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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 7:19 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor


    1. Disolvióse la junta y los guerreros se dispersaron
    por las veloces naves, tomaron la cena y
    se regalaron con el dulce sueño. Aquiles lloraba,
    acordándose del compañero querido, sin
    que el sueño, que todo lo rinde, pudiera vencerlo:
    daba vueltas acá y allá, y con amargura
    traía a la memoria el vigor y gran ánimo de
    Patroclo, lo que de mancomún con él había
    llevado al cabo y las penalidades que ambos
    habían padecido, ora combatiendo con los
    hombres, ora surcando las temibles ondas. Al
    recordarlo, prorrumpía en abundantes lágrimas;
    ya se echaba de lado, ya de espaldas, ya
    de pechos; y al fin, levantándose, vagaba inquieto
    por la orilla del mar. Nunca le pasaba
    inadvertido el despuntar de la aurora sobre el
    mar y sus riberas: entonces uncía al carro los
    ligeros corceles y, atando al mismo el cadáver
    de Héctor, arrastrábalo hasta dar tres vueltas al
    túmulo del difunto Menecíada; acto continuo
    volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver
    tendido de cara al polvo. Mas Apolo,
    apiadándose del varón aun después de muerto,
    le libraba de toda injuria y lo protegía con la
    égida de oro para que Aquiles no lacerase el
    cuerpo mientras lo llevaba por el suelo.

    22. De tal manera Aquiles, enojado, insultaba al
    divino Héctor. Al contemplarlo, compadecíanse
    los bienaventurados dioses a instigaban al vigilante
    Argicida a que hurtase el cadáver. A todos
    les gustaba tal propósito, menos a Hera, a
    Posidón y a la virgen de ojos de lechuza, que
    odiaban como antes a la sagrada Ilio, a Príamo
    y a su pueblo por la injuria que Alejandro había
    inferido a las diosas cuando fueron a su cabaña
    y declaró vencedora a la que le había ofrecido
    funesta liviandad. Cuando, después de la
    muerte de Héctor, llegó la duodécima aurora,
    Febo Apolo dijo a los ínmortales:

    33.-Sois, oh dioses, crueles y maléficos. ¿Acaso
    Héctor no quemaba en vuestro honor muslos
    de bueyes y de cabras escogidas? Ahora, que ha
    perecido, no os atrevéis a salvar el cadáver y
    ponerlo a la vista de su esposa, de su madre, de
    su hijo, de su padre Príamo y del pueblo, que al
    momento lo entregarían a las llamas y le harían
    honras fúnebres; por el contrario, oh dioses,
    queréis favorecer al pernicioso Aquiles, el cual
    concibe pensamientos no razonables, tiene en
    su pecho un ánimo inflexible y medita cosas
    feroces, como un león que, dejándose llevar por
    su gran fuerza y espíritu soberbio, se encamina
    a los rebaños de los hombres para aderezarse
    un festín, de igual modo perdió Aquiles la piedad
    y ni siquiera conserva el pudor que tanto
    favorece o daña a los varones. Aquél a quien se
    le muere un ser amado, como el hermano carnal
    o el hijo, al fin cesa de llorar y lamentarse,
    porque las Parcas dieron al hombre un corazón
    paciente. Mas Aquiles, después que quitó al
    divino Héctor la dulce vida, ata el cadáver al
    carro y lo arrastra alrededor del túmulo de su
    compañero querido; y esto ni a aquél le aprovecha,
    ni es decoroso. Tema que nos irritemos
    contra él, aunque sea valiente, porque enfureciéndose
    insulta a lo que tan sólo es ya insensible
    tierra.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 7:30 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    55. Respondióle irritada Hera, la de los níveos
    brazos:

    56. -Sería como dices, oh tú que llevas arco de
    plata, si a Aquiles y a Héctor los tuvierais en
    igual estima. Pero Héctor fue mortal y diole el
    pecho una mujer; mientras que Aquiles es hijo
    de una diosa a quien yo misma alimenté y crié
    y casé luego con Peleo, varón cordialmente
    amado por los inmortales. Todos los dioses
    presenciasteis la boda; y tú pulsaste la cítara y
    con los demás tuviste parte en el festín; ¡oh
    amigo de los malos, siempre pérfido!

    64. Replicó Zeus, el que amontona las nubes:

    63. -¡Hera! No te irrites tanto contra las deidades.
    No será el mismo el aprecio en que los tengamos;
    pero Héctor era para los dioses, y también
    para mí, el más querido de cuantos mortales
    viven en Ilio, porque nunca se olvidó de
    dedicarnos agradables ofrendas, jamás mi altar
    careció ni de libaciones ni de víctimas, que tales
    son los honores que se nos deben. Desechemos
    la idea de robar el cuerpo del audaz Héctor: es
    imposible que se haga a hurto de Aquiles, porque
    siempre, de noche y de día, le acompaña su
    madre. Mas, si alguno de los dioses llamase a
    Tetis para que se me acercara, yo le diría a ésta
    lo que fuere oportuno para que Aquiles, recibiendo
    los dones de Príamo, restituyera el
    cadáver.

    77. Así se expresó. Levantóse Iris, de pies rápidos
    como el huracán, para llevar el mensaje;
    saltó al negro ponto entre Samos y la escarpada
    Imbros, y resonó el estrecho. La diosa se lanzó a
    lo prófundo, como desciende el plomo asido al
    cuerno de un buey montaraz que lleva la muerte
    a los voraces peces. En la profunda gruta
    halló a Tetis y a otras muchas diosas marinas
    que la rodeaban: la ninfa lloraba, en medio de
    ellas, la suerte de su hijo irreprensible, que había
    de perecer en la fértil Troya, lejos de la patria.
    Y, acercándosele Iris, la de los pies ligeros,
    así le dijo:

    88. -Ven, Tetis, pues te llama Zeus, el conocedor
    de los eternales decretos.

    89. Respondióle la diosa Tetis, de argénteos
    pies:

    90. -¿Por qué aquel gran dios me ordena que
    vaya? Me da vergüenza juntarme con los inmortales,
    pues son muchas las penas que conturban
    mi corazón. Esto no obstante, iré para
    que sus palabras no resulten vanas y sin efecto.

    93. En diciendo esto, la divina entre las diosas
    tomó un velo tan obscuro que no había otro que
    fuese más negro. Púsose en camino, precedida
    por la veloz Iris, de pies rápidos como el viento,
    y las olas del mar se abrían al paso de ambas
    deidades. Salieron éstas a la playa, ascendieron
    al cielo y hallaron al largovidente Cronida con
    los demás felices sempiternos dioses congregados
    en torno suyo. Sentóse Tetis al lado de
    Zeus, porque Atenea le cedió el sitio, y Hera
    púsole en la mano una copa de oro y la consoló
    con palabras. Tetis devolvió la copa después de
    haber bebido. Y el padre de los hombres y de
    los dioses comenzó a hablar de esta manera:


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 7:45 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    104. -Vienes al Olimpo, oh diosa Tetis, afligida y
    con el ánimo agobiado por vehemente pesar.
    Lo sé. Pero, aun así y todo, voy a decirte por
    qué te he llamado. Hace nueve días que se suscitó
    entre los inmortales una contienda acerca
    del cadáver de Héctor, y de Aquiles, asolador
    de ciudades, e instigaban al vigilante Argicida
    a que hurtase el muerto, pero yo prefiero dar a
    Aquiles la gloria de devolverlo, y conservar así
    tu respeto y amistad. Ve en seguida al ejército y
    amonesta a tu hijo. Dile que los dioses están
    muy irritados contra él y yo más indignado que
    ninguno de los inmortales, porque enfureciéndose
    retiene a Héctor en las corvas naves y no
    permite que lo rediman; por si, temiéndome,
    consiente que el cadáver sea rescatado. Y enviaré
    la diosa Iris al magnánimo Príamo para
    que vaya a las naves de los aqueos y redima a
    su hijo, llevando a Aquiles dones que aplaquen
    su enojo.

    120. Así se expresó; y Tetis, la diosa de argénteos
    pies no fue desobediente. Bajando en raudo
    vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó a la
    tienda de su hijo: éste gemía sin cesar, y sus
    compañeros se ocupaban diligentemente en
    preparar la comida, habiendo inmolado dentro
    de la tienda una grande y lanuda oveja. La veneranda
    madre se sentó muy cerca del héroe, le
    acarició con la mano y hablóle en estos términos.

    128. -¡Hijo mío! ¿Hasta cuándo dejarás que el
    llanto y la tristeza roan tu corazón, sin acordarte
    ni de la comida ni de la cama? Bueno es que
    goces del amor con una mujer, pues ya no has
    de vivir mucho tiempo; la muerte y el hado
    cruel se te avecinan. Y ahora préstame atención,
    pues vengo como mensajera de Zeus. Dice que
    los dioses están muy irritados contra ti, y él
    más indignado que ninguno de los inmortales,
    porque enfureciéndote retienes a Héctor en las
    corvas naves y no permites que lo rediman. Ea,
    entrega el cadáver y acepta su rescate.

    138. Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

    139. -Sea así. Quien traiga el rescate se lleve el
    muerto, ya que con ánimo benévolo el mismo
    Olímpico lo ha dispuesto.

