de bendición.

    Duerme en paz en la tumba solitaria
    Donde no llegue a tu cegado oído
    Más que la triste y funeral plegaria
    Que otro poeta cantará por ti.
    Ésta será una ofrenda de cariño
    Más grata, sí, que la oración de un hombre,
    Para como la lágrima de un niño,
    ¡Memoria del poeta que perdí!

    Si existe un remoto cielo
    De los poetas mansión,
    Y sólo le queda al suelo
    Ese retrato de hielo,
    Fetidez y corrupción,

    ¡Digno presente, por cierto,
    Se deja a la amarga vida!
    ¡Abandonar un desierto
    Y darlo a la despedida
    La fea prenda de un muerto!

    Poeta, si en el no ser
    Hay un recuerdo de ayer,
    Una vida como aquí
    Detrás de ese firmamento...
    Conságrame un pensamiento
    Como el que tengo de ti.



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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Lluvia Abril Sáb 23 Jul 2022, 01:37

    Que sorpresa! También mi paisano merecía estar aquí, así que gracias Pascual. Te seguiré, bueno, a mi ritmo, pero sí porque merece la pena.


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    se acaba la diversión”.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 24 Jul 2022, 06:30

    ME DI CUENTA QUE TU PAISANO ( MÁS DE CIEN MIL VERSOS ESCRITOS) NO ESTABA EN GRANDES AUTORES. VOLVÍ A BUSCAR Y NADA... NI REFERENCIA SUYA...
    PONDRÉ TODO LO QUE HAY SUYO ( A MI RITMO, COMO SUELE DECIR UNA AMIGA MÍA)

    BESOS.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 24 Jul 2022, 06:42

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    2. INTRODUCCIÓN

          Broté como una yerba corrompida
    Al borde de la tumba de un malvado,
    Y mi primer cantar fue a un suicida:
    ¡Agüero fue, por Dios, bien desdichado!

          Al eco de este cántico precito
    Dijo el mundo escuchándome: «Veamos»,
    Y sentóse a mirarme de hito en hito:
    Y el mundo y yo, por mi primer delito,
    Desde entonces mirándonos estamos.

          Dejemos a los muertos en reposo
    Y que duerman en paz, si es su destino;
    Harto haremos en mar tan proceloso
    Como es la vida, en encontrar camino.

          Yo el mío me busqué por las turbadas
    Ondas de aqueste mar, y mi barquilla,
    Por medio de otras muchas que extraviadas
    Bogar sin rumbo vi desesperadas,
    Procuró conducir hacia la orilla.

          Velé, gemí, con angustiado lloro
    Volvíme al cielo y acudí a las ciencias:
    ¿A la ribera tocaré? Lo ignoro;
    Sólo sé que la tengo en mi presencia.

          Al verla, aunque de lejos, lancé un grito,
    Y a impulso de recóndito misterio
    Dióle la soledad eco infinito,
    Y fue, tornado en cántico maldito,
    A expirar en mitad de un cementerio.

          Yo sentí que la tumba me aplaudía,
    Y ansío de gloria al corazón hallando,
    Dije dentro de mí: «La tierra es mía.»
    Y con mayor afán seguí cantando.

          Creí de Dios mi soberano aliento,
    De arcángel mi poder; mi alma altanera
    Me arrebató hacia el alto firmamento,
    Y la región azul del vago viento
    Embelesé con mi canción primera..

          Atrás dejó las águilas que miran
    Con ojo audaz al sol, atrás quedaron
    Las nubes que relámpagos respiran,
    Los soles mil que por espacios giran
    Donde mortales ojos no llegaron.

          Creí el mundo a mis pies; alcé la frente
    Para cantar mi orgullo, y mis oídos
    Del medio de una nube refulgente
    El acento de Dios omnipotente
    Oyeron, de pavor estremecidos.

          «Canta, dijo una voy, tal es tu suerte,
    Pero canta en el polvo que naciste,
    Allí donde jamás han de creerte:
    Canta la vida, mientras va la muerte
    A sí llamando tu existencia triste.»

          Dijo, y me echó a la tierra y a la vida,
    Y al impulso de su hálito divino,
    Con cántiga risueña o dolorida
    La soledad alivio del camino:
    Y cumplo así la ley de mi destino.

          Inunda paz sabrosa
    Mi corazón tranquilo,
    Y dichas y deleites
    Encuentro por doquier:
    Mi ser halló en mi alma
    Inalterable asilo,
    Mi espíritu respira
    El ámbar del placer.

          Y nada me atormenta,
    Ni envidio ni deseo:
    Mi espíritu al abrigo
    De la tormenta está:
    Pasar a las edades
    Indiferente veo;
    Mecido en dulces sueños
    Mi pensamiento va.

          Y a veces me arrebata
    Mi loca fantasía
    En alas de su joven
    Fecunda inspiración;
    Y a un mundo me transporta
    De encanto y de armonía,
    Do gozan mis potencias
    Espléndida ilusión.

          Mi espíritu se libra
    Del cuerpo que le encierra,
    Y grande y poderoso
    Como su Dios se cree,
    Y alcanza desde el cenit
    A la lejana tierra,
    Cual punto en el espacio
    Que apenas no se ve.

          Y el orbe ante mis ojos
    Despliega los misterios
    Que impulsan la infinita
    Y excelsa creación;
    Y hollando los escombros
    De tronos y de imperios,
    Revienta en armonía
    Mi libre corazón.

          Cuanto es en los espacios
    Su ser me patentiza:
    Un templo ante mis ojos
    El universo es,
    Y todo en su recinto
    Se ensalza y diviniza,
    Y la creación entera
    Tendida está a mis pies.

          No hay canto, ni suspiro,
    Lamento ni murmullo,
    Cuyo eco misterioso
    Fingir no sepa yo,
    Que mi niñez mecieron
    Los bosques con su arrullo,
    Y su creencia santa
    La soledad me dió.

          La música comprendo
    Que en las volubles hojas
    Resuena a la presencia
    Del céfiro fugaz;
    Y entiendo en el otoño
    El ¡ay! de sus congojas
    Con que piedad imploran
    Del ábrego tenaz.

          Yo sé cómo susurran
    Con diferentes voces,
    Marchitas en Setiembre,
    Jugosas en Abril;
    Ya rueden con el polvo
    En círculos veloces,
    Ya con su teldo verde
    Coronen el pensil.

          Yo entiendo de las aves
    Los cánticos distintos,
    El saludar al alba
    o huir la tempestad;
    Buscando de las selvas
    Los cóncavos recintos,
    En donde alegres gozan
    Salvaje libertad.

          Entiendo el agorero
    Graznar de la corneja,
    La ronca voz de buitre
    Que huele su festín;
    Del solitario búho
    La temerosa queja,
    Y el amoroso trino
    Del ágil colorín.

          Y el ruido con que vuela
    La errante mariposa,
    Los pasos de la oruga
    Sobre la fresca flor,
    El desigual zumbido
    Con que anda codiciosa
    La abeja, de su cáliz
    Volando en derredor.

          El sol con que su nido
    Columpia la oropéndola,
    Del álamo frondoso
    Suspenso en la altitud,
    Y los murmullos que alzan
    Las ráfagas, meciéndola,
    Haciendo, revoltosas,
    Eterna su inquietud.

          Los mágicos rumores
    Que elevan diferentes
    Las diferentes aguas
    Del bosque o del jardín,
    Cuando los montes surcan
    Sus rápidos torrentes,
    Cuando en los valles buscan
    Sus arroyuelos fin.

