OVIDIO NASÓN (43 a.C - 17 d.C)
ARTE DE AMAR. TRADUCIDO AL ESPAÑOL.
LIBRO TERCERO. (Trad. GERMÁN SALINAS)
LIBRO TERCERO. CONT.
Grande empeño demostró Acrisio en guardar a su hija Danae; ésta, sin embargo, con su
falta le hizo pronto abuelo. ¿Qué podrá impedir un guardián cuando hay en Roma tantos
teatros, cuando la mujer puede asistir si lo desea a las carreras del circo, o acude a fiestas
celebradas en honor de lsis, donde no se permite la entrada a los vigilantes de sus pasos,
porque la diosa Bona excluye de sus recintos a los varones, fuera de aquellos que le place
admitir; cuando los siervos quedan a la guarda de los vestidos de la señora, a la puerta del
baño, y dentro se oculta el amante, libre y seguro? Siempre que ella quiera, encontrará una
amiga que se sienta enferma fingidamente y le ceda, por complacerla, su lecho. El nombre
de adúltera que damos a una llave falsa indica bien claro su uso, y la puerta no es el único
medio de entrar en la casa que se solicita. Se adormece la vigilancia del más taimado
haciéndole beber en demasía, aunque sea el jugo de la vid cosechada en tierra española;
también hay brebajes que lo sumen en profundo sopor y oscurecen sus ojos con la negra
noche del Leteo. La confidente, de acuerdo contigo, puede detener al odioso Cerbero con
sus caricias, y ella a la vez regodearse largas horas. ¿Mas a qué andar con rodeos y
consejos de tan poco fuste si con cualquier regalo se consigue comprar su aquiescencia?
Los regalos, no lo dudes, sobornan a los hombres y a los dioses, y el mismo Júpiter se
aplaca con las ofrendas. ¿Qué hará el sabio cuando el idiota se regocija con las dádivas?.
El mismo marido cerrará la boca desde el momento que las reciba; pero basta que compres
el silencio una vez al año, pues el guardián se dispone a alargar a todas horas la mano que
alargó la primera vez.
Me quejaba, bien lo recuerdo, de que no se pudiese fiar de nadie de los amigos, y este
reproche no alcanza exclusivamente a los hombres. Si eres crédula con exceso, gozarán
otras las dichas que se te deben y la liebre que levantaste irá a caer en las redes ajenas. Esa
amiga que solícita te proporciona las citas y te cede el lecho, en más de una ocasión hizo
suyo a tu amante. No te sirvas tampoco de criada muy hermosa, porque algunas veces ésta
ocupó conmigo el lugar de su señora. ¿Adónde me despeña la insensatez? ¿Por qué
descubro el pecho a los dardos del enemigo y me hago traición a mí mismo? No enseña el
ave al cazador el modo de sorprenderla, ni la cierva a la trailla de perros cómo la han de
seguir, mas si resultan útiles, continuaré explicando mis lecciones con fidelidad, aunque
en mi daño suministre las armas a las mujeres de Lemnos. Arreglaos de manera, la cosa es
fácil, que nos juzguemos amados por vosotras: se cree eon facilidad lo que se desea
ardorosamente. Trastornad al doncel con vuestras miradas, arrojad hondos suspiros y
reprobadle el haber venido tan tarde; acudid a las lágrimas por los fingidos celos de una
rival, y señaladle la cara con vuestras uñas; él, compadeciendo tanto dolor, exclamará
persuadido: “Esta mujer está loca por mi”. Sobre todo, si tiene lindas facciones y se lo
advierte el espejo, se sentirá capaz de infundir amor a las mismas diosas.
Seas quien seas, que la ofuscación no te lleve muy lejos ni llegues a perder el seso oyendo
el nombre de una rival. No creas con ligereza: Procriste ofrece un lastimoso ejemplo de lo
perjudicial que resulta creer sin reflexión. Cerca de los collados que matizan de púrpura
las flores del Himeto brota una fuente sagrada cuyas márgenes están cubiertas de césped;
los árboles y arbustos, sin formar bosque, defienden del sol y esparcen sus perfumes el
laurel, el romero y el oscuro mirto; crecen allí los bojes recios, las frágiles retamas, el
humilde cantueso y el pino arrogante, y las flexibles ramas, con las altas hierbas, se
balancean al impulso blando del céfiro y las auras saludables. Allí descansaban el joven
Céfalo, lejos de los criados y sabuesos, y extendiendo en el suelo los miembros fatigados
solia decir: “Aura voladora, ven, alivia mi calor y refresca mi ardiente seno”. Un
malintencionado que oyó sus palabras inocentes, corre y advierte a la suspicaz esposa, la
cual, tomando el nombre de Aura por el de una concubina, se desploma abrumada por el
peso de tan súbito dolor. Palidece como después de la vendimia las hojas tardías de la vid
que el próximo invierno destruye, o como los maduros membrillos que doblan las ramas
que los sustentan, o los frutos del cornejo aún no sazonados para que se puedan comer. Así
que vuelve del desmayo, rompe la túnica que cubre su cuerpo y se ensangrienta la cara con
las uñas. Precipitada, furibunda, con los cabellos sueltos, corre a través del campo, como
una bacante que agita el tirso en su delirio y no bien llega al lugar indicado deja a las
compañeras en el valle y penetra decidida en la selva, evitando que se oiga el rumor de sus
pasos. ¿Cuáles eran, Procris, tus designios cuando así te ocultas? Insensata, ¿qué volcán
estallaba en tu lecho alborotado? Sin duda temias que iba a llegar a esa Aura que te
mortificaba y ver con tus propios ojos la traición de que eras víctima. Ya quisieras no
haber emprendido tal viaje ni sorprender a los culpables; y te confirmas en tu resolución, y
los celos te anegan en cruel incertidumbre. El lugar, el nombre y el delator incitan tu
crueldad, por esa inclinación de los amantes a creer siempre lo que temen, y así que nota
en la hierba las señales del cuerpo que la habían hollado, siente que se aceleran los
trémulos latidos de su corazón.
CONT.
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