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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 17 Ene 2021, 05:31

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    116

    Me levanto de la silla con un esfuerzo monstruoso, pero tengo la impresión de que me la llevo conmigo, y que es más pesada, porque es la silla de la subjetividad.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 18 Ene 2021, 10:30

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    117

    Cosas de nada, naturales de la vida, insignificancias de lo usual y de lo vulgar, polvo que subraya con un rasgo apagado y grotesco la sordidez y la vileza de mi vida humana.

    —el Libro de Caja abierto ante los ojos cuya vida sueña todos los orientes; el chiste inofensivo del jefe de la oficina que ofende a todo el universo; el avisar al patrón que telefonee, que es su amiga, por nombre y doña [...] en medio de la meditación del período más asexual de una teoría estética y mental.

    Todos tienen un jefe de oficina con el chiste siempre inoportuno y el alma fuera del universo en su conjunto. Todos tienen un patrón y la amiga del patrón, y la llamada al teléfono en el momento siempre inoportuno en que la tarde admirable cae y las amantes [...] se arriesgan a hablar al amigo que está haciendo pipí como sabemos los demás.

    Pero todos los que sueñan, aunque no sueñen en oficinas de la Baja, ni delante de un escrito del almacén de tejidos, todos tienen un Libro de Caja delante de sí —sea la mujer con quien se han casado, sea la [...] de un futuro que le viene por herencia, sea lo que sea siempre que positivamente sea.

    Después los amigos, buenos chicos, buenos chicos, tan agradable estar hablando con ellos, cenar con ellos, y todo, no sé cómo, tan sórdido, tan bajo, tan pequeño, siempre en el almacén de tejidos aunque en la calle, siempre delante del Libro de Caja aunque en el extranjero, siempre con el patrón aunque en el infinito.

    Todos nosotros, que soñamos y pensamos, somos ayudantes de contabilidad de un almacén de tejidos, o de otra cualquier mercancía en una Baja cualquiera. Inscribimos y perdemos; sumamos y pasamos; cerramos el balance y el saldo invisible está siempre en contra nuestra.

    Escribo sonriendo con las palabras, pero mi corazón está como si se pudiese partir, partir como las cosas que se rompen, en fragmentos, en trozos, en basura, que el cajón se lleva con un gesto de por cima del hombro al carro de lo eterno de todos los Ayuntamientos.

    Y todo espera, abierto y adornado, al Rey que vendrá y ya llega, que el polvo del cortejo es una nueva niebla de oriente lento y las lanzas relucen ya en la distancia con una madrugada suya


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 19 Ene 2021, 03:52

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    118

    Cada vez que mi propósito se ha elevado, por influencia de mis sueños, por cima del nivel cotidiano de mi vida, y durante un momento me he sentido alto, como el niño en un columpio, cada vez de éstas he tenido que bajar como él al jardín municipal, y conocer mi derrota sin banderas desplegadas para la guerra ni espada que tuviese la fuerza de desenvainar.

    Supongo que la mayoría de aquellos con quienes me cruzo en el acaso de las calles lleva consigo —lo noto en el movimiento silencioso de los labios y en la indecisión confusa de los ojos o en la elevación de la voz con que rezan juntos—una igual proyección para la guerra inútil del ejército sin pendones. Y todos —me vuelvo para atrás y contemplo sus dorsos de vencidos pobres— tendrán, como yo, la gran derrota vil, entre los limos y los juncos, sin claro de luna en las márgenes ni poesía en los pantanos, miserable y hortera.

    Todos tienen, como yo, un corazón exaltado y triste, los conozco bien: unos son dependientes de tiendas, otros son empleados de oficina, otros son comerciantes de pequeños comercios; otros son los vencedores de los cafés y de las tascas, gloriosos sin saberlo en el éxtasis de la palabra egotista, [...] Pero todos, pobrecillos, son poetas, y arrastran, a mis ojos, como yo a sus ojos, la igual miseria de nuestra común incongruencia. Tienen todos, como yo, el futuro en el pasado.

    Ahora mismo, que me hallo inerte en la oficina, y todos salvo yo se han ido a almorzar, miro, a través de la ventana empañada, al viejo oscilante que recorre lentamente la acera del otro lado de la calle. No va borracho; va soñador. Está atento a lo inexistente; quizás espere todavía. Los Dioses, si son justos en su injusticia, nos conserven todavía los sueños cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños, aunque sean bajos. Hoy, que no soy todavía viejo, puedo soñar en las islas del Sur y con Indias imposibles; mañana quizás me sea concedido por los mismos Dioses el sueño de ser dueño de una tabaquería pequeña, o jubilado en una casa de los alrededores. Cualquiera de los sueños es el mismo sueño, porque todos son sueños. Cámbienme los Dioses los sueños, pero no el don de soñar.

    En el intervalo de pensar esto, el viejo se ha salido de mi atención. Ya no lo veo. Abro la ventana para verlo. Todavía no lo veo. Se ha salido. Ha tenido, para conmigo, el valor visual del símbolo; ha terminado y ha doblado la esquina. Si me dijeran que ha doblado la esquina absoluta, y nunca ha estado aquí, lo admitiré con el mismo gesto con que cierro ahora la ventana.

    ¿Conseguir?…

    ¡Pobres semidioses horteras que conquistan imperios con la palabra y la intención noble y tienen necesidad de dinero con el cuarto y la comida! Parecen las tropas de un ejército desertado cuyos jefes tuviesen un sueño de gloria del que a éstos, perdidos entre los limos de los pantanos, queda tan sólo la noción de grandeza, la conciencia de haber sido del ejército, y el vacío de no haber sabido lo que hacía el jefe que nunca han tenido.

    Así, cada uno se sueña, un momento, el jefe del ejército de cuya retaguardia ha huido. Así, cada uno, entre el barro de los riachos, saluda a la victoria que nadie pudo lograr, y de la que ha quedado una especie de migas entre manchas en el mantel que se han olvidado de sacudir.

    Llenan los intersticios de la acción cotidiana como el polvo los intersticios de los muebles cuando no se los limpia con cuidado. En la luz vulgar del día común se les ve luciendo como gusanos cenicientos contra la caoba rojiza. Pueden sacarse con un clavo viejo. Pero nadie tiene prisa de sacarlos.

    ¡Pobres compañeros míos que sueñan en voz alta, cómo los envidio con vergüenza! Conmigo están los otros —los más pobres, los que no tienen más que a sí mismos a quien contar los sueños y hacer lo que serían versos, si los escribiesen— los pobres diablos sin más literatura que la propia alma, [...] que mueren asfixiados por el hecho de existir […]

    Unos son héroes y derriban cinco hombres en una esquina de ayer. Otros son seductores y hasta las mujeres inexistentes no osan resistírseles. Se lo creen cuando lo dicen y todos lo dicen porque se lo creen. Otros [...] Para todos ellos, vencidos del mundo, porque quien sean son gente.

    Y todos, como anguilas en un barreño, se enroscan entre sí y se cruzan unos por cima de los otros y no salen de los barreños. A veces hablan de ellos los periódicos [...] pero la fama, nunca.

    Éstos son los felices, porque les es concedido el sueño [...] de la estupidez. Pero a los que, como yo, tienen sueños sin ilusiones (…)


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 20 Ene 2021, 04:54

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    119

    El propio sueño me castiga. He adquirido en él tal lucidez que veo como real cada cosa que sueño. Era extravío, por consiguiente, todo cuanto la valorizaba como soñada.

