La búsqueda del árbol de la inmortalidad.
Un erudito, por contar una historia, dijo que en la India había un árbol
cuyo fruto concedía la inmortalidad a quien lo comía.
El rey tenía al erudito como una persona veraz, por consiguiente envió a un
emisario para que buscara por todas partes el árbol de la inmortalidad, hasta
que lo encontrará.
El emisario buscó de ciudad en ciudad, buscó por montañas y llanuras, no
dejó ninguna isla por investigar.
Todos a los que preguntaba se burlaban de él. Quienes se burlaban de él,
decían: tu investigación es de gran importancia y asunto de una persona de
mente preclara como tú. Y le daban pistas falsas.
El enviado del rey viajó durante años, viviendo de lo que el monarca le
enviaba. Después de muchas fatigas se rindió. No había encontrado ningún
indicio del árbol de la vida.
Se puso en marcha para regresar al palacio del rey, triste por no haberlo
encontrado.
El sentido verdadero de “árbol de la vida”.
En la posada en que descansaba el viajero había un sabio. El enviado explicó
al sabio su problema y su tristeza por el fracaso de su búsqueda. Le dijo que
había fracasado en buscar el árbol cuyo fruto era el Agua de la Vida.
No había encontrado nada, sino burlas.
El sheikh se rió de él y le dijo que el árbol de la Vida residía en el sabio. Le
dijo que no lo había encontrado porque había ido tras la forma, alejándose de
la realidad.
Al sabio se le llama unas veces “árbol”, otras “sol”, otras “mar” y con otros
muchos nombres porque de él surgen mil efectos. Por esa razón le son
apropiados mil nombres.
Tiene mil nombres, pero es un solo hombre, y en realidad no le cabe ningún
nombre. Quien busque “su nombre” acabará descarriado como tú.
Si te aferras al nombre “árbol”, quedarás perdido y desilusionado.
Ve más allá del nombre, fíjate en la cualidad para que te conduzca el camino
a la realidad que alude.
Los desacuerdos en la humanidad surgen de confundir la realidad con un
nombre, de ligar lo real a un nombre.
La paz surge entre los hombres cuando dejando atrás los nombres, se
dirigen a la realidad que los nombres aluden.
Las mentes desviadas aceptan los dichos sin valor.
A la mente desviada lo incorrecto le parece correcto. Se asemejan a un
bizco que ve dos lunas.
Si alguien, burlándose de él, le dice que efectivamente hay dos lunas, le
creerá.
Los que viven en la mentira, acumulan mentiras. Para ellos vale el dicho
“las mujeres malvadas para los hombres malvados”.
Lo que está montado en la falsedad, acumula falsedad.
Quienes tienen mentes y corazones amplios, sus obras también son amplias.
Como sea tu mente y tu corazón, así será tu obrar.
Quienes tienen ojos ciegos, tropiezan. Quienes no ven, no harán otra cosa
que tropezar.
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