Ricardo Gullón Fernández (Astorga, León, 30 de agosto de 1908 – Madrid, 11 de febrero de 1991) fue un aboago, escritor, crítico literario y ensayista español.
Nacido el 30 de agosto de 1908 en Astorga, León, cursó estudios primarios en su ciudad natal, realizando los estudios secundarios en Francia. Se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid para posteriormente ingresar por oposición en la Carrera Fiscal, desarrollando su labor en varias provincias españolas.
Después de conocer a Juan Ramón Jiménes, a quien le uniría una fuerte amistad, publicó su primera obra Fin de semana en 1935. Al finalizar la Guerra Civil Española fue hecho prisionero por colaboración con el ejército republicano. Fue liberado gracias a la ayuda de Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco pero fue apartado de su actividad profesional durante tres años.
A partir de 1940 alternó la docencia universitaria en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) con la actividad jurídica. En 1953 viajó a Puerto Rico para visitar a su amigo Juan Ramón Jiménez, exiliado político, y permaneció allí durante tres años. Después de trasladarse a los Estados Unidos decidió instalarse en aquel país, desarrollando la docencia en Literatura española en las Universidades de Columbia, Middlebury, Chicago, Tejas y California. Como profesor desarrolló una impresionante actividad, dirigiendo decenas de tesis doctorales sobre la novela española del siglo XIX, el modernismo y la poesía española contemporánea. Ha sido uno de los hispanista españoles de mayor influencia en los EE. UU. en el siglo XX. Reconocido especialista mundial en la obra de Juan Ramón Jiménez, Benito Pérez Galdós, José María de Pereda, Antonio Machado y Miguel de Unamuno, en 1989 ingresó en la Real Academia Española de la Lengua. En 1989 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Murió en Madrid el 11 de febrero de 1991.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Ricardo_Gull%C3%B3n)
Una poética para Antonio Machado, por Ricardo Gullón (Espasa-Calpe, Madrid, 1986) (extractos)
I. MATERIA Y SUSTANCIA
MATERIA-PALABRA
El concepto de materia, en poesía, tiene dos acepciones: por una parte se refiere a la palabra integrante y constituyente del poema; por otra, alude a la experiencia de que se parte, presente de algún modo en el objeto poético. Sustancia es la materia transformada, alterada, otra.
Fray Luis de Granada estableció la distinción y la relación de modo impecable: “...todas las cosas -dijo- están compuestas de materia y forma, que son las partes esenciales dellas, y la materia es el sujeto que recibe la forma, mas la forma es el principio y la causa de todos los accidentes y propiedades y obras que tiene cada cosa. Mas en la criaturas que tienen ánima, el ánima es la forma, y el cuerpo es la materia. Y así vemos que en el hombre el ánima es el principio y causa de todas las propiedades y obras que hay en él, y por eso en el punto que ella falta, todo falta”. Estas palabras hacen ver, una vez más, la similitud entre creación artística y Creación a secas. Crear es trans-formar y en esta trans-formación consiste. Fray Luis acierta al destacar la forma como “principio y causa” de lo creado. Sin ella nada vive, nada existe, nada es, si no es la nada. Fácilmente reconocemos la verdad de la conclusión observando el fracaso de quienes intentaron pasar por poesía lo informe y entregaron como obra conclusa lo que apenas eran materiales con que trabajar para realizarla.
El fracaso ejemplar de la llamada poesía “social”, o el no menos conspicuo, y más constante de la poesía “emocional”, es consecuencia del desinterés o de la incapacidad, acaso congénita, acaso adquirida, para dar a la materia el “ánima” de que habla el buen padre, considerándola con razón como equivalente a la forma. Situar al lector frente al documento o la interjección puede ser meritorio acto de comunicación y hasta de comunión, pero no por loable apto para desempeñar función artística.
Las dificultades causadas por la aplicación de la palabra materia a dos realidades de diferente orden: materia-vivencia y materia-palabra, se dan en la literatura y no en las artes plásticas, donde el vocable tiene significación unívoca. La dificultad se complica un poquito más cuando se piensa el poema como descripción de esa materia-vivencia, y no como experiencia en sí, como experiencia constituida en el poema y por el poema, utilizando como tejido y como instrumento la materia-palabra. La sustancia es la experiencia creada en la palabra, autónoma, irreductible y distinta de las experiencias de otro tipo, que será mejor llamar vivencias.
