Obediencia, velocidad, fuerza, y nada de firuletes éste es el molde que la globalización
impone.
Se fabrica en serie un fútbol más frío que una heladera. Y más implacable que una máquina
trituradora.
Según los datos publicados hace un par de años por France Football, el tiempo de vida útil de
los jugadores profesionales ha bajado a la mitad en los últimos veinte años. El promedio, que era
de doce años, se ha reducido a seis. Los obreros del fútbol rinden cada vez más y duran cada vez
menos. Para responder a las exigencias del ritmo de trabajo, muchos no tienen más remedio que
recurrir a la ayuda química, inyecciones y pastillas que les aceleran el desgaste, las drogas tienen
mil nombres, pero todas nacen de la obligación de ganar y merecen llamarse exitoína.
Las comunidades indígenas disputan en Brasil su propio campeonato de fútbol. En la Copa del
año 2000, el equipo de los indios makuxis llegó a la final después de jugar tres partidos seguidos
a lo largo de ocho horas. La proeza se explica por los prodigiosos poderes de otra droga, que el
fútbol profesional no puede pagar. Esa pócima mágica, que no tiene precio, se llama entusiasmo.
La palabra no viene de la lengua de los makuxis sino del idioma de la Grecia antigua y significa
“tener a los dioses adentro”.
* * *
Dos mil quinientos años antes de Blatter, los atletas competían desnudos y sin ningún tatuaje
publicitario en el cuerpo. Los griegos, fragmentados en muchas ciudades, cada cual con sus
propias leyes y sus propios ejércitos, se juntaban en los Juegos Olímpicos. Haciendo deporte,
aquellos pueblos dispersos decían «Nosotros somos griegos», como si recitaran con sus cuerpos
los versos de La Ilíada que habían fundado su conciencia de nación.
Mucho después, durante buena parte del siglo XX, el fútbol fue el deporte que mejor expresó yafirmó la identidad nacional. Las diversas maneras de jugar han revelado, y celebrado, las
diversas maneras de ser. Pero la diversidad del mundo está sucumbiendo a la uniformización
obligatoria. El fútbol industrial, que la televisión ha convertido en el más lucrativo espectáculo de
masas, impone un modelo único, que borra los perfiles propios, como ocurre con esas caras que
se vuelven máscaras, todas iguales, al cabo de continuas operaciones de cirugía plástica.
Se supone que este aburrimiento es el progreso, pero el historiador Arnold Toynbee había
pasado por muchos pasados cuando comprobó «La más consistente característica de las
civilizaciones en decadencia es la tendencia a la estandarización y la uniformidad».
* * *
Desde hace ya un buen tiempo, la selección brasileña parece dedicada a dejar de ser
brasileña. «Aquel fútbol de gambetas espectaculares ha pasado a la historia», sentencia el
director técnico de la selección, Luiz Felipe Scolari. Mientras emite su certificado de defunción al
fútbol más hermoso del mundo, este fervoroso de la mediocridad practica la disciplina militar.
Scolari admira al general Pinochet, adora el orden y desconfía del talento. Condena al exilio a los
desobedientes Romario y Djalminha, como en otros tiempos hubiera fusilado a aquel ingobernable
rey del circo llamado Garrincha.
* * *
El fútbol profesional practica la dictadura. Los jugadores no pueden decir ni pío en el
despótico señorío de los dueños de la pelota, que desde su castillo de la FIFA reinan y roban. El
poder absoluto se justifica por la costumbre así es porque así debe ser, y así debe ser porque así
es.
Pero, ¿ha sido siempre así? Vale la pena recordar, ahora, una experiencia que ocurrió en el
país de Scolari, hace no más que veinte años, todavía en tiempos de la dictadura militar. Los
jugadores conquistaron la dirección del club Corinthians, uno de los clubes más poderosos del
Brasil, y ejercieron el poder durante 1982 y 1983. Insólito, jamás visto los jugadores decidíantodo entre todos, por mayoría. Democráticamente discutían y votaban el método de trabajo, el
sistema de juego, la distribución del dinero y todo lo demás. En sus camisetas, se leía Democracia
Corinthiana. Al cabo de dos años, los dirigentes desplazados recuperaron la manija y mandaron a
parar. Pero mientras duró la democracia, el Corinthians, gobernado por sus jugadores, ofreció el
fútbol más audaz y vistoso de todo el país, atrajo las mayores multitudes a los estadios y ganó dos
veces seguidas el campeonato local.
FIN
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