Al amanecer, eché mi red al mar.
Arranqué al oscuro abismo extrañas maravillas: unas brillaban
como sonrisas, otras como lágrimas, y algunas se coloreaban
como las mejillas de una novia.
Cuando volví a casa, cargado con mi precioso botín, mi amada
estaba sentada en el jardín y deshojaba, indolente, los pétalos
de una flor.
Dudé un instante, luego dejé a sus pies todo cuanto había
arrancado al mar y quedé silencioso.
Ella lo miró y dijo: “¿Qué son esas cosas tan raras? ¿Cuál es su
utilidad?”
Avergonzado, incliné la cabeza y pensé: obtener esto no me ha
costado esfuerzo alguno: ni siquiera lo he comprado; no son
regalos dignos de ella.
Pasé la noche tirando los tesoros a la calle.
Al día siguiente pasaron unos viajeros, los recogieron y se los
llevaron a lejanos países.
4
Ay, ¿por qué han edificado mi casa junto al camino que lleva a
la ciudad? Amarran sus barcas cargadas junto a mis árboles.
Van y vienen y se mueven a su antojo.
Me siento y los contemplo, y mis horas se consumen.
No puedo echarles. Y así paso los días.
Sus pasos suenan día y noche ante mi puerta.
Es inútil que les diga: “No os conozco”.
Toco a unos, siento el olor de otros; a éstos los llevo en la sangre
de mis venas, y aquéllos pueblan mis sueños.
No puedo echarlos. Les llamo y les digo: “Que entren en mi
casa los que quieran. Sí, que entren”.
Al amanecer, dobla la campana del templo. Llegan con cestos
en las manos.
Sus pies han enrojecido y la primera luz del alba ilumina sus
rostros.
No puedo echarlos. Les llamo y les digo: “Venid a mi jardín a
coger flores, venid”.
A mediodía se oye el gong de la verja del palacio.
No sé por qué abandonan su trabajo y se acercan a mi seto.
Las flores de sus cabellos palidecen y se mustian: las notas de
sus flautas languidecen.
No puedo echarlos. Los llamo y desdigo: “Hay sombra
refrescante bajo mis árboles. Venid, amigos”.
De noche, los grillos cantan en el bosque.
¿Quién llega lentamente hasta mi puerta, y llama en ella?
Distingo vagamente su rostro... No pronunciamos ni una
palabra.
El silencio del cielo lo envuelve todo.
No puedo echar a mi callado huésped.
Contemplo su rostro en la noche y transcurren horas de
ensueño.
5
No hallo reposo.
Tengo sed de infinito.
Mi alma languideciente aspira a las misteriosas lejanías.
Gran Más Allá, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que no tengo alas para volar, que
estoy eternamente atado a la tierra.
Mi alma es ardiente y huye el sueño; soy un extraño en un país
extraño.
Tú murmuras a mi oído una esperanza imposible.
Mi corazón conoce tu voz como si fuera suya.
Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que ignoro el camino, que no poseo
un caballo alado.
No puedo hallar descanso; soy un extraño para mi propio
corazón.
En la soleada niebla de las horas lánguidas, ¡qué grandiosa
visión de Ti aparece en el azul del cielo!
Gran Arcano, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que están cerradas todas las puertas
de esta casa en la que vivo solo.
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