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Álvaro Mutis (Bogotá, 25 de agosto de 1923-Ciudad de México, 22 de septiembre de 2013) fue un novelista y poeta colombiano. Vivió en México desde su juventud y hasta su muerte. Es considerado uno de los escritores hispanoamericanos contemporáneos más importantes. A lo largo de su carrera literaria recibió, entre otros, el Premio Xavier Villaurrutia en 1988, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997, el Premio Cervantes en 2001 y el Premio Internacional Neustadt de Literatura en 2002.
Biografía
Nació en Bogotá (Colombia), el 25 de agosto de 1923, día de San Luis IX de Francia. De este personaje histórico, Mutis dijo: «No descarto la influencia de mi santo patrono en mi devoción por la monarquía». Falleció el 22 septiembre de 2013.
En 1925, a los 2 años de edad, su familia se mudó a Bélgica. Hizo sus primeros estudios en Bruselas. Regresó a Colombia, primero, durante las vacaciones y, después, por temporadas más extensas. Vivió en una finca cafetalera y cañera que había fundado su abuelo materno, en el corregimiento de Coello-Cocora, cerca de Ibagué, en el departamento colombiano del Tolima, en las estribaciones de la Cordillera Central, de la cual el autor dijo: «Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas».
Vivió en Bélgica hasta los nueve años, cuando murió su padre repentinamente, a la edad de 33. En Bruselas están sus mejores recuerdos de él: «De él heredé, entre otras cosas, el gusto por los buenos vinos y la buena cocina, por la tertulia y los buenos libros, y también su admiración por Napoleón», afirma el narrador colombiano. Tras el fallecimiento de su padre, su madre decidió regresar a Colombia para dedicarse a la hacienda de Coello. Dejar Europa fue, para Mutis, una gran pérdida: era en aquellos años su mundo, mientras que Colombia era sólo un lugar donde pasar vacaciones y del cual siempre se regresaba. Su fascinación por el mar, los barcos y el viaje tiene origen en esos desplazamientos de Europa a Colombia en pequeños barcos, mitad de carga, mitad de pasajeros.
Tras abandonar sus estudios en Bruselas, en el colegio jesuita de Saint-Michel, hizo su último intento para lograr el diploma de bachiller y se matriculó en el tradicional Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. En este prestigioso colegio, su profesor de literatura española fue el notable poeta colombiano Eduardo Carranza. Las clases de Carranza, dice el poeta, «son para mí una inolvidable y fervorosa iniciación a la poesía». El billar y la poesía pudieron más, y nunca alcanzó el título.
En 1941 contrajo matrimonio con Mireya Durán Solano, con quien tuvo tres hijos: María Cristina, Santiago y Jorge Manuel. En 1942 comenzó a trabajar de periodista en la emisora de radio Nuevo Mundo, donde reemplazó a Eduardo Zalamea Borda.
Después de ser relacionista público de la Standard Oil, Panamerican y Columbia Pictures, entre otras compañías, publicó su primer volumen de poesía en 1948. Antes había publicado sus poemas en el periódico El Espectador. En 1953 publicó Los elementos del desastre, un poemario donde aparece por primera vez su emblemático personaje Maqroll el Gaviero, uno de los grandes hitos de la literatura en lengua española de este siglo.
Una pieza de hotel ocupada por distracción o prisa, cuán pronto nos revela sus proféticos tesoros. El arrogante granadero, «bersagliere» funambulesco, el rey muerto por los terroristas, cuyo cadáver des-pernancado en el coche, se mancha precipitadamente de sangre, el desnudo tentador de senos argivos y caderas 1900, la libreta de apuntes y los dibujos obscenos que olvidara un agente viajero. Una pieza de hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras el pálido orín de las ventanas.
(Fragmento de Los elementos del desastre)
En 1954 se casó con María Luz Montané. De esta unión nació su hija María Teresa.
Debido al manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional Esso, de la que era jefe de relaciones públicas, dinero que asignaba a quijotadas culturales y a ayudar a todo escritor o artista necesitado, fue demandado por la compañía. Ante esta situación, su hermano Leopoldo, Casimiro Eiger y Álvaro Castaño Castillo le arreglan un viaje de emergencia a México, que a partir de entonces se vuelve su lugar de residencia.
En 1956 se estableció en la ciudad de México, donde llegó con dos cartas de recomendación, una dirigida a Luis Buñuel y otra, a Luis de Llano; gracias a estas consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad. Luego, fue promotor de producción y vendedor de publicidad para televisión, y conoció en el medio intelectual mexicano a los que llegaron a ser sus amigos en ese país: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Emilio García Riera, Luis Buñuel, entre otros.
A los tres años de su llegada a México, Mutis fue detenido por la Interpol e internado durante 15 meses en la cárcel preventiva de Lecumberri, más conocida como «El palacio negro». Su experiencia en la cárcel cambió del todo su visión del dolor y del sufrimiento humano.
Por 1960 inició un viraje hacia la prosa con su Diario de Lecumberri, escrito en la cárcel. En 1966 contrajo matrimonio con Carmen Miracle Feliú.
El primer reconocimiento importante a la obra de Álvaro Mutis fue en 1974: el Premio Nacional de Letras de Colombia.
Se inició en la novela en 1978, pero solo sería reconocido popularmente en 1986, con la publicación de la primera novela de Maqroll el Gaviero, La nieve del almirante. A partir de entonces, comenzó a recibir premios importantes. Uno de sus contemporáneos escribió: «La saga novelesca de Maqroll el Gaviero es, sin duda, por su emocionante despliegue narrativo, su profundidad terrible, su construcción de gran artesanado, su poesía constante y su delicadeza, una obra mayor de la escritura en nuestra lengua».
En 1988 cumplió el tiempo para el retiro y se dedica completamente a leer y a escribir. Apareció en España su novela Ilona llega con la lluvia, también protagonizada por Maqroll el Gaviero, publicada por Mondadori.
En 1989 en México recibió el Premio Xavier Villaurrutia y fue condecorado con el Orden del Águila Azteca. Mondadori publicó su novela Un bel morir y Arango Editores publicó La última escala del Tramp Steamer. Francia le otorgó el Premio Médicis Étranger por sus novelas La nieve del Almirante e Ilona llega con la lluvia. El Gobierno francés le concedió la Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero.
En 1990 Amirbar fue editada en España y Colombia simultáneamente. Italia le otorgó el premio Nonino al mejor libro extranjero publicado en ese país. Terminó la novela Abdul Bashur, soñador de navíos, que se publicó el año siguiente.
En 1993 la editorial Siruela publicó en dos volúmenes y bajo el título Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero las novelas de Maqroll el Gaviero, incluyendo el hasta entonces inédito Tríptico de mar y tierra.
