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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie Mayo 25, 2012 2:53 am

    .


    Basho



    Matsuo Bashō (en japonés,松尾芭蕉) nacido como Matsuo Kinsaku (Ueno, 1644 - Osaka, 28 de noviembre de 1694), fue el poeta más famoso del período Edo de Japón. Durante su vida, Bashō fue reconocido por sus trabajos en el Haikai no renga (俳諧の連歌). Está considerado como uno de los cuatro grandes maestros del haiku , junto a Yosa Buson, Isa Kobayashi y Masaoka Shiki; Bashō cultivó y consolidó el haiku con un estilo sencillo y con un componente espiritual. Su poesía consiguió renombre internacional, y en Japón muchos de sus poemas se reproducen en monumentos y lugares tradicionales.
    Bashō empezó a practicar el arte de la poesía a una edad temprana, y más adelante llegó a integrarse en el escenario intelectual de Edo (actualmente Tokio ), para llegar a convertirse rápidamente en una celebridad en todo Japón. A pesar de ser maestro de poetas, en determinados momentos renunció a la vida social de los círculos literarios y prefirió recorrer todo el país a pie, viajando incluso por la parte norte de la isla, un territorio muy poco poblado, para poder encontrar fuentes de inspiración para sus escritos.
    Bashō no rompe con la tradición sino que la continúa de una manera inesperada, o como él mismo comenta: "No sigo el camino de los antiguos, busco lo que ellos buscaron". Bashō aspira a expresar con nuevos medios el mismo sentimiento concentrado de la gran poesía clásica. Sus poemas están influidos por una experiencia de primera mano del mundo que le rodea y, a menudo, consigue expresar sus vivencias con una gran simplicidad. Del haiku Bashō había dicho que es "sencillamente lo que sucede en un lugar y en un momento dado".


    Biografía

    Primeros años

    Lugar donde se cree que nació Bashō
    Bashō nació con el nombre de Matsuo Kinsaku (松尾金作) hacia 1644, en algún lugar cerca de Ueno, en la provincia de Iga. Su padre era un samurai con pocos recursos al servicio de la poderosa familia Todo, y quiso que Bashō hiciera carrera dentro del ejército. Tradicionalmente los biógrafos opinan que trabajó haciendo tareas en las cocinas. Sin embargo, de niño se convirtió en un paje al servicio de Todo Yoshitada (藤堂良忠), heredero de los Todo y dos años mayor que Matsuo, y sería un compañero con el que compartiría el amor por el Haikai no renga, una forma de composición literaria que es fruto de la cooperación entre varios poetas. Las secuencias se inician con un versículo en el formato 5-7-5 moras; este verso fue nombrado hokku, y más tarde haiku, y se elaboraba como una pequeña pieza independiente. El hokku continuaba con una adición de 7-7 moras realizada por otro poeta. Ambos, Yoshitada y Bashō, se dieron los correspondientes tengo(俳号), los nombres de pluma Haikai, el de Bashō era Sobo (宗房), que se construye simplemente a partir de la transcripción on'yomi de su nombre samurai, Matsuo Munefusa (松尾宗房), el seudónimo de Yoshitada era Sogin. En 1662 se publicó el primer poema de Bashō, en 1664 se imprimieron una compilación de dos de sushokku, y en 1665 Bashō y Yoshitada compusieron un centenar de versosRenkus.
    En 1666, la repentina muerte de Yoshitada representó el final de la tranquila vida de siervo de Bashō. No existe ningún registro documental de este periodo, pero se cree que Bashō se planteó hacerse samurai y se marchó de casa. Los biógrafos han propuesto posibles motivaciones y destinos, incluida la posibilidad de un romance entre Bashō y una sintoísta miko de nombre yute (寿贞), pero es poco probable que esta relación sea verídica. Las referencias del propio Bashō sobre esta época son escasas; más adelante recordó que "hace tiempo codicié el hecho de ser funcionario y tener un rincón de tierra", y también , "hubo un tiempo que estaba fascinado con las formas del amor homosexual", pero no hay ninguna señal de que se estuviera refiriendo a una verdadera obsesión ficticia o a algo más. No estaba seguro de si podría convertirse en un poeta a tiempo completo, comentó que "las alternativas luchaban en mi cabeza y mi vida estaba llena de inquietud". Su indecisión pudo haber estado influenciada por el todavía relativo bajo estatus artístico y social del renga y el Haikai no renga. En cualquier caso, continuó creando sus poemas que se publicarián en antologías los años 1667, 1669 y 1671, en 1672 publicó su propia compilación de los trabajos realizados por él y otros autores de la escuela Teitoku,Kai verdad(貝おほひ). En la primavera de ese año se instaló en Edo para seguir profundizando en el estudio de la poesía.

    Escritor reconocido

    Los círculos literarios de Nihonbashi rápidamente reconocieron el valor de la poesía de Bashō por su estilo sencillo y natural. En 1674 pasó a formar parte del círculo interno de profesionales del Haikai y, secretamente, recibió enseñanzas de Kitamura Kigin (1624-1705). En aquella época escribió este hokku en homenaje al shōgun Tokugawa:

    kabitan mo / tsukubawasekeri / kimi ga haru(1678)
    Los holandeses, también, / arrodillados ante su señor / Primavera a su reinado.

    Adoptó un nuevo tengo, Tosei, y en 1680 ya se dedicaba al oficio de poeta a tiempo completo, siendo maestro de veinte discípulos. El mismo año se publicó Tosei-Montei Dokugin-Nijukasen((桃青门弟独吟二十歌仙), una obra con los mejores poemas de Tosei y sus veinte discípulos, que mostraba el talento del artista . En el invierno de 1680, tomó la sorprendente decisión de pasar al otro lado del río, en Fukagawa, lejos de la gente y eligiendo una vida más solitaria. Sus discípulos le construyeron una cabaña rústica y le plantaron un bananero (芭蕉, bashō) en el patio, dando un nuevo tengo al poeta que a partir de ahora se llamaría Bashō, y su primer hogar permanente. Amaba mucho la planta, y le molestaba mucho ver crecer plantas del género Miscanthus, una Poaceae típica de Fukagawa, alrededor de su banano. Escribió:

    Bashō UETE / Mazuria nikumu ogi no / Futaba kana(1680)
    Por mi nueva planta de banano / La primera señal de una cosa que detesto / un brote de eulalia!

    A pesar de su éxito, vivía insatisfecho y solitario. Comenzó a practicar la meditación zen, pero no parece que lograra recuperar la tranquilidad de espíritu. En el invierno de 1682 se incendió su cabaña y, poco después, a principios de 1683, su madre murió. Con todos estos acontecimientos, viajó a Yamura para quedarse en casa de un amigo. El invierno de 1683 sus discípulos le regalaron una segunda cabaña en Edo, pero su estado de ánimo no mejoró. En 1684, su discípulo Takarai Kikaku publicó una recopilación de poemas suyos y otros poetas,Minashiguri(虚栗),Castañas arrugadas. Más tarde, ese mismo año, dejó Edo para realizar el primero de sus cuatro grandes viajes.

    Poeta viajero

    Viajar por el Japón medieval era muy peligroso y las expectativas de Bashō eran pesimistas; creía que podría morir en medio de la nada o ser asesinado por bandidos. A medida que avanzó el viaje, su estado de ánimo fue mejorando y se encontró cómodo haciendo lo que hacía, se reunió con muchos amigos y pasó a disfrutar de la evolución del paisaje y las estaciones. Sus poemas pasaron a ser menos introspectivos y reflejaban las observaciones del mundo que le rodeaba:

    uma wo sae / nagamuru yuki no / Ashita kana(1684)
    Hasta un caballo / Mis ojos se detienen en ello / Nieve por la mañana.

    El viaje le llevó desde Edo hasta el Monte Fuji, Ueno, y Kioto. Se reunió con varios poetas que se consideraban sus discípulos y le pedían consejos. Bashō les mostró desprecio por el estilo contemporáneo existente en Edo e incluso criticó su obra Castañas arrugadas, diciendo que contiene "muchos versos de los que no vale la pena ni hablar". Regresó a Edo el verano de 1685, y dedicó tiempo a escribir más hokku y dejó comentarios sobre su propia vida:

    Toshi kurenu / kasa kite waraji / hakinagara(1685)
    Un año ha pasado / Una sombra de viajero en mi cabeza / Sandalias de paja a mis pies.

    Cuando volvió a Edo, a su cabaña, retomó felizmente su labor como maestro de poesía; sin embargo, ya hacía planes para otro viaje. Los poemas de su viaje se publicaron con el títuloNozarashi Kiko(野ざらし紀行). A principios de 1686 compuso una de sus mejores haiku, uno de los más recordados:

    furu ike ya / Kawazu tobikomu / mizu no oto(1686)
    Un viejo estanque / Una rana se salta: / el sonido del agua.

    Los historiadores creen que este poema se hizo famoso muy rápidamente. El mismo mes de abril, los poetas de Edo se reunieron en la cabaña de Bashō para componer Haikai no renga basados en el tema de las ranas; parece que en un homenaje a Bashō y sus poemas, lo colocaron en la parte superior de la compilación. Bashõ permaneció en Edo, continuó su maestría y participaba de los concursos literarios. Hizo un par de viajes, una excursión en otoño de 1687 para participar en el tsukimi , la fiesta para celebrar la luna de otoño, y un viaje más largo en 1688 cuando volvió a Ueno para celebrar el año nuevo japonés. De regreso a casa, en su barraca, alternaba la soledad con la compañía, pasando del rechazo hacia los visitantes a apreciar su compañía. Al mismo tiempo, disfrutaba de la vida y tenía un sutil sentido del humor, como se refleja en el siguientehokku:

    iza Sarabia / yukimi ni korobu / tokoromade(1688)
    Ahora, salimos / para disfrutar de la nieve ... hasta que / resbalón y caída!

    Oku no Hosomichi

    La planificación de otro largo viaje privado de Bashō culminó el 16 de mayo de 1689 (Yayoi 27, Genroku 2), cuando salió de Edo con su discípulo Kawai Sora (河合曾良); fue un viaje a las provincias del norte de Honshu, la isla principal del archipiélago de Japón.
    Desde las primeras líneas del libro Bashō se presenta como un poeta anacoreta y medio monje; tanto él como su compañero de viaje, recorren los caminos llevando los hábitos de los peregrinos budistas; su viaje es casi una iniciación y Sora, en el inicio del camino, se afeita el cráneo. A lo largo del viaje fueron escribiendo un diario que va acompañado de poemas y, en muchos de los lugares que visitan, los poetas locales los reciben y componen con ellos los correspondientes Haikai no renga colectivos.

    Cuando Bashō llegó a Ōgaki, en la Jefatura de Gifu, ya había completado el registro de su viaje. Tardó en revisarlo unos tres años, y escribió la versión final en 1694 con el título de oku no Hosomichi(奥の細道) o Carretera estrecha hacia el Gran Norte. La primera edición se publicó póstumamente en 1702 . De forma inmediata fue un éxito comercial y muchos otros poetas itinerantes siguieron el recorrido de su viaje. Inicia el diario con las siguientes palabras:Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el año que llega también son viajeros. A menudo se considera que es su mejor obra, con algunos hokku como el siguiente:

    araumi ya / Sado ni yokotau / Amanogawa(1689)
    Mar agitado / extiende hasta Sado / La Vía Láctea

    Al final del viaje, y del libro, Bashō llega al pueblo de Ohgaki desde donde se embarca finalmente por regresar a casa. La obra termina con el último haiku, de difícil traducción. Añadimos tres propuestas:

    hamaguri no / futami ni wakare / yuku aki zo(1689)
    Como la almeja / en dos valvas, me parto / de ti con el otoño. ( Cabezas García )

    De la almeja / se separan las valvas / hacia Futami voy con el otoño. ( Octavio Paz )

    Cómo valvas de almeja la separación; hacia Futami / marcha en otoño. ( Rodríguez-Izquierdo )

    Partiendo hacia Futami / dividiéndoseme como una almeja y las valvas / vamos con el otoño. ( Donald Keene )

    Últimos años

    Cuando regresó a Edo, el invierno de 1691, Bashō vivió en su tercera barraca, rodeado de sus discípulos. Esta vez no estaba solo, con él tenía un sobrino y su amiga, yute, que se estaban recuperando de una enfermedad. Recibió un gran número de visitantes.
    Bashō seguía sin encontrarse bien, y se sentía inquieto. Escribió a un amigo y le comentó que "preocupado por los demás, no tengo la paz de la mente". Hizo una vida de maestro hasta finales de agosto de 1693, cuando cerró la puerta de su barraca y se negó a ver a nadie durante un mes. Finalmente, cedió tras la adopción del principio de Karum o "ligereza", una semi-filosofía budista de saludo al mundo mundano, y hay que impulsar la relación con los demás más que el distanciamiento. Bashō abandonó Edo por última vez el verano de 1694, pasando un tiempo en Ueno y Kioto antes de llegar a Osaka. Enfermó con problemas de estómago y murió en paz, rodeado de sus discípulos. Está enterrado en Otsu (Prefectura de Shiga)en el pequeño templo Gichu-ji(義仲寺), junto al guerrero Minamoto Yoshinaka. Aunque no compuso ningún poema en su lecho de muerte, nos ha llegado el último poema escrito durante su última enfermedad y se le considera su poema de despedida:

    tabi ni yande / yume wa karen wo / kake meguru(1694)
    Caer enfermo durante el viaje / Mi sueño huelga errante / sobre un campo de césped seco.