    ¿Me sueño famoso? Siento todo el desprendimiento que hay en la gloria, toda la pérdida de la intimidad y del anonimato con que es dolorosa para nosotros.

    ¿1915?


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 20 Ene 2021, 05:06

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 21 Ene 2021, 05:13

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    120

    Cuántas veces, presa de la superficie y del hechizo, me siento hombre. Entonces vivo con alegría y existo con claridad. Sobrenado. Y me resulta agradable recibir la paga e irme a casa. Siento el tiempo sin verlo, y me gusta cualquier cosa orgánica. Si medito, no pienso. Esos días me gustan mucho los jardines.

    No sé qué cosa extraña y pobre hay en la substancia íntima de los jardines ciudadanos que sólo puedo sentirla bien cuando me siento bien a mí. Un jardín es un resumen de la civilización —una modificación anónima de la naturaleza. Las plantas están allí, pero hay calles: calles. Crecen árboles, pero hay bancos debajo de una sombra. En la alineación vuelta hacia los cuatro lados de la ciudad, allí sólo plaza, los bancos son mayores y casi siempre tienen gente.

    No odio la regularidad de las flores de los arriates. Odio, en cambio, el empleo público de las flores. Si los arriates estuviesen en parques cerrados, si los árboles creciesen en rincones feudales, si los bancos no tuviesen a nadie, habría con qué consolarme en la contemplación inútil de los jardines. Así, en la ciudad, pautados pero inútiles, los jardines son para mí como jaulas en que las espontaneidades coloridas de los árboles y de las flores no tienen espacio para no tenerlo, lugar en él para no salir, y la belleza propia sin la vida que le pertenece.

    Pero hay días en que éste es el paisaje que me pertenece, y en el que entro como un figurante en una tragedia cómica. Esos días estoy equivocado, pero, por lo menos en cierto modo, soy más feliz. Si me distraigo, me creo que tengo realmente casa, un hogar, a donde volver. Si me olvido, soy normal, reservado para un fin, cepillo otro traje y me leo un periódico entero.

    Pero la ilusión no dura mucho, tanto porque no dura como porque se hace de noche. Y el color de las flores, la sombra de los árboles, la alineación de paseos y arriates, todo se esfuma y encoge. Por cima del error de que yo sea un hombre se abre de repente, como si la luz del día fuese un telón de teatro que se escondiese para mí, el gran escenario de las estrellas. Y entonces olvido con los ojos el patio de butacas amorfo y espero a los primeros actores con un sobresalto de niño en el circo.

    Estoy libre y perdido.

    Siento. Resfrío fiebre. Soy yo.

    12-4-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 22 Ene 2021, 06:09

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    121

    PROSA DE VACACIONES

    La playa pequeña, que forma una bahía pequeñísima, excluida del mundo por dos promontorios en miniatura, era, durante aquellas vacaciones de tres días, mi retiro de mí mismo. Se bajaba a la playa por una escalera tosca que empezaba, arriba, en escalera de madera, y hacia la mitad se convertía en escalones tallados en la roca, con pasamanos de hierro ferrugiento. Y, siempre que yo bajaba la escalera vieja, y sobre todo de la piedra a los pies para abajo, salía de mi propia existencia, y me encontraba.

    Dicen los ocultistas, o algunos de ellos, que hay momentos supremos del alma en que ésta recuerda, con la emoción o con parte de la memoria, un momento, o un aspecto, o una sombra de una encarnación anterior. Y entonces, como regresa aun tiempo que está más cerca que su presente del origen y del comienzo de las cosas, siente, en cierto modo, una infancia y una liberación.

    Se diría que, bajando aquella escalera poco usada ahora, y entrando lentamente en la playa pequeña siempre desierta, empleaba yo un procedimiento mágico para encontrarme más cerca de la mónada posible que soy. Ciertos modos y aspectos de mi vida cotidiana —representados en mi ser constante por deseos, repugnancias, preocupaciones— desaparecían de mí como emboscados de la ronda, se apagaban en las sombras hasta no percibirse lo que eran, y yo accedía a un estado de distancia íntima en que se me hacía difícil acordarme de ayer, o conocer como mío al ser que en mí está vivo todos los días. Mis emociones de constantemente, mis hábitos regularmente irregulares, mis conversaciones con otros, mis adaptaciones a la constitución social del mundo, todo esto me parecía cosas leídas en alguna parte, páginas inertes de una biografía impresa, pormenores de una novela cualquiera, en aquellos capítulos intervalares que leemos pensando en otra cosa, y el hilo de la narración se afloja hasta serpentear por el suelo.

    Entonces, en la playa rumorosa sólo de las olas propias, o del viento que pasaba alto, como un gran avión inexistente, me entregaba a una nueva especie de sueños: cosas informes y suaves, maravillas de la impresión profunda, sin imágenes, sin emociones, limpias como el cielo y las aguas, y sonando, como las volutas al desenredarse del mar que se alza del fondo de una gran verdad; trémulamente de un azul oblicuo a lo lejos, verdeciendo a la llegada con transparencias de otros tonos verdes sucios, y, después de romper, crujiendo, los mil brazos deshechos, y desalargarlos en arena amorenada, y espuma desbabada,que congrega en sí todas las resacas, los regresos a la libertad del origen, las añoranzas divinas, las memorias, como ésta, que informemente no me dolía, de un estado anterior, o feliz por bueno o por otro, un cuerpo de añoranza con alma de espuma, el reposo, la muerte, el todo o nada que rodea como un mar grande a la isla de náufragos que es la vida.

    Y yo dormía sin sueño, desviado de lo que veía sintiendo, crepúsculo de mí mismo, ruido de agua entre árboles, calma de los grandes ríos, frescura de las tardes tristes, lento jadear del pecho blanco del sueño infantil de la contemplación.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 23 Ene 2021, 04:40

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    122

    Cuanto más alta la sensibilidad, y más sutil la capacidad de sentir, tanto más absurdamente vibra y se estremece con las cosas pequeñas. Es necesaria una gran inteligencia para sentir angustia ante un día oscuro. La humanidad, que es poco sensible, no se angustia con el tiempo, porque siempre hace tiempo; no siente la lluvia sino cuando le cae encima.

    El día empañado y lánguido escalda húmedamente. Solo en la oficina, paso revista a mi vida, y lo que veo en ella es como el día que me oprime y me aflige. Me veo niño contento por nada, adolescente que aspira a todo, adulto sin alegría ni aspiración. Y todo esto ha sucedido en la languidez y en lo empañado, como el día que me lo hace ver o recordar.

    ¿Cuál de nosotros puede, volviéndose en el camino en el que no hay regreso, decir lo que ha seguido como debía haberlo seguido?


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 24 Ene 2021, 08:53

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    123

    Quien quisiera hacer un catálogo de monstruos no tendría más que fotografiar con palabras esas cosas que la noche trae a las almas somnolientas que no consiguen dormir. Planean como murciélagos sobre la pasividad del alma, o vampiros que chupasen la sangre de la sumisión.

    Son larvas del declive y del desperdicio, sombras que llenan el valle, vestigios que quedan del destino. Unas veces son gusanos, nauseabundos para la propia alma que los alimenta y cría; otras veces son espectros, y rondan siniestramente a nada; otras veces, también, emergen, culebras, de los antros absurdos de las emociones perdidas.