En 1996 la editorial Alfaguara decidió reeditar Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero en un único volumen.
En 1997 recibió el Premio Príncipe de las Letras
En 1997 recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
En 2001 recibió el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas.
El 22 de septiembre de 2013 murió en Ciudad de México a sus 90 años de edad a causa de un enfermedad respiratoria. Su esposa manifestó su intención de esparcir sus cenizas en el río Coello, a pedido del escritor, que había pasado allí parte de su infancia.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
Algunos poemas de Álvaro Mutis:
De Los elementos del desastre, 1953:
NOCTURNO
La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.
LOS TRABAJOS PERDIDOS
Por un oscuro túnel en donde se mezclan ciudades, olores, tapetes, iras y ríos, crece la planta del poema. Una seca y amarilla hoja prensada en las páginas de un libro olvidado, es el vano fruto que se ofrece.
.....La poesía substituye,
.....la palabra substituye,
.....el hombre substituye,
.....los vientos y las aguas substituyen...
.....la derrota se repite a través de los tiempos
.....¡ay, sin remedio!
Si matar los leones y alimentar las cebras, perseguir a los indios y acariciar mujeres en mugrientos solares, olvidar las comidas y dormir sobre las piedras... es la poesía, entonces ya está hecho el milagro y sobran las palabras.
...Pero si acaso el poema viene de otras regiones, si su música predica la evidencia de futuras miserias, entonces los dioses hacen el poema. No hay hombres para esta faena.
Pasar el desierto cantando, con la arena triturada en los dientes y las uñas con sangre de monarcas, es el destino de los mejores, de los puros en el sueño y la vigilia.
Los días partidos por el pálido cuchillo de las horas, los días delgados como el manantial que brota de las minas, los días del poema... Cuánta vana y frágil materia preparan para las noches que cobija una lluvia insistente sobre el zinc de los trópicos. Hierbas del dolor.
Todo aquí muere lentamente, evidentemente, sin vergüenza: hasta los rieles del tren se entregan al óxido y marcan la tierra con infinita ira paralela y dorada.
La gracia de una danza que rigen escondidos instrumentos. La voz perdida en las pisadas, las pisadas perdidas en el polvo, el polvo perdido en la vasta noche de cálidas extensiones..., o solamente la gracia de la fresca madrugada que todo lo olvida. El puente del alba con sus dientes y sombras de agria leche.
Poesía: moneda inútil que paga pecados ajenos con falsas intenciones de dar a los hombres la esperanza. Comercio milenario de los prostíbulos.
Esperar el tiempo del poema es matar el deseo, aniquilar las ansias, entregarse a la estéril angustia... y, además, las palabras nos cubren de tal modo que no podemos ver lo mejor de la batalla cuando la bandera florece en los sangrientos muñones del príncipe. ¡Eternizad ese instante!
El metal blanco y certero que equilibra los pechos de incógnitas mujeres
............es el poema.
El amargo nudo que ahora a los ladrones de ganado cuando se acerca el alba
............es el poema.
El tibio y dulce hedor que inaugura los muertos
............es el poema
La duda entre las palabras vulgares, para decir pasiones innombrables y esconder la vergüenza
............es el poema.
El cadáver hinchado y gris del sapo lapidado por los escolares
............es el poema.
La caspa luminosa de los chacales
............es el poema.
De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra disecada y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance
De Los trabajos perdidos, 1961:
AMÉN
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.
NOCTURNO
Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
CADA POEMA
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
SONATA
Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que se enjuta en la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.
De Los emisarios, 1984:
FUNERAL EN VIANA
In memoriam Ernesto Volkening
Hoy entierran en la iglesia de Santa María de Viana
a César, Duque de Valentinois. Preside el duelo
su cuñado Juan de Albret, Rey de Navarra.
En el estrecho ámbito de la iglesia
de altas naves de un gótico tardío,
se amontonan prelados y hombres de armas.
Un olor a cirio, a rancio sudor, a correajes
y arreos de milicia, flota denso en la lluviosa
madrugada. Las voces de los monjes llegan
desde el coro con una cristalina serenidad sin tiempo:
Parce mihi, Dómine;
Nihil enim sunt diez mei.
¿Qui est homo, quia magníficas eum?
¿Aut quid appónis erga eum cor tuum?
César yace en actitud de leve asombro,
de incómoda espera. El rostro lastimado
por los cascos de su propio caballo
conserva aún ese gesto de rechazo cortés,
de fuerza contenida, de vago fastidio,
que en vida le valió tantos enemigos.
La boca cerrada con firmeza parece detener
a flor de labio una airada maldición castrense.
Las manos perfiladas y hermosas, las mismas
de su hermana Lucrezia, Duquesa d’Este,
detienen apenas la espada regalo del Duque de Borgoña
Chocan las armas y las espuelas en las losas del piso,
se acomoda una silla con un apagado chirrido
de madera contra el mármol, una tos contenida
por el guante ceremonial de un caballero.
Cómo sorprende este silencio militar dolorido
ante la muerte de quien siempre vivió
entre la algarabía de los campamentos,
el estruendo de las batallas y las músicas
y risas de las fiestas romanas. Inconcebible
que calle esa voz, casi femenina, que con el acento
recio y pedregoso de su habla catalana,
ordenaba la ejecución de los prisioneros,
recitaba largas tiradas de Horacio
con un aire de fiebre y sueño o murmuraba
al oído de las damas una propuesta bestial.
Qué mala cita le vino a dar la muerte de César,
Duque de Valentinois, hijo de Alejandro VI
Pontífice romano y de Donna Vanozza Cattanei.
Huyendo de la prisión de Medina del Campo
Había llegado a Pamplona para hacer fuerte
a su cuñado contra Fernando de Aragón.
En el palacio de los Albret, en la capital de Navarra,
se encargó de dirigir la marcha de los ejércitos,
el reclutamiento y pago de mercenarios,
la misión de los espías y la toma de las plazas fuertes.
No estaba la muerte en sus planes.
La suya, al menos. A los treinta y dos años
Muy otras eran sus preocupaciones y vigilias.
Frente a Viana acamparon las tropas de Navarra.
Los aragoneses comenzaban a mostrar desaliento.
Sin razón aparente, sin motivo ni fin explicables,
El Duque salió al amanecer, en plena lluvia,
hacia las avanzadas. Le siguió su paje Juanito Grasica.
En un recodo perdió de vista a César.
Una veintena de soldados del Duque de Beaumont,
Aliado de Fernando, cayó sobre el de Valentinois;
la lluvia les había permitido acercarse.
Él sólo pudo verlos cuando ya los tenía encima.