    Influencia y crítica literaria

    En lugar de aferrarse a las fórmulas del KIGO(季语), forma que aún es popular en el actual Japón, Bashō aspiraba a reflejar en sus hokku las emociones y el entorno que le rodeaba. Incluso, en vida, su poesía fue muy apreciada, después de su muerte, este reconocimiento fue en aumento. Algunos de sus alumnos, y en particular Mukai Kyorai y Hattori Dohō, recogieron y compilaron las propias opiniones de Bashō sobre su poesía.
    La lista de discípulos es muy larga. Por un lado estaba el llamado grupo de los "diez filósofos", entre lo que cabe destacar Takarai Kikaku, por otro, una diversidad de seguidores entre lo que cabe destacar Nozawa Bonchō, que era médico.
    Durante el siglo XVIII, la valoración de los poemas de Bashō se incrementó de manera aún más ferviente, y comentaristas como Ishiko Sekisui Moro y Nanimaru viajó muy lejos para encontrar referencias sobre sus hokku, buscando acontecimientos históricos, documentos medievales y otros poemas. Estos admiradores fueron pródigos en sus elogios a Bashō y ocultaron las referencias, se cree que algunas de las supuestas fuentes probablemente fueron falsas. En 1793, Bashir fue "endiosado" por la burocracia sintoísta, y durante un tiempo cualquier crítica a su poesía era considerada una blasfemia.
    A finales del siglo XIX, este período en que la pasión hacia los poemas de Bashō era unánime llegó a su fin. Masaoka Shiki (1867-1902), posiblemente el crítico de Bashō más famoso, derrocó el largo periodo de ortodoxia planteando objeciones al estilo de Bashō. Sin embargo, Shiki también contribuyó a que la poesía de Bashō llegara a los principales intelectuales del momento, y al público japonés en general. Él inventó el término haiku, que sustituía al de hokku, para referirse a la forma independiente con una estructura de 5-7-5, que consideraba la más conveniente y artística de todo el Haikai no renga. De la obra de Bashō llegó a decir que "el ochenta por ciento de su producción era mediocre".
    La visión crítica de los poemas de Bashō continuó produciéndose durante el siglo XX, con notables obras de Yamamoto Kenkichi, Imoto Nōichi, y Tsutomu Ogata. El siglo XX fue también testigo de las traducciones de los poemas de Bashō a varios idiomas y con ediciones en todo el mundo. Considerado como el poeta de haiku por excelencia logró ser un referente, fruto también por el hecho de que se llegara a preferir el haiku a otras formas más tradicionales como el Tanka o Renga; ha sido considerado el arquetipo de los poetas y la poesía japonesa. Su visión impresionista y concisa de la naturaleza influyó especialmente en Ezra Pound y los imagistas, y más tarde también en los poetas de la generación beat. Claude-Max Lochu, en su segunda visita a Japón, creó su propia "pintura de viaje", inspirada en el uso de Bashō de los viajes de inspiración. Músicos como Robbie Basho y Steffen Basho-Junghans se vieron influidos también por él. En lengua castellana, cabe destacar a José Juan Tablada. En Cataluña, hay ejemplos del uso del haiku por Carles Riba.

    Lista de obras

    Kaio(1672)
    Minashiguri(1683)
    Nozarashi Kiko(1684)
    Fuyu no Hi(Días de invierno) (1684)
    Haru no Hi(1686)
    Kashima Kiko(1687)
    No Kobumi de Verdad, oUtatsu Kiko(1688)
    Kiko Sarashina(1688)
    Arano(1689)
    Hisago(1689)
    Sarumino(1689)
    Saga Nikki(1691)
    Basho no Utsusu kotoba(1691)
    Heiko no Setsu(1692)
    Sumidawara(1694)
    Betsuzashiki(1694)
    Oku no Hosomichi(Carretera estrecha hacia el Gran Norte)27 (1694)42
    Zoku Sarumino(1698)

    (Sacado de: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]




    "Senda de Oku" por Matsuo Basho

    (Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya)



    Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como jirón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso de Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matshushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida. En uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho estrofas. La primera decía así:

    Otros ahora
    en mi choza - mañana:
    casa de muñecas.

    Salimos el veintisiete del Tercer Mes. El cielo del alba envuelto en vapores; la luna en menguante y ya sin brillo; se veía vagamente el monte Fuji. La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristeció y me pregunté si alguna vez volvería a verlos. Desde la noche anterior mis amigos se habían reunido en casa de Sampu, para acompañarme el corto trecho del viaje que haría por agua. Cuando desembarcamos en el lugar llamado Senju, pensé en los tres mil ri de viaje que me aguardaban y se me encogió el corazón. Mientras veía el camino que acaso iba a separarnos para siempre en esta existencia irreal, lloré lágrimas de adiós:

    Se va la primavera,
    quejas de pájaros, lágrimas
    en los ojos de los peces.

    Este poema fue el primero de mi viaje. Me pareció que no avanzaba al caminar; tampoco la gente que había ido a despedirme se marchaba, como si no hubieran querido moverse hasta no verme desaparecer



    Sin muchas cavilaciones decidí, en el segundo año de la Era de Genroku (1689), emprender la larga peregrinación por tierra de Oku. Me amedrentaba pensar que, por las penalidades del viaje, mis canas se multiplicarían en lugares tan lejanos y tan conocidos de oídas, aunque nunca vistos; pero la violencia misma del deseo de verlos disipaba esta idea y me decía ¡he de regresar vivo! Ese día llegué a la posada de Soka. Me dolían los huesos, molidos por el peso de la carga que soportaban. Para viajar debería bastarnos sólo con nuestro cuerpo; pero las noches reclaman un abrigo; la lluvia, una capa; el baño, un traje limpio; el pensamiento, tinta y pinceles. Y los regalos que no se pueden rehusar... Las dádivas estorban a los viajeros.



    Visitamos el santuario de Muro-no-yashima, Sora, mi compañero, me dijo que la diosa de este santuario se llama Konoshana Sakuyahime (Señora de los Árboles Floridos) y que es la misma del monte Fuji. Es la madre del príncioe Hohodemi-no-Mikoto. Para dar a luz se encerró en una casa tapiada y se prendió fuego. Por eso el santuario se llama Muro-no-Yashima, que quiere decir "Horno de Yashima". Así se explica la costumbre de mencionar al humo en los poemas que tienen por tema este lugar. También se conserva una tradición que prohibe comer los peces llamados konoshiro.



    El día treinta nos hospedamos en una posada situada en la falda del monte Nikko. El dueño de la posada me dijo que se llamaba Gozaemon y que, por su rectitud, la gente lo nombraba Gozaemon del Buda. "Reposen sosegados esta noche -nos dijo-, aunque su almohada sea un manojo de hierbas." Preguntándome qué Buda había reencarnado en este mundo de polvo y pecado para ayudar a tan pobres peregrinos como nosotros, me dediqué a observar la conducta del posadero. Aunque ignorante y tosco, era de ánimo abierto. Uno de esos a los que se aplica el "Fuerte, resuelto, genuino: un hombre así, está cerca de la virtud". En verdad, su hombría de bien era admirable.
    El día primero del Cuarto Mes oramos en el templo de la montaña sagrada. Antiguamente la montaña se llamaba Futara, pero el gran maestro Kubai, al fundar el templo, cambió su nombre por el de Nikko, que quiere decir "Luz del Sol". El gran sacerdote adivinó lo que ocurriría mil años después, pues ahora la luz de esta montaña resplandece en el cielo, sus beneficios descienden sobre todos los horizontes y los cuatro estados viven pacíficamente bajo su esplendor. La discreción me hace dejar el tema.

    Mirar, admirar
    hojas verdes, hojas nacientes
    entre la luz solar.



    La niebla envolvía al monte Cabellera Negra y la nieve no perdía aún su blancura. Sora escribió este poema:

    Rapado llego
    a ti, Cabellos Negros:
    mudanza de hábito.

    Sora es de la familia Kawai y su nombre de nacimiento es Sogoro. Vive ahora cerca de mi casa, bajo las hojas de Basho, y me ayuda en los quehaceres diarios. Deseando ver los panoramas de Matshushima y Kisagata, decidió acompañarme y así prestarme auxilio en las dificultades del viaje. En la madrugada del día de la partida afeitó su cráneo, cambió su ropa por la negra de los peregrinos budistas y cambió la escritura de su nombre por otra de caracteres religiosos. Estos detalles explican el significado de su poema. Las palabras con que alude a su mudanza de hábito dicen mucho sobre su temple.



    En la montaña, a más de veinte cho de altura, hay una cascada. Desde el pico de una cueva se despeña y cae en un abismo verde de mil rocas. Penetré en la cueva y desde atrás la vi precipitarse en el vacío. Comprendí porque la llaman "Cascada-vista-de-espaldas".

    Casacada - ermita:
    devociones de estío
    por un instante.



    Tengo un conocido en un lugar llamado Kurobane, en Nasu. Por buscarlo, atravesé en línea recta los campos en lugar de ir por los senderos. A lo lejos se veía un pueblo pero de pronto empezó a llover y se vino encima la noche; me detuve en casa de un campesino, que me dió alojamiento. Al día siguiente crucé de nuevo los campos. Encontré un caballo suelto y a un hombre que cortaba yerbas, a quien pedí auxilio. Aunque rústico, era persona de buen natural y me dijo: "Es difícil encontrar el camino porque los senderos se dividen con frecuencia; un forastero fácilmente se perdería. No quisiera que esto le ocurriese. Lo mejor que puede hacer es tomar este caballo y dejarse conducir por él hasta que se detenga; después, devuélvamelo". Monté al caballo y continué mi camino. Dos niños me siguieron corriendo durante todo el trayecto. Uno era una muchacha llamada Kasane: nombre extraño pero elegante.

    ¿Kasane, dices?
    El nombre debe ser
    del clavel doble.
    Sora

    A poco llegué al pueblo. En la silla de montar puse una gratificación y devolví el caballo.



    Visitamos al administrador del Señorío de Kurobane, un tal Jyoboji. No nos esperaba y esto pareció redoblar la alegría con que nos recibió. Pegamos la hebra y pasamos charlando días y noches. Su hermano Toshui también nos visitó con frecuencia, nos llevó a su casa y nos presentó a su familia. Todos nos hacían invitaciones. Al cabo de unos días de descanso, recorrimos los alrededores y visitamos el lugar en donde se ejercitaban en la cacería de perros. En el llano de bambúes de Nasu visité la tumba de la Señora Tamamo y el Santuario de Hachiman. Me enteré de que Yoichi, cuando flechó el abanico, invocó especialmente a Hachiman, patrón de su país. El dios de este Santuario es precisamente aquel al que pidió ayuda Yoichi. Todo esto me conmovió. Al ponerse el sol, regresé a casa de Toshui.
    Cerca hay un monasterio Shugen, llamado Komyo-ji. Nos llevaron allí y en la ermita de Gyojia, ante sus sandalias gigantescas, compuse lo siguiente:

    Sandalias santas:
    me inclino: a mí me aguardan
    verano y montes.

    En esta región, atrás del Ungan-ji, Templo del Risco entre las Nubes, perdida en la montaña, se encuentra la ermita del Venerable Buccho. Una vez él me dijo que había escrito sobre la roca, con carbón de pino, esto:

    Mi choza de paja:
    ancho y llargo
    menos de cinco shaku.
    ¡Qué carga poseerla!
    Pero la lluvia...



    Para ver lo que quedase de la cabaña me dirigí al templo. Algunas gentes, la mayoría jóvenes, vinieron a ofrecerse como guías. Conversando animadamente y sin darnos cuenta llegamos a la falda de la montaña. La espesura era impenetrable y sólo se veían a lo lejos distintos senderos del valle; pinos y cedros negros, el musgo goteaba agua y estaba frío aún el cielo del Cuarto Mes. Tras contemplar los Diez Panoramas, cruzamos el puente y pasamos el Pórtico... pero ¿dónde estaban las ruinas de la ermita de Buccho? Al fin, trepando la montaña por detrás del templo, descubrimos frente a una cueva una pequeña choza colgada sobre la roca. Sentí como si me encontrara en presencia de la Puerta de la Muerte del Gran Bonzo Myo o de la Celda de Piedra del Maestro Houn.
    Escribí estos versos allí mismo y los dejé pegados en uno de los pilares de la ermita:

    Ni tu la tocarás
    pájaro carpintero:
    oquedal en verano.



    Cerca de Kurobane se encuentra la Piedra-que-mata. Como decidiese ir a verla, el administrador del Señorío me prestó un caballo y un palafrenero. Durante el trayecto aquel hombre de ruda apariencia me rogó que compusiese un poema. Me sorprendió tanta finura y escribí lo siguiente:

    A caballo en el campo,
    y de pronto, deténte:
    ¡el ruiseñor!

    Detrás de la montaña, junto al manantial de aguas termales, se halla la Piedra-que-mata. El veneno que destila sigue siendo de tal modo activo que no se puede distinguir el color de las arenas en que se asienta, tan espesa es la capa formada por las abejas y mariposas que caen muertas apenas la rozan.
    En el pueblo de Ashino están los "sauces temblando en el agua clara". Se les ve entre los senderillos que dividen un arrozal de otro. Koho, el alcalde de este lugar, nos había prometido muchas veces que un día nos los mostraría. Ahora por fin podía contemplarlos. Pasé un largo rato frente a un sauce:

    Quedó plantado
    el arrozal cuando le dije
    adiós al sauce.



    Había estado varios días inquieto pero mi ansiedad errante se apaciguó cuando llegamos al Paso de Shirakawa. Cuánta razón tenía aquel poeta que al llegar a este lugar dijo: "¡si sólo pudiera darles un vislumbre de esto a los de la capital!". El paso de Shirakawa es uno de los tres más famosos del Japón y es el más amado por los poetas. En mis oídos soplaba "el viento del otoño", en mi imaginación brillaban "sus hojas rojeantes", pero ante mis ojos, delicia de la vista, manchas reales de verdor se extendían aquí y allá. Blancas como lino las flores de U y no menos blancos los espinos en flor -era como si caminásemos sobre un campo de nieve. Kisoyuke cuenta que hace muchos años, al atravesar este paraje, un viajero se vistió con su traje de corte y se colocó en la cabeza el sombrero de ceremopnia. Aludiendo a este episodio, Sora escribió estos versos.

    La flor U en mi sombrero.
    Para cruzar Shirakawa
    no hay mejor atavío.



    Con ánimo indiferente pasamos el río Abukuma. A la izquierda, las cimas de Aizu; a la derecha, los caseríos de Iwaki, Soma y Miharu: a lo lejos, las cadenas de montañas que dividen Hitachi de Shimo-tsuke. Bordeamos la Laguna de los Reflejos: como el día estaba nublado, nada se reflejaba en ella. En la posada del río Suga visitamos a cierto Tokyu, que nos detuvo cuatro o cinco días. Lo primero que hizo al verme fue preguntarme: "¿Cómo atravesó el paso de Shirakawa?". En verdad, desasosegado por viaje tan largo y el cuerpo tan cansado como el espíritu; además, la riqueza del paisaje y tantos recuerdos del pasado me turbaron e impidieron la paz necesaria a la concentración. Y no obstante:

    Al plantar el arroz
    cantan: primer encuentro
    con la poesía.

    Al decir estos versos, agregué a guisa de comentario: "Imposible pasar por ahí sin que fuese tocada mi alma". Mi poema le gustó a Tokyu, quien escribió a continuación un segundo. Sora añadió otro y así compusimos una tríada.
    Al lado de la posada había un gran castaño, a cuya sombra vivía un solitario. Recordé a aquel que había vivido de las bellotas que encontraba y anoté la siguiente reflexión: "El ideograma de castaño está compuesto por el signo de Oeste y el signo de árbol, de modo que alude a la Región Pura de Occidente. Por eso el cayado y los pilares de la ermita del bonzo Gyoki eran de madera de castaño.

    Sobre el tejado:
    flores de castaño.
    El vulgo las ignora.



