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José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 9 de octubre de 1909 - Mollina, 29 de septiembre de 2009) fue un poeta y narrador español encuadrado en la Generación del 36.
Biografía
Nacido en Antequera (Málaga) en 1909, la vida literaria de José Antonio Muñoz Rojas ocupa holgadamente tres cuartos de siglo, desde el momento de conformación de las estéticas del 27 hasta bien entrado el siglo XXI. A lo largo de todos esos años, ha visto pasar a su lado la fiebre vanguardista de los veinte, la poesía «entre pureza y revolución» de los treinta, la oposición entre el garcilasismo y el tremendismo de los cuarenta, el socialrealismo y las estéticas que se abren hacia el medio siglo, los culturalismos y esteticismos marginales, las poéticas del 68, la poesía figurativa y la poesía minimalista a partir de los ochenta..., y así hasta el cansancio. Ya en su fecunda vejez, su obra (rescatada y dada a la luz por la editorial Pre-Textos) se levantó del duradero y parecía que cómodo silencio en que se encontraba para convertirse en una presencia viva, a la que muchos poetas jóvenes acuden para familiarizarse con algunos rasgos esenciales de la poesía de un siglo.
Muñoz Rojas estudió con los jesuitas de Málaga (Colegio San Estanislao de Kostka) y Madrid, y se licenció en Derecho en la Universidad Central. Por entonces fundó —con José Antonio Maravall, Leopoldo Panero y José R. Santeiro— Nueva Revista (1929-1931). Con la publicación de su primer libro, Versos de retorno (1929), tomó contacto con los directores de Litoral (Emilio Prados y Manuel Altolaguirre) y José Luis Cano, además de granjearse la amistad de muchos poetas del 27, entre ellos Vicente Aleixandre. En ese contexto, colaboró en revistas como Mediodía, Isla, Los Cuatro Vientos, El Gallo Crisis, Caballo Verde para la Poesía, que dirigía Pablo Neruda, o Cruz y Raya de José Bergamín...; años después lo haría también en publicaciones de posguerra como Escorial, Garcilaso, Ínsula, Arbor, Papeles de Son Armadans, etc.
En 1932 opositó sin éxito al cuerpo diplomático, y entró a trabajar en la Escuela Internacional fundada por José Castillejo. En septiembre de 1936, y gracias a la intervención de sus amigos de Cambridge, los profesores Bullock y Parker, se incorporó a la lectoría de español de dicha Universidad, en la cual pudo iniciar una investigación sobre las relaciones de los poetas metafísicos ingleses con los autores españoles de su tiempo.
Concluida la guerra civil, volvió a Málaga en 1940, donde, entre otras actividades, fundó con Alfonso Canales la colección poética A quien conmigo va. Instalado en Madrid, en 1952 ingresó en el Banco Urquijo, del que fue secretario general, y se ocupó intensamente de su Sociedad de Estudios y Publicaciones.
Obras
Versos de retorno supuso una aportación dentro de la corriente neopopular y machadiana, perceptible también en libros posteriores como Cancionero de la casería, mientras que con Ardiente jinete desarrolla el tema amoroso con cierta experimentación vanguardista. A aquel libro le siguieron títulos como Canciones, Sonetos de amor por un autor indiferente, Abril del alma y, sobre todo, Cantos a Rosa, símbolo de la belleza y la fugacidad del tiempo, todos ellos poemarios en torno al amor, la melancolía serena y la armonía del alma con la naturaleza, de la mano de un estilo directo y coloquial que busca el acercamiento entrañable al ser. En 1945 publica Historias de familia, un libro autobiográfico.
Con Las cosas del campo (1951) aborda la prosa poética marcada por cierto estilo horaciano, presente también en su obra memorialística: Las musarañas (1957), Amigos y maestros, La gran musaraña o Dejado ir. Una vertiente más reflexiva da curso a las preocupaciones en torno al recuerdo, la soledad y el tiempo, bajo un estilismo de ruptura y repeticiones que se puede rastrear en sus libros de diversas épocas —en muchos de los cuales el tiempo de la escritura no concuerda con el de la publicación—: Al dulce son de Dios, Consolaciones, Lugares del corazón en nueve sonetos que lo celebran, Salmo, Oscuridad adentro, Objetos perdidos, Entre otros olvidos, Rescoldos o La voz que me llama.
Es autor también de Ensayos anglo-andaluces y de obras dramáticas (Hay que lamentar una víctima y Cuando llegue el otoño), y ha traducido a poetas ingleses como William Wordsworth, John Donne, Richard Crashaw, Gerard Manley Hopkins o T. S. Eliot.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Poemas de José Antonio Muñoz Rojas:
De Ardiente jinete (1931):
III
Gracias, amor
por haberme dedicado el libro de tus aventuras,
el relato de tus desvelos
y tus cuadernos de viaje.
Así sabré cuándo y dónde naciste,
quiénes fueron tus padres,
cómo encontraste el primer amor de tu vida.
Ya caminaré sin perderme,
sin tentaciones mansas como los ojos de los bueyes,
o agudas como los picos de las sierras,
llevado de tu mano
sin más miedo que tu mano misma,
sin más aventura que tu misma mano.
Como eres más alto que yo,
levantaré los ojos para preguntarte
por qué canta el estornino
y no canta la zumaya,
por qué se desliza la serpiente
o qué insectos están encargados
de transportar las almas al otro mundo.
Tú, amor, me contestarás dulcemente,
y así, entre dulces preguntas y respuestas,
entre verte y amarte,
iré pasando, amor, mi vida.
VI
He pensado, amor, que nos vayamos a una aldea
para que te acostumbres a salir a la calle sin corbata
y veas lo que nunca has visto:
pacer las ovejas;
y sepas lo que no has sabido:
al dulce son del caramillo;
y prueben tus zapatos
el prado y la pradera,
y toques las piedras
y las cortezas de los árboles
que tantas veces viste en el cine sin tocarlas.
Porque ignoro, amor, si tienes pie,
aunque sé bien que tienes cintura;
ignoro si puedes encaramarte como una cabra,
o sólo sirves para estar sentado.
Ignoras muchas cosas
que es preciso ignorar,
y sabes por otra parte demasiadas.
