(Francia, 1907-1988)
Poeta francés y figura clave de la literatura moderna francesa. Char nació en L'Isle-sur-Sorgue, en Provenza. Al terminar el bachillerato en el liceo de Avignon, su familia lo envió a Marsella para estudiar ciencias empresariales, estudios que realizó sin gran convicción. La publicación de la Capital del dolor (1926) de Paul Éluard supuso un gran impacto para Char, y tras completar su servicio militar en 1928 publicó Cloches sur le coeur, una colección de poemas que destruyó poco después. En 1929, visitó París y conoció a André Breton, René Crevel y Louis Aragon, todos ellos destacados representantes del surrealismo. Un año más tarde Char firmó el Segundo manifiesto surrealista, así como diversos panfletos que criticaban la Exposición Colonial de París y defendían el movimiento revolucionario español. Posteriormente publicó Marcha lenta, en colaboración con Breton y Éluard. En 1934 publicó El martillo sin dueño, de estilo surrealista y rico en imágenes exuberantes. Varios poemas incluidos en este volumen fueron musicados más tarde por Pierre Boulez e interpretados por primera vez en 1955. En lo sucesivo Char se aleja de los surrealistas y publica varios volúmenes de gran importancia, entre los que destaca Afuera la noche es gobernada (1938). En 1939, tras la invasión de Polonia por Hitler, fue destinado a un regimiento de artillería en Alsacia. Tras quedar libre del servicio en 1940 se unió a la Resistencia y bajo el nombre de capitán Alexandre vivió los peligros de este movimiento clandestino. Estas experiencias se reflejan en su colección de poemas Solos permanecen (1945), algunos de los cuales figuran entre lo mejor de su producción, y Las hojas de Hipnos (1946), un diario poético de los años de guerra. Sus creencias políticas, así como su condena del comunismo en 1949 y su protesta contra la base de armas atómicas de la Alta Provenza en 1966, se reflejan claramente en sus escritos. En 1955 conoció a Martin Heidegger, pensador sobre el que en 1966, 1968, y 1969 se celebraron diversos seminarios en Thor, cerca de la localidad natal de René Char. Maurice Blanchot señaló en cierta ocasión que la obra de Char es "una revelación poética". Su mundo es el mundo de la tierra, los árboles, los arroyos, los animales y la naturaleza, el incesante movimiento de aquello que, entre la creación y la muerte, es también una metáfora de los ideales del poeta para expresar el futuro y aceptar la inminencia de la muerte. Su estilo es un claro reflejo de su ambición por el uso de formas breves, un rico lirismo que transmite las severas lecciones del moralista sobre los objetivos del ser humano. Otras obras importantes son El sol de las aguas (1951), Búsqueda de la base y de la cima (1955), Común Presencia (1964), Vuelta atrás (1966) y La noche talismánica (1972). En 1983 se publicaron sus obras completas en la Bibliothèque de la Pléiade. Fue nombrado Caballero de la Legión de Honor y Oficial de las Artes y las Letras. Recibió la Medalla de la Resistencia y la Cruz de Guerra. :copyright: eMe
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La fuente narrativa (1947)
Prefacio y traducción: Wilfredo Carrizales
Fastos
El verano cantaba sobre su roca preferida cuando tú te me has aparecido, el verano cantaba apartado de nosotros que éramos silencio, simpatía, libertad triste, mar más aún que la mar cuya larga pala azul se entretenía a nuestros pies.
El verano cantaba y tu corazón nadaba lejos de él. Yo besé tu coraje, entendí tu desconcierto. Camino a lo absoluto de las vaguedades hacia esos altos picos de espuma donde cruzan las virtudes homicidas para las manos que llevan nuestras casas. Nosotros no éramos crédulos. Nosotros éramos agasajados.
Los años pasaron. Las tormentas murieron. El mundo se marchó. Yo tenía dolor de sentir que tu corazón justamente no me percibía más. Yo te amaba. En mi ausencia de semblante y mi vacío de felicidad. Yo te amaba, cambiante en todo, fiel a ti.
El sorgue
Canción para Ivonne
Río que demasiado temprano parte, en un tráfico, sin compañero,
Dona a los niños de mi país el rostro de tu pasión.
Río donde el relámpago acaba y donde comienza mi casa,
Que hace rodar por los escalones del olvido la rocalla de mi razón.
Río, en ti la tierra es escalofrío, el sol, ansiedad.
Que cada pobre en su noche haga su pan de tu mies.
Río frecuentemente castigado, río en el abandono.
Río de los aprendices de callosa condición,
No hay viento que no se doblegue ante la cresta de tus surcos.
Río del alma vacía, del harapo y de la sospecha,
De la vieja desgracia que se devana, del olmo, de la compasión.
Río de los extravagantes, de los febriles, de los descuartizadores,
Del sol suelto de su arado para conchabarse con el mentiroso.
Río de los mejores que sí mismos, río de nieblas abiertas,
De la lámpara que apaga la angustia alrededor de su sombrero.
Río de las consideraciones del sueño, río que enmohece el hierro,
Donde las estrellas son esta sombra que ellas rechazan al mar.
Río de los poderes transmitidos y de grito embocando las aguas,
Del huracán que muerde la viña y anuncia el vino nuevo.