La confusión se origina en la ambigüedad terminológica, y se disipa al precisar el sentido de las palabras-clave. Un resto de sombra subsistirá hasta tanto se advierta la imposibilidad de separar en la práctica vivencia y palabra. Si distinguimos entre una y otra, no sólo es para aclarar las cosas, sino porque la diferencia existe, aun cuando lo diferenciado se perciba unido: sabemos de la vivencia por la palabra en que se articula, y no de otra manera. No se niega la vivencia inarticulada, incomunicable; sí, la posibilidad de que en tal estado opere sobre los demás. No hay poesía fuera de la palabra (salvo en el metafórico “Poesía eres tú”, de nuestro romántico, o en sus equivalentes).
Vivencia y palabra aparecen fundidas. En el poema la palabra va creando la experiencia, la experiencia poética que gracias a ella existe: en y no a través de la palabras, que sin dejar de ser instrumento de la transformación se convierte en la sustancia transformada. Afirmar que la palabra ejerce una función transmisora no es un error: es pensar desde la perspectiva de la prosa. En poesía la transmisión se subordina a otras funciones y uno de los obstáculos que debe salvar el poeta es manejar como propio ese instrumento de uso común, aceptándolo para hacerlo servir a fines diferentes de los habituales.
El poema es una estructura verbal, y la materia-palabra es en él la misma del uso y la comunicación cotidianos. La reconocemos sin vacilar, como idéntica y a la vez diferente de lo que suele parecernos en el contexto ordinario. Sin saber cómo, la palabra se convierte en otra cosa: en apariencia no ha cambiado, la letra es idéntica, pero la resonancia distinta. En poesía la resonancia es más sutil; nos penetra por varios modos y vías, y respondemos a su llamada de distintas maneras. La respuesta es intelectual y orgánica; el entender puede provocar una emoción y ésta ir acompañada de conmoción visceral y, en casos extremos, de alteraciones respiratorias y circulatorias. La emoción quizá desemboque en la angustia, o en el éxtasis, siquiera generalmente se mantenga en estados intermedios.
Observada la diferencia en los efectos de la palabra, quisiéramos conocer sus causas. El riesgo de error no es grande si para empezar sugerimos una explicación general que pareciendo explicarlo todo, en realidad no aclara nada. Si afirmamos que el cambio se debe a la alquimia poética, a la transmutación de la materia mediante la forma, nadie objetará, pero no habremos ido lejos. Pues, ¿cómo la palabra-materia, sin dejar de ser según es se convierte en sustancia poética? Lo esencial será el valor y el sentido que tenga en un conjunto orgánico, el poema, en donde la función expresiva supera y quizá sustituye a la función representativa. El lenguaje se ha hecho objeto al subjetivarse, al ser dislocado y subvertido. Estas constataciones no disipan el enigma; sí contribuyen a fijar sus límites. Queda en sombra el cómo, el modo, y esa sombra no se disipa recurriendo a la terminología acostumbrada, cuyo sesgo mágico bastaría para señalar una deficiencia, o mejor dicho, un bache en el proceso mental de quienes la utilizan. Hablar de “inspiración” o de “Musa” no es hablar impropiamente, pero sí encubrir ignorancia con metáfora.
En la poesía de Machado, la palabra común parece haber sufrido un mínimo de alteración; ese mínimo bastó para darle densidad y plenitud iguales y a veces superiores a las dicciones poéticas más elaboradas. La palabra es un signo asociado a múltiples figuras y sensaciones: al leerla o escucharla, cierto número de esas asociaciones se hace presente y produce la emoción poética. La materia utilizada por pintores, escultores y músicos es neutra e insignificante en sí; en cambio, el poeta trabaja con palabras que necesariamente significan y esa significación será unas veces propicia, otras adversa y otras indiferente a los designios de quien las dice.
