LA ODISEA
CANTO II
TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
AL PUEBLO DE ITACA. CONT.
Así habló Atenea, hija de Zeus, y Telémaco ya
no aguardó más, pues había escuchado la voz
de un dios. Así que se puso en camino, su corazón
acongojado, hacia el palacio y encontró a
los altivos pretendientes degollando cabras y
asando cerdos en el patio.
Antínoo se encaminó riendo hacia Telémaco, le
tomó de la mano, le dijo su palabra y le llamó
por su nombre:
«Telémaco, fanfarrón, incapaz de contener tu
cólera, que no ocupe tu pecho ninguna acción o
palabra mala, sino comer y beber conmigo como
antes. Los aqueos te prepararán una nave y
remeros elegidos para que llegues con más rapidez
a la agradable Pilos en busca de noticias
de tu ilustre padre.»
Y le respondió Telémaco discretamente:
«Antínoo, no me es posible comer callado en
vuestra arrogante compañía y gozar tranquilamente.
¿O es que no es bastante que me hayáis
destruido hasta ahora muchas y buenas cosas
de mi propiedad, pretendientes, mientras era
todavía un niño? Mas ahora que ya soy grande
y que, escuchando la palabra de los demás,
comprendo todo y el arrojo me ha crecido en el
pecho, intentaré enviaros las funestas Keres, ya
sea marchando a Pilos o aquí mismo, en el
pueblo.
«Me marcho -y el viaje que os anuncio no será
infructuoso- como pasajero, pues no poseo naves
ni remeros. Esto os parecía lo más ventajoso
para vosotros!»
Así dijo y retiró con rapidez su mano de la mano
de Antínoo.
Y los pretendientes se aplicaban al banquete
dentro del palacio y se mofaban de él zahiriéndolo
con sus palabras.
Así decía uno de los jóvenes arrogantes:
«Seguro que Telémaco nos está meditando la
muerte; traerá alguien de la arenosa Pilos para
que lo defienda o tal vez de Esparta, pues mucho
lo desea. O quizá quiere ir a Efira, tierra
fértil, a fin de traer de allí venenos que corrompen
la vida y echarlos en la crátera para destruirnos
a todos.»
Y otro de los jóvenes arrogantes decía:
¿Quién sabe si, marchando en la cóncava nave,
no perece también él vagando lejos de los suyos
como Odiseo! Así nos acrecentaría el trabajo,
pues repartiríamos todos sus bienes y la casa se
la daríamos a su madre y al que con ella casara
para que la conservaran.»
Mientras así hablaban descendió Telémaco a la
despensa de elevado techo de su padre, espaciosa,
donde había oro amontonado en el suelo
y bronce, y en arcones vestidos, y oloroso aceite
en abundancia. También había allí dispuestas
en fila, junto a la pared, tinajas de añejo vino
sabroso que contenían sin mezcla la divina bebida
por si alguna vez volvía a casa Odiseo
después de sufrir dolores sin cuento. Las puertas
que allí había se podían cerrar fuertemente
ensambladas, eran de dos hojas, y permanecía
allí día y noche un ama de llaves que vigilaba
todo con la agudeza de su mente, Euriclea, hija
de Ope Pisenórida.
A ésta dirigió Telémaco su palabra llamándola
a la despensa:
«Vamos, ama, sácame en ánforas sabroso vino,
el más preciado después del que tú guardas
pensando en aquel desdichado, por si viene
algún día Odiseo de linaje divino después de
evitar la muerte y las Keres; lléname doce hasta
arriba y ajusta todas con tapas. Échame también
harina en bien cosidos pellejos, hasta veinte
medidas de harina de trigo molido. Sólo tú
debes saberlo. Que esté todo preparado, pues lo
recogeré por la tarde cuando ya mi madre haya
subido al piso de arriba y esté ocupada en acostarse.
Me marcho a Esparta y a la arenosa Pilos
para enterarme del regreso de mi padre, por si
oigo algo.»
Así habló; rompió en lamentos su nodriza Euriclea
y dijo llorando aladas palabras:
«¿Por qué, hijo mío, tienes en tu interior este
proyecto? ¿Por dónde quieres ir a una tierra tan
grande siendo el bienamado hijo único? Ha
sucumbido lejos de su patria Odiseo, de linaje
divino, en un país desconocido, y éstos te andan
meditando la muerte para el mismo momento
en que te marches, para que mueras en
emboscada. Ellos se lo repartirán todo. Anda,
quédate aquí sentado sobre tus cosas; no tienes
necesidad ninguna de sufrir penalidades en el
estéril ponto ni de andar errante.»
CONT.
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