Entre los presentes en la iglesia de Santa María,
persiste aún la extrañeza y el asombro
ante muerte tan ajena a los astutos designios de César.
Los oficiantes oran ante el altar y el coro responde:
Deus cui propius est miseréri,
semper et párcere, te súpplices
exorámus pro ánima fámuli tui
quam hódie de hoc século migráre jussisti.
Los altos muros de piedra, las delgadas columnas
reunidas en haces que van a perderse
en la oscuridad de la bóveda, dan al canto
una desnudez reveladora, una insoslayable evidencia.
Sólo Dios escucha, decide y concede.
Todos los presentes parecen esfumarse
ante las palabras con las que César, por boca
de los oficiantes, implora al Altísimo un don
que en vida le hubiera sido inconcebible: la misericordia.
El perdón de sus errores y extravíos, no fue asunto
para ocupar ni el más efímero instante de sus días.
Sin sosiego los días de César, Duque de Valentinois,
Duque de Romaña, Señor de Urbino.
¿De qué fuente secreta manaba la ebria energía
de sus pasiones y la helada parsimonia de sus gestos?
Los hombres habían comenzado a tejer la leyenda
de su vida sin esperar a su muerte. Algo de esto
llegó alguna vez a sus oídos. No se marcó
el más leve interés en sus facciones.
Una humedad canina se demora dentro de la iglesia
y entumece los miembros de los asistentes.
El desnudo acero de las espadas
y de las alabardas en alto, despide una luz pálida,
un nimbo personal y helado. Los arreos de guerra
exhalan un agrio vaho de resignado cansancio.
Réquiem aeterna dona eis Dómine:
et lux perpétua lúceat eis.
In memoria aeterna erit justus:
ab auditione mala non timébit.
El Rey Juan de Navarra mira absorto
las yertas facciones de su cuñado
por las que cruza, en inciertas ráfagas,
la luz de los cirios. Vuelven a su memoria
los consejos que días antes le daba César
para vencer las fortificaciones aragonesas;
la precisión de su lenguaje, la concisa sabiduría
de su experiencia, la severa moderación de sus gestos,
tan ajenas al febril desorden de su rostro
en las interminables orgías de la corte papal.
Hoy cuelgan a Ximenes García de Agredo,
El hombre que lo derribó del caballo con su lanza.
Su rostro conserva todavía el pavor
ante la felina y desesperada defensa del Duque.
Ya en el suelo y a tiempo que lo acribillaban
las lanzas de sus agresores, aún tuvo alientos
para increparlos: “¡No sou prous, malparits!”.
Hoy parte Juanito Grasica para llevar la noticia
a la corte de Ferrara. Imposible imaginar el dolor
de Donna Lucrezzia. Se amaban sin medida.
Desde niños, comentaba César en días pasados
al recibir en Pamplona un recado de su hermana.
Termina el oficio de difuntos. El cortejo
va en silencio hacia el altar mayor,
donde será el sepelio. Gente del Duque
cierra el féretro y lo lleva en hombros
al lugar de su descanso.
Juan de Albret y su séquito asisten
al descenso a tierra sagrada de quien en vida
fue soldado excepcional, señor prudente y justo
en sus estados, amigo de Leonardo da Vinci,
ejecutor impávido de quienes cruzaron su camino,
insaciable abrevador de sus sentidos
y lector asiduo de los poetas latinos:
César, Duque de Valentinois, Duque de Romaña,
Gonfaloniero Mayor de la Iglesia,
digno vástago de los Borja, Milá y Montcada,
nobles señores que movieron pendón
en las marcas de Cataluña y de Valencia
y augustos prelados al servicio de la Corte de Roma.
Dios se apiade de su alma.
De Diez Lieder:
II
En un jardín te he soñado…
ANTONIO MACHADO
Jardín cerrado al tiempo
y al uso de los hombres.
Intacta, libre,
en generoso desorden
su materia vegetal
nvade avenidas y fuentes
y altos muros
y hace años cegó
rejas, puertas y ventanas
y calló para siempre
todo ajeno sonido.
Un tibio aliento lo recorre
y sólo la voz perpetua del agua
y algún leve y ciego
crujido vegetal
lo puebla de ecos familiares.
Allí, tal vez,
quede memoria
de lo que fuiste un día.
Allí, tal vez,
cierta nocturna sombra
de humedad y asombro
diga de un nombre,
un simple nombre
que reina todavía
en el clausurado espacio
que imagino
para rescatar del olvido
nuestra fábula.
IX LIED MARINO
Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.
De Crónica regia:
A UN RETRATO DE SU CATÓLICA MAJESTAD
DON FELIPE II A LOS CUARENTA Y TRES AÑOS
DE SU EDAD, PINTADO POR SÁNCHEZ COELLO
¿Por cuáles caminos ha llegado el tiempo
a trabajar en ese rostro tanta lejanía,
tanto apartado y cortés desdén, retenido
en el gesto de las manos, la derecha apoyada
en el brazo del sillón para dominar un signo
de impaciencia y la izquierda desgranando,
en pausado fervor, un rosario de cuentas ambarinas?
En el marfil cansado del augusto rostro
los ojos de un plúmbeo azul apenas miran ya
las cosas de este mundo. Son los mismos ojos
de sus abuelos lusitanos, retoños
del agostado tronco de la casa de Aviz:
andariegos, navegantes, lunáticos,
guerreros temerarios y especiosos defensores
de su frágil derecho a la corona de Portugal.
Son los ojos que intrigaron a los altivos
cortesanos del Emperador Segismundo
cuando el Infante Don Pedro, el de Alfarrobeira,
visitó Budapest de paso a Tierra Santa.
“Ojos que todo lo ven y todo lo ocultan”,
escribió el secretario felón, Antonio Pérez.
Pero no es en ellos donde aparece
con evidencia mayor la regia distancia
de Don Felipe, el abismo de suprema sencillez
cortesana que su alma ha sabido cavar
para preservarse del mundo. Es en su boca,
en la cincelada comisura de los labios,
en la impecable línea de la nariz
cuyas leves aletas presienten
el riesgo de todo ajeno contacto.
La barba rubia, peinada con esmero, enmarca
las mejillas donde la sangre ha huido.
Las cejas, de acicalado trazo femenino,
se alzan, la izquierda sobre todo, traicionando
un leve asombro ante el torpe desorden
y la fugaz necedad de las pasiones.
Los lutos sucesivos, la extensión de sus poderes,
el escrúpulo voraz de su conciencia,
la elegancia de sus maneras de gentilhombre,
su inclinación al secreto, fruto de su temprana
experiencia en la febril veleidad,
en la arisca altivez de sus gobernados,
quedan para siempre en este lienzo
que sólo un español pudo pintar
en comunión inefable con el más grande de sus reyes.