    Aproximadamente a cinco ri de la casa de Tokyu está la posada de Hiwada y cerca de ella, bordeado por el camino, el monte Asaka. Abundan las lagunas. Se aproximaba la época de la cosecha de katsumi, por lo que pregunté a la gente: "¿cuál es la planta que llaman hanakatsumi?". Nadie lo sabía. La busqué a la orilla de las lagunas, volví a preguntar a los nativos y así anduve indagando por katsumi y katsumi. Mientras tanto, el sol rozaba la cresta de la montaña. Torciendo a la derecha desde Nihonmatsu, fuimos a echar un vistazo a la cueva de Kurozuka. Nos hospedamos en Fukushima.


    (continuará)


    .


    Última edición por Pedro Casas Serra el Jue Mayo 26, 2022 3:27 am, editado 1 vez
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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Samara Acosta Vie Mayo 25, 2012 3:19 am

    Quedó plantado
    el arrozal cuando le dije
    adiós al sauce.


    Muchas gracias Pedro, este foro es un libro abierto sin fin,quien no lo aproveche... besitos
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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom Mayo 27, 2012 2:54 am

    Celebro que te guste, Samara. Lo continuo.

    Un abrazo.
    Pedro


    ...............................



    Al amanecer salimos hacia el rumbo de Shinobu, para contemplar la piedra con que imprimen los dibujos en las telas. La encontramos, medio cubierta de tierra, en un pueblo en la falda de la montaña. Los muchachos del lugar se acercaron y nos dijeron: "Antes estaba en la punta del cerro pero las gentes que pasaban por aquí cortaban las plantas de cebada, que luego machacaban con la piedra. Los campesinos se enojaron y la echaron al valle. Por eso la piedra está boca abajo".

    Manos que hoy plantan el arroz:
    ayer, diestras, dibujos
    imprimían con una piedra.



    Después de haber atravesado el vado de Tsukinowa llegamos a la posada de Senoue. Cerca de la montaña, a ri y medio a la izquierda, se hallan las ruinas de la mansión de Sato Shoji. Como nos dijeron que estaban en Sabano de Iizuka, nos echamos a andar y preguntando por los caminos llegamos hasta Maruyama: ahí está el antiguo castillo de Shoji. Nos enseñaron lo que quedaba de la Gran Puerta en la falda del monte y los ojos se me humedecieron. En un viejo monasterio cercano se conservan todavía las estelas de la familia entera. Me conmovieron sobre todo los epitafios de las dos nueras. El llanto mojaba mis mangas mientras pensaba cómo estas dos mujeres, no obstante su sexo, habían inscrito sus nombres en los anales del valor. La estela que contemplaba merecía llamarse como aquella de la antigua China: "Lápida grabada con lágrimas". Entré en el templo y pedí una taza de té. Ahí enseñan como tesoro la espada de Yoshitsune y el morral de Benkei.

    Espada y morral:
    Fiesta de los Muchachos,
    banderas de papel...

    Hoy es el primero del Quinto Mes.



    Esta noche nos hospedamos en Iizuka; allí nos bañamos en las aguas termales. La casa en donde nos dieron posada era miserable y su piso era de tierra. Como no había siquiera una lámpara, arreglé mis alforjas al resplandor del fuego del hogar y extendí sobre el suelo mi estera. Apenas cayó la noche se desató la tormenta y empezó a llover a cántaros. El agua se colaba por los agujeros del techo y me empapaba; además, las pulgas y los mosquitos me martirizaban sin que me dejasen cerrar los ojos. Entonces mi vieja enfermedad se despertó, volvió a atacarme y sufrí tales cólicos que creí morir. Pero las noches de esta época son cortas y poco a poco el cielo comenzó a aclararse. Partimos con la primera luz. No me sentía bien y el dolor no me dejaba. Alquilamos caballos y nos dirigimos hacia Koori. Con un viaje aún largo en perspectiva, mi estado me desosegaba aunque el andar de peregrino por lugares perdidos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y resignarse a su impermanencia: si muero en el camino, será por voluntad del cielo. Estos pensamientos me dieron ánimos y zigzaguenado de aquí para allá por las veredas dejamos atrás la Gran-Puerta-de-Madera de Date.



    Pasamos por el pueblo de Abumizuri y el castillo de Shiraishi y llegamos al departamento de Kasajima. Preguntamos a la gente por la tumba de Toh-no-Chujyo-Sanekata. Nos indicaron que "allá lejos, a la derecha, al pie de la montaña, entre dos lugares llamados Minowa y Kasajima, existen aún el Santuario del Dios de los Caminoa y los Juncos del Recuerdo. Las lluvias de mayo habían deshecho los senderos y estábamos muy fatigados, de modo que nos contentamos con ver desde lejos aquellos sitios. Mientras caminaba se me ocurrió que Minowa (capa) y Kasajima (sombrero) eran nombres que tenían indudable relación con las lluvias del mes:

    El Quinto Mes,
    sus caminos de lluvia:
    ¿dónde está Kasajima?

    Nos hospedamos en Iwanuma.



    Al ver el pino de Takekuma, de veras sentí como si despertara. Desde la raíz el árbol se divide en dos troncos; según nos dijeron, la forma de ahora es la misma que tenía hace seglos. Recordé al maestro Noin. Hace mucho pasó por este lugar un señor que iba a tomar posesión de la gobernatura de Mutsu y cortó el árbol, para usarlo como pilar del puente del río Natori; y a esto alude la poesía de Noin: "no hay ya ni restos del famoso pino". Una generación lo corta y otra lo vuelve a plantar; ahora, crecido de nuevo, parece como si tuviera mil años de edad. Realmente es hermoso.

    Ya que no vuestras flores,
    mostrádle, cerezos tardíos,
    el pino de Takekuma.

    Un discípulo llamado Kyohaku me dedicó, al despedirme, este poema. Así le respondí:

    De los cerezos en flor
    al pino de los dos troncos:
    tres meses ya.



    Cruzamos el río Natori y llegamos a Sendai. Era el día en que adornan los tejados con hojas de lirios cárdenos. Encontramos una posada y allí nos alojamos cuatro o cinco días. En esta villa vive un pintor llamado Kaemon. Nos habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué y nos hicimos amigos. El pintor me dijo que se ocupaba en localizar los lugares famosos que mencionan los antiguos poetas y que, por el paso de los años, ya nadie sabe dónde se encuentran. Un día me llevó a visitar algunos: en Miyagino los campos estaban cubiertos de hagi e imaginé su hermosura en otoño; en Tamada, Yokono y Tsutsuji-ga-oka (colina de azaleas), florecía el asebi; penetré en un bosque de pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol, paraje que llaman "Penumbra de árboles", tan húmedo por el rocío de la arboleda que dió lugar a aquella poesía que comienza: "¡Ea, los guardias! ¡Su sombrero!".
    Después de orar en el templo de Yakushi-do y en el Santuario de Tenjin, contemplamos la puesta del sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era:

    Pétalos de lirios
    atarán mis pies:
    ¡correas de mis sandalias!



    Siguiendo el trazado del mapa que nos había hecho aquel pintor, llegamos al sendero de Oku. A un lado del sendero, cerca de la montaña, se hallan los juncos de Tofu. Nos contaron que los lugareños, todos los años, todavía tejen una estera y se la ofrecen como homenaje al gobernador.
    La estela de Tsubo está en el castillo de Taga, en la villa de Ichikawa. Mide un poco más de seis shaku de largo y cerca de tres de ancho. A través del musgo que la cubre se distingue apenas una inscripción. Primero indica las distancias que hay desde este sitio hasta todas las fronteras y después dice: "Este castillo fue edificado en el primer año de Jinki (724) por el Inspector y Capitán General Ohno Azumahito y fue reconstruido en el sexto año de Tempyo-Hohji (762) por el Consejero de la Corte, Visitador y Capitán General Emi Asakari. Primer día de la decimosegunda luna". Pertenece a la época del Emperador Shomu.
    Al visitar muchos lugares cantados en viejos poemas, casi siempre uno se encuentra con que las colinas se han achatado, los ríos han cambiado su curso, los caminos se desvían por otros parajes, las piedras están medio enterradas y se ven pimpollos en lugar de los árboles aquellos antiguos y
    venerables. El tiempo pasa y pasan las generaciones y nada, ni sus huellas, dura y es cierto. Pero aquí los ojos contemplaban con certeza recuerdos de mil años y llegaba hasta nosotros el pensamiento de los hombres de entonces. Premios de las peregrinaciones... El placer de vivir me hizo olvidar el cansancio del viaje y casi me hizo llorar.



    Después visitamos el río Tama de Noda y la roca de Oki. En Sue-no-Matshuyama hay un monasterio llamado Masshozan. Entre los pinos hay muchas tumbas. Ver que en esto terminan todos esos juramentos y promesas de vivir "como el pájaro de dos cabezas" o "los árboles de ramas unidas" aumentó mi tristeza. Cuando llegamos a la bahía de Shiogama, tañían las campanas del crepúsculo repitiéndonos que nada permanece. El cielo lluvioso del Quinto Mes se aclaró levemente y la luna del atardecer se mostró pálida. La isla de Magaki parecía al alcance de la mano: tan cerca se veía. Los pescadores remaban en sus barquitas, todas formadas en hilera y se oían las voces de los que repartían los peces. Recordé el verso: "atados con sogas". Comprendí al poeta y me conmoví.
    Esa noche oí a un bonzo ciego cantar en el estilo del norte llamado Oku-Johruri, acompañado por el instrumento biwa. Su estilo no era el usual del acompañamiento de las baladas guerreras o de los cantos para danzar. El son era rústico y como tocaban cerca de donde reposaba me pareció demasiado ruidoso. Pero era admirable que en tierras tan lejanas no se hubiese olvidado la tradición y se cantasen esos viejos romances.



    En la madrugada fui al Santuario de Shiogama. Reconstruido por el actual gobernador, sus columnas son suntuosas y pesadas; las vigas de las techumbres relucen pintadas de colores brillantes y los peldaños de su escalera de piedra se repiten hasta perderse de vista. El sol temprano chisporroteaba sobre las balaustradas de laca roja. Me impresionó que en rincones tan apartados de este mundo manchado, la devoción a los dioses estuviese tan viva. Esto es algo muy de la tradición de mi país. Frente al santuario hay una antigua linterna con una pequeña puerta de hierro que dice: "Ofrenda de Izumi Saburo, año tercero de Bunji" (1187). Como sería todo esto hace hace quinientos años... Este Izumi fue un guerrero valiente, fiel y leal; su nombre aún es venerado y todo el mundo lo recuerda con amor. La verdad de los clásicos resplandece: "Leal a tu ley y a tu palabra: la fama te seguirá". Cerca ya del mediodía, tomamos un barco que nos condujo a Matsushima, que está a unos dos ri de distancia, y desembarcamos en la playa de Ojima.



    Ya es un lugar comun decirlo: el paisaje de Matsushima es el más hermoso del Japón. No es inferior a los de Doteiko y Seiko, en China. El mar, desde el sureste, entra en una bahía de aproximadamente tres ri, desbordante como el río Sekkoh de China. Es imposible contar el número de las islas: una se levanta como un índice que señala al cielo; otra se tiende boca abajo sobre las olas; aquélla parece doblarse en otra; la de más allá se vuelve triple; algunas, vistas desde la derecha, semejan ser una sola y vistas del lado contrario, se multiplican. Hay unas que parecen llevar un niño a la espalda; otras como si lo llevaran en el pecho; algunas parecen mujeres acariciando a su hijo. El verde de los pinos es sombrío y el viento salado tuerce sin cesar sus ramas de modo que sus líneas curvas parecen obra de un jardinero. La escena tiene la fascinación distante de un rostro hermoso. Dicen que este paisaje fue creado en la época de los dioses impetuosos, la divinidad de las montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo.



    Ojima es una estrecha lengua de tierra que penetra en el mar. Todavía hay vestigios de la ermita del bonzo Ungo y aún puede verse la roca sobre la cual meditaba. Se entrevén algunos devotos que viven a la sombra de los pinos, retirados de la vida mundana. Habitan apaciblemente en chozas de paja, de las que sale continuamente el humo de los conos de pino y hojas secas que queman. Aunque no sabía qué clase de gente realmente era aquélla, sentí unas extrañas ganas de conocerlos pero cuando me acercaba a una de sus chozas me detuvo el reflejo de la luna sobre el mar: el paisaje de Matsushima se bañaba ahora en una luz diferente a la del día anterior. Regresé a la playa y me hospedé en su parador. Mi cuarto estaba en el segundo piso y tenía grandes ventanas. Dormir viajando entre nubes, mecido por el viento. Extraña, deliciosa sensación.

    En Matsushima
    ¡sus alas plata pídele,
    tordo, a la grulla!

    ..................Sora



    Me acosté sin componer poesía pero no pude dormir. Recordé el poema sobre Matsushima que Sodo me regaló al abandonar mi choza. También Hara Anteki me había dedicado un tanka con el mismo tema. Abrí mi alforja e hice de esos dos poemas los compañeros de mi insomnio. Había también los haiku de Sampu y Jyokushi.



    El día once practicamos nuestra devociones en el templo Zuigan-ji. El trigésimo segundo patriarca, Heishiro de Makabe, a su regreso de China, fundó este templo. Después, gracias al maestro de zen, el bonzo Ugo, se hermosearon los edificios principales, resplandecieron sus oros y azules y el templo se convirtió en una construcción que parece la réplica del Paraíso. ¿Cuál será, entre todas estas construcciones, la de aquel santo Kembutsu?
    Día doce. Deseábamos ir a Hiraizumi y en el camino preguntamos por el pino de Aneha y el puente de Odae, a los que tantos poemas se refieren. Como apenas si pasa gente por estos senderos, veredas para cazadores y leñadores, nos extraviamos, confundimos el camino y sin quererlo llegamos al puerto de Ishinomaki. Desde allí se ve, al otro lado del mar, el monte Kinkazan, del que un antiguo poeta dijo: "el monte donde florece el oro...". Cientos de barcos se apiñan en la bahía; las casas se apeñuscan unas contra otras y el humo de sus chimeneas enturbia el cielo. Me dije: yo no quería venir a este lugar... Buscamos posada para pasar la noche pero nos rechazaron en todas partes. Al fin logramos albergue en una cabaña miserable y al día siguiente continuamos nuestro camino, sin saber a ciencia cierta qué dirección deberíamos tomar. Caminamos por los bordes del río y, sin detenernos, echamos un vistazo al vade de Sode, la dehesa de Obuchi y el cañaveral de Mano. Más tarde, con el corazón en un puño, recorrimos las orillas de un inmenso pantano. Pasamos una noche en Toima y llegamos al fin a Hiraizumi. Creo que caminamos más de veinte ri.