Seguramente oíste hablar de la aurora
y del crepúsculo;
pues bien, existen crepúsculos y auroras,
y es posible madrugar,
y es posible tener la nieve en las manos,
y oír el caramillo,
y tocar las piedras,
y resguardarse del sol bajo los árboles,
y ver los rayos hendir las encinas;
en fin, amor, amar no es imposible.
XI
¡Qué temprano has venido hoy, amor! -le dije,
porque efectivamente anocheció antes.
Será por lo que sea;
que lo averigüen los enanos.
No te lo puedo decir. Será que lo he soñado
y desperté pensando:
¡Cómo se alegrará cuando lo sepa!
Me alegro muchísimo,
porque yo tenía también mi sueño,
y vino un labrador creyendo
que mis caderas eran enjambres
donde faltabas tú solamente.
Había abejas y pecados,
mártires y martirios,
pero faltabas tú
aunque corriera la sangre.
Y, faltando el amor, ya lo sabéis,
hay neuralgias,
hidropesías,
no hay amor, naturalmente,
ni vida,
y sin vida no se puede tomar a las cinco
esas gotas de amargura
que tienen todas las tazas de té.
XV
Amor, es necesario desear algo,
aunque sea la lluvia o la escarcha;
lo que no puede ser
es permanecer ante las montañas
sin dirigirles palabras cariñosas,
ver los ríos viajar continuamente
sin desearles buen viaje.
Hay que ser complaciente con todas las cosas,
las que existen y las que no existen.
No olvidar cuando salgamos
que no sabemos cuándo será el retorno,
y que puede presentarse la ocasión
de convidar a migajas de pan a los gorriones,
a pan y sal a los borregos,
que podemos ir a parar a la Arabia,
donde los camellos se mueren de sed,
y les salvaríamos la vida
si con la cartera y el portamonedas
hubiéramos puesto en nuestro bolsillo
un vaso,
que el agua ya se encargarán los cielos
de que no falte.
XVII
Yo quiero que seas todas las cosas,
y te confundo frecuentemente con los recuerdos.
Amor, ¿cómo vas a alejarte,
si no tienes dónde ir?
¿Crees que todos compartirán contigo un lecho,
y que todos te esperan a cenar?
Amor, ¡no seas inocente!
Lo más que te quieren es como quieren a las aves,
lo más que te recuerdan es como a los recuerdos.
¿Qué has hecho, amor, qué has hecho?
¿Pero otra vez te has ido?
¡No tardes! ¡Ven!
XXIV
Amor, que te están esperando los de siempre.
No olvides que prometiste bajar todas las atrdes a las siete.
¿Dice que el amor ha salido?
¿Vestido de tarde o de noche?
¿Desnudo?
El amor no se viste nunca.
¿Lo detuvieron tras largas pesquisas?
¿Se le acusa de asesinato?
¡Ay, amor! ¿Tú asesino?
Asesinó a dos horas que se sentaron,
al salir del reloj,
en un banco del parque;
las corrompió primero
y las asesinó después.
Será condenado a muerte.
Lo siento principalmente por los árboles
y las locomotoras.
¿Para qué servirán las hojas
y quién tiene que viajar
si desaparecen penínsulas e islas,
archipiélagos y tiernas yemas de los árboles?
¿No te acuerdas
que ahí nadie dará contigo?
De Canciones (1933-1940):
LA MADRE
Y la madre soñaba oscuramente:
será rubio, tendrá estos ojos mismos.
Le amarán las muchachas. Una tarde,
de pronto, llorará junto a una rosa.
Le crecerá la angustia sin saberlo,
y cada nuevo umbral será una herida.
Temblará al traspasarlos, hijo mío,
acaso una paloma, acaso nada.
El viento por la frente, las caídas
hojas que se acumulan, los rumores
del corazón callados. Nadie sabe
las formas repentinas de la dicha.
Yo lo siento aquí hondo en mis entrañas
el río de tus años que me deja
una nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi corazón como la sangre.
Me hace toda ribera, toda muro,
donde lamen las aguas de tu vida.
Torno otra vez a ser niña jugando,
corriendo como niña entre las rosas.
¡Oh sueño en mis entrañas!¡Oh río alto,
resonando de siempre en mis entrañas!
ELEGÍA
No puedo negar amor a estos cabellos perecederos,
aunque los sepa detenidos un punto en el oro
en su camino hacia las nieves eternas.
Ni a estos perfiles al sol, con el sol acabando,
ni a estos cuellos o tallos pendientes de un estío.
Sin mi voluntad
cae el peso de mi amor sobre tallos cabellos,
a pesar de la brevedad de la flor de la aurora,
de la rosa o paloma que en las manos me dejas,
de los arroyos o cabellos que desencadenas en mis brazos;
a pesar de lo negra y lo honda
que se hace la noche sin ti;
a pesar de los espejos extraños
que dondequiera se forman al dejarte;
a pesar de lo eterno,
o tal vez porque lo eterno es tu fuga.
(A MÍ ME HA SUCEDIDO MUCHAS VECES...)
A mí me ha sucedido muchas veces
ir caminando y encontrarme
de pronto una palabra que había dicho
hace tantos amores a estas horas,
hace tantos latidos y amarguras,
cuando la adolescencia. Ella tenía
aproximadamente dieciocho
años, y unos cabellos que las brisas
adoraban, diciéndole al oído:
nunca los tuve iguales en mis dedos.
Vivir no se medía, se gozaba
asomado a un pretil de donde el mundo
era un suelo extendido de hermosura
que rodeaba el júbilo, y el gozo
se llamaba José como me llamo,
urgía con los latidos de aquí dentro
un millón de esperanzas por minuto.
A mí me ha sucedido muchas veces
encontrarme con sombras y decirles:
sois las mismas, acaso conocéis
este viejo aposento, y verlas irse
como un poco de humo, como un poco
de hermosura. La vida es eso, sombra.
A mí me ha sucedido muchas veces
buscarme inútilmente, no encontrarme
aunque estaba citado en la esperanza
a una ternura fija, y ver pudrirse
las rosas que llevaba entre las manos.
Y hallar que la palabra no servía,
que era inútil el canto, derrotada
la palabra en los labios, miel sin nadie,
en busca de su labio. Duramente
el corazón aprende sus congojas
para saber un poco. No es alegre
llegar a esta certeza del vocablo
inútil casi siempre, casi nunca.