          Y el temeroso acento
    De las voraces fieras,
    De la tormenta ronca
    El iracundo son.
    En mis oídos posan
    Las notas lisonjeras
    Que ensalzan y armonizan
    La inmensa creación.

          Conozco de los astros
    La incógnita carrera,
    Del ángel que los guía
    La luminosa faz,
    Y la del ROSTRO SANTO
    Que en ellos reverbera,
    Torrentes derramando
    De vida y claridad.

          Las nubes le saludan
    Con majestuoso trueno,
    La atmósfera lo enciende
    Relámpago veloz,
    La tierra le abre humilde
    Su perfumado seno,
    Y el mar canta su gloria
    Con incesante voz.

          Si airado pestañea,
    Los mandos se estremecen;
    Si torna el rostro, yacen
    En muerta oscuridad,
    Si su hálito les niega,
    Caducan y envejecen:
    El solo es la existencia,
    La luz y la verdad.

          Para Él tiene tan sólo
    La eternidad guarismo,
    Y el número los astros,
    Y las edades fin,
    Y límite el espacio,
    Y término el abismo;
    Y nada se le esconde
    Por lóbrego ni ruin.

          Su dedo es la balanza
    Que en equilibrio tiene
    La máquina gigante
    De su alta creación,
    Y cuanto en ella existe,
    Su dedo lo mantiene,
    Y ese es el Dios que canta
    Mi lengua y mi razón.

          Y voz no hay ni suspiro,
    Lamento ni murmullo,
    Cuyo yo misterioso
    Por Él no entienda yo;
    Que mi niñez meciera
    Los bosques con su arrullo,
    Y su creencia santa
    La soledad me dió.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 24 Jul 2022, 06:47

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    3. A Calderón

    «La venerable Congregación de sacerdotes naturales de esta villa, puso aquí esta inscripción, con permiso de D. Diego Ladrón de Guevara, caballero de la Orden de Calatrava y patrón de esta capilla.»

    (Capilla de San Salvador, sepulcro de D. Pedro Calderón de la Barca.)




    Hay una antigua capilla
    Pobre por su antigüedad,
    Negra por su oscuridad,
    Revocada por la villa,
    Donde se lee en un rincón,
    Más que con ojos con manos:
    «AQUÍ LOS RESTOS HUMANOS
    DE DON PEDRO CALDERÓN.»


    I

    Ave osada, cuyas plumas
    Vistieron de cien colores
    Con sus matices las flores,
    Con su nieve las espumas.
    A cuyos ojos el sol
    Prestó luz y atrevimiento,
    Y a cuyas alas dio viento
    Tu noble aliento español.
    A quien la tierra dió sombra,
    Y la fortuna dió calma,
    A quien un rayo dió el alma,
    Y el universo una alfombra.
    Águila para volar,
    Reina del viento naciste,
    Fénix al mundo saliste
    Para vivir y cantar.
    Aguila fue tu osadía,
    Que con su atrevido vuelo
    Subió arrebatada al cielo
    A beber la luz del día.
    Fénix fueron tus cantares,
    Pues al nacer y al morir
    Sólo se hicieron oír
    Al calor de sus hogares.
    Aguila tus ojos son,
    Y fénix es tu garganta,
    Es fénix la voz que canta,
    Y águila la inspiración.
    Si el águila ojos te da,
    Te da el fénix melodía,
    Para tu luz y armonía,
    Ni ojos ni oídos habrá.
    Mas, por desgracia o fortuna,
    Ya tu garganta está seca,
    Y allá en tu pupila hueca
    No queda mirada alguna.
    Duerme en paz en tu rincón,
    Donde levantó tu gloria
    Una cruz a la memoria
    De DON PEDRO CALDERÓN.
    Que si un mármol reclamó
    Tu grandeza y te le dieron,
    Según lo que le escondieron,
    Parece que les pesó.
    Yaces en un templo, sí,
    Pero en tan bajo lugar,
    Que pareces aguardar
    Hora en que huirte de allí.
    Mucho te guardan del sol:
    ¡Temerán que te ennegrezca!.....
    O tal vez no lo merezca
    Tu ingenio y nombre español.
    En vez de tan vil lugar,
    Si fueras un potentado,
    Sepulcro te hubieran dado
    Delante del mismo altar.
    Porque al magnate altanero
    Le dan virtud y oraciones
    El oro de sus blasones,
    Y su fortuna primero.
    Mas duerme tranquilo ahí;
    En ese rincón inmundo,
    Para sarcasmo del mundo,
    Te basta tu nombre a ti.
    Que imbécil o descuidada
    La malignidad del hombre,
    Dejó olvidado tu nombre
    Sobre el sello de tu nada.

    CONT.




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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom 24 Jul 2022, 06:50

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    3. A Calderón

    II

    Sombra ultrajada, perdona
    Si tu sueño interrumpí,
    Que mi atrevimiento abona
    Lo poco que soy en mí,
    Lo mucho que es tu corona.
    Mis ojos te quieren ver,
    Pero cuando más te miran,
    Más imposible ha de ser.
    ¡Su lumbre van a perder
    Ojos que por ti deliran!
    Mis ojos ven tu laurel,
    Y ver quisieran tu alma;
    Que es martirio bien cruel
    Desesperado al pie dél
    Suspirar por una palma.
    Mas si nada he de poder,
    Digno Calderón, de ti,
    Si el que a llorar venga aquí
    Grande como tú ha de ser,,
    A tu vez llora por mí,
    Que menos no he de volver.
    Pues tu osada inspiración
    Eterna quedó en la historia,
    Duerme en paz en tu rincón,
    Donde levantó tu gloria
    Una cruz...., triste memoria
    De DON PEDRO CALDERÓN.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 25 Jul 2022, 01:00

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    4. TOLEDO

    I

    Negra, ruinosa, sola y olvidada,
    Hundidos ya los pies entre la arena,
    Allí yace Toledo abandonada,
    Azotada del tiento y del turbión.
    Mal envuelta en el manto de sus reyes,
    Aun asoma su frente carcomida;
    Esclava, sin soldados y sin leyes,
    Duerme indolente al pie de su blasón.

    Hoy sólo tiene el gigantesco nombre,
    Parodia con que cubre su vergüenza,
    Parodia vil en que adivina el hombre
    Lo que Toledo la opulenta fue.
    Tiene un templo sumido en una hondura,
    Dos puentes, y entro ruinas y blasones
    Un alcázar sentado en una altura,
    Y un pueblo triste que vegeta al pie.

    El soplo abrasador del cierzo impío
    Ciñó bramando sus tostados muros,
    Y entre las hondas pálidas de un río
    Una ciudad de escombros levantó.
    Está Toledo allí: yace tendida
    En el polvo, sin armas y sin gloria,
    Monumento elevado a la memoria
    De otra ciudad inmensa que se hundió.

    Alguna vez sobre la noche umbría,
    De este montón de cieno y de memorias
    Se levanta dulcísima armonía....,
    Cruza las sombras cenicienta luz:
    Se oye la voz del órgano que rueda
    Sobre la voz del viento y de las preces;
    Una hora después apenas queda
    Un altar, un sepulcro y una cruz.

