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LOS FORMALISTAS RUSOS Y EL VERSO. Algunas de sus opiniones.
El término formalismo ruso designa a un movimiento intelectual que marca el nacimiento de la teoría literaria y de la crítica literaria como disciplinas autónomas y que también tuvo su influencia en la evolución de los estudios lingüísticos. Desde un primer momento el término formalismo ruso engloba un conjunto de estudios y teorías que dista de ser homogéneo pero que tienen en común el tratamiento de la literatura con base en un objeto de estudio: la «literariedad», es decir, la propiedad esencial de toda obra literaria. Al definir esa propiedad, el formalismo buscó conferir un estatuto científico al estudio de la literatura. Sus teorías fueron desarrolladas por los participantes en dos movimientos: en San Petersburgo, por OPOYÁZ y, en Moscú, por el Cículo Lingüístico de Moscú.
El movimiento nació durante la Primera Guerra Mundial en la Rusia prerrevolucionaria.
Más en: http://es.wikipedia.org/wiki/Formalismo_ruso
OSIP BRIK: El cliché rítmico-sintáctico. (1921)
Una concepción ingenua se figura la labor de componer versos de la manera siguiente: en el comienzo, el poeta escribe su pensamiento en prosa y, después, transpone las palabras a fin de obtener un metro. Si algunas palabras no le caben en la medida, sigue transponiéndolas hasta que entren e las sustituye por otras, más apropiadas. Por eso, la conciencia ingenua considera toda palabra inesperada, todo giro inesperado en el verso como una desviación indispensable de las reglas del lenguaje coloquial en nombre del verso. Algunos amantes de los versos perdonan esta libertad al poeta, opinando que tiene derecho a ella. Otros adoptan una actitud severa ante esta deformación y ponen en tela de juicio el derecho del poeta a mutilar la lengua en nombre de algo como impulso lírico. Los críticos afirman frecuentemente que la perfección del verso consiste precisamente en hacer entrar las palabras en el metro sin deformar la construcción normal del lenguaje.
En quienes son más atentos hacia la creación poética se ha formado últimamente una concepción opuesta: de acuerdo con los nuevos datos y observaciones, la labor poética transcurre en un orden inverso. El poeta tiene al comienzo una idea indeterminada de cierto complejo lírico, de cierta estructura fónica y rítmica, y esta estructura transracional se llena después con las palabras significativas. De eso escribió Andrei Biely, de eso habló Blok, a eso se refirieron los futuristas. Según su opinión, en el resultado definitivo debe obtenerse alguna significación, pero ésta no debe coincidir obligatoriamente con la significación ordinaria del lenguaje coloquial. El asunto no consiste en el derecho del poeta a deformar el lenguaje, sino en que el poeta da a los lectores, con indulgencia, un tipo de semejanza de esta identificación. El poeta podría pasarse sin ella por completo, pero condesciende ante las demandas semánticas del lector y envuelve sus inspiraciones rítmicas con las palabras generalmente comprensibles.
La primera concepción priva al discurso del verso de todo sentido y convierte la labor poética en una especie de ejercicio superfluo, en un tipo de escamoteo verbal. Los partidarios del lenguaje del verso transracional hacen una separación entre el discurso del verso y el lenguaje coloquial ordinario, y lo trasladan a la esfera de los sonidos e imágenes rítmicas convencionales. Si no importa la estructura semántica del verso, si no importa que las palabras en el verso signifiquen algo, pues no importa en absoluto que sean palabras: bastan simplemente los sonidos. Si seguimos en esta dirección, ni los sonidos son necesarios, y podemos limitarnos a un tipo de signos que provoquen representaciones rítmicas correspondientes.
El error de la una como de la otra concepción consiste en que la gente considera el complejo rítmico-semántico único como si fuera compuesto de dos elementos distintos, siendo un elemento subordinado al otro. En realidad, estos dos elementos no existen por separado sino que se dan en forma simultánea y crean una construcción rítmico-semántica específica, distinta tanto del lenguaje coloquial ordinario como de la cadena fónica transracional.
El verso no es el resultado de una pugna entre lo transracional y la semántica coloquial, sino que es una semántica rítmica propia, que existe independientemente y que se desarrolla según sus propias leyes. Podemos convertir cada verso en un verso transracional, si en vez de las palabras significativas ponemos sonidos que expresen la estructura rítmico-fónica de estas palabras. Sin embargo, habiendo privado al verso de su valor semántico, hemos traspasado los límites del discurso del verso, y las variaciones ulteriores de este verso ya no estarán condicionadas por su constitución verbal, sino por la naturaleza musical que crará su fonación. En especial, incluso el sistema de los acentos y el sistema de las entonaciones serán independientes de los acentos y las entonaciones del lenguaje coloquial e imitarán los acentos y las entonaciones de una frase musical.