Claro que no son sólo estas orillas.
Las hay sin amargura, aunque se acaban
en apariencia, pero no se acaban
porque se miden con la sangre. Tienen
nombres que apenas tienen nombre. Dicen
al corazón dulzura, nos derraman
generosos al mundo, nos reviven.
A mí me ha sucedido muchas veces
ir caminando y olvidarme
de todo en la esperanza. Dios sin duda
nos coge de la mano. ¿No es su mano?
A merced de las horas, sin derecho
más que a un poco de aire, de hermosura,
nacemos, y es bastante. A veces sobra.
Todo en fin es amor. Me ha sucedido
encontrarme a menudo que no peso,
que esto que llaman por llamar no tiene
más que un nombre, querencia. Va a lo alto
inevitablemente. Va a lo alto
como el chopo y el bien. Sigue a lo alto.
De Al dulce son de Dios (1936-1945):
(¡QUÉ HERMOSO NACER PARA ESTO QUE NACEMOS!)
¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!
Para entregarle cada día al sol nuestros cuerpos,
y los cabellos al mensaje que la lluvia les trae;
para escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros.
¡Qué hermoso nacer entre praderas,
o entre collados que nos dicen: «Recuéstate»;
ir con el indolente pie dudando
si usar de la oferta de sombra que la nube y el árbol,
a una con su belleza, nos brindan!
O entre ríos que sólo tienen palabras de dulzura.
¡Qué hermoso nacer para entregarse a los hermosos cabellos
que, extendidos, son ríos que de pronto se callan,
dejando ardiendo los deseos renovados del aire,
y los hombros, remansos del cuerpo,
donde la pasión se reclina y refresca,
y las cinturas y las piernas como saetas!
¡Qué hermoso nacer y darse al gran amor de la tierra,
y ofrecerle materia y lugar de expresarse;
qué hermoso escucharlo cuando el sol se nos pierde,
y saber que sólo se trata de un viaje pasajero,
que continuamos y continuamos, que somos expresiones,
que el agua está entendiendo lo que digo
tan bien como tú a quien mi canción se dirige!
¡Qué hermoso pensar que el mar es dondequiera,
extensión dondequiera, de aguas convocadas,
que en azul o que en verde le contestan al cielo,
como tus ojos, que responden con color a los míos!
Y si digo «Tierra», pienso lo que piensas,
lo que todos sentimos, compañía
y morada donde el amor tuvo nombre,
lugar que nunca rehusó asilo
a miembros humanos por cansados que fueran.
Y entre tantas cosas que de amor son motivo,
no hay sitio para nada que el amor no proclame;
que todo lo que se nombra tiene belleza en nombrarlo,
incluso esta canción que a ti va como un ave.
Hermoso, por la virtud que confiere a las cosas,
el nombre, con sólo rozarlas,
las saca a la vida donde no hay resquicio
para nada sin nombre o belleza.
¡Qué hermoso nacer y sacarle a los pechos de nuestras
madres esa leche de tan blanca hermosura,
y amarla, y a las cosas, e irse diciendo:
«Esta es la lengua del amor, y no hay otra;
y quien no hable de amor no ha nacido,
que sólo al amor se nos dio nacimiento».
Decir amor y perderme es lo mismo,
mas no decirlo es peor que la muerte;
que en un instante abre el sentido a todas las hermosuras.
¡Qué hermoso nacer para morir,
y repentinamente ver la claridad que el agua y la llama llevan en sí mismas,
y ver la contenida hermandad de muerte y belleza,
la obra de Dios entre las obras!
¡Oh, qué gran rosa en las manos la muerte!
¡Oh sombra que aclara las sombras!
Esta gran rosa, la muerte, nos fue dada
porque entre tanta hermosura vamos a ciegas,
porque los ojos son chicos y el mar inmenso,
y el tiempo de ver reducido sin tino,
y las cosas con un revés que no alcanzamos.
Mas con esta rosa, Señor, ya no hay duda,
sino hermosura doquier que es tu nombre.
EL CRISTO DE VELÁZQUEZ
Inmóvil y perfecto, estás clavado.
Nuestra mortal angustia se estremece
cuando ni sombra de dolor parece
donde todo el dolor se ha consumado.
Grita, Señor. Retuércete. ¿El costado
no atravesó una lanza? ¿No te mece
el dolor en su cuna? ¿Qué flor crece
en tu frente, que así te ha coronado?
¿No es tu sangre de hombre la que vierte
el cuerpo, ni sudor el que derramas,
ni peso humano el que te tiene inerte?
¿Por qué, entonces, Señor, hombre, no clamas?
¿O es que te tiene en pie frente a la muerte
la fuerza de lo mucho que nos amas?
PASO DE DIOS
Señor, ¡cómo has venido azul sobre la tierra,
tras tantos días oculto tras tu lluvia y tu viento!
Difícil como un monte, Señor, te vela a veces
tu propio poderío. Y vamos ciegos, lentos,
lo mismo que un camino borrado por las yuntas.
Mas hoy tu sol, tu azul, el aire de tu paso,
un temblor que decía, Señor, que te acercabas,
hacía todo vibrante, el tronco y el renuevo,
orlaba las veredas con la flor, la esperanza,
y un calor que venía de lo hondo de tus hornos
calentaba la tierra. ¡Qué vaso rebosante
la tarde, derramándote, Señor, en su dulzura
sobre tus mismas cosas! Mi corazón estaba,
como siempre, al acecho, y temblaba en la espera,
siempre espía de tus pasos.
..............................................Esto es largo y oscuro.
La palabra no sirve. La palabra se quiebra.
A veces te balbuce la lengua, y queda todo
en silencio y tiniebla. A veces, la mirada
de un niño te recoge: una luz repentina
que remata los árboles; la hierba que suspende
una gota que tiembla: haces de nuestra carne
espejo de un instante, y luego todo sigue.
Se siente tu ruido, tu terror, tu belleza.
De Sonetos de amor por un autor indiferente (1942):
A TI, LA SIEMPRE FLOR, LA SIEMPRE VIVA
A ti, la siempre flor, la siempre viva
raíz, la siempre voz de mi desvelo;
a ti la siempre luz, el siempre cielo,
abierto a dura piedra y verde oliva.
A ti la siempre sangre fugitiva
de cuanto en ti no halló razón y celo;
a ti mi siempre verso, el siempre vuelo
del torpe corazón y ala cautiva.