    Lastre de lo falso, no sirven sino para que no sirvamos. Son dudas del abismo, echadas en el alma, que arrastran arrugas somnolientas y frías. Duran humos, pasan rastros, y no hay más que el haberlo sido en la substancia estéril de haber tenido conciencia de ellos. Uno u otro es como pieza íntima de fuego artificial: chisporrotea un rato entre sueños, y el resto es la inconsciencia de la conciencia con que lo vivimos.

    Cinta desatada, el alma no existe en sí misma. Los grandes paisajes son para mañana, y nosotros ya hemos vivido. Ha fracasado la conversación interrumpida ¿Quién diría que la vida había de ser así?

    Me pierdo si me encuentro, dudo si opino, no tengo si obtuve. Como si me pasease, duermo, pero estoy despierto. Como si durmiese, despierto, y no me pertenezco. La vida, al final, es, en sí misma, un gran insomnio, y hay un aletargamiento lúcido en todo cuanto pensamos y hacemos.

    Sería feliz si pudiese dormir. Esta opinión es de este momento, porque no duermo. La noche es un peso inmenso por detrás del ahogarme con el cobertor mudo de lo que sueño. Tengo una indigestión en el alma,

    Siempre, después de después, llegará el día, pero será tarde, como siempre. Todo duerme y es feliz, menos yo. Descanso un poco, sin osar dormir. Y grandes cabezas de monstruos sin ser emergen confusas del fondo de lo que soy. Son dragones del Oriente del abismo, con lenguas encarnadas al margen de la lógica, con ojos que miran sin vida mi vida muerta que no los mira. ¡La tapa, por el amor de Dios, la tapa! ¡Conclúyanme la inconsciencia y la vida! Afortunadamente, por la ventana fría, con los postigos abiertos hacia atrás, un hilo triste de luz pálida empieza a sacar sombra del horizonte. Afortunadamente, lo que va a rayar es el día. Sosiego, casi, del cansancio del desasosiego. Un gallo canta, absurdo, en plena ciudad. El día lívido comienza en mi vago sueño. Alguna vez dormiré. Un ruido de ruedas hace carro. Mis párpados duermen, pero no yo. Todo, en fin, es el Destino.

    4-11-1931.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 25 Ene 2021, 13:45

    .


    124

    Para sentir la delicia y el terror de la velocidad no necesito automóviles veloces ni trenes expresos. Me basta un tranvía y la espantosa facultad de abstracción que poseo y cultivo.

    En un tranvía en marcha, sé, gracias a una actitud constante e instantánea del análisis, separar la idea de tranvía de la idea de velocidad, separarlas del todo, hasta que son cosas reales diferentes. Después, puedo sentirme siguiendo, no dentro del tranvía, sino dentro de su mera velocidad. Y, cansado, si acaso quiero el delirio de la velocidad enorme, puedo transportar la idea a la Pura imitación de la velocidad y a mi gusto aumentarla o disminuirla, ampliarla más allá de todas las velocidades posibles de vehículos trenes.

    Correr riesgos reales, además de empavorecerme, no es por miedo que yo sienta excesivamente, me perturba la perfecta atención a mis sensaciones, lo que me molesta y despersonaliza.

    Nunca voy a donde hay riesgo. Le tengo miedo al tedio de los peligros.

    Un ocaso es un fenómeno intelectual.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 26 Ene 2021, 12:14

    .


    125

    La vida es para nosotros lo que concebimos en ella. Para el rústico cuyo campo lo es todo, ese campo es un imperio. Para el César cuyo imperio le parece todavía poco, ese imperio es un campo. El pobre posee un imperio; el grande posee un campo. En verdad, no poseemos más que nuestras propias sensaciones; en ellas, pues, que no en lo que ellas ven, tenemos que fundamentar la realidad de nuestra vida.

    /Esto no viene a propósito de nada./
    He soñado mucho. Estoy cansado de haber soñado, pero no cansado de soñar. De soñar nadie se cansa, porque soñar es olvidar, y olvidar no pesa y es un sueño sin sueños en el que estamos despiertos. En sueños lo he conseguido todo. También he despertado, ¿pero qué importa? ¡Cuántos Césares he sido! ¡Y los gloriosos, qué mezquinos! César, salvado de la muerte por la generosidad de un pirata, manda crucificar a aquel pirata después de que, buscándolo bien, consigue prenderlo. Napoleón, haciendo su testamento en Santa Helena, deja un legado a un facineroso que había intentado asesinar a Wellington. ¡Oh grandezas iguales a las del alma de la vecina bisoja! ¡Oh grandes hombres de la cocinera del otro mundo! ¡Cuántos Césares he sido, y sueño todavía ser!

    Cuántos Césares he sido, pero no de los reales. He sido verdaderamente imperial mientras he soñado, y por eso nunca he sido nada. Mis ejércitos fueron derrotados, pero la derrota fue blanda, y nadie murió. No perdí banderas. No he soñado hasta el punto del ejército, donde aquéllas apareciesen a mi vista en cuyo sueño hay una esquina. Cuántos Césares he sido, aquí mismo, en la Calle de los Doradores. Y los Césares que he sido viven todavía en mi imaginación; pero los Césares que han sido están muertos, y la Calle de los Doradores, es decir, la realidad, no puede conocerlos.

    Tiro la caja de cerillas, que está vacía, al abismo que es la calle más allá del antepecho de mi ventana sin voladizo. Me levanto de la silla y escucho. Nítidamente, como si significase algo, la caja de cerillas vacía suena en la calle que [se] me declara desierta. No hay más sonido ninguno, salvo los de la ciudad entera. Sí, los de la ciudad de un domingo entero —tantos, que no se entienden, y todos exactos.

    Cuan poco, en el mundo real, forma el soporte de las mejores meditaciones. El haber llegado tarde a almorzar, el haberse terminado las cerillas, el haber tirado, individualmente, la caja a la calle, la mala disposición por haber comido a deshoras, el ser el domingo la promesa aérea de un ocaso malo, el no ser nadie en el mundo, es toda la metafísica.

    ¡Pero cuántos Césares he sido!

    27-6-1930.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 27 Ene 2021, 06:00

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    126


    Pienso, muchas veces, en cómo sería si, resguardado del viento de la suerte por el biombo de la riqueza, nunca hubiese sido traído, de la mano moral de mi tío, a una oficina de Lisboa ni hubiese ascendido de ella a otras, hasta esa cumbre barata de buen auxiliar de contabilidad, con un trabajo como una especie de siesta y una paga que da para ir viviendo.

    Sé bien que, si ese pasado que no fue hubiese sido, yo no sería hoy el capaz de escribir estas páginas, en todo caso mejores, por algunas, que las ningunas que en mejores circunstancias no habría hecho más que soñar. Es que la trivialidad es una inteligencia y la realidad, sobre todo si es estúpida y áspera, un complemento natural del alma.

    Debo al ser contable gran parte de lo que puedo sentir y pensar como la negación y la fuga del cargo.

    Si tuviese que inscribir, en el sitio sin letras de la respuesta de un cuestionario, a qué influencias literarias estaba agradecida la formación de mi espíritu, abriría el espacio punteado con el nombre de Cesário Verde, pero no lo cerraría sin inscribir los nombres del patrón Vasques, del dependiente Vieira y de Antonio, el mozo de la oficina. Y a todos les pondría, con letras magnas, la dirección clave LISBOA.