    Apenas halla la tardía luna,
    Al través de los vidrios de colores
    El brillo de una lámpara moruna
    Colgada al apagarse en un altar;
    Apenas entreabierta una ventana
    Anuncia un ser que sufre, llora o vela;
    Que el pueblo sin ayer y sin mañana
    Yace inerme dormido ante el hogar.

    Acaso al gemir del viento,
    Ese pueblo, en la alta noche,
    Alza el rostro macilento
    Despertando con pavor;
    Fingiendo en la sombra oscura
    La mal abierta pupila,
    La transparente figura
    De un fantasma aterrador.
    Entonces en su memoria
    Se levantan confundidas
    Una bruja y una historia
    De la santa religión,
    Mientra, en el polvo la frente,
    A la bruja, o a María
    Dirige indistintamente
    Su sacrílega oración.
    Y en su ignorancia grosera
    Mezcla acaso en un ensueño
    El nombre de una hechicera
    Con el nombre de Jehová.
    Con el vaticinio inmundo
    De un saludador infamo,
    El del Redentor del mundo
    En torpe amalgama va.
    La luna en tanto pasea
    Cruzando el azul tranquilo,
    Y los despojos blanquea
    De tanta generación;
    Esas páginas sin nombre,
    Cifras de un siglo ignorado,
    Que alzó la mano del hombre
    Del hombre para baldón.
    Esas santas catedrales,
    Cuyos pardos capiteles,
    Cuyos pintados cristales,
    Cuya bóveda ojival,
    Cuyo color ceniciento,
    Cuyo silencio solemne,
    Cobijan por pavimento
    Una losa sepulcral.
    Sobre ella los vivos cantan,
    A par de ruidosa orquesta,
    Cantares que se levantan
    Hasta los pies del Señor:
    Sobre ella flota el perfume
    Que la atmósfera embalsama,
    Y en oblación se consume
    Oro y mirra al Criador.
    Sobre ella en noche lluviosa,
    Al bramar del viento bravo,
    Armonía misteriosa
    En el templo se hace oír.
    Es un cántico tremendo,
    Ronco, vago, agonizante,
    Una voz que está pidiendo
    Por los que van a morir.
    Es la voz del himno santo,
    Del terrible Miserere,
    Cuyo monótono canto
    Miedo infunde al corazón:
    Y en la bóveda rodando,
    Saliendo al aire flotante,
    Al mundo va predicando
    Una santa religión.
    Y bajo la piedra helada,
    De los hombres que murieron
    Se oye la voz apagada
    El triste salmo decir:
    Y la campana sonora
    Remedándola en el aire,
    Con la voz de alguna hora
    La hace en el aire morir.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 25 Jul 2022, 01:03

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    4. TOLEDO

    II (?)

    Duerme ¡oh Toledo! en la espumante orilla
    De ese torrente que a tus pies murmura,
    Que con agua pesada y amarilla
    Roe y devora tu muralla oscura,
    Que llora avergonzado tu mancilla,
    Tu perdida riqueza y tu hermosura,
    Y calla por piedad a las naciones
    Que yacen en su fondo tus blasones.
    Duerme, sí, con tus fábulas sagradas,
    Los ángeles y brujas de tus cuentos,
    Las danzas de los santos con las fadas,
    Los misterios ocultos en los vientos;
    Duerme, sí, con tus farsas parodiadas,
    Prenda de tus señores opulentos:
    Sepulta en barro tu diadema de oro
    Y canta en derredor de tu tesoro.

    Hubo unos días de gloria
    Vanos recuerdos de ayer:
    Apenas hoy de esa historia
    Nos queda un Zocodover,
    U otro nombre, en la memoria.
    Ceñida entonces la plaza
    De ancho tapiz toledano,
    En la arena húmeda emplaza
    Un moro de noble raza
    A algún capitán cristiano.
    Vestidos están de flores,
    Que avergüenzan un jardín,
    Balcones y miradores;
    Cristales son de colores
    Los del Miramamolín.
    Sólo abierto hay un balcón,
    Y es el balcón del Sultán,
    Y armados de alto lanzón
    Jinetes debajo están
    Por respeto a la función.
    Y las musulmanas bellas
    Detrás de las celosías
    Muestran ocultas estrellas
    Sus ojos, que en tales días
    No hubiera luces sin ellas.
    ¡Bellas son las orientales!
    Delicados como espumas
    Sus prendidos y sus chales,
    Que mece en ondas iguales
    Un abanico de plumas.
    Por eso, celoso el moro,
    Tendió en sus ojos un velo,
    Que es más rico su tesoro
    Que el color azul del cielo
    Teñido en franjas de oro.
    Derraman desde la altura
    Aguas de olor en la arena,
    Que dan aroma y frescura,
    Y agitan el aura pura
    De aurora blanca y serena.
    Y en redes de oro, colgadas
    De las tres torres mayores,
    De luz y de aire embriagadas,
    Cantan y vuelan cerradas
    Aves de gayos colores.
    Gala del hombre de Oriente
    Era la altiva Toledo:
    Hoy conserva solamente
    Cieno en la caduca frente,
    Y dentro del alma miedo.
    La árabe Zocodover,
    Solitaria y carcomida,
    Puede apenas sostener
    La memoria de su vida,
    Amenazando caer.
    Hoy a las cañas de moros
    A lo más ha reemplazado
    Con una farsa de toros,
    Y a los adufes sonoros
    Con los gritos de un mercado.
    Y porque consuelo alguno
    Quedar a Toledo pueda,
    Robóle el tiempo importuno
    Hasta la alfombra de seda
    Del alto alcázar moruno.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 25 Jul 2022, 01:05

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    4. TOLEDO

    III

    Hoy un templo de gótica estructura,
    Y escombros sin historias y sin nombre,
    En su deforme y colosal figura
    Su sentencia mortal muestran al hombre.
    Y es fama que se encienden todavía
    En el templo las lámparas sagradas,
    Y que vibrar se escuchan noche y día
    Del órgano las notas aceradas.
    Aun existe una página de roca
    En que leer deletreando apenas
    La era en que una tribu noble o loca
    Cesó de darnos timbres o cadenas.
    Aun hay mirra, hay pebetes y hay alfombras
    En que a través de seda y pedrería
    Alcanza el pensamiento entre las sombras
    Lo que Toledo la árabe sería.
    Esos son los suntuosos funerales
    De tanta gala, pompa y hermosura;
    Quedan, en vez de cantos orientales,
    Himnos al Dios que mora en el altura.

    Ya no hay cañas, ni torneos
    Ni moriscas cantilenas,
    Ni entre las negras almenas
    Moros ocultos están;
    Hoy se ven sin celosías
    Miradores y ventanas,
    No hay danzas ya de sultanas
    En el jardín del Sultán.
    Ya no hay dorados salones
    En alcázares Reales,
    Gabinetes orientales
    Consagrados al placer;
    Ya no hay mujeres morenas
    En lechos de terciopelo,
    Prometidas en un cielo
    Que los moros no han de ver.
    Ya no hay pájaros de Oriente
    Presos en redes de oro,
    Cuyo cántico sonoro,
    Cuyo pintado color,
    Presten al aire armonía
    Mientras en baño de olores
    Dormita, soñando amores,
    El opulento señor.
    No hay una edad de placeres
    Como fue la edad moruna;
    Igual a aquella ninguna,
    Porque no puede haber dos;
    Pero hay en gótica torre
    De parda iglesia cristiana
    Una gigante campana
    Con el acento de un Dios.
    Hay un templo sostenido
    En cien góticos pilares,
    Y cruces en los altares,
    Y una santa religión;
    Y hay un pueblo prosternado
    Que eleva a Dios su plegaria
    A la llama solitaria
    De la fe del corazón.