A ti mis pensamientos aguardando
antes de amanecer a que amanezca,
para montar su guardia a memoria;
a ti mis dulces sueños entornando
puertas al alba porque no amanezca,
y se pierda en la luz tu tierna historia.
ESTA ADIVINACIÓN DE TU FIGURA
Esta adivinación de tu figura,
esta impresión del alma que enternece
el cristal, esta sombra que parece
un recuerdo que sale en la espesura
donde están los recuerdos y apresura
al verlo el corazón, y que estremece
el mundo en una luz que crece y crece,
hasta donde el temblor no tiene altura,
comparación no admite con aquella
imagen que yo llevo dibujada
dentro del corazón en que te siento,
que donde va mi sangre va su huella,
y donde van mis ojos su mirada,
y donde va mi voz, pone su acento.
YO TE DARÍA, AMOR, YO TE DARÍA
Yo te daría, amor, yo te daría
la viña y el almendro y el olivo,
la tapia que le sirve de recibo
a tanta madreselva y lozanía.
Y luego con mis brazos le daría
descanso a tanto pensamiento esquivo,
y luego con mis ojos, a lo vivo
de tu alma hiriendo en gozo, llegaría.
Porque en la tarde tengo tan contenta
una brisa que sabe lo que quiere,
y le habla al hueso con ternura tanta,
que el puro hueso en dicha se acrecienta,
y no sabe si vive ya, si muere,
la voz o la delicia en la garganta.
OH TÚ, LA SIEMPRE TÚ, LA SIEMPRE ESPÍA
Oh tú, la siempre tú, la siempre espía
de mis cuidados y la siempre rosa,
la siempre recogida y rumorosa
soledad, siempre libre compañía!
La siempre sed y siempre fuente fría
al labio presta, y siempre venturosa
al corazón, y por decirte hermosa
te llamo libertad y digo mía.
La que siempre me encuentro en el instante
de la ventura; la que siempre espera,
sentada en el umbral de mi deseo
con su siempre ternura vigilante;
la siempre paz que llamo en mi ribera,
la siempre luz por la que vivo y creo.
De Abril del alma (1942-1943):
XII
Como el viento en los trigos por abril, tu recuerdo
va removiendo olas de dulzura en mi frente.
¡Qué tierno se hace el mundo, y qué razón recobra!
¡Qué resonancia clara sale de las cavernas
donde tienen su fuente los sueños más remotos,
y qué dulce se extiende por miembros y campiñas!
Dejadme a mi ternura, que, rey de mi ternura,
no hay frontera en el mundo ni mar que no traspase.
¿Eres tú abril, o abril es ese espejo hondísimo
que se forma en mi alma cuando me asomo a ella?
¿Quién más abril que tú, que eres la primavera
del alma con la sola razón de haber vivido,
que sales como abril del campo sin trabajo,
lo mismo que la alondra de los trigos recientes,
con raíces tan fuertes como troncos de encinas,
y con flores tan frágiles como flores de encinas;
que poco a poco vas quitando a la esperanza
sus últimos rincones y se los das al gozo,
que en trance tal de júbilo colocas al espíritu
que pierde la razón del tiempo en su existencia?
YA NO SÉ DESEAR MÁS QUE LA VIDA
Ya no sé desear más que la vida,
porque entre las victorias de la muerte
nunca tendrá la grande de tenerte
como una de las suyas merecida.
Y porque, más que a venda y más que a herida,
está mi carne viva con quererte,
e, igual mi corazón que un peso inerte,
halla su gravedad en tu medida.
¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho, la vena o la palabra,
y a lo mejor en valle, fuente o roca!
¡Corazón prisionero y emigrado,
que con cada latido el hierro labra,
y que convierte en sueño cuanto toca!
SÓLO QUIERO LOS OJOS PARA VERTE
Sólo quiero los ojos para verte
y si los cierro es sólo por mirarte;
sólo vive mi alma de formarte,
mi corazón palpita con quererte.
La voluntad la tengo ya de suerte
que no la llevo nunca de mi parte;
si tengo libertad es por buscarte,
y si temo perderla es por perderte.
O también si te busco es porque, avara,
guardas mi libertad siempre contigo.
¡Ay, déjame ir a ti como una ola,
o igual que cae en el campo el agua clara,
o como sigue en mayo al aire el trigo!
¡Oh tú, mi sola tú, mi sola sola!
AQUÍ TIENES, AMOR, TU ANTIGUO HUERTO
Aquí tienes, amor, tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados
que abril dejó de verte coronados
y junio con sus flores ha cubierto.
Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto.
Aquí te espero, amor, por las veredas
que no vienen ni van a parte alguna
sino a aquel corazón en donde habitan,
y donde aún sin venir siempre te quedas
y haces mi soledad tan oportuna
que la paz y el silencio la visitan.
SI QUIERES QUE TE QUIERA, QUE TE QUIERA
Si quieres que te quiera, que te quiera,
deja que como pueda te lo diga,
te cante flor y te proclame espiga
y te busque en el mar y en la ribera.
Si quieres que me calle y que me muera
no te extrañes que esta sombra te persiga
y fueras donde fueras, siempre siga,
y vayas donde vayas, siempre fera.
Si quieres que este cuerpo habite un hombre,
que tengan estos ojos luz que miren,
que tenga el corazón sangre y alientos,
y tenga soledad y amor y nombre
para las cosas, deja que respiren
sobre tus hombros estos pensamientos.
DÉJAME, ¡AY1, CANTÁRTELO AL OÍDO
Déjame, ¡hay1, cantártelo al oído,
¡oh frágil!, ¡oh preciosa!, ¡oh azucena
blanca en olor y en la color morena,
con más miel en lo dulce y más olvido
del generoso olor, y más latido
de sangre caudalosa por la vena,
más ganada y más mía y más serena,
y más me tienes más y más rendido!
Y más rendido, y mira la speranza
y la paz tan sencilla y an derecha
y tanta y tanta luz como amanece
y tanta libertad como se alcanza
en esta soledad que nos rececha,
y en medio de este amor que crece y crece.
José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 9 de octubre de 1909 - Mollina, 29 de septiembre de 2009) fue un poeta y narrador español encuadrado en la Generación del 36.