    El esplendor de tres generaciones de Fujiwara duró el sueño de una noche. Los restos de la entrada principal de la mansión están a la distancia de un ri del conjunto de las ruinas. El palacio de Hideira es un erial y sólo queda en pie el monte Gallo de Oro. Subí a las ruinas del palacio Takadate. Desde allí se ve al Kitakami, gran río que viene del sur; el río Koromo, tras ceñir al castillo de Izumi, se le une bajo el palacio Takadate; las ruinas del castillo de Yasuhira, con el paso de Koromo, que está más adelante, guardan la entrada del sur y constituyen una defensa contra toda invasión. Aquí se encerreron los fieles elegidos. De sus azañas nada queda sino estas yerbas. Recuerdo al antiguo poema: "Las patrias se derrumban, ríos y montañas permanecen; sobre las ruinas del castillo verdea la hierba, es primavera". Me siento sobre mi sombrero y lloro, sin darme cuenta del paso del tiempo:

    Hierba de estío:
    combates de los héroes,
    menos que un sueño.

    Sora escribe otro poema:

    Flores de U:
    ¡Ah, canas del héroe
    Kanefusa!



    Me habían encomiado mucho las dos famosas capillas. Ambas estaban abiertas; en la de los Sutras están las estatuas de los tres capitanes y en la de la Luz yacen tren ataúdes, tres Budas velan. Los Siete Tesoros se han dispersado, el viento ha roto las puertas incrustadas de perlas y las columnas doradas se pudren bajo la escarcha y la niebla. Hace tiempo que todo se habría derrumbado, agrietado por el abandono y comido por las plantas salvajes, pero han levantado nuevos muros y han construido un techo contra el agua y el viento. Estos monumentos, viejos de mil años, todavía afrontarán al tiempo:

    Terco esplendor:
    frente a la lluvia, erguido
    templo de luz.



    Mientras a lo lejos se veía el camino de Nambu, llegamos al pueblo de Iwade, en donde pernoctamos. Recorrimos después Ogurosaki y las islas de Mizu; tras pasar por las fuentes termales de Naguro, intentamos penetrar en la provincia de Dewa por el paso de Shitomae. Como por ese camino son pocos los viajeros los guardias nos observaron con desconfianza y nos detuvieron bastante tiempo. Ya había oscurecido cuando nos acercamos al monte Ohyama, de modo que, pasando cerca de la casa de un guardia, nos aproximamos y le pedimos albergue por la noche. Se desató un temporal y durante tres días nos vimos obligados a quedarnos en esas ariscas soledades.

    Piojos y pulgas;
    mean los caballos
    cerca de mi almohada.



    El dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia la provincia de Dewa no era muy seguro, pues había que cruzar el monte Ohyama, y nos recomendó que contratásemos un guía. Como asintiésemos, él mismo se encargó de conseguirlo y al poco tiempo se presentó con un rollizo joven, daga curva al cinto y en la diestra un grueso bastón de roble. El mocetón marchaba adelante de nosotros. Mientras trotaba a su zaga, me decía: "ahora sí de seguro nos acecha un percance". Según lo había anunciado el posadero, la montaña era abrupta y hostil. Ni el grito de un pájaro atravesaba el silencio ominoso; al caminar bajo los árboles la espesura del follaje era tal que de veras andábamos entre tinieblas; a veces parecía caer tierra desde las nubes. Hollamos matas de bambú enano, vadeamos riachuelos, tropezamos con peñascos y, con el sudor helado en el cuerpo, culebreamos sin parar hasta llegar a la villa de Mogami. Al despedirse, el guía nos dijo sonriendo: "en este camino siempre suceden cosas inesperadas y ha sido una fortuna traerlos hasta aquí sin contratiempos". Aún me dan frío sus palabras.



    En Obanazawa visitamos a un tal Seifu. Hombre nada vulgar, a pesar de su riqueza. Como de vez en cuando sus negocios lo llevaban hasta la capital, comprendía las necesidades de los viajeros y las penalidades que sufren en sus viajes. Nos dejó su casa por unos días y, no satisfecho con dar reposo a nuestros quebrantados cuerpos, nos ofreció muchos entretenimientos.

    En la frescura
    me tiendo y sesteo
    como en mi lecho.

    ___


    Sal, no te escondas
    - bajo la Kaiya en sombra
    vocea el sapo.

    ___


    Flor carmín, cardo
    que recuerda al pincel
    para las cejas.

    ___


    Crían gusanos de seda
    pero en sus ropas:
    aroma de antigua inocencia.



    En el señorío de Yamagata hay un templo en la montaña llamado Ryushaku-ji. Lo fundó el gran maestro Jikaku y es un lugar famosos por su silencio. Como me recomendaron que fuésemos a verlo, tuvimos que regresar a Obanazawa y caminar cerca de siete ri. El sol no se ocultaba aún y pedimos hospitalidad en uno de los asilos para los peregrinos que se encuentran en las estribaciones del monte. Después subimos al santuario, que está en la cumbre. La montaña es un hacinamiento de rocas y peñas, entre las que crecen pinos y robles envejecidos; la tierra y las piedras estaban cubiertas por un musgo suave y todo parecía antiquísimo. El templo está construido sobre la roca; sus puertas estaban cerradas y no se oía ningún ruido. Di la vuelta por un risco, trepé por los peñascos y llegué al santuario. Frente a la hermosura tranquila del paisaje, mi corazón se aquietó:

    Tregua de vidrio:
    el son de la cigarra
    taladra rocas.



    Habíamos planeado hacer la travesía en barca por el río Mogami y en el lugar llamado Ohishida hicimos alto en espera de que el tiempo mejorase. Allí me dijeron: "Las semillas de la vieja escuela de haikai cayeron hace mucho en esta tierra; los días de su florecimiento no han sido olvidados y todavía conmueve a la soledad en que viven los poetas de Ohishida el sonido de las flautas mongólicas... Queremos marchar juntos por el camino de la poesía; vacilamos entre el nuevo y el viejo estilo porque no tenemos a nadie que nos guie: ¿quiere ayudarnos?". No pude rehusarme y me uní a ellos para componer juntos una serie de poemas. De todas las reuniones poéticas de mi viaje, ésta fue la que dió mejores frutos.


    (continuará)

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    Mensaje por Maria Lua Dom Mayo 27, 2012 11:49 pm

    De los cerezos en flor
    al pino de los dos troncos:
    tres meses ya.



    Gracias, Pedro, por compartir
    la belleza y la magia de la obra
    de Basho...
    Volveré...
    Besos
    Maria Lua


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    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
    compartir contigo sol y luna,
    siendo guardián en tu cielo
    y tren de tus ilusiones."
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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun Mayo 28, 2012 6:09 am

    Gracias a ti, Maria, por tu interés.

    Un abrazo.
    Pedro


    ............................................




    El río Mogami sale del señorío de Michinoku, deja atrás Yamagata y bordeando el costado norte del monte Itajiki, desemboca en el mar de Sakata. En su trayecto fluye entre gargantas angostas y erizadas, como Goten y Haybusa. A la izquierda y a la derecha las montañas parecían juntarse sobre nuestras cabezas, mientras el barco se deslizaba bajo la espesura de los árboles que crecen a sus flancos. A barcos como el nuestro los llamaban "barcos de arroz". Vimos despeñarse a la cascada de Shiraito entre el verde follaje y a la orilla, colgando de un farallón, al Templo del Ermitaño. Por la crecida, la navegación era ardua:

    Junta las lluvias
    del Quinto Mes del río --
    y al mar las lanza.

    El tercer día del Sexto Mes subimos al monte Haguro. Preguntamos por uno que se llama Zushi Sakichi, poeta en haikai. Él nos llevó ante el abad Egaku, prior del monasterio, quien después de recibirnos ordenó que se nos hospedase en uno de los templos dependientes de Minamidani. Allí fuimos atendidos con exquisita cortesía. El día cuatro, en el templo principal, celebramos una reunión de renga haikai. Mi estrofa inicial:

    ¡Qué cortesía!
    Hasta la nieve es fragante
    en Minamidani.



    El día cinco oramos en el gran Santuario. No se sabe en que época vivió su fundador, el sacerdote Nohjyo. En los "Ritos de Engi" aparece como el Santuario de Ushu-satoyama, el nombre original debe haber sido Ushu-kuroyama y, abreviándolo, lo convirtieron en Haguro-yama (Monte Haguro). La razón de que esta provincia se llame Dewa (rica en plumas) es que, según dice la crónica, fue aquí donde se hizo la ofrenda de las plumas de ave a la Casa Imperial. El paraje se llama Tres Montes, aludiendo a Haguro, Gassan y Yudono. Actualmente el Santuario está bajo la jurisdicción del templo Kan-ei-ji, en Edo.
    En este monasterio la doctrina del budismo tendái -"la negación conduce al conocimiento"- brilla como una luna límpida y su prédica de la conquista de la serenidad por medio de la identidad (de los contrarios) es como una lámpara que no se apaga nunca. Las celdas no están apartadas sino juntas y los monjes peregrinos que pasan por aquí rivalizan en rigor ascético con los que viven en permanencia. Todo lo que se ve es prueba del milagroso poder de este lugar santo y mueve a la piedad. La montaña, admirada y venerada por todos, difunde su poder sagrado en toda la región.



    El día octavo escalé el monte Gassan. Llevaba una bufanda de algodón en los hombros y una capucha blanca en la cabeza; conducido por el guía caminé ocho ri sobre nieves, bajo nubes y entre nieblas. Era como andar por esos pasos de bruma en las rutas del sol y de la luna. Al llegar a la cumbre, el cuerpo helado y la respiración cortada, el sol se ponía y la luna se asomaba. Corté yerbas de bambú para usarlas como almohada, me tendí y esperé a que amaneciera. Cuando las sombras se abrieron y el sol apareció, me incorporé e inicié mi marcha hacia Yudono.
    En un rincón del valle se encuentra la "cabaña de los forjadores". En esta provincia los forjadores usan agua sagrada del valle para sus ritos de purificación y sólo después de cumplirlos baten sus espadas, a las que estampan la marca Gassan, de gran renombre en su tiempo. Seguramente siguen el ejemplo de aquellos chinos que cinglaban sus espadas en la fuente del Dragón; la devoción de estos herreros por su oficio los ha llevado a forjar sables dignos de los más famosos, como Kansyo y Nakuya.



    Me senté sobre una roca y mientras decansaba descubría un árbol de cerezo de tres shaku de altura, ¡sus capullos estaban entreabiertos! Maravillosa lección la de ese cerezo tardío que no olvidaba a la primavera ni aún sepultado bajo la nieve. Flores y hielo me recordaron a aquellas flores de ciruelo bajo un cielo incandescente de que habla una poesía china; y también me hicieron pensar en el poema del maestro Gyoson -y aún con mayor intensidad.
    Según las leyes de los peregrinos budistas, está prohibido dar pormenores de lo que ven los ojos en este monte; obedezco y me callo... Regresé al templo que nos servía de posada y a petición del prior escribí los siguientes poemas sobre nuestra peregrinación a los tres montes:

    ¡Ah, la frescura!
    La luna, arco apenas
    sobre el Ala Negra.

    __

    Picos de nubes
    sobre el monte lunar:
    hechos, desechos.

    __

    Sobre Yudono
    ni una palabra: mira
    mis mangas mojadas.

    Sora escribió este poema:

    Yudono: piso
    la senda de monedas
    corren mis lágrimas.



    Salimos de Haguro y llegamos al pueblo que está al pie del castillo de Tsurugaoka. Paramos en casa de un samurai, Nagayama Shigeyuki. Allí compusimos un renga haikai. Hasta aquí nos acompañó aquel Zushi Sakichi. En barco fuimos al puerto de Sakata y nos alojamos en casa de un médico llamado Enan Fugyoku.

    Rueda del monte
    al mar, de Atsumi a Fuku,
    la tarde fresca.

    __


    Río Mogami:
    tomas al sol y al mar
    lo precipitas.



    Ríos o montes, playas o valles: había visto muchos y admirables pero ahora la idea de ver a Kisagata me atenaceaba. Desde el puerto de Sakata caminamos y caminamos, subiendo y bajando colinas, hollando sableras, bordeando litorales y no habíamos avanzado más de unos diez ri cuando, el sol ya a ras del horizonte, el viento de alta mar amotinó las arenas y empezó a llover... así vimos esfumarse el perfil del monte Chokai. Me dije que si el paisaje con lluvia era hermoso -como ver algo en la penumbra- lo sería también sin ella. Con esta idea pernoctamos en la choza de un pescador, esperando que cesase de llover.
    Al día siguiente por la mañana el cielo estaba despejado y la luz del sol matinal lucía radiante. Nos embarcamos en la bahía de Kisagata. Primero nos acercamos a la isla de Noin y visitamos el lugar en donde el maestro estuvo recluido durante tres años; después desembarcamos en la orilla opuesta: allí todavía está un viejo árbol de cerezo, sobre el cual el maestro Saigyo escribió el poema "Reman sobre las flores". Muy cerca, a la orilla del agua, se encuentra un mausoleo que dicen es de la emperatriz Jingu. El monasterio vecino se llama Kanmanjuji; nunca he oído que la emperatriz hubiese visitado este lugar. ¿No es extraño?... En la celda del prior del templo me siento y corro la cortina de bambú: la bahía entra por mis ojos. Al sur, el monte Chokai sostiene al cielo y la imagen de su mole flota sobre las aguas; al oeste, la barrera de Muyamuya cierra el paso a la ruta; al este hay un dique y, más allá, se ve el camino hacia Akita, que se adelgaza hasta desvanecerse; la mar se tiende al norte y el paraje golpeado por las olas se llama Shiogoshi. La bahía tiene un ri aproximadamente de ancho y de largo. Se parece a Matsushima y es distinta. Matsushima se ríe y Kisagata frunce el entrecejo; a la serenidad une la melancolía y la quietud del paisaje pesa sobre el alma:

    Bahía Kisa:
    Seishi duerme en la lluvia,
    mimosas húmedas.

    __


    Mojan las olas
    Shiogoshi
    Las patas de las grullas
    ¡Qué fresco el mar!

    Sobre el festival, Sora escribió este poema:

    En esta Kisa
    ¿Qué guisos comerán,
    el día del Festival?

    Un comerciante de la provincia de Mino, Teiji, escribió este otro:

    Frente a su choza,
    sobre la tabla echado:
    sobre el frescor.

    Sora halló un nido de pájaros misago y compuso lo siguiente:

    Nido del águila:
    amores que no alcanzan
    los oleajes.



    Se nos hacía imposible irnos de Sakata y en ese embeleso se pasaron unos días. Al fin, me despertó la idea de los caminos del norte cubiertos de nubarrones y me oprimió el pecho calcular la distancia que aún nos faltaba por recorrer: había más de ciento cincuenta ri, nos dijeron, hasta la capital de la provincia de Kaga.
    Transpuesto el paso de Nezu, entramos en tierras de Echigo; luego de nueve días llegamos al paso de Ichiburi, en la provincia de Etchu; el calor y la humedad me martirizaban y la enfermedad de siempre volvió a atacarme. No escribí nada, escepto estos poemas:

    Séptima luna:
    la noche del seis no es
    como las otras.