Abel Martín expuso los problemas planteados por esta condición de la indócil palabra, contrapuesta a la “materia bruta” de las demás artes: “También le es dado al poeta su material -dice-, el lenguaje, como al escultor el mármol o el bronce. En el ha de ver, por de pronto, lo que aún no ha recibido forma, lo que ha de ser, después de su labor, sustentáculo de un mundo real. Pero mientras el artista de otras artes comienza venciendo resistencias de la materia bruta, el poeta lucha con una nueva clase de resistencias: las que ofrecen aquellos productos espirituales, las palabras, que constituyen su material. Las palabras, a diferencia de las piedras, o de las materias colorantes, o del aire en movimiento, son ya, por sí mismas, significaciones de lo humano, a las cuales ha de dar el poeta nueva significación”. “Lo que aún no ha recibido forma” (subrayado por mí en la cita) es, en este caso, la palabra diaria grávida de potencias y, como Machado dice, de resistencias, tan útiles éstas como aquéllas. Para desencadenar las primeras será preciso primero vencer las segundas, más arduas que en cualquier otro tipo de material: la palabra no es informe al modo de la piedra, puesto que antes de funcionar en poesía sirve de otra manera y en otra “forma” -norma.
La significación de la palabra, anterior a su selección y situación por el poeta, desempeña en el poema algún papel, pues casi siempre se la escoge por lo que significa, aun cuando con el deseo de que vaya más lejos, más allá de su sentido original. El signo verbal representa lo que sin él no podría evocarse netamente; se dice “rosa” o “nieve” y de alguna manera la rosa o la nieve están presentes, con vitalidad subordinada al grado de energía inyectado en su decir por el poeta. Esa vitalidad depende también de la atmósfera en que las palabras se inserten, es decir, de algo inmaterial creado por el contexto o sistema en donde aparecen, reforzado, en la comunicación verbal, desde el recitado o el drama hasta la conversación familiar, por la inflexión, el tono o el acento.
En la página, el poema no cuenta con esos apoyos. Verso, estrofa y composición crean para la palabra y por la palabra un ámbito donde se convierte en objeto que en buena medida compite con la vida y es vida. A la idea de la poesía como imitación, articulada por Aristóteles y dominante hasta comienzos del siglo XIX, le ha sustituido la de la poesía como creación. La relación poesía-vida es más compleja de lo pensado por los clasicistas: la vida sigue estando en el poema, pero no como reflejo de la Vida, sino transformada en sustancia lírica, no como materia-vivencia, sino transmutada en algo peculiar y distinto de los elementos que contribuyeron a formarla.
MATERIA-VIVENCIA
La materia -en este sentido- procede de la vida y está constituida por vivencias. Cuando se incorpora a la poesía cambia de condición al variar de función y la llamamos sustancia. La imaginación somete a la materia a un complicado proceso de trituración y eliminación de lo anecdótico y trivial. Al final de este proceso, tanto las vivencias como la palabra-materia se convierten en palabra-sustancia-experiencia lírica, gracias a la acción depuradora del olvido (que estudiaré en el capítulo quinto, dedicado al tiempo) y a la inclusión de aquéllas en un contexto que da sentido a la totalidad y hace vibrar cada uno de sus elementos.
Machado vio bien la diferencia entre materia y sustancia. En “El Arte poética de Juan de Mairena” se pregunta: “¿en que zona del espíritu del poeta ha sido engendrado el poema, y qué es lo que predominantemente contiene?”. Pues esos contenidos son la materia, “en perpetuo cambio”, de la obra de arte, y en opinión del heterónimo machadesco es conveniente analizarlos para saber cómo ésta llega a ser según es. El arte pretende hacer inteligible y asimilable el mundo, y el obligado supuesto de partida es el de su relación inmediata con éste. Como Mairena aclara: “en las épocas en que el arte es realmente creador no vuelve nunca la espalda a la naturaleza, y entiendo por naturaleza todo lo que aún no es arte, incluyendo en ello el propio corazón del poeta. Porque si el artista ha de crear, y no a la manera del dios bíblico, necesita una materia que informar o transformar, que no ha de ser -¡claro está!- el arte mismo”.