Biografía
Nacido en Antequera (Málaga) en 1909, la vida literaria de José Antonio Muñoz Rojas ocupa holgadamente tres cuartos de siglo, desde el momento de conformación de las estéticas del 27 hasta bien entrado el siglo XXI. A lo largo de todos esos años, ha visto pasar a su lado la fiebre vanguardista de los veinte, la poesía «entre pureza y revolución» de los treinta, la oposición entre el garcilasismo y el tremendismo de los cuarenta, el socialrealismo y las estéticas que se abren hacia el medio siglo, los culturalismos y esteticismos marginales, las poéticas del 68, la poesía figurativa y la poesía minimalista a partir de los ochenta..., y así hasta el cansancio. Ya en su fecunda vejez, su obra (rescatada y dada a la luz por la editorial Pre-Textos) se levantó del duradero y parecía que cómodo silencio en que se encontraba para convertirse en una presencia viva, a la que muchos poetas jóvenes acuden para familiarizarse con algunos rasgos esenciales de la poesía de un siglo.
Muñoz Rojas estudió con los jesuitas de Málaga (Colegio San Estanislao de Kostka) y Madrid, y se licenció en Derecho en la Universidad Central. Por entonces fundó —con José Antonio Maravall, Leopoldo Panero y José R. Santeiro— Nueva Revista (1929-1931). Con la publicación de su primer libro, Versos de retorno (1929), tomó contacto con los directores de Litoral (Emilio Prados y Manuel Altolaguirre) y José Luis Cano, además de granjearse la amistad de muchos poetas del 27, entre ellos Vicente Aleixandre. En ese contexto, colaboró en revistas como Mediodía, Isla, Los Cuatro Vientos, El Gallo Crisis, Caballo Verde para la Poesía, que dirigía Pablo Neruda, o Cruz y Raya de José Bergamín...; años después lo haría también en publicaciones de posguerra como Escorial, Garcilaso, Ínsula, Arbor, Papeles de Son Armadans, etc.
En 1932 opositó sin éxito al cuerpo diplomático, y entró a trabajar en la Escuela Internacional fundada por José Castillejo. En septiembre de 1936, y gracias a la intervención de sus amigos de Cambridge, los profesores Bullock y Parker, se incorporó a la lectoría de español de dicha Universidad, en la cual pudo iniciar una investigación sobre las relaciones de los poetas metafísicos ingleses con los autores españoles de su tiempo.
Concluida la guerra civil, volvió a Málaga en 1940, donde, entre otras actividades, fundó con Alfonso Canales la colección poética A quien conmigo va. Instalado en Madrid, en 1952 ingresó en el Banco Urquijo, del que fue secretario general, y se ocupó intensamente de su Sociedad de Estudios y Publicaciones.
Obras
Versos de retorno supuso una aportación dentro de la corriente neopopular y machadiana, perceptible también en libros posteriores como Cancionero de la casería, mientras que con Ardiente jinete desarrolla el tema amoroso con cierta experimentación vanguardista. A aquel libro le siguieron títulos como Canciones, Sonetos de amor por un autor indiferente, Abril del alma y, sobre todo, Cantos a Rosa, símbolo de la belleza y la fugacidad del tiempo, todos ellos poemarios en torno al amor, la melancolía serena y la armonía del alma con la naturaleza, de la mano de un estilo directo y coloquial que busca el acercamiento entrañable al ser. En 1945 publica Historias de familia, un libro autobiográfico.
Con Las cosas del campo (1951) aborda la prosa poética marcada por cierto estilo horaciano, presente también en su obra memorialística: Las musarañas (1957), Amigos y maestros, La gran musaraña o Dejado ir. Una vertiente más reflexiva da curso a las preocupaciones en torno al recuerdo, la soledad y el tiempo, bajo un estilismo de ruptura y repeticiones que se puede rastrear en sus libros de diversas épocas —en muchos de los cuales el tiempo de la escritura no concuerda con el de la publicación—: Al dulce son de Dios, Consolaciones, Lugares del corazón en nueve sonetos que lo celebran, Salmo, Oscuridad adentro, Objetos perdidos, Entre otros olvidos, Rescoldos o La voz que me llama.
Es autor también de Ensayos anglo-andaluces y de obras dramáticas (Hay que lamentar una víctima y Cuando llegue el otoño), y ha traducido a poetas ingleses como William Wordsworth, John Donne, Richard Crashaw, Gerard Manley Hopkins o T. S. Eliot.
(Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )
*
Poemas de José Antonio Muñoz Rojas:
De Ardiente jinete (1931):
III
Gracias, amor
por haberme dedicado el libro de tus aventuras,
el relato de tus desvelos
y tus cuadernos de viaje.
Así sabré cuándo y dónde naciste,
quiénes fueron tus padres,
cómo encontraste el primer amor de tu vida.
Ya caminaré sin perderme,
sin tentaciones mansas como los ojos de los bueyes,
o agudas como los picos de las sierras,
llevado de tu mano
sin más miedo que tu mano misma,
sin más aventura que tu misma mano.
Como eres más alto que yo,
levantaré los ojos para preguntarte
por qué canta el estornino
y no canta la zumaya,
por qué se desliza la serpiente
o qué insectos están encargados
de transportar las almas al otro mundo.
Tú, amor, me contestarás dulcemente,
y así, entre dulces preguntas y respuestas,
entre verte y amarte,
iré pasando, amor, mi vida.
VI
He pensado, amor, que nos vayamos a una aldea
para que te acostumbres a salir a la calle sin corbata
y veas lo que nunca has visto:
pacer las ovejas;
y sepas lo que no has sabido:
al dulce son del caramillo;
y prueben tus zapatos
el prado y la pradera,
y toques las piedras
y las cortezas de los árboles
que tantas veces viste en el cine sin tocarlas.
Porque ignoro, amor, si tienes pie,
aunque sé bien que tienes cintura;
ignoro si puedes encaramarte como una cabra,
o sólo sirves para estar sentado.
Ignoras muchas cosas
que es preciso ignorar,
y sabes por otra parte demasiadas.
Seguramente oíste hablar de la aurora
y del crepúsculo;
pues bien, existen crepúsculos y auroras,
y es posible madrugar,
y es posible tener la nieve en las manos,
y oír el caramillo,
y tocar las piedras,
y resguardarse del sol bajo los árboles,
y ver los rayos hendir las encinas;
en fin, amor, amar no es imposible.
