Aires de Libertad

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    Mensaje por Pedro Casas Serra 14.02.23 14:11

    .


    Ángela Figuera Aymerich  (Bilbao, 30 de octubre de 1902 - Madrid, 2 de abril de 1984) fue una escritora española, representante de la denominada poesía desarraigada de la Primera Generación de Postguerra española.

    Biografía

    Nació en Bilbao siendo la hija primogénita de la valenciana Amelia Aymerich y de Jesús Ángel Figuera. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón y obtuvo el título de Bachiller en 1924 en el Instituto Provincial. En 1925 inició estudios de Filosofía y Letras como alumna libre, examinándose en Valladolid y concluyéndola en Madrid. Acabados sus estudios trabajó en una empresa de importación italiana, Aceros Poldi, y en 1931, en el colegio privado Decroly de Madrid y un años después en el colegio Montessori.​ En 1933 ganó la cátedra de Lengua y Literatura para Institutos de Segunda Enseñanza, y se casó con el ingeniero Julio Figuera.​ Fue destinada al Instituto de Educación Secundaria de Huelva, ciudad donde su primer hijo murió al nacer. Regresó a Madrid, donde residía al estallar la guerra civil española. Su marido, de ideología socialista, se alistó en el ejército republicano. El 30 de diciembre de 1936 nació su hijo Juan Ramón en medio de un bombardeo ("con salvas, como los reyes", escribirá). En febrero de 1937 Ángela y su familia fueron evacuados a Valencia donde fue destinada al Instituto de Alcoy, y más tarde en el de Murcia. Al finalizar la guerra fue represaliada. Volvieron a Madrid y durante un tiempo, ella y su hijo, se marcharon a Soria.​

    En 1948, publicó Mujer de barro, y un año después Soria pura. Se trata de una poesía simbolista que dejó paso a lo que ella llamaría "etapa preocupada", que comenzó con la publicación de su tercer libro, Vencida por el ángel, y duró dos décadas. En esta etapa, la escritora conecta con la miseria extrema, el hambre y la desolación en que los vencedores habían sumido a los vencidos. Mujer de barro y Soria pura había tenido problemas con la censura por su sensualidad y velado erotismo.​

    En 1952 empezó a trabajar en la Biblioteca Nacional de Madrid, y en 1954 se incorporó al servicio de “bibliobuses” que se ocupaba de llevar libros a la periferia de Madrid.​ Escribió El grito inútil, ganador del premio Ifach y en 1953 publicó las obras Víspera de la vida y Los días duros.​

    En 1957 recibió una beca para estudiar en París y conoció a Pablo Neruda, que le entregó una carta dirigida a los poetas españoles en la que reclamaba una "universalización del canto poético".​ Publicó, para eludir la censura, en 1958 en México Belleza cruel, con prólogo de León Felipe, con el que obtuvo el premio de poesía Nueva España concedido por la unión de Intelectuales Españoles de México.​

    En 1961 se reunió con su esposo en Avilés, donde Julio Figuera había logrado un puesto como ingeniero de la empresa Ensidesa. Ese año se publicó en Caracas su Primera antología. Al año siguiente, publicó Toco la tierra. Letanias, tras el cual se fue alejando de la poesía.​ En 1966 visitó la Unión Soviética y en 1969 México, invitada por el librero exiliado Alfredo Gracia. Tras la jubilación de su esposo, en 1971, el matrimonio se trasladó de nuevo a Madrid, sin llegar a integrarse en el mundillo literario y manteniéndose crítica con el proceso de la llamada transición política.​

    En 1979, presentó el libro, dirigido a los niños, Cuentos tontos para niños listos.​ Tras varios meses de enfermedad, murió el 2 de abril de 1984. Sus Obras completas fueron publicadas en 1986.

    Estilo

    Aunque en sus comienzos se percibe el influjo de Antonio Machado y el intimismo de Juan Ramón Jiménez, en su apego a lo cotidiano y paisajístico; pronto tomó relieve en su obra una visión del mundo más comprometida.​ Desarrolló su etapa de poesía social junto a escritores como Gabriel Celaya y Blas de Otero, también vascos y cuyo vínculo, más allá del ámbito poético, llevaría a Emilio Miró a denominarles "el triunvirato vasco de la poesía de posguerra".​

    Su lenguaje es sencillo; trata siempre de que su mensaje llegue a la gente. Su posición ideológica ha sido resumida por algún crítico como "existencialismo solidario".​ Recibió los elogios de Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Gabriel Aresti, Pablo Neruda, Max Aub y Carmen Conde entre otros.​ Sus poemas han sido traducidos al francés, inglés, árabe, holandés, sueco, rumano, checo, alemán, ruso, turco y ucraniano.

    Reconocimientos

    En 1993 un instituto de Sestao (Vizcaya) se renombró en su recuerdo "Ángela Figuera".​

    Calles de Bilbao, Vitoria, San Sebastián y Madrid llevan su nombre.

    El grito inútil fue ganador del premio Ifach.

    ( Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Ángela Figuera Aymerich:


    De Mujer de barro (1948):


    MUJER DE BARRO

    Mujer de barro soy, mujer de barro:
    pero el  amor me floreció el regazo.



    MUJER

    ¡Cuán vanamente, cuán ligeramente
    me llamaron poetas, flor, perfume!...

    Flor, no: florezco. Exhalo sin mudarme.
    Me entregan la simiente: doy el fruto.
    El agua corre en mí: no soy el agua.
    Árboles de la orilla: dulcemente
    los acojo y reflejo: no soy árbol.
    Ave que vuela, no: seguro nido.

    Cauce propicio, cálido camino
    para el fluir eterno de la especie.



    CARNE DE MI AMANTE

    Mármol oscuro y caliente
    tallado en músculo y fibra.
    Carne de mi amante, carne
    viril y prieta de mi vida.
    Suave y blanda entre mis dedos;
    fuego bajo la caricia.
    Dulce y sabrosa a mis labios
    como una fruta mordida...
    Carne de mi amante, carne
    tan mía como la mía.



    TIERRA

    Tendida, vientre a vientre, con la tierra
    -humedecida y blanda;
    abierta a la semilla, a los viriles
    rayos del sol- pegué mi boca cálida
    a sus mullidas sienes: "Yo también,
    yo también paro, hermana"

    "Tú y yo, cauce profundo de la vida.
    Tierra las dos... "¡Hermana, hermana, hermana!..."



    MIRANDO A MI NIÑO, RUBIO

    Playa en azul y oro no estrenada
    por vientres de cetáceos ni por quillas.
    Brisa de aurora fresca entre las conchas,
    nácar al sol, de la primera carne.

    ¡Cómo se bañan mis pupilas, secas,
    en el vaivén soñado de tu orilla!



    NANA DEL  NIÑO GOLOSO

    Arroró, mi niño,
    que la noche llega.
    Arroró, mi niño,
    con su capa negra.

    Si te duermes pronto,
    todas las estrellas,
    dulces caramelos
    de limón y menta.

    ¡Oh, que gran merengue
    de lunita llena!



    CORRE QUE TE PILLO

    ¡Corre que te corre!

    ¡A correr, mi niño,
    sobre la hierba verde
    y el tomillo!

    ¡A correr, que el viento
    peinará tus rizos
    y las mariposas
    bailarán contigo!

    ¡Corre que te corre!
    ¡corre que te pillo!

    Se cansó mamita:
    corre tú solito.



    BRUJA

    Negros mares de la noche
    donde navega la cuna...

    "-Madre, ¿si yo me asomara
    a ese tragaluz de luna?..."

    "-¡Hijo, no te asomes, hijo!
    ¡Mira que allí está la bruja!"

    "-Madre... ¡Si yo quiero verla
    para saber si me asusta!..."



    VIENTO

    "¡Cómo suena el viento, hijo!
    ¡Hijo, cómo suena el viento!
    Como correas restallan
    sus desatados cabellos...

    Duérmete bien tapadito.
    No lo escuches, que da miedo...
    Cerraremos las ventanas,
    avivaremos el fuego..."

    "-Madre, déjame salir:
    Yo encadenaré a ese viento.
    Haré trenza de sus crines
    para mi látigo nuevo."



    EL FRUTO REDONDO

    Sí, también yo quisiera ser palabra desnuda.
    Ser un ala sin plumas en un cielo sin aire.
    Ser un oro sin peso, un soñar sin raíces,
    un sonido sin nadie...

    Pero mis versos nacen redondos como frutos,
    envueltos en la pulpa caliente de mi carne.



    DECIRLO

    He de decirlo, he de decirlo...
    Aunque yo no quisiera, he de decirlo.

    He de decir las alas en el viento.
    He de decir las aguas en el río.
    Y el verdor de las hojas y el azul de los cielos
    y el de los ojos de mi niño.
    He de decir los besos de mi amante
    y la sonrisa y el suspiro...

    He de decirlo todo, dulcemente,
    aunque nadie me escuche, he de decirlo.



    CANCIÓN

    La rama de almendro, de almendro florido,
    córtala, amante,
    y vente conmigo…

    Amante, amantito, amante,
    volvamos hoy donde ayer
    que ayer perdí mi pañuelo
    y he de encontrarlo otra vez.
    A la orillita del río,
    debajo de los almendros,
    mi pañuelito bordado
    que sabe cómo te quiero…

    La rama de almendro, de almendro florido,
    córtala, amante,
    y vente conmigo..

    Vente que vente conmigo
    donde estuvimos ayer
    que ayer me robaste un beso
    y me lo has de devolver…
    A la orillita del río,
    debajo de los almendros,
    el beso que me robaste
    que me lo devuelvas quiero.

    La rama de almendro, de almendro florido,
    córtala, amante,
    y vente conmigo…



    ALUMBRAMIENTO

    Es sencillo, sencillo...
    Es tan terriblemente
    natural y sencillo
    como parir... El poema
    sazón ase como un hijo
    en los profundos adentros...
    De pronto, un día, sentimos
    que nos desgarra la entraña...

    Luego un descanso infinito.



    ALMENDRO

    El cielo está azul de cielo,
    y el almendro rosa y blanco
    y blanco y malva. Cristales
    de aire puro en el espacio...

    ¡Ser abeja, ser abeja
    sobre las flores del almendro intacto!




    De Soria pura (1949):


    COLINA

    Ola cuajada en la piedra
    con espuma de romero,
    hasta tu desnuda cima
    me has levantado sin vuelo.
    Sobre tu lomo clavada
    —mástil sin vela en el viento—
    de un horizonte redondo
    soy matemático centro.
    Ocres, amarillos, verdes,
    me enredan los pensamientos...
    —pinos, tierra; tierra, pinos;
    Duero, chopos; chopos, Duero—.
    El aire me hace sorber
    tragos de frío silencio.
    El péndulo de la tarde
    me bate lento en el pecho.
    El grito de un ave avanza,
    hélice de agudo acero:
    manos y boca me sangran
    sólo de intentar cogerlo.



    TARDE

    Suave, pausada, tierna, transparente,
    como un cristal flexible, dulce el tacto.

    El sol es un redondo albaricoque
    limpio y maduro, con sabor y zumo,
    sobre la porcelana de la tarde.

    ¡Qué rostro delicado de Narciso
    inclina el cielo sobre el agua lenta!

    Esas menudas nubecillas tienen
    mejillas sonrosadas, como niños.

    Plata sin brillo y verde sin violencia
    las vacilantes hojas de los álamos.

    Frente al medido vuelo de las aves,
    mi vida se remansa: que no sufra
    el pecho inmóvil de la tierra blanda
    bajo mis pasos; que mis manos, quietas,
    no pongan roces en el aire tibio;
    que no rayen mis ojos
    ese pulido esmalte de las cosas.