De Un homenaje y siete nocturnos, 1987:
II NOCTURNO EN COMPOSTELA
Sobre la piedra constelada
vela el Apóstol.
Listo para partir, la mano presta
en su bastón de peregrino,
espera, sin embargo, por nosotros
con paciencia de siglos.
Bajo la noche estrellada de Galicia
vela el Apóstol, con la esperanza
sin sosiego de los santos
que han caminado todos los senderos,
con la esperanza intacta de los que,
andando el mundo, han aprendido
a detener a los hombres en su huida,
en la necia rutina de su huida,
y los han despertado
con esas palabras simples
con las que se hace presente la verdad.
En la plaza del Obradoiro,
pasada la media noche,
termina nuestro viaje
y ante las puertas de la Catedral
saludo al Apóstol:
Aquí estoy —le digo—, por fin,
tú que llevas el nombre de mi padre,
tú que has dado tu nombre a mi hijo,
aquí estoy, Boanerges, sólo para decirte
que he vivido en espera de este instante
y que todo está ya en orden.
Porque las caídas, los mezquinos temores,
las necias empresas que terminan en nada,
el delirio que se agota en la premiosa
lentitud de las palabras, las traiciones
a lo que un día creímos lo mejor de nosotros,
todo eso y mucho más que callo o que olvido,
todo es, también, o solamente,
el orden; porque todo ha sucedido,
Jacobo visionario, bajo la absorta mirada
de tus ojos de andariego enseñante
de la más alta locura.
Aquí, ahora, con Carmen a mi lado,
mientras el viento nocturno
barre las losas que pisaron monarcas y mendigos,
leprosos de miseria y caballeros
cuya carne también caía a pedazos,
aquí te decimos simplemente:
De todo lo vivido, de todo lo olvidado,
de todo lo escondido en nuestro pobre sueño,
tan breve en el tiempo
que casi no nos pertenece,
venimos a ofrecerte lo que consiga
salvar tu clemencia de hermano.
Jaime, Jacobo, Yago,
Tú, Hijo del Trueno,
vemos que ya nos has oído,
porque esta piedra constelada
y esta noche por la que corren las nubes
como ejércitos que reúnen sus banderas,
nos están diciendo
con voz que sólo puede ser la tuya:
«Sí, todo está en orden,
todo lo ha estado siempre
en el quebrantado y terco
corazón de los hombres».
VII
Voici le temps des asassins
ARTHUR RIMBAUD
Justo es hablar alguna vez de la noche de los asesinos
La noche cómplice la larga noche donde se anudan
las serpientes que han perdido los ojos y rastrean
con su lengua bífida el lugar de su descanso
Hay una tiniebla para los altos hechos del crimen
tibia noche interminable donde la pálida lujuria
alza sus tiendas y establece sus estamentos y sus rondas
Hay frutos cuya blanca pulpa despide a esa hora
un dulce aroma devastador que acompaña
a los transgresores de todo orden y principio
y los eleva a la condición de grandes elegidos
Ellos son los señores de la noche propicia
los capitanes del desespero los ejecutores insomnes
los que van a matar como quien cumple con un rito necesario
una rutina consagrante amparada
por el humo nocturno de las celebraciones
El homicidio entonces forma parte
de una más ardua teoría de códigos
de una suma de mandamientos
a las que somos ajenos y de las que poco sabemos
por estar marcados con la precaria señal de los inocentes
por no haber alcanzado la gracia de ser los escogidos
para habitar los metálicos dominios
donde la noche que no puede nombrarse
ampara y oculta sólo a los que han ejercido
durante largo tiempo
lo que dura una vida
el asedio incesante a los estrados del cadalso
a las pausadas procesiones del patíbulo
Justo es hablar así sea por una sola vez
de la noche de los asesinos la noche cómplice
porque también ella entra en el orden de nuestros días
y de nada valdría pretender renegar de sus poderes.
Poema dispersos:
SI OYES CORREN EL AGUA
Si oyes correr el agua en las acequias,
su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
con el apagado sonido de algo
que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
Si tienes suerte y preservas ese instante
con el temblor de los helechos que no cesa,
con el atónito limo que se debate
en el cauce inmutable y siempre en viaje.
Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado.
Toda la ardua armonía del mundo
es probable que entonces te sea revelada,
pero sólo por esta vez.
¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
que se evade sin remedio y para siempre?
VISITA DE LA LLUVIA
Llega de repente la lluvia, instala sus huestes, minuciosos guerreros de seda y sueño.
.....Salta gozosa en los tejados, desciende por los canalones en precipitada algarabía;
.....comienza la gran fiesta de las aguas en viaje que establecen su transitorio dominio
.....y de la mano nos llevan a regiones que el tiempo había sepultado, al parecer, para siempre:
.....allí nos esperan
.....la fiebre de la infancia,
.....la lenta convalecencia en tardes de un otoño incesante,
.....los amores que se prometían sin término,
.....los duelos en la familia,
.....los húmedos funerales en el campo,
.....el tren detenido ante el viaducto que arrastró la creciente,
.....los insectos zumbando en el vagón donde nos sorprendió el alba,
.....las historias de piratas codiciosos, de malayos que degüellan
.....en silencio, de viajes al Polo, de tormentas devastadoras .....e islas afortunadas;
.....nuestros padres, jóvenes, mucho más jóvenes que nosotros ahora,
.....que la lluvia rescata de su parda ceniza sin edad, de su callado .....trabajo mineral
.....e irrumpen vestidos de risa y gestos juveniles.
.....Qué bendición la lluvia, qué intacta maravilla su paso sorpresivo y bienhechor .....que nos preserva del olvido y de la mansa rutina sin memoria.
.....Con qué gozo transparente nos instalamos en su imperio de palios vegetales
.....y con cuanta construida resignación la escuchamos callar pausadamente, alejarse y regresar por un instante, .....hasta que nos abandona en medio de un lavado de silencio, de un ámbito recién inaugurado
.....que invade el presente con sus turbias materias en derrota, su cortejo de pálidas convicciones, de costumbres donde no cabe la esperanza.
.....Recordemos siempre esta visita de la lluvia. Cerrados los ojos, tratemos de evocar su vocerío
.....y asistamos de nuevo a la victoria de sus huestes que,
.....por un instante, derrotan a la muerte.
ALVARO MUTIS, Poesía. Antología personal, Áltera, 2002
Álvaro Mutis (Bogotá, 25 de agosto de 1923-Ciudad de México, 22 de septiembre de 2013) fue un novelista y poeta colombiano. Vivió en México desde su juventud y hasta su muerte. Es considerado uno de los escritores hispanoamericanos contemporáneos más importantes. A lo largo de su carrera literaria recibió, entre otros, el Premio Xavier Villaurrutia en 1988, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997, el Premio Cervantes en 2001 y el Premio Internacional Neustadt de Literatura en 2002.