    141. De este modo, dentro del recinto de las naves,
    pasaban de madre a hijo muchas aladas
    palabras. Y en tanto, el Cronida envió a Iris a la
    sagrada Ilio:

    144. -¡Anda, ve, rápida Iris! Deja tu asiento del
    Olimpo, entra en Ilio y di al magnánimo Príamo
    que se encamine a las naves de los aqueos y
    rescate al hijo, Ilevando a Aquiles dones que
    aplaquen su enojo. Vaya solo, sin que ningún
    troyano se le junte, y acompáñele un heraldo
    más viejo que él, para que guíe los mulos y el
    carro de hermosas ruedas y conduzca luego a la
    población el cadáver de aquél a quien mató el
    divino Aquiles. Ni la idea de la muerte ni otro
    temor alguno conturbe su ánimo, pues le daremos
    por guía el Argicida, el cual le llevará
    hasta muy cerca de Aquiles. Y cuando haya
    entrado en la tienda del héroe, éste no lo matará,
    e impedirá que los demás lo hagan. Pues
    Aquiles no es insensato, ni temerario ni perverso,
    y tendrá buen cuidado de respetar a un suplicante.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 7:50 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    159. Así dijo. Levantóse Iris, la de pies rápidos
    como el huracán, para llevar el mensaje; y, en
    llegando al palacio de Príamo, oyó llantos y
    alaridos. Los hijos, sentados en el patio alrededor
    del padre, bañaban sus vestidos con lágrimas,
    y el anciano aparecía en medio, envuelto
    en un manto muy ceñido, y tenía en la cabeza y
    en el cuello abundante estiércol que al revolcarse
    por el suelo había recogido con sus manos.
    Las hijas y nueras se lamentaban en el palacio,
    recordando los muchos varones esforzados que
    yacían en la llanura por haber dejado la vida en
    manos de los argivos. Detúvose la mensajera de
    Zeus cerca de Príamo, y hablándole quedo,
    mientras al anciano un temblor le ocupaba los
    miembros, así le dijo:

    171. -Cobra ánimo, Príamo Dardánida, y no te
    espantes; que no vengo a presagiarte males,
    sino a participarte cosas buenas: soy mensajera
    de Zeus, que, aun estando lejos, se interesa mucho
    por ti y te compadece. El Olímpico te manda
    rescatar al divino Héctor, llevando a Aquiles
    dones que aplaquen su enojo. Ve solo, sin que
    ningún troyano se te junte, acompañado de un
    heraldo más viejo que tú, para que guíe los mulos
    y el carro de hermosas ruedas, y conduzca
    luego a la población el cadáver de aquél a quien
    mató el divino Aquiles. Ni la idea de la muerte
    ni otro temor alguno conturbe tu ánimo, pues
    tendrás por guía el Argicida, el cual te llevará
    hasta muy cerca de Aquiles. Y cuando hayas
    entrado en la tienda del héroe, éste no te matará
    a impedirá que los demás lo hagan. Pues
    Aquiles no es insensato, ni temerario, ni perverso,
    y tendrá buen cuidado de respetar a un
    suplicante.

    188. Cuando esto hubo dicho, fuese Iris, la de
    los pies ligeros. Príamo mandó a sus hijos que
    prepararan un carro de mulas, de hermosas
    ruedas, pusieran encima un arca y la sujetaran
    con sogas. Bajó después al perfumado tálamo,
    que era de cedro, tenía elevado techo y guardaba
    muchas preciosidades; y, llamando a su esposa
    Hécuba, hablóle en estos términos:

    194. -¡Oh infeliz! La mensajera del Olimpo ha
    venido, por orden de Zeus, a encargarme que
    vaya a las naves de los aqueos y rescate al hijo,
    llevando a Aquiles dones que aplaquen su enojo.
    Ea, dime: ¿qué piensas acerca de esto? Pues
    mi mente y mi corazón me instigan vivamente
    a ir allá, a las naves, al campamento vasto de
    los aqueos.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:02 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    200. Así dijo. La mujer prorrumpió en sollozos y
    respondió diciendo:

    201. -¡Ay de mí! ¿Qué es de la prudencia que
    antes te hizo célebre entre los extranjeros y entre
    aquéllos sobre los cuales reinas? ¿Cómo
    quieres ir solo a las naves de los aqueos y presentarte
    ante los ojos del hombre que te mató
    tantos y tan valientes hijos? De hierro tienes el
    corazón. Si ese guerrero cruel y pérfido llega a
    verte con sus propios ojos y te coge, ni se apiadará
    de ti, ni te respetará en lo más mínimo.
    Lloremos a Héctor desde lejos, sentados en el
    palacio; ya que, cuando le di a luz, el hado poderoso
    hiló de esta suerte el estambre de su
    vida: que habría de saciar con su carne a los
    veloces perros, lejos de sus padres y junto al
    hombre violento cuyo hígado ojalá pudiera yo
    comer hincándole los dientes. Entonces quedarían
    vengados los insultos que ha hecho a mi
    hijo; que éste, cuando aquél lo mató, no se portaba
    cobardemente, sino que a pie firme defendía
    a los troyanos y a las troyanas de profundo
    seno, no pensando ni en huir ni en evitar
    el combate.

    217. Contestó el anciano Príamo, semejante a un
    dios:

    218. -No te opongas a mi resolución, ni me seas
    ave de mal agüero en el palacio. No me persuadirás.
    Si me diese la orden uno de los que
    viven en la tierra, aunque fuera adivino, arúspice
    o sacerdote, la creeríamos falsa y desconfiaríamos
    aún más; pero ahora, como yo mismo
    he oído a la diosa y la he visto delante de mí,
    iré y no serán ineficaces sus palabras. Y si mi
    destino es morir en las naves de los aqueos, de
    broncíneas corazas, lo acepto: máteme Aquiles
    tan luego como abrace a mi hijo y satisfaga el
    deseo de llorarle.

    228. Dijo, y, levantando las hermosas tapas de
    las arcas, cogió doce magníficos peplos, doce
    mantos sencillos, doce tapetes, doce palios
    blancos, y otras tantas túnicas. Pesó luego diez
    talentos de oro. Y, por fin, sacó dos trípodes
    relucientes, cuatro calderas y una magnífica
    copa que los tracios le dieron cuando fue, como
    embajador, a su país, y era un soberbio regalo;
    pues el anciano no quiso dejarla en el palacio a
    causa del vehemente deseo que tenía de rescatar
    a su hijo. Y volviendo al pórtico, echó afuera
    a los troyanos, increpándolos con injuriosas
    palabras:

    239. -¡Idos ya, hombres infames y vituperables!
    ¿Por ventura no hay llanto en vuestra casa, que
    venías a afligirme? ¿O creéis que son pocos los
    pesares que Zeus Cronida me envía, con
    hacerme perder un hijo valiente? También los
    probaréis vosotros. Muerto él, será mucho más
    fácil que los argivos os maten. Pero antes que
    con estos ojos vea la ciudad tomada y destruida,
    descienda yo a la mansión de Hades.

    247. Dijo, y con el cetro echó a los hombres.
    Éstos salieron apremiados por el anciano. Y en
    seguida Príamo reprendió a sus hijos Héleno,
    Paris, Agatón divino, Pamón, Antífono, Polites
    valiente en la pelea, Deífobo, Hipótoo y el
    conspicuo Dío; a los nueve los increpó y les dio
    órdenes, diciendo:

    CONT.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:13 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    253. -¡Daos prisa, malos hijos, ruines! Ojalá que
    en lugar de Héctor hubieseis muerto todos en
    las veleras naves. ¡Ay de mí, desventurado, que
    engendré hijos valentísimos en la vasta Troya, y
    ya puedo decir que ninguno me queda! Al divino
    Méstor, a Troilo, que combatía en carro, y
    a Héctor, que era un dios entre los hombres y
    no parecía hijo de un mortal, sino de una divinidad,
    Ares les dio muerte; y restan los que son
    indignos, embusteros, danzarines, señalados
    únicamente en los coros y hábiles en robar al
    pueblo corderos y cabritos. Pero ¿no me prepararéis
    al instante el carro, poniendo en él todas
    estas cosas, para que emprendamos el camino?

    263. Así dijo. Ellos, temiendo la reconvención
    del padre, sacaron un carro de mulas, de hermosas
    ruedas, magnífico, recién construido;
    pusieron encima el arca, que ataron bien; descolgaron
    del clavo el corvo yugo de madera de
    boj, provisto de anillos, y tomaron una correa
    de nueve codos que servía para atarlo. Colgaron
    después el yugo sobre la parte anterior de
    la lanza, metieron el anillo en su clavija, y sujetaron
    a aquél, atándolo con la correa, a la cual
    hicieron dar tres vueltas a cada lado y cuyos
    extremos reunieron en un nudo. Luego fueron
    sacando de la cámara y acomodando en el pulimentado
    carro los innumerables dones para el
    rescate de Héctor; uncieron las mulas de tiro,
    de fuertes cascos, que en otro tiempo habían
    regalado los misios a Príamo como espléndido
    presente, y acercaron al yugo dos corceles, a los
    cuales el anciano en persona daba de comer en
    pulimentado pesebre.

    281. Mientras el heraldo y Príamo, prudentes
    ambos, uncían los caballos en el alto palacio,
    acercóseles Hécuba, con ánimo abatido, llevando
    en su diestra una copa de oro, llena de dulce
    vino, para que hicieran la libación antes de partir;
    y, deteniéndose delante del carro, dijo a
    Príamo:

    287. Toma, haz la libación al padre Zeus y suplícale
    que puedas volver del campamento de los
    enemigos a tu casa; ya que tu ánimo lo incita a
    ir a las naves contra mi deseo. Ruega, pues, al
    Cronión Ideo, el dios de las sombrías nubes que
    desde lo alto contempla a Troya entera, y pídele
    que haga aparecer a tu derecha su veloz mensajera,
    el ave que le es más querida y cuya fuerza
    es inmensa, para que, en viéndola con tus propios
    ojos, vayas, alentado por el agüero, a las
    naves de los dánaos, de rápidos corceles. Y si el
    largovidente Zeus no te enviase su mensajera,
    yo no te aconsejaría que fueras a las naves de
    los argivos por mucho que lo desees.

    299. Respondióle Príamo, semejante a un dios:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:21 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    300. -¡Oh mujer! No dejaré de hacer lo que me
    recomiendas. Bueno es levantar las manos a
    Zeus, para que de nosotros se apiade.

    302. Dijo así el anciano, y mandó a la esclava
    despensera que le diese agua limpia a las manos.
    Presentóse la cautiva con una fuente y un
    jarro. Y Príamo, así que se hubo lavado, recibió
    la copa de manos de su esposa; oró, de pie, en
    medio del patio; libó el vino, alzando los ojos al
    cielo, y pronunció estas palabras:

    308. -¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísimo,
    máximo! Concédeme que al llegar a
    la tienda de Aquiles le sea yo grato y de mí se
    apiade; y haz que aparezca a mi derecha tu veloz
    mensajera, el ave que te es más querida y
    cuya fuerza es inmensa, para que después de
    verla con mis propios ojos vaya, alentado por el
    agüero, a las naves de los dánaos, de rápidos
    corceles.