    Bien mirado, tanto Cesário Verde como éstos han sido para mí visión del mundo coeficientes de corrección. Creo que ésta es la frase, cuyo sentido exacto evidentemente ignoro, con que los ingenieros designan el tratamiento que se da a las matemáticas para que puedan andar hasta la vida. Si es así, ha sido eso mismo. Si no lo es, pase por lo que podría ser, y valga la intención por la metáfora fracasada.

    Considerando, además, y con toda la claridad que puedo, lo que ha sido aparentemente mi vida, la veo como una cosa colorida —envoltorio de chocolatina o vitola de puro— barrida, por el cepillo leve de la criada que escucha desde arriba, del mantel por levantar hacia el cogedor de las migajas, entre las cortezas de la realidad propiamente dicha. Se destaca de las cosas cuyo destino es igual debido a un privilegio que también va a tener el cogedor. Y la conversación de los dioses continúa por cima del cepillar, indiferente a estos incidentes del servicio del mundo.

    Sí, si yo hubiese sido rico, protegido, cepillado, ornamental, no habría sido ni ese breve episodio de papel bonito entre las migas; me habría quedado en un plato de la suerte —«no, muy agradecida»— y me recogería el aparador para envejecer. Así, rechazado después de haberme comido el meollo práctico, voy con el polvo de lo que queda del cuerpo de Cristo al cubo de la basura, y no me imagino lo que viene después, y entre qué astros; pero siempre es seguir.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 28 Ene 2021, 04:52

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    127

    El mozo ataba los paquetes de todos los días en el final crepuscular de la vasta oficina. «¡Qué trueno tan grande!», dijo, a nadie, con un tono alto de «buenos días», el crudelísimo bandido. Mi corazón empieza a latir nuevo. El apocalipsis había pasado. /Se hizo una pausa./

    Y con qué alivio —luz fuerte y clara, espacio, trueno duro— este tronar próximo ya alejado nos aliviaba de lo que había habido. Dios había cesado. Me sentí respirar con los pulmones enteros. Me doy cuenta de que había poco aire en la oficina. Noté que había allí otra gente, que no era el mozo. Todos habían estado callados. Sonó una cosa trémula y encrespada: era la hoja espesa del Libro Mayor que Moreira había vuelto para delante, bruscamente, para comprobar.

    ¿1930?


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 29 Ene 2021, 05:17

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    128

    la lluvia caía todavía triste, pero más suave, como en un cansancio universal; no relampagueaba, y apenas, de vez en cuando, con el ruido de ya lejos, un trueno corto gruñía duro, y a veces como se interrumpía, cansado también. Como de repente, la lluvia disminuyó todavía más. Uno de los empleados abrió las ventanas de la Calle de los Doradores. Un aire fresco, con restos muertos de caliente, se insinuó en la habitación grande. La voz del patrón Vasques sonó alta al teléfono del despacho, «¿Entonces todavía está hablando?» Y hubo un ruido de habla seca y aparte —comentario, obsceno (se adivina), sobre la señorita lejana.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 30 Ene 2021, 05:29

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    129

    Hay sosiegos del campo en la ciudad. Hay momentos, sobre todo en los mediodías de estío, en que, en esta Lisboa luminosa, el campo, como un viento, nos invade. Y aquí mismo, en la Calle de los Doradores, tenemos el sueño bueno.

    ¡Qué bueno es para el alma ver entrar, bajo un sol alto quieto, estos carros de paja, estos cajones por hacer, estos transeúntes lentos de la aldea transferida! Yo mismo, mirándolos desde la ventana de la oficina, donde estoy solo, me transmuto: estoy en un pueblo tranquilo de provincias, me remanso en una aldehuela desconocida, y porque me siento otro soy feliz.

    Lo sé bien: si levanto los ojos, tengo ante mí la línea sórdida de las casas, las ventanas por lavar de todas las oficinas de la Baja, las ventanas sin sentido de los pisos más altos donde todavía se vive, y, en lo alto, en el ángulo de los tragaluces, la ropa de siempre, al sol entre tiestos y plantas. Lo sé, pero es tan suave la luz que dora todo esto, tan sin sentido el aire tranquilo que me rodea, que no tengo una razón ni siquiera visual para abdicar de mi aldea postiza, de mi pueblo provinciano donde el comercio es un sosiego.

    Lo sé, lo sé... Aunque sea verdad que es la hora del almuerzo, o del descanso, o de la interrupción. Todo discurre bien por la superficie de la vida. Yo mismo duermo, aunque me asome al balcón, como si fuera la amurada de un barco sobre un paisaje nuevo. Yo mismo pienso, como si estuviese en la provincia. Y, súbitamente, otra cosa me surge, me envuelve, me domina: veo, por detrás del mediodía del pueblo, toda la vida en todo lo del pueblo; veo la gran felicidad estúpida del sosiego en la sordidez. Veo, porque veo. Pero no he visto y me despierto. Miro alrededor, sonriendo, y, antes de nada, me sacudo de los codos del traje, desgraciadamente oscuro, todo el polvo de la barandilla del balcón, que nadie ha limpiado, ignorando que tendría un día, aunque sólo fuese un momento, que ser la amurada sin polvo posible de un barco que singla en un turismo infinito.

    29-8-1933.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 31 Ene 2021, 04:48

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    130

    Vi y oí ayer a un gran hombre. No quiero decir un gran hombre atribuido, sino un gran hombre que verdaderamente lo es. Tiene valía, si la hay en este mundo; saben que tiene valía; y él sabe que lo saben. Tiene, pues, todas las condiciones para que yo le llame un gran hombre. Es, efectivamente, lo que le llamo.

    El aspecto físico es el de un comerciante cansado. La cara muestra trazos de fatiga, pero tanto podrían ser de pensar demasiado como de no vivir higiénicamente. Los gestos son cualesquiera. La mirada tiene cierta viveza —privilegio de quien no es miope. La voz es un poco embrollada, como si un principio de parálisis general viciase esta emisión del alma. Y el alma emitida discurre sobre la política de los partidos, sobre el alza o la devaluación del escudo, y sobre lo que hay de despreciable en los colegas de grandeza.

    Si yo no supiese quién es, no lo adivinaría por la estampa. Sé bien que no hay que hacerse de los grandes hombres esa idea heroica que se forman las almas simples: que un gran poeta ha de ser un Apolo y un Napoleón de la expresión; o, con menos exigencias, un hombre con distinción y un rostro expresivo. Sé bien que estas cosas son humanidades naturales y absurdas. Pero, si no se espera todo o casi todo, todavía se espera algo. Y, cuando se pasa de la figura vista al alma hablada, no hay sin duda que esperar ingenio o vivacidad, pero hay por lo menos que contar con inteligencia, con, por lo menos, la sombra de la elevación.

    Todo esto —estas desilusiones humanas— nos hace pensar en lo que puede realmente haber de verdad en el concepto vulgar de inspiración. Parece que este cuerpo destinado para comerciante y esta alma destinada para hombre educado son, cuando están a solas, investidos misteriosamente de algo interior que es exterior a ellos, y que no hablan, sino que se habla en ellos, y la voz dice lo quesería mentira que ellos dijesen.

    Son especulaciones casuales e inútiles. Llego a sentir pena de hacerlas. No disminuye con ellas la valía del hombre; no aumenta con ellas la expresión de su cuerpo. Pero, en verdad, nada altera a nada, y lo que decimos o hacemos roza sólo las cimas de los montes en cuyos valles duermen las cosas.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 01 Feb 2021, 03:51

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    131

    Es una oleografía sin remedio. La miro sin saber si veo. En el escaparate están otras y aquélla. Está en el centro del escaparate en el punto que me impide la visión de la escalera.