Biografía
Nació en Bogotá (Colombia), el 25 de agosto de 1923, día de San Luis IX de Francia. De este personaje histórico, Mutis dijo: «No descarto la influencia de mi santo patrono en mi devoción por la monarquía». Falleció el 22 septiembre de 2013.
En 1925, a los 2 años de edad, su familia se mudó a Bélgica. Hizo sus primeros estudios en Bruselas. Regresó a Colombia, primero, durante las vacaciones y, después, por temporadas más extensas. Vivió en una finca cafetalera y cañera que había fundado su abuelo materno, en el corregimiento de Coello-Cocora, cerca de Ibagué, en el departamento colombiano del Tolima, en las estribaciones de la Cordillera Central, de la cual el autor dijo: «Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas».
Vivió en Bélgica hasta los nueve años, cuando murió su padre repentinamente, a la edad de 33. En Bruselas están sus mejores recuerdos de él: «De él heredé, entre otras cosas, el gusto por los buenos vinos y la buena cocina, por la tertulia y los buenos libros, y también su admiración por Napoleón», afirma el narrador colombiano. Tras el fallecimiento de su padre, su madre decidió regresar a Colombia para dedicarse a la hacienda de Coello. Dejar Europa fue, para Mutis, una gran pérdida: era en aquellos años su mundo, mientras que Colombia era sólo un lugar donde pasar vacaciones y del cual siempre se regresaba. Su fascinación por el mar, los barcos y el viaje tiene origen en esos desplazamientos de Europa a Colombia en pequeños barcos, mitad de carga, mitad de pasajeros.
Tras abandonar sus estudios en Bruselas, en el colegio jesuita de Saint-Michel, hizo su último intento para lograr el diploma de bachiller y se matriculó en el tradicional Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. En este prestigioso colegio, su profesor de literatura española fue el notable poeta colombiano Eduardo Carranza. Las clases de Carranza, dice el poeta, «son para mí una inolvidable y fervorosa iniciación a la poesía». El billar y la poesía pudieron más, y nunca alcanzó el título.
En 1941 contrajo matrimonio con Mireya Durán Solano, con quien tuvo tres hijos: María Cristina, Santiago y Jorge Manuel. En 1942 comenzó a trabajar de periodista en la emisora de radio Nuevo Mundo, donde reemplazó a Eduardo Zalamea Borda.
Después de ser relacionista público de la Standard Oil, Panamerican y Columbia Pictures, entre otras compañías, publicó su primer volumen de poesía en 1948. Antes había publicado sus poemas en el periódico El Espectador. En 1953 publicó Los elementos del desastre, un poemario donde aparece por primera vez su emblemático personaje Maqroll el Gaviero, uno de los grandes hitos de la literatura en lengua española de este siglo.
Una pieza de hotel ocupada por distracción o prisa, cuán pronto nos revela sus proféticos tesoros. El arrogante granadero, «bersagliere» funambulesco, el rey muerto por los terroristas, cuyo cadáver des-pernancado en el coche, se mancha precipitadamente de sangre, el desnudo tentador de senos argivos y caderas 1900, la libreta de apuntes y los dibujos obscenos que olvidara un agente viajero. Una pieza de hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras el pálido orín de las ventanas.
(Fragmento de Los elementos del desastre)
En 1954 se casó con María Luz Montané. De esta unión nació su hija María Teresa.
Debido al manejo caprichoso de unos dineros de la multinacional Esso, de la que era jefe de relaciones públicas, dinero que asignaba a quijotadas culturales y a ayudar a todo escritor o artista necesitado, fue demandado por la compañía. Ante esta situación, su hermano Leopoldo, Casimiro Eiger y Álvaro Castaño Castillo le arreglan un viaje de emergencia a México, que a partir de entonces se vuelve su lugar de residencia.
En 1956 se estableció en la ciudad de México, donde llegó con dos cartas de recomendación, una dirigida a Luis Buñuel y otra, a Luis de Llano; gracias a estas consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad. Luego, fue promotor de producción y vendedor de publicidad para televisión, y conoció en el medio intelectual mexicano a los que llegaron a ser sus amigos en ese país: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Emilio García Riera, Luis Buñuel, entre otros.
A los tres años de su llegada a México, Mutis fue detenido por la Interpol e internado durante 15 meses en la cárcel preventiva de Lecumberri, más conocida como «El palacio negro». Su experiencia en la cárcel cambió del todo su visión del dolor y del sufrimiento humano.
Por 1960 inició un viraje hacia la prosa con su Diario de Lecumberri, escrito en la cárcel. En 1966 contrajo matrimonio con Carmen Miracle Feliú.
El primer reconocimiento importante a la obra de Álvaro Mutis fue en 1974: el Premio Nacional de Letras de Colombia.
Se inició en la novela en 1978, pero solo sería reconocido popularmente en 1986, con la publicación de la primera novela de Maqroll el Gaviero, La nieve del almirante. A partir de entonces, comenzó a recibir premios importantes. Uno de sus contemporáneos escribió: «La saga novelesca de Maqroll el Gaviero es, sin duda, por su emocionante despliegue narrativo, su profundidad terrible, su construcción de gran artesanado, su poesía constante y su delicadeza, una obra mayor de la escritura en nuestra lengua».
En 1988 cumplió el tiempo para el retiro y se dedica completamente a leer y a escribir. Apareció en España su novela Ilona llega con la lluvia, también protagonizada por Maqroll el Gaviero, publicada por Mondadori.
En 1989 en México recibió el Premio Xavier Villaurrutia y fue condecorado con el Orden del Águila Azteca. Mondadori publicó su novela Un bel morir y Arango Editores publicó La última escala del Tramp Steamer. Francia le otorgó el Premio Médicis Étranger por sus novelas La nieve del Almirante e Ilona llega con la lluvia. El Gobierno francés le concedió la Orden de las Artes y las Letras en el grado de Caballero.
En 1990 Amirbar fue editada en España y Colombia simultáneamente. Italia le otorgó el premio Nonino al mejor libro extranjero publicado en ese país. Terminó la novela Abdul Bashur, soñador de navíos, que se publicó el año siguiente.
En 1993 la editorial Siruela publicó en dos volúmenes y bajo el título Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero las novelas de Maqroll el Gaviero, incluyendo el hasta entonces inédito Tríptico de mar y tierra.
En 1996 la editorial Alfaguara decidió reeditar Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero en un único volumen.
En 1997 recibió el Premio Príncipe de las Letras
En 1997 recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
En 2001 recibió el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas.
