LA ILIADA
CANTO XIII
Batalla junto a las naves. Cont.
468. Así dijo. Eneas sintió que en el pecho se le
conmovía el corazón, y se fue hacia Idomeneo
con grandes deseos de pelear. Éste no se dejó
vencer del temor, cual si fuera un niño, sino
que lo aguardó como el jabalí que, confiando en
su fuerza, espera en un paraje desierto del
monte el gran tropel de hombres que se avecina,
y con las cerdas del lomo erizadas y los ojos
brillantes como ascuas aguza los dientes y se
dispone a rechazar la acometida de perros y
cazadores, de igual manera Idomeneo, famoso
por su lanza, aguardaba sin arredrarse a Eneas,
ágil en la lucha, que le salía al encuentro; pero
llamaba a sus compañeros, poniendo los ojos en
Ascálafo, Afareo, Deípiro, Meriones y Antíloco,
aguerridos campeones, y los exhortaba con
estas aladas palabras:
481. -Venid, amigos, y ayudadme; pues estoy
solo y temo mucho a Eneas, ligero de pies, que
contra mí arremete. Es muy vigoroso para matar
hombres en el combate, y se halla en la flor
de la juventud, cuando mayor es la fuerza. Si
con el ánimo que tengo, fuésemos de la misma
edad, pronto o alcanzaría él una gran victoria
sobre mí, o yo la alcanzaba sobre él.
487. Así dijo; y todos con el mismo ánimo en el
pecho y los escudos en los hombros se pusieron
al lado de Idomeneo. También Eneas exhortaba
a sus amigos, echando la vista a Deífobo, Paris
y el divino Agenor, que eran asimismo capitanes
de los troyanos. Inmediatamente marcharon
las tropas detrás de los jefes, como las ovejas
siguen al carnero cuando después del pasto
van a beber, y el pastor se regocija en el alma;
así se alegró el corazón de Eneas en el pecho, al
ver el grupo de hombres que tras él seguía.
496. Pronto trabaron alrededor del cadáver de
Alcátoo un combate cuerpo a cuerpo, blandiendo
grandes picas; y el bronce resonaba de
horrible modo en los pechos al darse botes de
lanza los unos a los otros. Dos hombres belicosos
y señalados entre todos, Eneas a Idomeneo,
iguales a Ares, deseaban herirse recíprocamente
con el cruel bronce. Eneas arrojó el primero
la lanza a Idomeneo; pero, como éste la viera
venir, evitó el golpe: la broncínea punta clavóse
en tierra, vibrando, y el arma fue echada en
balde por el robusto brazo. Idomeneo hundió la
suya en el vientre de Enómao y el bronce rompió
la concavidad de la coraza y desgarró las
entrañas: el troyano, caído en el polvo, asió el
suelo con las manos. Acto continuo, Idomeneo
arrancó del cadáver la ingente lanza, pero no le
pudo quitar de los hombros la magnífica armadura,
porque estaba abrumado por los tiros.
Como ya no tenía seguridad en sus pies para
recobrar la lanza que había arrojado, ni para
librarse de la que le arrojasen, evitaba la cruel
muerte combatiendo a pie firme; y, no pudiendo
tampoco huir con ligereza, retrocedía paso a
paso. Deífobo, que constantemente le odiaba, le
tiró la lanza reluciente y erró el golpe, pero
hirió a Ascálafo, hijo de Enialio; la impetuosa
lanza se clavó en la espalda, y el guerrero, caído
en el polvo, asió el suelo con las manos. Y el
ruidoso y robusto Ares no se enteró de que su
hijo hubiese sucumbido en el duro combate
porque se hallaba detenido en la cumbre del
Olimpo, debajo de áureas nubes, con otros dioses
inmortales por la voluntad de Zeus, el cual
no permitía que intervinieran en la batalla.
Cont.
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