    __


    Tendido fluye
    del mar bravo a la isla:
    río de estrellas.


    (continuará)


    .
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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue Mayo 31, 2012 3:35 am

    .



    Después de atravesar los lugares más abruptos del país del norte -esos con nombres como Hijo que reniega del Padre, Huérfano abandonado, Vuelta del Perro, Regreso del potro- me sentí agotado y me acosté en seguida. En la habitación contigua se oían voces que parecían ser de dos mujeres; después se les unió la de un anciano. Al escucharlas, adiviné que se trataba de cortesanas de Niigata; se dirigían al Santuario de Ise y el viejo las había acompañado hasta Ichiburi; al día siguiente regresaría aquel hombre a su tierra y ellas escribían recados y le daban pequeños encargos. Casi dormido seguía oyendo sus conversaciones: somos hijas de pobres pescadores, esas que llaman "blancas olas que corren a su ruina al caer sobre la playa", cada noche una unión distinta y ninguna duradera, no hay promesas ciertas, malhaya sea nuestra suerte, ¿qué hicimos en nuestras vidas pasadas para merecer esto?... A la mañana del otro día, al salir de nuestro albergue, nos dijeron llorando: "No conocemos el camino y nos da miedo el largo viaje; quisieramos seguirlos, aunque sea a distancia; sean benévolos, llevan ropas de monjes peregrinos, ayúdennos a encontrar la senda del Buda". Sentí piedad pero las dejamos diciéndoles: "Nos da mucha pena: tenemos que visitar muchos lugares y sería mejor que ustedes se uniesen a otros viajeros. Anden tranquilas, los dioses las protegen y las harán llegar sanas y salvas a su destino". Y al despedirlas con estas palabras apenas podía contener mi compasión. Dije a Sora este poema y él lo escribió en su libro:

    Bajo un mismo techo
    durmieron las cortesanas,
    la luna y el trébol.



    Dicen que el río Kurobe tiene cuarenta y ocho rabiones y yo creo que los cruzamos todos y otros más, hasta que al fin fuimos a dar a una rada que nombran Nago. Aunque había pasado la primavera, nos dijimos que las célebres glicinas de Tako bien merecían que las contemplásemos en el otoño temprano. Indagamos con la gente y nos contestaron: "Desde aquí son unos cinco ri. Hay que pasar por la playa y en la falda de la montaña las encontrarán; pero como no hay sino unas cuantas chozas
    de pescadores, será muy difícil que puedan hallar un lugar en donde pasar la noche". Me asusté y decidí seguir hasta la provincia de Kaga:

    Penetro en el aroma
    del arrozal temprano.
    El mar de Ariso late, a mi derecha.



    Cruzamos los montes de Uno-Hanayama y el valle de Kurikara y llegamos a Kanazawa el día quince del Séptimo Mes. Un comerciante que venía de Osaka, de nombre Kasho, se alojó en la misma posada que nosotros. Era poeta también. Vivía en esta ciudad un señor llamado Isshoh; su afición a la poesía le había dado cierto renombre entre los entendidos pero había muerto el invierno pasado. Su hermano organizó una reunión para recordarlo. He aquí uno de mis poemas:

    Muevete, tumba,
    oye en mis quejas
    al viento del otoño.

    Al visitar una ermita:

    Frescor de otoño.
    Melón y berenjena
    a cada huésped.

    En el camino compuse otro:

    Arde el sol, arde
    sin piedad - mas el viento
    es del otoño.

    En un lugar llamado Komatsu, que quiere decir pino enano:

    El nombre es leve:
    viento entre pinos, tréboles,
    viento entre juncos.



    Visitamos el Santuario de Tada, que guarda el yelmo y parte de la armadura de Sanemori. Dicen que fue un regalo de Minamoto. En efecto no son armas de un simple samurai. En la visera y en las partes laterales del yelmo está grabada una guirnalda de crisantemos de oro; el frente ostenta una cabeza de dragón, junto con dos cuernos salientes en forma de arado. Se cuenta que, muertoSanemori, las dos reliquias fueron enviadas al Santuario, con una carta suplicatoria, por el mismo que lo mató, Kiso Yoshinaka. Su secuaz, Higuchi-no-Jiro, fue el mensajero.

    ¡Qué irrisión!
    Bajo el yelmo
    canta un grillo.



    Mientras nos dirgiamos a la fuente termal de Yamanaka contemplamos el monte Shirane, que dejábamos atrás de nosotros. A la izquierda, a la orilla de la montaña, se levanta un templo dedicado a Kannon. El emperador y monje Kazan, después de hacer una peregrinación por los treinta y tres lugares santos, colocó la estatua de la Misericordia en este templo y lo llamó Nata. Formó el nombre uniendo las sílabas iniciales de dos lugares: Nachi y Tanigumi. En estos parajes hay rocas de formas extrañas y viejos pinos. Una pequeña ermita con tejado de yerbas secas se yergue sobre una roca. Un sitio memorable:

    Viento de otoño:
    más blanco que tus piedras,
    Monte de Rocas.



    Me bañé en la fuente termal. Dicen que su eficacia sólo le cede a la de Arima:

    Aroma de aguas.
    Inútil ya cortar
    un crisantemo.

    El dueño de la posada se llamaba Kumenosuke y aún era un muchacho. Su padre había sido un aficionado del estilo haikai y se cuenta que cuando Teishitsu de Kioto, aún joven, visitó este lugar, tuvo una disputa con él y el posadero-poeta le mostró cuán ignorante era. Después de su regreso a Kioto, Teishitsu se afilió a la escuela de Teitoku y se hizo un nombre. Ya célebre, no quiso nunca aceptar los honorarios de la gente de este lugar, a quienes corregía los poemas. Todo esto ya se volvió anécdota...
    A Sora se le ocurrió enfermarse del vientre. Tiene un pariente en Nagashima en la provincia de Ise, y decidió adelantarse. Al partir me dejó este poema:

    Ando y ando.
    Si he de caer, que sea
    entre los tréboles.

    La pena del que se va y la tristeza del que se queda son como la pareja de gaviotas que, separadas, se pierden en la altura. Yo también escribí un poema:

    Hoy el rocío
    borrará lo escrito
    en mi sombrero.



    Me hospedé en el suburbio de Daishoji, en un templo llamado Zensho-ji. Este sitio pertenece todavía a la provincia de Kaga. Sora también se había hospedado en ese templo la noche anterior y había dejado este poema:

    Viento de otoño:
    lo oí toda la noche
    en la montaña.

    Nos separaba la distancia de unas horas pero me pareció que entre nosotros había ya más de mil ri. Yo también, escuchando el viento otoñal, me acosté en el dormitorio destinado a los novicios. Al romper el alba se oyeron rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el refectorio. ¡Ahora a Echizen!, me dije con brío y salí a toda prisa del templo, mientras unos jóvenes bonzos me perseguían con papel y pinceles hasta el pie de la escalera. En ese momento caían las hojas de los sauces en el jardín. Al ponerme las sandalias, y aparentando más prisa de la que tenía, tracé estas líneas:

    Antes de irme
    ¿barro el jardín hojoso,
    sauces pelados?



    En la frontera de Echizen me embarqué para visitar la ensenada de Yoshizaki y ver los pinos de Shiogoshi. El maestro Saigyo compuso un poema sobre este lugar:

    Toda la noche
    amotina las olas
    el viento en cólera.
    Y los pinos chorrean
    húmeda luz de luna.

    El poema dice todo sobre este paisaje. Si añado algo más sería como añadir otro dedo a la mano.



    Visité al gran bonzo de Tenryu-ji de Maruoka, viejo amigo mío. Un tal Hokushi de Kanazawa quiso caminar conmigo un trecho y al fin me acompañó hasta allí. Durante el trayecto me enseñó lugares pintorescos, añadiendo de vez en cuando alguna ingeniosa improvisación en verso. Al decirle adiós improvisé, a mi vez, un poema:

    Este abanico
    hay que tirarlo - pero
    mis garabatos...

    Después de caminar cincuenta cho me interné en la colina y cumplí con mis devociones en Eihei-ji, en el monasterio fundado por el maestro de zen, el monje Dohgen. Dicen que un día huyó a mil ri de la capital y se refugió en estas montañas, en busca de la serenidad anónima. No obstante, al fundar, por motivos venerables, este templo, dejó huellas de su pasión en este mundo.



    La distancia que me separaba de Fukui era sólo de tres ri, de modo que después de la cena me puse en camino. La caminata en el crepúsculo fue lenta. En Fukui vive un anciano ermitaño llamado Tosai. Hace ya mucho, tal vez unos diez años, fue a Edo a visitarme. Aunque temía que estuviese muy viejo o que hubiese muerto ya, pregunté por él a la gente. Me enseñaron el lugar donde aún vivía. Su morada se hallaba situada en las afueras de la ciudad; era una casita extraña, cubierta de enredaderas de flores de yugao y hechima. Las ramas de keito y hahakigi cubrían la puerta. "Aquí debe ser", pensé. Llamé y salió una mujer de humilde apariciencia, que me dijo: "¿De dónde viene usted, reverendo? Mi dueño fue a casa de un señor que vive cerca. Si quiere verlo, búsquelo allá." Parecía una de esas figuras de los cuentos antiguos y presumí que era su esposa. Busqué a mi amigo, lo encontré y pasé dos noches en su casa. Al despedirme, le dije que deseaba ver la luna llena en el puerto de Tsuruga. Por toda respuesta Tosai dobló la falda de su kimono y, muy contento de ser mi guía, se fue conmigo.



    Las nubes cubrieron al Monte Blanco pero del otro lado apareció el monte de Hina; cruzamos el puente de Asamutsu y llegamos a Tamae; las cañas de Tamae ya ostentaban henchidas espigas; atravesamos el Paso del Ruiseñor y el de la montaña de Yunoo y llegamos al castillo de Hiuchi; en el monte Kaeru oímos los primeros gritos de los gansos salvajes y en el puerto de Tsuruga, la tarde del día catorce del Octavo Mes, encontramos alojamiento. Esa noche la luna lucía extraordinariamente clara. Le dije al dueño de la posada: "Ojalá aparezca tan clara la de mañana, que es luna llena". Me contestó: "En estas tierras del norte no se sabe nunca como será la luna de mañana", y nos sirvió sake. Más tarde fui a visitar el Santuario de Kei-no-Myo-jin, que fue del emperador Chuai. Es imponente. La luz de la luna atravesaba los pinos y caía sobre las blancas arenas, frente al santuario. Era como si hubiese caído una helada. El posadero me contó que el segundo bonzo Yugyo, hace mucho, había hecho el voto de arreglar la senda y él mismo había cortado las yerbas y apisonado las piedras y la tierra. Desde entonces los bonzos de este templo siguen su ejemplo, llevan arena al santuario -esto se llama Porta arena de Yugyo- y hoy los visitantes encuentran un camino sin asperezas:

    Sobre la arena
    esparcida por Yugyo
    luna clarísima.

    El día quince, como había anunciado el dueño de la posada, llovó.

    ¿Luna de otoño?
    Promesas y perjurios,
    Norte cambiante.



    El día dieciséis se aclaró el cielo. Quise recoger conchitas rojas en la ribera y fui en barco hasta la playa de Iro. Hay siete ri por mar. Un señor llamado Tenya preparó la comida y botellas de sake e hizo que nos acompañase mucha servidumbre. El barco llegó en un instante a la playa, gracias al viento favorable. Ahí no había más que unas cuantas chozas de pescadores; tomamos el té y calentamos el sake en un pobre monasterio de Hokke. El triste atardecer penetró en nuestros corazones:

    Melancolía
    más punzante que en Suma,
    playa de otoño.

    __


    La ola se retira:
    tréboles en pedazos,
    conchas rojas, despojos.

    Rogué a Tosai que escribiese los pormenores de esta tarde y dejamos en el libro del templo nuestras impresiones escritas.



    Rotsu vino a buscarme hasta ese puerto y me acompañó a la provincia de Mino. A caballo entramos en el pueblo de Ohgaki. Sora vino desde Ise; Etsujin, también a caballo, se reunió con nosotros y todos nos encontramos en la casa de Jokoh. Día y tarde me visitaban Zensenshi, Keiko, su hijo y los otros íntimos. Su regocijo al verme era como el de aquellos que se encuentran en presencia de un resucitado. Llegó el seis del Noveno Mes y aunque todavía no me recuperaba del cansancio del viaje, como quería estar en Ise para presenciar el traslado del Gran Santuario, me embarqué otra vez:

    De la almeja
    se separan las valvas
    hacia Futami voy
    con el otoño.


    (FIN)


    .
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    Mensaje por Maria Lua Jue Mayo 31, 2012 3:47 am

    Viento de otoño:
    lo oí toda la noche
    en la montaña.


    Desde el otoño mis montañas,
    canta el viento, toda la noche
    y todo el día...
    Gracias, Pedro!
    Besos, amigo en esta Luna
    de junio
    Maria Lua


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue Mayo 31, 2012 8:29 pm

    Un abrazo para ti, Maria.
    Pedro
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    Mensaje por Maria Lua Sáb Jun 23, 2012 1:16 am

    De los cerezos en flor
    al pino de los dos troncos:
    tres meses ya.

    Basho






    Vuelvo a leer los haikus de Basho
    en tiempo de HANAMI, la fiesta japonesa
    de los cerezos ( cerejeiras) en Nova Friburgo...
    Será el domingo,día 24, en una finca de una familia
    japonesa que se dedica a la plantación de
    legumbres y verduras... Hay más de 300
    cerezos y todos los años en junio/julio
    hay la contemplación de las flores que
    duran solo 10 días...
    Os dejo la invitación y una foto mia de 2010( menos
    flores porque había llovido)en la finca
    del señor Matsuoka...



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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb Jun 23, 2012 3:30 am

    Preciso el anuncio y la foto de esta fiesta. Seguro que debe ser preciosa y te lo pasarás muy bien. Me alegro.

    Un abrazo, Maria.
    Pedro
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    Mensaje por Maria Lua Lun Ago 12, 2013 8:01 pm

    Lo subo a Poesía Libre
    12?08/2013


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun Ago 12, 2013 9:26 pm

    Genial idea, María. En el verano español, apetece irse de excursión con Basho.

    Un abrazo.
    Pedro
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    Mensaje por Lluvia Abril Mar Ago 13, 2013 4:50 pm

    He comenzado a leer y me va gustando,seguiré leyendo .
    Gracias Pedro ,por seguir abriendo ventanas y gracias María por traerlo aquí.
    Besos.