El 22 de septiembre de 2013 murió en Ciudad de México a sus 90 años de edad a causa de un enfermedad respiratoria. Su esposa manifestó su intención de esparcir sus cenizas en el río Coello, a pedido del escritor, que había pasado allí parte de su infancia.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
Algunos poemas de Álvaro Mutis:
De Los elementos del desastre, 1953:
NOCTURNO
La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino
y abre caminos a un placer insaciable
que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra.
¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas
donde las mujeres ofrecen al viajero
la fresca balanza de sus senos
y una extensión de terror en las caderas!
La piel pálida y tersa del día
cae como la cáscara de un fruto infame.
La fiebre atrae el canto de los resumideros
donde el agua atropella los desperdicios.
LOS TRABAJOS PERDIDOS
Por un oscuro túnel en donde se mezclan ciudades, olores, tapetes, iras y ríos, crece la planta del poema. Una seca y amarilla hoja prensada en las páginas de un libro olvidado, es el vano fruto que se ofrece.
.....La poesía substituye,
.....la palabra substituye,
.....el hombre substituye,
.....los vientos y las aguas substituyen...
.....la derrota se repite a través de los tiempos
.....¡ay, sin remedio!
Si matar los leones y alimentar las cebras, perseguir a los indios y acariciar mujeres en mugrientos solares, olvidar las comidas y dormir sobre las piedras... es la poesía, entonces ya está hecho el milagro y sobran las palabras.
...Pero si acaso el poema viene de otras regiones, si su música predica la evidencia de futuras miserias, entonces los dioses hacen el poema. No hay hombres para esta faena.
Pasar el desierto cantando, con la arena triturada en los dientes y las uñas con sangre de monarcas, es el destino de los mejores, de los puros en el sueño y la vigilia.
Los días partidos por el pálido cuchillo de las horas, los días delgados como el manantial que brota de las minas, los días del poema... Cuánta vana y frágil materia preparan para las noches que cobija una lluvia insistente sobre el zinc de los trópicos. Hierbas del dolor.
Todo aquí muere lentamente, evidentemente, sin vergüenza: hasta los rieles del tren se entregan al óxido y marcan la tierra con infinita ira paralela y dorada.
La gracia de una danza que rigen escondidos instrumentos. La voz perdida en las pisadas, las pisadas perdidas en el polvo, el polvo perdido en la vasta noche de cálidas extensiones..., o solamente la gracia de la fresca madrugada que todo lo olvida. El puente del alba con sus dientes y sombras de agria leche.
Poesía: moneda inútil que paga pecados ajenos con falsas intenciones de dar a los hombres la esperanza. Comercio milenario de los prostíbulos.
Esperar el tiempo del poema es matar el deseo, aniquilar las ansias, entregarse a la estéril angustia... y, además, las palabras nos cubren de tal modo que no podemos ver lo mejor de la batalla cuando la bandera florece en los sangrientos muñones del príncipe. ¡Eternizad ese instante!
El metal blanco y certero que equilibra los pechos de incógnitas mujeres
............es el poema.
El amargo nudo que ahora a los ladrones de ganado cuando se acerca el alba
............es el poema.
El tibio y dulce hedor que inaugura los muertos
............es el poema
La duda entre las palabras vulgares, para decir pasiones innombrables y esconder la vergüenza
............es el poema.
El cadáver hinchado y gris del sapo lapidado por los escolares
............es el poema.
La caspa luminosa de los chacales
............es el poema.
De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra disecada y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance
De Los trabajos perdidos, 1961:
AMÉN
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.
NOCTURNO
Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
CADA POEMA
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
SONATA
Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que se enjuta en la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.
De Los emisarios, 1984:
FUNERAL EN VIANA
In memoriam Ernesto Volkening
Hoy entierran en la iglesia de Santa María de Viana
a César, Duque de Valentinois. Preside el duelo
su cuñado Juan de Albret, Rey de Navarra.
En el estrecho ámbito de la iglesia
de altas naves de un gótico tardío,
se amontonan prelados y hombres de armas.
Un olor a cirio, a rancio sudor, a correajes
y arreos de milicia, flota denso en la lluviosa
madrugada. Las voces de los monjes llegan
desde el coro con una cristalina serenidad sin tiempo:
Parce mihi, Dómine;
Nihil enim sunt diez mei.
¿Qui est homo, quia magníficas eum?
¿Aut quid appónis erga eum cor tuum?
César yace en actitud de leve asombro,
de incómoda espera. El rostro lastimado
por los cascos de su propio caballo
conserva aún ese gesto de rechazo cortés,
de fuerza contenida, de vago fastidio,
que en vida le valió tantos enemigos.
La boca cerrada con firmeza parece detener
a flor de labio una airada maldición castrense.
Las manos perfiladas y hermosas, las mismas
de su hermana Lucrezia, Duquesa d’Este,
detienen apenas la espada regalo del Duque de Borgoña
Chocan las armas y las espuelas en las losas del piso,
se acomoda una silla con un apagado chirrido
de madera contra el mármol, una tos contenida
por el guante ceremonial de un caballero.
Cómo sorprende este silencio militar dolorido
ante la muerte de quien siempre vivió
entre la algarabía de los campamentos,
el estruendo de las batallas y las músicas
y risas de las fiestas romanas. Inconcebible
que calle esa voz, casi femenina, que con el acento
recio y pedregoso de su habla catalana,
ordenaba la ejecución de los prisioneros,
recitaba largas tiradas de Horacio
con un aire de fiebre y sueño o murmuraba
al oído de las damas una propuesta bestial.
Qué mala cita le vino a dar la muerte de César,
Duque de Valentinois, hijo de Alejandro VI
Pontífice romano y de Donna Vanozza Cattanei.
Huyendo de la prisión de Medina del Campo
Había llegado a Pamplona para hacer fuerte
a su cuñado contra Fernando de Aragón.
En el palacio de los Albret, en la capital de Navarra,
se encargó de dirigir la marcha de los ejércitos,
el reclutamiento y pago de mercenarios,
la misión de los espías y la toma de las plazas fuertes.
No estaba la muerte en sus planes.
La suya, al menos. A los treinta y dos años
Muy otras eran sus preocupaciones y vigilias.
Frente a Viana acamparon las tropas de Navarra.
Los aragoneses comenzaban a mostrar desaliento.
Sin razón aparente, sin motivo ni fin explicables,
El Duque salió al amanecer, en plena lluvia,
hacia las avanzadas. Le siguió su paje Juanito Grasica.
En un recodo perdió de vista a César.
Una veintena de soldados del Duque de Beaumont,
Aliado de Fernando, cayó sobre el de Valentinois;
la lluvia les había permitido acercarse.
Él sólo pudo verlos cuando ya los tenía encima.