    CONT.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun 25 Jul 2022, 01:07

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    4. TOLEDO

    IV

    Hay un Dios cuyo nombre guarda el viento
    En los pliegues del ronco torbellino,
    A cuya voz vacila el firmamento
    Y el hondo porvenir rasga el destino.
    La cifra de ese nombre vive escrita
    En el impuro corazón del hombre,
    Y él adora en un árabe mezquita
    La misteriosa cifra de ese nombre.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 26 Jul 2022, 04:08

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    5. EL RELOJ

    Cuando en la noche sombría
    Con la luna cenicienta,
    De un alto reloj se cuenta
    La voz que dobla a compás;
    Si al cruzar la extensa plaza
    Se ve en si! tarda carrera
    Rodar la mano en la esfera,
    Dejando un signo detrás,

    Se fijan allí los ojos,
    Y el corazón se estremece,
    Que según el tiempo crece,
    Más pequeño el tiempo es;
    Que va rodando la mano,
    Y la existencia va en ella,
    Y es la existencia mas bella
    Porque se pierde después.

    ¡Tremenda cosa es pasando
    Oír, entre el ronco viento,
    Cuál se despliega violento
    Desde un negro capitel
    El son triste y compasado
    Del reloj, que da una hora
    En la campana sonora
    Que está colgada sobre él!

    Aquel misterioso círculo,
    De una eternidad emblema,
    Que está como un anatema
    Colgado en una pared,
    Rostro de un ser invisible
    En una torre asomado,
    Del gótico cincelado
    Envuelto en la densa red,

    Parece un ángel que aguarda
    La hora de romper el nudo
    Que ata el orbe, y cuenta mudo
    Las horas que ve pasar;
    Y avisa al mundo dormido,
    Con la punzante campana,
    Las horas que habrá mañana
    De menos al despertar.

    Parece el ojo del tiempo,
    Cuya viviente pupila
    Medita y marca tranquila
    El paso a la eternidad;
    La envió a reír de los hombres
    La Omnipotencia divina,
    Creó el sol que la, ilumina,
    Porque el sol es la verdad.

    Así a la luz de esa hoguera
    Que ha suspendido en la altura,
    Crece la humana locura,
    Mengua el tiempo en el reló;
    El sol alumbra las horas
    Y el reloj los soles cuenta,
    Porque en su marcha violenta
    No vuelva el sol que pasó.

    Tremenda cosa es, por cierto,
    Ver que un pueblo se levanta
    Y se embriaga y ríe y canta
    De una plaza en derredor;
    Y ver en la negra torre
    Inmoble un reloj marcando
    Las horas que va pasando
    En su báquico furor.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 26 Jul 2022, 04:12

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    5. EL RELOJ (Cont.)

    Tal vez detrás de la esfera
    Algún espíritu yace
    Que rápidamente hace
    Ambos punzones rodar
    Quizá al declinar el día,
    Para hundirse en Occidente
    Asoma la calva frente,
    El universo a mirar.

    Quizá a la luz de la luna
    Allá en la noche callada,
    Sobre la torre elevada
    A meditar se asentó:
    Y por la abierta ventana,
    Angustiado el moribundo,
    Al despedirse del mundo
    De horror transido le vio.

    Quizá asomando a la esfera
    La noche pasa y los días,
    Marcando la hora postrera
    De los que habrán de morir;
    Quizá, la esfera arrancando,
    Asome al oscuro hueco
    El rostro nervioso y seco
    Con sardónico reír.

    ¡Ay, que es muy duro el destino
    De nuestra existencia ver
    En un misterioso círculo
    Trazado en una pared!
    Ver en números escrito
    De nuestro orgulloso ser
    La miseria..., el polvo..., nada,
    Lo que será nuestro fue.
    Es triste oír de una péndola
    El compasado caer
    Como se oyera el rüido
    De los descarnados pies
    De la muerte, que viniera
    Nuestra existencia a, romper;
    Oír su golpe acerado
    Repetido una, dos, tres,
    Mil veces, igual, continuo
    Como la primera vez.
    Y en tanto por el Oriente
    Sube el sol, vuelve a caer,
    Tiende la noche su sombra,
    Y vuelve el sol otra» vez,
    Y viene la primavera,
    Y el crudo invierno también,
    Pasa el ardiente verano,
    Pasa el otoño, y se ven
    Tostadas hojas y flores
    Desde las ramas caer.
    Y el reloj dando las horas
    Que no habrán más de volver;
    Y murmurando a compás
    Una sentencia cruel,
    Susurra el péndulo: «¡Nunca,
    Nunca, nunca vuelve a ser
    Lo que allá en la eternidad
    Una vez contado fue!»

    (Fin de EL RELOJ)


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 26 Jul 2022, 04:21

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    6. LA LUNA DE ENERO

    El prado está sin verdura,
    Y los jardines sin flores,
    No cantan los ruiseñores
    Amores en la espesura.
    No se oye el dulce murmullo
    Del viento, que ronco brama,
    No brota en la seca rama
    Tierno y pintado capullo.
    No saltan serenas fuentes
    Por entre sutiles bocas,
    Que ruedan desde las rocas,
    En vez de arroyos, torrentes.
    La luz que los aires puebla
    Pesada, amarilla y tarda,
    Se pierde en la sombra parda
    De la perezosa niebla.
    Se viste el color del cielo
    Color de los funerales,
    Y son del alba cristales
    Los carámbanos de hielo.
    Brota a los rudos estragos
    Con que el invierno la abruma,
    La tierra nieblas y lagos,
    El mar montañas de espuma.
    Y hacinados de ancha hoguera
    Los hombres en derredor,
    Contemplan el resplandor
    Que asalta la azul esfera.
    Y baja amarillo el río,
    Y entre sus ondas pesadas
    Trae las ramas desgajadas
    Al furor del cierzo impío.
    Mas la noche silenciosa
    Por el firmamento sube,
    Sin que la manche una nube,
    Engalanada y vistosa.
    Que en vez de sombra importuna
    Vienen siguiendo sus huellas
    Mil ejércitos de estrellas,
    Cortesanas de la luna.
    Que la noche, en recompensa,
    Callando los vendavales,
    Enciende sus mil fanales
    Sobre la atmósfera inmensa.
    ¡Qué bella es la luz de plata
    Con que la noche se viste
    Después del día más triste
    De la estación más ingrata!
    Se ven en la oscuridad,
    Como soldados que velan,
    Cuál con la lluvia riëlan
    Las torres de la ciudad.
    Se sienten rodar inquietas,
    Lanzando un grito violento
    Al brusco empuje del viento,
    Sobre el punzón las veletas.
    Y en las mansiones vecinas
    Los vidrios de las ventanas
    Remedan las luces vanas
    Colgadas en las esquinas.
    No hay sombra en que no veamos
    Alguna fantasma oculta,
    Que porque más la temamos,
    La noche la sombra abulta.
    Pues por completa ilusión
    La noche miente tan bien,
    Que las cosas que se ven
    No son las cosas que son.
    El aire cristales miente,
    Plata los pliegues del río,
    Lluvia de ámbar el rocío,
    Nácar y perlas la fuente.
    Y alza a lo lejos el monte,
    Como filas de soldados,
    Mil peñascos apiñados
    Que guardan el horizonte.
    ¡Bello es entonces cantar
    Con enamorado acento,
    Versos que cruzan el viento
    Para nacer y expirar!
    Bello es en la sombra oscura
    Ver una ondulante falda,
    Y adivinar una espalda
    Sobre una esbelta cintura.
    Pensar un velo sutil
    Ocultar un blanco cuello,
    Y buscar detrás de aquello
    Un elegante perfil.
    Y alcanzar por entre el velo
    Dos ojos o dos centellas,
    Que iluminan como estrellas
    El espacio de aquel cielo.
    Hasta la misma amargura
    Es tal vez menos amarga,
    Que cuanto la noche alarga
    Adquiero más hermosura;
    Que en una noche tranquila
    Parece el cielo, en verdad,
    Ojo de la eternidad,
    Y la luna su pupila.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar 26 Jul 2022, 04:24

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    6. LA LUNA DE ENERO. (Cont.)