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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 3:19 am



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    Mensaje por Ana María Di Bert Miér Ago 14, 2013 11:09 am

    Está nevando,
    la nieve cubre el suelo.
    Un ave vuela.


    Gracias Pedro y María Lúa por todo. Anoche nevó y vi esto que puse.
    Un abrazo
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    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 11:27 am

    Las sendas de Oku



    No hablaron una palabra
    el anfitrión, el huésped
    y el blanco crisantemo.

    * * *

    Ah, este camino
    que nadie recorre,
    excepto el crepúsculo.

    * * *

    El camino de la muerte,
    a pesar del sol de otoño,
    ¿quién querría emprenderlo?

    * * *

    La luna de la montaña
    ilumina también
    a los ladrones de flores.

    * * *

    ¿Admirable,
    aquel que no piensa: "la vida huye"
    al ver el relámpago?

    * * *

    También esta cabaña de paja
    en este mundo tornadizo
    ha de transformarse en casa de muñecas.

    * * *

    ¡Qué gloria!
    Las hojas verdes, las hojas jóvenes,
    bajo la luz del sol.

    * * *

    En la montaña de verano,
    adoro las sandalias divinas;
    viaje a la vista.

    * * *

    Quedó plantado
    el arrozal
    cuando me despedía del sauce.

    * * *

    De los cerezos en flor
    al pino de dos troncos:
    tres meses.

    * * *

    Pétalos de lirios
    atarán mis pies:
    los cordones de mis sandalias.

    * * *

    Bajo un mismo techo
    durmieron las cortesanas,
    la luna y el trébol.

    * * *

    Muévete, oh tumba,
    muestra que me reconoces:
    soy el viento de otoño.

    * * *

    Frescura de otoño.
    Melón y berenjena
    para cada huésped.

    * * *

    El sol brilla, brilla
    sin compasión.
    Pero el viento es de otoño.

    * * *

    Si he de morir
    en el camino,
    que sea entre los campos de trébol.

    * * *

    Desde hoy el rocío
    borrará tu nombre
    de mi sombrero.

    * * *

    Entre las olas:
    acá, los pétalos,
    allá, las conchas.

    * * *

    Al despedirme,
    escribí algo en el abanico,
    pero lo borré.







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    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 11:29 am

    Primavera



    Ved, bajo la lluvia de primavera,
    la entrevista de ese abrigo
    y ese paraguas.

    * * *

    El escenario de la primavera
    ¡Está casi preparado:
    La luna y las flores del ciruelo.

    * * *

    Se oscurece el mar:
    gritos de gaviotas,
    apenas blancos.

    * * *

    Sí, la primavera ha llegado;
    Esta mañana una colina sin nombre
    Envuelta por la niebla.

    * * *

    De qué árbol florido
    No lo sé,
    Pero ¡ah, qué fragancia!

    * * *

    Durante todo el día,
    Aunque no tan largo para la alondra,
    Cantando, cantando.

    * * *

    Un viejo estanque;
    Se zambulle una rana,
    El sonido del agua.

    * * *

    El hombre que diga,
    "Mis hijos son una carga",
    No habrá flores para él.

    * * *

    ¡Despierta, despierta,
    Mariposa dormida,
    Y seamos compañeros!

    * * *

    Con cada ráfaga de viento,
    La mariposa cambia de lugar
    En el sauce.

    * * *

    La camelia del árbol
    Cayó,
    Vertiendo su agua.

    * * *

    La campana del templo cesa.
    La fragancia de las flores en la noche.
    Aún tañe la campana.

    * * *

    ¿No es como el nido de un ratón,
    Este ser incapaz de dormir
    Por las flores?

    * * *

    Un verde sauce
    Goteando en el lodo,
    En la marea baja.

    * * *

    Pronto se va la primavera,
    lloran los pájaros y hay lágrimas
    en los ojos de los peces.

    * * *

    En medio del llano
    Canta la alondra,
    Libre de todo.






    _________________



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    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 11:30 am

    Verano



    Preso en la cascada
    un instante:
    ya comienza el verano.

    * * *

    ¡Ay perlas de verano!
    Eso es todo lo que queda
    del sueño de los héroes.

    * * *

    Las lluvias de mayo
    no te atacan ya,
    templo de oro.

    ¡Qué admirable,
    Quien no piensa, "La vida es fugaz,"
    Cuando ve el destello de un relámpago.

    * * *

    Me siento como en un cuadro;
    La vaca avanza lentamente
    Por el páramo veraniego.

    * * *

    El río Mogami
    Ha arrastrado al ardiente Sol
    Hasta el Océano.

    * * *

    El principio de la poesía:
    La canción de los plantadores de arroz,
    En la provincia de Oshu.

    * * *

    Un pobre hospedaje;
    El lloriqueo de un perro
    Bajo la lluvia en la noche.

    * * *

    Una casa exquisita:
    Los gorriones son felices en el mijo
    Del campo trasero.

    * * *

    ¡Ah! ¡La hierba del Verano!
    Todo lo que queda
    De los sueños de los guerreros.

    * * *

    El claro de luna penetra
    En la gran arboleda de bambúes:
    El hototogisu grita.

    * * *

    El hototogisu,
    Cantar, y volar, y cantar, -
    ¡Qué vida tan ocupada!

    * * *

    ¡Ah kankodori!
    En mi tristeza,
    Ahondas mi soledad,

    * * *

    Moscas de Kiso,
    Aprended del viaje
    De este vagabundo cargado de dolor.

    * * *

    Pulgas, piojos,
    El caballo meando
    Junto a mi almohada.

    * * *

    Silencio;
    La voz de las cigarras
    Penetra las rocas.

    Nada indica
    En la voz de la cigarra
    Que pronto morirá.

    ¡Ah, qué glorioso!
    Las jóvenes hojas, las verdes hojas-
    Brillando al sol!



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    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 11:31 am

    Otoño




    Tal y como me parece,
    El País de los Muertos es así:
    Una noche de otoño.

    * * *

    Este otoño,
    Qué viejo me hago:
    ¡Ah, las nubes, los pájaros!

    * * *

    Riguroso otoño;
    Mi vecino,
    ¿Cómo vive?

    * * *

    Una noche de otoño;
    Un cuervo posado
    En una rama seca.

    * * *

    La luna pasa rápidamente,
    Las ramas aún sostienen
    Las gotas de lluvia.

    * * *

    De vez en cuando
    Las nubes dan un descanso
    A los contempladores de la luna.

    * * *

    La luna llena de otoño;
    Niños sentados en fila
    En la terraza del templo.

    * * *

    El pobre muchacho
    Moliendo el arroz,
    Levanta su mirada hacia la luna.

    * * *

    Resignado de corazón
    A exponerse al tiempo,
    El viento me atraviesa.

    * * *

    Sopla el viento del otoño,
    Pero las púas del castaño
    Están verdes.

    * * *

    El sol rojo brillante,
    Implacablemente caliente,
    Pero el viento es de otoño.

    * * *

    ¡Sacúdete, oh tumba!
    Mi voz llorosa
    Es el viento del otoño.

    * * *

    Mi cabaña de paja;
    En el mundo de fuera
    ¿Es tiempo de cosecha?

    * * *

    ¡Ah, esta morada!
    Muchas veces el picamaderos
    Picoteará sus postes.

    * * *

    Una Rosa de Sharon
    Al borde del camino;
    El caballo se la ha comido.

    * * *

    Las flores del trebol
    No dejan caer, a pesar de todo su balanceo,
    Las brillantes gotas de rocío.

    * * *

    El crisantemo
    Es delgado y débil,
    Pero tiene su destinado capullo.

    * * *

    Nunca olvides
    El gusto solitario
    Del blanco rocío.

    * * *

    En otoño nos separamos
    como las dos conchas
    de la almeja.







    _________________



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    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 14, 2013 11:32 am

    Invierno



    ¡Qué cortesía!
    Hasta la nieve es fragante
    En Minamidani.

    * * *

    Una helada noche de lágrimas
    El sonido del remo
    Golpeando la ola.

    * * *

    El año toca a su fin:
    Aún llevo
    Mi kasa y mis sandalias de paja.

    * * *

    La primera lluvia del invierno,
    y mi nombre debería ser,
    "Viajero."

    * * *

    La primera nevada :
    Las hojas de los narcisos
    Se doblan.

    * * *

    La tempestad de invierno
    Se escondió entre los bambúes,
    Y amainó en silencio.

    * * *

    La desolación del invierno:
    En un mundo de un color
    El sonido del viento.

    * * *

    Enfermo en un viaje;
    Mis sueños vagan
    Sobre un páramo seco.

    * * *

    Viajando por el mundo,
    De aquí a allá, de aquí a allá,
    Allanando el pequeño campo.

    * * *

    El dios está ausente;
    Sus hojas muertas están amontonadas,
    Y todo está desierto.

    * * *

    Retiro invernal;
    En la pantalla dorada,
    El pino envejece.

    * * *

    Después de los crisantemos,
    A excepción del largo nabo,
    No hay nada.

    * * *

    Parece que tenga cien años,
    El jardín de este templo,
    Con sus hojas caídas.

    * * *

    Mi casa natal;
    Llorando sobre el cordón umbilical,
    El fin de año.



    _________________



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    Mensaje por Mauricio Rey Miér Ago 14, 2013 12:05 pm

    Un gusto leer y descubrir a Basho.
    Saludos Pedro.
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Ago 14, 2013 4:01 pm

    Estaba, después de haber presentado a varios poetas chinos, preparando algo sobre Bashô para tener una imagen más completa de la poesía oriental. El trabajo de Pedro, magistral, no precisa complemento, aunque sí leerlo y estdiarlo. Genial. Abrazos.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér Ago 14, 2013 8:29 pm

    Celebro ver que hay tantos seguidores de la senda de Oku, y es que sus haiku tienen tal encanto que no hay quien se sustraiga a ellos, proporcionan una bocanada de aire fresco.

    Un abrazo.
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    Mensaje por Evangelina Valdez Vie Ago 16, 2013 2:44 am


    POEMAS DE MATSUO

    No hablaron una palabra
    el anfitrión, el huésped
    y el blanco crisantemo.

    * * *

    Ah, este camino
    que nadie recorre,
    excepto el crepúsculo.

    * * *

    El camino de la muerte,
    a pesar del sol de otoño,
    ¿quién querría emprenderlo?

    * * *

    La luna de la montaña
    ilumina también
    a los ladrones de flores.

    * * *

    ¿Admirable,
    aquel que no piensa: “la vida huye”
    al ver el relámpago?

    * * *

    También esta cabaña de paja
    en este mundo tornadizo
    ha de transformarse en casa de muñecas.

    * * *

    ¡Qué gloria!
    Las hojas verdes, las hojas jóvenes,
    bajo la luz del sol.

    * * *

    En la montaña de verano,
    adoro las sandalias divinas;
    viaje a la vista.

    * * *

    Quedó plantado
    el arrozal
    cuando me despedía del sauce.

    * * *

    De los cerezos en flor
    al pino de dos troncos:
    tres meses.

    * * *

    Pétalos de lirios
    atarán mis pies:
    los cordones de mis sandalias.

    * * *

    Bajo un mismo techo
    durmieron las cortesanas,
    la luna y el trébol.

    * * *

    Muévete, oh tumba,
    muestra que me reconoces:
    soy el viento de otoño.

    * * *

    Frescura de otoño.
    Melón y berenjena
    para cada huésped.

    * * *

    El sol brilla, brilla
    sin compasión.
    Pero el viento es de otoño.

    * * *

    Si he de morir
    en el camino,
    que sea entre los campos de trébol.

    * * *

    Desde hoy el rocío
    borrará tu nombre
    de mi sombrero.

    * * *

    Entre las olas:
    acá, los pétalos,
    allá, las conchas.

    * * *

    Al despedirme,
    escribí algo en el abanico,
    pero lo borré.

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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Maria Lua Mar Ago 20, 2013 1:21 am

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    Tsukimi
    08.01.12 | 12:00. Archivado en Bashô, Clásico, haiku de lo sagrado
    naturalidad

    Tera ni nete
    makotogao naru
    tsukimi kana

    寺に寝てまこと顔なる月見かな
    BASHÔ

    Durmiendo en el templo
    llegué a tener “mi verdadera cara”
    mientras miraba la luna

    “Tsukimi” significa contemplación de la luna. Ese tiempo de tranquilidad previo al sueño el poeta busca la luna como compañía privilegiada. Y es una atmósfera tan llena de magia aquélla en la que la luna extiende su reino, que ninguna cosa es como durante el día. Porque esta magia nos transforma y lo transforma todo a nuestro alrededor.
    “Makoto kao”, la cara verdadera, la cara del auténtico Bashô vista en el espejo de la luna . Sólo mirando una luna como ésa el poeta consigue ser él mismo. Somos según nos mira el mundo. Y por eso, a veces, necesitamos un descanso en la contemplación:

    Kumo ori-ori
    hito o yasumuru
    tsuki-mi kana

    雲をりをり人を休むる月見哉
    BASHÔ

    Unas pocas nubes esparcidas
    permiten a los hombres descansar
    de la contemplación de la luna




    meigetsu ya
    kado ni sashikuru
    shio-gashira

    Luna de agosto.
    Hasta el portón irrumpe
    la marejada.




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    Muy interesante leer :

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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Mar Ago 20, 2013 4:43 pm

    Siento no haber podido seguir a Bashô de manera regular. Pero en cuanto me encuentre en Murcia estaré con Pedro, con su magnífica exposición y con todos aquellos de los que gustan la lírica orienal. Abrazos.


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    Mensaje por Lluvia Abril Mar Ago 20, 2013 7:13 pm

    Por aquí sigo disfrutando y aprendiendo,o al menos,intentándolo.
    Gracias de nuevo y besos.


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    Mensaje por Evangelina Valdez Miér Ago 21, 2013 9:34 am


    "HAIKUS"

    A cada ráfaga
    Se desplaza en el sauce
    La mariposa


    Del este o del oeste
    Sobre los campos de arroz
    El sonido del viento


    Ebrio, me duermo.
    ¡Y en la piedra florecen
    Las clavellinas!


    Cae del árbol
    Y derrama su agua
    Una camelia.


    Sólo viajero
    Quisiera ser llamado:
    Primer chubasco.


    La libélula
    Intenta en vano posarse
    Sobre una brizna de hierba.


    Lluvia de mayo.
    Corre velozmente
    El río Mogami.


    ¡Qué gloria!
    Las hojas verdes, las hojas jóvenes
    Bajo la luz del sol.


    En medio del campo,
    Sin apego de ningún tipo,
    Canta la alondra.


    Un mar revuelto:
    Sobre la isla de Sado,
    La Vía Láctea.


    Crudo invierno:
    El mundo de un solo color
    Y el sonido del viento.


