.
De "EL GENIO DEL IDIOMA" de Álex Grijelmo. Taurus, 2004.
Estricto con los sonidos. (Pág. 187)
Estricto -y eficaz- se ha mostrado nuestro personaje con los sonidos de la lengua española. Algunos grupos de palabras viables en otros idiomas son imposibles en español. Las combinaciones inexistentes en nuestro léxico -pero posibles en otros- son casi innumerables. Baste decir que el genio de nuestra lengua se fija sobre todo en la posición de las consonantes y, en el plano fonético, en los distintos tipos de vocales. Así, no admitirá nunca una combinación schw como en el alemán schwankende; ni la sucesión de dos mm como podía ocurrir en latín (summum); ni la terminación en una m que sí aparece en latín, árabe o inglés... (quorum, imam, dream, respectivamente); ni el dúo sr en ningún lugar de la palabra; ni los grupos pv, vg, ts, tz, tx ni ms, posibles algunos de ellos en otros idiomas... Y sus plurales de sustantivos los forma con ese, y no con las íes del italiano que le dan a esa lengua su sonido propio; tan peculiar para nosotros, que no tenemos muchos sustantivos terminados en i (y de entre ellos, gran número no son patrimoniales).
A la hora de aceptar sonidos finales de palabra, en español valen todas las vocales, aunque con muy desigual frecuencia (la u aparece en escasos ejemplos); mientras que sólo algunas consonantes disfrutan de ese privilegio -únicamente ocho de las más de veinte de nuestro alfabeto: n, s, d, l, r, y, x, z- y varias de ellas con muy poca producción al respecto.
Para empezar, la u da fin solamente a 152 palabras, frente a 33.932 de la a y 18.804 de la o. Y entre las consonantes, la j termina sólo 21 vocablos; la x, 67; y la t, 147 (en este último caso, casi todos son de origen extraño al español, y de difícil plural); frente a los 15.195 de la r, los 2.078 de la l y los 1.224 de la d.
Es decir, que el genio de la lengua sólo ha permitido realmente a doce letras situarse al final de una palabra. Y podemos sostener por tanto que las voces terminadas en el resto de los sonidos o grafías van también contra el genio del idioma.
Más estricto aún se ha demostrado con las esdrújulas: ninguna voz propia del castellano que forme parte de ese grupo puede terminar en letra distinta de una vocal, la n o la s: “íntimo”, “hipérbaton”, “galápagos”. La predilección del genio por estas tres terminaciones (vocal, n y s) se aprecia también en que no permite que ninguna otra letra cierre una forma verbal (excluimos el infinitivo y el imperativo): “hago”, “haces”, “hacen”, “vengo”, “vinieras”, “vendrán”, “labro”, “labrarán”, “labrarían”...
Vuelta de tuerca.
Otra cuestión son los fonemas. Porque en los párrafos anteriores hemos hablado de los grafemas. Y con los fonemas el genio aprieta un poco más las tuercas, en su estricto carácter. Aquí damos por desechada fonéticamente también la letra t, puesto que incluso las palabras más aceptadas y empleadas que la usan son claramente ajenas al castellano, hasta el punto de que muchas de ellas cuentan con una grafía alternativa que excluye esa consonante: “accésit”, “acimut”, “argot”, “ballet”, “bidet” (“bidé”), “boicot” (“boicoteo”), “cabaret” (“cabaré”), “carnet” (“carné”), “chalet” (“chalé”), “debut” (“debú”), “paquebot” (“paquebote”), “parquet” (“parqué”), “plácet”, “vermut” (“vermú”), sóviet”, superávit”... la t desapareció del español patrimonial en el siglo XII como letra final de palabra, y aun entonces ya sólo estaba agarrada a las terminaciones verbales (saliot, por ejemplo, que daría “salió”). Desde entonces les resulta incómoda a los hablantes naturales del español, que no son capaces además de añadirle una s para el plural.