En estas líneas establece la equivalencia entre materia y naturaleza, incluyendo en ella emociones y sentimientos; además, niega el arte como materia del arte. La afirmación inicial no se opone a la utilización de experiencias literarias, artísticas, o de pautas o modelos formales, como parte de la técnica transformadora de la materia en sustancia. Mairena no se refiere a esto, acaso porque un “arte poética” -como T.S. Eliot dijo- es tan sólo una tentativa de “explicar,racionalizar, defender o preparar el terreno para la propia poesía”.
Desconfiaba Machado de las tendencias a sustituir la naturaleza por el arte, y tal “apatía estética”, o facilidad de corto alcance destinada al fracaso, le hizo declarar: “Esa abeja que liba en la miel no en las flores es más ajena a toda labor creadora que el humilde arrimador de documentos reales, o que el consabido espejo de lo real, que pretende darnos por arte la innecesaria réplica de cuantos no lo es”. Ni confinarse en el arte, ni reducir la creación a imitación; ni crear con sustancia elaborada por otros -saltándose el proceso personal de transformación de la materia-, ni contentarse con reproducir mecánicamente la materia misma. Y aun esto le parecía preferible a lo otro.
Posiblemente Mairena había leído a Nietzsche que, en El nacimiento de la tragedia, declara con énfasis que “el arte no es imitación de la naturaleza, sino un metafísico suplemento alzado junto a ella para superarla”. El andaluz parece hacer coro al germano cuando afirma que “lo insignificante no es el hombre, sino el mundo”, y alega varias razones, prolongando el párrafo con puntos suspensivos para dar a entender que hay más, aunque se las calle por creer bastantes las seis enumeradas. El hombre frente al mundo puede: “primero, pensarlo; segundo, imaginarlo; tercero, medirlo; cuarto, dudar de su existencia; quinto, borrarlo; sexto, pensar en otra cosa...”. De estas posibilidades ninguna es aquí tan relevante como la segunda, pues el cambio de la materia en sustancia se realiza bajo la jurisdicción de la facultad llamada imaginación.
La materia está vinculada a la vida, es parte de la vida. El proceso de conversión en sustancia resulta, en el fondo, una asimilación o naturalización en lo imaginario. Anderson Imbert señaló como determinante del proceso creador “el esfuerzo para liberarse de la realidad, tanto de la física, que nos oprime desde fuera, como de la psíquica, que nos inunda con un turbión de sentimientos, impulsos e ideas”; de ahí que al poeta “lo que le interesa, en tanto poeta, no es la realidad sino la imagen estéticamente valiosa que acaba de descubrirse en el espejo de su conciencia. A la realidad el poeta la puso a distancia”. Por eso, lo real parece diluirse, la vivencia va haciéndose borrosa, lejana. Cuando reaparezca, en la rememoración, estará ligeramente deformada: siendo reconocible, empezamos a sentirla distinta. Las figuras reales ceden el paso a las imaginarias: la realidad, lentamente envuelta en capas de olvido, pierde contorno y consistencia. Bloques de distancia se interponen entre el poeta y el recuerdo -alejamiento que no necesita ser temporal para ser operante- y en ellos trabaja la imaginación para extraer de la niebla realidades que no tanto serán reflejo de las vividas como creadas y operantes en otro orden, en el suyo, el imaginativo.
Que esas vivencias fueran literarias, artísticas, culturales, es compatible con la curiosa negativa machadiana a hacer arte del arte mismo. Entre las vivencias más intensas de un poeta ha de contarse su relación con la obra de arte (por ejemplo, la de Machado con la poesía de Ronsard o la prosa de Azorín): las impresiones y emociones pueden ser inolvidables. Y además de muy intensas, muy frecuentes. La experiencia en estado “puro”, incontaminada por otras, tal vez no se da en la realidad. Pensarla es pensar un fenómeno abstracto, una idea; es decir, una no experiencia, teóricamente posible, prácticamente imposible: desde el comienzo se infiltran en ella hilachas de otras experiencias vividas directa o vicariamente en la lectura, incorporadas en el mito...