En otras palabras, al privar al verso de la significación semántica, lo separamos del elemento verbal y lo trasladamos a otro elemento, musical; como consecuencia de ello, el verso deja de ser un hecho verbal. Y viceversa, al trasponer las palabras, podemos privar al verso de su fisonomía de verso y convertirlo en una frase coloquial ordinaria. No es difícil hacerlo: basta que pongamos en vez de una palabra otras equivalentes, que introduzcamos entonaciones coloquiales ordinarias y que nivelemos la estructura sintáctica. Sin embargo, al realizar tal operación, destruimos el verso en cuanto estructura verbal específica, basada en aquellos rasgos de la palabra que en el lenguaje ordinario se retiran a un segundo plano.
Más exactamente, estos rasgos secundarios (los sonidos y el ritmo) tienen en el lenguaje coloquial otro significado que en el discurso del verso y, al introducir estos acentos y entonaciones coloquiales en el discurso del verso, lo devolvemos al elemento del lenguaje coloquial ordinario. El complejo verbal construido según una ley específica se destruye y el material empleado en él vuelve al depósito común. Si los partidarios del lenguaje transracional apartan el verso de la lengua, los defensores del verso decorativo no lo separan de la masa verbal general.
El punto de vista correcto consiste en ver en el verso un complejo verbal específico y no cualquier otro; pero un complejo creado sobre la base de las leyes particulares que no coinciden con las leyes del lenguaje coloquial. Por eso es incorrecto enfocar el verso partiendo de las representaciones rítmicas generales, sin darse cuenta de que no tenemos un asunto con un material indiferente sino con elementos del lenguaje humano; y también es erróneo enfocar el verso creyendo que tenemos un asunto con el mismo lenguaje coloquial, pero sólo exteriormente decorado.
Es necesario comprender el discurso del verso simultáneamente en su conexión y en su diferencia con respecto al lenguaje coloquial; comprender su naturaleza específicamente verbal.
OSIP BRIK (De Ritmo y sintaxis. (Materiales para el estudio del discurso del verso), 1920-1927
(Continuará)
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LOS FORMALISTAS RUSOS Y EL VERSO. Algunas de sus opiniones.
El término formalismo ruso designa a un movimiento intelectual que marca el nacimiento de la teoría literaria y de la crítica literaria como disciplinas autónomas y que también tuvo su influencia en la evolución de los estudios lingüísticos. Desde un primer momento el término formalismo ruso engloba un conjunto de estudios y teorías que dista de ser homogéneo pero que tienen en común el tratamiento de la literatura con base en un objeto de estudio: la «literariedad», es decir, la propiedad esencial de toda obra literaria. Al definir esa propiedad, el formalismo buscó conferir un estatuto científico al estudio de la literatura. Sus teorías fueron desarrolladas por los participantes en dos movimientos: en San Petersburgo, por OPOYÁZ y, en Moscú, por el Cículo Lingüístico de Moscú.
El movimiento nació durante la Primera Guerra Mundial en la Rusia prerrevolucionaria.
Más en: http://es.wikipedia.org/wiki/Formalismo_ruso
OSIP BRIK: El cliché rítmico-sintáctico. (1921)
Una concepción ingenua se figura la labor de componer versos de la manera siguiente: en el comienzo, el poeta escribe su pensamiento en prosa y, después, transpone las palabras a fin de obtener un metro. Si algunas palabras no le caben en la medida, sigue transponiéndolas hasta que entren e las sustituye por otras, más apropiadas. Por eso, la conciencia ingenua considera toda palabra inesperada, todo giro inesperado en el verso como una desviación indispensable de las reglas del lenguaje coloquial en nombre del verso. Algunos amantes de los versos perdonan esta libertad al poeta, opinando que tiene derecho a ella. Otros adoptan una actitud severa ante esta deformación y ponen en tela de juicio el derecho del poeta a mutilar la lengua en nombre de algo como impulso lírico. Los críticos afirman frecuentemente que la perfección del verso consiste precisamente en hacer entrar las palabras en el metro sin deformar la construcción normal del lenguaje.