Río del corazón jamás destruido en este mundo loco de prisión,
Protégenos violento y amigo de las abejas del horizonte.
¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud!
¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la necedad de los poetas de París así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia de las Ardenas un poco loca, tú has hecho bien en lanzarlos a los vientos, de echarlos bajo el cuchillo de su precoz guillotina. Tú has tenido razón en abandonar el bulevar de los perezosos, los cafés de los mealiras, por el infierno de las bestias, por el comercio con los astutos y los buenos días de los simples.
Este impulso absurdo del cuerpo y del alma, esta bala de cañón que da en el blanco y lo hace estallar, sí, ¡esto es la vida de un hombre! No se puede, al salir de la infancia, indefinidamente estrangular a su prójimo. Si los volcanes cambian poco de lugar, su lava recorre el gran vacío del mundo y le aporta las virtudes que cantan en sus heridas.
¡Tú has hecho bien en partir, Arthur Rimbaud! Nosotros somos algunos que creemos sin prueba en la felicidad posible contigo.
Los primeros instantes
Vemos fluir delante de nosotros el agua creciente. Ella borra de un golpe a la montaña, se despeja de sus flancos maternales. Esto no era un torrente que se ofrecía a su destino sino una bestia inefable de la que nosotros llegamos a ser la palabra y la sustancia. Ella nos tenía enamorados sobre el arco todopoderoso de su imaginación. ¿Cuál intervención nos hubiera podido constreñir? La modicidad cotidiana había huido, la sangre echada estaba rendida a su calor. Adoptados por lo abierto, estarcidos por lo invisible, nosotros éramos una victoria que no requería jamás fin.
El vencejo
Vencejo de alas demasiado largas que gira y grita su gozo
alrededor de la casa. Tal es el corazón.
Él deseca al trueno. Él siembra en el cielo sereno.
Si él toca al sol, él se desgarra.
Su réplica es la golondrina. Él detesta la familiaridad.
¿Qué iguala al encaje de la torre?
Su pausa está en el hueco de lo más sombrío. Ninguno está
más estrecho que él.
El verano de la larga claridad, él hilará en las tinieblas,
por las persianas de medianoche.
No hay ojos que lo retengan. Él grita, es toda su
presencia. Un ligero fusil va a derribarle. Tal es el corazón.
Madeleine en la lamparilla de noche
para Georges de La Tour
Yo querría hoy que la hierba fuese blanca para pisar la evidencia de verte sufrir: yo no miraría bajo tu mano joven la forma dura, sin enlucido, de la muerte. Un día discrecional, otros, sin embargo, menos ávidos que yo, quitaron vuestra camisa de tela, ocuparon vuestra alcoba. Mas ellos olvidaron al partir cubrir la lamparilla de noche y un poco de aceite se derrama por el puñal de la flama sobre la imposible solución.
A un fervor belicoso
Nuestra Señora de las Luces que se queda sola sobre el peñasco, malquistada con tu iglesia, favorable a sus insurrectos, no te debemos nada más que una mirada desde aquí abajo.
Yo te he detestado algunas veces. Tú nunca estabas desnuda. Tu boca estaba sucia. Pero yo sé hoy que había exagerado, pues quienes te besaban habían mancillado tu mesa.
Transeúntes que somos, jamás exigimos que el reposo viniese antes de la extenuación. Guardiana de los esfuerzos, tú no estás marcada sino por el poco amor con que fuiste cubierta.
Tú eres el momento de una mentira alumbrada, el garrote enmugrecido, la lámpara castigable. Yo soy asaz brusco como para hacerte pedazos o tomar tu mano. Tú estás sin defensa.
Demasiados pillos te acechan y acechan tu pavor. No tienes otra escogencia que la complicidad. ¡Severo asco de construir para ellos, de tener que servirles a cambio, de confidente.
Yo he roto el silencio, pues todos han partido y tú no tienes nada más que un bosque de pinos para ti. ¡Ah! Corre a la carretera, hazte de amigos, tórnate corazón niño bajo la nube negra.
El mundo ha andado tanto después de tu venida que no es más que una maceta de huesos, que un voto de crueldad. Oh, Señora desvanecida, sirvienta del azar, las luces se trasladan adonde el hambriento las ve.
Basta de cavar
Basta de cavar, basta de minar la parte próxima. Lo peor está en cada uno, como cazador, en su flanco. Tú que no eres aquí más que una pala que el tiempo levanta, vuélvete sobre lo que yo amo, que solloza a mi costado, y rómpenos, te lo suplico, para que yo muera de una buena vez.
Juramento
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa dónde va en el tiempo dividido. Ya no es más mi amor. Cualquiera puede hablarle. No se acuerda más; ¿quién exactamente lo amó?
Él busca a su semejante en miradas de deseo. El espacio que él recorre es mi fidelidad. Dibuja la esperanza y ligera la rechaza. Él es preponderante sin que tome parte.
Yo vivo en el fondo de él como un pecio dichoso. Sin saberlo él, mi soledad es su tesoro. En el gran meridiano donde inscribe su vuelo, mi libertad lo ahonda.
Por las calles de la ciudad va mi amor. Poco importa dónde va en el tiempo dividido. Ya no es más mi amor, cualquiera puede hablarle. No se acuerda más; ¿quién exactamente lo amó y lo ilumina de lejos para que no caiga?
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