El genio del español excluye, pues, la t y en final de palabra tiende a suprimirla en aquellas que vienen del francés, arreglándoselas así para formar más fácilmente ese plural. Pero tampoco le agrada demasiado la d. Esto parece evidente, mas la realidad nos dice también que, a pesar de su criterio, ha acabado aceptando algunas razones a favor de la d final. Digamos que en ocasiones el genio del idioma acepta propuestas a regañadientes; y luego procura que su disgusto se note. De hecho, ya había suprimido muchos sonidos /d/ finales en el paso del latín al castellano (aliquod se convierte en “algo”, ad se queda en “a”...).
Todavía ahora, muchos hispanohablantes no pronuncian el fonema /d/ a final de palabra, y algunos no lo pronuncian bien: por ejemplo, en “Madrid” reemplazan la /d/ por una /z/ -Madriz-, mientras que otros -en la zona catalanohablante de España- acuden al sonido /t/ (que también se emplea en Colombia y algunos países hispanoamericanos para igual cometido); y otros se refugian en la terminación más natural de /í/ (Madrí). Incluso cuando se liga el final de una palabra terminada en d con el comienzo de otra empezada por vocal se producen errores prosódicos: “Damos los resultados de la jornada: Madrí uno, Celta uno”, por ejemplo (también tenemos las versiones “Madri-zuno” y “Madri-tuno”), en vez del más adecuado “Madri-duno”. Ocurre lo mismo con nombres propios de persona terminados en d y acompañados de un apellido que empieza por vocal: “Davi-zAlonso”, en vez de “Davi-dAlonso”. Sin embargo, no ocurre lo mismo con otras terminaciones en consonante: “Cádi-zuno, Burgo-suno”; o “Barcelona de Guayaqui-luno, Deportivo Cali, uno”, en los que si se produce la unión silábica entre la consonante final y la vocal siguiente.
La dificultad de esa d final la observamos asimismo en pronunciaciones vulgares como /verdá/ , /usté/ , y /¿verdá usté?/ , entre otros muchos ejemplos. En algún documento del siglo XVI se leen también grafías como Navidá. Y tenemos otro caso de esa refracción en los imperativos que el vulgo sustituye por infinitivos: “hacer esto ahora mismo”, en vez de “haced”. Estos problemas vienen de lejos, pues, y nos hablan de un gobernante del idioma que se siente incómodo con ese final de palabra.
La d ha pasado la severa criba por los pelos, tal vez haciendo valer que en muchas zonas donde habita sí se pronuncia correctamente. Y tal vez gracias también a que su plural no resulta incómodo (al contrario que en las voces terminadas en t), puesto que se le añade una e con toda naturalidad (“vid”, “vides”; “navidad”, “navidades”). En algunas zonas, la correcta pronunciación de la d final sirve ahora para identificar a una persona culta, como hace siglos el grupo mn diferenciaba entre los letrados que pronunciaban /solemne/ y aquellas personas, de más baja condición, que proferían /solene/. No podemos decir con seguridad que las pronunciaciones de “Madrid” que hemos citado vayan contra el genio del idioma en su manifestación popular, sino contra la tendencia culta (de la que también cuida, mal que le pese).
El idioma español, pues, vive una cierta tensión con esta consonante final d, muestra de las diferencias entre las dos fuerzas que se han producido históricamente. Y el caso es que ahora, cuando algunos pretenden colocar en el acervo léxico palabras extranjeras de extraña pronunciación so pretexto de que la lengua lo soporta todo y evoluciona sin problemas, el mensaje que nos envía el genio del idioma representa lo contrario: la supuesta evolución tal vez se produzca al revés. Incluso un fonema como la /d/ a final de palabra que fue incorporado a la norma hace siglos -hablamos del fonema, no de la letra- puede acabar desapareciendo o al menos alterarse o mudarse como ocurrió cientos de años atrás con otras consonantes incómodas y con ella misma en su paso del latín al castellano. Habremos de permanecer atentos a ese proceso, pues no ocurrirá de la noche a la mañana: ya hemos visto qué desesperadamente lento es nuestro genio.