Entre los presentes en la iglesia de Santa María,
persiste aún la extrañeza y el asombro
ante muerte tan ajena a los astutos designios de César.
Los oficiantes oran ante el altar y el coro responde:
Deus cui propius est miseréri,
semper et párcere, te súpplices
exorámus pro ánima fámuli tui
quam hódie de hoc século migráre jussisti.
Los altos muros de piedra, las delgadas columnas
reunidas en haces que van a perderse
en la oscuridad de la bóveda, dan al canto
una desnudez reveladora, una insoslayable evidencia.
Sólo Dios escucha, decide y concede.
Todos los presentes parecen esfumarse
ante las palabras con las que César, por boca
de los oficiantes, implora al Altísimo un don
que en vida le hubiera sido inconcebible: la misericordia.
El perdón de sus errores y extravíos, no fue asunto
para ocupar ni el más efímero instante de sus días.
Sin sosiego los días de César, Duque de Valentinois,
Duque de Romaña, Señor de Urbino.
¿De qué fuente secreta manaba la ebria energía
de sus pasiones y la helada parsimonia de sus gestos?
Los hombres habían comenzado a tejer la leyenda
de su vida sin esperar a su muerte. Algo de esto
llegó alguna vez a sus oídos. No se marcó
el más leve interés en sus facciones.
Una humedad canina se demora dentro de la iglesia
y entumece los miembros de los asistentes.
El desnudo acero de las espadas
y de las alabardas en alto, despide una luz pálida,
un nimbo personal y helado. Los arreos de guerra
exhalan un agrio vaho de resignado cansancio.
Réquiem aeterna dona eis Dómine:
et lux perpétua lúceat eis.
In memoria aeterna erit justus:
ab auditione mala non timébit.
El Rey Juan de Navarra mira absorto
las yertas facciones de su cuñado
por las que cruza, en inciertas ráfagas,
la luz de los cirios. Vuelven a su memoria
los consejos que días antes le daba César
para vencer las fortificaciones aragonesas;
la precisión de su lenguaje, la concisa sabiduría
de su experiencia, la severa moderación de sus gestos,
tan ajenas al febril desorden de su rostro
en las interminables orgías de la corte papal.
Hoy cuelgan a Ximenes García de Agredo,
El hombre que lo derribó del caballo con su lanza.
Su rostro conserva todavía el pavor
ante la felina y desesperada defensa del Duque.
Ya en el suelo y a tiempo que lo acribillaban
las lanzas de sus agresores, aún tuvo alientos
para increparlos: “¡No sou prous, malparits!”.
Hoy parte Juanito Grasica para llevar la noticia
a la corte de Ferrara. Imposible imaginar el dolor
de Donna Lucrezzia. Se amaban sin medida.
Desde niños, comentaba César en días pasados
al recibir en Pamplona un recado de su hermana.
Termina el oficio de difuntos. El cortejo
va en silencio hacia el altar mayor,
donde será el sepelio. Gente del Duque
cierra el féretro y lo lleva en hombros
al lugar de su descanso.
Juan de Albret y su séquito asisten
al descenso a tierra sagrada de quien en vida
fue soldado excepcional, señor prudente y justo
en sus estados, amigo de Leonardo da Vinci,
ejecutor impávido de quienes cruzaron su camino,
insaciable abrevador de sus sentidos
y lector asiduo de los poetas latinos:
César, Duque de Valentinois, Duque de Romaña,
Gonfaloniero Mayor de la Iglesia,
digno vástago de los Borja, Milá y Montcada,
nobles señores que movieron pendón
en las marcas de Cataluña y de Valencia
y augustos prelados al servicio de la Corte de Roma.
Dios se apiade de su alma.
De Diez Lieder:
II
En un jardín te he soñado…
ANTONIO MACHADO
Jardín cerrado al tiempo
y al uso de los hombres.
Intacta, libre,
en generoso desorden
su materia vegetal
nvade avenidas y fuentes
y altos muros
y hace años cegó
rejas, puertas y ventanas
y calló para siempre
todo ajeno sonido.
Un tibio aliento lo recorre
y sólo la voz perpetua del agua
y algún leve y ciego
crujido vegetal
lo puebla de ecos familiares.
Allí, tal vez,
quede memoria
de lo que fuiste un día.
Allí, tal vez,
cierta nocturna sombra
de humedad y asombro
diga de un nombre,
un simple nombre
que reina todavía
en el clausurado espacio
que imagino
para rescatar del olvido
nuestra fábula.
IX LIED MARINO
Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.
De Crónica regia:
A UN RETRATO DE SU CATÓLICA MAJESTAD
DON FELIPE II A LOS CUARENTA Y TRES AÑOS
DE SU EDAD, PINTADO POR SÁNCHEZ COELLO
¿Por cuáles caminos ha llegado el tiempo
a trabajar en ese rostro tanta lejanía,
tanto apartado y cortés desdén, retenido
en el gesto de las manos, la derecha apoyada
en el brazo del sillón para dominar un signo
de impaciencia y la izquierda desgranando,
en pausado fervor, un rosario de cuentas ambarinas?
En el marfil cansado del augusto rostro
los ojos de un plúmbeo azul apenas miran ya
las cosas de este mundo. Son los mismos ojos
de sus abuelos lusitanos, retoños
del agostado tronco de la casa de Aviz:
andariegos, navegantes, lunáticos,
guerreros temerarios y especiosos defensores
de su frágil derecho a la corona de Portugal.
Son los ojos que intrigaron a los altivos
cortesanos del Emperador Segismundo
cuando el Infante Don Pedro, el de Alfarrobeira,
visitó Budapest de paso a Tierra Santa.
“Ojos que todo lo ven y todo lo ocultan”,
escribió el secretario felón, Antonio Pérez.
Pero no es en ellos donde aparece
con evidencia mayor la regia distancia
de Don Felipe, el abismo de suprema sencillez
cortesana que su alma ha sabido cavar
para preservarse del mundo. Es en su boca,
en la cincelada comisura de los labios,
en la impecable línea de la nariz
cuyas leves aletas presienten
el riesgo de todo ajeno contacto.
La barba rubia, peinada con esmero, enmarca
las mejillas donde la sangre ha huido.
Las cejas, de acicalado trazo femenino,
se alzan, la izquierda sobre todo, traicionando
un leve asombro ante el torpe desorden
y la fugaz necedad de las pasiones.
Los lutos sucesivos, la extensión de sus poderes,
el escrúpulo voraz de su conciencia,
la elegancia de sus maneras de gentilhombre,
su inclinación al secreto, fruto de su temprana
experiencia en la febril veleidad,
en la arisca altivez de sus gobernados,
quedan para siempre en este lienzo
que sólo un español pudo pintar
en comunión inefable con el más grande de sus reyes.