    Respiraré el aliento de la tarde,
    sola, sin voz: que acaso las palabras
    lastimen el purísimo silencio.



    RÍO Y ORILLA

    EL Duero pasa y se lleva
    trozos del cielo de agosto
    como jirones de seda...

    ¿En dónde está la verdad?
    ¿En el río
    huidizo,
    siempre movible y distinto?
    ¿En la orilla
    que lo mira,
    siempre quieta y la misma?...

    ¿En dónde está la verdad?
    ¿En la tierra
    que se queda,
    o en el agua
    que se va?

    Alamillos plateados
    de la ribera del Duero
    ya, fijos, en mi recuerdo.



    ANHELO DE RÍO

    El río tenía peces
    —oro y plata en sus meandros—,
    El río tenía peces,
    pero él amaba los pájaros.

    Ojos de sus aguas verdes,
    siempre mirando a lo alto.

    ¡Qué envidia siente del aire
    cosido de vuelos raudos,
    acribillado de picos,
    estremecido de cantos!

    El río tenía peces…
    Pero él deseaba pájaros.



    NADANDO

    ¡Cómo me abrazaba el río!
    ¡Ay, y cómo me abrazaba!

    ¡Qué beso total y único
    con labios frescos de agua!



    SIESTA

    Entre un álamo y un pino
    mi hamaca se balancea.
    Hojitas de verdeplata
    bailan sobre mi cabeza;
    hojitas de verdeoscuro
    el verde las contonea.

    Dulce pereza me llueve
    del sol que las atraviesa.
    Los juncos de celuloide
    montan su guardia en la arena.

    El Duero moja las cañas
    y se abanica con ellas.
    El río pasa y se va:
    mi barca se queda en tierra.

    Llenos de verdes y azules,
    mis ojos
    se cierran.



    CAÑAVERAL

    Entre las cañas tendida;
    sola y perdida en las cañas...

    ¿Quién me cerraba los ojos,
    que, solos, se me cerraban?

    ¿Quién me sorbía en los labios
    zumo de miel sin palabras?

    ¿Quién me derribó y me tuvo
    sola y perdida en las cañas?

    ¿Quién me apuñaló con besos
    el ave de la garganta?

    ¿Quién me estremeció los senos
    con tacto de tierra y ascua?

    ¿Qué toro embistió en el ruedo
    de mi cintura cerrada?

    ¿Quién me esponjó las caderas
    con levadura de ansias?

    ¿Qué piedra de eternidad
    me hincaron en las entrañas?

    ¿Quién me desató la sangre
    que así se me derramaba?

    …Aquella tarde de Julio,
    sola y perdida en las cañas.



    VIENTO DE AGOSTO

    Al agua, no: me voy al viento, al viento
    jinete sin color de los caminos
    en esta noche densa del verano.
    Tacto caliente, labios pegadizos,
    espesos de perfumes y sabores
    porque durmió, de día, en los tomillos,
    y despeinó las cañas,
    y se arrolló en el talle de los lirios;
    ciñó, redondo, las redondas frutas,
    y acarició en las vides los racimos,
    y el flanco sudoroso de las bestias
    en las eras del trigo...

    Quiero sentir sus manos apretadas
    en mis cinco sentidos.



    NACIMIENTO

    Sobre la arena mi cuerpo
    junto a tu cuerpo tendido.
    Como navajas cerradas
    guardan mis ojos su filo.
    En mis mojados cabellos
    un aire fresco prendido.
    Mi carne no es carne, que es
    cochura de trigo limpio.
    Flores sacadas del agua
    mis labios resbaladizos.
    Bésame ahora, que estoy
    reciennacida del río.



    ANTONIO MACHADO

    I

    Me fui con tu libro allí
    y luego no hacía falta:
    todos tus versos, Antonio,
    el Duero me los cantaba.

    Siempre los canta.

    II

    Yo estaba quieta, contemplando el río,
    el Duero, turbio y raudo
    por las pasadas lluvias,
    donde bogaban juncos desgajados...
    Miraba, bajo un cielo desteñido,
    el dulce cabeceo de los álamos,
    los pinos rechinantes de chicharras,
    las flores amarillas de los cardos
    con un temblor de mariposas blancas.
    En el sereno ambiente, un son lejano
    de trémulas esquilas... Quedamente
    tu Sombra vino y se sentó a mi lado.





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    Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) Empty Re: Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)

    Mensaje por Pedro Casas Serra 15.02.23 14:30

    .


    De Vencida por el ángel (1950):


    EGOISMO

    Contra el sucio oleaje de las cosas
    yo apretaba la puerta. Mis dos manos,
    resueltas, obstinadas, indomables,
    la mantenían firme desde dentro.

    Fuera, el naufragio; fuera, el caos; fuera
    ese pavor, abierto como un pozo,
    de las bocas que gritan
    al hambre, al ruido, al odio, a la mentira,
    al dolor, al misterio.

    Fuera, el rastro acosado de los hombres
    sin alas y sin piernas, que se arrastran,
    que giran a los vientos,
    que caen, que se disuelven
    en muerte sorda, oscura,
    derrumbándose
    sin asunción posible.

    Fuera, las madres dóciles que alumbran
    con terrible alarido;
    las que acarrean hijos como fardos
    y las que ven secarse ante sus ojos
    la carne que parieron y renuevan
    su grito primitivo.

    Fuera, los niños pálidos, creados
    al latigazo rojo del instinto,
    y que la vida, bruta, dejó solos
    como una mala perra su camada,
    y abren los anchos ojos asombrados
    sobre las rutas áridas,
    mordiendo con sus bocas sin dulzura
    los largos días duros.

    Fuera, la ruina de los viejos tristes
    que un cuervo desmenuza fibra a fibra
    en dolorida hilacha, preparando
    la dispersión desnuda de los hueso.

    Fuera, el escalofrío que sacude
    el espinazo enfermo de la tierra
    con ráfagas de hastío y de fracaso.

    Fuera, el rostro de Dios, oscurecido
    por infinitas alas desprendidas
    de arcángeles sin hiel, asesinados.

    Yo, dentro. Yo: insensible, acorazada
    en risa, en sangre, en goce, en poderío.
    Maciza, erguida; manteniendo firme,
    contra el alud del llanto y de la angustia,
    mi puerta bien cerrada.



    VENCIDA POR EL ÁNGEL

    Yo cerraba los ojos; yo apretaba los puños:
    yo blindaba mi pecho con metales helados;
    yo sorbía a raudales la alegría y el fuego
    para escapar, bravía, al acoso del Ángel.

    El Ángel era suave, silencioso y terrible.
    llevaba una ancha copa de licores amargos,
    y en su pálida frente se leía imborrable
    la palabra tremenda.

    He luchado con él. He luchado: He reído
    sobre todas las flores de los mayos ingenuos;
    cabalgando las nubes; fabricándome estrellas;
    derramando canciones.

    Me he apoyado en mis huesos; me he afirmado en mi sangre.
    He caído en la sima de los besos sin límite.
    He crujido en el trance de los duros abrazos.
    He gritado el triunfo de mi carne aumentada
    en la carne del hijo.

    Me he proclamado limpia contra el asco y la ruina.
    Me he declarado libre contra el tedio y la duda.
    Me he creído excluida, separada, intocable.

    Pero el Ángel llegaba. A pesar de mis puños,
    de mis ojos cerrados, de mis labios tenaces,
    con su vuelo impasible, con su copa colmada,
    me ha tocado; me ha roto la coraza soberbia;
    me ha deshecho los muros; me ha cortado la huida.

    Sin espada, sin ruido, me ha vencido. En la entraña
    me ha dejado clavada la raíz de la angustia
    y ya siento en mi alma el dolor de los mundos.



    ESTA PAZ

    Aquella Paz de olivo y de paloma
    lograda, en verde tierno y blanco puro
    sobre el carmín violento de la sangre,
    no es esta paz de ahora, enmascarada
    entre papel y tinta mentirosa.

    No es esta paz, de pecho acribillado
    por viejas bayonetas oxidadas,
    que se dejó por todos
    los rincones del mundo
    fusiles olvidados que disparan,
    cañones que conservan su bramido
    y buitres acerados con el buche
    preñado de metralla.

    No es esta paz de corzos asustados
    pisando sucio barro movedizo.

    No es esta paz de aturullados vuelos,
    de afán desorientado, de planetas
    sin órbita precisa.

    Paz harapienta, coja, rotulada
    con «ismos» y con «antis»;
    gritada en altavoces,
    gestada en asambleas y convenios
    de turbia hipocresía.

    Paz con hedor de muertos insepultos;
    inquieta de presagios;
    roída de psicosis y complejos.

    Paz de niños con hambre
    que no han sabido nunca
    cómo se clavan los menudos dientes
    en un mullido pan de blanca miga
    bajo un crujir dorado de cortezas.

    No. Nuestra paz, difícil, fermentada,
    toda aristas y filos
    como vidrio quebrado,
    en que las manos duras, apretadas,
    han de llevar el corazón en vilo
    para que no se arrastre ni se hiera,
    no es una paz de olivo y de paloma.

    No es una paz de júbilo y descanso.



    BOMBARDEO

    Yo no iba sola entonces. Iba llena
    de ti y de mí. Colmada, verdecida,
    me erguía como grávida montaña
    de tierra fértil donde la simiente
    se esponja y apresura para el brote.
    Era mi carne, tensa y ahuecada,
    nido cerrado que abrigaba el vuelo
    de un ala sin plumón y con grillete:
    casi cristal y casi sueño. Tierna.

    Iba llena de gracia por los días
    desde la anunciación hasta la rosa.

    Pero ellos no podían, ciego, brutos,
    respetar el portento.
    Rugieron. Embistieron encrespados.
    Lanzaron sobre mí y mi contenido
    un huracán de rayos y metralla.

    Del más bello horizonte, del más puro
    cielo de otoño vomitaron lluvia
    de ciegos mecanismos destructores
    que desataban sobre el cauce seco
    del callejero asfalto sorprendido
    los ríos de la sangre.
    Que apedreaban con cascote y hierro
    la carne desarmada,
    la risa de los niños, los cabellos
    de las muchachas, los henchidos senos
    de las nodrizas, la rugosa frente
    de los viejos cansados,
    los anchos ojos de los colegiales
    y el tórax trepidante de los mozos.

    Cuando el terrible estruendo mantenía
    todo el horror en vilo, como un látigo,
    sobre la vida inerme y el espanto
    resquebrajaba en turbio terremoto
    el aire sin palomas de la urbe,
    yo colocaba, dulce, mis dos manos
    sobre mi vientre que debió cubrirse
    de lirios y de espumas y esas telas
    que visten, recamadas, los altares.

    Iba por la ciudad -llena de garras
    y dientes erizando las esquinas-
    como un bajel altivo que, repleta
    la próvida sentina con tesoro
    de gran fragilidad, se tambalea
    entre una furia de olas y relámpagos.

    Y, al encerrarme en casa, bien sabía
    que no existía el puerto ni el abrigo.
    Que las paredes recias, levantadas
    en paz por manos sucias de trabajo,
    se desharían como cera blanda
    al fuego y al martillo gobernado
    por otra mano, pulcra, encaramada
    en máquina de presa y exterminio.

    Noches de sueño incierto, triturado
    por la tremenda sinfonía
    del frente en erupción y los caballos
    del miedo galopando en explosivos.

    Y la sangre con hambre que se exprime
    hasta la última esencia
    para nutrir al hijo sazonándose.