La desafinación.
Todos los lingüistas y los historiadores de la lengua han sentido la necesidad alguna vez de encontrar una alternativa a la palabra “latín” para evitar alguna reiteración. Es posible que les haya venido a la cabeza la expresión “el idioma de Roma”. Pero ninguno la habrá escrito, porque en el momento en que eso se percibe mediante la subvocalización típica de nuestro cerebro (que no oye pero escucha, que no dice pero pronuncia) se aparece el genio de la lengua para advertir del desatino. Nunca le agradará u-na redundancia fonética de este calibre. Sobre todo porque tiene alternativas: la lengua de Roma, el idioma de los romanos.
Al genio le preocupa la música de las palabras, y en parte por eso ha dejado alternativas como “quizás” y “quizá” (la primera para preceder a vocal, la segunda para preceder a consonante); o “cantara” y “cantase”, para aligerar las oraciones de sonidos / s / o sonidos / r /, según pueda interesar, por ejemplo si se ha usado muy cerca de ellas la palabra “manera” o “madera”, o “frase” o “fase”: “le dijo que no lo hiciera de esa manera” (“le dijo que no lo hiciese de esa manera”). Seguramente, también la supervivencia de la conjunción adversativa “mas" -poco usada en la lengua hablada- se debe a su utilidad para evitar la cacofonía de “pero” (por ejemplo en “pero para eso hace falta...”).
De hecho, algunos fenómenos gramaticales sólo se explican por la obsesión eufónica del genio. Por ejemplo, la colocación del artículo determinado masculino (“el”) frente a nombres femeninos que comienzan por a acentuada (“el hacha”, “el águila”, “el habla leonesa”, “el área pequeña”...) o la tendencia a no terminar una frase hecha en una palabra mososilábica si existe una alternativa mediante el intercambio de los términos. Nunca decimos “de cabeza a pies” sino “de pies a cabeza”.
El genio no disculpa que alguien escriba “tras tres siglos” si tiene la posibilidad de elegir “después de tres siglos”, como tampoco admite un largo sujeto si se puede situar el verbo por delante y mejorar el ritmo de la frase. No le gusta la acumulación de adjetivos alrededor de un sustantivo (“la embravecida y peligrosa extensa mar profunda y azul”...), ni las aposiciones pueden romper un sintagma coherente y unido (“no es menos importante, a nuestro juicio,en el problema, la escasez de dinero”, frente a “no es menos importante en el problema, a nuestro juicio, la escasez de dinero”)...
El genio del idioma sería un buen escritor. Para empezar, la ausencia de cacofonías ya constituye un primer grado de eufonía. Si se evita la sucesión de monosílabos (“las personas a las que se les han limitado”), si la última sílaba de una palabra no es igual a la primera de la siguiente, si nunca termina una voz en s cuando la que va a continuación comienza por r (salvo casos inevitables: “los reyes”)... eso acaba sonando bien.
El cuidado por el ritmo y los sonidos ha producido muchos casos de analogía y asimilación fonética incluso dentro de una sola palabra. Por ejemplo, directus debería haber fabricado, en su evolución patrimonial, la voz direcho. Pero la e acentuada influyó sobre la e inicial para producir “derecho” y mejorar su sonoridad (y facilitar la pronunciación, desde luego). También se da asimilación -pero de consonantes- en “ceniza”, que de otro modo habría dado cenisa; porque la boca queda mejor articulada para pronunciar un segundo sonido / z / después de haber proferido el primero, mientras que la / s / presenta más dificultad.