    Reina de los astros,¡Luna!,
    Como tu luz no hay ninguna;
    Si el alba tiene arrebol,
    Si tiene rayos el sol,
    Su luz de fuego importuna.
    Cansa por cierto ese ardor
    Con claridad tan extrema;
    Bello es del alba el color,
    Bello del sol el calor,
    Pero tanta lumbre quema.
    ¡Oh, de la tuya templada
    Es fantástico el imperio!
    Tú con tu luz plateada
    Das de la sombra a la nada
    Los contornos del misterio.
    ¡Oh noches encantadoras,
    Volved con tanta riqueza!
    ¡Hermosas son vuestras horas,
    Que embellecen seductoras
    Del ánima la tristeza y
    Como aquéllas ¡no hay alguna;
    Que en vez de sombra importuna
    Traen por orgullo con ellas
    Mil ejércitos de estrellas
    Cortesanas de la luna.

    FIN DE LA LUNA DE ENERO


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:12

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    7. A UNA MUJER

    Ayer el alba amarilla,
    Al anunciar la mañana,
    Pintaba de tu ventana
    El transparente cristal;
    Ayer la flotante brisa
    Daba a la atmósfera olores,
    Meciendo las gayas flores
    Sobre el tallo desigual.

    Ayer, al rumor tranquilo
    De la corriente vecina,
    En la orilla cristalina
    Se bañaba el ruiseñor;
    Y pájaros, flores, fuentes,
    Saludando al nuevo día,
    Le prestaban armonía
    En cambio de su color.

    Ayer era el sol brillante,
    El cielo azul y sereno,
    El jardín fresco y ameno,
    Y delicioso el vivir;
    Eras tú niña y hermosa,
    Sin rubor sobre la frente,
    Tu velar era inocente,
    Inocente tu dormir.

    Tú reías y cantabas,
    Niña o ángel en el suelo,
    Y tus risas en el cielo
    Eran guirnaldas tal vez:
    Estrellas eran tus ojos,
    Cántico vago tu acento,
    Blando perfume tu aliento,
    Luz de la aurora tu tez.

    Entonces, niña, en tu mente
    No resonaban las horas,
    Ni apenaban seductoras
    Fantasmas al corazón;
    No te pintaba tu sueño
    Entre la sombra callada
    Un suspiro, una mirada
    En voluptuosa ilusión.

    Para ti no había tiempo,
    Todo era paz, todo flores,
    No había infierno de amores,
    Ni fastidio del placer;
    Un poeta te cantaba
    Melancólicos cantares,
    Y la voz de sus pesares
    No comprendías ayer.

    ¡Pobre niña! ¿Qué se han hecho
    Los delirios de tu infancia?
    ¿Qué has hecho de tu fragancia,
    Marchita olvidada flor?
    Tus hojas yacen quemadas,
    Tu cáliz vacío y seco,
    Tu tallo quebrado y hueco,
    El sol no te da color.

    Niña de los negros ojos,
    ¿A qué viniste a la tierra?
    Rosa nacida entre abrojos,
    ¿Qué esperas del mundo, di?
    Una brisa corrompida,
    Fétida, hedionda, te mece,
    Tu aroma se desvanece.....
    ¿Quién demandará por ti?

    Ángel mío, vuelve al cielo
    Antes que el mundo te vea,
    Que los placeres del suelo
    Placeres malditos son.
    ¡Oh! Por el gozo de un día
    No compres, no, tu tormento;
    El cielo es sólo, ¡alma mía!,
    De los ángeles mansión.

    ¡Hoy es tarde!.... ¡Eres mujer!
    Leo en tu frente humillada
    El porvenir de la nada
    Entre las huellas de ayer.
    Veo en tu rostro bullir
    Ese torcedor secreto.....
    ¡Tu velar es hoy inquieto,
    Es inquieto tu dormir!
    Lívida está tu mejilla,
    En desorden tus cabellos.....
    Mujer, mal prendida en ellos
    Olvidada, una flor brilla.
    Anoche, en vez de oración,
    Desesperada en el lecho,
    Exhalaste de tu pecho
    Sacrílega maldición.
    Que en el cristal transparente
    Contemplastes aterrada
    Del negro crimen grabada
    La marca infame en la frente.
    Que mal sujeta a tus flores
    Entre tus gasas y lazos,
    Rasgando van a pedazos
    Tu hermosura los dolores.
    ¡Ay! Inútilmente lloras
    El desvanecido encanto;
    Entre las ondas del llanto
    No vuelven, mujer, las horas.
    Dióte el mundo oro y placeres
    Cumpliendo al fin tus afanes,
    Ídolo de los galanes,
    Envidia de las mujeres;
    Y a luz salistes ufana
    Con tu hermosura ¡oh mujer!
    Sin acordarte de ayer,
    ¡Y sin pensar en mañana!
    ¡Ay! En la tumba concluyen
    El gozar y el padecer
    Del mundo vano,
    Y los vicios nos destruyen
    Y nos matan ¡oh mujer!
    Tarde o temprano.

    CONT.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:27

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    7. A UNA MUJER. (CONT).

    Y tú, caída palmera......
    Porque vendiste tu amor
    A precio infame,.
    Has querido, vil ramera,
    Que a tus puertas el dolor
    Más presto llame.
    .........................................................
    .........................................................
    Tal vez lúbrico magnate
    Te inundó por un placer
    De oro y cariño,
    Y mientras su rey combate,
    Él te cobija, mujer,
    Bajo su armiño.

    Tal vez coronada frente
    Descansó en tu impuro pecho,
    Tu amor comprando,
    Y hoy el mendigo indigente
    Te negará el pobre lecho,
    Tu frente hollando

    Pasaron, niña, los días,
    Con ellos las ilusiones
    Infantiles,
    Con ellos vienen impías
    Las tormentas y aquilones
    De tus abriles.

    Con ellos llanto y dolores,
    Remordimiento, amargura
    Y desengaños:
    Que en sus pliegues roedores,
    Gala, placer y hermosura
    Hunden los años.

    ¡Murió! La voz de la fatal campana
    Apagó su memoria y en oración;
    Nadie su nombre buscará mañana;
    Yace su tumba en fétido rincón.
    Aquel clamor fatídico y doliente
    Se plegó entre las flores del jardín,
    Vibró con los cristales de la fuente,
    Rodó sobre los brindis del festín.
    Y en oculto elegante gabinete,
    Brusco y agudo penetró también,
    Y se estrelló entre el humo del pebete
    De alguna hermosa en la tocada sien.
    Pero una sola lágrima, un gemido
    Sobre sus restos a ofrecer no van,
    Que es sudario de infames el olvido.....
    ¡Bien con su nombre en su sepulcro están!