    Y la desnuda soledad del cuerpo,
    desorientado, desgajado en vivo
    del cuerpo del amante.

    Aquellas noches del pavor sin luces,
    apelmazadas de odios y de ruinas,
    yo te esperaba. Me llegaste a veces.
    Del último bisel de la tragedia,
    del borde mismo de la hirviente sima
    venías hasta mí. Me contemplabas
    con unos ojos llenos de agua sucia
    donde asomaban rostros de cadáveres.
    Ojos que procuraban ser risueños
    y mansos al pasar por mi figura
    y acariciar con luces de esperanza
    la curva de mi vientre.

    ¡Con qué exaltada fuerza, con qué prisa,
    con qué vibrar de nervios y raíces
    nos quisimos entonces!

    Yacíamos unidos, sin lujuria,
    absortos en el hondo tableteo
    de nuestros corazones. Escuchando
    de vez en vez el tímido latido
    del otro corazón encarcelado
    que ya, para nosotros, gorjeaba.
    Yo sonreía señalando el sitio
    en que un talón menudo percutía
    mis íntimas paredes en un ansia
    gozosa de correr por los senderos
    apenas presentidos.

    Y, en medio del olvido refrescante,
    en lo mejor del conseguido sueño,
    surgía denso, alucinante, bronco,
    el bélico zumbar de la escuadrilla.
    Bramando, sacudiendo, despeñándose,
    atropellándose los ecos
    iban las explosiones avanzando,
    cada vez más cercanas,
    hasta que, al fin, la muerte en torrentera,
    en avalancha loca, trascurría
    sobre nuestras cabezas sin refugio.

    Entonces tú, imperioso, dominante,
    con un impulso elemental de macho
    que guarda la nidada, con un gesto
    ardiente y violento como el acto
    de la amorosa posesión, cubrías
    mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
    haciendo de tus largos huesos duros,
    de tu apretada carne exacerbada,
    un ilusorio escudo indestructible
    para el hijo y la madre.

    Así, unidas las bocas, trasvasándonos
    el tembloroso aliento, diluidos
    en éxtasis de espanto y de delicia,
    las almas contraídas, esperábamos…

    No. Nunca nos quisimos como entonces.




    De El grito inútil (1952):


    EL GRITO INÚTIL

    ¿Qué vale una mujer? ¿Para qué sirve
    una mujer viviendo en puro grito?

    ¿Qué puede una mujer en la riada
    donde naufragan tantos superhombres
    y van desmoronándose las frentes
    alzadas como diques orgullosos
    cuando las aguas discurrían lentas?

    ¿Qué puedo yo con estos pies de arcilla
    rodando las provincias del pecado,
    trepando por las dunas, resbalándome
    por todos los problemas sin remedio?

    ¿Qué puedo yo, menesterosa, incrédula,
    con solo esta canción, esta porfía
    limando y escociéndome la boca?

    ¿Qué puedo yo perdida en el silencio
    de Dios, desconectada de los hombres,
    preñada ya tan solo de mi muerte,
    en una espera lánguida y difícil,
    edificando, terca, mis poemas
    con argamasa de salitre y llanto?

    Volvedme a aquel descuido, a aquel sosiego
    en que era dable andar por los caminos
    pastoreando ensueños como ovejas.
    Volvedme al ruiseñor de aquel boscaje,
    al vuelo de aquel cisne por el lago
    bajo la planta azul de aquella luna.
    Volvedme a la andadura mesurada
    al trópico dulcísimo y sedante
    de un verso con timón y cortesía
    donde cantar cómo los bucles de oro
    son cómplices del pájaro y la rosa,
    porque eso, al fin, a nada compromete
    y siempre suena bien y hace bonito.

    Pero es vano, amigos, nos cortaron
    la retirada hacia seguras bases.

    Están rotos los puentes,
    los caminos confusos,
    los túneles cegados. No sabemos
    de cierto si avanzamos o si huimos
    dejando por detrás tierra quemada.

    Y yo pregunto, vadeando a solas
    un río de aguas turbias y crueles,
    ¿qué puede una mujer, para qué sirve
    una mujer gritando entre los muertos?



    POSGUERRA

    Alegraos, hermanos, porque vivos seguimos.
    Verticales, calientes sobre tierra segura
    persistente al estruendo y a la dura piqueta.
    Aún nos queda la carne y un acero de huesos
    nos mantiene flexibles bajo el cielo de siempre
    que absorbió indiferente los agónicos gritos.

    Alegraos, hermanos, porque es bueno quedarse
    como espiga escapada a la hoz y a la muela.
    Como res condenada que evadió la cuchilla.

    Yo poeta, os lo digo: Tanta gracia borrada,
    tanta hermosa mecánica, tantos arcos triunfales,
    tantos techos humildes destruidos a ciegas.
    Tantos cráneos hundidos, tantas bocas inmóviles
    taponadas de arcilla, no interrumpen la serie
    de los días ligeros que nos llevan en andas
    porque vimos el caos y quedamos exentos.

    Porque estamos enjutos transcurrido el diluvio,
    alegrémonos, hijos. En las ruinas y grietas
    que dejó el terremoto sembraremos el grano
    y veremos crecer el tomillo y la rosa.

    Yo, poeta, os lo digo: las corolas son dulces
    bajo un sol sin careta de mortíferos gases,
    y, olvidado el rugido de los huecos aceros,
    un idilio de pájaros y de arroyos nos mece.

    Cuando el ácido llanto de las madres sin hijo
    se ha perdido en el polvo, una edénica savia
    hinche en curva golosa las mejillas, los vientres
    virginales y tibios que se rinden al hombre
    prolongando su estirpe.

    Somos, somos, amigos, más allá del desastre.
    Continuemos. Hagamos cosas, hijos, sonetos,
    sinfonías, retablos
    donde Dios Padre oculte la sonrisa indulgente
    en las barbas fluviales recamadas de plata.

    …………………………….

    He mirado a mi lado. Como sombras caminan.
    Adherido a sus piernas, pesa un lodo de siglos.
    Hay un resto de sangre que embadurna sus ojos.

    Añorando el contorno de las duras culatas
    cuelgan lacias sus manos. Y los labios abiertos
    a su antigua congoja, desconocen la hartura.

    No me escuchan. ¿Qué largas resonancias tremendas
    ensordecen sus almas? No me miran. ¿Son alguien?
    ¿Son los mismos? ¿Son todo lo que hoy día subsiste?
    ¿Esto queda del hombre tras la furia del hombre?
    Y yo sé que no puedo darles nada. Como ellos
    soy un resto, una fuga,
    una angustia cercada de horizontes difíciles,
    un pulmón oprimido por tiránicos puños,
    una estancia, vacía de divinas presencias,
    cuyos muros gotean de sudor y de llanto.

    La venganza callada de millones de muertos.



    MUJERES DEL MERCADO

    Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.
    Armadura oxidada con relleno de escombros.
    Tienen duros los ojos como fría cellisca.
    Los cabellos marchitos como hierba pisada.
    Y un vinagre maligno les recorre las venas.

    Van temprano a la compra. Huronean los puestos.
    Casi escarban. Eligen los tomates chafados.
    Las naranjas mohosas. Maceradas verduras
    que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida
    en cilindros oscuros como quesos de lodo
    y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,
    una obscena apariencia.

    Al pagar, un suspiro les separa los labios
    explorando morosas en el vientre mugriento
    de un enorme y raído monedero sin asas
    con un miedo feroz a topar de improviso
    en su fondo la última cochambrosa moneda.

    Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos,
    que les cuelga y arrastra de la falda pringosa
    chupeteando una monda de manzana o de plátano.
    Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan
    maltratando el esparto de la sucia alpargata.

    Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.
    Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.
    A un barreño de ropa por lavar. A un marido
    con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.

    Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.
    Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,
    sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia
    de animal instintivo, les castigue la entraña
    con el peso agobiante de otro mísero fruto.
    Otro largo cansancio.

    Oh, no. Yo no pretendo pedir explicaciones.
    Pero hay cielos tan puros. Existe la belleza.



    REBELIÓN

    Serán las madres las que digan: Basta.
    Esas mujeres que acarrean siglos
    de laboreo dócil, de paciencia,
    igual que vacas mansas y seguras
    que tristemente alumbran y consienten
    con un mugido largo y quejumbroso
    el robo y sacrificio de su cría.

    Serán las madres todas rehusando
    ceder sus vientres al trabajo inútil
    de concebir tan sólo hacia la fosa.
    De dar fruto a la vida cuando saben
    que no ha de madurar entre sus ramas.

    No más parir abeles y caínes.
    Ninguna querrá dar pasto sumiso
    al odio que supura incoercible
    desde los cuatro puntos cardinales.

    Cuando el amor con su rotundo mando
    nos pone actividad en las entrañas
    y una secreta pleamar gozosa
    nos rompe la esbeltez de la cintura,
    sabemos y aceptamos para el hijo
    un áspero destino de herramienta,
    un péndulo del júbilo a la lágrima.
    Que así la vida trenza sus caminos
    en plenitud de días y de pasos
    hacia la muerte lícita y auténtica,
    no al golpe anticipado de la ira.

    ¿Por qué lograr espigas que maduren
    para una siega de ametralladoras?
    ¿Por qué llenar prisiones y cuarteles?
    ¿Por qué suministrar carne con nervios
    al agrio espino de alambradas,
    bocas al hambre y ojos al espanto?

    ¿Es necesario continuar un mundo
    en que la sangre más fragante y pura
    no vale lo que un litro de petróleo,
    y el oro pesa más que la belleza,
    y un corazón, un pájaro, una rosa
    no tienen la importancia del uranio?



    CULPA

    Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
    con el vientre abombado y la cara de greda.
    Si un bello adolescente se suicida una noche
    tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
    Si una madre maldice soplando las cenizas.
    Si un soldado cansado se orina en una iglesia
    a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
    Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
    dos millones de hombres del color elegido.

    Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
    a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
    Si los lobos consiguen mantenerse robustos
    consumiendo la sangre que la tierra no empapa.

    Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
    Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
    Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
    Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
    Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
    Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.

    Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.



    MANOS VENDIDAS

    Del hombre a la herramienta baja y duele
    ese domado río, esa polea,
    esa energía macho, ese gobierno
    con que tus manos duras en el tajo
    al mundo hacen crecer y lo estructuran.
    Del hombro a la herramienta gota a gota,
    calientes circulando, lubrifican
    el quíntuple engranaje de tus dedos.
    Como una tensa red de mil cadenas
    tus músculos trepidan ensanchando
    la talla de tu cuello y tu cintura
    y hay un martillo corazón que bate
    el cobre de tus sienes sin almohada
    porque la fuerza de tus brazos dure
    hasta que la fatiga clave y pese
    dos piedras sin pulir sobre tus ojos.
    Minuto tras minuto y pena a pena
    se da la mies del trigo y del acero,
    cuaja el cemento en peso y en altura,
    cede la piedra, ordénanse las aguas,
    se arquea la madera, va en acequias
    el líquido metal, zumban motores,
    la hélice y la rueda se encabritan.

    Jornada tras jornada pones firmes
    sobre la tierra madre tus dos manos.
    Míralas sucias, aptas, fecundantes;
    su recia piel, sus ñas obstinadas,
    sus palmas que rezuman generosas
    ese sudor de signo positivo
    que hace subir y rige las mareas.

    Y no son tuyas, hombre. Están vendidas.



    POBRE

    No sé cómo ha ocurrido. Está todo tan malo,
    como suele decirse. Me he quedado muy pobre.

