De la bola incandescente que giraba sin descanso
se desprendió un pedazo que, en gravedad prendido,
cursó elíptico camino a su derredor uncido.
Poco a poco, sin desmayo, con el voltear constante
aquel pedazo llameante redondeó sus contornos.
Y cuando apagado y frío Dios lo creyó oportuno
le instauró un paraíso: ¡el paraíso terrenal!,
poblado: de árboles, plantas y flores de diferentes colores;
pájaros y trinos; la fauna animal de especies distintas;
embriagadores olores.
¡Todo tan perfecto, tan perfecto y plácido,
que da gloria el verlo, sentirlo y morarlo!!
El Dios Eterno dispuso que aquellos primates que en el mundo puso
dueños absolutos del paraíso terrenal,
aceptaran a cambio, en contrapartida, no ser disolutos,
y comer manzana de árbol que entraña optar, de modo liberal,
entre el bien y el mal.
II-ABERRACIÓN
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