XI
¡Qué temprano has venido hoy, amor! -le dije,
porque efectivamente anocheció antes.
Será por lo que sea;
que lo averigüen los enanos.
No te lo puedo decir. Será que lo he soñado
y desperté pensando:
¡Cómo se alegrará cuando lo sepa!
Me alegro muchísimo,
porque yo tenía también mi sueño,
y vino un labrador creyendo
que mis caderas eran enjambres
donde faltabas tú solamente.
Había abejas y pecados,
mártires y martirios,
pero faltabas tú
aunque corriera la sangre.
Y, faltando el amor, ya lo sabéis,
hay neuralgias,
hidropesías,
no hay amor, naturalmente,
ni vida,
y sin vida no se puede tomar a las cinco
esas gotas de amargura
que tienen todas las tazas de té.
XV
Amor, es necesario desear algo,
aunque sea la lluvia o la escarcha;
lo que no puede ser
es permanecer ante las montañas
sin dirigirles palabras cariñosas,
ver los ríos viajar continuamente
sin desearles buen viaje.
Hay que ser complaciente con todas las cosas,
las que existen y las que no existen.
No olvidar cuando salgamos
que no sabemos cuándo será el retorno,
y que puede presentarse la ocasión
de convidar a migajas de pan a los gorriones,
a pan y sal a los borregos,
que podemos ir a parar a la Arabia,
donde los camellos se mueren de sed,
y les salvaríamos la vida
si con la cartera y el portamonedas
hubiéramos puesto en nuestro bolsillo
un vaso,
que el agua ya se encargarán los cielos
de que no falte.
XVII
Yo quiero que seas todas las cosas,
y te confundo frecuentemente con los recuerdos.
Amor, ¿cómo vas a alejarte,
si no tienes dónde ir?
¿Crees que todos compartirán contigo un lecho,
y que todos te esperan a cenar?
Amor, ¡no seas inocente!
Lo más que te quieren es como quieren a las aves,
lo más que te recuerdan es como a los recuerdos.
¿Qué has hecho, amor, qué has hecho?
¿Pero otra vez te has ido?
¡No tardes! ¡Ven!
XXIV
Amor, que te están esperando los de siempre.
No olvides que prometiste bajar todas las atrdes a las siete.
¿Dice que el amor ha salido?
¿Vestido de tarde o de noche?
¿Desnudo?
El amor no se viste nunca.
¿Lo detuvieron tras largas pesquisas?
¿Se le acusa de asesinato?
¡Ay, amor! ¿Tú asesino?
Asesinó a dos horas que se sentaron,
al salir del reloj,
en un banco del parque;
las corrompió primero
y las asesinó después.
Será condenado a muerte.
Lo siento principalmente por los árboles
y las locomotoras.
¿Para qué servirán las hojas
y quién tiene que viajar
si desaparecen penínsulas e islas,
archipiélagos y tiernas yemas de los árboles?
¿No te acuerdas
que ahí nadie dará contigo?
De Canciones (1933-1940):
LA MADRE
Y la madre soñaba oscuramente:
será rubio, tendrá estos ojos mismos.
Le amarán las muchachas. Una tarde,
de pronto, llorará junto a una rosa.
Le crecerá la angustia sin saberlo,
y cada nuevo umbral será una herida.
Temblará al traspasarlos, hijo mío,
acaso una paloma, acaso nada.
El viento por la frente, las caídas
hojas que se acumulan, los rumores
del corazón callados. Nadie sabe
las formas repentinas de la dicha.
Yo lo siento aquí hondo en mis entrañas
el río de tus años que me deja
una nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi corazón como la sangre.
Me hace toda ribera, toda muro,
donde lamen las aguas de tu vida.
Torno otra vez a ser niña jugando,
corriendo como niña entre las rosas.
¡Oh sueño en mis entrañas!¡Oh río alto,
resonando de siempre en mis entrañas!
ELEGÍA
No puedo negar amor a estos cabellos perecederos,
aunque los sepa detenidos un punto en el oro
en su camino hacia las nieves eternas.
Ni a estos perfiles al sol, con el sol acabando,
ni a estos cuellos o tallos pendientes de un estío.
Sin mi voluntad
cae el peso de mi amor sobre tallos cabellos,
a pesar de la brevedad de la flor de la aurora,
de la rosa o paloma que en las manos me dejas,
de los arroyos o cabellos que desencadenas en mis brazos;
a pesar de lo negra y lo honda
que se hace la noche sin ti;
a pesar de los espejos extraños
que dondequiera se forman al dejarte;
a pesar de lo eterno,
o tal vez porque lo eterno es tu fuga.
(A MÍ ME HA SUCEDIDO MUCHAS VECES...)
A mí me ha sucedido muchas veces
ir caminando y encontrarme
de pronto una palabra que había dicho
hace tantos amores a estas horas,
hace tantos latidos y amarguras,
cuando la adolescencia. Ella tenía
aproximadamente dieciocho
años, y unos cabellos que las brisas
adoraban, diciéndole al oído:
nunca los tuve iguales en mis dedos.
Vivir no se medía, se gozaba
asomado a un pretil de donde el mundo
era un suelo extendido de hermosura
que rodeaba el júbilo, y el gozo
se llamaba José como me llamo,
urgía con los latidos de aquí dentro
un millón de esperanzas por minuto.
A mí me ha sucedido muchas veces
encontrarme con sombras y decirles:
sois las mismas, acaso conocéis
este viejo aposento, y verlas irse
como un poco de humo, como un poco
de hermosura. La vida es eso, sombra.
A mí me ha sucedido muchas veces
buscarme inútilmente, no encontrarme
aunque estaba citado en la esperanza
a una ternura fija, y ver pudrirse
las rosas que llevaba entre las manos.
Y hallar que la palabra no servía,
que era inútil el canto, derrotada
la palabra en los labios, miel sin nadie,
en busca de su labio. Duramente
el corazón aprende sus congojas
para saber un poco. No es alegre
llegar a esta certeza del vocablo
inútil casi siempre, casi nunca.
Claro que no son sólo estas orillas.
