Historia del arte de la fuga
Vea, Primero.
—Diga, Segunda.
Ella le alcanzó los prismáticos. Desde lo alto del mirador, el señor del
Tucumán divisó un insecto chueco que parecía perdido en la vasta tierra roja.
El insecto crecía, y los prismáticos no tardaron en revelar a un hombrecito que
venía malandando malandanzas.
Y entonces don Primero descubrió que su hija Dolores estaba parada allá
abajo, en medio del llano, esperando al malandante.
Cantalicio Galante había llegado, caminando en falsa escuadra, desde la
sierra azul. No se sacó el sombrero de la cabeza, ni tiró el cigarrillo apagado
que le colgaba de los labios. Dolores lo miraba a la cara. Él no, porque ella
era tan linda que si la miraba le dolían los ojos. Cantalicio miraba al suelo, las
pestañas tiesas, pero la mirada se le escapaba y se le iba a lo largo de esa
sombra de mujer, y llegaba a los tobillos, y queriendo mirar subía hacia las
piernas que la brisa adivinaba bajo la pollera de lino.
Ni con palabras se tocaron.
Se reía de furia don Primero, y golpeándose la cabeza tronaba
amenazas contra ese mocito atrevido, pedazo de inútil, teta de
hombre; pero no lo mató. La ley lo autorizaba, la ley por él dictada;
pero no lo mató. Le exigió tres tareas.
Don Primero mandó rellenar una almohada con plumas de sapos.
Cantalicio, sentado murmuraba:
—Sapo con plumas, nunca se vio.
Pero Dolores se marchó a la laguna donde vivían los cincuenta sapos que
se habían venido desde el muy lejano río Parapetí.
En aquel río, un sapo había desafiado al avestruz a correr una carrera. Al
cabo de unas cuantas zancadas, el avestruz perdió de vista a su rival. Lo
buscó, mirando hacia atrás; y el sapo apareció brincando muy adelante. Y así
ocurrió cincuenta veces, a lo largo de esa carrera de nunca acabar: el
avestruz buscaba al sapo rezagado, y siempre lo encontraba adelantado.
Hasta que por fin el avestruz, exhausto, pagó su derrota desnudándose y
entregando todas sus plumas. Y los cincuenta vencedores, que se habían ido
sucediendo en el camino, se quedaron a vivir en esta laguna donde acudió
Dolores. Ella contó sus penas de amor y los sapos le regalaron su trofeo
cont
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