    314. Así dijo rogando. Oyóle el próvido Zeus, y
    al momento envió la mejor de las aves agoreras,
    un águila rapaz de color obscuro, conocida con
    el nombre de percnón. Cuanta anchura suele
    tener en la casa de un rico la puerta de la cámara
    de alto techo, bien adaptada al marco y
    asegurada por un cerrojo, tanto espacio ocupaba
    con sus alas, desde el uno al otro extremo, el
    águila que apareció volando a la derecha por
    cima de la ciudad. Al verla, todos se alegraron
    y la confianza renació en sus pechos.

    322. El anciano subió presuroso al carro y lo
    guió a la calle, pasando por el vestíbulo y el
    pórtico sonoro. Iban delante las mulas que tiraban
    del carro de cuatro ruedas, y eran gobernadas
    por el prudente Ideo; seguían los caballos
    que el viejo aguijaba con el látigo para que
    atravesaran prestamente la ciudad; y todos los
    amigos acompañaban al rey, derramando
    abundantes lágrimas, como si a la muerte caminara.
    Cuando hubieron bajado de la ciudad
    al campo, hijos y yernos regresaron a Ilio. Mas,
    al atravesar Príamo y el heraldo la Ilanura, no
    dejó de advertirlo el largovidente Zeus, que vio
    al anciano y se compadeció de él. Y, llamando
    en seguida a su hijo Hermes, le habló diciendo:

    334. -¡Hermes! Puesto que te es grato acompañar
    a los hombres y oyes las súplicas del que
    quieres, anda, ve y conduce a Príamo a las
    cóncavas naves aqueas, de suerte que ningún
    dánao le vea ni le descubra hasta que haya llegado
    a la tienda del Pelida.

    339. Así habló. El mensajero Argicida no fue
    desobediente: calzóse al instante los áureos
    divinos talares que le llevaban sobre el mar y la
    tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó
    la vara con la cual adormece los ojos de cuantos
    quiere o despierta a los que duermen. Llevándola
    en la mano, el poderoso Argicida emprendió
    el vuelo, llegó muy pronto a Troya y al
    Helesponto, y echó a andar, transfigurado en
    un joven príncipe a quien comienza a salir el
    bozo y está graciosísimo en la flor de la juventud.

    CONT.



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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:30 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    349. Cuando Príamo y el heraldo llegaron más
    allá del gran túmulo de Ilo, detuvieron las mulas
    y los caballos para que bebiesen en el río. Ya
    se iba haciendo noche sobre la tierra. Advirtió
    el heraldo la presencia de Hermes, que estaba
    junto a él, y hablando a Príamo dijo:

    354. -Atiende, Dardánida, pues el lance que se
    presenta requiere prudencia. Veo a un hombre
    y me figuro que al punto nos ha de matar. Ea,
    huyamos en el carro, o supliquémosle, abrazando
    sus rodillas, para ver si se compadece de
    nosotros.

    358. Así dijo. Turbósele al anciano la razón, sintió
    un gran terror, se le erizó el pelo en los
    flexibles miembros y quedó estupefacto. Entonces
    el benéfico Hermes se llegó al viejo, tomóle
    por la mano y le interrogó diciendo:

    362. -¿Adónde, padre mío, diriges estos caballos
    y mulas durante la noche divina, mientras
    duermen los demás mortales? ¿No temes a los
    aqueos, que respiran valor, los cuales te son
    malévolos y enemigos y se hallan cerca de nosotros?
    Si alguno de ellos te viera conducir tantas
    riquezas en esta obscura y rápida noche,
    ¿qué resolución tomarías? Tú no eres joven,
    éste que te acompaña es también anciano, y no
    podríais rechazar a quien os ultrajara. Pero yo
    no te causaré ningún daño y, además, te defendería
    de cualquier hombre, porque te encuentro
    semejante a mi querido padre.

    372. Respondióle el anciano Príamo, semejante a
    un dios:

    373. -Así es, como dices, hijo querido. Pero alguna
    deidad extiende la mano sobre mí, cuando
    me hace salir al encuentro un caminante de
    tan favorable augurio como tú, que tienes cuerpo
    y aspecto dignos de admiración y espíritu
    prudente, y naciste de padres felices.

    378. Díjole a su vez el mensajero Argicida:

    379. -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de
    decir. Pero, ea, habla y dime con sinceridad:
    ¿mandas a gente extraña tantas y tan preciosas
    riquezas a fin de ponerlas en cobro; o ya todos
    abandonáis, amedrentados, la sagrada Ilio, por
    haber muerto el varón más fuerte, tu hijo, que a
    ninguno de los aqueos cedía en el combate?

    386. Contestóle el anciano Príamo, semejante a
    un dios:

    387. -¿Quién eres, hombre excelente, y cuáles los
    padres de que naciste, que con tanta oportunidad
    has mencionado la muerte de mi hijo infeliz?

    389. Replicó el mensajero Argicida:

    390. -Me quieres probar, oh anciano, y por eso
    me hablas del divino Héctor. Muchas veces le
    vieron estos ojos en la batalla, donde los varones
    se hacen ilustres, y también cuando llegó a
    las naves matando argivos, a quienes hería con
    el agudo bronce. Nosotros le admirábamos sin
    movernos, porque Aquiles estaba irritado contra
    el Atrida y no nos dejaba pelear. Pues yo
    soy servidor de Aquiles, con quien vine en la
    misma nave bien construida; desciendo de
    mirmidones y tengo por padre a Políctor, que
    es rico y anciano como tú. Soy el más joven de
    sus siete hijos y, como lo decidiéramos por
    suerte, tocóme a mí acompañar al héroe. Y ahora
    he venido de las naves a la llanura, porque
    mañana los aqueos, de ojos vivos, presentarán
    batalla en los contornos de la ciudad: se aburren
    de estar ociosos, y los reyes aqueos no
    pueden contener su impaciencia por entrar en
    combate.

    CONT.
    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:39 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    405. Respondióle el anciano Príamo, semejante a
    un dios:

    406. -Si eres servidor del Pelida Aquiles, ea, dime
    toda la verdad: ¿mi hijo yace aún cerca de
    las naves, o Aquiles lo ha desmembrado y entregado
    a sus perros?

    410. Contestóle el mensajero Argicida:

    411. -¡Oh anciano! Ni los perros ni las aves lo
    han devorado, y todavía yace junto a la nave de
    Aquiles, dentro de la tienda. Doce días lleva de
    estar tendido, y ni el cuerpo se pudre, ni lo comen
    los gusanos que devoran a los hombres
    muertos en la guerra. Cuando apunta la divinal
    aurora, Aquiles lo arrastra sin piedad alrededor
    del túmulo de su compañero querido; pero ni
    aun así lo desfigura, y tú mismo, si a él te acercaras,
    lo admirarías de ver cuán fresco está: la
    sangre le ha sido lavada, no presenta mancha
    alguna, y cuantas heridas recibió -pues fueron
    muchos los que le envasaron el bronce- todas se
    han cerrado. De tal modo los bienaventurados
    dioses cuidan de tu buen hijo, aun después de
    muerto, porque era muy caro a su corazón.

    424. Así habló. Alegróse el anciano, y respondió
    diciendo:

    425. -¡Oh hijo! Bueno es ofrecer a los inmortales
    los debidos dones. Jamás mi hijo, si no ha sido
    un sueño que haya existido, olvidó en el palacio
    a los dioses que moran en el Olimpo, y por
    esto se acordaron de él en el fatal trance de la
    muerte. Mas, ea, recibe de mis manos esta linda
    copa, para que la guardes, y guíame con el favor
    de los dioses hasta que llegue a la tienda
    del Pelida.

    432. Díjole a su vez el mensajero Argicida:

    433. -Quieres tentarme, anciano, porque soy
    más joven; pero no me persuadirás con tus ruegos
    a que acepte el regalo sin saberlo Aquiles.
    Le temo y me da mucho miedo defraudarle: no
    fuera que después se me siguiese algún daño.
    Pero te acompañaría cuidadosamente en una
    velera nave o a pie, aunque fuera hasta la famosa
    Argos, y nadie osaría acometerte, despreciando
    al guía.

    440. Dijo; y, subiendo el benéfico Hermes al carro,
    recogió al instante el látigo y las riendas a
    infundió gran vigor a los corceles y mulas.
    Cuando llegaron al foso y a las torres que protegían
    las naves, los centinelas comenzaban a
    preparar la cena, y el mensajero Argicida los
    adormeció a todos; en seguida abrió la puerta,
    descorriendo los cerrojos, a introdujo a Príamo
    y el carro que llevaba los espléndidos regalos.
    Llegaron, por fin, a la elevada tienda que los
    mirmidones habían construido para el rey con
    troncos de abeto, cubriéndola con un techo inclinado
    de frondosas cañas que cortaron en la
    pradera; rodeábala una gran cerca de muchas
    estacas y tenía la puerta asegurada por una
    barra de abeto que quitaban o ponían tres
    aqueos juntos, y sólo Aquiles la descorría sin
    ayuda. Entonces el benéfico Hermes abrió la
    puerta a introdujo al anciano y los presentes
    para el Pelida, el de los pies ligeros. Y apeándose
    del carro, dijo a Príamo:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:44 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    460. ¡Oh anciano! Yo soy un dios inmortal, soy
    Hermes; y mi padre me envió para que fuese tu
    guía. Me vuelvo antes de llegar a la presencia
    de Aquiles, pues sería indecoroso que un dios
    inmortal se tomara públicamente tanto interés
    por los mortales. Entra tú, abraza las rodillas
    del Pelida y suplícale por su padre, por su madre
    de hermosa cabellera y por su hijo, para
    que conmuevas su corazón.