    Ella estrecha a la primavera contra el seno y los ojos con que me mira son tristes. Sonríe con brillo del papel y los colores de su faz son encarnado. El cielo por detrás de ella es azul de tela clara. Tiene una boca perfilada y casi pequeña sobre cuya expresión postal los ojos me miran siempre con una gran pena. El brazo que sostiene las flores me recuerda al de alguien. El vestido o blusa está abierto en un escote ladeado. Los ojos son realmente tristes: me miran desde el fondo de la realidad litográfica con una verdad cualquiera. Ha llegado con la primavera. Sus ojos tristes son grandes, pero no es por eso. Me separo de enfrente del escaparate con una gran violencia encima de los pies. Atravieso la calle y me vuelvo con una rebelión impotente. Ella sostiene aún la primavera que le han dado y sus ojos son tristes como lo que yo no tengo en la vida. Vista a distancia, la oleografía acaba por tener más colores. La figura tiene una cinta de color de más rosa rodeándole lo alto del cabello; no me había fijado. Hay en unos ojos humanos, aunque litográficos, algo terrible: el aviso inevitable de la conciencia, el grito clandestino de haber alma. Con un gran esfuerzo, me levanto del sueño en que me mojo y sacudo, como un perro, las humedades de la tiniebla de bruma. Y por cima de mi despertar, en una despedida de otra cosa cualquiera, los ojos tristes de la vida toda, desde esta oleografía que contemplamos a distancia, me miran como si yo supiese de Dios. El grabado tiene un calendario en la base. Está enmarcado, por arriba y por abajo, por dos listones negros de una convexidad pintada malamente. Entre lo alto y lo bajo de lo suyo definitivo, por sobre 1929 con viñeta obsoletamente caligráfica que cubre el inevitable primero de Enero, los ojos tristes me sonríen irónicamente.

    Es curioso de dónde, al final, conocía yo la figura. En la oficina hay, en el rincón del fondo, un calendario idéntico que he visto muchas veces. Pero debido a un misterio, oleográfico o mío, la idéntica de la oficina no tiene ojos de pena. Es sólo una oleografía. (Es de un papel que brilla y que duerme por cima de la cabeza del Alves zurdo su vivir de esbatimento.)

    Quiero sonreírme de todo esto, pero siento un gran malestar. Siento un frío de enfermedad súbita en el alma. No tengo fuerzas para rebelarme contra este absurdo. ¿A qué ventana hacia qué secreto de Dios me arrimaría yo sin querer?¿Para dónde da el escaparate del vano de la escalera? ¿Qué ojos me miraban en la oleografía? Estoy casi temblando. Alzo involuntariamente los ojos hacia el rincón distante de la oficina donde está la verdadera oleografía. Estoy elevando los ojos hacia ella constantemente.

    ¿1929?


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 02 Feb 2021, 04:19

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    132

    A veces, sin que lo espere o deba esperarlo, la sofocación de lo vulgar se me agarra a la garganta y siento la náusea física de la voz y del gesto de lo llamado semejante. La náusea física directa, sentida directamente en el estómago y en la cabeza, maravilla estúpida de la sensibilidad despierta... Cada individuo que me habla, cada cara cuyos ojos me miran, me afectan como un insulto o como una porquería. Reboso horror de todo. Me atonto de sentir sentirlos,

    Y sucede, casi siempre, en esos momentos de desolación estomacal, que hay un hombre, una mujer, hasta un niño, que se hiergue ante mí como un representante real de la trivialidad que me acongoja. No representante debido a una emoción mía, subjetiva y pensada, sino debido a una verdad objetiva, realmente conforme por fuera con lo que siento por dentro que surge por magia simpática y me trae el ejemplo para la regla que pienso.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 03 Feb 2021, 04:16

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    133

    Releo pasivamente, recibiendo lo que siento como una inspiración y una liberación, esas frases sencillas de Caeiro, en la referencia natural de lo que es consecuencia del pequeño tamaño de su aldea. Desde allí, dice él, porque es pequeña, puede verse más del mundo que desde la ciudad; y por eso la aldea es mayor que la ciudad…

    «Porque yo soy del tamaño de lo que veo Y no del tamaño de mi estatura.»

    Frases como éstas, me parecen crecer sin voluntad que las hubiera dicho, me limpian de toda la metafísica que espontáneamente añado a la vida. Después de leerlas, me acerco a mi ventana que da a la calle estrecha, miro al cielo grande y a los muchos astros, y soy libre como un esplendor alado cuya vibración me estremece todo el cuerpo.

    «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Cada vez que pienso esta frase con toda la atención de mis nervios, me parece más destinada a reconstruir consteladamente el universo. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Qué gran posesión mental va desde el pozo de las emociones profundas a las altas estrellas que se reflejan en él y, así, de cierta manera, están allí.

    Y ahora ya, consciente de saber ver, miro la vasta metafísica objetiva de todos los cielos con una seguridad que me da ganas de morir cantando. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y el vago claro de luna, enteramente mío, empieza a viciar de vaguedad el azul medio negro del horizonte.

    Tengo ganas de levantar los brazos y gritar cosas de un salvajismo ignorado,de decir palabras a los misterios altos, de afirmar una nueva personalidad vasta a los grandes espacios de la materia vacía.

    Pero me reprimo y sereno. «¡Soy del tamaño de lo que veo!» Y la frase sigue siendo para mí el alma entera, apoyo en ella todas las emociones que siento, y sobre mí, por dentro, como sobre la ciudad, por fuera, cae la paz indescifrable del duro claro de luna que empieza ancho con el anochecer.

    24-3-1930.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 04 Feb 2021, 04:22

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    134

    El cielo negro al fondo del sur del Tajo era siniestramente negro contra las alas, por contraste, vividamente blancas de las gaviotas de vuelo inquieto. El día, sin embargo, no estaba ya tempestuoso. Toda la masa de la amenaza de la lluvia había pasado hacia la otra orilla, y la ciudad baja, húmeda todavía de lo poco que había llovido, sonreía desde el suelo a un cielo cuyo norte se azulaba todavía un poco blancamente. El fresco de la primavera era levemente frío.

    En una hora como éstas, vacía e imponderable, me place conducir voluntariamente el pensamiento hacia una meditación que nada sea, pero que retenga, en su limpidez de nada, algo de la frialdad yerma del día esclarecido, con el fondo negro a lo lejos, y ciertas intuiciones, como gaviotas, evocando por contraste el misterio de todo en una negrura grande.

    Pero, de repente, en contra de mi propósito literario íntimo, el fondo negro del cielo del sur me evoca, por un recuerdo verdadero o falso, otro cielo, tal vez visto en otra vida, en un norte de río menor, con juncares tristes y sin ninguna ciudad. Sin que yo sepa cómo, un paisaje para patos salvajes se arrastra por mi imaginación y, con la nitidez de un sueño raro, me siento cerca de la extensión que imagino.

    Tierra de juncares a la orilla de ríos, terreno para cazadores y angustias, las márgenes irregulares entran, como pequeños cabos sucios, en las aguas color de plomo amarillo, y se curvan en bahías limosas, para barcos casi de juguete, en riberas que tienen el agua luciendo a ras de limo oculto entre los tallos verdinegros de los juncos, por donde no se puede andar.

