Y se aleja. ¿Qué ha pasado después de todo? No sé, no sé. Si no bajo la
cara se ven mis ojos. Árboles silenciosos perdidos en el camino. Oh,
seguro que no lloro por el hombre miope. Tampoco por Cristiano que no
vendrá nunca más. Es por esa mujer dulce, es porque Nenê es linda, linda,
es porque esas flores tienen un perfume lejano. Refugio manso de frescura
y sombra. «Señores, precisamente ahora que tengo tanto que decir no sé
expresarme. Soy una mujer grave y seria, señores. Tengo una hija, señores.
Podría ser un buen poeta. Podría cazar a quien quisiese. Sé jugar a todo,
señores. Podría levantarme ahora y hacer un discurso contra la humanidad,
contra la vida. Pedir al Gobierno la creación de un departamento de
mujeres abandonadas y tristes, que nunca tendrán nada que hacer en el
mundo. Pedir alguna reforma urgente. Pero no puedo, señores. Y por la
misma razón nunca habrá reformas. Es que en vez de gritar, de reclamar,
solo tengo ganas de llorar bajito y de quedarme quieta, callada. Tal vez no
sea solo por eso. Mi falda es corta y apretada. No me voy a levantar de
aquí. En compensación, tengo un pañuelo pequeño, de lunares rojos, y
puedo sonarme sin que ustedes, que ni siquiera saben que existo, lo vean».
En la puerta aparece un hombre alto, con periódicos en la mano. Mira
hacia todas partes buscando a alguien. Ese hombre va exactamente en
dirección a Flora. Estrecha su mano, se sienta. La mira con los ojos
brillantes y ella oye confusamente palabras sueltas. «Cariño, pobrecita… el
tren… Nenê… querida…».
—Tonterías, Margarita, tonterías —dice el hombre en la mesa vecina.
—¿Quieres algo? —pregunta Cristiano—. ¿Un refresco?
—Oh, no —despierta Flora. El camarero sonríe.
Cristiano, completamente feliz, le aprieta levemente la rodilla por
debajo de la mesa. Y Flora decide que nunca, realmente nunca, perdonará a
Cristiano la humillación sufrida. ¿Y si no hubiese llegado? Ah, entonces
toda esa espera tendría disculpa, tendría sentido. Pero ¿así? Nunca, nunca.
Rebelarse, luchar, eso sí. Es necesario que aquella Flora desconocida de
todos aparezca por fin.
—Flora, te he echado tanto, tanto de menos.
—Cariño… —dice Flora dulcemente, olvidándose de la falda corta y
apretada.
cont
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