HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS
XXXV
(Habla Mairena sobre el hambre, el trabajo, la Escuela de Sabiduría,
etc).
Decía mi maestro —habla Mairena a sus amigos— que él había pasado hasta
tres días sin comer —y no por prescripción facultativa—, al cabo de los
cuales se dijo: «Esto de morirse de hambre es más fácil de lo que yo creía».
Añadiendo: «Y no tiene, ni mucho menos, la importancia que se le atribuye».
Yo me atreví a preguntarle: «¿Y qué quiere usted decir con eso?». «Que si
para escapar de aquel duro trance —me contestó— hubiera yo tenido que
hacer algo no ya contra mi conciencia, sino, sencillamente, contra mi
carácter, pienso que habría aceptado antes la muerte sin protestas ni
alharacas». «Es posible —continuó mi maestro, adelantándose, como
siempre, a nuestras objeciones— que aquella mi estoica resignación a un
fallecer obscuro e insignificante pueda explicarse por un influjo atávico: el de
las viejas razas de Oriente, cuya sangre llevamos acaso los andaluces y en las
cuales no solo es el ayuno lo propio de las personas distinguidas, sino el
hambre general y periódica, la manera más natural de morirse. También es
posible que, por ser yo un hombre grueso, como el príncipe Hamlet, no
llegase a ver las orejas del lobo; porque tres días de ayuno no habrían bastado
a agotar mis reservas orgánicas, y que todo quiera explicarse por una
confianza, más o menos consciente, en los milagros de la grasa burguesa,
acumulada durante muchos años de alimentación superabundante. Mas si he
de decir verdad, yo no creo demasiado en nuestro orientalismo, ni mucho
menos en que mis reservas sean exclusivamente de grasa. Mi opinión, fruto
de mis reflexiones de entonces, es esta: Cosa es verdadera que el hombre se
mueve por el hambre y por el prurito, no del todo consciente, de reproducirse,
pero a condición de que no tenga cosa mejor por que moverse, o cosa mejor
que le mueva a estarse quieto. De todo ello saco esta conclusión nada
idealista: “Dejar al hombre a solas con su hambre y la de sus hijos es
proclamar el derecho a una violencia que no excluye la antropofagia”. Y
desde un punto de vista teórico me parece que la reducción del problema
humano a la fórmula un hombre = un hambre es anunciar con demasiada
anticipación el apaga y vámonos de la especie humana».
—Según eso —observó alguien—, también es usted de los que piensan que
conviene engañar el hambre del pueblo con ideales, promesas, ilusiones…
—De ningún modo —exclamó mi maestro—. Porque el hambre no se engaña
más que comiendo. Y esto lo sabían los anacoretas de la Tebaida lo mismo
que Carlos Marx.
* * *
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