    No tengo ni un jilguero ni una estatua.
    No tengo ni una piedra para tirarla al mar.
    No tengo ni una nube que me llueva por dentro.
    Ni un cuchillo de plomo para cortar la rabia.

    No tengo ni una mata de tomillo
    para tender el pañuelo.

    (Verdad es que tampoco
    tengo pañuelo.
    Se nota cuando lloro y mis lágrimas corren como ríos de lágrimas.)

    No tengo ni una tira de tafetán rosado
    para tapar las grietas del corazón. No tengo
    ni un pedazo de beso que llevarme a la boca.

    Ni un poquito de sueño que llevarme a los ojos.
    Ni un retazo de Dios que me cubra las carnes.

    Me he quedado tan pobre
    que no tengo siquiera dónde caerme viva.



    ÉXODO

    Una mujer corría.
    Jadeaba y corría.
    Tropezaba y corría.
    Con un miedo macizo debajo de las cejas
    y un niño entre los brazos.

    Corría por la tierra que olía a recién muerto.
    Corría por el aire con sabor a trilita.
    Corría por los hombres erizados de encono.

    Miraba a todos lados.
    Quería detenerse.
    Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
    Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

    Pero no hallaba sitio.
    No encontraba reposo.
    No lograba la pausa sosegada y segura
    que las madres precisan.
    Ese viento apacible que jamás se interpone
    entre el pecho y el labio.

    Buscaba cerca y lejos.
    Buscaba por las calles,
    por los jardines y bajo los tejados,
    en los atrios de las iglesias,
    por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
    Buscaba un rincón sin espantos,
    un lugar aseado para colocar una cuna.

    Y corría y corría.
    Dio la vuelta a la tierra.
    Buscando.
    Huyendo.
    Y no encontraba sitio.
    Y seguía corriendo.

    Y el niño sollozaba débilmente.
    Crecía débilmente
    colgado de su carne fatigada.



    SOBRAMOS

    Está tan lleno el mundo. Terriblemente lleno.
    De montañas, de árboles, de cuarteles, de fábricas.
    De casas con vecinos y blancos sanatorios.

    (De vez en cuando hay flores. No las cortéis, amigos.
    De vez en cuando hay ríos como venas sin brújula.)

    Hay tantos trenes, cárceles, torpederos, aviones,
    motores, cines, bancos, quirófanos, tabernas.

    Tantas lindas estrellas y anuncios luminosos.
    (Coñac Barbier, Calzados Eureka y así, muchos.)

    (También hay automóviles más veloces y bellos
    que arcángeles de acero con las alas plegadas.)

    Hay mujeres que ríen. (Rouge aux lèvres. Pitillos.)
    Hay niños que sollozan detrás de las paredes
    junto a madres dormidas con una piedra al cuello.
    Y bebés custodiados en cunitas cromadas
    que engordan entre leche condensada y puntillas.
    Hay dulces solteronas que cuidan un perrito.
    Muchachas con los ojos divinamente tontos.
    Y adolescentes rubios con el vello erizado
    por extraños deseos.

    El mundo, sobre todo, está lleno de hombres.
    Cuántas manos inútiles, camisas remendadas,
    zapatos descosidos lamiendo los asfaltos.
    Cuántos ojos y bocas acechando voraces.
    Cuántos cerebros blancos con pensamientos peces
    girando entre benéficas pastillas de aspirina.
    No olvidemos los sabios. Esos sabios atroces
    que trasnochan jugando con palabras difíciles:
    Ciclotrón, supersónico, cibernética y otras.

    Está tan lleno el mundo, que yo, palabra, amigos,
    no sé dónde ponerme.
    No sé si tengo sitio.
    Los poetas sobramos.



    REGRESO

    Salió a sembrar. Salió de madrugada.
    Volvió al anochecido. Traía la simiente
    intacta y una sombra de plomo le seguía.

    Salió a sembrar. Dijeron que era tiempo
    de regresar y uncirse a la costumbre.

    El era sólo un rudo campesino.
    Los ojos y las manos pegados a la tierra.
    Y también la esperanza.
    Su pequeña esperanza, justo para ir tirando
    de un año para otro, de cosecha a cosecha.

    Sudaba largamente. Deseaba la lluvia
    o el sol según los casos. Maldecía a menudo.
    Y cantaba otras veces.
    Cuando el aire era dulce y obediente el ganado.

    Un día vio en sus manos una dura culata.
    Vio el fuego, el miedo, el odio, limándole los huesos.
    La carne troceada. El aire al rojo
    metiéndose debajo de sus párpados.
    La furia repetida del acero y la pólvora.
    La sangre despreciada.

    Aquello era la guerra, le dijeron.
    Luego, otro día, le ordenaron: Alto.

    Volvió. Pensó primero que era hermoso.
    La paz debía ser como una aurora.
    Un oloroso aceite derramado.
    Un vino alegre dentro de las venas.

    Volvió. Salió a sembrar de madrugada.
    Salió a sembrar. No pudo.
    Le faltaba el silencio.
    Sus oídos alerta
    seguían escuchando los cañones,
    la brama del motor entre las nubes,
    la piedra dividida en estallidos,
    el lento gotear de las heridas.

    Y dejó solo el campo.
    Y devolvió a sus arcas la simiente.
    Porque no había silencio.
    Porque no había fe ni existía el mañana.
    Porque se había roto
    el ritmo primitivo que movía sus brazos.


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    Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) Empty Re: Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)

    Mensaje por Pedro Casas Serra 17.02.23 5:16

    .


    De Los días duros (1953)


    INHIBICIÓN

    No quiero irme viviendo, irme muriendo
    en este remolino de los días,
    ciegos de prisa, locos enredados,
    mordiéndose las colas, resbalándose
    por rotas espirales de impaciencia.

    No quiero irme —¿adónde?—con el río
    indócil, desbridado, de aguas negras
    que huyen acongojadas
    —¿de qué?, ¿de quién?—llevando peces muertos
    en el espeso légamo del fondo
    y un crepitar de estrellas degolladas
    sobre la superficie.

    Me quedaré en la orilla, aunque me toque
    las sienes duras, frías como piedras,
    dejadas en la noche junto al agua.
    Los dedos como juncos sumergidos
    batidos sin cesar por la corriente.
    y el corazón ruinoso, embarrancado
    como una vieja barca sin velamen.



    MADRES

    Madres del Hombre, úteros fecundos,
    Hornos de Dios donde se cristaliza
    el humus vivo en ordenados moldes.

    Para vosotras, madres, no  fue sólo
    amor un ramalazo por los nervios,
    un éxtasis fugaz, una delicia
    derretida en olvido.
    No fue tan sólo un cuerpo contra otro,
    un labio contra otro, una frenética
    soldadura de sangres.

    Madres del Hombre, dulces, descuidadas
    del ojo circular de la serpiente
    que irónico se abrió sobre la curva
    suave y rosada de Eva sin vestido
    con el sapiente fruto entre las manos.
    Sólo un escorzo de alas arcangélicas
    pone, blanco y azul, en vuestros ojos
    el resplandor de las anunciaciones.

    Sólo un tesón humilde, una gozosa
    dedicación os rige las entrañas
    en esos largos días de la espera.
    Gloria y dolor en el instante último
    con una tibia flor recién abierta,
    tan íntima, tan próxima, latiendo
    junto a la propia fatigada carne.

    Y luego, ¿qué?... Cumplisteis la tarea.
    El hijo terminado se levanta
    en fuerza y hermosura sobre el suelo.
    Desde las piernas de trenzados músculos
    a esa palmera débil que desfleca
    el viento, sombreándole las sienes,
    todo es hechura vuestra, logro vuestro.

    Y luego, ¿qué? ¿Qué veis por los caminos
    de la tierra en tormenta?
    ¿Adónde irán los pies que golpearon
    la cárcel sin hendir de vuestro vientre?
    ¿Qué histéricas ciudades, qué paredes
    de leproso cemento
    lo encerrarán? ¿Qué campos abonados
    con aceros y pólvoras
    verán crecer la espiga suficiente
    al hambre de su boca sin pecado?
    ¿Qué obsceno sol hará su mediodía?
    ¿Qué luna sin jazmín y sin ensueño
    será gracia y belleza de sus noches?
    ¿Qué ancho glaciar de fórmulas sin música
    lo apresará en su bárbara corriente?
    ¿Qué implacable mecánica
    triturará sus nervios?
    ¿Qué monstruosa química, qué fiebre
    le robarán el rojo de la sangre?
    ¿Qué plomo, qué aspereza de herramienta
    le romperán los músculos?
    ¿Qué mísera moneda
    mancillará sus manos?

    ¿Qué rabios, qué codicias, qué rencores
    harán brotar espinas de sus ojos?

    ¿Qué muerte apresurada, sin dulzura,
    le pudrirá voraz en cualquier parte?

    Madres del mundo, tristes paridoras,
    gemid, clamad, aullad por vuestros frutos.



    POETA

    Más de un día me duele ser poeta. Me duele
    tener labios, garganta, que se ordenan al canto.

    Es tan fácil vivir cuando sólo se vive
    mudo y simple, esquivando la pesquisa y el vértigo.

    Pero aquel que es poeta ni en mitad del tumulto
    ni emboscado en la orilla logrará su descanso.

    Porque el ojo sin párpado no consigue la noche
    y en acecho infinito se le enciende y afila.
    Porque todo el misterio, despeñada gaviota,
    le golpea el cantil de las sienes desnudas
    y, en la boca, transidas de belleza imposible,
    las enormes palabras se le agolpan y enredan.

    Porque vive y lo sabe. Porque muere y lo sabe.
    Pero el grito convulso de su vida y su muerte
    es halcón insumiso que las nubes devoran.

    Océanos, ciclones, bosques, astros habitan
    en el ámbito estrecho que su cráneo circunda.
    Olas, aves, raíces, pulsaciones, acordes,
    por la red de los nervios se le enroscan vibrando.

    ¡Qué avidez de contornos le agudiza los dedos!
    ¡Qué avidez de caminos le estremece las plantas!
    En el pecho le crece su imperioso destino.

    Y, ni dentro ni fuera, en la fina tangente
    que tan sólo en un punto a lo cierto se ajusta,
    solitario y alerta, desvelado o sonámbulo,
    el poeta mantiene su equilibrio difícil.



    DESTINO

    Vaso me hiciste, hermético alfarero,
    y diste a mi oquedad las dimensiones
    que sirven a la alquimia de la carne.
    Vaso me hiciste, recipiente vivo
    para la forma un día diseñada
    por el secreto ritmo de tus manos.

    «Hágase en mí», repuse. Y te bendije
    con labios obedientes al destino.

    ¿Por qué, después, me robas y defraudas?

    Libre el varón camina por los días.
    Sus recias piernas nunca soportaron
    esa tremenda gravidez del fruto.

    Liso y escueto entre ágiles caderas
    su vientre no conoce pesadumbre.
    Sólo un instante, furia y goce, olvida
    por mí su altiva soledad de macho;
    libérase a sí mismo y me encadena
    al ritmo y servidumbre de la especie.

    Cuán hondamente exprimo, laborando
    con células y fibras, con mis órganos
    más íntimos, vitales dulcedumbres
    de mi profundo ser, día tras día.

    Hácese el hijo en mí. ¿Y han de llamarle
    hijo del Hombre  cuando, fieramente,
    con decisiva urgencia me desgarra
    para moverse vivo entre las cosas?
    Mío es el hijo en mí y en él me aumento.
    Su corazón prosigue mi latido.
    Saben a mí sus lágrimas primeras.
    su risa es aprendida de mis labios.
    y esa humedad caliente que lo envuelve
    es la temperatura de mi entraña.