    (FIN DE A UNA MUJER)


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:30

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    8. ORIENTAL

    Dueña de la negra toca,
    La del morado monjil,
    Por un beso de tu boca
    Diera a Granada Boabdil.
    Diera la lanza mejor
    Del Zenete más bizarro,
    Y con su fresco verdor
    Toda una orilla del Darro.
    Diera las fiestas de toros,
    Y si fueran en sus manos,
    Con las zambras de los moros
    El valor de los cristianos.
    Diera alfombras orientales,
    Y armaduras y pebetes,
    Y diera.... -¡que tanto vales!-
    Hasta cuarenta jinetes.
    Porque tus ojos son bellos,
    Porque la luz de la aurora
    Sube al Oriente desde ellos,
    Y el mundo su lumbre dora.
    Tus labios son un rubí
    Partido por gala en dos....
    Le arrancaron para ti
    De la corona de un Dios.
    De tus labios, la sonrisa,
    La paz, de tu lengua mana....
    Leve, aérea como brisa
    De purpurina mañana.
    ¡Oh, qué hermosa nazarena
    Para un harén oriental,
    Suelta la negra melena
    Sobre el cuello de cristal,
    En lecho de terciopelo,
    Entro una nube de aroma,
    Y envuelta en el blanco velo
    De las hijas de Mahoma!
    Ven a Córdoba, cristiana,
    Sultana serás allí,
    Y el Sultán será ¡oh Sultana!
    Un esclavo para ti.
    Te dará tanta riqueza,
    Tanta gala tunecina,
    Que has de juzgar tu belleza
    Para pagarle, mezquina.

    Dueña de la negra toca,
    Por un beso de tu boca
    Diera un reino Boabdil;
    Y yo por ello, cristiana,
    Te diera de buena gana
    Mil cielos, si fueran mil.


    _________________
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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:33

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    9. A VENECIA

    I

    Allí está, Venecia, la dueña opulenta
    De antiguos, y nobles, y libres blasones,
    Venecia la hermosa, la villa que cuenta
    Que a sueldo tenía soberbias naciones,
    Señora del mar.

    Que cuenta que un día imperios y reyes
    Su gala envidiaron, su nombre temieron,
    Y el mar y la tierra besaron sus leyes,
    -Y enviáronla buques, soldados la dieron;
    Porque ella supiera batirse y triunfar.

    Un día a sus ojos la tierra callaba,
    Un día su nombre la tierra llenaba:
    Pasaron los días, Venecia pasó.
    Hoy es una viuda y hermosa Sultana,
    Que tiene su corte ridícula y vana
    Allá en un palacio que el Sultán la dió.

    ¡Venecia la encantadora,
    La de los pardos pilares,
    De las ciudades señora,
    La señora de los mares,
    La corona de jardines
    Colgada sobre canales!
    No son tu gala y festines
    Los que valen lo que vales.
    Hechizo de Italia, sí,
    Mas del poeta la lira
    No es por ti por quien suspira,
    No, Venecia, no es por ti.

    ¿Qué valen tus gondoleros,
    Y tus regatas vistosas,
    Tus republicanos fueros,
    Tus máscaras revoltosas,
    Y tus timbres altaneros,
    Sin los ojos hechiceros
    De tus hermosas?

    ¡Ay, que tus días pasaron!....
    Venecia, la maravilla,
    A quien monarcas doblaron
    Otro tiempo la rodilla,
    Tus timbres ¡ay! se borraron,
    Tus señores olvidaron
    La hermosa villa.

    Antigua reina del mar,
    Mal encubres tu caída
    Tus bodas al celebrar
    Con la posesión perdida.
    Llora, Venecia, sí, llora,
    Haz duelo en amargo llanto,
    Que tus esclavos, señora,
    Escupen sobre tu manto.
    Reina, tu Adriático brama
    Lejos ya de tus confines,
    Olvídale, noble dama,
    Entre danzas y festines.

    Tu patrono ha encanecido,
    Tu raudo león no vuela,
    Sobre sus garras dormido,
    Por tu grandeza no vela;
    Brioso alazán herido,
    Su caballero ha perdido
    Freno y espuela.

    Un capricho que pasó,
    Matrona opulenta, fuiste;
    Tu Príncipe te olvidó;
    Hermosa, ya envejeciste
    Y tu tez se marchitó:
    ¡No pienses, Venecia, no,
    En lo que fuiste!

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:34

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    9. A VENECIA

    II

    ¡Reír, cantar, beber, corta es la vida!
    Reír, hasta que seca la garganta
    Niega paso a la voz enronquecida;
    Cantar, hasta que el alba se levanta,
    Que yace en el Adriático dormida.
    ¡Opulenta Venecia, ríe y cantal
    Ríe y canta, señora de los mares,
    Que la risa y la voz cubren el llanto;
    Y mientras roe el tiempo tus pilares,
    Y deslustra la lluvia el áureo manto,
    Risa, y juego, y festines, y cantares.....
    Rueden las horas del dolor en tanto.

    Porque la voz de una orgía
    La voz de un enfermo apaga,,
    Que un suspiro de agonía
    No penetra en un festín.
    Canta, Venecia la bella,
    Para cubrir el crujido
    De tu poder que se estrella,
    Y va rodando a sa fin.

    Levanta una carcajada
    Para apagar un gemido,
    Fatídica campanada
    Preludio de un funeral;
    Melancólica armonía
    Que en la bóveda del templo
    Vibra al expirar el día,
    Y es un canto sepulcral.
    Porque, pese a tus placeres.
    A tu pompa y tu hermosura,
    Hoy, Venecia, sólo eres
    Una memoria de ayer,
    Un sepulcro cincelado
    Entro flores y perfumes,
    Donde yace abandonado
    Ta carcomido poder.
    Un velo blanco de lino
    De una virgen desgraciada,
    Ofrenda al verbo divino
    Suspendida en un altar;
    Barro inmundo en que grabaron,
    Con mano desesperada,
    El nombre que te legaron
    Tantos siglos al pasar.

    Tu ley sea el placer, ciudad gigante:
    ¡Reír, cantar, beber, corta es la vida!
    Que en un festín espléndido y brillante,
    Duerme el pasado, el porvenir se olvida.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:38

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    10. UN RECUERDO Y UN SUSPIRO

    Volvió la vida a latir,
    Volvió el alma a delirar,
    Volvió el ardor de sentir,
    y el infierno de vivir
    Y el paraíso de amar.


    D. NICOMEDES PASTOR DÍAZ.






    I

    Bella es la luz de la rosada aurora
    Y una. mañana del quemado estío,
    Cuando con tibia púrpura colora
    Las transparentes gotas del rocío.

    Cuando inundan el aire de armonía
    Las aves en las hojas apiñadas,
    Cuando la tierra, saludando al día,
    Desata ríos, fuentes y cascadas.

    Cuando se mecen las abiertas flores
    Al blando arrullo de la brisa errante,
    Y pasa el aura prodigando olores
    Su inmenso velo al desplegar flotante.

    Cuando en sus torres, la ciudad dormida
    Vibra ronca la voz de la campana,
    Señal primera de que vuelve a vida
    Y bendice la luz de la mañana.

