Una pequeña luz iluminó a Muchachita: ¿domingo?, ¿qué hacía en aquella casa
en vísperas del domingo? Nunca sabría decirlo. Pero bien que le gustaría hacerse
cargo de aquel chico. Siempre le habían gustado los chicos rubios: todo chico
rubio se parecía al Niño Jesús. ¿Qué hacía en aquella casa? La mandaban sin
motivo de un lado a otro, pero ella contaría todo, iban a ver. Sonrió avergonzada:
no contaría nada, porque lo que realmente quería era café.
La dueña de la casa gritó hacia adentro, y la sirvienta indiferente trajo un
plato hondo, lleno de papilla oscura. Los gringos comían mucho por la mañana;
eso Muchachita lo había visto en Marañón. La dueña de la casa, con su aire sin
bromas, porque el gringo en Petrópolis era tan serio como en Marañón, la dueña
de la casa sacó una cucharada de queso blanco, lo trituró con el tenedor y lo
mezcló con la papilla. Para decir la verdad, porquería propia de gringo. Se puso
entonces a comer, absorta, con el mismo aire de hastío que tienen los gringos de
Marañón. Muchachita la miraba. El perro mostraba los dientes a las pulgas.
continuará
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