MIREYA ROBLES (1934-?)
TIEMPO ARTESANO
PROLOGO
La poesía es --lo sabemos gracias a ese gran definidor que fue Antonio Machado-- «palabra esencial en el tiempo», «diálogo del hombre, de un hombre, con su tiempo», y el poema es «tiempo personalizado», «tiempo vital del poeta con su propia vibración». Es también espacio, ámbitos, ambientes, colores: «poesía es lo que dice el alma --si algo dice-- en contacto animado con el mundo». Colores, vibraciones, ritmos que el poeta encuentra, vivifica, amplía. Poesía es --diría García Lorca-- tener el fuego en la mano. Y moldearlo, aunque nos abrase.
Nunca había sido la poesía tan necesaria, tan urgente, como lo es hoy. Antes se nos daba con mayor espontaneidad y sencillez. Los campesinos cantaban al recoger la cosecha, los pescadores al sacar las redes. Hoy las barcas grises manchan las playas con su aceite y las máquinas cosechadoras vibran sordamente en los campos. Y sin la canción --una canción que puede ser la nuestra, la de cada uno, o la de todos; que podemos acaso cantar sin palabras, en voz baja, en nuestro interior-- el pan no tendrá el mismo sabor de antes. Por eso cuando llega a nosotros una voz poética, voz espontánea y sencilla, pero también sabia y a veces misteriosa, debemos acogerla, abrirle nuestras puertas, saludarla como a un buen amigo.
La voz poética de Mireya RobIes parte de la soledad, pera avanza --lentamente, pausadamente, sin titubeos-- hacia la comunión. Imposible, en su caso, no partir de la soledad: una soledad doble, ya que escribe su poesía en el destierro, lejos de su Cuba natal, y lo hace, además, en Estados Unidos, el país de los grandes solitarios, en que escritores y artistas suelen vivir lejos unos de otros, sin otro contacto que no sea el correo y las publicaciones: a pesar de las magníficas comunicaciones y la proliferación de clubs y sociedades culturales, este país sigue siendo el país de los grandes solitarios. Y sin embargo, por razones muy variadas, a él han acudido innumerables escritores de habla española, hasta el punto de que no se podrá hacer la historia de la poesía hispanoamericana y española (y tampoco de la pintura hispánica) sin tener en cuenta, en un capítulo especial, a los residentes en Estados Unidos. Mireya Robles, nacida en la provincia cubana de Oriente, se educó en La Habana, y ha seguido educándose y trabajando --soledad, lecturas, creación artística, soledad-- en San Francisco, en Miami, en Nueva York, en Albany, en Troy. Escribió sus primeros poemas a los trece años. Pero su primera vocación fue la pintura (lo mismo sucedió a Gustavo Adolfo Bécquer). La pintura: una pintura de luces brillantes, de líquidos colores tropicales, de intensas y misteriosas sombras azules a la que no le falta para ser perfecta, para expresar con exactitud la sensibilidad de la autora, más que una cosa: la profundidad temporal. Para buscar el tiempo, para encontrarse cara a cara con el tiempo, Mireya Robles ha buscado --y encontrado-- la vocación poética, la poesía misma.
Es un tiempo el suyo también hecho de sombras azules, de «fino polvo de lluvia», en cuyos rincones aparecen a veces --no vistas, adivinadas-- extraños unicornios y doncellas. Un tiempo en que las puertas de la soledad se entreabren apenas unos instantes mágicos, para volver a cerrarse después:
sólo hablo a los que no pueden oírme
........ todos se acercan cuando estoy dormida
Un tiempo en que la felicidad de los encuentros amorosos es tan fugaz como las gotas de lluvia en la ventanilla del tren o las lanzas del sol entre las nubes. A lo lejos desfilan los paisajes suntuosos, las estatuas y los cuadros ofrecidos por las ciudades europeas que se recortan en la sombra, enmarcados en oro o en luz dorada. La gota diáfana --la mujer, la soledad que la acompaña como una amiga de siempre y con ella se funde-- sigue brillando en el aire, rodeada de otras gotas brillantes, de otras soledades desoladas. Gotas en busca de un viento de tiempo, de un vendaval invisible que quizá disolverá en un ámbito infinito la soledad de Mireya Robles --y la mía, y la tuya, lector.