    Bello es el sol allá en el horizonte
    Cuando alza ufano la radiante esfera,
    Gigante que, trepando por el monte,
    Del mundo el sueño a sorprender viniera.

    Bella es la tarde con su parda sombra
    Que el ruido apaga y el espacio puebla,
    Cuando del mundo en la gastada alfombra
    Tiende su manto de azulada niebla.

    Bella es la noche cuando en paz camina
    Entre sublime oscuridad velada,
    Al opaco fulgor con que ilumina
    Esa luna de estrellas coronada.

    ¡Bello es el mundo, sí, la vida es bella!...
    Dios en sus obras el placer derrama:
    Sólo no encuentra su contento en ella
    Un corazón que el imposible ama.

    Él sólo melancólico suspira
    Cuando el alba purpúrea se eleva:
    Él sólo melancólico la mira
    Cómo en sus pliegues su esperanza lleva.

    Sólo él sabe que el sol en Occidente
    Al sepultarse, le arrebata un día,
    Y la noche, al caer sobre su frente
    Con su misterio aumenta su agonía.

    Sus ojos ven el alba, y ven las flores,
    Ven la luz, y la sombra, y las estrellas,
    Ven las horas rodar y sus dolores
    ¡Rodar también para volver con ellas!

    ¡Corazón que no has amado,
    Tú no sabes el dolor
    De un corazón acosado,
    Carcomido y desgarrado
    Por amarguras de amor!

    No sabes cómo se llora
    Con ese llanto que quema,
    Con la noche y con la aurora,
    Con ese sol que colora
    En la frente un anatema.

    Se llora con el placer,
    Se llora con el pesar,
    Con el recuerdo de ayer,
    Y mañana hay que llorar
    Si nos ama una mujer.

    Tú, velado a la tormenta
    De borrascosa pasión,
    No sabes cómo se aumenta,
    Cómo inflamada revienta
    La pena en el corazón.

    Cómo le devora eterno
    Ese esperar indeciso,
    Cómo abrasa el fuego interno
    De tener hoy un infierno
    Donde estuvo un paraíso.

    ¡Amar y no ser amado!
    ¡Sentir y no consentir!
    ¡Morir viviendo olvidado!
    ¡Ay! ¡Morir de enamorado
    Y no poderlo decir!

    ¡Bullir en el pensamiento
    El bello ser de otro ser.....
    Y ese roedor tormento,
    Que hemos bebido en el viento,
    En la voz de una mujer!

    Sí, mis oídos la oyeron,
    Mis ojos la contemplaron;
    Era hermosa y Ia creyeron.....
    Mis oídos me mintieron
    O sus ojos me engañaron.

    Era un ángel tal vez; descendió al suelo
    Para dejar sobre la tierra impía
    Alguna oculta maldición del cielo,
    Y un reguero de luz y de armonía.

    La amé al pasar, y me dejó pasando,
    Y por único alivio en mi honda pena,
    «Canta», me dijo, y la visión flotando
    Se deshizo en la atmósfera serena.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:41

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    10. UN RECUERDO Y UN SUSPIRO

    II

    A D. N. PASTOR DÍAZ


    Poeta, ven y cantemos
    A una voz nuestros amores;
    En un arpa los lloremos,
    Que bien cobijarse vemos
    A un árbol dos ruiseñores.

    Yo tu dolor cantará,
    Tú cantarás mi dolor,
    Que igual el de entrambos fue,
    Y harto yo solo lloró
    Una mujer, un amor.

    Hagamos doliente y tierno
    A nuestro canto improviso,
    Del mundo un recuerdo eterno,
    Y donde estuvo un infierno
    Alcemos un paraíso.


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:46

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    11. A DON JACINTO DE SALAS Y QUIROGA

    Es el poeta en su misión de hierro,
    Sobre el sucio pantano de la vida,
    Blanca flor que, del tallo desprendida,
    Arrastra por el suelo el huracán
    Un ángel que pecó en el firmamento,
    Y el Señor en su cólera le envía
    Para arrostrar sobre la tierra impía
    Largas horas de lágrimas y afán.

    Por eso su memoria tiene un cielo,
    Y una sublime inspiración su alma;
    Por eso el corazón, de triste duelo
    Vestido está también.
    Que por único alivio en su tormento
    Sólo le queda una canción inútil,
    Y una corona que la arranca el viento
    De la abrasada sien.

    Tú lo sabes mejor, que lo has llorado,
    Poeta del dolor, bardo sombrío;
    Tú que a remotos climas has llevado
    Tu noble y melancólico cantar,
    Como los pliegues de la parda niebla
    Errante cruza un ave misteriosa,
    Y de armonía con sus cantos puebla
    La corrompida atmósfera, al pasar.

    Que tú a la vida naciste
    Como pacífico arrullo
    De aislada tórtola triste;
    Como fuente abandonada
    Que levanta su murmullo
    Sobre la peña olvidada.
    Como el ósculo inocente
    Con que el maternal cariño

    Selló la tranquila frente
    De su hijo más pequeño;
    Como el suspiro de un niño
    Al despertar de su sueño.

    Cumple, sí, tu misión sobre la tierra,
    Camina en paz, errante peregrino,
    Hasta leer el porvenir que encierra
    El libro del destino
    Escrito para ti;
    Hasta que expiren los revueltos días
    Que señaló en su mente Jehová,
    Y en tu destierro tu delito expías,
    ¡Ay! porque escrito está
    Que has de salir de aquí.

    De aquí, del hediondo suelo
    Donde te mandó el Señor
    Detener tu raudo vuelo,
    Para cantar tu dolor
    Sin que se oyera en el cielo.
    Y bien posó tu amargura
    Al traerte a esta mansión,
    Dando al hombre en su locura
    Una soñada ventura
    Que no está en tu corazón.
    Que él no comprende el tormento
    Que tu espíritu combate,
    Ese amargo sentimiento
    Que tu noble orgullo abate,
    Nacido en tu pensamiento.
    -« Hay una flor que embalsama
    »El ambiente de la vida,
    »Y su fragancia perdida
    »Tan sólo no se derrama
    »En tu alma dolorida.»-
    Es un privilegio impío
    Mirar el placer ajeno
    En su loco desvarío,
    Y en el corazón vacío
    Sentir acerbo veneno.
    Y con ojo avaro, ardiente,
    Ver tanta mujer hermosa,
    Con esa tez transparente,
    Con esa tinta de rosa
    Sobre la tranquila frente.
    Ver tanto feliz galán,
    Tanta enamorada bella,
    Que en plática amante van
    Sin curarse él de tu afán,
    Sin adivinarle ella
    ¡Y el poeta en su misión
    Apurando su tormento!
    Sin alivio el corazón,
    ¡Sin más que una maldición
    Escrita en el pensamiento!
    De su sentencia mortal
    Con un día y otro día
    Llenando el cupo fatal,,
    Cual lámpara funeral
    Iluminando una orgía.


    _________________
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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 04:49

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    12. A ...

    Déjame oír tu misterioso canto,
    Alegre voz de tus ensueños de oro;
    Solo y perdido peregrino, en tanto
    Mal en mi pecho mi dolor devoro.

    Dióte el cielo contento y armonía
    Y es justo que lo cantes y le adores;
    Puro y tranquilo resbaló tu día,
    Tu sien de niño coronó de flores.

    Para ti son la risa y los festines,
    La tierra para ti tiene placeres,
    La tierra para ti tiene jardines,
    Y para ti son bellas las mujeres.

