Omar Khayyam fue, principalmente, un matemático y astrónomo persa que también se destacó en derecho, ética, ciencias naturales y metafísica. Básicamente fue un buscador de respuestas: ¿de dónde venimos?, ¿tenemos un destino?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿qué es el universo?, etc. Primeramente intentó encontrar esas respuestas en la ciencia, y al no conseguirlo, se refugió en la poesía, el vino y los placeres de la vida para esconderse de esas preguntas que lo atormentaban.
Prefirió escribir versos despojados de toda retórica para no distraerse de su objetivo: “decir algo”. Para ello utilizó una estructura breve y sin adornos llamada “Robaiyat”. Los robaiyats son una especie de cuartetas con las que celebró el “carpe diem” y aprendió a disfrutar del misterio y la belleza de la existencia tratando de no preocuparse demasiado por todas esas preguntas que se habían quedado sin su respuesta.
Fue amigo de un Visir llamado Nezam-ol-Molk, que tabajaba para el sultán Malik-Shah. Nezam fue su mecenas. Le consiguió del sultán una pensión que había de permitirle dedicarse exclusivamente al estudio de la astronomía y las matemáticas, sus ciencias predilectas, en cuyas especialidades llegó a ser el sabio más famoso de su época, y también dedicarse, ya más viejo, a la poesía.
La poesía de Omar Khayyam, a diferencia de otros poetas persas, como dije, prescinde de modo casi absoluto de retórica, de metáforas y símbolos que proliferan en la literatura del antiguo Irán. Sin embargo, en Khayyam se pueden apreciar algunos adornos propios de la poesía oriental, como los juegos de palabras, el empleo de conceptos paralelos y algunos otros, todos con valor lírico.
Estos versos que publico aquí fueron introducidos a occidente más o menos en 1860 gracias a [highlight color=”yellow”]Edward Fitzgerald[/highlight], quien los tradujo al inglés. Yo los copié de una edición traducida al español por [highlight color=”yellow”]Enrique López Amaya[/highlight].
VII
Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, procura ser dichoso hoy. Toma un jarro de vino, ve a sentarte al claro de luna, y bebe, pensando que tal vez mañana la luna te busque en vano.
VIII
En este mundo, conténtate con tener pocos amigos. No intentes hacer duradera la simpatía que puedas experimentar por alguien. Antes de estrechar la mano de un hombre, pregúntate si algún día no te golpeará.
XII
Más allá de la Tierra, más allá del Infinito, me esforzaba por ver el Cielo y el Infierno. Una voz solemne me ha dicho: «El Cielo y el Infierno están en ti».
XV
Tú sabes que nada puedes contra tu destino. ¿Por qué habría de causarte ansiedad la incertidumbre del mañana? Si eres prudente, aprovecha el momento actual. ¿El porvenir? ¿Qué puede traerte?
XX
Veloces como el agua del río o el viento del desierto, nuestros días huyen. Dos días, no obstante, me son indiferentes: el que partió ayer y el que llegará mañana.
XXVI
El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio. Toda la ciencia de los hombres: palabras. Los pueblos, los animales y las flores de los siete climas: sombras. El resultado de tu perpetua meditación: nada.
XXVIII
Embébete bien de esto: un día tu alma caerá de tu cuerpo, y serás empujado tras el velo que flota entre el universo y lo incognoscible. Entretanto, ¡sé dichoso! No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas.
XLI
Olvida que ayer debían recompensarte y no lo hicieron. Sé dichoso. No eches de menos nada. No esperes nada. Lo que deba ocurrirte está en el Libro que hojea, al azar, el viento de la Eternidad.
XLII
Cuando oigo disertar acerca de los gozos reservados para los Elegidos, me limito a decir: «Sólo tengo confianza en el vino. ¡Dinero contante y sonante y no promesas! El ruido de los tambores sólo es agradable a distancia…»
XLIV
Bebe vino, porque dormirás largo tiempo bajo tierra, sin amigo y sin mujer. Te confío un secreto: los tulipanes marchitos no vuelven a florecer.
LV
Tú, cuya mejilla humilla a la zarzarrosa ; tú, cuyo rostro se parece al de un ídolo chino, ¿sabes que tu mirada aterciopelada ha hecho del rey de Babilonia algo parecido al alfil del juego de ajedrez, que retrocede ante la reina?