    ¿Por qué, Señor, me lo arrebatas luego?
    ¿Por qué me crece ajeno, desprendido,
    como amputado miembro, como rama
    desconectada del nutricio tronco?

    En vano mi ternura lo persigue
    queriéndolo ablandar, disminuyéndolo.
    Alto se yergue. duro se condensa.
    Su frente sobrepasa mi estatura,
    y ese pulido azul de sus pupilas
    que en un rincón de mí cuajó su brillo
    me mira desde lejos, olvidando.

    Apenas sí las yemas de mis dedos
    aciertan a seguir por sus mejillas
    aquella suave curva que, al beberme,
    formaba con la curva de mis senos
    dulcísima tangencia.




    De Víspera de la vida (1953):


    VÍSPERA DE LA VIDA

    Hay que tener el recuerdo de
    alaridos de mujeres en parto…
    Es necesario haber estado al
    lado de moribundos…

    RAINER MARIA RILKE

    Aguarda aún. Detente. Nada sabes.
    Aún yaces en la víspera. No sueñes.
    No cantes. No te llegues a las copas
    de vino y llanto. No ardas en la ira.
    No admires. No aborrezcas. No idolatres.
    No toques las espinas ni las rosas.
    No vueles con los pájaros. No sigas
    la estela de los peces por el río.

    No juzgues. No perdones. No condenes.
    Aguarda, que aún no sabes, aún no has visto.

    Acércate a una madre en el instante
    de desgarrarse, distendida, rota
    en un terrible chorrear de gritos,
    de sangre, de sudor, de íntimos jugos
    que corren brutalmente, macerando,
    tundiendo, dilatando sin clemencia
    las fibras más sensibles, sacudiendo
    del arraigado tallo el fruto vivo
    para lanzarlo, desprendido y solo,
    por el herido cauce a la intemperie.
    Escucha el alarido que, infrahumano,
    tuerce los labios de la madre abierta
    y pone al hijo exento ante los ojos:
    Pella de carne informe, sucia, blanda,
    con húmedo calor de entraña. Escucha
    ese primer vagido con que el hombre
    estrena el aire y se proclama cierto.
    Inclínate. Con reverentes manos
    la vida nueva toca. Luego vete.
    Acércate a la turbia encrucijada
    donde la muerte solapada obtiene
    la segura victoria
    de su callada, sórdida paciencia.
    Mira la lucha inútil, degradante,
    de lo que fuera un hombre y es apenas
    res acabada, corroído fruto,
    carroña anticipada que palpita.
    Mira rodar abandonadas gotas
    por el talud helado de la frente.
    Mira los ojos cómo se desnudan
    de todo su paisaje y desconocen
    los próximos contornos y se ahondan
    en pozos profundísimos abiertos
    hacia el macizo espanto sin perfiles.
    Mira los labios desteñidos, sucios
    de salivas amargas
    y escucha en ellos, lento, sibilante
    el último jadeo de la vida
    que los pulmones, ya sin ritmo, expelen.
    Toca la rigidez y el frío donde
    hubo un contacto cálido y suave.
    Y junto a ese trágico puñado
    de mísera materia que persiste,
    pregúntale, pregúntate a ti mismo,
    qué aguarda, qué ha perdido, qué conserva,
    qué signo monstruoso desentraña
    su terca permanencia sin sentido.

    Vete después, sumérgete de lleno
    en la vital corriente de tus días.



    MUNDO CONCLUSO

    ¿Qué hacer con este barro que me llena las manos?

    ¿Qué rabia, qué codicia de incrementado fuego
    empujan y sacuden el alma en ansia viva
    por fabricar un mundo ya fabricado, régido,
    archisabido, ahíto de mapas y de fórmulas?

    ¿Cómo hacer más redondo su círculo perfecto?
    ¿He de pintar en blanco y en frío sobre nieve,
    soplar en la galerna, llover sobre las aguas,
    dotar de aguas y nubes los cielos y los pájaros?

    ¡Qué hastío de montañas y mares en su sitio;
    de ríos dibujados en azul de acuarela
    sobre el ocre y el verde de las tierras sabidas!
    Vientos con nombr propio recorren obedientes
    las rutas ordenadas en viejos planisferios
    y en sordo misterio de las selvas gigantes
    cuelgan sabios carteles de prólija botánica.
    El reptil que digiere su pereza en el borde
    de la ciénaga tiene clasificada al día
    hasta la coyunrura más nimia de sus huesos.
    Escamas, plumas, pétalos, minerales, decoran
    polvorientas vitrinas de museos y llenan
    de tediosos latines abultados catálogos.

    ¿Qué hacer después de todo con este barro a punto
    que tengo fermentado, rugiendo por la forma?

    Porque ha llegado a un mundo definitivamente
    desoladoramente total y rematado.
    En vano busco un trozo de horizonte vacío
    donde trazar los signos de mi zodíaco propio
    y arrojar la moneda de mi luna invantada
    y clavar este sol personal y arbitrario
    que desborda mis ojos con brutal exigencia.

    ¡Este crecer en formas idénticas, cansadas!
    ¡Este ir soñoliento tras la lenta costumbre!

    ¿Por qué he de ser mujer repetida de Eva
    escudriñaba en toda mi triste anatomía,
    sin un gesto que niegue los rituales muestrarios?
    ¿Por qué he de parir hombres iguales a otros hombres,
    abrumadoramente monótonos e iguales?
    ¿Por qué todas mis lágrimas son lo mismo que lágrimas,
    y han de saber mis besos precisamente a beso,
    y ha de tener mi sangre el pulso equilibrado
    y la púrpura exacta de las sangres antiguas?



    NADIE SABE

    Abre tus ojos anchos al asombro
    cada mañana nueva y acompasa
    en místico silencio tu latido
    porque un día comienza su voluta
    y nadie sabe nada de los días
    que se nos dan y luego se deshacen
    en polvo y sombra. Nadie sabe nada.

    Pisa la tierra. Vierte la simiente.
    Coge la flor y el fruto. Sin palabras.
    Pues nadie sabe nada de la tierra
    muda y fecunda que, en silencio, brota,
    y nadie sabe nada de las flores
    ni de los frutos ebrios de dulzura.

    Mira la llamarada de los árboles
    irguiéndose en lo azul. Contempla, toca
    la piedra inmóvil de alma intraducible
    y el agua sin contornos que camina
    por sus trazados cauces ignorándolos.
    Sueña sobre ellos. Sueña. Sin decirlo.
    Pues nadie sabe nada de los árboles
    ni de la piedra ni del agua en fuga.

    Mira las aves, altas, desprendidas,
    rayando el sol a golpe de sus alas.
    Toma del aire el trino y el gorjeo,
    pero no quieras traducir su ritmo,
    pues nadie sabe nada de los pájaros.

    Mira la estrella. Vuela hasta su altura.
    Toma su luz y enciéndete la frente,
    pero no inquieras su remoto arcano
    pues nadie sabe nada de la estrella.

    Besa los labios y los ojos; goza
    la carne del amante sazonada
    secretamente para ti. Acomete
    con decisión humilde la tarea
    del imperioso instinto. Crece y ama.
    Mas nada digas del tremendo rito
    pues nadie sabe nada de los besos,
    ni del amor ni del placer ni entiende
    la ruda sacudida que nos pone
    el hijo concluido entre los brazos.

    Clama sin gritos. Llora sin estruendo.
    Cierra las fauces del dolor oscuro,
    pues nadie sabe nada de las lágrimas.

    Vete a hurtadillas con discreto paso.
    Traspasa quedamente la frontera,
    pues nadie sabe nada de la muerte.


    DESARMADA

    ¿Qué golpe de ola, qué batir de viento,
    qué nube de tormenta o parto oscuro
    me colocó en la orilla, tan desnuda?

    Tiemblo en mis huesos frágiles; me veo
    las manos como vainas sin cuchillo,
    los labios como lirios desmayados,
    la frente desolada, el pecho abierto,
    los pies descalzos y los ojos turbios
    de sueños y de lágrimas inútiles.

    Yo quiero espinas, quiero garras, quiero
    algún veneno amargo y corrosivo;
    alas abiertas, dardos aguzados
    o veloces pezuñas.

    Quiero raíces hondas, ramas altas,
    cauce y muralla, brújula y refugio.

    Quiero saber, poder, llegar, quedarme,
    quiero sentirme cierta, suficiente,
    llena, completa, inapresable, mía…

    Y soy una mujer. Apenas algo.
    Carne desnuda, sola, desarmada.



    CUANDO MI PADRE PINTABA

    Cuando mi joven padre pintaba yo era apenas
    una oscura ardillita merodeando en su torno.

    Mi padre era ingeniero. Con los ojos profundos
    a fuerza de difícil y exacta matemática.
    Era magro y esbelto. Yo no sabía entonces
    que mi frente morena era igual a la suya.

    Mi padre me gustaba. Llevaba un gran bigote
    ya pasado de moda, con auténticas guías
    dulcemente afiladas.

    Cuando las colegialas, a la hora del recreo,
    presumíamos, bobas,  de papás y juguetes,
    aquel largo bigote tuvo más importancia
    que un surtido de cromos o un muñeco de china.

    Mi padre era ingeniero y amaba los paisajes.
    Quería capturarlos en rectángulos breves
    y llevarlos consigo.
    Cuando íbamos al campo o al mar, en vacaciones,
    meticulosamente, sabiamente, pintaba.
    Y era un gozo asombrado contemplar la obediencia
    con que todo acudía y quedaba ordenado
    en el lienzo tirante.    

    (Cuando mi joven padre pintaba, sólo entonces,
    fumaba en pipa. A veces silbaba por lo bajo,
    desafinando mucho, romanzas de zarzuela.)

    Cuando mi joven padre pintaba sin astucia
    era profundamente consolador y cómodo
    ver un árbol honesto pareciéndose a un árbol.

    Era terriblemente positivo y seguro
    ver las vacas rollizas ilustrando los céspedes,
    caseríos de blanca chimenea humeante,
    y era lindo mirar cómo el sol se ponía
    agotando los tubos de carmín y cinabrio
    sobre un mar de esmeraldas y encajes de bolillos.

    Todo era claro y dulce porque, amigos, entonces,
    cuando mi joven padre pintaba, yo era sólo
    una ardilla inocente sin malicia ni versos.



    LA SANGRE

    Yo me siento la sangre. ¿No la sentís vosotros?
    Sangre de la mujer, cáliz abierto.

    Yo me siento la sangre. Ella me nutre.
    Me llena, me dibuja, me sostiene.

    Callada sinfonía de mis pulsos.
    Verso rimado en rojo por mis venas.
    Vuelo encerrado en íntimas volutas.
    Río escondido de infinitas ramas
    fertilizando mi sensible barro.

    Yo la siento correr. Flujo y reflujo
    bate las hondas playas de mi pecho,
    sube por mi garganta estremecida,
    moja mis labios con sabor espeso
    de miel caliente. Grita
    y enciende la codicia de mis ojos.

    Mi sangre, zumo denso circulando
    por todos mis poemas. Limpia savia
    irguiéndose en la regia primavera
    del hijo conseguido.

    Amo mi sangre. Cuando yo me muera
    no la dejéis cuajarse como hielo
    hecho con agua sucia.
    No la dejéis secarse en polvo oscuro.
    Descomponerse en jugos malolientes.
    Cuando yo muera, abridme, desatadme
    las frágiles esclusas de las venas.
    Verted mi sangre toda. Derramadla—.
    Absórbala la tierra como suya
    y el agua deslizante de algún río
    unte con ella el lomo de sus peces.