    468. Cuando esto hubo dicho, Hermes se encaminó
    al vasto Olimpo. Príamo saltó del carro a
    tierra, dejó a Ideo con el fin de que cuidase de
    los caballos y mulas, y fue derecho a la tienda
    en que moraba Aquiles, caro a Zeus. Hallóle
    dentro y sus amigos estaban sentados aparte;
    sólo dos de ellos, el héroe Automedonte y
    Álcimo, vástago de Ares, le servían, pues acababa
    de cenar; y, si bien ya no comía ni bebía,
    aun la mesa continuaba puesta. El gran Príamo
    entró sin ser visto, acercóse a Aquiles, abrazóle
    las rodillas y besó aquellas manos terribles,
    homicidas, que habían dado muerte a tantos
    hijos suyos. Como quedan atónitos los que,
    hallándose en la casa de un rico, ven llegar a un
    hombre que, poseído de la cruel Ofuscación,
    mató en su patria a otro varón y ha emigrado a
    país extraño, de igual manera asombróse Aquiles
    de ver al deiforme Príamo; y los demás se
    sorprendieron también y se miraron unos a
    otros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndole
    estas palabras:

    486. Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante
    a los dioses, que tiene la misma edad que yo y
    ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizá
    los vecinos circunstantes le oprimen y no hay
    quien te salve del infortunio y de la ruina; pero
    al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra
    en su corazón y espera de día en día que ha de
    ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo,
    después que engendré hijos excelentes
    en la espaciosa Troya, puedo decir que
    de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía
    cuando vinieron los aqueos: diez y nueve procedían
    de un solo vientre; a los restantes diferentes
    mujeres los dieron a luz en el palacio. A
    los más el furibundo Ares les quebró las rodillas;
    y el que era único para mí, pues defendía
    la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste
    poco ha, mientras combatía por la patria, a
    Héctor, por quien vengo ahora a las naves de
    los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un
    inmenso rescate. Pero, respeta a los dioses,
    Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu
    padre; que yo soy todavía más digno de piedad,
    puesto que me atreví a lo que ningún otro
    mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano
    del hombre matador de mis hijos.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Miér Abr 21, 2021 8:50 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    507. Así habló. A Aquiles le vino deseo de llorar
    por su padre; y, asiendo de la mano a Príamo,
    apartóle suavemente. Entregados uno y otro a
    los recuerdos, Príamo, caído a los pies de Aquiles,
    lloraba copiosamente por Héctor, matador
    de hombres; y Aquiles lloraba unas veces a su
    padre y otras a Patroclo; y el gemir de entrambos
    se alzaba en la tienda. Mas así que el divino
    Aquiles se hartó de llanto y el deseo de sollozar
    cesó en su alma y en sus miembros, alzóse de la
    silla, tomó por la mano al viejo para que se levantara,
    y, mirando compasivo su blanca cabeza
    y su blanca barba, díjole estas aladas palabras:

    518. -¡Ah, infeliz! Muchos son los infortunios
    que tu ánimo ha soportado. ¿Cómo osaste venir
    solo a las naves de los aqueos, a los ojos del
    hombre que te mató tantos y tan valientes
    hijos? De hierro tienes el corazón. Mas, ea, toma
    asiento en esta silla; y, aunque los dos estamos
    afligidos, dejemos reposar en el alma las penas,
    pues el triste llanto para nada aprovecha. Los
    dioses destinaron a los míseros mortales a vivir
    en la tristeza, y sólo ellos están descuitados. En
    los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles
    de dones que el dios reparte: en el uno están
    los males y en el otro los bienes. Aquél a quien
    Zeus, que se complace en lanzar rayos, se los da
    mezclados, unas veces topa con la desdicha y
    otras con la buena ventura; pero el que tan sólo
    recibe penas vive con afrenta, una gran hambre
    le persigue sobre la divina tierra y va de un
    lado para otro sin ser honrado ni por los dioses
    ni por los hombres. Así las deidades hicieron a
    Peleo claros dones desde su nacimiento: aventajaba
    a los demás hombres en felicidad y riqueza,
    reinaba sobre los mirmidones, y, siendo
    mortal, le dieron por mujer una diosa. Pero
    también la divinidad le impuso un mal: que no
    tuviese hijos que reinaran luego en el palacio.
    Tan sólo engendró uno, a mí, cuya vida ha de
    ser breve; y no le cuido en su vejez, porque
    permanezco en Troya, muy lejos de la patria,
    para contristarte a ti y a tus hijos. Y dicen que
    también tú, oh anciano, fuiste dichoso en otro
    tiempo; y que en el espacio que comprende
    Lesbos, donde reinó Mácar, y más arriba la Frigia
    hasta el Helesponto inmenso, descollabas
    entre todos por tu riqueza y por tu prole. Mas,
    desde que los dioses celestiales te trajeron esta
    plaga, sucédense alrededor de la ciudad las
    batallas y las matanzas de hombres. Súfrelo
    resignado y no dejes que de tu corazón se apodere
    incesante pesar, pues nada conseguirás
    afligiéndote por tu hijo, ni lograrás que se levante,
    antes tendrás que padecer un nuevo mal.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 4:06 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    552. Respondió en seguida el anciano Príamo,
    semejante a un dios:

    553. -No me hagas sentar en esta silla, alumno
    de Zeus, mientras Héctor yace insepulto en la
    tienda. Entrégamelo cuanto antes para que lo
    contemple con mis ojos, y tú recibe el cuantioso
    rescate que te traemos. Ojalá puedas disfrutar
    de él y volver al patrio suelo, ya que ahora me
    has dejado vivir y ver la luz del sol.

    559. Mirándole con torva faz, le dijo Aquiles, el
    de los pies ligeros:

    56o. -¡No me irrites más, oh anciano! Tengo
    acordado entregarte a Héctor, pues para ello
    Zeus me envió como mensajera la madre que
    me dio a luz, la hija del anciano del mar. Comprendo
    también, oh Príamo, y no se me oculta,
    que un dios te trajo a las veleras naves de los
    aqueos; porque ningún mortal, aunque estuviese
    en la flor de la juventud, se atrevería a venir
    al ejército, ni entraría sin ser visto por los centinelas,
    ni desatrancaría con facilidad nuestras
    puertas. Absténte, pues, de exacerbar los dolores
    de mi corazón; no sea que a ti, oh anciano,
    no te respete en mi tienda, aunque siendo mi
    suplicante, y viole las órdenes de Zeus.

    571. Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció
    el mandato. El Pelida, saltando como un león,
    salió de la tienda, y no se fue solo, pues le siguieron
    dos de sus servidores: el héroe Automedonte
    y Álcimo, que eran los compañeros a
    quienes más apreciaba desde que había muerto
    Patroclo. En seguida desengancharon caballos y
    mulas, introdujeron el heraldo, vocero del anciano,
    haciéndole sentar en una silla, y quitaron
    del lustroso carro los inmensos rescates de la
    cabeza de Héctor. Tan sólo dejaron dos mantos
    y una túnica bien tejida, para envolver el cadáver
    antes que lo entregara para que lo llevasen
    a casa. Aquiles llamó entonces a las esclavas y
    les mandó que lo lavaran y ungieran, trasladándolo
    a otra parte para que Príamo no viese
    a su hijo; no fuera que, afligiéndose al verlo,
    no pudiese reprimir la cólera en su pecho a
    irritase el corazón de Aquiles, y éste lo matara,
    quebrantando las órdenes de Zeus. Lavado ya y
    ungido con aceite, las esclavas lo cubrieron con
    la túnica y el hermoso palio, después el mismo
    Aquiles lo levantó y colocó en un lecho, y por
    fin los compañeros lo subieron al lustroso carro.
    Y el héroe suspiró y dijo, nombrando a su
    amigo:

    592. -No te enojes conmigo, oh Patroclo, si en el
    Hades te enteras de que he entregado el divino
    Héctor a su padre; pues me ha traído un rescate
    digno, y de él te dedicaré la debida parte.

    596. Habló así el divino Aquiles y volvió a la
    tienda. Sentóse en la silla, labrada con mucho
    arte, de que antes se había levantado y que se
    hallaba adosada al muro, y en seguida dirigió a
    Príamo estas palabras:

    CONT.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 12 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 4:13 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    599. -Tu hijo, oh anciano, rescatado está, como
    pedías: yace en un lecho, y al despuntar la aurora
    podrás verlo y llevártelo. Ahora pensemos
    en cenar, pues hasta Níobe, la de hermosas
    trenzas, se acordó de tomar alimento cuando en
    el palacio murieron sus dos vástagos: seis hijas
    y seis hijos florecientes. A éstos Apolo, airado
    contra Níobe, los mató disparando el arco de
    plata; a aquéllas dioles muerte Ártemis, que se
    complace en tirar flechas; porque la madre osaba
    compararse con Leto, la de hermosas mejillas,
    y decía que ésta sólo había dado a luz dos
    hijos, y ella había tenido muchos; y los de la
    diosa, no siendo más que dos, acabaron con todos
    los de Níobe. Nueve días permanecieron
    tendidos en su sangre, y no hubo quien los enterrara
    porque el Cronión a la gente la había
    vuelto de piedra; pero, al llegar el décimo, los
    dioses celestiales los sepultaron. Y Níobe,
    cuando se hubo cansado de llorar, pensó en el
    alimento. Hállase actualmente en las rocas de
    los montes yermos de Sípilo, donde, según dice,
    están las grutas de las ninfas que bailan junto
    al Aqueloo, y aunque convertida en piedra,
    devora aún los dolores que las deidades le causaron.
    Mas, ea, divino anciano, cuidemos también
    nosotros de comer, y más tarde, cuando
    hayas transportado el hijo a Ilio, podrás hacer
    llanto sobre el mismo, y será por ti muy llorado.

    626. En diciendo esto, el veloz Aquiles levantóse
    y degolló una blanca oveja; sus compañeros la
    desollaron y prepararon bien como era debido;
    la descuartizaron con arte, y, cogiendo con pinchos
    los pedazos, los asaron cuidadosamente y
    los retiraron del fuego. Automedonte repartió
    pan en hermosas cestas, y Aquiles distribuyó la
    carne. Ellos alargaron la diestra a los manjares
    que tenían delante; y, cuando hubieron satisfecho
    el deseo de comer y de beber, Príamo
    Dardánida admiró la estatura y el aspecto de
    Aquiles, pues el héroe parecía un dios; y, a su
    vez, Aquiles admiró a Príamo Dardánida, contemplando
    su noble rostro y escuchando sus
    palabras. Y, cuando se hubieron deleitado,
    mirándose el uno al otro, el anciano Príamo,
    semejante a un dios, dijo el primero:

    635. -Mándame ahora, sin tardanza, a la cama,
    oh alumno de Zeus, para que, acostándonos,
    gocemos del dulce sueño. Mis ojos no se han
    cerrado desde que mi hijo murió a tus manos,
    pues continuamente gimo y devoro innumerables
    congojas, revolcándome por el estiércol en
    el recinto del patio. Ahora he probado la comida
    y rociado con el negro vino la garganta,
    pues desde entonces nada había probado.