LXV
Soy viejo. Mi pasión por ti me lleva a la tumba, porque no ceso de colmar de vino de dátiles esta gran copa. Mi pasión por ti ha liquidado mi razón. Y el tiempo deshoja sin piedad la bella rosa que tuve…
LXVIII
No temo la Muerte. Prefiero este algo ineluctable que el que me fue impuesto al nacer. ¿Qué es la vida? Un bien que me ha sido confiado a mi pesar y que devolveré con indiferencia.
LXXII
Un poco de pan, un poco de agua fresca, la sombra de un árbol y tus ojos. Ningún sultán es más feliz que yo. Ningún mendigo es más triste.
LXXXII
Me dicen: «¡No bebas más, Khayyam!» Y respondo: «Cuando he bebido, oigo lo que dicen las rosas, los tulipanes y los jazmines. Hasta oigo lo que no puede decirme mi amada».
LXXXIX
Aspirar a la paz en la tierra: locura. Creer en el reposo eterno: locura. Después de tu muerte, tu sueño será breve, y renacerás en un manchón de hierba que será pisoteada o en una flor que el sol marchitará.
XCVI
Noche. Silencio. Inmovilidad de una rama y de mi mente. Una rosa, imagen de tu esplendor efímero, acaba de soltar uno de sus pétalos. ¿Dónde estas en este momento, tú que me has ofrecido la copa y a la que llamo todavía? Sin duda, ninguna rosa se deshoja junto a aquel cuya sed apagas, allá abajo, y te ves privada del placer amargo con que yo sé embriagarte.
XCIX
Me pregunto qué poseo realmente. Me pregunto qué subsistirá de mí después de mi muerte. Nuestra vida es breve como un incendio. Llamas que el viandante olvida, cenizas que el viento dispersa: un hombre ha vivido.
CI
Cuando cese de existir, ya rio habrá rosas, ni cipreses, ni labios rojos ni vino perfumado. Ya no habrá auroras ni crepúsculos, gozos ni pesares. El universo dejará de existir, puesto que su realidad depende de nuestra mente.
CII
He aquí la única verdad. Somos los peones de la misteriosa partida de ajedrez que juega Alá. Él nos mueve, nos detiene, vuelve a empujarnos, y al final nos arroja, uno a uno, a la caja de la nada.
CVIII
Cuando la brisa matutina entreabre las rosas y les susurra que las violetas ya han desplegado sus atuendos, sólo es digno de vivir quien mira dormir a una esbelta muchacha, coge su copa, la apura, y después la arroja.
CXIX
Este vapor que rodea a la rosa, ¿es una voluta de su perfume o la frágil muralla que le ha dejado la bruma? Esta cabellera que oculta tu rostro ¿es un resto de la noche que tu mirada va a disipar? ¡Despierta, amada! El sol dora nuestras copas. ¡Bebamos!
CXXXIX
Si estás ebrio, Khayyam, sé feliz. Si contemplas a tu amada de las mejillas de rosa, sé feliz. Si sueñas que ya no existes, sé feliz, puesto que la muerte es la nada.
CXLVII
He tenido maestros eminentes. Me he alegrado de mis progresos, de mis triunfos. Cuando evoco el sabio que fui, lo comparo al agua que toma la forma del vaso, y al humo que el viento disipa.
CL
Nuestro universo es una glorieta de rosas. Nuestros visitantes son las mariposas. Nuestros músicos son los ruiseñores. Cuando ya no hay rosas ni hojas, las estrellas son mis rosas, y tu cabellera mi fronda.
CLXI
¡Pobre hombre, nunca sabrás nada! Jamás aclararás ni uno solo de los misterios que nos rodean. Puesto que las religiones te prometen el Paraíso, procura crearte uno en esta tierra, puesto que el otro tal vez no exista.
Sobre el autor:
Omar Khayyam: nació en Nishapur, actual Irán, vivió de 1048 a 1131. Fue poeta, matemático y astrónomo persa. Se educó en las ciencias en su nativa Nishapur y en Balkh. Posteriormente se instaló en Samarcanda, donde completó un importante tratado de álgebra. Bajo los auspicios del sultán de Seljuq, Malik-Shah, realizó observaciones astronómicas para la reforma del calendario, además de dirigir la construcción del observatorio de la ciudad de Isfahán. De nuevo en Nishapur, tras peregrinar a la Meca, se dedicó a la enseñanza y a la astrología. La fama de Khayyam en Occidente se debe fundamentalmente a una colección de cuartetos, los Rubaiyat, cuya autoría se le atribuye y que fueron versionados en 1859 por el poeta británico Edward Fitzgerald.
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