Las hay sin amargura, aunque se acaban
en apariencia, pero no se acaban
porque se miden con la sangre. Tienen
nombres que apenas tienen nombre. Dicen
al corazón dulzura, nos derraman
generosos al mundo, nos reviven.
A mí me ha sucedido muchas veces
ir caminando y olvidarme
de todo en la esperanza. Dios sin duda
nos coge de la mano. ¿No es su mano?
A merced de las horas, sin derecho
más que a un poco de aire, de hermosura,
nacemos, y es bastante. A veces sobra.
Todo en fin es amor. Me ha sucedido
encontrarme a menudo que no peso,
que esto que llaman por llamar no tiene
más que un nombre, querencia. Va a lo alto
inevitablemente. Va a lo alto
como el chopo y el bien. Sigue a lo alto.
De Al dulce son de Dios (1936-1945):
(¡QUÉ HERMOSO NACER PARA ESTO QUE NACEMOS!)
¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!
Para entregarle cada día al sol nuestros cuerpos,
y los cabellos al mensaje que la lluvia les trae;
para escuchar alternativamente a la esperanza y los pájaros.
¡Qué hermoso nacer entre praderas,
o entre collados que nos dicen: «Recuéstate»;
ir con el indolente pie dudando
si usar de la oferta de sombra que la nube y el árbol,
a una con su belleza, nos brindan!
O entre ríos que sólo tienen palabras de dulzura.
¡Qué hermoso nacer para entregarse a los hermosos cabellos
que, extendidos, son ríos que de pronto se callan,
dejando ardiendo los deseos renovados del aire,
y los hombros, remansos del cuerpo,
donde la pasión se reclina y refresca,
y las cinturas y las piernas como saetas!
¡Qué hermoso nacer y darse al gran amor de la tierra,
y ofrecerle materia y lugar de expresarse;
qué hermoso escucharlo cuando el sol se nos pierde,
y saber que sólo se trata de un viaje pasajero,
que continuamos y continuamos, que somos expresiones,
que el agua está entendiendo lo que digo
tan bien como tú a quien mi canción se dirige!
¡Qué hermoso pensar que el mar es dondequiera,
extensión dondequiera, de aguas convocadas,
que en azul o que en verde le contestan al cielo,
como tus ojos, que responden con color a los míos!
Y si digo «Tierra», pienso lo que piensas,
lo que todos sentimos, compañía
y morada donde el amor tuvo nombre,
lugar que nunca rehusó asilo
a miembros humanos por cansados que fueran.
Y entre tantas cosas que de amor son motivo,
no hay sitio para nada que el amor no proclame;
que todo lo que se nombra tiene belleza en nombrarlo,
incluso esta canción que a ti va como un ave.
Hermoso, por la virtud que confiere a las cosas,
el nombre, con sólo rozarlas,
las saca a la vida donde no hay resquicio
para nada sin nombre o belleza.
¡Qué hermoso nacer y sacarle a los pechos de nuestras
madres esa leche de tan blanca hermosura,
y amarla, y a las cosas, e irse diciendo:
«Esta es la lengua del amor, y no hay otra;
y quien no hable de amor no ha nacido,
que sólo al amor se nos dio nacimiento».
Decir amor y perderme es lo mismo,
mas no decirlo es peor que la muerte;
que en un instante abre el sentido a todas las hermosuras.
¡Qué hermoso nacer para morir,
y repentinamente ver la claridad que el agua y la llama llevan en sí mismas,
y ver la contenida hermandad de muerte y belleza,
la obra de Dios entre las obras!
¡Oh, qué gran rosa en las manos la muerte!
¡Oh sombra que aclara las sombras!
Esta gran rosa, la muerte, nos fue dada
porque entre tanta hermosura vamos a ciegas,
porque los ojos son chicos y el mar inmenso,
y el tiempo de ver reducido sin tino,
y las cosas con un revés que no alcanzamos.
Mas con esta rosa, Señor, ya no hay duda,
sino hermosura doquier que es tu nombre.
EL CRISTO DE VELÁZQUEZ
Inmóvil y perfecto, estás clavado.
Nuestra mortal angustia se estremece
cuando ni sombra de dolor parece
donde todo el dolor se ha consumado.
Grita, Señor. Retuércete. ¿El costado
no atravesó una lanza? ¿No te mece
el dolor en su cuna? ¿Qué flor crece
en tu frente, que así te ha coronado?
¿No es tu sangre de hombre la que vierte
el cuerpo, ni sudor el que derramas,
ni peso humano el que te tiene inerte?
¿Por qué, entonces, Señor, hombre, no clamas?
¿O es que te tiene en pie frente a la muerte
la fuerza de lo mucho que nos amas?
PASO DE DIOS
Señor, ¡cómo has venido azul sobre la tierra,
tras tantos días oculto tras tu lluvia y tu viento!
Difícil como un monte, Señor, te vela a veces
tu propio poderío. Y vamos ciegos, lentos,
lo mismo que un camino borrado por las yuntas.
Mas hoy tu sol, tu azul, el aire de tu paso,
un temblor que decía, Señor, que te acercabas,
hacía todo vibrante, el tronco y el renuevo,
orlaba las veredas con la flor, la esperanza,
y un calor que venía de lo hondo de tus hornos
calentaba la tierra. ¡Qué vaso rebosante
la tarde, derramándote, Señor, en su dulzura
sobre tus mismas cosas! Mi corazón estaba,
como siempre, al acecho, y temblaba en la espera,
siempre espía de tus pasos.
..............................................Esto es largo y oscuro.
La palabra no sirve. La palabra se quiebra.
A veces te balbuce la lengua, y queda todo
en silencio y tiniebla. A veces, la mirada
de un niño te recoge: una luz repentina
que remata los árboles; la hierba que suspende
una gota que tiembla: haces de nuestra carne
espejo de un instante, y luego todo sigue.
Se siente tu ruido, tu terror, tu belleza.
De Sonetos de amor por un autor indiferente (1942):
A TI, LA SIEMPRE FLOR, LA SIEMPRE VIVA
A ti, la siempre flor, la siempre viva
raíz, la siempre voz de mi desvelo;
a ti la siempre luz, el siempre cielo,
abierto a dura piedra y verde oliva.
A ti la siempre sangre fugitiva
de cuanto en ti no halló razón y celo;
a ti mi siempre verso, el siempre vuelo
del torpe corazón y ala cautiva.
