por Pascual Lopez Sanchez Dom 16 Abr 2023, 01:21
JUAN DE MAIRENA
HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS
VIII
(Mairena lee y comenta versos de su maestro).
* * *
Escribiré en tu abanico:
te quiero para olvidarte,
para quererte te olvido.
Estos versos de mi maestro Abel Martín —habla Mairena a sus alumnos—
los encontré en el álbum de una señorita —o que lo fue, en su tiempo— de
Chipiona. Y estos otros escritos en otro álbum, y que parecen la coda de los
anteriores:
Te abanicarás
con un madrigal que diga:
en amor el olvido pone la sal.
Y estos otros, publicados hace muchos años en El Faro de Rota:
Te mandaré mi canción:
«Se canta lo que se pierde»,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.
Son versos juveniles de mi maestro, anteriores no a la invención, acaso, pero
sí al uso y abuso del fonógrafo, de ese magnífico loro mecánico que empieza
hoy a fatigarnos el tímpano. En ellos se alude a una canción que he buscado
en vano, y que tal vez no llegó a escribirse, al menos con ese título.
Pensaba mi maestro, en sus años románticos, o —como se decía entonces con
frase epigramática popular— «de alma perdida en un melonar», que el amor
empieza con el recuerdo, y que mal se podía recordar lo que antes no se había
olvidado. Tal pensamiento expresa mi maestro muy claramente en estos
versos:
Sé que habrás de llorarme cuando muera
para olvidarme y, luego,
poderme recordar, limpios los ojos
que miran en el tiempo.
Más allá de tus lágrimas y de
tu olvido, en tu recuerdo,
me siento ir por una senda clara,
por un «Adiós, Guiomar» enjuto y serio.
Mi maestro exaltaba el valor poético del olvido, fiel a su metafísica. En ella
—conviene recordarlo— era el olvido uno de los «siete reversos, aspectos de
la nada o formas del gran Cero». Merced al olvido puede el poeta —pensaba
mi maestro— arrancar las raíces de su espíritu, enterradas en el suelo de lo
anecdótico y trivial, para amarrarlas, más hondas, en el subsuelo o roca viva
del sentimiento, el cual no es ya evocador, sino —en apariencia, al menos—
alumbrador de formas nuevas. Porque solo la creación apasionada triunfa del
olvido.
¡Solo tu figura
como una centella blanca
escrita en mi noche oscura!
Y en la tersa arena,
cerca de la mar,
tu carne rosa y morena,
súbitamente, Guiomar.
En el gris del muro,
cárcel y aposento,
y en un paisaje futuro
con solo tu voz y el viento;
en el nácar frío
de tu zarcillo en mi boca,
Guiomar, y en el calofrío
de una amanecida loca;
asomada al malecón
que bate la mar de un sueño,
y bajo el arco del ceño
de mi vigilia, a traición,
¡siempre tú!, Guiomar, Guiomar,
mírame en ti castigado:
reo de haberte creado,
ya no te puedo olvidar.
Aquí la creación aparece todavía en la forma obsesionante del recuerdo. A
última hora el poeta pretende licenciar a la memoria, y piensa que todo ha
sido imaginado por el sentir.
Todo amor es fantasía:
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía,
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor que la amada
no haya existido jamás…
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