    La desolación es la de un cielo ceniciento muerto, que se arruga acá y allá en nubes más negras que el tono del cielo. No siento viento, pero lo hay, y la otra orilla, al final, es una isla larga por detrás de la cual se divisa —¡grande y abandonado río!— la otra orilla verdadera, echada en la distancia sin relieve.

    Nadie llega allí, ni llegará. Aunque, mediante una fuga contradictoria del tiempo y del espacio, pudiese yo evadirme del mundo hacia ese paisaje, nadie llegaría allí nunca. Esperaría en vano lo que no sabría que esperaba, no habría, sino al fin de todo, un caer lento de la noche, tornándose todo el espacio, lentamente, del color de las nubes más negras, que poco a poco se sumergían en el conjunto abolido del cielo.

    Y, de repente, siento aquí el frío de allí. Me toca el cuerpo, llegado de los huesos. Respiro alto y despierto. El hombre, que cruza conmigo bajo la Arcada de al pie de la Bolsa, me mira con una desconfianza de quien no sabe interpretar. El cielo negro, apretándose, ha descendido más duro sobre el sur.

    4-4-1930.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 05 Feb 2021, 05:33

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    135

    Una de mis preocupaciones constantes es el comprender cómo es que otra gente existe, cómo es que hay almas que no sean la mía, conciencias extrañas a mi conciencia, que, por ser conciencia, me parece ser la única. Comprendo bien que el hombre que está delante de mí, y me habla con palabras iguales a las mías, y me ha hecho gestos que son como los que yo hago o podría hacer, sea de algún modo mi semejante. Lo mismo, sin embargo, me sucede con los grabados que sueño de las ilustraciones, con los personajes que veo de las novelas, con los personajes dramáticos que en el escenario pasan a través de los actores, que los representan.

    Nadie, supongo, admite verdaderamente la existencia real de otra persona. Puede conceder que esa persona esté viva, que sienta y piense como él; pero habrá siempre un elemento anónimo de diferencia, una desventaja materializada. Hay figuras de tiempos idos, imágenes espíritus en libros, que son para nosotros realidades mayores que esas indiferencias encarnadas que hablan con nosotros por cima de los mostradores, o nos miran por casualidad en los tranvías, o nos rozan, transeúntes, en el acaso muerto de las calles. Los demás no son para nosotros más que paisaje y, casi siempre, paisaje invisible de calle conocida.

    Tengo por más mías, con mayor parentesco e intimidad, ciertas figuras que están escritas en los libros, ciertas imágenes que he conocido en estampas, que muchas personas, a las que llaman reales, que son de esa inutilidad metafísica llamada carne y hueso.

    Y «carne y hueso», en efecto, las describe bien: parecen cosas recortadas puestas en el exterior marmóreo de una carnicería, muertes que sangran como vidas, piernas y chuletas del Destino.

    No me avergüenzo de sentir así porque ya he visto que todos sienten así. Lo que parece haber de desprecio entre hombre y hombre, de indiferente que permite que se mate gente sin que se sienta que se mata, como entre los asesinos, o sin que se piense que se está matando, como entre los soldados, es que nadie presta la debida atención al hecho, parece que abstruso, de que los demás también son almas.

    Ciertos días, a ciertas horas, traídas a mí por no sé qué brisa, abiertas a mí por el abrirse de no sé qué puerta, siento de repente que el tendero de la esquina es un ente espiritual, que el hortera, que en este momento se inclina a la puerta sobre el saco de patatas, es, verdaderamente, un alma capaz de sufrir.

    Cuando ayer me dijeron que el dependiente de la tabaquería se había suicidado, sentí una impresión de mentira. ¡Pobrecillo, también existía! Lo habíamos olvidado, todos nosotros [,] todos nosotros que le conocíamos del mismo modo que todos los que no le conocieron. Mañana le olvidaremos mejor. Pero que tenía alma, la tenía, para que se matase ¿Amores? ¿Angustias? Sin duda... Pero a mí, como a la humanidad entera, me queda sólo el recuerdo de una sonrisa tonta por cima de una chaqueta de mezclilla, sucia, y desigual en los hombros. Es cuanto me queda, a mí, de quien tanto sintió que se mató de sentir porque, en fin, de otra cosa no debe de matarse nadie... Pensé una vez, al comprarle cigarrillos, que se quedaría calvo pronto. Al final, no ha tenido tiempo de quedarse calvo. Es uno de los recuerdos que me quedan de él. ¿Qué otro me había de quedar si éste, después de todo, no es suyo, sino de un pensamiento mío?

    Tengo súbitamente la visión del cadáver, del ataúd en que le han metido, de la tumba, enteramente ajena, a la que tenían que haberle llevado. Y veo, de repente, que el dependiente de la tabaquería era, de cierta manera, chaqueta torcida y todo, la humanidad entera.

    Ha sido tan sólo un momento. Hoy, ahora, claramente, como hombre que soy, él ha muerto. Nada más.

    Sí, los demás no existen... Es para mí para quien este ocaso remansa, pesadamente alado, sus colores neblinosos y duros. Para mí, bajo el ocaso, tiembla, sin que yo le vea correr, el río grande. Ha sido hecha para mí esta plaza abierta sobre el río cuya marea se acerca. ¿Ha sido enterrado hoy en la fosa común el dependiente de la tabaquería? No es para él el ocaso de hoy. Pero, de pensarlo, y sin que yo quiera, también ha dejado de ser para mí…

    26-1-1932.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 06 Feb 2021, 05:34

    .


    136

    Se extiende ante mis ojos añorantes /la ciudad incierta y silente./

    Las casas se distinguen en un conglomerado retenido, y la claridad lunar, con manchas de incertidumbre, estanca de madreperla las sacudidas muertas de la confusión. Hay tejado y sombras, ventanas y edad media. No hay de qué haber alrededores. Pernocta en lo que se ve un vislumbre de lejanía. Por encima de donde /veo/ hay ramas negras de árboles, y yo tengo el sueño de la ciudad entera en mi corazón disuadido. ¡Lisboa al claro de luna y mi cansancio de mañana!

    ¡Qué noche! Pluguiera a quien produjo los pormenores del mundo que no hubiese para mí mejor estudio o melodía que el momento lunar destacado en que me desconozco conocido.

    Duermo y, ni brisa, ni gente, interrumpe lo que no pienso. Tengo sueño del mismo modo que tengo vida. Sólo que siento en los párpados como si existiese lo que me los hace pesar. Oigo mi respiración.

    /Me cuesta un plomo de los sentidos moverme con los pies por donde vivo. La caricia del apagamiento, la flor gratuita de lo inútil, mi nombre nunca pronunciado, mi desasosiego entre las orillas, el privilegio de deberes cedidos, y, en la última curva del parque familiar, el otro sueño como una rosaleda./


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Dom 07 Feb 2021, 04:21

    .


    137

    Lento, en el claro de luna de la noche lenta, el viento agita allá fuera cosas que hacen sombra al moverse. No es quizás más que la ropa tendida en el piso más alto, pero la sombra, en sí, no sabe de camisas y fluctúa impalpable en un acuerdo mudo con todas las cosas.

