¿ESCRIBIMOS CADA VEZ PEOR? Por Gogo Sarasqueta
(Artículo publicado en el diario “La Vanguardia” de Barcelona el 17 de mayo del 2014.)
“Las vacaciones que buscas está en los trenes”, invitaba a viajar un cartel en la estación. “Un avión español se estrella en Turquía por tercera vez en lo que va de año”, informaba en su portada un matutino. “Rebajas. Auriculares inhalambricos”, tentaba una reconocida cadena de supermercados en la puerta del local. Y así, un etcétera que se dilata infinitamente también en la red, en Facebook, Twitter, correos electrónicos y WhatsApp.
Están en todas partes
Uno se encuentra con ellos todos los días: a veces, como lectores; otras, como autores. Son errores de concordancia, faltas de ortografía, sintaxis incorrectas, entre otros atisbos de una escritura coja. Síntomas que expresan el estado de salud de la redacción: ¿delicado? Puede ser. Pero no hace falta caer en el síndrome de “todo pasado fue mejor” ni en pronósticos apocalípticos al estilo de “el día de mañana los jóvenes no sabrán comunicarse por escrito”. No. la opinión de distintos profesionales académicos, teóricos literarios, filólogos, vinculados a diario con el mundo de la pluma tal vez permita encontrar los matices necesarios para lograr un diagnóstico acorde a la realidad.
Para empezar, es esencial precisar qué se entiende por escribir mal. Juan Frau, profesor de la facultad de Filología de la Universidad de Sevilla, delimita: “En un sentido lato, es sobre todo no saber redactar con precisión, corrección y eficacia lo que querríamos expresar. En los casos más graves puede llegar al grado de no saber en realidad qué querríamos decir; por la incapacidad de articular el pensamiento, que es sobre todo verbal”.
Otros especialistas, en cambio, manejan otras categorías que escapan al maniqueísmo típico entre escribir bien o escribir mal. Distinguen entre el concepto de norma y el estilo, que, según ellos, no deberían confundirse. Es el caso de la profesora de Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona, Teresa López Pellisa, que desmenuza: “Términos como mal o bien son un tanto peliagudos. Prefiero utilizar otros como correcto o incorrecto: la corrección tiene que ver con la norma y lo que marcan las instituciones. Una cosa es escribir correctamente y otra muy distinta es escribir bien. Por ejemplo, yo creo expresarme correctamente por escrito, pero no escribo como Pablo Martín Sánchez o Jesús Carrasco?
¿Sensación o realidad?
Ante la ausencia de investigaciones, estadísticas o estudios empíricos que ofrezcan un panorama integral, sólido y detallado de escritura de nuestras sociedades, arrojar un balance suena, al menos, osado. Por eso, las perspectivas se reducen a las impresiones o experiencias. A lo que cada uno percibe en su día a día, que no deja de ser una muestra escasa. Aún así, se detectan considerables variaciones entre individuos de una misma generación. Virginia Rodríguez, coordinadora del máster en Edición de la Universidad Autónoma de Madrid, entrevé un menoscabo: “En los diez años que llevo dando clases en formación de posgrado -dilucida- he observado un empeoramiento general en la calidad de la escritura, lo que posiblemente tenga que ver con el retraso de la maduración (a la misma edad, los jóvenes son más jóvenes), con el deterioro de los modelos (el criterio de autoridad tiende a desaparecer) y con la velocidad de las cosas; observo que cada vez se lee más rápido, y por lo tanto no se lee lo que verdaderamente está escrito sino lo que nos imaginamos que debería estar escrito, y entonces desaparece la distancia crítica imprescindible para la autocorrección”.
En la misma estela, Juan Frau advierte también una decadencia en la capacidad de expresión en general, que se otea tanto en el uso de la puntuación como en el conocimiento de la ortografía. “Me resulta especialmente llamativo en los rótulos de los informativos de televisión o en subtítulos de series y películas. En cierta medida, puede ser por la premura con que se hacen estos trabajos, y en parte también por la ausencia de correctores de estilo humanos; lo demás lo achaco a carencias del sistema educativo, pero también a dejadez”, señala este experto.
Yendo al hueso de la cuestión, Alba Solà, licenciada en Humanidades, vislumbra las razones de este declive en el aspecto formativo y el impacto que tuvo en el plano comunicacional la revolución comandada por internet. “Hay muchas causas. Primero, por deformación profesional, criticaré la falta de presencia de las Humanidades como ciencias necesarias, la poca importancia a nivel colectivo del valor de la palabra frente al hecho o a las ciencias exactas (esto es un fenómeno de largo trecho). A esto se le añade el imaginario reciente del fenómeno redes sociales y nuevas tecnologías (hashtag, WhatsAPP, etcétera) en que prima el valor de lo inmediato frente al de la palabra, expresión y lenguaje”, detalla la profesional.