    643. Dijo. Aquiles mandó a sus compañeros y a
    las esclavas que pusieran camas debajo del
    pórtico, las proveyesen de hermosos cobertores
    de púrpura, extendiesen sobre ellos tapetes y
    dejasen encima afelpadas túnicas para abrigarse.
    Las esclavas salieron de la tienda llevando
    antorchas en sus manos, y aderezaron diligentemente
    dos lechos. Y Aquiles, el de los pies
    ligeros, chanceándose, dijo a Príamo:

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 4:21 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    650. -Acuéstate fuera de la tienda, anciano querido;
    no sea que alguno de los caudillos aqueos
    venga, como suelen, a consultarme sobre sus
    proyectos; si alguno de ellos lo viera durante la
    veloz y obscura noche, podría decirlo en seguida
    a Agamenón, pastor de pueblos, y quizás se
    diferiría la entrega del cadáver. Mas, ea, habla y
    dime con sinceridad durante cuántos días quieres
    hacer honras al divino Héctor, para, mientras
    tanto, permanecer yo mismo quieto y contener
    el ejército.

    659. Respondióle en seguida el anciano Príamo,
    semejante a un dios:

    660. -Si quieres que yo pueda celebrar los funerales
    del divino Héctor, haciendo lo que voy a
    decirte, oh Aquiles, me dejarías complacido. Ya
    sabes que vivimos encerrados en la ciudad; y la
    leña hay que traerla de lejos, del monte, y los
    troyanos tienen mucho miedo. Durante nueve
    días lo lloraremos en el palacio, el décimo lo
    sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete
    fúnebre, el undécimo le erigiremos un túmulo y
    el duodécimo volveremos a pelear, si necesario
    fuere.

    668. Contestóle el divino Aquiles, el de los pies
    ligeros:

    669. -Se hará como dispones, anciano Príamo, y
    suspenderé la guerra tanto tiempo como me
    pides.

    671. Así, pues, diciendo, estrechó por el puño la
    diestra del anciano para que no sintiera en su
    alma temor alguno. El heraldo y Príamo, prudentes
    ambos, se acostaron, allí en el vestíbulo
    de la mansión. Aquiles durmió en el interior de
    la tienda, sólidamente construida, y a su lado
    descansó Briseide, la de hermosas mejillas.

    677. Las demás deidades y los hombres que
    combaten en carros durmieron toda la noche,
    vencidos del dulce sueño; pero éste no se apoderó
    del benéfico Hermes, que meditaba cómo
    sacaría del recinto de las naves al rey Príamo
    sin que lo advirtiesen los sagrados guardianes
    de las puertas. E, inclinándose sobre la cabeza
    del rey, así le dijo:

    683. -¡Oh anciano! No te inquieta el peligro
    cuando duermes así, en medio de los enemigos,
    después que Aquiles te ha respetado. Acabas
    de rescatar a tu hijo, dando muchos presentes;
    pero los otros hijos que allá se quedaron tendrían
    que dar tres veces más para redimirte vivo,
    si llegaran a descubrirte Agamenón Atrida y los
    aqueos todos.

    689. Así dijo. El anciano sintió temor y despertó
    al heraldo. Hermes unció caballos y mulas, y
    acto continuo los guió por entre el ejército sin
    que nadie lo advirtiera.


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 4:31 am

    HOMERO

    LA ILIADA

    CANTO XXIV

    Rescate de Héctor
    CONT.

    692. Mas, al llégar al vado del voraginoso Janto,
    río de hermosa corriente que el inmortal
    Zeus había engendrado, Hermes se fue al vasto
    Olimpo. La Aurora de azafranado velo se
    esparcía por toda la tierra, cuando ellos, gimiendo
    y lamentándose, guiaban los corceles
    hacia la ciudad, y les seguían las mulas con el
    cadáver. Ningún hombre ni mujer de hermosa
    cintura los vio llegar antes que Casandra, semejante
    a la áurea Afrodita; pues, subiendo a
    Pérgamo, distinguió el carro y en él a su padre
    y al heraldo, pregonero de la ciudad, y vio
    detrás a Héctor, tendido en un lecho que las
    mulas conducían. En seguida prorrumpió en
    sollozos y fue clamando por toda la ciudad:

    704. -Venid a ver a Héctor, troyanos y troyanas,
    si otras veces os alegrasteis de que volviese
    vivo del combate; pues era el regocijo de la ciudad
    y de todo el pueblo.

    707. Así dijo, y ningún hombre ni mujer se
    quedó allí, en la ciudad. Todos sintieron intolerable
    congoja y fueron a juntarse cerca de las
    puertas con el que les traía el cadáver. La esposa
    querida y la veneranda madre, echándose las
    primeras sobre el carro de hermosas ruedas y
    tocando con sus manos la cabeza de Héctor, se
    arrancaban los cabellos; y la turba las rodeaba
    llorando. Y hubieran permanecido delante de
    las puertas todo el día, hasta la puesta del sol,
    derramando lágrimas por Hector, si el anciano
    no les hubiese dicho desde el carro:

    716. -Haceos a un lado para que yo pase con las
    mulas; y, una vez lo haya conducido al palacio,
    os hartaréis de llanto.

    718. Así habló; y ellos, apartándose, dejaron que
    pasara el carro. Dentro ya del magnífico palacio,
    pusieron el cadáver en torneado lecho e
    hicieron sentar a su alrededor cantores que preludiaban
    el treno: éstos cantaban dolientes querellas,
    y las mujeres respondían con gemidos. Y
    en medio de ellas Andrómaca, la de níveos brazos,
    que sostenía con las manos la cabeza de
    Héctor, matador de hombres, dio comienzo a
    las lamentaciones exclamando:

    725. -¡Marido! Saliste de la vida cuando aún eras
    joven, y me dejas viuda en el palacio. El hijo
    que nosotros ¡ infelices! hemos engendrado es
    todavía infante y no creo que llegue a la mocedad;
    antes será la ciudad arruinada desde su
    cumbre, porque has muerto tú que eras su defensor,
    el que la salvaba, el que protegía a las
    venerables matronas y a los tiernos infantes.
    Pronto se las llevarán en las cóncavas naves y a
    mí con ellas. Y tú, hijo mío, o me seguirás y
    tendrás que ocuparte en oficios viles, trabajando
    en provecho de un amo cruel; o algún aqueo
    te cogerá de la mano y te arrojará de lo alto de
    una torre, ¡muerte horrenda!, irritado porque
    Héctor le matara el hermano, el padre o el hijo;
    pues muchos aqueos mordieron la vasta tierra a
    manos de Héctor. No era blando tu padre en la
    funesta batalla, y por esto le lloran todos en la
    ciudad. ¡Oh Héctor! Has causado a tus padres
    llanto y dolor indecibles, pero a mí me aguardan
    las penas más graves. Ni siquiera pudiste,
    antes de morir, tenderme los brazos desde el
    lecho, ni hacerme saludables advertencias que
    hubiera recordado siempre, de noche y de día,
    con lágrimas en los ojos.

    746. Así dijo llorando, y las mujeres gimieron. Y
    entre ellas, Hécuba empezó a su vez el funeral
    lamento:

    748. -¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón!
    No puede dudarse de que en vida fueras caro a
    los dioses, pues no se olvidaron de ti en el fatal
    trance de la muerte. Aquiles, el de los pies ligeros,
    a los demás hijos míos que logró coger
    vendiólos al otro lado del mar estéril, en Samos,
    Imbros o Lemnos, de escarpada costa; a ti, después
    de arrancarte el alma con el bronce de
    larga punta, lo arrastraba muchas veces en torno
    del sepulcro de su compañero Patroclo, a
    quien mataste, mas no por esto resucitó a su
    amigo. Y ahora yaces en el palacio, tan fresco
    como si acabaras de morir y semejante al que
    Apolo, el del argénteo arco, mata con sus suaves
    flechas.

    760. Así habló, derramando lágrimas, y excitó
    en todos vehemente llanto. Y Helena fue la tercera
    en dar principio al funeral lamento:

    762. -¡Héctor, el cuñado más querido de mi corazón!
    Mi marido, el deiforme Alejandro, me
    trajo a Troya, ¡ojalá me hubiera muerto antes!; y
    en los veinte años que van transcurridos desde
    que vine y abandoné la patria, jamás he oído de
    tu boca una palabra ofensiva o grosera; y si en
    el palacio me increpaba alguno de los cuñados,
    de las cuñadas o de las esposas de aquéllos, o la
    suegra -pues el suegro fue siempre cariñoso
    como un padre-, contenías su enojo aquietándolos
    con tu afabilidad y tus suaves palabras.
    Con el corazón afligido lloro a la vez por ti y
    por mí, desgraciada; que ya no habrá en la vasta
    Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues
    todos me detestan.

    776. Así dijo llorando, y la inmensa muchedumbre
    prorrumpió en gemidos. Y el anciano
    Príamo dijo al pueblo:

    778. -Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y
    no temáis ninguna emboscada por parte de los
    argivos; pues Aquiles, al despedirme en las
    negras naves, me prometió no causarnos daño
    hasta que llegue la duodécima aurora.

    782. Así dijo. Pronto la gente del pueblo, unciendo
    a los carros bueyes y mulas, se reunió
    fuera de la ciudad. Por espacio de nueve días
    acarrearon abundante leña; y, cuando por
    décima vez apuntó la aurora, que trae la luz a
    los mortales, sacaron llorando el cadáver del
    audaz Héctor, lo pusieron en lo alto de la pira y
    le prendieron fuego.

    788. Mas, así que se descubrió la hija de la mañana,
    la Aurora de rosáceos dedos, congregóse
    el pueblo en torno de la pira del ilustre Héctor.
    Y cuando todos acudieron y se hubieron reunido,
    apagaron con negro vino la parte de la pira
    a que la violencia del fuego había alcanzado; y
    seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo
    y corriéndoles las lágrimas por las mejillas,
    recogieron los blancos huesos y los colocaron
    en una urna de oro, envueltos en fino
    velo de púrpura. Depositaron la urna en el
    hoyo, que cubrieron con muchas y grandes
    piedras, y erigieron el túmulo. Habían puesto
    centinelas por todos lados, para no ser sorprendidos
    si los aqueos, de hermosas grebas,
    los acometían. Levantado el túmulo, volviéronse;
    y, reunidos después en el palacio del rey
    Príamo, alumno de Zeus, celebraron un
    espléndido banquete fúnebre.

