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¡Buen trabajo, Pascual! Contribuyo al mismo con cinco poemas de Angelina Gatell:
De Los espacios vacíos y Desde el olvido:
LA POESÍA
Entró en mi casa
y silenciosamente
se instaló entre las cosas.
Nadie la vio llegar
ni advirtió su presencia.
Yo tan sólo recuerdo,
muy vagamente,
una extraña inquietud,
una violencia indescifrable
lastimando un sosiego
ya desde siempre
quebradizo, inseguro.
No hubo por mi parte
objeción, resistencia,
ni nada que impugnara
su aparición fortuita.
Y así pudo, impune, clandestina,
adueñarse del aire,
del pan, del agua, de mis ojos...
Decidida, implacable, fue llenando
mi corazón con su desorden.
En tan mínimo espacio,
puso tristeza y gozo,
unió la claridad con la tiniebla,
valor y miedovertió con gesto sibilino
en una misma copa.
Abrió puertas, descorrió visillos,
plantó en mi huerto
su árbol
esquivo, solidario, amoroso, rebelde...
Aglutinó en mi voz todas las voces
y me colmó las manos de dones y vacío.
Y me dejó viviendo
en soledad, con ella.
De El poema del soldado:
SEÑOR: YO ESTABA ALLÍ, VIVIENDO...
Señor: yo estaba allí, viviendo
inclinado en el surco
con el sol en la cintura y en la siembra.
Yo estaba allí, con mis rebaños,
la hogaza del pan tierno,
la dorada promesa de la espiga,
y un paisaje de alondras cuando el alba
derribaba las sombras por la tierra.
Y vinieron a quemarme
las palabras terribles y los hombres terribles:
palabras y hombres que no entiendo.
Una Babel de pronto levantada
a ras de la amapola.
Porque eran, Señor, los mismos hombres hombres
de todos los crepúsculos;
eran sus mismas voces, sus silencios,
sus ojos y sus brazos.
Eran aquellos hombres que me llamaban
con mi nombre sencillo por las tardes,
y ponían sus manos en mis hombros,
y me decían:
"Marta tiene las trenzas rubias,
y la mirada rubia, y hasta el aire
es un silencio rubio cuando pasa..."
Eran los mismos hombres. Los que antaño
me hablaban de sus trigos
con un gozoso acento,
tan tierno y vegetal como una rama.
"¡Miguel! ¡Miguel!",sus voces como ecos,
como siniestros ecos me llamaron,
y me dijeron: "¡Hiere!"
Y me gritaron: "¡Mata!"
"Mata, Miguel, es necesario. Deja el trigo en el surco,
el azadón, el grano,
a Marta...
Es la guerra", dijeron, y entonaron sus himnos.
Los vi perderse lejos, ajenos ya, remotos.
Sus mantos en mis hombros
como garfios terribles
dejaron la consigna de la sangre.
Y me dieron, Señor, este hierro que empuño.
De Esa oscura palabra:
RAMBLA
No lo intentéis siquiera. No hay vasija posible,
capaz para mis ansias. Os digo que es inútil.
Yo soy la rambla inmensa, centelleante de espumas,
huyendo enteramente.
Podéis hundir las manos en mis aguas heladas;
en la piel que transporta pájaros, nubes, sauces;
podéis sentir la larga caricia que prodigo,
a mi trémulo paso.
Podéis, en esas tardes ardientes del estío,
acercar presurosos vuestra sed a mi orilla
y beberme despacio, en la copa del viento,
con goloso deleite.
Podéis, os lo repito. Aquí estoy, a la espera,
acudiré cantando, saltando a vuestros labios,
pero dejadme libre, indócil en mi huida.
Yo no puedo quedarme dormida en el remanso.
Me llama el mar, el viento, el verdor de los pinos,
los caminos distantes.
No intentéis aquietarme. Yo tengo mi destino.
Criatura en movimiento, plural, multiplicada.
En cada gota mía un mundo nuevo brilla
sustancial y bellísimo.
Bien sabéis que es inútil. Desistid del empeño.
Además, ¿qué os importa? Una mujer no es nada.