A ti mis pensamientos aguardando
antes de amanecer a que amanezca,
para montar su guardia a memoria;
a ti mis dulces sueños entornando
puertas al alba porque no amanezca,
y se pierda en la luz tu tierna historia.
ESTA ADIVINACIÓN DE TU FIGURA
Esta adivinación de tu figura,
esta impresión del alma que enternece
el cristal, esta sombra que parece
un recuerdo que sale en la espesura
donde están los recuerdos y apresura
al verlo el corazón, y que estremece
el mundo en una luz que crece y crece,
hasta donde el temblor no tiene altura,
comparación no admite con aquella
imagen que yo llevo dibujada
dentro del corazón en que te siento,
que donde va mi sangre va su huella,
y donde van mis ojos su mirada,
y donde va mi voz, pone su acento.
YO TE DARÍA, AMOR, YO TE DARÍA
Yo te daría, amor, yo te daría
la viña y el almendro y el olivo,
la tapia que le sirve de recibo
a tanta madreselva y lozanía.
Y luego con mis brazos le daría
descanso a tanto pensamiento esquivo,
y luego con mis ojos, a lo vivo
de tu alma hiriendo en gozo, llegaría.
Porque en la tarde tengo tan contenta
una brisa que sabe lo que quiere,
y le habla al hueso con ternura tanta,
que el puro hueso en dicha se acrecienta,
y no sabe si vive ya, si muere,
la voz o la delicia en la garganta.
OH TÚ, LA SIEMPRE TÚ, LA SIEMPRE ESPÍA
Oh tú, la siempre tú, la siempre espía
de mis cuidados y la siempre rosa,
la siempre recogida y rumorosa
soledad, siempre libre compañía!
La siempre sed y siempre fuente fría
al labio presta, y siempre venturosa
al corazón, y por decirte hermosa
te llamo libertad y digo mía.
La que siempre me encuentro en el instante
de la ventura; la que siempre espera,
sentada en el umbral de mi deseo
con su siempre ternura vigilante;
la siempre paz que llamo en mi ribera,
la siempre luz por la que vivo y creo.
De Abril del alma (1942-1943):
XII
Como el viento en los trigos por abril, tu recuerdo
va removiendo olas de dulzura en mi frente.
¡Qué tierno se hace el mundo, y qué razón recobra!
¡Qué resonancia clara sale de las cavernas
donde tienen su fuente los sueños más remotos,
y qué dulce se extiende por miembros y campiñas!
Dejadme a mi ternura, que, rey de mi ternura,
no hay frontera en el mundo ni mar que no traspase.
¿Eres tú abril, o abril es ese espejo hondísimo
que se forma en mi alma cuando me asomo a ella?
¿Quién más abril que tú, que eres la primavera
del alma con la sola razón de haber vivido,
que sales como abril del campo sin trabajo,
lo mismo que la alondra de los trigos recientes,
con raíces tan fuertes como troncos de encinas,
y con flores tan frágiles como flores de encinas;
que poco a poco vas quitando a la esperanza
sus últimos rincones y se los das al gozo,
que en trance tal de júbilo colocas al espíritu
que pierde la razón del tiempo en su existencia?
YA NO SÉ DESEAR MÁS QUE LA VIDA
Ya no sé desear más que la vida,
porque entre las victorias de la muerte
nunca tendrá la grande de tenerte
como una de las suyas merecida.
Y porque, más que a venda y más que a herida,
está mi carne viva con quererte,
e, igual mi corazón que un peso inerte,
halla su gravedad en tu medida.
¡Qué temblor no tenerlo en ningún lado,
ni en el pecho, la vena o la palabra,
y a lo mejor en valle, fuente o roca!
¡Corazón prisionero y emigrado,
que con cada latido el hierro labra,
y que convierte en sueño cuanto toca!
SÓLO QUIERO LOS OJOS PARA VERTE
Sólo quiero los ojos para verte
y si los cierro es sólo por mirarte;
sólo vive mi alma de formarte,
mi corazón palpita con quererte.
La voluntad la tengo ya de suerte
que no la llevo nunca de mi parte;
si tengo libertad es por buscarte,
y si temo perderla es por perderte.
O también si te busco es porque, avara,
guardas mi libertad siempre contigo.
¡Ay, déjame ir a ti como una ola,
o igual que cae en el campo el agua clara,
o como sigue en mayo al aire el trigo!
¡Oh tú, mi sola tú, mi sola sola!
AQUÍ TIENES, AMOR, TU ANTIGUO HUERTO
Aquí tienes, amor, tu antiguo huerto,
con su doblada hilera de granados
que abril dejó de verte coronados
y junio con sus flores ha cubierto.
Y donde en flor segura y fruto incierto
se muestran los olivos blanqueados,
y van al amarillo los sembrados,
y al calor las gayombas se han abierto.
Aquí te espero, amor, por las veredas
que no vienen ni van a parte alguna
sino a aquel corazón en donde habitan,
y donde aún sin venir siempre te quedas
y haces mi soledad tan oportuna
que la paz y el silencio la visitan.
SI QUIERES QUE TE QUIERA, QUE TE QUIERA
Si quieres que te quiera, que te quiera,
deja que como pueda te lo diga,
te cante flor y te proclame espiga
y te busque en el mar y en la ribera.
Si quieres que me calle y que me muera
no te extrañes que esta sombra te persiga
y fueras donde fueras, siempre siga,
y vayas donde vayas, siempre fera.
Si quieres que este cuerpo habite un hombre,
que tengan estos ojos luz que miren,
que tenga el corazón sangre y alientos,
y tenga soledad y amor y nombre
para las cosas, deja que respiren
sobre tus hombros estos pensamientos.
DÉJAME, ¡AY1, CANTÁRTELO AL OÍDO
Déjame, ¡hay1, cantártelo al oído,
¡oh frágil!, ¡oh preciosa!, ¡oh azucena
blanca en olor y en la color morena,
con más miel en lo dulce y más olvido
del generoso olor, y más latido
de sangre caudalosa por la vena,
más ganada y más mía y más serena,
y más me tienes más y más rendido!
Y más rendido, y mira la speranza
y la paz tan sencilla y an derecha
y tanta y tanta luz como amanece
y tanta libertad como se alcanza
en esta soledad que nos rececha,
y en medio de este amor que crece y crece.
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