    804 Así hicieron las honras de Héctor, domador
    de caballos.

    FIN DE LA ILIADA


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Jue Abr 22, 2021 8:25 am, editado 2 veces


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 7:50 am

    LA ODISEA. (*)

    INDICE:

    Canto I. Los dioses deciden en asamblea
    el retorno de Odiseo
    Canto II. Telémaco reúne en asamblea
    al pueblo de Itaca
    Canto III. Telémaco viaja a Pilos para
    informarse sobre su padre
    Canto IV. Telémaco viaja a Esparta para
    informarse sobre su padre
    Canto V. Odiseo llega a Esqueria de los
    feacios
    Canto VI. Odiseo y Nausícaa
    Canto VII. Odiseo en el palacio de
    Alcínoo
    Canto VIII. Odiseo agasajado por los
    feacios
    Canto IX. Odiseo cuenta sus aventuras:
    los Cicones, los Lotófagos, los Cíclopes
    Canto X. La isla de Eolo. El palacio de
    Circe la hechicera
    Canto X1. Descensus ad inferos
    Canto XII. Las Sirenas. Ercila y Caribdis.
    La isla del Sol.Ogigia
    Canto XIII. Los feacios despiden a Odiseo.
    Llegada a Itaca
    Canto XIV. Odiseo en la majada de
    Eumeo
    Canto XV. Telémaco regresa a Itaca
    Canto XVI. Telémaco reconoce a Odiseo
    Canto XVII. Odiseo mendiga entre los
    pretendientes
    Canto XVIII. Los pretendientes vejan a
    Odiseo
    Canto XIX. La esclava Euriclea reconoce
    a Odiseo
    Canto XX. La última cena de los pretendientes
    Canto XXI. El certamen del arco
    Canto XXII. La venganza
    Canto XXIII. Penélope reconoce a Odiseo
    Canto XXIV. El pacto


    (*) Recibidos algunos mensajes privados sobre un aspecto común, contesto a vuelapluma:

    - LA ILIADA es anterior a LA ODISEA

    - ODISEO, claro que aparece en LA ILIADA: Es ULISES.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Lun Abr 26, 2021 12:37 am, editado 1 vez


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 7:54 am

    HOMERO

    LA ODISEA (*)

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO


    Cuéntame, Musa, la historia del hombre de
    muchos senderos,
    que anduvo errante muy mucho después de
    Troya sagrada asolar;
    vió muchas ciudades de hombres y conoció su
    talante,
    y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando
    de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros.
    Mas no consiguió salvarlos, con mucho quererlo,
    pues de su propia insensatez sucumbieron víctimas,
    ¡locas! de Hiperión Helios las vacas comieron,
    y en tal punto acabó para ellos el día del retorno.
    Diosa, hija de Zeus, también a nosotros,
    cuéntanos algún pasaje de estos sucesos.
    Ello es que todos los demás, cuantos habían
    escapado a la amarga muerte, estaban en casa,
    dejando atrás la guerra y el mar. Sólo él estaba
    privado de regreso y esposa, y lo retenía en su
    cóncava cueva la ninfa Calipso, divina entre las
    diosas, deseando que fuera su esposo.
    Y el caso es que cuando transcurrieron los años
    y le llegó aquel en el que los dioses habían
    hilado que regresara a su casa de Itaca, ni siquiera
    entonces estuvo libre de pruebas; ni
    cuando estuvo ya con los suyos. Todos los dioses
    se compadecían de él excepto Poseidón,
    quién se mantuvo siempre rencoroso con el
    divino Odiseo hasta que llegó a su tierra.
    Pero había acudido entonces junto a los Etiopes
    que habitan lejos (los Etiopes que están divididos
    en dos grupos, unos donde se hunde Hiperión
    y otros donde se levanta), para asistir a
    una hecatombe de toros y carneros; en cambio,
    los demás dioses estaban reunidos en el palacio
    de Zeus Olímpico. Y comenzó a hablar el padre
    de hombres y dioses, pues se había acordado
    del irreprochable Egisto, a quien acababa de
    matar el afamado Orestes, hijo de Agamenón.
    Acordóse, pues, de éste, y dijo a los inmortales
    su palabra:
    «¡Ay, ay, cómo culpan los mortales a los dioses!,
    pues de nosotros, dicen, proceden los males.
    Pero también ellos por su estupidez soportan
    dolores más allá de lo que les corresponde.
    Así, ahora Egisto ha desposado -cosa que no le
    correspondía- a la esposa legítima del Atrida y
    ha matado a éste al regresar; y eso que sabía
    que moriría lamentablemente, pues le habíamos
    dicho, enviándole a Hermes, al vigilante
    Argifonte, que no le matara ni pretendiera a su
    esposa. "Que habrá una venganza por parte de
    Orestes cuando sea mozo y sienta nostalgia de
    su tierra." Así le dijo Hermes, mas con tener
    buenas intenciones no logró persuadir a Egisto.
    Y ahora las ha pagado todas juntas.»
    Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes,
    Atenea:
    «Padre nuestro Cronida, supremo entre los que
    mandan, ¡claro que aquél yace víctima de una
    muerte justa!, así perezca cualquiera que cometa
    tales acciones. Pero es por el prudente Odiseo
    por quien se acongoja mi corazón, por el
    desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de
    los suyos y sufre en una isla rodeada de corriente
    donde está el ombligo del mar. La isla es
    boscosa y en ella tiene su morada una diosa, la
    hija de Atlante, de pensamientos perniciosos, el
    que conoce las profundidades de todo el mar y
    sostiene en su cuerpo las largas columnas que
    mantienen apartados Tierra y Cielo. La hija de
    éste lo retiene entre dolores y lamentos y trata
    continuamente de hechizarlo con suaves y astutas
    razones para que se olvide de Itaca; pero
    Odiseo, que anhela ver levantarse el humo de
    su tierra, prefiere morir. Y ni aun así se te conmueve
    el corazón, Olímpico. ¿Es que no te era
    grato Odiseo cuando en la amplia Troya te sacrificaba
    víctimas junto a las naves aqueas?
    ¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?»

    CONT.

    (*) Lo mismo que pasara con La Iliada, volverá a ocurrir aquí. Usaré la ortografía del texto que se usó como fuente. No lo repetiré.

    Gracias.


    Última edición por Pascual Lopez Sanchez el Vie Abr 23, 2021 1:05 pm, editado 2 veces


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Jue Abr 22, 2021 7:55 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO. CONT.


    Y le contestó el que reúne las nubes, Zeus:

    «Hija mía, ¡qué palabra ha escapado del cerco
    de tus dientes! ¿Cómo podría olvidarme tan
    pronto del divino Odiseo, quien sobresale entre
    los hombres por su astucia y más que nadie ha
    ofrendado víctimas a los dioses inmortales que
    poseen el vasto cielo? Pero Poseidón, el que
    conduce su carro por la tierra, mantiene un
    rencor incesante y obstinado por causa del
    Cíclope a quien aquél privó del ojo, Polifemo,
    igual a los dioses, cuyo poder es el mayor entre
    los Cíclopes. Lo parió la ninfa Toosa, hija de
    Forcis, el que se cuida del estéril mar, uniéndose
    a Poseidón en profunda cueva. Por esto,
    Poseidón, el que sacude la tierra, no mata a
    Odiseo, pero lo hace andar errante lejos de su
    tierra patria. Conque, vamos, pensemos todos
    los aquí presentes sobre su regreso, de forma
    que vuelva. Y Poseidón depondrá su cólera;
    que no podrá él solo rivalizar frente a todos los
    inmortales dioses contra la voluntad de éstos.»

    Y le contestó luego la diosa de ojos brillantes,
    Atenea:

    «Padre nuestro Cronida, supremo entre los que
    mandan, si por fin les cumple a los dioses felices
    que regrese a casa el muy astuto Odiseo,
    enviemos enseguida a Hermes, al vigilante Argifonte,
    para que anuncie inmediatamente a la
    Ninfa de lindas trenzas nuestra inflexible decisión:
    el regreso del sufridor Odiseo. Que yo me
    presentaré en Itaca para empujar a su hijo -y
    ponerle valor en el pecho- a que convoque en
    asamblea a los aqueos de largo cabello a fin de
    que pongan coto a los pretendientes que siempre
    le andan sacrificando gordas ovejas y cuernitorcidos
    bueyes de rotátiles patas. Lo enviaré
    también a Esparta y a la arenosa Pilos para que
    indague sobre el regreso de su padre, por si oye
    algo, y para que cobre fama da valiente entre
    los hombres.»

    Así diciendo, ató bajo sus pies las hermosas
    sandalias inmortales, doradas, que la suelen
    llevar sobre la húmeda superficie o sobre tierra
    firme a la par del soplo del viento. Y tomó una
    fuerte lanza con la punta guarnecida de agudo
    bronce, pesada, grande, robusta, con la que
    domeña las filas de los héroes guerreros contra
    los que se encoleriza la hija del padre Todopoderoso.
    Luego descendió lanzándose de las
    cumbres del Olimpo y se detuvo en el pueblo
    de Itaca sobre el pórtico de Odiseo, en el umbral
    del patio. Tenía entre sus manos una lanza
    de bronce y se parecía a un forastero, a Mentes,
    caudillo de los tafios.
    Y encontró a los pretendientes. Éstos complacían
    su ánimo con los dados delante de las puertas
    y se sentaban en pieles de bueyes que ellos
    mismos habían sacrificado. Sus heraldos y solícitos
    sirvientes se afanaban, unos en mezclar
    vino con agua en las cráteras, y los otros en
    limpiar las mesas con agujereadas esponjas; se
    las ponían delante y ellos se distribuían carne
    en abundancia. El primero en ver a Atenea fue
    Telémaco, semejante a un dios; estaba sentado
    entre los pretendientes con corazón acongojado
    y pensaba en su noble padre: ¡ojalá viniera e
    hiciera dispersarse a los pretendientes por el
    palacio!, ¡ojalá tuviera él sus honores y reinara
    sobre sus posesiones! Mientras esto pensaba
    sentado entre los pretendientes, vió a Atenea.
    Se fue derecho al pórtico, y su ánimo rebosaba
    de ira por haber dejado tanto tiempo al forastero
    a la puerta. Se puso cerca, tomó su mano
    derecha, recibió su lanza de bronce y le dirigió
    aladas palabras:

    «Bienvenido, forastero, serás agasajado en mi
    casa. Luego que hayas probado del banquete,
    dirás qué precisas.»