    He dejado abiertas las contraventanas, para despertarme pronto, pero hasta ahora, y la noche es ya tan vieja que nada se oye, no he podido abandonarme al sueño ni estar bien despierto. Hay un claro de luna más allá de las sombras de mi cuarto, pero no pasa por la ventana. Existe, como un día de plata hueca, y los tejados de la casa de enfrente, que veo desde la cama, están líquidos de blancura ennegrecida. Como parabienes de lo alto a quien no oye, hay una paz triste en la luz dura de la luna.

    Y sin ver, sin pensar, con los ojos ya cerrados sobre el sueño ausente, medito con qué palabras verdaderas se podrá describir un claro de luna. Los antiguos dirían que la luz de la luna es blanca, o que es de plata. Pero la blancura falsa de la luz de la luna es de muchos colores. Sí me levantase de la cama, y viese por detrás de los cristales fríos, sé bien que, en el alto aire aislado, la luz lunar es de un blanco ceniciento azulado de amarillo esfumado; que, sobre los tejados varios, en desequilibrios de negrura de unos para con otros, ya dora de blanco negro las casas sumisas, ya halaga de un color sin color el encarnado castaño de las tejas altas. En el fondo de la calle, abismo plácido, donde las piedras desnudas se redondean irregularmente, no tiene color salvo un azul que procede tal vez del ceniciento de las piedras. Al fondo del horizonte será casi de azul oscuro, diferente del azul negro del cielo del fondo. En las ventanas en que da, es de un amarillo negro.

    Desde aquí, desde la cama, si abro los ojos que tienen el sueño que no tengo, es un aire de nieve vuelta color en el que flotan filamentos de madreperla tibia. Y, si lo pienso con lo que siento, es un tedio vuelto sombra blanca, que se oscurece como si los ojos se cerrasen sobre esa confusa blancura.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 08 Feb 2021, 05:39

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    138

    Hoy me he despertado muy temprano, en un repente embarullado, y me he levantado en seguida de la cama bajo el estrangulamiento de un tedio incomprensible. Ningún sueño lo había provocado; ninguna realidad lo podría haber hecho. Era un tedio absoluto y completo, pero fundado en algo. En el fondo oscuro de mi alma, invisibles, fuerzas desconocidas trababan una batalla en la que mi ser era el suelo, y todo yo temblaba con el embate desconocido. Una náusea física de la vida entera nació con mi despertar. Un horror a tener que vivir se levantó conmigo de la cama. Todo me pareció hueco y tuve la impresión fría de que no hay solución para ningún problema.

    Una inquietud enorme me hacía estremecer los gestos mínimos. Sentí recelo, de enloquecer, no de locura, sino de allí mismo. Mi cuerpo era un grito latente. Mi corazón latía como si hablase.

    Con pasos anchos y falsos, que en vano procuraba tornar diferentes, recorrí, descalzo, la largura pequeña del cuarto, y la diagonal vacía del cuarto interior, que tiene la puerta en el rincón que da al pasillo de la casa. Con movimientos incoherentes e imprecisos, toqué los cepillos de encima de la cómoda, descoloqué una silla, y una vez di con la mano que se balanceaba en el hierro acre de los pies de la cama inglesa. Encendí un cigarrillo, que fumé por subconsciencia, y sólo cuando vi que había caído ceniza en la cabecera de la cama —¿cómo, si yo no me había puesto allí?— comprendí que estaba poseso, o cosa análoga en ser, si no en nombre, y que la conciencia de mí, que yo debería tener, se había intervalado con el abismo.

    Recibí el anuncio de la mañana, la poca luz fría que da un vago azul blanco al horizonte que se revela, como un beso de gratitud de las cosas. Porque esa luz, ese verdadero día, me liberaba, me liberaba no sé de qué, me daba el brazo a la vejez desconocida, hacía fiestas a la infancia postiza, amparaba al reposo mendigo de mi sensibilidad rebosada. ¡Ah, qué mañana es ésta, que me despierta a la estupidez dela vida, y a su gran ternura! Casi lloro, viendo aclararse ante mí, debajo de mí, la vieja calle estrecha, y cuando los cierres de la tienda de la esquina ya se revelan castaño sucio en la luz que se extravasa un poco, mi corazón siente un alivio de cuento de hadas verdaderas, y empieza a conocer la seguridad de no sentir.

    ¡Qué mañana esta amargura! ¿Y qué sombras se apartan? ¿Y qué misterios ha habido? Nada: el ruido del primer tranvía como un fósforo que va a iluminar la oscuridad del alma, y los pasos altos de mi primer transeúnte que son la realidad concreta que me dice, con voz de amigo, que no esté así.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 10 Feb 2021, 07:54

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    139

    No comprendo sino como una especie de falta de aseo esta inerte permanencia en que yazgo de mi 'misma e igual vida, quedada como polvo o suciedad en la superficie de nunca cambiar.

    Así como lavamos el cuerpo, deberíamos lavar el destino, cambiar de vida como nos cambiamos de ropa —no para salvar la vida, como comemos y dormimos, sino por ese respeto ajeno a nosotros mismos, al que con propiedad llamamos aseo.

    Hay muchos en quienes el desaseo no es una disposición de la voluntad, sino un encogerse de hombros de la inteligencia. Y hay muchos en quienes lo apagado y lo mismo de la vida no es una forma de quererla, o una natural resignación con el no haberla querido, sino un apagamiento de la inteligencia de sí mismos, una ironía automática del conocimiento.

    Hay puercos a los que repugna su propia porquería, pero no se alejan de ella por ese mismo extremo de un sentimiento por el que un empavorecido no se aleja del peligro. Hay puercos de destino, como yo, que no se apartan de la trivialidad cotidiana por esa misma atracción de la propia impotencia. Son aves fascinadas por la ausencia de serpiente; moscas que vuelan por los troncos sin ver nada hasta que llegan al alcance viscoso de la lengua del camaleón.

    Así paseo lentamente mi inconsciencia consciente, en mi tronco de árbol de lo usual. Así paseo mi destino que anda, pues yo no ando; mi tiempo que sigue, pues yo no sigo. No me salva de la monotonía sino estos breves comentarios que hago desde sus alrededores. Me contento con que mi celda tenga vidrieras por dentro de las rejas, y escribo en los cristales, en el polvo de lo necesario, mi nombre en letras grandes, firma cotidiana de mi escritura con la muerte.

    ¿Con la muerte? No, no con la muerte. Quien vive como yo no muere: termina, se marchita, se desvegetaliza. El lugar donde estuve se queda sin estar él allí, la calle por donde andaba se queda sin ser él visto allí, la casa donde vivía es habitada por no-él. Es todo, y le llamamos la nada; pero ni esta tragedia de la negación podemos representarla con aplausos, pues ni de verdad sabemos si no es nada, vegetales de la verdad como de la vida, polvo que tanto está por dentro como por fuera de los cristales, nietos del Destino e hijastros de Dios, que se casó con la Noche Eterna cuando ella enviudó del Caos del que verdaderamente somos hijos.

    (Posterior a 1923.)


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 12 Feb 2021, 05:33

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    140

    En la perfección clara del día se estanca sin embargo el aire lleno de sol. No es la presión presente de la tormenta futura, malestar de los cuerpos involuntarios, vago empañado del cielo azul de veras. Es el torpor sensible de la insinuación del ocio, pluma que roza leve la faz adormecida. Es estío pero verano. Le apetece el campo hasta a quien no le gusta.