Pensemos el ejemplo más obvio: la experiencia amorosa; cada enamorado vive su amor y -como supo bien Machado- lo inventa. Invención en que a la Aldonza real superponemos la Dulcinea imaginaria, creada a imagen y semejanza de una Oriana procedente a su vez de figuras míticas aposentadas en hondos estratos de la memoria colectiva. Aun si no hemos leído las invenciones en que esas figuras fueron encarnando con nombre diferente, sabremos de ellas por ósmosis cultural, por impregnación de una atmósfera saturada de su presencia difusa. En lo más personal se da de alta una experiencia cultural. Pueden sumarse en un poema, en un verso muchas y diferentes vivencias, y el grado de acumulación es lo que suele llamarse densidad.
Según la aptitud para registrar experiencias y para transformarlas en experiencias de otro orden, así
es el poema. La concentración de “Iris de la noche” o de los romances a Guiomar se debe a la riqueza vivencial acumulada en pocas líneas. Para algunos poetas escribir es un ejercicio de narcisismo intelectual, como si los movimientos de su alma fuesen lo único digno de ser explorado; el ejercicio les parece más importante que el poema mismo, y se pierden las sombras y matices que aportaría una sensibilidad más receptiva, capaz de insinuar en una línea asociaciones que el discurso en prosa sólo lenta y trabajosamente expone:
Un pájaro escondido entre las ramas
del parque solitario,
silba burlón...
…..................Nosotros exprimimos
la penumbra de un sueño en nuestro vaso...
¿De qué experiencia procede y en qué jardín canta el pájaro burlón? ¿Por qué y de quién se ríe? Figuran estas líneas en un encantador poemita (“Crear fiestas de amores / en nuestro amor pensamos”) a continuación de diez versos dedicados a sugerir las ilusiones de la experiencia amorosa y de la línea de puntos suspensivos en que esas ilusiones se diluyen. Son respuesta irónica y lírica al candor juvenil del poeta, traída al poema por alguien -el poeta mismo cuando se siente “oro”- que anticipa la futilidad del empeño. Irónica: el pájaro silba burlón como contrapunto al vago anhelo que corta con su canto, pero nosotros (quien escribe y quien lee) seguiremos exprimiendo “la penumbra de un sueño” en el único vaso que de verdad es nuestro. Lírica: cuando habla el poeta, su tono es confidencial, mas los secretos susurrados son de todos. Amor y pájaro y parque y penumbra y vaso son nuestros tanto como suyos; el plural “nosotros” de la cuarta línea revela que Machado lo sabía. El último verso es intensa expresión de la nada existencial y anticipa, a treinta años de distancia, el final de Abel Martín, llevando a sus labios de agonizante el vaso “de pura sombra... lleno”.
TRANSFORMACIÓN EN SUSTANCIA
La materia está ya transfigurada, o como diría Machado, olvidada. Empeño intrascendente el de reducir el misterio poético a problemas biogràficos, como lo sería el averiguar si algún acontecimiento concreto “inspiró” la escritura del poema. Esto es lo que ha sido llamado falacia genética: empeñarse en explicar el poema desde las circunstancias en que fue escrito. La intuición del amor y la vida como ilusión, es viejísima; el hombre la respira sin darse cuenta, desde muy pronto, y cuando aparece en el verso más parece quintaesencia de sentimientos universales que de vivencias individuales. Las figuras del poema, las figuras con sustancia artística, por el hecho de existir en un espacio poético son y son vistas de otra manera a como serían en la realidad. El pájaro que silba burlón y el parque donde el poeta le oye cantar pertenecen a un mundo cuya relación con el de Sevilla y el jardín de la infancia es harto fluida. El que allí cantó (y alguno cantaría) fue, en todo caso, materia remota: la sustancia próxima es otra. Ave y escenario no son irreales en el poema, pero su realidad tiene la consistencia de lo artístico, ubicua y evocativa. Cualquier hombre oyó el silbo, entró en el parque, y se reconoce en el oído que escucha y en el ser desesperanzado que sigue, contra toda esperanza, exprimiendo sombras en el cristal del tiempo.