    Así diciendo, la condujo y ella le siguió, Palas
    Atenea. Cuando ya estaban dentro de la elevada
    morada, llevó la lanza y la puso contra una
    larga columna, dentro del pulimentado guardalanzas
    donde estaban muchas otras del sufridor
    Odiseo. La condujo e hizo sentar en un sillón y
    extendió un hermoso tapiz bordado; y bajo sus
    pies había un escabel. Al lado colocó un canapé
    labrado lejos de los pretendientes, no fuera que
    el huésped, molesto por el ruido, no se deleitara
    con el banquete alcanzado por sus arrogancias
    y para preguntarle sobre su padre ausente.
    Y una esclava derramó sobre fuente de plata el
    aguamanos que llevaba en hermosa jarra de
    oro, para que se lavara, y al lado extendió una
    mesa pulimentada. Luego la venerable ama de
    llaves puso comida sobre ella y añadió abundantes
    piezas escogidas, favoréciéndole entre
    los que estaban presentes. El trinchante les
    ofreció fuentes de toda clase de carnes que habían
    sacado del trinchador y a su lado colocó
    copas de oro. Y un heraldo se les acercaba a
    menudo y les escanciaba vino.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Abr 23, 2021 1:17 pm

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO.
    CONT.

    Luego entraron los arrogantes pretendientes y
    enseguida comenzaron a sentarse por orden en
    sillas y sillones. Los heraldos les derramaron
    agua sobre las manos, las esclavas amontonaron
    pan en las canastas y los jóvenes coronaron
    de vino las cráteras. Y ellos echaron mano de
    los alimentos que tenían dispuestos delante.
    Después que habían echado de sí el deseo de
    comer y beber, ocuparon su pensamiento el
    canto y la danza, pues éstos son complementos
    de un banquete; así que un heraldo puso hermosa
    cítara en manos de Femio, quien cantaba
    a la fuerza entre los pretendientes, y éste rompió
    a cantar un bello canto acompañándose de
    la cítara.

    Entonces Telémaco se dirigió a Atenea, de ojos
    brillantes, y mantenía cerca su cabeza para que
    no se enteraran los demás:

    «Forastero amigo, ¿vas a enfadarte por lo que te
    diga? Éstos se ocupan de la cítara y el canto -¡y
    bien fácilmente!-, pues se están comiendo sin
    pagar unos bienes ajenos, los de un hombre
    cuyos blancos huesos ya se están pudriendo
    bajo la acción de la lluvia, tirados sobre el litoral,
    o los voltean las olas en el mar. ¡Si al menos
    lo vieran de regreso a Itaca...! Todos desearían
    ser más veloces de pies que ricos en oro y vestidos.
    Sin embargo, ahora ya está perdido de
    aciago destino, y ninguna esperanza nos queda
    por más que alguno de los terrenos hombres
    asegure que volverá. Se le ha acabado el día del
    regreso.
    «Pero, vamos, dime esto ---e infórmame con
    verdad-: ¿quién, de dónde eres entre los hombres?,
    ¿dónde están tu ciudad y tus padres?,
    ¿en qué nave has llegado?, ¿cómo te han conducido
    los marineros hasta Itaca y quiénes se
    precian de ser? Porque no creo en absoluto que
    hayas llegado aquí a pie. Dime también con
    verdad, para que yo lo sepa, si vienes por primera
    vez o eres huésped de mi padre; que muchos
    otros han venido a nuestro palacio, ya que
    también él hacía frecuentes visitas a los hombres.
    »

    Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:

    «Claro que te voy a contestar sinceramente a
    todo esto. Afirmo con orgullo ser Mentes, hijo
    de Anquíalo, y reino sobre los tafios, amantes
    del remo. Ahora acabo de llegar aquí con mi
    nave y compañeros navegando sobre el ponto
    rojo como el vino hacia hombres de otras tierras;
    voy a Temesa en busca de bronce y llevo
    reluciente hierro. Mi nave está atracada lejos de
    la ciudad en el puerto Reitro, a los pies del boscoso
    monte Neyo. Tenemos el honor de ser
    huéspedes por parte de padre; puedes bajar a
    preguntárselo al viejo héroe Laertes, de quien
    afirman que ya no viene nunca a la ciudad y
    sufre penalidades en el campo en compañía de
    una anciana sierva que le pone comida y bebida
    cuando el cansancio se apodera de sus miembros,
    de recorrer penosamente la fructífera tierra
    de sus productivos viñedos.


    «He venido ahora porque me han asegurado
    que tu padre estaba en el pueblo. Pero puede
    que los dioses lo hayan detenido en el camino,
    porque en modo alguno esta muerto sobre la
    tierra el divino Odiseo, sino que estará retenido,
    vivo aún, en algún lugar del ancho mar, en
    alguna isla rodeada de corriente donde lo tienen
    hombres crueles y salvajes que lo sujetan
    contra su voluntad.

    [i]«Así que te voy a decir un presagio -porque los
    inmortales lo han puesto en mi pecho y porque
    creo que se va a cumplir, no porque yo sea adivino
    ni entienda una palabra de aves de agüero-:
    ya no estará mucho tiempo lejos de su tierra
    patria, ni aunque lo retengan ligaduras de
    hierro. Él pensará cómo volver, que es rico en
    recursos.


    «Pero, vamos, dime -e infórmame con verdad si
    tú, tan grande ya, eres hijo del mismo Odiseo.
    Te pareces a aquél asombrosamente en la
    cabeza y los lindos ojos; que muy a menudo
    nos reuníamos antes de embarcar él para Troya,
    donde otros argivos, los mejores, embarcaron
    en las cóncavas naves. Desde entonces no he
    visto a Odiseo, ni él a mí.»
    [/i]


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Abr 23, 2021 1:29 pm

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO
    . CONT.

    Y Telémaco le contestó discretamente:

    «Desde luego, huésped, te voy a hablar sinceramente.
    Mi madre asegura que soy hijo de él;
    yo, en cambio, no lo sé; que jamás conoció nadie
    por sí mismo su propia estirpe. ¡Ojalá fuera
    yo el hijo dichoso de un hombre al que alcanzara
    la vejez en medio de sus posesiones! Sin embargo,
    se ha convertido en el más desdichado
    de los mortales hombres aquél de quien dicen
    que yo soy hijo, ya que me lo preguntas.»


    Y Atenea, de ojos brillantes, se dirigió a él:

    Seguro que los dioses no te han dado linaje sin
    nombre, puesto que Penélope te ha engendrado
    tal como eres. Conque, vamos, dime esto -e
    infórmame con verdad-: ¿qué banquete, qué
    reunión es ésta y que necesidad tienes de ella?
    ¿Se trata de un convite o de una boda?, porque
    seguro que no es una comida a escote: ¡tan
    irrespetuosos me parece que comen en el palacio,
    más de lo conveniente! Se irritaría viendo
    tantas torpezas cualquier hombre con sentido
    común que viniera.»


    Y Telémaco le contestó discretamente:

    «Huésped, puesto que me preguntas esto a inquieres,
    este palacio fue en otro tiempo seguramente
    rico a irreprochable mientras aquel
    hombre estaba todavía en casa. Pero ahora los
    dioses han decidido otra cosa maquinando
    desgracias; lo han hecho ilocalizable más que al
    resto de los hombres. No me lamentaría yo tanto
    por él aunque estuviera muerto, si hubiera
    sucumbido entre sus compañeros en el pueblo
    de los troyanos o entre los brazos de los suyos,
    una vez que hubo cumplido la odiosa tarea de
    la guerra. En este caso le habría construido una
    tumba el ejército panaqueo y habría cosechado
    para el futuro un gran renombre para su hijo.
    Sin embargo, las Harpías se lo han llevado sin
    gloria; se ha marchado sin que nadie lo viera,
    sin que nadie le oyera, y a mí sólo me ha legado
    dolores y lágrimas.

    «Pero no solo lloro y me lamento por aquél; que
    los dioses me han proporcionado otras malas
    preocupaciones, pues cuantos nobles reinan
    sobre las islas -Duliquio, Same y la boscosa
    Zantez - y cuantos son poderosos en la escarpada
    Itaca pretenden a mi madre y arruinan mi
    casa. Ella ni se niega al odioso matrimonio ni es
    capaz de ponerles coto, y ellos arruinan mi
    hacienda comiéndosela. Luego acabarán incluso
    conmigo mismo.»


    Y le contestó, irritada, Palas Atenea:

    «¡Ay, ay, mucha falta te hace ya el ausente Odiseo!;
    que pusiera él sus manos sobre los desvergonzados
    pretendientes. Pues si ahora, ya
    de regreso, estuviera en pie ante el pórtico del
    palacio sosteniendo su hacha, su escudo y sus
    dos lanzas tal como yo le vi por primera vez en
    nuestro palacio bebiendo y gozando del banquete
    recién llegado de Efira, del palacio de
    Mermérida... (había marchado allí Odiseo en
    rápida nave para buscar veneno homicida con
    que untar sus broncíneas flechas. Aquél no se lo
    dió, pues veneraba a los dioses que viven
    siempre, pero se lo entregó mi padre, pues lo
    amaba en exceso). ¡Con tal atuendo se enfrentara
    Odiseo con los pretendientes! Corto el destino
    de todos sería y amargas sus nupcias. Pero
    está en las rodillas de los dioses si tomará venganza
    en su palacio al volver o no.

    «En cuanto a ti, te ordeno que pienses la manera
    de echar del palacio a los pretendientes.
    Conque, vamos, escúchame y presta atención a
    mis palabras: convoca mañana en asamblea a
    los héroes aqueos y hazles a todos manifiesta tu
    palabra; y que los dioses sean testigos. Ordena
    a los pretendientes que se dispersen a sus casas,
    y a tu madre.., si su deseo la impulsa a casarse,
    que vuelva al palacio de su poderoso padre; le
    prepararán unas nupcias y le dispondrán una
    dote abundante, cuanta es natural que acompañe
    a una hija querida.

    «A ti, sin embargo, te voy a aconsejar sagazmente,
    por si quieres obedecerme: bota una
    nave de veinte remos, la mejor, y marcha para
    informarte sobre tu padre largo tiempo ausente,
    por si alguno de los mortales pudiera decirte
    algo o por si escucharas la Voz que viene de
    Zeus, la que, sobre todas, lleva a los hombres
    las noticias.