    Y tiene luz el cielo transparente,
    Color azul y lánguidas estrellas,
    Y ese fanal que alumbra tristemente,
    Cual moribundo sol, en medio de ellas.

    No para mí, cuya fatal mirada
    Quema y devora cuanto en torno nace,
    Arroyo que al caer de la cascada
    En cristalinas trenzas se deshace;

    Pero llega torrente a la llanura,
    Y arranca frutos, árboles y flores,
    Y al campo roba gala y hermosura
    Arrastrando con él musgo y colores.

    No para mí, que en noche borrascosa
    Vine a surcar las ondas de la vida,
    Con el alma penada y fatigosa,
    Con la esperanza del placer perdida.

    No para mí, que busco una corona
    Y un nombre pido en agonía vana;
    Mentida luz que de verdad blasona,
    Pero que un nombre nos dará mañana.

    No para mí, que nací
    Hecha de fuego mi alma,
    Sin un momento de calma
    En las horas que viví.
    ...........................................
    ¿Por qué en el lánguido aliento
    De una mujer que suspira,
    Sólo el poeta respira
    Su amargura y su tormento?
    ¡Ay! ¿De qué lo sirve al triste
    La fogosa inspiración,
    Si es de tierra el corazón
    Y su voluntad resiste?
    En los góticos salones,
    En las pintorescas ruinas,
    Canta con notas divinas
    Sus misteriosas canciones.
    Y cree sus fábulas bellas,
    Y en su entusiasmo violento,
    Su espíritu va en el viento
    Por cima de las estrellas.
    En la tierra pasa el hombre
    Y ve su miseria en calma:
    ¡Ay, no comprende su alma
    Y no demanda su nombre!
    Que es el poeta un bajel
    Que, de riqueza cargado,
    Surca el mar alborotado
    Para naufragar en él.
    Mas yo vi el tronco mortal
    De avaro conquistador
    Al amarillo fulgor
    De lámpara funeral.
    Era de mármol su lecho,
    Era de mármol su frente,
    Doblada lánguidamente
    Sobre su desnudo pecho.
    De mármol la mano fría,
    Que el hierro no sujetaba,
    Su espalda le sustentaba;
    Si órase un hombre, dormía.
    Vi un rey, que el trono perdió
    Porque al vasallo la plugo,
    Caminar junto al verdugo
    Que el cadalso levantó.
    Vi una hermosa que arrastraban
    Sobre féretro asqueroso,
    Y con cántico medroso
    Sacerdotes la rezaban.
    Vi ricos y potentados
    En sus inmundos placeres,
    Entre orgías y mujeres
    De sus hijos olvidados.
    «Vivamos hoy», se decían
    En el lúbrico festín;
    Y otros con ayes sin fin
    El sustento les pedían.
    Y unos cayeron beodos,
    Y otros de hambre cayeron,
    Y todos se maldijeron,
    Que eran infelices todos.
    Y en marmóreo pedestal
    Vi la sombra del poeta,
    A quien el tiempo respeta
    Y el mundo llama inmortal.
    Descansa sobre su lira,
    Y alza al cielo su cabeza,
    Fijos con noble fiereza
    Sus ojos en quien le mira.
    Y al universo da leyes
    Orgulloso triunfador,
    Intérprete del Señor
    Sobre la ley de los reyes.
    ...........................................
    ...........................................
    Oye, sublime cantor:
    Si es fuerza que al fin sucumba,
    Si al fin bajo a innoble tumba
    A dormir con mi dolor;
    Si al fin con el viento vago
    Mis versos se perderán,
    Cual fuentes que a morir van
    Al cieno de hediondo lago;
    Cuenta al mundo mi amargura,
    Cuéntale mi suerte impía,,
    Que sepa al menos que un día
    Quise volar a la altura.
    Y borra, borra mi nombre
    Si le han grabado en mi losa,
    Que no le insulte orgullosa
    La imbécil planta de un hombre.

    Sólo una flor amarilla
    Que el cierzo marchitará,
    Entre el césped brotará
    De mi sepulcro en la orilla.
    ¡Pobre flor! ¿Por qué naciste
    Sobra una tumba desierta?
    ¿No temes la noche yerta
    Tan solitaria y tan triste?
    ¡Pobre flor! ¿A qué temprana
    Diste al mundo tu sonrisa?
    Hoy te mece fresca brisa,
    Pero morirás mañana.
    ¡Ay! ¡Pobre flor amarilla!
    ¿A qué tan presto brotar,
    Si el cierzo te ha de agostar
    De mi sepulcro en la orilla?


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    JOSÉ ZORRILLA (1817-1893) Empty Re: JOSÉ ZORRILLA (1817-1893)

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér 27 Jul 2022, 05:00

    JOSÉ ZORRILLA ( 1817 - 1893 ) BVMC

    13. ORIENTAL

    Corriendo van por la vega
    A las puertas de Granada
    Hasta cuarenta gomeles
    Y el capitán que los manda.
    Al entrar en la ciudad,
    Parando su yegua blanca,
    Lo dijo éste a una mujer
    Que entre sus brazos lloraba:
    -Enjuga el llanto, cristiana,
    No me atormentes así,
    Que tengo yo, mi sultana,
    Un nuevo Edén para ti.
    Tengo un palacio en Granada,
    Tengo jardines y flores,
    Tengo una fuente dorada
    Con más de cien surtidores.
    Y en la vega del Genil
    Tengo parda fortaleza,
    Que será reina entre mil
    Cuando encierre tu belleza.
    Y sobre toda una orilla
    Extiendo mi señorío;
    Ni en Córdoba ni en Sevilla
    Hay un parque como el mío.
    Allí la altiva palmera
    Y el encendido granado,
    Junto a la frondosa higuera
    Cubren el valle y collado.
    Allí el robusto nogal,
    Allí el nópalo amarillo;
    Allí el sombrío moral
    Crecen al pie del castillo.
    Y olmos tengo en mi alameda
    Que hasta el cielo se levantan,
    Y en redes de plata y seda
    Tengo pájaros que cantan.
    Y tú mi sultana eres;
    Que desiertos mis salones,
    Está mi harén sin mujeres,
    Mis oídos sin canciones.
    Yo te daré terciopelos
    Y perfumes orientales,
    De Grecia te traeré velos,
    Y de Cachemira chales.
    Y te daré blancas plumas
    Para que adornes tu frente,
    Más blancas que las espumas
    De nuestros mares de Oriente;
    Y perlas para el cabello,
    Y baños para el calor,
    Y collares para el cuello;
    Para los labios.... ¡amor!-
    -¿Qué me valen tus riquezas,
    Respondióle la cristiana,
    Si me quitas a mi padre,
    Mis amigos y mis damas?
    Vuélveme, vuélveme, moro,
    A mi padre y a mi patria,
    Que mis torres de León
    Valen más que tu Granada.-
    Escuchóla en paz el moro,
    Y manoseando su barba,
    Dijo, como quien medita,
    En la mejilla una lágrima:
    -Si tus castillos mejores
    Que nuestros jardines son,
    Y son más bellas tus flores,
    Por ser tuyas, en León,
    Y tú diste tus amores
    alguno de tus guerreros,
    Hurí del Edén, no llores,
    Vete con tus caballeros.-
    Y dándola su caballo
    Y la mitad de su guardia,
    El capitán de los moros
    Volvió en silencio la espalda.



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