    Si yo fuera otro, pienso, éste sería para mí un día feliz, pues lo sentiría sin pensar en él. Concluiría con una alegría de anticipación mi trabajo normal: el que me resulta monótonamente normal todos los días. Tomaría el tranvía para Bemfica con amigos citados. Comeríamos en pleno fin de sol, entre las huertas. La alegría en que estaríamos sería parte del paisaje, y por todos cuantos nos viesen reconocida como de allí.

    Como, sin embargo, soy yo, disfruto un poco lo poco que es imaginarme ese otro. Sí, luego él-yo, bajo el emparrado o árbol, comerá el doble de lo que sé comer, beberá el doble de lo que me atrevo a beber, reirá el doble de lo que puedo pensar en reír. Luego él, yo ahora. Sí, un momento he sido otro: he visto, he vivido, en otro, esa alegría humilde y humana de existir como animal en mangas de camisa. ¡Gran día el que me ha hecho soñar así! Es todo azul y sublime en lo alto como mi sueño efímero de ser dependiente de comercio con añoranza de no sé qué vacaciones de fin de día.

    2-7-1932.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Sáb 13 Feb 2021, 05:45

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    141

    Cuando el estío entra me entristezco. Parece que la luminosidad, aunque acre, de las horas estivales deberá acariciar a quien no sabe quién es. Pero no, a mí no me acaricia. Hay un contraste excesivo entre la vida exterior que rebosa y lo que siento y pienso, sin saber sentir ni pensar: el cadáver perennemente insepulto de mis sensaciones. Tengo la impresión de que vivo, en esta patria informe llamada el universo, bajo una tiranía política, que aunque no me oprima directamente, ofende,sin embargo, a algún oculto principio de mi alma. Y entonces desciende sobre mí, sordamente, lentamente, la añoranza anticipada del exilio posible.

    Tengo principalmente sueño. No un sueño que trae latente, como todos los sueños, incluso los mórbidos, el privilegio físico del sosiego. No un sueño que, porque va a olvidar la vida, y por ventura traer sueños, trae en la bandeja con la que viene a nuestra alma las ofrendas plácidas de una gran abdicación. No: éste es un sueño que no consigue dormir, que pesar en los párpados sin cerrarlos, que junta en un gesto que se siente ser de estupidez y repulsa las comisuras sentidas de los labios incrédulos. Éste es un sueño como el que pesa inútilmente /sobre/ el cuerpo en los grandes insomnios del alma.

    Sólo cuando llega la noche, de algún modo siento, no una alegría, sino un reposo que, porque otros reposos están contentos, se siente contento por analogía con los sentidos. Entonces, el sueño pasa, la confusión del crepúsculo mental, que ese sueño ha producido, se amortigua, se aclara, casi se ilumina. Vive, un momento, la esperanza de otras cosas. Pero esa esperanza es breve. Lo que sobreviene es un tedio sin sueño ni esperanza, un despertar malo de quien no ha llegado a dormir. Y desde la ventana de mi cuarto miro, pobre alma cansada del cuerpo, muchas estrellas, nada, la nada, pero tantas estrellas…

    9-6-1934.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Lun 15 Feb 2021, 12:04

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    142

    El olfato es una vista extraña. Evoca paisajes sentimentales mediante un dibujar súbito de lo subconsciente. He sentido esto muchas veces. Paso por una calle. No veo nada o, mejor, mirándolo todo, veo como todo el mundo ve. Sé que voy por una calle que existe con lados hechos de casas diferentes y construidas por seres humanos. Paso por una calle. De una panadería sale un olor a pan que da náuseas por lo dulce de su olor: y mi infancia se hiergue desde determinado barrio distante, y otra panadería me surge de aquel reino de hadas que es todo lo que se nos ha muerto. Paso por una calle. Huele de repente a las frutas del tablero inclinado de la tienda estrecha; y mi breve vida en el campo, no sé ya cuándo ni dónde, tiene árboles al final y sosiego en mi corazón, indiscutiblemente niño. Paso por una calle. Me trastorna, sin esperármelo, un olor a los cajones del cajonero: oh Cesário mío, te apareces ante mí y soy, por fin, feliz porque he regresado, gracias al recuerdo, a la única verdad, que es la literatura.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Mar 16 Feb 2021, 04:15

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    143

    Tengo ante mí las dos páginas grandes del libro pesado; levanto de su inclinación sobre el pupitre viejo, con ojos cansados, un alma más cansada que los ojos. Más allá de la nada que esto representa, el almacén, hasta la Calle de los Doradores, alinea los anaqueles regulares, los empleados regulares, el orden humano y el sosiego de lo vulgar. En la ventana hay un ruido de lo diferente, y el ruido diferente es vulgar, como el sosiego que hay junto a los anaqueles.

    Bajo unos ojos nuevos a las dos páginas blancas, en las que mis números cuidadosos han puesto los lucros de la sociedad. Y, con una sonrisa que guardo para mí, recuerdo que la vida, que tiene estas páginas con nombres de tejidos y dinero, con sus blancos, y sus trazos a regla y de letras, incluye también a los grandes navegantes, a los grandes santos, a los poetas de todas las épocas, todos ellos sin escritura, la vasta prole expulsada de los que hacen valer al mundo.

    En el propio registro de un tejido que no sé lo que es, se me abren las puertas del Indo y de Samarcanda, y la poesía de Pérsia, que no es de un sitio ni de otro, hace de sus cuartetos, desrimados en el tercer verso, un apoyo lejano para mi desasosiego. Pero no me engaño, escribo, sumo, y la escritura sigue, hecha normalmente por un empleado de esta oficina.


    (Continuará)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Miér 17 Feb 2021, 04:36

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    144

    Desde antes de la mañana temprano, contra el uso solar de esta ciudad clara, la niebla envolvía, en un manto leve, que el sol fue crecientemente dorando, las casas múltiples, los espacios abolidos, los accidentes de la tierra y de las construcciones. Llegada, sin embargo, la hora alta de antes del mediodía, empezó a deshilacharse la bruma blanda, y, en hálitos de sombras de velos, a cesar imponderablemente. Hacia las diez de la mañana, sólo un tenue mal-azular del cielo revelaba que había habido niebla.

    Las facciones de la ciudad renacieron del resbalar de la máscara de la veladura. Como si una ventana se abriese, el día ya rayado rayó. Hubo un leve cambio en los ruidos de todo. Aparecieron también. Un tono azul se insinuó hasta en las piedras de las calles y en las auras impersonales de los transeúntes. El sol era caliente, pero todavía humedad caliente. Se filtraba invisiblemente la niebla que ya no existía.

    El despertar de una ciudad, sea entre niebla o de otro modo, es siempre para mí algo más enternecedor que el rayar de la aurora sobre los campos. Renace mucho más, hay mucho más que esperar, cuando, en vez de sólo dorar, primero de luz oscura, después de luz húmeda, más tarde de oro claro, los céspedes, los relieves de los arbustos, las palmas de las manos de las hojas, el sol multiplica sus posibles efectos en las ventanas, en las paredes, en los tejados, —[...] cuando mañana [...] a tantas realidades diferentes. Una aurora en el campo me hace bien; una aurora en la ciudad, bien y mal, y por eso me hace más que bien. Sí, porque la esperanza /mayor/ que me trae tiene, como todas las esperanzas, ese amargor lejano y añorante de no ser realidad. La mañana del campo existe; la mañana de la ciudad promete. Una hace vivir; la otra hace pensar. Y yo he de sentir siempre, como los grandes malditos, que más vale pensar que vivir.

    10 y 11-9-1931.


    (Continuará)


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