    De Belleza cruel (1958):


    EL CIELO

    Colegas queridísimos, estetas defensores
    del pájaro y la rosa y el mundo está bien hecho
    etcétera, y cantemos el cielo en primavera,
    porque es azul y estalla de gracia y poesía,
    amigos y enemigos, es cierto, estáis sobrados
    de sólidas razones. Seguir vuestro camino
    acaso lograría salvarme de estas cosas.
    De tantos anatemas comiéndose mis versos.
    Pensándolo, es loable. El cielo azul tan lindo.
    El cielo bondadoso de Dios y de sus ángeles.
    Precioso. Pero amigos, decidme, por los clavos
    de Cristo, por los clavos del hombre, ¿estáis seguros?
    ¿Creéis que un bello cielo nos cubre todavía?
    ¿Aún brilla luminoso sobre el cieno?
    ¿Y sigue siendo alegre sobre el llanto?
    ¿Y sigue siendo azul sobre la sangre?
    Yo, así, lo cantaría con toda unción. Palabra.
    Con versos bien rimados, para dormir tranquila
    sabiendo que tenía mi puesto asegurado
    en las Antologías del Arte más conspicuo.
    Pero es casi imposible. Pues yo no veo el cielo.
    No acierto a verlo, hermanos, desde hace largas fechas.
    Desde hace mucho llanto me falta de los ojos.
    Porque no puede verse vuestro cielo perfecto
    desde un mundo entoldado con las nubes más hoscas.
    Y no puede mirarse con la espalda doblada.

    Ni se goza su lumbre con la nuca partida.
    No puede verse el cielo con el pecho quemado
    en la boca del horno,
    ni se ven sus fulgores con los párpados sucios
    del sudor más espeso,
    ni su luz nos alcanza tanteando en las simas
    de las cuencas mineras,
    ni podemos mirarlo retirando las redes
    con la sal en los ojos.

    No es posible encontrarlo a través de la efigie
    coronada de gloria del tirado sangriento,
    ni se encuentra en las togas de los negros fiscales
    ni en el frío destello de los sables de gala
    en los bellos desfiles,
    ni durmiendo en la iglesia mientras suenan las preces
    por los fieles difuntos.

    No se llega hasta el cielo desde tantas prisiones,
    desde tantos cuarteles con sargentos y piojos,
    desde tantas escuelas con los bancos helados,
    desde tantos lugares con letreros que dicen:
    se prohíbe la entrada.

    No puede verse el cielo desde el fondo del cáncer,
    desde el fondo más hondo del infierno más negro,
    desde el fondo de todos los que están en el fondo,
    los que son tierra sucia que pisáis sin mirarla
    cuando vais extasiados por las líricas nubes.



    SI NO HAS MUERTO UN INSTANTE

    Todas las mañanas al alba
    mi corazón es fusilado en Grecia

    NAZIM HIKMET

    Si no has de permitir que tu corazón tierno
    trabaje un cupo diario de horas extraordinarias
    para sentirse fusilado en Grecia;
    si tu pulida frente no llega a golpearse
    contra el hierro y la roca
    de una cárcel distante de mil o dos mil kilómetros;
    si no has caído nunca con la nuca partida
    por las balas que silban en algún rincón de Asia;
    si no has notado nunca que se hielan tus huesos
    porque los fugitivos duermen en las cunetas;
    si no dejas a veces que tu estómago aúlle
    porque a orillas del Ganges no hay arroz para todos;
    si no has sentido nunca tus manos desolladas
    cuando un hombre concluye su jornada en la mina;
    si no has agonizado cualquier noche sin sueño
    en la sala de un blanco pabellón de incurables;
    si tus ojos no crecen
    hasta los cuatro puntos de la tierra
    para encontrar las vetas del dolor escondido
    y aumentar los caudales represados de tu llanto,
    si no has muerto tu mismo solamente un instante,
    una vez tan siquiera, porque sí, porque nada,
    porque todo, por eso: porque el hombre se muere,
    entonces no prosigas. Al hoyo, y acabado.



    GUERRA

    Soy madre de los muertos,
    de los que matan, madre.

    CARMEN CONDE

    Lo supe siempre. Al percibir la vida
    doblárseme en el seno, al golpearme
    un pulso repetido por las venas,
    lo supe: concebía hacia la muerte.
    El Otro, aquel que hallé en el Paraíso,
    aquel a quien fui dada el primer día,
    dormía en paz ceñido a mi costado.
    Ajeno a mi pasión no interpretaba
    mi vientre henchido ni mi paso lento
    ni preguntó jamás por qué mis ojos
    incrementaban su terror oscuro
    bajo la luz de sucesivos soles.

    Dos veces fui llenada de misterio.
    Caín crujía en mí. Me trituraba.
    Con su sabor agriaba mi saliva.
    Abel me fue muy dulce. Como el zumo
    de los maduros higos en verano,
    se diluía en mí, sabía suave.
    Jamás dobló su peso mis rodillas.

    Los vi nacer. Menudos, desarmados.
    Pero en su carne yo leía: muerte.
    Los vi crecer unidos. Madurarse.
    Pero en sus ojos yo leía: crimen.

    Los vi llegar al borde de la sima,
    al límite del rayo y la tragedia.
    Y, desde el fondo de mi sexo en ascuas,
    clamaba a Dios, clamaba sin remedio:
    ¿No son hermanos, di, no son hermanos,
    hechos de mí los dos hasta las uñas?

    Caín y Abel, los dos un solo fruto,
    colgándome del pecho, una caricia
    idéntica al tocarles el cabello.
    Los dos una cuchilla en mi garganta,
    clavándose y doliendo día y noche.

    Doliéndome la impávida belleza
    de Abel, su rubia gracia conseguida.
    Entre las mansas bestias, él, mansísimo.

    Doliéndome Caín, aprisionado
    entre cortezas ásperas, curtiendo
    la mano destinada para el golpe.

    Si yo hubiera podido revertirlos
    de nuevo a mí. Fundirlos. Confundirlos.
    ¿Por qué, Señor, los quieres desiguales;
    distintos en tu herencia y en tu gracia?
    Yo los haría en mí. Yo los daría
    de nuevo a luz. Caín tendría entonces
    el alma azul, los ojos inocentes
    de Abel apacentando sus corderos.

    Abel ofrecería sacrificios
    con manos de Caín sucias de tierra
    y una ligera sombra de pecado
    haría más humana su sonrisa.
    Mas nada pude hacer. Surgió la muerte.
    Clamé hacia Dios. Clamé. Pero fue en vano.
    Caín y Abel parí. Parí la GUERRA.



    BALANCE

    Es hora de echar cuentas. Retiraos.
    Dejad ese bullicio del paseo,
    la mesa del café, la santa misa,
    y el bello editorial de los periódicos.
    Entrad en vuestra alcoba. Echad la llave.
    Quitaos la corbata y la careta,
    iluminad el fondo del espejo,
    guardad el corazón en la mesilla,
    abríos las pupilas y el costado.
    Poneos a echar cuentas, hijos míos.

    Tú, invicto general de espuela y puro,
    echa tus cuentas bien, echa tus cuentas.
    Toma tus muertos uno a uno, ciento
    a ciento, mil a mil, cárgalos todos
    sobre tus hombros y desfila al paso
    delante de sus madres.

    Y tú, ministro, gran collar, gran banda
    de tal y cual, revisa, echa tus cuentas.
    Saca tu amada patria del bolsillo
    como un pañuelo sucio sin esquinas.
    Extiéndelo y sonríe a los fotógrafos.

    Y tú, vientre redondo, diente astuto,
    devorador del oro y de la plata,
    señor de las finanzas siderales,
    echa tus cuentas bien, echa tus cuentas,
    púrgate el intestino de guarismos
    y sal si puedes que te dé la lluvia.

    Tú, gordo y patriarcal terrateniente
    esquilador de ovejas y labriegos.
    Tú, cómitre del tajo y la galera,
    azuzador de brazos productivos.
    Tú, araña del negocio. Tú, pirata
    del mostrador. Y tú, ganzúa ilustre
    de altos empleos, ávida ventosa
    sobre la piel más débil, echa cuentas,
    medita y examínate las uñas.

    Y tú, señora mía y de tu casa,
    asidua del sermón y la película,
    tú, probo juez de veinte años y un día,
    tú, activo funcionario de once a doce,
    y tú, muchacha linda en el paseo;
    tú, chico de familia distinguida
    que estudias con los Padres y no pecas.
    Y tú, poeta lírico y estético,
    gran bebedor de vino y plenilunios,
    incubador de huevos de abubilla
    en los escaparates fluorescentes,
    sumad, restad, haced vuestro balance,
    no os coja el inventario de sorpresa.

    Tú no, pueblo de España escarnecido,
    clamor amordazado, espalda rota,
    sudor barato, despreciada sangre,
    tú no eches cuentas, tienes muchas cifras
    de saldo a tu favor. Allá en tu día,
    perdónanos a todos nuestras deudas,
    perdónanos a todos en tu nombre
    y hágase al fin tu voluntad
    así en España como en el cielo.



    CARTA ABIERTA

    Jesús de Nazaret
    (Dios hijo)
    Cielo

    Perdona que te escriba. De seguro
    no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.
    Segundo López Sánchez, carpintero,
    casado, con mujer y cinco hijos.
    Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)
    Soy uno de tus pobres. Pero ocurre
    que ya no tengo fuerzas ni paciencia.
    Señor, que es mucha brega y poco trago.
    Señor, mejor que bajes y lo veas.
    Yo soy de pocas letras, mas decían
    que fuiste del oficio cuando mozo.
    No sé cómo andaría en aquel tiempo
    lo de vivir del tajo y ser un pobre,
    pero lo que es ahora es un milagro
    mayor que el de los panes y los peces
    poner algo en la mesa y repartirlo
    para que llegue a todos. Haz la prueba.
    Ven a carpintear entre nosotros
    y vive del jornal. Sudarás sangre
    como en el huerto. Y sal por los caminos
    y ponte a predicar como solías
    contra los fariseos y repite
    aquellos de los ricos y la aguja,
    y echa a los mercaderes de la iglesia,
    y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto
    de los prohibidos, y habla del reparto
    y di que den lo suyo a quien lo gana.
    Si no te crucifican como entonces
    es porque ahora, apenas se abre el pico
    te hacen callar. Bonita está la cosa.
    Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.
    Que no digan ni Cristo lo remedia.
    Que no somos tan malos como dicen.
    Pero es ya mucho machacar el hierro.
    Luego se pone al rojo y se arma una,
    y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.
    De obrero a obrero te lo pido y firmo:
    tu humilde servidor,
    .........................................Segundo López



    CANCIÓN DEL PAN ROBADO

    Hermano de la hoz y de la trilla,
    hermano del molino atareado,
    hermano con el pecho enrojecido
    por el calor del horno, dime, hermano,
    ¿dónde está el pan que hiciste con fatiga?
    ¿En dónde esta mi pan, que no lo alcanzo?
    El pan que hiciste, para todos era.
    Igual que tú lo haces, me lo gano.
    Con sangre, con sudor y  golpe a golpe,
    partiéndome los huesos a destajo.
    ¿Por qué no está en mi casa? ¿Es el camino
    tan largo de la espiga hasta mis labios?
    Mis hijos piden pan y no lo tienen.
    ¿Dónde va el pan bien hecho y bien ganado?