En cambio este brazado de sueño y rebeldía,
puede ser necesario.
Dejadme. Necesito precipitar mis aguas
más allá de este tiempo tan oscuro y amargo.
No extendáis vuestras manos, me deslizo entre ellas
imposible y lejana.
Acaso alguna noche me pese haber huido.
Es posible que grite mi humana pesadumbre,
que golpee con ansia en las cerradas puertas
que celan vuestro sueño.
Pero eso no os importe. Antaño ya lo hice
y contestó el silencio a mi voz implorante.
Todo es distinto ahora. Ya nada necesito.
La libertad me basta.
De Las claudicaciones:
DESTINO
Sólo sombras me dieron.
Con semilla de sombra fecundaron el vientre,
la cárcava sumisa
donde tuve mi origen de sombra.
Me arroparon con sombra. Me dieron
pan de sombra amasado
por manos de sombra y condena.
Fui creciendo anegada de sombra,
ahogándome en mares de sombra,
pisando caminos de tedio y de sombra,
llevando en los labios
una dura señal de sombra y de silencio.
A mi voz opusieron densas sombras, cegando
la plural hermosura que a mi boca afluía.
Largo trago de sombra acudió a mi garganta,
a mi sed insaciable.
Con pedradas de sombra derribaron mis manos,
abatieron mis ramos celestes.
Un látigo de sombra golpeó mi alegría,
dejó el aire vacío de rosas,
apagó las estrellas, el beso, la sangre.
Con un lienzo de sombra envolvieron la clara,
rebelde sonrisa.
Me poblaron de sombra la frente y los párpados.
Una llave de sombra cerró para siempre
las puertas del alba.
Y con muros de sombra me hicieron la casa.
Y amueblaron de sombra y espanto
la alcoba nupcial,
asediando mi cuerpo,
cercando de sombra furiosa mi vientre.
Y vinieron, cubiertos de sombra,
mis hijos.
De Los espacios vacíos:
PALABRAS PARA AURORA DE ALBORNOZ
No suelo hablar apenas
de aquellos días,
ni del mucho silencio que se impuso
en torno a mí desde el inmenso índice
que ordenaba prudencia.
Tampoco suelo hablar
de los que me borraron
de sus agendas
y olvidaron mi nombre
como si nunca lo hubieran pronunciado.
Tú no estabas entre ellos.
Nunca estuviste entre ellos,
ni siquiera
cuando fingías, desde la distancia
y el ensimismamiento
-al que eras tan proclive-
escuchar sus palabras,
sus bellas, luminosas palabras:
solidaridad,
poesía...
Por eso aquella tarde de noviembre,
separando las sombras,
abriéndome camino en el crepúsculo,
llegué a tu casa.
Hacía muchas horas que, sonámbula,
perdida, vulnerada, malgastando
mis penúltimas fuerzas, recorría
calles, plazas, jardines,
donde el otoño aquel, colérico y terrible,
me tendía sus trampas, sus ardides de oro.
La lluvia había dejado en las caladas
turbios espejos que mis pies rompían
mientras un viento helado
parecía empujarme persuasivo
hacia la calle de Méjico...
...........................................tu calle.
Una llamada trémula.
Después
oí tus pasos
por el largo pasillo,
y al instante,
la luz inolvidable de tus ojos,
desmintiendo la oscuridad,
salió a mi encuentro.
Entré en tu casa como tantas veces,
cuando nuestra amistad era un espacio
de actitud solidaria:
firmábamos manifiestos, llamamientos
a pedíamos indultos, siempre denegados.
Pero aquel día todo fue diferente.
No hicieron falta las palabras.
Con un gesto ritual y hermoso,
me secaste la frente, el cabello,
las manos...
Por si no lo recuerdas,
por si no puedes recordarlo
ahora,
en la profunda cárcava
que la muerte vigila,
te diré de qué modo
se desató la cinta de mi angustia.
Apoyé mi frente
en tu hombro, tan frágil,
y bajo la luz última del día
lloramos juntas, con desvalimiento,
como sólo se llora por los hijos presos.
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