Con un tono más optimista, Teresa López Pellisa afirma: “Se escribe igual de correcta o incorrectamente que antes. Quizás hoy se percibe todo con mayor claridad, porque hay mucha más gente que tiene acceso a la escritura, y además, hace pública su redacción a través de la red. La democratización de la educación ha permitido que la mayoría de la población pueda leer y escribir. Pero no todos tienen acceso a un largo ciclo formativo que les permita interiorizar las normas lingüísticas, y a esto debemos sumar que el acceso a las redes sociales y la web 2.0 nos permiten ser mucho más conscientes de cómo se escribe”.
Ahora, ¿cuáles son los tropezones más frecuentes? “Los más visibles son las faltas de ortografía que incluyen acentos erróneos, cambios de v por b o al revés, una h que se olvida o sobra, uso de mayúsculas donde no corresponde, etcétera.; los errores de puntuación que consisten en separar con una coma el sujeto del verbo, o el verbo de los complementos, usar coma en lugar de punto, olvidar casi el uso del punto y coma; y, por último, la sintaxis deficiente que engloba equivocaciones como la falta de concordancia entre sujeto y verbo, oraciones inconclusas y anacolutos -incoherencia en la construcción del discurso-,“ atestigua Antonio Torres, doctor en Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona.
Y continuando con las redes sociales, que, sin duda, hoy en día son la principal plataforma de redacción, el sendero se bifurca. Algunos, como vimos, decodifican que, por su carácter instantáneo, estas plataformas atentan contra la reflexión, paso fundamental para lograr una convivencia sana entre las palabras; otras, en cambio, como Esther Aizpuru, profesora del módulo de Lector editorial en el máster de Edición de la Universidad Autónoma de Madrid, valoran que han creado un espacio que obliga a las personas a entrenar constantemente su escritura. “Todos estos medios han propiciado que mucha gente que antes no redactaba ni una frase diaria, porque su comunicación principal era oral, ahora escriba a todas horas. Y muchos de esos usuarios, por mero prurito personal, se interesan por hacerlo medianamente bien para no quedar en ridículo; es decir, se están preocupando porque en su muro no haya errores que den una mala imagen pública de ellos”, subraya.
Un idioma a régimen
El vocabulario que empleamos es otro indicio que nos señala en que peldaño estamos. Nuestro caudal léxico es un buen termómetro para saber donde estamos parados. Y el castellano, lamentablemente en este sentido, trae malas noticias. “Cada vez se utilizan más extranjerismos, sobre todo anglosajones, y neologismos innecesarios. Esta pérdida tiene que ver con la progresiva estandarización, de la que suele culparse al proceso globalizador contemporáneo, en lo relativo al idioma y al pensamiento, a los medios de comunicación de masas, en especial a la televisión”, describe Esther Aizpuru.
“En general, por pura economía del lenguaje, recurrimos a un vocabulario muy limitado -deduce Juan Frau-. Da la impresión de que en el conjunto de la población sólo aumenta el dominio del vocabulario relacionado con la electrónica, la informática y las redes sociales”. Y poniendo el acento en los tiempos que corren, Alba Solà alude que esta escasez se debe “a la modernidad que es el paradigma de lo inmediato, lo sintético, lo esencial, el imaginario que proporciona el concepto de enlace: el salto constante, la no profundización”.
¿Nostalgia o eficacia?
Con la irrupción de los ordenadores, la caligrafía ha ido perdiendo terreno frente al teclado. Actualmente son contados los momentos en que utilizamos un bolígrafo para hacer un trabajo
de universidad o enviar una carta de amor. Aizpuru, en este sentido, piensa que el puño y letra ayudaba -en cierta medida- a perfeccionarnos. “Dibujar cada letra y unirla a la siguiente, calcular los huecos entre las palabras, formar las frases y terminarlas con el golpe sobre la mesa que supone escribir un punto, perfilar los párrafos, añadir anotaciones en los márgenes o entre líneas; todo ese proceso supone una planificación mental, y el rigor del pensamiento está íntimamente asociado a la sintaxis”, señala.