    Hermano nuestro de la mina
    y del taller y del andamio,
    hermano de los olivares
    y de las redes del pescado,
    el pan que cuecen nuestros hornos
    para vosotros lo amasamos
    pero, del trigo hasta la boca,
    ¡cuántos ladrones acechando!
    Está el hocico de la hiena,
    están las garras del milano,
    están los buitres con su pico,
    miles de dientes afilados.

    Pongámonos mucho más cerca,
    hagamos nudo con las manos;
    hombro con hombro, pecho a pecho,
    los corazones apretados.
    Un solo cuerpo a la tarea,
    un solo afán, un solo brazo.
    Todas las frentes un sudor
    y una canción para alegrarlo.

    Entre hombre y hombre ni un resquicio
    para el cuchillo mas delgado.
    Nadie podrá romper el nudo,
    poner cadenas en los brazos.
    No nos podrá morder el lobo.
    No nos podrá partir el rayo.

    El pan que salga de los hornos,
    pan bien cocido y bien ganado,
    será el pan nuestro de cada día,
    ni discutido ni menguado.




    De Toco la tierra (1962):


    HIJOS, YA VEIS: NO TENGO OTRAS PALABRAS...

    Hijos, ya veis: no tengo otras palabras;
    insisto, insisto, insisto; verso a verso,
    repito y enumero lo evidente,
    lo que en los ojos se me clava a diario.
    Y lo que está escondido bajo el lodo,
    para que surja y brille, lo enumero.
    Golpe tras golpe, digo lo que duele,
    mi larga letanía: tierra, tierra;
    dolor, dolor, dolor; España, España;
    el hombre, el hombre, el hombre, el hombre, el hombre,
    repito y clamo con el llanto al cuello.
    Repito, vuelvo, sigo, en letanía:
    la tierra, el mundo, España, el hombre, el hombre;
    temor (y esclavitud); trabajo (y hambre);
    codicia (y guerra); vida (y exterminio),
    y amor, amor, amor que me calcina.
    Y el pueblo, el pueblo, el pueblo; y los que nacen
    desnudos, sucios, presos, condenados;
    y amor, amor rabioso por las venas.
    Y andar, andar, andar, seguir viviendo,
    pisando tierra, sangre, huesos, ruinas
    de España, España, España, sola y mártir.

    No sé, no sé: la misma letanía
    de siempre: amor, dolor, la tierra, el hombre…

    No sé, no sé si ya querréis oírme,
    decir amén, seguirme, acompañarme,
    cuando, tocando tierra, rezo y firmo
    mi larga letanía: manos duras,
    sudor y fe, cansancio y esperanza;
    pecado y Dios a cuestas; y el trallazo
    del odio en los ijares. Letanía
    de amor y de dolor para las noches.

    Hijos, ya veis: soy vieja y me repito,
    mas no quiero callarme ni morirme.
    Quiero vivir, vivir en esta tierra
    que beso y toco; estar a vuestro lado,
    rezando —amor, dolor— mi letanía.



    ESTAMOS VIENDO TODO LO QUE PASA

    Hacia los treinta y tantos años de mi edad
    Éramos los poetas tan felices.
    teníamos el cielo en la ventana,
    estrellas que meter en los bolsillos,
    cumbres al sol para tender la ropa,
    noches y mar para mecer los sueños,
    los bosques al extremo de la calle
    con mirtos y laureles
    para tejer coronas y ceñirlas.
    Teníamos también nuestras alcobas
    -mesa camilla, espejo y microscopio-
    Donde arroparnos y esquivar la lluvia
    escudriñando en paz las estrellas
    de nuestro yo exquisito y trascendente.

    En tan propicias circunstancias
    odas brotaban de los árboles,
    de nube a luna los sonetos.

    Poemas-trenes-de-juguete
    hacia lo eterno se lanzaban.
    (Parada y fonda en el regazo
    de la selecta antología.)

    En esto vino el cataclismo;
    el cielo huyó de la ventana,
    se hicieron trizas los espejos,
    cayeron las montañas sobre el trigo,
    los bosques se incendiaron, las estrellas
    se ahogaron en los pozos de la sangre.
    Los lobos iban sueltos por la plaza.
    se agriaron de improviso
    El pan, el vino, el aire y los poemas.
    Sin saber cómo nos quedamos
    vacíos y desnudos,
    con toda nuestra magia a la intemperie.

    ¿Quién nos sajó los párpados, quién puso
    todo nuestro sentir en carne viva?
    Porque ahora vemos todo lo que pasa.

    Y nos lastima el suelo que pisamos
    y es una llaga el tacto más ligero.

    Los muertos se nos cuelgan de los hombros
    y ocupan nuestra almohada por la noche.

    Los vivos nos exigen sangre a diario
    y vienen a beberla en nuestra boca.

    Hemos tenido que nacer de nuevo;
    ir a la escuela con los inocentes
    y estamos aprendiendo la cartilla.
    Vamos sabiendo cosas importantes:
    que es uno el llanto, que la tierra es una,
    que en ella se confunden las raíces
    del hombre, porque el hombre son millones
    más uno, nuestro yo, que apenas cuenta.

    Por eso no escribimos por las ramas;
    ya no tenemos la poesía a pájaros;
    y vamos sin corona por la calle;
    entramos en la casa del vecino,
    humildes nos sentamos a su mesa
    y nos bebemos juntos un buen trago
    de vino o rejalgar, según se tercie.
    Y le decimos cosas que le alcanzan
    poniendo la belleza a flor de arcilla.

    Decimos: hijo mío, tus hombros vacilantes
    soportan la estructura total del universo.
    Decimos: tus cadenas me oprimen la cintura;
    la sed de tu garganta me quema por la noche,
    mas un día saldremos al campo y beberemos
    el agua limpia y libre de nuevos manantiales.
    Decimos: estudiante, tu frente pensativa
    la ciñe una bandera teñida de futuro.
    Decimos: blanca tiene su alma el panadero;
    las manos del herrero relucen en la cama;
    cuando el maestro ríe, sus ojos son chavales;
    al médico que vela le pica una paloma
    para que no se caigan sus párpados cansados.
    Decimos: ese niño con las piernas torcidas
    Tiene unas alas de ángel y unos ojos azules;
    la vieja castañera vende calor de niño;
    al viejo maletero los pájaros le ayudan.
    Decimos: esa madre que prepara la mesa
    cortando el pan escaso con cuchillo de hierro
    pone un sol de juguete junto al plato del hijo.

    Decimos esas cosas: no tienen importancia;
    suenan a lluvia, saben a comida corriente;
    se van por los caminos, se mezclan con la siembra,
    penetran en las casas, perfuman los armarios,
    se enroscan en los clavos donde cuelgan las hoces,
    blanquean con la espuma cuanto lava la abuela,
    se mecen en la cuna donde duermen los niños.

    Porque ahora caminamos codo a codo.
    Cantamos en amor y compañía.




    NO QUIERO

    No quiero
    que los besos se paguen
    ni la sangre se venda
    ni se compre la brisa
    ni se alquile el aliento.

    No quiero
    que el trigo se queme y el pan se escatime.

    No quiero
    que haya frío en las casas,
    que haya miedo en las calles,
    que haya rabia en los ojos.

    No quiero
    que en los labios se encierren mentiras,
    que en las arcas se encierren millones,
    que en la cárcel se encierre a los buenos.

    No quiero
    que el labriego trabaje sin agua
    que el marino navegue sin brújula,
    que en la fábrica no haya azucenas,
    que en la mina no vean la aurora,
    que en la escuela no ría el maestro.

    No quiero
    que las madres no tengan perfumes,
    que las mozas no tengan amores,
    que los padres no tengan tabaco,
    que a los niños les pongan los Reyes
    camisetas de punto y cuadernos.

    No quiero
    que la tierra se parta en porciones,
    que en el mar se establezcan dominios,
    que en el aire se agiten banderas
    que en los trajes se pongan señales.

    No quiero
    que mi hijo desfile,
    que los hijos de madre desfilen
    con fusil y con muerte en el hombro;
    que jamás se disparen fusiles
    que jamás se fabriquen fusiles.

    No quiero
    que me manden Fulano y Mengano,
    que me fisgue el vecino de enfrente,
    que me pongan carteles y sellos
    que decreten lo que es poesía.

    No quiero amar en secreto,
    llorar en secreto
    cantar en secreto.

    No quiero
    que me tapen la boca
    cuando digo NO QUIERO…



    EL DÍA QUE ME MUERA

    El día que me muera
    no quiero el llanto al uso ni las flores
    cortadas al efecto ni los cirios
    de lento gotear en los sufragios.
    No quiero el luto inútil de las ropas
    ni las miradas tristes ni el silencio
    ni el ramo de laurel correspondiente.
    No quiero que la vida se detenga
    cual si algo extraño hubiera sucedido
    y el mundo ya no fuera como antes.


    El día que me muera,
    quiero que todo viva y continúe:
    que broten flores en los mismos sitios,
    que corra el agua por la misma acequia,
    que los amantes trencen sus abrazos,
    que nazca un niño en el portal de enfrente,
    que mi vecino vaya a la oficina,
    que los obreros entren en la fábrica,
    que salgan a la mar los pescadores,
    que las mujeres vuelvan de la compra
    con un ramo de acelgas en los brazos;
    que el labrador entierre su semilla
    cuando amanezca el sol y el estudiante
    cierre sus libros cuando el sol se ponga;
    que se oigan las sirenas de los buques,
    los golpes del martillo, los motores,
    las voces de los niños en el patio,
    los ruidos de la calle, los jilgueros.

    Y quiero que, a la hora de costumbre,
    los míos se reúnan en la mesa,
    partan el pan y cambien la sonrisa.

    Que mis amigos beban unos chatos
    y escriban un poema por la noche.




    De Antología total (1973):


    DIFÍCIL

    Difícil es salir del agujero,
    de un túnel sin estrellas ni bombillas
    Difícil es llegar a las orillas
    de tanta sangre y tanto estercolero.

    Difícil es hallar norte y sendero
    por tierras calcinadas y amarillas
    difícil es, sin agua y sin semillas
    de amor o pan, hacerse cosechero

    Difícil es andar, subir la vida
    con un muerto cogido de la mano
    que tiene nuestro rostro y nuestra herida

    Difícil es cantar, luchar es vano
    sabiendo que la voz y la partida
    se han de perder más tarde o más temprano




    Poemas no recogidos en libro:


    SER MUJER

    Ser mujer, ser mujer:
    con el alma y la carne ser mujer.

    Ser la luz, ser la flor,
    ser la risa y la miel;
    ser mujer; ser amor.

    Tener en el regazo cuna blanda y serena,
    tener el corazón como un niño risueño,
    para el niño con sueño,
    para el hombre con pena.

    Tener brazos flexibles como cuellos de aves,
    brazos tibios y suaves,
    para guiar los pasos primeros del infante,
    para ceñirse al cuello del amante.

    Tener manos que sepan halagar dulcemente
    el cabello y la frente,
    y arropar sus amores si la noche está fría;
    manos firmes que aparten las espinas hirientes;
    manos leven que curen las heridas dolientes
    y partan cuidadosas el pan de cada día.

    Tener labios humildes y mansos para el ruego;
    abiertos a la risa, abiertos al perdón;
    tener labios de fuego para el beso de fuego;
    labios siempre dispuestos a sembrar su canción.

    Tener claras miradas de ensueños ideales
    para mirar las aves, las estrellas, las rosas;
    para todos los yerros, para ds ls males,
    tener miradas suaves y misericordiosas.