Y como el genio sigue siendo el mismo, hoy en día decimos “in fraganti” cuando creemos acudir a la expresión latina in flagranti (es decir, “en flagrante delito”, “con las manos en la mana”). Pero ahí influyen en la memoria palabras como “fragante” o “fragancia”, y la mayor comodidad en esos sonidos frente al extraño fl combinado con un posterior gr que acaba desplazando la r a la primera sílaba. (La combinación de consonantes fl no es incómoda en sí -decimos “flamante” sin problemas, aunque se trate de un cultismo-, sino que la convierte en molesta el segundo grupo, gr).
Y también se da lo contrario (la disimilación), pero con el mismo objetivo de evitar la cacofonía. Eso pasaba ya en el latín (el genio acepta una herencia inmensa): la terminación -alis (que servía para formar adjetivos) se transformaba en -aris cuando en una sílaba anterior y próxima aparecía el fonema / l / ; así, por una parte, se formaban los adjetivos actualis, annualis, floralis, legalis, naturalis... y por otra angularis, auxiliaris, familiaris, molaris, popularis, saecularis, solaris, velaris, vulgaris... . Porque habrían sonado mal, al oído del genio, angulalis, auxilialis, familialis, molalis, populalis, saeculalis, solalis, velalis o vulgalis. Es decir, lo mismo que probablemente pasó con un intermedio fragrante, en el que las dos erres terminaron siendo incómodas y sonando mal.
La disimilación se produce, pues, al evitar la inquietante semejanza entre dos sonidos de una palabra. Así, viginte daba viinti, pero se disimuló en “veinte”. Y dicir (proveniente del latín dicere) se transfiguró en “decir”. La voz latina robur derivaría en robre, pero el genio de la lengua la mutó en “roble” para mejor pronunciar (lo que no ha evitado el apellido “Robredo” o el topónimo “Robregordo”, entre otros similares que, por menos usados, no han incomodado tanto al oído del señor del idioma). También carcer huye del lógico cárcer para quedarse en “cárcel”, y marmor da “mármol” porque no le gusta el mármor que le habría correspondido por la evolución fonética... Y con la búsqueda de una mejor pronunciación esquivamos “vayámosnos” y elegimos “vayámonos”. Y no decimos “verdurero” porque nos suena mejor “verdulero” (el genio ni siquiera ha permitido el doblete, y “verdurero” jamás fue autorizada a entrar en el paraíso de las palabras.
Ese sentido del oído le ha hecho añadir una r en determinadas ocasiones, para aprovechar su fuerza sonora. Tonus del latín, daba tueno en castellano; pero un sonido como el que esa palabra representaba no podía quedarse así. Y por eso decimos “trueno”. No debía de andar lejos el genio de los sonidos, el que construyó palabras como “tremendo”, “trepar”, “arrastrar”, “rasgar”, “romper”... los fonemas que seguramente se usaron en Atapuerca y con cuya herencia se cambiaron tantas erres de sitio para dar fuerza a todo el sonido del castellano (semper vira hacia “siempre”, quattuor da paso a “cuatro”...).
El gusto del genio por relacionar sonidos y significados está presente en las onomatopeyas (“susurro”, “bisbiseo”, “tintineo”, “titilar”, “tormenta”, “arrullo”, “farfullar”, “cuchicheo”, “aullar”, “guirigay”, “estruendo”, “chapotear”, “chiscar”... la lista sería muy larga); pero también en otros aspectos. Por ejemplo, en su enigmática manía de vincular el sonido / i / con la idea de pequeño (“nimio”, “milimétrico”, “ínfimo”, “miniatura”, “infantil”, “birria”, “chisgarabís”, “minucia”, “disminuir”, “chiquitín”, “miseria”, “microbio””...), así como los afijos -ito, -illo, -ico...; mientras que / a / y / o / reflejan lo grande (“descomunal”, “faraónico”, “grandilocuente”, “megalómano”, “ampuloso”, “aparatoso”...), como también lo hacen los afijos -ón, -azo, -ota, -ona... .
Estos fenómenos de disimilación se deben al gusto colectivo (y por tanto natural) de evitar en el habla corriente la repetición próxima de lo igual o semejante. Los buenos prosistas latinos siguen, consciente o inconscientemente, esta tendencia de la lengua, explica García Yebra. Y los buenos escritores permanecen atentos a las inclinaciones del genio del idioma.