En cambio, Torres estima que la ciencia, en este caso, le ha allanado el camino al ser humano. “Al escribir con un ordenador -comenta- podemos echar mano fácilmente de correctores, de diccionarios en línea, y podemos construir los textos más fácilmente porque en un segundo cambiamos el orden de una frase o de un párrafo, incluimos un inciso o lo eliminamos, consultamos la frecuencia de una expresión o de una palabra, etcétera. Por tanto, la tecnología nos ayuda en nuestro manejo del lenguaje, siempre que sintamos un mínimo compromiso con su corrección”.
Matrimonio idóneo
Desde la escuela nos insisten en que la clave para lograr una escritura notable es exprimir todo libro, revista o diario que esté a nuestro alcance. Parece una ecuación lingüística redonda: cuando más leas, mejor vas a redactar. Pero ¿qué hay de cierto en esta relación? Es una relación directamente proporcional: la lectura habitual aporta un modelo que se interioriza sin necesidad de repasar los fundamentos teóricos de la gramática o la sintaxis, y que amplía vocabulario o lo mantiene fresco”, aclara Esther Aizpuru. En consonancia, Torres recomienda: “Es fundamental cultivar el gusto por la lectura y por las palabras, por el idioma, desde la conciencia de que escribir bien es mucho más que un mero capricho en el que se empecinen algunos. Hay que prestar atención a los textos, tener curiosidad por las palabras que se desconozcan y buscar su significado, ir acumulando conocimiento”.
Consecuencias
Otra de las aristas a tener en cuenta es la incidencia que puede llegar a tener el escribir mal en la vida laboral de una persona. En qué medida le puede llegar a afectar un mensaje -sea en las redes sociales, en una misiva de presentación o en un correo electrónico a sus amigos- mal elaborado. Sobran ejemplos de celebridades, políticos, artistas y hasta inclusive periodistas que, por una falta de ortografía, han sido objeto de burla. Así que, ¡a prestar atención!
“En lo laboral -explica Torres-, depende mucho del tipo de actividad, pero desde luego puede ocasionar una falta de confianza en quien se tenga delante. Por ejemplo, un empleado o un abogado que escriba mal genera muchas reticencias en los clientes. En la vida social, escribir bien es otra faceta de ti mismo que se debe cuidar. Es una carta de presentación, es parte de la propia imagen”.
Teniendo en cuenta la grave situación económica que atraviesa el país, no resultaría nada descabellado que por un error de escritura nos rechazaran en una entrevista laboral. La vara se ha colocado muy alta y hasta el más mínimo detalle cuenta para la selección del personal a la hora de contratar a alguien para un puesto de trabajo. Esther Aizpuru, a pesar de que sigue pensando que un buen contacto vale más que mil palabras bien escritas, desliza “todavía hoy una redacción de calidad puede significar un punto a la hora de acceder a un mercado laboral cada vez más competitivo. Eso les cuento a mis alumnos. Sus currículos, sus correos a los departamentos de recursos humanos de las empresas, sus trabajos de prueba deben distinguirse por un dominio absoluto de la norma y un manejo hábil de los recursos. Esto quizá los distinga del resto y los ayude a superar esa selección, más brutal si cabe que la natural.”
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CONSEJOS PARA MEJORAR:
- Redactar frases cortas y directas.
- Buscar el orden más sencillo de las palabras: sujeto, verbo, predicado.
- No abusar de los signos de puntuación ni de las negaciones.
- Evitar la reiteración de palabras y las muletillas.
- Eludir las terminologías difíciles o enrevesadas.
- Activar el corrector ortográfico en la plataforma -Facebook, Google, Mozilla, etcétera- que se utilice.
- Comprobar la ortografía en el diccionario digital de la RAE.
- Leer literatura y periodismo de calidad.
- Repasar en voz alta lo que se escribió antes de enviarlo.
CORRECTORES AUTOMÁTICOS: ¿ATROFIAN O AYUDAN?
En más de una ocasión, nobleza obliga, los correctores automáticos nos han salvado del ridículo. Aún así, el debate sigue abierto: ¿ayudan o atrofian a la escritura? “Casi siempre, colaboran, porque también corrigen las erratas evidentes, pero no deben evitar una revisión de lo escrito, porque hay faltas que no pueden detectar, como cito o citó, formas correctas las dos, pero no en los mismos contextos. En definitiva, los correctores constituyen un buen complemento, siempre, y cuando no lo dejemos todo en sus manos”, afirma Antonio Torres. En la acera de enfrente, Juan Frau asevera que “tendemos a usarlos por comodidad, así que es más probable que atrofien esas habilidades, igual que el libro atrofió la memoria (ya lo decía Platón) y las calculadoras nuestra capacidad de hacer matemáticas de cabeza o incluso con lápiz y papel”.
(FIN)
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