En quienes son más atentos hacia la creación poética se ha formado últimamente una concepción opuesta: de acuerdo con los nuevos datos y observaciones, la labor poética transcurre en un orden inverso. El poeta tiene al comienzo una idea indeterminada de cierto complejo lírico, de cierta estructura fónica y rítmica, y esta estructura transracional se llena después con las palabras significativas. De eso escribió Andrei Biely, de eso habló Blok, a eso se refirieron los futuristas. Según su opinión, en el resultado definitivo debe obtenerse alguna significación, pero ésta no debe coincidir obligatoriamente con la significación ordinaria del lenguaje coloquial. El asunto no consiste en el derecho del poeta a deformar el lenguaje, sino en que el poeta da a los lectores, con indulgencia, un tipo de semejanza de esta identificación. El poeta podría pasarse sin ella por completo, pero condesciende ante las demandas semánticas del lector y envuelve sus inspiraciones rítmicas con las palabras generalmente comprensibles.
La primera concepción priva al discurso del verso de todo sentido y convierte la labor poética en una especie de ejercicio superfluo, en un tipo de escamoteo verbal. Los partidarios del lenguaje del verso transracional hacen una separación entre el discurso del verso y el lenguaje coloquial ordinario, y lo trasladan a la esfera de los sonidos e imágenes rítmicas convencionales. Si no importa la estructura semántica del verso, si no importa que las palabras en el verso signifiquen algo, pues no importa en absoluto que sean palabras: bastan simplemente los sonidos. Si seguimos en esta dirección, ni los sonidos son necesarios, y podemos limitarnos a un tipo de signos que provoquen representaciones rítmicas correspondientes.
El error de la una como de la otra concepción consiste en que la gente considera el complejo rítmico-semántico único como si fuera compuesto de dos elementos distintos, siendo un elemento subordinado al otro. En realidad, estos dos elementos no existen por separado sino que se dan en forma simultánea y crean una construcción rítmico-semántica específica, distinta tanto del lenguaje coloquial ordinario como de la cadena fónica transracional.
El verso no es el resultado de una pugna entre lo transracional y la semántica coloquial, sino que es una semántica rítmica propia, que existe independientemente y que se desarrolla según sus propias leyes. Podemos convertir cada verso en un verso transracional, si en vez de las palabras significativas ponemos sonidos que expresen la estructura rítmico-fónica de estas palabras. Sin embargo, habiendo privado al verso de su valor semántico, hemos traspasado los límites del discurso del verso, y las variaciones ulteriores de este verso ya no estarán condicionadas por su constitución verbal, sino por la naturaleza musical que crará su fonación. En especial, incluso el sistema de los acentos y el sistema de las entonaciones serán independientes de los acentos y las entonaciones del lenguaje coloquial e imitarán los acentos y las entonaciones de una frase musical.
En otras palabras, al privar al verso de la significación semántica, lo separamos del elemento verbal y lo trasladamos a otro elemento, musical; como consecuencia de ello, el verso deja de ser un hecho verbal. Y viceversa, al trasponer las palabras, podemos privar al verso de su fisonomía de verso y convertirlo en una frase coloquial ordinaria. No es difícil hacerlo: basta que pongamos en vez de una palabra otras equivalentes, que introduzcamos entonaciones coloquiales ordinarias y que nivelemos la estructura sintáctica. Sin embargo, al realizar tal operación, destruimos el verso en cuanto estructura verbal específica, basada en aquellos rasgos de la palabra que en el lenguaje ordinario se retiran a un segundo plano.
Más exactamente, estos rasgos secundarios (los sonidos y el ritmo) tienen en el lenguaje coloquial otro significado que en el discurso del verso y, al introducir estos acentos y entonaciones coloquiales en el discurso del verso, lo devolvemos al elemento del lenguaje coloquial ordinario. El complejo verbal construido según una ley específica se destruye y el material empleado en él vuelve al depósito común. Si los partidarios del lenguaje transracional apartan el verso de la lengua, los defensores del verso decorativo no lo separan de la masa verbal general.
El punto de vista correcto consiste en ver en el verso un complejo verbal específico y no cualquier otro; pero un complejo creado sobre la base de las leyes particulares que no coinciden con las leyes del lenguaje coloquial. Por eso es incorrecto enfocar el verso partiendo de las representaciones rítmicas generales, sin darse cuenta de que no tenemos un asunto con un material indiferente sino con elementos del lenguaje humano; y también es erróneo enfocar el verso creyendo que tenemos un asunto con el mismo lenguaje coloquial, pero sólo exteriormente decorado.
Es necesario comprender el discurso del verso simultáneamente en su conexión y en su diferencia con respecto al lenguaje coloquial; comprender su naturaleza específicamente verbal.
OSIP BRIK (De Ritmo y sintaxis. (Materiales para el estudio del discurso del verso), 1920-1927
(Continuará)
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