La virtud en el verso puede ser vicio en la prosa. El mejor procedimiento para conseguir la eufonía en prosa es evitar la cacofonía. Para eso hace falta oído, y el genio lo tiene. Como lo tiene el genio de la música.
Otra característica del oído de nuestro personaje consiste en que no le gustan las sucesiones de monosílabos; y ha previsto para evitar esos golpes monótonos de voz algunas posibilidades. Si se encuentra la frase “no les da regalos a los que les resultan incómodos” (donde el grupo “a los que” constituye una sucesión de monosílabos átonos, frente al grupo “no les da”, en el que “da” tiene la fuerza tónica superior), el genio ofrece la alternativa “no les da regalos a aquellos que le resultan incómodos”; o bien “no les da regalos a quienes le resultan incómodos”. Una frase como “si a los que les ven mal les suspenden” no sería, pues, de su gusto, por culpa de los cinco monosílabos átonos iniciales.
Viene todo esto a abundar en que al genio no le dan igual los sonidos, y en ningún momento se ha mostrado indiferente ante ellos: al contrario, todo su gobierno se ha basado en obras públicas que tenían como misión encauzar este caudal de fonemas del que dispone nuestro idioma y que le han llegado de diversas lenguas.
Hace muchos siglos que el genio del idioma añadió y quitó letras para acomodar los vocablos. Ya en el paso del latín al castellano colocó al comienzo de palabra una e por delante de la s si ésta iba seguida de consonante: sperare dio “esperar”; stare, “estar”; schola, “escuela”... y lo mismo pasó con el helenismo spatha (“espada”) y con cientos y cientos de términos. Más de mil años después, el fenómeno continúa: stress se convierte en “estrés”, snob da “esnob”, de smokin obtenemos “esmoquin”, de scanner escribimos “escáner”, y el slogan se ha convertido en “eslogan”...Lo cual nos deja imaginar para algún futuro próximo palabras como “esquás” o “esprín” (de la que saldría “esprínter”, o tal vez “esprintador” o “esprintero”). Tales vocablos estarán de acuerdo con el genio del idioma, lo que equivale a decir que las grafías actuales squash y sprint van contra él. De hecho, en nuestras bocas están ya con todos los fonemas que ampara el genio de la lengua. Y el genio del idioma, aprendida la lección del latín, parece muy interesado en que se produzcan muy pocas diferencias entre el español escrito y el hablado. Esas mismas naturalizaciones hacen que el franc se le llame “franco”, al mark “marco” y al rubl “rubo”.
(continuará)
.
Hoy a las 03:54 por Pascual Lopez Sanchez
» Poetas murcianos
Hoy a las 03:19 por Pascual Lopez Sanchez
» XII. SONETOS POETAS ESPAÑOLES SIGLO XX (VII)
Hoy a las 02:36 por Pascual Lopez Sanchez
» ANTOLOGÍA DE GRANDES POETAS HISPANOAMÉRICANAS
Hoy a las 02:31 por Pascual Lopez Sanchez
» POESÍA SOCIAL XX. . CUBA. (Cont.)
Ayer a las 23:59 por Lluvia Abril
» CARLOS BOUSOÑO PRIETO (1923-2015)
Ayer a las 23:43 por Lluvia Abril
» José Manuel Caballero Bonald (1926-2021)
Ayer a las 23:40 por Lluvia Abril
» LA POESÍA PORTUGUESA - LA LITERATURA PORTUGUESA
Ayer a las 21:53 por Maria Lua
» Dhammapada. La poesia sagrada del Budismo
Ayer a las 21:48 por Maria Lua
» LA POESIA MÍSTICA DEL SUFISMO. LA CONFERENCIA DE LOS PÁJAROS.
Ayer a las 21:46 por Maria Lua