el tiempo forma una rueda con los pensamientos
y el astrolabio se pierde en sus calles
que se bifurcan en la efigie del entorno.
Hay un orgullo
en el Museo Municipal,
donde el pintor Qijano
habla con trazos imposibles para
sobrecoger
aliviar
comprender
o mantener su flecha
que conoce los rumbos
en la densidad.
Mi tiempo en las calles de Albacete se inmoviliza
y recuerda lo turbio y dorado de las aguas
que cubrieron parte de un plebiscito
y ahora flota en ellas
como talla asimilada.
Hay desorientación
a estas horas de la noche
y en la soledad
los pasos vacilan
sobre el quebrado de los años.
para retornar al mismo rombo
que proclamaba el oráculo.
“Estas recuperando tu juventud”
Grita el artista
en sus ánimos
cuando le invoco sobre los cuadrados de la noche.
“Vive este instante elegido”
Sigue aconsejándome.
Y el pensamiento me lleva a Bogarra,
a su valle de retorno,
a sus cumbres de sierra,
donde el color cantaba coplas de luna
junto a los arbustos
que aún perduran en los parpadeos
de la noche.
Allí viven Mercedes y Angelín,
la Madre y el Compañero de Quijano,
en simbiosis con el lamento,
alejados de luces profanas,
sentados alrededor de una camilla
que magnifica el círculo,
con el rito de esencias.
y el contrafuerte del color.
Decir que el tiempo muere
es entrar en blasfemia.
Decir que el tiempo nace,
es formar un criptograma
que sólo se comprende desde lo lineal
o armonizando los paréntesis de ensueño.
con lo gélido de la andadura.
Tendría que alabar este palacio de la noche
que me permite abrir el cofre de intenciones
para contemplar mis deseos
perdidos en lo intemporal
con su abalorio de misterio
entonado en el pliegues de mis manos.
y en la indefinición de la muerte.
He comprendido en este dolor del tiempo
que la luz no me obliga a renacer,
que puedo formar una amatista con el recuerdo,
y la maga me ofrece su aislamiento para volver
al arco que cubría la permanencia.
He aquí el cuerpo entregado.
y el albricias en su rocío de noche.
Que incomprensible puede ser un sonido
cuando no se espera lo pautado.
Que torpe se vuelve el diamante
cuando no puede comprender la leyenda que lo mantiene.
Así de nuevo la noche,
en esas calles que parecen ceñirse a la indecisión
y mi voz que no puede asomarse a la celosía
para gritar su impotencia.
Pienso en la huida,
pero no hay destinos.
ni pugna
con un enemigo inexistente.
He de romper el vacío
de este cuerpo de aceras
que debe volver a su mañana
y en la espera en el “Rincón del Arte”
escribo estos pensamientos
entre los óleos
y en la mirada comprensiva de la dueña
que acepta que a las dos de la mañana,
el artista puede estar ausente
pero su presencia nunca muere.
Fuera,
amparada en sus calles
que serpentean la armonía,
queda la ciudad sin torres
en su noche.
Queda la ciudad
de infancias maduras.
Queda la ciudad del Alba.
“En un lugar de la Mancha…”
En un lugar del sentimiento.
Albacete, Marzo, 2007
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