Un poeta más joven, un hombre que, como Machado, vivió la poesía como destino, expuso en cuatro versos el carácter salvador de la fatalidad estética que destruye la materia-recuerdo para hacer perdurar su esencia en el poema. Pensando en su hermano Juan, escribió Leopoldo Panero:
De tu tristeza sosegada
y de tu camino mortal
ya no recuerdo tu mirada;
no sé tu voz o la sé mal.
Mirada y voz se extravían en la memoria y la pérdida es condición necesaria del renacimiento y la transfiguración ulterior. Al Juan de la vida cotidiana le sustituye el “adolescente en sombra”, en ningún caso réplica de aquél, sino incorruptible sustancia poética: ente de poesía y por lo tanto tan de verdad como quien hace medio siglo recorrió por tierras leonesas su “camino mortal”.
La sustancia tiene carácter unificador: múltiples vivencias se integran en la totalidad que es el poema. Por eso resulta fútil analizarlas por separado. Su sentido no es consecuencia de una adición: se logra por la creación de una totalidad diferente, más intensa que la suma de sus partes. Las canciones a Guiomar -o, los últimos cuartetos de Beethoven-, no están compuestos de recuerdos, ni aun estrictamente de “olvidos”: son intuiciones cuajadas en palabras, quizá suscitadas por ellas, y no me sorprendería si alguien averiguara un día que, como el músico al componer la Cavatina del Cuarteto Opus 130, Machado escribió esas canciones en estado de tensa melancolía, no incompatible con la sensación de estar inventando en el poema la figura de la mujer amada. Oímos otra vez el ave que canta, pero ahora “dulcemente”, sin burlarse, y entramos con el poeta al jardín donde sólo sombras tienen acceso:
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
La vivencia es interior, entrañable. El jardín es el poema: emerge del sueño, exprimido (como se dice en las líneas de Machado citadas hace un momento) en el lenguaje. Ahora la imagen de la amada acompaña al poeta y las dos figuras cumplen metafóricamente su destino de soñar en compañía:
…............Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos.
Comentando la fórmula aristotélica (que le parecía demasiado estrecha) según la cual el objeto de la poesía es el hombre en acción, observó Dilthey que si la base de la poesía era “la vivencia, experiencia vivida, elementos anímicos de toda especie que entran en relación con ella”, la generalización de las experiencias llevada a cabo por la razón sirve al poeta precisamente porque las ordena y organiza, porque vence sus tendencias dispersivas. No por casualidad, en los dos poemas machadescos citados el espacio es un recinto clausurado, jardín donde las vivencias amorosas se concentran y subliman y donde sólo se oye el canto de un ave que pudiera ser la del único ambiguo paraíso concebible por Machado. Ese ámbito unificador y concentrado facilita la reducción de las tensiones en el espacio poético y sin eliminar ninguna, sin rehuir las complejidades del sentimiento, lo exalta en un impulso verbal ascendente que ejemplifica bien el del amor puro.
Cualquier tentativa de aplicar a estas cuestiones los módulos del llamado realismo fracasará. El poema ni es real ni es irreal: es verdadero; la verdad y no la realidad es lo importante. Para entenderlo, será mejor dejar a un lado los rezagos de aristotelismo antes aludidos, tan persistentes en la crítica. Una totatlidad de experiencias, cuando reducida a unidad, crea una experiencia de otro orden, válida por la fidelidad con que expresa intuiciones cuya relación con la vida es demasiado compleja para limitarla a concepto tan dudoso y debatible como el de realidad.
La insistencia de Dilthey en considerar las imágenes de la vida como “el suelo de donde la poesía extrae los elementos esenciales para su subsistencia” es tan poco impugnable como las ideas coincidentes de Machado, pero téngase presente lo que añade a renglón seguido: “los elementos de la poesía, motivo, argumento, caracteres y acción, son transformaciones de representaciones de la vida”. Subrayo la palabra decisiva para evitar que los ojos resbalen sobre ella: según ya vimos, transformar es el verbo clave para expresar la acción propia del poetizar. Las páginas de Dilthey, de elocuencia tan robusta, recuerdan la obvia circunstancia de que la imaginación no funciona en el vacío, sino en la realidad (en la realidad histórica; por eso “la técnica poética está condicionada históricamente”), y a la vez señalan de manera no menos explícita que las obras de arte ni son la realidad ni deben aspirar a confundirse con ella. El objeto creado, o tiene su propia realidad, su propia verdad, o -desde el punto de vista artístico- no es nada.