    Canta el cuclillo:
    Un bosque de bambú
    Filtra la luna


    Llega el otoño:
    El mar y el campo tienen
    El mismo verde.


    Primera nieve:
    Las hojas del narciso
    Casi curvadas.


    Crecen los días
    Para el canto incansable
    De las alondras.


    Un sauce verde
    Goteando en el barro:
    Marea baja.


    En los claros de nieve,
    El leve violeta de los brotes
    De la flor de udo.


    En el camino, la fiebre:
    Y por mis sueños, llanura seca,
    Voy errante.


    Cuando miro con cuidado
    ¡veo florecer la nazuna
    Junto al seto!


    Con el rocío de la mañana,
    Sucio, fresco…
    El barro del melón.


    El cuervo horrible
    ¡qué hermoso esta mañana
    Sobre la nieve!


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    Basho (1644-1694) - "Senda de Oku" Empty Re: Basho (1644-1694) - "Senda de Oku"

    Mensaje por Maria Lua Miér Ago 21, 2013 11:41 pm



    La poesía de Matsúo Basho



    Tras una larga serie de guerras intestinas, durante las cuales la antigua capital, Kyoto, es casi destruida, Japón conoce un largo período de paz. Al iniciarse el siglo XVII la familia Tokugawa asume la dirección del Estado, que no dejará hasta la restauración del poder imperial, a mediados del siglo pasado. La residencia de los Shogunes (gobernantes supremos, frente al poder puramente simbólico de los emperadores) se traslada a Edo (la actual Tokio). El Japón cierra sus puertas al mundo exterior y vive dentro de las normas de una rígida disciplina política, social y económica que a veces hace pensar en las modernas sociedades totalitarias o en el Estado que fundaron los jesuitas en Paraguay. Pero desde mediados del siglo XVII una nueva clase urbana empieza a surgir en Edo, Osaka y Kyoto. Son los mercaderes, los chonines u hombres del común, que si no destruyen la supremacía feudal de los militares, sí modifican profundamente la atmósfera de las grandes ciudades. Esta clase se convierte en patrona de las artes y la vida social.

    Un nuevo estilo de vida, más libre y espontáneo, menos formal y aristocrático, llega a imponerse. Por oposición a la cultura tradicional japonesa -siempre de corte y cerrado círculo, aristocrática o religiosa- la nueva sociedad es abierta. Se vive en la calle y se multiplican los teatros, los restaurantes, las casas de placer, los baños públicos atendidos por muchachas, los espectáculos de luchadores. Una burguesía próspera y refinada protege y fomenta los placeres del cuerpo y del espíritu. El barrio alegre de Edo no sólo es un lugar de libertinaje elegante en donde reinan las cortesanas y los actores sino que, a diferencia de lo que pasa en nuestras abyectas ciudades modernas, también es un centro de creación artística. Genroku -tal es el nombre del período- se distingue por una vitalidad y un desenfado ausentes en el arte de épocas anteriores. Este mundo brillante y popular, compuesto por nuevos ricos y mujeres hermosas, por grandes actores y juglares, se llama Ukiyo, es decir, el Mundo que Flota y que pasa como las nubes de un día de verano. El grabado en madera -Ukiyoe: imágenes del mundo fugitivo- se inicia en esta época. Arte gemelo del Ukiyoe, nace la novela picaresca y pornográfica: Ukiyo-Soshi. Las obras licenciosas -llamadas con elíptico ingenio: Libros de Primavera- se vuelven tan populares como la literatura libertina de fines del siglo XVIII europeo.

    El teatro Kabuki, que combina el drama con el ballet, alcanza su mediodía y el gran poeta Chikamatzu escribe para el teatro de muñecos obras que maravillaron a sus contemporáneos y que hirieron la imaginación de hombres como Yeats y Claudel.

    La poesía japonesa, gracias sobre todo a Matsúo Basho, alcanza una libertad y una frescura ignoradas hasta entonces. Y, asimismo, se convierte en una réplica al tumulto mundano. Ante ese mundo vertiginoso y lleno de colorido, el haikú de Basho es un círculo de silencio y recogimiento: manantial, pozo de agua oscura y secreta.

    Basho no rompe con la tradición sino que la continúa de una manera inesperada; o como él mismo dice: “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”. Basho aspira a expresar, con medios nuevos, el mismo sentimiento concentrado de la gran poesía clásica. Así, transforma las formas populares de su época (el haikai no renga) en vehículos de la más alta poesía.

    Esto requiere una breve explicación. La poesía japonesa no conoce la rima ni la versificación acentual y su recurso principal, como en la francesa, es la medida silábica. Esta limitación no es pobreza pues es rica en onomatopeyas, aliteraciones y juegos de palabras que son también combinaciones insólitas de sonido y sentido. Todo poema japonés está compuesto por versos de siete y cinco sílabas; la forma clásica consiste en un poema corto -waka o tanka- de treinta y una sílabas, dividido en dos estrofas: la primera de tres versos (cinco, siete y cinco sílabas) y la segunda de dos (ambos siete sílabas). La estructura misma del poema permitió, desde el principio, que dos poetas participasen en la creación de un poema: uno escribía las tres primeras líneas y el otro las dos últimas.

    Escribir poesía se convirtió en un juego poético parecido al “cadáver exquisito” de los surrealistas; pronto, en lugar de un solo poema, se empezaron a escribir series enteras, ligados tenuemente por el tema de la estación. Estas series de poemas en cadena se llamaron renga. El género ligero, cómico o epigramático, se llamó renga haikai y el poema inicial hokku. Basho practicó con sus discípulos y amigos -dándole nuevo sentido- el arte del renga haikai o cadena de poemas, adelantándose así a la profecía de Lautréamont y a una de las tentativas del surrealismo: la creación poética colectiva.

    Cualquiera que haya practicado el juego del “cadáver exquisito”, el de las “cartas rusas” o algún otro que exija la participación de un grupo de personas en la elaboración de una frase o de un poema, podrá darse cuenta de los riesgos: las fronteras entre la comunión poética y el simple pasatiempo mundano son muy frágiles. Pero si, gracias a la intervención de ese magnetismo o poesía objetiva que obliga a rimar una cosa con otra, se logra realmente la comunicación poética y se establece una corriente de simpatía creadora entre los participantes, los resultados son sorprendentes: lo inesperado brota como un pez o un chorro de agua. Lo más extraño es que esta súbita irrupción parece natural y, más que nada, fatal, necesaria. Libertad y necesidad coinciden en un punto de intersección incandescente.

    Los poemas escritos por Basho y sus amigos son memorables y la complicación de las reglas a que debían someterse no hace sino subrayar la naturalidad y la felicidad de los hallazgos. Cito, en pobre traducción, un fragmento de uno de esos poemas colectivos:

    El aguacero invernal,
    incapaz de esconder la luna,
    la deja escaparse de su puño.
    (Tokoku)

    Mientras camino sobre el hielo
    piso relámpagos: la luz de mi linterna.
    (Jugo)

    Al alba los cazadores
    atan a sus flechas
    blancas hojas de helechos.
    (Yasui)

    Abriendo de par en par
    la puerta norte del Palacio:
    ¡la Primavera!
    (Basho)

    Entre los rastrillos
    y el estiércol de los caballos
    humea, cálido, el aire.
    (Kakei)

    El poema se inicia con la lluvia, el invierno y la noche. La imagen de la caminata nocturna sobre el hielo convoca a la del alba fría. Luego, como en la realidad, hay un salto e irrumpe, sin previo aviso, la primavera. El realismo de la última estrofa modera el excesivo lirismo de la anterior.

    El poema suelto, desprendido del renga haikai, empezó a llamarse haikú, palabra compuesta de haikai y hokku. Un haikú es un poema de diecisiete sílabas y tres versos: cinco, siete y cinco sílabas. Basho no inventó estas formas; tampoco las alteró: simplemente transformó su sentido.

    Cuando empezó a escribir, la poesía se había convertido en un pasatiempo: poema quería decir poesía cómica, epigrama o juego de sociedad. Basho recoge este nuevo lenguaje coloquial, libre y desenfadado, y con él busca lo mismo que los antiguos: el instante poético. El haikú se transforma y se convierte en la anotación rápida -verdadera recreación- de un momento privilegiado: exclamación poética, caligrafía, pintura y meditación, todo junto.

    El haikú de Basho es ejercicio espiritual. Discípulo del monje Buccho -y él mismo medio ermitaño que alterna la poesía con la meditación- acaso no sea impertinente detenerse en la significación del budismo Zen en su obra y en su vida.

    Tanto en su forma primera (Hinayana) como en la tardía (Mahayana), el budismo sostiene que la única manera de detener la rueda sin fin del nacer y del morir y, por consiguiente, del dolor, es acabar con el origen del mal. Filosofía antes que religión, el budismo postula como primera condición de una vida recta la desaparición de la ignorancia acerca de nuestra verdadera naturaleza. Sólo si nos damos cuenta de la irrealidad del mundo fenomenal podemos abrazar la buena vía y escapar del cielo de las reencarnaciones, alimentado por el fuego del deseo y el error. El yo se revela ilusorio: es una entidad sin realidad propia, compuesta por agregados o factores mentales. El conocimiento consiste ante todo en percibir la irrealidad del yo, causa principal del deseo y de nuestro apego al mundo. Así, la meditación no es otra cosa que la gradual destrucción del yo y de las ilusiones que engendra; ella nos despierta del sueño o mentira que somos y vivimos. Este despertar es la iluminación (Sambodhi en sánscrito y Satori en japonés). La iluminación nos lleva a la liberación definitiva (Nirvana).

    Aunque las buenas obras, la compasión y otras virtudes forman parte de la ética budista, lo esencial consiste en los ejercicios de meditación y contemplación. El estado satori implica no tanto un saber la verdad como un estar en ella y, en los casos supremos, un ser la verdad. Algunas sectas buscan la iluminación por medio del estudio de los libros canónicos (Sutras); otras por la vía de la devoción (ciertas corrientes de la tendencia Mahayana); otras más por la magia ritual y sexual (Tantrismo); algunas por la oración y aun por la repetición de la fórmula Namu Amida Butsu (Gloria al Buda Amida). Todos estos caminos y prácticas se enlazan a la vía central: la meditación.

    La doctrina Zen -y esto la opone a las demás tendencias budistas- afirma que las fórmulas, los libros canónicos, las enseñanzas de los grandes teólogos y aun la palabra misma de Buda son innecesarios. Zen predica la iluminación súbita. Los demás budistas creen que el Nirvana sólo puede alcanzarse después de pasar por muchas reencarnaciones; Gautama mismo logró la iluminación cuando ya era un hombre maduro y después de haber pasado por miles de existencias previas que la leyenda budista ha recogido con gran poesía (Jatakas). Zen afirma que el estado satori es aquí y ahora mismo, un instante que es todos los instantes, momento de revelación en que el universo entero -y con él la corriente de temporalidad que lo sostiene- se derrumba. Este instante niega al tiempo y nos enfrenta a la verdad.

    Por su misma naturaleza el momento de iluminación es indecible. Como el taoísmo, a quien sin duda debe mucho, Zen es una “doctrina sin palabras”. Para provocar dentro del discípulo el estado propicio a la iluminación, los maestros acuden a las paradojas, al absurdo, al contrasentido y, en suma, a todas aquellas formas que tienden a destruir nuestra lógica y la perspectiva normal y limitada de las cosas. Pero la destrucción de la lógica no tiene por objeto remitirnos al caos y al absurdo sino a través de la experiencia de lo sin sentido, descubrir un nuevo sentido. Sólo que este sentido es incomunicable por las palabras. Apenas el humor, la poesía o la imagen pueden hacernos vislumbrar en qué consiste la nueva visión.

    El carácter incomunicable de la experiencia Zen se revela en esta anécdota: un maestro cae en un precipicio pero puede asir con los dientes la rama de un árbol; en este instante llega uno de sus discípulos y le pregunta: ¿en qué consiste Zen, maestro? Evidentemente, no hay respuesta posible: enunciar la doctrina implica abandonar el estado satori y volver a caer en el mundo de los contrarios relativos, en el “esto” y el “aquello”. Ahora bien, Zen no es ni “esto” ni “aquello” sino, más bien, “esto y aquello”. Así, para emplear la conocida frase de Chuangtsé: “el verdadero sabio predica la doctrina sin palabras”.

    La actitud Zen ante los problemas filosóficos puede ejemplificarse también con un diálogo que hace tiempo me refirió el doctor Erich Fromm. Parece que el profesor Suzuki -el gran expositor de Zen- visitó hace años a Martin Heidegger. El filósofo alemán mostró interés por saber cuál era la posición del budismo Zen frente al problema del Ser. Suzuki repuso que no podía darle ninguna contestación categórica pero que le contaría una anécdota que respondería a su interrogación: un discípulo se acerca a un maestro y, antes de hablarle, le hace una reverencia. En lugar de contestar el saludo, el maestro lo golpea con su bastón. “Pero ¿por qué me pegas si aún no he hablado?” A lo que el monje responde: “No era necesario esperar a que lo hicieses.” Para Zen no sólo salen sobrando las respuestas sino también las preguntas… Y no obstante, hay una indudable y extraña analogía entre el budismo Zen y las meditaciones de Heidegger sobre el tiempo y la nada.

    Desde el período Muromachi (1333-1600) la cultura japonesa se impregna de Zen. Para los samurais, Zen era el otro platillo de la balanza. En un extremo, el estilo de vida bushido, es decir, el estilo del guerrero vertido hacia el exterior; en el otro, la Ceremonia del té, la decoración floral, el Teatro Nô y, sustento al mismo tiempo que cima toda esta vida estética, cara al interior, la meditación Zen. Según Issotei Nishikawa esta vertiente estética se llama furyu o sea “diversión elegante”. Las palabras “diversión” y “elegante” tienen aquí un sentido peculiar y no denotan distracción mundana y lujosa sino recogimiento, soledad, intimidad y renuncia.

    El símbolo de furyu sería la decoración floral (ikebana) cuyo arquetipo no es el adorno simétrico occidental, ni la suntuosidad o la riqueza de colorido sino la pobreza, la simplicidad y la irregularidad. Los objetos imperfectos y frágiles -una piedra rodada, una rama torcida, un paisaje no muy interesante por sí mismo pero dueño de cierta belleza secreta- poseen una calidad furyu. Bushido y furyu fueron los dos polos de la vida japonesa. Economía vital y psíquica que nos deja entrever el verdadero sentido de muchas actitudes que de otra manera nos parecerían contradictorias.