MANUEL DURÁN
INTRODUCCION
El acceso a la totalidad es sin duda la esperanza y el riesgo de todo poema. Acceso que revela una descentralización del poema fuera de todo lugar definido, fuera de todo tiempo determinado, como bien ha observado Guillevic, quien señala la necesidad de «buscar el lugar, de partir, de volver a equivocarse». De la misma manera, el poema está siempre originándose, comenzando, y esto concierne especialmente los textos de Mireya Robles. Toda palabra, en alguna forma, se pierde de antemano, redescubriéndose eternamente, pero no donde se le esperaba, sino en otro lugar. En ese otro lugar sin límites del ser en busca de sí mismo, que incansablemente se interroga y vuelve a interrogarse tan pronto recibe una respuesta; que constantemente reconoce su lugar y no cesa de abandonarlo; que no se siente presencia real si no es en una ausencia inmediatamente recomenzada. Un poema de Mireya Robles es la anticipación a un hecho que tiene lugar en el curso de un proceso que inmediatamente lo hace desaparecer. Este surgir aparece en el punto indistinguible --y por lo tanto real-- de un espacio que se ilimita, de un tiempo que se escapa, de un silencio que expresa una palabra pasajera. La necesidad del poema se revela en este movimiento infinito, donde el instante fulgura para desaparecer y reaparecer fugazmente al adentrarnos en esa noche imprescindible a la existencia del día. Tiempo y espacio se funden intrincadamente y por consiguiente no presentan su doble huella individual sino en el punto de intersección del poema:
Asomaban
en el silencio
buques fantamas
del Tiempo...
El título de ciertos textos de Mireya Robles es muy significativo: «Tras el Tiempo, en la distancia». La búsqueda perpetua del ser que presencia el poema es su más profunda justificación, asociada, al mismo tiempo, a un proceso que no tiene otro sentido que ser sin fin: es también inconcebible alcanzar y poseer al ser que será al escribirse un poema que se cierra sobre sí mismo. En «Misterio del Tiempo» donde confluyen un pasado que permanece presente y un futuro que se ofrece ya como pasado, hace que se imponga el poema, según dijo Roberto Juarroz como «una explosión de ser bajo el lenguaje» (1) y es ésta la razón por la cual los textos de Mireya Robles responden a lo que decía Jacques Sojcher de la soledad, de esta soledad hondamente sentida por nuestro autor: «Una patria inactual donde hablar es acceso al ser y donde vivir es claridad.» (2) El destino de este vivir es ignoto y basta nombrar la marcha (“Partir / una fuga inexistente / Ven, vienes, vamos / voy / Te vas, te fuiste, te has ido / me voy”) para que el enigma de la vida sea en sí mismo la riqueza toda de esa vida. El hombre es la totalidad de su proyecto irrealizable, es lo irrealizado, lo que no resplandece sino en la esperanza de una plenitud.
Se comprende que los poemas de Mireya Robles estén desprovistos de toda seducción exterior y fácil: ella ha renunciado a lo que pueda desviar el poema de su vocación esencial, que es la de señalar la consciencia de lo desconocido: «Amo lo ignoto del porvenir», decía Nietzsche. Este amor es deseo, afirmación de puntos de encuentro (no fortuitos, sino muy significativos, aunque pasajeros con los lugares de este mundo; y uno leerá bajo esta claridad los «Poemas de España»); este amor es el diálogo infinito, como diría Blanchot, del poeta y su mundo. No hay que decir que este diálogo es de un rigor y de una sobriedad que el lenguaje mismo del poema está exento de todo elemento pintoresco de referencia, pero ahonda más allá de lo cotidiano y de las apariencias, en la intimidad de los seres y las cosas. Es necesario acoger la palabra de Mireya Robles como huellas de un lenguaje interior que irradia, como por sorpresa, a la superficie neutra de la vida.
FERNAND VERHESEN,
director del Centro Internacional de Estudios Poéticos. Bruselas, Bélgica
1. R. Juaroz, Poésie verticale -- Versión francesa, F. Verhesen, Ed. Rencontre, Lausanne, 1967, pág. 8.
2. J. Sojcher, La démarche poétique, Ed. Recontre, Coll. "Solstice", Lausanne, 1969, pág. 86
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