Todo es potencialmente vivencia, y la eficacia estética de lo vivido la determina su aptitud para fecundar y ser fecundado por otras experiencias; la relación entre ellas es lo que, en opinión de Dilthey, permite captar el significado de cada una. La vitalidad de la creación dependerá de la energía con que el poeta sea capaz de experimentarlas y transformarlas, aunque, por supuesto, esa energía pueda manifestarse con suma delicadeza, como ocurre en algunos poemas del otro Machado, Manuel, de quien decía Díez-Canedo: ¡qué agudeza de retina, qué sensibilidad más pronta, qué rehabilitación de lo leve, de lo fugaz, de lo imprevisto!”. Antonio -añadía- es “más sólido, más rico, más desafiador del tiempo: más encantador, nunca”.
Dando un rodeo hemos llegado al punto crítico: debemos preguntarnos ahora si la distinción entre materia y sustancia no está asociada de algún modo a la ya tan desacreditada entre fondo y forma. El hecho de que la palabra sirva para comunicar, transmitir ideas, informar..., es tan obstinado y terco que se nos mete en casa por la ventana apenas acabamos de ponerlo a la puerta. La saludable reacción contra la crítica empeñada en estudiar el contenido como algo distinto de la expresión, y la forma como superestructura añadida al “fondo” para hacerlo más atractivo, llegó a ignorar que una cosa es afirmar la indisolubilidad de contenido y expresión, y otra negar que lo expresado en la expresión (o sea, parte de la expresión misma) pueda ser ignorado.
La poesía no nace para informar -ni siquiera para informar de lo que acontece en la mente del poeta-; es una creación impulsada por la necesidad de expresar lo imaginado por esa mente cuyo funcionamiento revelan las palabras. Si aceptamos estos postulados podremos ponernos de acuerdo fácilmente y considerar que la expresión es lo esencial: de ella depende la aparición y el ser de lo imaginado (o dictado desde la sombra). Destacar la importancia del cómo, no supone negar el qué: es un modo de afirmar su dependencia de aquél. Ligada a la manera personal, al estilo, subyace la urgencia que incita a escribir, para declarar con otras palabras algo cien veces visto. El cómo se dice es más importante que lo que se dice. Rosalía de Castro, desde su situación de poeta lírico, escribió lo siguiente:
Ben sei que non hay nada
novo en baixo d'o ceo,
qu'antes outros pensaron
as cosas qu'hora eu penso.
E ben ¿para qu'escribo?
E ben,porqu'asi semos,
relox que repetimos
eternamente o mesmo.
Las diferencia en el que son mínimas, y nuestras experiencias repiten las de otros (con la radical diversidad de ser “nuestras”). Las nuestras y las ajenas se expresan en moldes o pautas y siguiendo arquetipos que reaparecen para encauzarlas en la misma dirección. Esto permite al poeta decir “eternamente lo mismo”, no la mala memoria de quienes escuchan, sino la convicción de que eso “mismo” es distinto cuando él lo dice; no hay dos imaginaciones iguales, y las vivencias de Rosalía nadie las dirá como Rosalía. La repetición tiene sentido, aun si el que sigue siendo el de siempre. Es más: la inteligibilidad del poema está vinculada a la universalidad de la materia, al reconocimiento del qué entretejido en el cómo, puerta de acceso a éste y a cuantas intuiciones lo hicieron según es. Cuando Rosalía canta nostálgica al escuchar las campanas de Bastabales, identificamos esa nostalgia-materia con nuestra vivencia personal, relacionada con el son de otras campanas. La sensación de estar viviendo y no sólo leyendo el poema se debe a cómo se expresa la nostalgia -las soledades de que agoniza el poeta-: la pugnacidad y economía de la frase, la mención de unas campanas concretas (que en el lector alzarán resonancias igualmente concretas), la exclusión de lo elegíaco excesivo, la moderación con que se articula el sentimiento.