    Gracias al budismo Zen la religiosidad japonesa se ahonda y tiene conciencia de sí misma. Se acentúa el lado interior de las cosas: el refinamiento es simplicidad; la simplicidad, comunión con la naturaleza. Las almas se afinan y templan. El culto al mundo natural, presente desde la época más remota, se transforma en una suerte de mística. El octavo Shogún Ashikaga (Yoshimasa) introduce la Ceremonia del Té, regida por los mismos principios: simplicidad, serenidad, desinterés. En una palabra: quietismo: Pero nada más lejos del quietismo furibundo y contraído de los místicos occidentales, desgarrados por la oposición inconciliable entre este mundo y el otro, entre el creador y la criatura, que el de los adeptos de Zen.

    La ausencia de la noción de un Dios creador, por una parte, y la de la idea cristiana de una naturaleza caída, por la otra, explican la diferencia de actitudes. Buda dijo que todos, hasta los árboles y las yerbas, algún día alcanzarían el Nirvana. El estado búdico es un trascender la naturaleza pero también un volver a ella. El culto a lo irregular y a la armonía asimétrica brotan de esta idea de la naturaleza como arquetipo de todo lo existente. Los jardineros japoneses no pretenden someter al paisaje a una armonía racional, como ocurre con el arte francés de Le Nôtre, sino al contrario: hacen del jardín un microcosmos de la inmensidad natural.

    La actitud zen ha influido en todas las artes, desde la pintura y la poesía hasta el teatro y la música. Zen es alusivo y elusivo, Chicamatzu nos ha dejado una excelente definición de esta estética: “El arte vive en las delgadas fronteras que separan lo real de lo irreal”. Y en otra parte expresa: “El poeta no dice: esto es triste sino que hace que el objeto mismo sea triste, sin necesidad de subrayarlo”. El artista muestra; el propagandista y el moralista demuestran. También las reflexiones críticas de Zeami -el gran autor del teatro Nô- están impregnadas del espíritu Zen. En un pasaje nos habla de que hay tres clases de actuación teatral: una es para los ojos, otra para los oídos y la última para el espíritu. En la primera sobresalen la danza, los trajes y los gestos de los actores; en la segunda, la música, la palabra y el ritmo de la acción, en la tercera, se apela al espíritu: “un maestro del arte no moverá el corazón de su auditorio sino cuando ha eliminado todo: danza, canto, gesticulaciones y las palabras mismas. Entonces, la emoción brota de la quietud. Esto se llama: la danza congelada”. Y agrega: “Este estilo místico, aunque se llama Nô que habla al entendimiento, también podía llamarse: Nô sin entendimiento”. La conciencia se ha disuelto en la quietud. Zeami muestra la transición de los estados de ánimo del espectador, verdadera escala del éxtasis, de este modo: “El libro de la crítica dice: olvida el espectáculo y mira al Nô; olvida el Nô y mira al actor; olvida al actor y mira la idea; olvida la idea y comprenderás al Nô”.

    El arte es una forma del conocimiento. Y este conocer, con todas nuestras potencias y sentidos, sí, pero también sin ellos, suspendidos en arrobo inmóvil y vertiginoso, culmina en un instante de comunión: ya no hay nada que contemplar porque nosotros mismos nos hemos fundido con aquello que contemplamos. Sólo que la contemplación que nos propone Zeami posee un carácter distinto del éxtasis occidental; la diferencia es capital porque para la estética del Nô, el arte no convoca a una presencia sino, más bien, a una ausencia. La cima del instante contemplativo es un estado paradójico: es un no ser en el que, de alguna manera, se da el pleno ser. Plenitud del vacío.

    Un sucesor de Basho, el poeta Oshima Ryota (1718-1787), alude a esta suspensión del ánimo en un poema admirable:

    No hablan palabra
    el anfitrión, el huésped
    y el crisantemo.

    Yosa Buson (1716-1783), pintor, calígrafo y poeta, uno de los cuatro maestros del haikú (los otros son Basho, Issa y Shiki), expresa la misma intuición aunque con una ironía ausente en el poema de Ryota y que es una de las grandes contribuciones del haikai:

    Llovizna: plática
    de la capa de paja
    y la sombrilla.

    A lo que responde Misoaka Shiki (1867-1902):

    Ah, si me vuelvo
    ese pasante ya
    no es sino bruma.

    Desde un punto de vista formal el haikú se divide en dos partes: una de la condición general y la ubicación temporal o espacial del poema (otoño o primavera, mediodía o atardecer, un árbol o una roca, la luna, un ruiseñor); la otra, relampagueante, debe contener un elemento activo. Una es descriptiva y casi enunciativa; la otra, inesperada. La percepción poética surge del choque entre ambas. La índole misma del haikú es favorable a un humor seco, nada sentimental, y a los juegos de palabras, onomatopeyas y aliteraciones, recursos constantes de Basho, Buson e Issa. Arte no intelectual, siempre concreto y antiliterario, el haikú es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente. Un poema de Basho -que ha resistido, es cierto, a todas las traducciones y que doy aquí en una inepta versión- quizá ilumine lo que quiero decir:

    Un viejo estanque:
    salta una rana ¡zas!
    chapaleteo.

    Nos enfrentamos a una casi prosaica enunciación de hechos: el estanque, el salto de la rana, el chasquido del agua. Nada menos “poético”: palabras comunes y un hecho insignificante. Basho nos ha dado simples apuntes, como si nos mostrase con el dedo dos o tres realidades inconexas que, de algún modo, tienen un “sentido” que nos toca a nosotros descubrir. El lector debe recrear el poema. En la primera línea encontramos el elemento pasivo: el viejo estanque y su silencio. En la segunda, la sorpresa del salto de la rana que rompe la quietud. Del encuentro de estos dos elementos debe brotar la iluminación poética. Y esta iluminación consiste en volver al silencio del que partió el poema, sólo que ahora cargado de significación. A la manera del agua que se extiende en círculos concéntricos, nuestra conciencia debe extenderse en oleadas sucesivas de asociaciones. El pequeño haikú es un mundo de resonancias, ecos y correspondencias:

    Tregua de vidrio:
    el son de la cigarra
    taladra las rocas.

    El paisaje no puede ser más nítido. Mediodía en un lugar desierto: el sol y las rocas. Lo único vivo en el aire seco es el canto de las cigarras. Hay un gran silencio. Todo calla y nos enfrenta a algo que no podemos nombrar: la naturaleza se nos presenta como algo concreto y, al mismo tiempo, inasible, que rechaza toda comprensión. El canto de las cigarras se funde al callar de las rocas. Y nosotros también quedamos paralizados y, literalmente, petrificados. El haikú es satori:

    El mar ya oscuro:
    los gritos de los patos
    apenas blancos.

    Aquí predomina la imagen visual: lo blanco brilla débilmente sobre el dorso oscuro del mar. Pero no es el plumaje de los patos ni la cresta de las olas sino los gritos de los pájaros lo que, extrañamente, es blanco para el poeta. En general, Basho prefiere alusiones más sutiles y contrastes más velados:

    Este camino
    nadie ya lo recorre,
    salvo el crepúsculo.

    La melancolía no excluye una buena, humilde y sana alegría ante el hecho sorprendente de estar vivos y ser hombres:

    Bajo las abiertas campánulas
    comemos nuestra comida,
    nosotros que sólo somos hombres.

    Un poema de Issa contiene el mismo sentimiento, sólo que teñido de una suerte de simpatía cósmica:

    Luna montañesa:
    también iluminas
    al ladrón de flores.

    El haikú no sólo es poesía escrita -o, más exactamente, dibujada- sino poesía vivida, experiencia poética recreada. Con inmensa cortesía, Basho no nos dice todo: se limita a entregarnos unos cuantos elementos, los suficientes para encender la chispa. Es una invitación al viaje pero a un viaje que debemos hacer con nuestras propias piernas; como él mismo dice: “No hay que viajar a lomos de otro. Piensa en el que te sirve como si fuese otra y más débil pierna tuya”. Y en otro pasaje agrega: “No duermas dos veces en el mismo sitio; desea siempre una estera que no hayas calentado aún”.

    Los diarios son un género muy antiguo y popular en la literatura japonesa. Zeami escribió uno -El libro de la Isla de Oro- en el que entrevera pensamientos sueltos, poemas y descripciones. Basho escribió cinco diarios de viaje, verdaderos cuadernos de bocetos, impresiones y apuntes. Estos diarios son ejemplos perfectos de un género en boga en la época de Basho y del cual él es uno de los grandes maestros: el haibun, texto en prosa que rodea, como si fuesen islotes, a un grupo de haikú. Poemas y pasajes en prosa se completan y recíprocamente se iluminan.

    El mejor de esos cinco diarios de viaje es, según la opinión general, Oku no Hosomochi. En ese breve cuaderno hecho de veloces dibujos verbales y súbitas alusiones -signos de inteligencia que el autor cambia con el lector- la poesía se mezcla a la reflexión, el humor a la melancolía, la anécdota a la contemplación. Es difícil leer un libro -y más aún cuando casi todo su aroma se ha perdido en la traducción- que no nos ofrece asidero alguno y que se despliega ante nuestros ojos como una sucesión de paisajes. Quizá haya que leerlo como se mira al campo: sin prestar mucha atención al principio, recorriendo con mirada distraída la colina, los árboles, el cielo y su rincón de nubes, las rocas… De pronto nos detenemos ante una piedra cualquiera de la que no podemos apartar la vista y entonces conversamos, por un instante sin medida, con las cosas que nos rodean. En este libro de Basho no pasa nada, salvo el sol, la lluvia, las nubes, unas cortesanas, una niña, otros peregrinos. No pasa nada, excepto la vida y la muerte,

    Es primavera:
    la colina sin nombre
    entre la niebla.

    La idea del viaje -un viaje desde las nubes de esta existencia hacia las nubes de la otra- está presente en toda la obra de Basho. Viajero fantasma, un día antes de morir escribe este poema:

    Caído en el viaje:
    mis sueños en el llano
    dan vueltas y vueltas.

    En una forma voluntariamente antiheroica la poesía de Basho nos llama a una aventura de veras importante: la de perdernos en lo cotidiano para encontrar lo maravilloso. Viaje inmóvil, al término del cual nos encontramos con nosotros mismos: lo maravilloso es nuestra verdad humana. En tres versos el poeta insinúa el sentido de este encuentro:

    Un relámpago
    y el grito de la garza,
    hondo en lo oscuro.

    El grito del pájaro se funde al relámpago y ambos desaparecen en la noche. ¿Un símbolo de la muerte? La poesía de Basho no es simbólica: la noche es la noche y nada más. Al mismo tiempo, sí es algo más pero es un algo que, rebelde a la definición, se rehúsa a ser nombrado. Si el poeta lo nombrase, se evaporaría. No es la cara escondida de la realidad: al contrario, es su cara de todos los días… y es aquello que no está en cara alguna. El haikú es una crítica de la realidad: en toda realidad hay algo más de lo que llamamos realidad; simultáneamente, es una crítica del lenguaje:

    Admirable
    aquel que ante el relámpago
    no dice: la vida huye…

    Crítica del lugar común pero también crítica a nuestra pretensión de identificar, significar y decir. El lenguaje tiende a dar sentido a todo lo que decimos y una de las misiones del poeta es hacer la crítica del sentido. Si decimos que la vida es corta como el relámpago no sólo repetimos un lugar común sino que atentamos contra la originalidad de la vida, contra aquello que efectivamente la hace única. La verdad original de la vida es su vivacidad y esa vivacidad es consecuencia de ser vida mortal, finita: la vida está tejida de muerte. Pero al decirlo convertimos en dos conceptos, vida y muerte, la vivaz y fúnebre unidad vida-muerte. ¿Hay un lenguaje que diga, sin decirla, esa unidad? Sí, el haikú: una palabra que es la crítica de la realidad, un lenguaje que es la burla oblicua de la significación. El haikú de Basho nos abre las puertas de satori: el sentido y la falta de sentido, vida y muerte, coexisten. No es tanto la anulación de los contrarios ni su fusión como una suspensión de ánimo. Instante de la exclamación o de la sonrisa: la poesía ya no se distingue de la vida, la realidad reabsorbe a la significación. La vida no es ni larga ni corta sino que es como el relámpago de Basho. Ese relámpago no nos avisa de nuestra mortalidad; su misma intensidad de luz, semejante a la intensidad verbal del poema, nos dice que el hombre no es únicamente el esclavo del tiempo y de la muerte sino que, dentro de sí, lleva a otro tiempo. Y la visión instantánea de ese otro tiempo se llama poesía: crítica del lenguaje y de la realidad: crítica del tiempo. La subversión del sentido produce una reversión del tiempo: el instante del haikú es inconmensurable.

    La poesía de Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que contemplaba largamente un árbol y un cuervo sobre el árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que después de remendarse las ropas raídas leía a los clásicos chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los labradores y las prostitutas, los monjes y los niños, es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago.

    Octavio Paz

    México, 1954



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    "Ser como un verso volando
    o un ciego soñando
    y en ese vuelo y en ese sueño
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    siendo guardián en tu cielo
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    (Hánjel)





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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie Ago 23, 2013 7:55 pm

    "La poesía japonesa, gracias sobre todo a Matsúo Basho, alcanza una libertad y una frescura ignoradas hasta entonces. Y, asimismo, se convierte en una réplica al tumulto mundano. Ante ese mundo vertiginoso y lleno de colorido, el haikú de Basho es un círculo de silencio y recogimiento: manantial, pozo de agua oscura y secreta.

    Basho no rompe con la tradición sino que la continúa de una manera inesperada; o como él mismo dice: “No sigo el camino de los antiguos: busco lo que ellos buscaron”. Basho aspira a expresar, con medios nuevos, el mismo sentimiento concentrado de la gran poesía clásica. Así, transforma las formas populares de su época (el haikai no renga) en vehículos de la más alta poesía. "



    Gracias, Maria, por traer este magnífico artículo de Octavio Pas, tan útil para situar a Basho en su época y entender mejor su obra.

    Recuerdo a todos cuantos puedan sentirse atraídos por el haiku que en el foro disponemos de un subforo dedicado íntegramente a esta especialidad poética dirigido por un gran especialista, Francisco Basallote, donde podrán iniciarse y profundizar en él.

    Al haiku hay que acercarse libre de prejuicios porque es "otra cosa" que no tiene nada que ver con nuestra poesía occidental, pero puede enriquecernos extraordinariamente adentrándonos en algo parecido a una "escuela de vida".

    "El haikú no sólo es poesía escrita -o, más exactamente, dibujada- sino poesía vivida, experiencia poética recreada. Con inmensa cortesía, Basho no nos dice todo: se limita a entregarnos unos cuantos elementos, los suficientes para encender la chispa. Es una invitación al viaje pero a un viaje que debemos hacer con nuestras propias piernas; como él mismo dice: “No hay que viajar a lomos de otro. Piensa en el que te sirve como si fuese otra y más débil pierna tuya”. Y en otro pasaje agrega: “No duermas dos veces en el mismo sitio; desea siempre una estera que no hayas calentado aún”."

    Un abrazo.
    Pedro

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