SANTO DOMINGO
MÁXIMO AVILÉS BLONDA
Cantos a Elena
Centro del mundo
CANTO X
Habría podido nacer ¡Oh Helena! en otras costas más suaves,
en orillas más dulces de ríos,
bajo sombras más amables de árboles sin hormigas,
pero en la antigua Lotería me tocó este peñón
y así mi canto corresponde a esta tierra de áspero verde
y corresponderá de igual suerte el canto de mi hijo,
porque con el cordón nos ataron a la roca
y aquí estamos, confiados, no en soltarnos,
sino en cambiar la roca, los cordones, las ataduras
ciegas de tantos condenados.
Todo es cuestión de órbita, Helena, de movimiento torpe y calculado.
El trabajo cambia de acuerdo a cada roca de condena.
Y este es nuestro trabajo. Tú lo sabes.
Lo difícil está en cómo hacerlo:
Hay tantos cordones en la roca que cualquiera se enreda,
“cualquiera”, es palabra de islas, palabra
irresponsable de islas de ardiente sol y olas.
Surge el fervor esperanzado como una bofetada
en el baile de los nobles y grandes,
como un golpe de aplauso al pie de la comedia, o la danza de
sátiros
junto al Epodo y la máscara escondida en el foro,
en las Dionisiacas Urbanas, surge.
¡Ah Estrofa y Antiestrofa y retirarse organizado del coro
como todas las cosas de los nobles!
Surge el fervor de pronto, esperanzado,
como un escupitaje no de adentro
sino de llenarse con indignada agua nuestras bocas,
¡Oh agua de impotencia en la protesta!
Como un cadenazo lapidario y juvenil en una calle, surge el fervor
equivocado o cierto, pero surge. Surge
para ordenar cordones atados a la roca,
para enredarlos más, cuando estalla sin tino,
y se espera que la ardiente epopeya o el plomo aguerrido o agresor
los corten de cuajo como raíz enferma
o antiguo y desvencijado oráculo.
Es verdad, preciso es confesarlo, ¡Oh, Helena!,
que nos trajeron pájaros de otra parte
con hígados marcados de antemano
para ser interpretados fácilmente por los torpes augures
por los turbios auríspices,
de atado, enredado y brillante cordón,
de áureo cordón a la tierra fértil de la roca,
interpretados por los conocedores de presupuestos y prebendas,
sabedores del movimiento exacto de la órbita,
banqueros, comerciantes en grande,
profesionales, mercaderes de toda suerte y laya,
empleados de “faltan cinco días – para acabar el mes",
zapateros, cerrajeros, vendedoras de destino,
hojeras de suerte, canasteras frescas,
revendedores, alguaciles,
jinetes en jumentos,
fabricantes de queso, carboneros,
cosechadores de mieles en apiarios pobres,
hambrientos cortadores del junco azucarero,
lavanderas de ríos y de agrias y desinfectadas
bateas con detergentes nuevos,
y todos, todos, firmemente atados al peñón, ¡Oh Helena!
todos fijos y móviles en la órbita móvil
de los Príncipes rubios poderosos.
Todos tratando de conservar la civilización y su exacta medida.
Todos siendo y conformes de estar.
Todos de acuerdo a su altura, de acuerdo a su cordón.
Es triste dar el número exacto de las cosas,
la dimensión, la raya, la marca, la situación,
pero aquí están los cordones, las ataduras, los tropiezos,
y estos, Helena, son tesis pesimistas.
¡Oh! Es cómodo, muy cómodo, asignar la suerte
a las barajas, a la taza, al trabajo.
Hablar del negro o el llanto.
Esta sota es el norte, de allí viene la muerte,
el frío, los designios... ¡Copas y Espadas!
Y eso es verdad, ¡Oh Helena! más no es todo...
Es cierto que los naipes gritan en las espaldas
más no es todo. Eso no es todo Helena, y tú lo sabes
porque vienen pretextos de todos los puntos cardinales:
El pretexto para ser irresponsable,
el del reloj para llegar tarde a cualquier sitio,
el de “yo no tuve la culpa”
y ‘‘esa no fue mi intención”,
y muchos, y el más terrible, el más cruel
¡Oh Helena!,
el “yo lo siento”.
Y así, así, ¡oh diosa! seguir atado por fuerza al peñasco
y acariciar tranquila, torpemente cada cual su cordón.
Y existe también, Helena, un no enfrentarse al límite y ataduras,
pero es quedarse solo entre cordones.
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