Buscar la comprensión del poema por la comprensión de la materia es un error, y quien crea que basta analizar la última para entender el pimero, se desorientará. También es arriesgado concebir algo así como una compenetración sentimental con las palabras, prescindiendo de su sentido, pues al hacerlo se pierde parte del placer estético. Ciertos elementos de la lírica son irreductibles al análisis, mas esta circunstancia no justifica nuestra pereza o nuestra incompetencia, si dejamos sin explicar algo de lo mucho que puede y debe explicarse. No seamos como el sordo que niega el rumor del mar cuando ve las olas estrellándose contra el acantilado. Las dificultades del poema pueden derivarse de su excelencia, es decir de la complejidad y la madurez de intuiciones que lo suscitaron o de la energía con que fue rota la norma lingüística. Si la tarea de representar en cifras esa complejidad fuese hacedera, el lector se asombraría. Millares de impulsos conectados misteriosament concurren en la materia de que el poema y aun el verso aislado se nutre. ¿Quién podría señalar el sinnúmero de estímulos confluyentes en aquella línea donde resume Lope su vasto saber erótico: “Esto es amor, quien lo probó lo sabe”? ¿Qué mecanismo electrónico fijará las incesantes pulsaciones del corazón y de la mente y quién dirá cómo fibras delgadísimas de esos latidos convergen en el sustrato de la intuición?
El espíritu es un microcosmos donde todo existe a otra escala. Según Antonio Machado explicó: “el individualismo romántico no excluía la universalidad, antes por el contrario aspiraba siempre a ella. Se pensaba que lo más individual es lo más universal y que en el corazón de cada hombre canta la humanidad entera”, El canto es más válido cuanto más personal -en tono y acento-. Tal creencia jamás se perdió por completo, y no me atrevería a afirmar que la restricción del poeta a su mundo interior implique exclusión de la universalidad buscada por el romántico. Lo escrito por Machado a continuación resume bien el designio de la poesía moderna.
“... lo que el poeta llama su mundo interior no trasciende de los estrechos límites de su conciencia psicológica (deambulando por sus más intrincadas callejuelas cree encontrar su musa). El poeta explora la ciudad más o menos subterránea de sus sueños y aspira a la expresión de lo inefable, sin que le asuste el contradictio in adjecto que su expresión implica. Es el momento literalmente profundo de la lírica, en que el poeta desciende a sus propios infiernos, renunciando a todo vuelo de altura”. Ese mundo interior, esa conciencia en la que se confian, no es un ámbito tan cerrado e incomunicado como se sugiere. Recurriendo del doctrinario al creador, bastará aventurarse por las galerías machadescas a comprobar que los andurriales del sueño pueden hallarse tan frecuentados como el camino real del lugar común. Y en ellos la materia no tendrá menos solidez.
(continuará)
.
Hoy a las 15:29 por cecilia gargantini
» TAHAR BEN JELLOUN (1944-
Hoy a las 15:21 por Maria Lua
» ALICE RUIZ (1946-
Hoy a las 15:19 por Maria Lua
» TANUSSI CARDOSO (1946-
Hoy a las 15:17 por Maria Lua
» AFFONSO ROMANO DE SANTA'ANNA (1937-
Hoy a las 15:14 por Maria Lua
» Fabricio Carpinejar (1972-
Hoy a las 15:11 por Maria Lua
» NO A LA GUERRA 3
Hoy a las 15:09 por Pascual Lopez Sanchez
» ADONIS (Ali Ahmad Said) (1930-
Hoy a las 15:08 por Maria Lua
» 2021-08-17 a 2021-11-24 APOCALIPSIS, 21: 8 LOS FIELES AMIGOS DE NAPOLEÓN
Hoy a las 15:00 por cecilia gargantini
» Eloy Sánchez Rosillo (1948-
Hoy a las 14:30 por Pedro Casas Serra