De Un homenaje y siete nocturnos, 1987:
II NOCTURNO EN COMPOSTELA
Sobre la piedra constelada
vela el Apóstol.
Listo para partir, la mano presta
en su bastón de peregrino,
espera, sin embargo, por nosotros
con paciencia de siglos.
Bajo la noche estrellada de Galicia
vela el Apóstol, con la esperanza
sin sosiego de los santos
que han caminado todos los senderos,
con la esperanza intacta de los que,
andando el mundo, han aprendido
a detener a los hombres en su huida,
en la necia rutina de su huida,
y los han despertado
con esas palabras simples
con las que se hace presente la verdad.
En la plaza del Obradoiro,
pasada la media noche,
termina nuestro viaje
y ante las puertas de la Catedral
saludo al Apóstol:
Aquí estoy —le digo—, por fin,
tú que llevas el nombre de mi padre,
tú que has dado tu nombre a mi hijo,
aquí estoy, Boanerges, sólo para decirte
que he vivido en espera de este instante
y que todo está ya en orden.
Porque las caídas, los mezquinos temores,
las necias empresas que terminan en nada,
el delirio que se agota en la premiosa
lentitud de las palabras, las traiciones
a lo que un día creímos lo mejor de nosotros,
todo eso y mucho más que callo o que olvido,
todo es, también, o solamente,
el orden; porque todo ha sucedido,
Jacobo visionario, bajo la absorta mirada
de tus ojos de andariego enseñante
de la más alta locura.
Aquí, ahora, con Carmen a mi lado,
mientras el viento nocturno
barre las losas que pisaron monarcas y mendigos,
leprosos de miseria y caballeros
cuya carne también caía a pedazos,
aquí te decimos simplemente:
De todo lo vivido, de todo lo olvidado,
de todo lo escondido en nuestro pobre sueño,
tan breve en el tiempo
que casi no nos pertenece,
venimos a ofrecerte lo que consiga
salvar tu clemencia de hermano.
Jaime, Jacobo, Yago,
Tú, Hijo del Trueno,
vemos que ya nos has oído,
porque esta piedra constelada
y esta noche por la que corren las nubes
como ejércitos que reúnen sus banderas,
nos están diciendo
con voz que sólo puede ser la tuya:
«Sí, todo está en orden,
todo lo ha estado siempre
en el quebrantado y terco
corazón de los hombres».
VII
Voici le temps des asassins
ARTHUR RIMBAUD
Justo es hablar alguna vez de la noche de los asesinos
La noche cómplice la larga noche donde se anudan
las serpientes que han perdido los ojos y rastrean
con su lengua bífida el lugar de su descanso
Hay una tiniebla para los altos hechos del crimen
tibia noche interminable donde la pálida lujuria
alza sus tiendas y establece sus estamentos y sus rondas
Hay frutos cuya blanca pulpa despide a esa hora
un dulce aroma devastador que acompaña
a los transgresores de todo orden y principio
y los eleva a la condición de grandes elegidos
Ellos son los señores de la noche propicia
los capitanes del desespero los ejecutores insomnes
los que van a matar como quien cumple con un rito necesario
una rutina consagrante amparada
por el humo nocturno de las celebraciones
El homicidio entonces forma parte
de una más ardua teoría de códigos
de una suma de mandamientos
a las que somos ajenos y de las que poco sabemos
por estar marcados con la precaria señal de los inocentes
por no haber alcanzado la gracia de ser los escogidos
para habitar los metálicos dominios
donde la noche que no puede nombrarse
ampara y oculta sólo a los que han ejercido
durante largo tiempo
lo que dura una vida
el asedio incesante a los estrados del cadalso
a las pausadas procesiones del patíbulo
Justo es hablar así sea por una sola vez
de la noche de los asesinos la noche cómplice
porque también ella entra en el orden de nuestros días
y de nada valdría pretender renegar de sus poderes.
Poema dispersos:
SI OYES CORREN EL AGUA
Si oyes correr el agua en las acequias,
su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,
con el apagado sonido de algo
que tiende a demorarse en la sombra vegetal.
Si tienes suerte y preservas ese instante
con el temblor de los helechos que no cesa,
con el atónito limo que se debate
en el cauce inmutable y siempre en viaje.
Si tienes la paciencia del guijarro,
su voz callada, su gris acento sin aristas,
y aguardas hasta que la luz haga su entrada,
es bueno que sepas que allí van a llamarte
con un nombre nunca antes pronunciado.
Toda la ardua armonía del mundo
es probable que entonces te sea revelada,
pero sólo por esta vez.
¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua
que se evade sin remedio y para siempre?
VISITA DE LA LLUVIA
Llega de repente la lluvia, instala sus huestes, minuciosos guerreros de seda y sueño.
.....Salta gozosa en los tejados, desciende por los canalones en precipitada algarabía;
.....comienza la gran fiesta de las aguas en viaje que establecen su transitorio dominio
.....y de la mano nos llevan a regiones que el tiempo había sepultado, al parecer, para siempre:
.....allí nos esperan
.....la fiebre de la infancia,
.....la lenta convalecencia en tardes de un otoño incesante,
.....los amores que se prometían sin término,
.....los duelos en la familia,
.....los húmedos funerales en el campo,
.....el tren detenido ante el viaducto que arrastró la creciente,
.....los insectos zumbando en el vagón donde nos sorprendió el alba,
.....las historias de piratas codiciosos, de malayos que degüellan
.....en silencio, de viajes al Polo, de tormentas devastadoras .....e islas afortunadas;
.....nuestros padres, jóvenes, mucho más jóvenes que nosotros ahora,
.....que la lluvia rescata de su parda ceniza sin edad, de su callado .....trabajo mineral
.....e irrumpen vestidos de risa y gestos juveniles.
.....Qué bendición la lluvia, qué intacta maravilla su paso sorpresivo y bienhechor .....que nos preserva del olvido y de la mansa rutina sin memoria.
.....Con qué gozo transparente nos instalamos en su imperio de palios vegetales
.....y con cuanta construida resignación la escuchamos callar pausadamente, alejarse y regresar por un instante, .....hasta que nos abandona en medio de un lavado de silencio, de un ámbito recién inaugurado
.....que invade el presente con sus turbias materias en derrota, su cortejo de pálidas convicciones, de costumbres donde no cabe la esperanza.
.....Recordemos siempre esta visita de la lluvia. Cerrados los ojos, tratemos de evocar su vocerío
.....y asistamos de nuevo a la victoria de sus huestes que,
.....por un instante, derrotan a la muerte.
ALVARO MUTIS, Poesía. Antología personal, Áltera, 2002
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