    Tener hondas y abiertas entrañas materiales
    para todos los seres, para todas las cosas.

    Ser mujer:
    ser la madre que engendra y la hermana que escucha;
    ser la novia que besa, ser el premio en la lucha,
    ser mujer...
    Ser la fuente de vida para el labio del niño,
    para el labio del hombre
    ser placer.

    Ser la paz; ser remanso;
    ser alivio y descanso;
    ser impulso en el vuel,
    y en la rauda caída,
    consuelo.

    Ser mujer; ser mujer;
    amargada o florida,
    quiero siempre en la vida
    ser amor; ser mujer.



    EXHORTACIÓN IMPERTINENTE
    A MIS HERMANAS POETISAS

    A Carmen Conde

    Porque, amigas, os pasa que os halláis en la vida
    como en una visita de cumplido. Sentadas
    cautamente en el borde de la silla. Modosas.
    Dibujando sonrisas desvaídas. Lanzando
    suspirillos rimados como pájaros bobos.

    Pero ocurre que el mundo se ha cansado de céfiros
    aromados, de suaves rosicleres o lirios,
    y de tantos poemas como platos de nata.

    Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica.
    Dad al viento el cabello. Requemaos la carne
    con el fuego y la escarcha de los días violentos
    y las noches hostiles aguzadas de enigmas.
    No os quedéis en el margen. Que las aguas os lleven
    sobre finas arenas o afilados guijarros.
    Que os penetren las sales. Que las zarzas os hieran.
    Y, acercando la quilla, remontad la corriente
    hacia el puro misterio donde el río se inicia.

    Id al húmedo prado. Comulgad con la tierra
    que se curva esponjada de infinitas preñeces,
    y dejad que la vida poderosa y salvaje
    os embista y derribe como toro bravío
    al caer sobre el anca de una joven novilla.

    No queráis ignorar que el amor es un trance
    que disloca los huesos y acelera las sienes;
    y que un cuerpo viviente con delicia se ajusta
    al contorno preciso donde late otro cuerpo.

    No queráis ignorar que el placer es el zumo
    de las plantas agrestes que se cortan con prisa;
    y el pecado una línea que subraya de negro
    lo brillante del goce.

    No queráis ignorar que es el odio un cuchillo
    de agudísimo corte que amenaza las venas;
    y la envidia una torva dentadura amarilla
    que nos muerde rabiosa cada fruta lograda.

    No queráis ignorar que el dolor y la muerte
    son dos hienas tenaces que nos pisan la sombra
    y que el Dios de las cándidas estampitas azules
    es un alto horizonte constelado de espantos
    que en la oculta vertiente de los siglos aguarda.

    Eva quiso morder en la fruta. Mordedla.
    Y cantad el destino de su largo linaje
    dolorido y glorioso. Porque, amigas, la vida
    es así: todo eso que os aturde y asusta.

    Espadaña, nº 45, León, 1950.



    VIETNAM
    (Primeros planos)

    LOS VIEJOS

    Vemos al yanqui con su presa:
    un viejecito andrajoso
    con los ojos vendados y las manos atadas
    a la espalda. Le vemos vacilar. Va temblando.
    No es de temor. Su cuerpo se estremece
    de vejez y de ira; del cansancio infinito
    que hace a sus huesos desecados,
    apenas recubiertos por la carne,
    crujir mientras se curvan
    en un gesto engañoso
    de humilde vencimiento.

    ¿Qué hicieron esos viejos? ¿De qué modo
    lucharon? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué armas?
    ¿Por qué los atraparon, cómo, dónde?
    Sólo se ve que están apenas vivos.
    Despojo ruin; pavesa miserable
    del continuado incendio de su vida.

    El yanqui se retrata con su presa.
    Pero en seguida descubrimos
    que ese bigboy de metralleta al hombro
    y un rubio cigarrillo entre los labios
    no acierta a fabricarse la sonrisa
    del vencedor. El yanqui tiene miedo.
    Teme a esos viejos. Sabe
    que tras los míseros harapos
    en el hundido pecho ennegrecido,
    se oculta un recio corazón gigante
    con espoleta de odio inextinguible;
    un explosivo extraño y peligroso.

    LOS NIÑOS

    En el Vietnam hay niños; nacen niños.
    Traídos a la vida cada día
    por la corriente irreprimible
    del poderoso amor, confiadamente,
    osadamente nacen. Son pequeños,
    son dulces y dorados
    como la piel del plátano maduro.
    No saben nada; sólo
    vivir. Y sólo quieren
    vivir al sol, al beso y a la brisa;
    beber amor por todos los sentidos;
    comer, reír, llorar. Y enderezarse
    como los tallos del arroz, primero;
    luego, como los troncos de la selva.
    Mirad y ved los niños aplastados,
    acuchillados, rotos,
    perforados, roídos
    por el napalm; mirad sus carnes puras
    llagadas hasta el hueso;
    ved las vacías cuencas de sus ojos.
    (El yanqui escribe a la familia
    y manda besos a los pequeñines.)

    LAS MADRES

    Con esa carga dulce y tremenda del hijo
    colgando de sus hombros o apretado en los brazos,
    caminan, cruzan ríos, pantanos, espesuras.
    Huyendo. Huyendo siempre sin saber hacia dónde.
    Las vemos en refugios subterráneos,
    en la profunda entraña de la selva,
    por caminos desiertos
    o en una casa en ruinas sin puerta ni tejado
    cociendo un puñadito de arroz o dando el pecho.
    Pero abrazando siempre, protegiendo incansables
    el informe envoltorio donde asoma y reluce
    como una perla oscura la carita del hijo.

    Las vemos solas, mudas, con sus ojos abiertos,
    opacos de dolor, interrogantes,
    como esperando —¿qué?— dentro del caos.

    Pero sus rostros tienen
    un raro resplandor, cierta belleza
    de signo sobrehumano donde late
    una indomable voluntad de vida.

    EL ARROZ

    Hijo del sol, del agua, de la tierra,
    de la amorosa mano del labriego,
    el arroz atesora,
    en diminutos granos de alma blanca,
    sus mágicas virtudes.
    El arroz es el puro
    y humilde sacramento
    con que el Vietnam comulga y se alimenta.

    El yanqui lo contempla desdeñoso:
    (¡comida de los monos amarillos!)
    y en el Vietnam, matar es la consigna.
    Matemos el arroz. Hagamos hambre.

    Llegan las aves tronadoras
    y el arrozal sagrado es destruido.

    LA SELVA

    La selva es un gigante de pies quietos,
    con fuerza inmensa y miembros infinitos.
    La selva tiene garfios y puñales.
    Punza y araña; hiere y envenena.
    La selva es una trampa con mil bocas
    que succiona al intruso,
    lo ablanda, lo digiere.

    Pero la selva tiene entrañas
    maternales y próvidas
    para los hijos de su tierra
    que la conocen y la aman.
    La selva los acoge y los protege:
    les brinda sendas sinuosas,
    cien túneles secretos, escondrijos,
    hondos e inextricables
    laberintos que ocultan
    en su interior los claros apacibles
    como jardines bien cercados.

    La selva es vietnamita;
    es vietcong, antiusa.
    Hay que matar la selva.

    Y así, bajo la lluvia ponzoñosa,
    entre las llamas asesinas,
    los árboles soberbios se estremecen,
    sus ramas crujen, se desgajan
    en dolorosas convulsiones;
    las hojas se abarquillan y se funden
    en opaca ceniza;
    los troncos poderosos se convierten
    en calcinados esqueletos.
    ¿Qué ha sido de aquel iris prodigioso
    de flores y de pájaros?
    ¿Qué ha sido de las simples bestezuelas,
    de las fieras rugientes,
    de los animalitos diminutos,
    del mundo que se arrastra y el que trepa?
    Todo agoniza, todo se disuelve
    en humo y brasa; en polvo dolorido.

    Porque, en Vietnam, matar es la consigna.

    (Avilés, 1967-68)


    ÁNGELA FIGUERA AYMERICH, Obras completas, Hiperión, 1986


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez 31.12.23 3:11

    "Si el amor nos hiciera poner hombro con hombro,
    fatiga con fatiga
    y lágrima con lágrima"

    ¡S.C!


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 05.01.24 14:17

    Muchas gracias, Pascual, por tu interés.

    Un abrazo.
    Pedro


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    Mensaje por Pedro Casas Serra 08.05.24 6:58

    .

    Otros poemas de Ángela Figuera:


    De El grito inútil (1952):


    LA CÁRCEL

    Nací en la cárcel, hijos. Soy un preso de siempre.
    Mi padre ya fue un preso. Y el padre de mi padre.
    Y mi madre alumbraba, uno tras otro, presos,
    como una perra perros. Es la ley, según dicen.

    Un día me vi libre. Con mis ojos anclados
    en el mágico asombro de las cosas cercanas,
    no veía los muros ni las largas cadenas
    que a través de los siglos me alcanzaban la carne.
    Mis pies iban ligeros. Pisaban hierba verde.

    Y era un tonto y reía
    porque en los duros bancos de la escuela
    podía pellizcar a los vecinos,
    jugar a cara o cruz y cazar moscas,
    mientras cuatro por siete eran veintiocho
    y era Madrid la capital de España
    y Cristo vino al mundo por salvarnos.
    Sí. Entonces me vi libre. Las manos me crecían
    inocentes y tiernas como pan recién hecho,
    pues no sabían nada del hierro y la madera
    soldados a sus palmas
    cuando el sudor profuso
    igual que un vino aguado
    apenas nos ablanda la fatiga.

    Hoy los muros me crecen más altos que la frente,
    más altos que el deseo, más altos que el empuje
    del corazón. Arrastro
    unas secas raíces que me enredan las piernas
    cuando voy, como un péndulo de trayecto inmutable,
    desde el sueño al cansancio, del cansancio hasta el sueño.

    Soy un preso de siempre para siempre. Es el orden.




    De Belleza cruel (1958):


    LIBERTAD

    Crecieron así seres de manos atadas.
    EMPÉDOCLES

    A tiros nos dijeron cruz y raya.
    En cruz estamos. Raya. Tachadura.
    Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

    Si observas la conducta conveniente,
    podrás decir palabras permitidas:
    invierno, luz, hispanidad, sombrero.
    (Si se te cae la lengua de vergüenza,
    te cuelgas un cartel que diga “mudo”,
    tiendes la mano y juntas calderilla.)

    Si calzas los zapatos según norma,
    también podrás cruzar a la otra acera
    buscando el sol o un techo que te abrigue.

    Pagando tus impuestos puntualmente,
    podrás ir al taller o a la oficina,
    quemarte las pestañas y las uñas,
    partirte el pecho y alcanzar la gloria.

    También tendrás honestas diversiones.
    El paso de un entierro, una película
    de las debidamente autorizadas,
    fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
    bonitas emisiones en la radio
    y misa por la tarde los domingos.

    Pero no pienses libertad, no digas,
    no escribas libertad, nunca consientas
    que se te asome al blanco de los ojos,
    ni exhale su olorcillo por tus ropas,
    ni se te prenda a un rizo del cabello.

    Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
    no escondas libertad bajo tu almohada
    por ver si sueñas con mejores días.
    No sea que una noche te incorpores
    sonambulando libertad, y olvides,
    y salgas a gritarla por las calles,
    descerrajando puertas y ventanas,
    matando a los serenos y los gatos,
    rompiendo los faroles y las fuentes,
    y el sueño de los justos, porque entonces,
    punto final, hermano, y Dios te ayude.


    ÁNGELA FIGUERA, Mujer que soy. La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta, Bartleby, 2006.


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