    «Primero dirígete a Pilos y pregunta al divino
    Néstor, y desde allí a Esparta al palacio del rubio
    Menelao, pues él ha llegado al postrero de
    los aqueos que visten bronce. Si oyes de tu padre
    que vive y está de vuelta, soporta todavía
    otro año, aunque tengas pesar; pero si oyes que
    ha muerto y que ya no vive, regresa enseguida
    a tu tierra patria, levanta una tumba en su
    honor y ofréndale exequias en abundancia,
    cuantas están bien.

    Y entrega tu madre a un marido. Luego que
    esto hayas concluido, medita en tu mente y en
    tu corazón la manera de matar a los pretendientes
    en tu casa con engaño o a las claras.

    Y es preciso que no juegues a cosas de niños,
    pues no eres de edad para hacerlo. ¿No has
    oído qué fama ha cobrado el divino Orestes
    entre todos los hombres por haber matado al
    asesino de su padre, a Egisto fecundo en ardides,
    porque había quitado la vida a su ilustre
    padre? También tú, amigo —pues te veo vigoroso
    y bello—, sé valiente para que alguno de
    tus descendientes hable bien de ti. Yo me marcho
    ahora mismo a la rápida nave junto a mis
    compañeros, que deben estar cansados de tanto
    esperarme. Tú ocúpate de esto y presta oídos a
    mis palabras.»

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Vie Abr 23, 2021 1:45 pm

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO. CONT.

    Y le contestó Telémaco discretamente:

    «Huésped, en verdad dices esto con sentimientos
    amigos, como un padre a su hijo, y jamás
    los echaré a olvido. Mas, vamos, quédate ahora
    por muy deseoso que estés del camino, para
    que después de bañarte y gozar en tu pecho
    marches alegre a la nave portando un presente,
    un regalo estimable y hermoso que será para ti
    un tesoro de mí, como los que hospedan dan a
    sus huéspedes.»


    Y contestó luego Atenea, de ojos brillantes:

    «No me detengas más, que ya ansío el camino.
    El regalo que tu corazón te empuje a darme,
    entrégamelo cuando vuelva otra vez para llevarlo
    a casa. Escoge uno bueno de verdad y
    tendrás otro igual en recompensa.»


    Así hablando, partió la de ojos brillantes, Atenea,
    y se remontó como un ave, e infundió audacia
    en el pecho de Telémaco y valentía. Pero
    después de reflexionar en su mente quedó estupefacto,
    pues pensó que era un dios. Y, mortal
    a los dioses igual, marchó enseguida junto a
    los pretendientes.

    Entre éstos estaba cantando el ilustre aedo, y
    ellos escuchaban sentados en silencio. Cantaba
    el regreso de los aqueos que Palas Atenea les
    había deparado funesto desde Troya. La hija de
    Icario, la prudente Penélope, acogió en su pecho
    el inspirado canto desde el piso de arriba y
    descendió por la elevada escalera de su palacio;
    mas no sola, que la acompañaban dos siervas.
    Cuando hubo llegado a los pretendientes la
    divina entre las mujeres, se detuvo junto al pilar
    central del techo labrado llevando ante sus
    mejillas un grueso velo, y a cada lado se puso
    una fiel sirvienta. Luego habló llorando al divino
    aedo:

    «Femio, sabes otros muchos cantos, hechizo de
    los mortales, hazañas de hombres y dioses que
    los aedos hacen famosas. Cántales uno de éstos
    sentado a su lado y que ellos beban su vino en
    silencio; mas deja ya ese canto triste que me
    está dañando el corazón dentro del pecho,
    puesto que a mí sobre todos me ha alcanzado
    un dolor inolvidable, pues añoro, acordándome
    continuamente, la cabeza de un hombre cuyo
    renombre es amplio en la Hélade y hasta el
    centro de Argos».


    Y Telémaco le dijo discretamente:

    «Madre mía, ¿qué reprochas al amable aedo
    que nos deleite como le impulse su voluntad?
    No son los aedos culpables, sino en cierto sentido
    Zeus, el que dota a los hombres que comen
    grano como quiere a cada uno».


    Para éste no habrá castigo porque cante el destino
    aciago de los dánaos, pues éste es el canto
    que más celebran los hombres, el que llega más
    reciente a los oyentes.

    «Que tu corazón y tu espíritu soporten escucharlo,
    pues no sólo Odiseo perdió en Troya el
    día de su regreso, que también perecieron otros
    muchos hombres. Conque marcha a tu habitación
    y cuídate de tu trabajo, el telar y la rueca, y
    ordena a las esclavas que se ocupen del suyo.
    La palabra debe ser cosa de hombres, de todos,
    y sobre todo de mí, de quien es el poder en este
    palacio.»


    Admiróse ella y se encaminó de nuevo a su
    habitación, pues puso en su interior la palabra
    discreta de su hijo. Subió al piso de arriba en
    compañía de las esclavas y luego rompió a llorar
    a Odiseo su esposo hasta que Atenea, de
    ojos brillantes, echo dulce sueño sobre sus parpados.

    Los pretendientes rompieron a alborotar en el
    sombrío mégaron y deseaban todos acostarse
    en su cama al lado de ella. Entonces comenzó a
    hablarles Telémaco discretamente:

    «Pretendientes de mi madre que tenéis excesiva
    insolencia, gocemos ahora con el banquete y
    que no haya vocerío, puesto que lo mejor es
    escuchar a un aedo como éste, semejante en su
    voz a los dioses».

    «Al amanecer marchemos a la plaza y sentemonos
    todos para que os diga sin empacho que
    salgáis de mi palacio, os preparéis otros banquetes
    y comáis vuestros propios bienes invitándoos
    mutuamente. Pero si os parece lo
    mejor y más acertado destruir sin pagar la
    hacienda de un solo hombre, consumidla. Yo
    clamaré a los dioses, que viven siempre, por si
    Zeus de algun modo me concede que vuestras
    obras sean castigadas: pereceréis al punto, sin
    nadie que os vengue, dentro de este palacio!»


    Así habló, y todos clavaron los dientes en sus
    labios. Estaban admirados de Telémaco porque
    había hablado audazmente. Y Antínoo, hijo de
    Eupites, se dirigió a él:

    «Telémaco, seguramente los dioses mismos te
    enseñan a ser ya arrogante en la palabra y a
    hablar audazmente. ¡Que el hijo de Crono no te
    haga rey de Itaca, rodeada de mar, cosa que por
    linaje te corrresponde como herencia paterna! »


    CONT.


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    Mensaje por Lluvia Abril Sáb Abr 24, 2021 1:05 am

    Y aunque no te dejo mi huella siempre, te sigo, voy leyendo desde el tiempo que tengo libre, que aunque es poco, procuro aprovecharlo al máximo y disfrutando de las buenas obras, como ésta, que nos
    regalas.
    Besos.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Sáb Abr 24, 2021 6:07 am

    No te preocupes. (*) Me gustaría seguir con Emilio Prados. Pero me lo llevé a la playa. También me llevé a Antonio Machado, Caballero Bonald... y ahora resulta que estamos aquí.

    En fin, ya seguiré.

    Besos.

    (*) La Odisea, además, es diferente a La Iliada. Tendré que ir más despacio.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom Abr 25, 2021 12:20 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO I

    LOS DIOSES DECIDEN EN ASAMBLEA
    EL RETORNO DE ODISEO.
    CONT.

    Y Telemaco le contestó discretamente:

    «Antínoo, aunque te enojes conmigo por lo que
    voy a decir, esto es precisamente lo que quisiera
    yo obtener si Zeus me lo concede. ¿O acaso
    crees que es lo peor entre los hombres? No es
    nada malo ser rey, no; rapidamente tu palacio
    se hace rico y tu mismo más respetado. Pero
    hay muchos otros personajes reales en Itaca,
    rodeada de mar; que uno de ellos ocupe el trono,
    muerto el divino Odiseo. Yo seré soberano
    de mi palacio y de los esclavos que el divino
    Odiseo tomó para mi como botin. »


    Y Eurímaco, hijo de Pólibo, le dijo a su vez:

    «Telémaco, en verdad está en las rodillas de los
    dioses quién de los aqueos va a reinar en Itaca,
    rodeada de mar; tú harías mejor en conservar
    tus posesiones y reinar sobre tus esclavos.
    ¡Cuidado no venga algún hombre que te prive
    de tus posesiones por la fuerza, contra tu voluntad,
    mientras Itaca siga habitada!


    «Pero quiero, excelente, preguntarte sobre el
    forastero de dónde es, de qué tierra se precia de
    ser y dónde tiene ahora su linaje y heredad paterna.
    ¿Acaso trae un mensaje de tu padre ausente
    o ha llegado aquí por algún asunto propio?
    Cuán rápido se levantó y marchó enseguida
    sin esperar a que lo conociéramos. Desde
    luego no parecía en su aspecto un hombre del
    pueblo.»


    Y Telémaco le contestó discretamente:

    «Eurímaco, con certeza se ha acabado el regreso
    de mi padre. No hago ya caso a noticia alguna,
    venga de donde viniere, ni presto oídos al oráculo
    de procedencia divina que mi madre pueda
    comunicarme llamándome al mégaron. Este
    hombre es huésped paterno mío y afirma con
    orgullo que es Mentes, hijo del prudence Anquíalo,
    y reina sobre los Tafios, amantes del remo.»


    Así dijo Telémaco, aunque había reconocido a
    la diosa inmortal en su mente.
    Volvieron ellos al baile y al canto para deleitarse
    y aguardaron al lucero de la tarde y cuando
    se estaban deleitando les sobrevino éste, así que
    se pusieron en camino cada uno a su casa deseando
    acostarse.

    Entonces Telémaco se dirigió cavilando hacia el
    lecho, hacia donde tenía construido su suntuoso
    dormitorio en el muy hermoso patio, en lugar
    de amplia visión. Junto a él llevaba teas
    ardientes la fiel Euriclea, hija de Ope Pisenórida,
    a la que había comprado en otro tiempo
    Laertes, cuando todavía era adolescente, por el
    valor de veinte bueyes; la honraba en el palacio
    igual que a su casta esposa, pero nunca se unió
    a ella en la cama por evitar la cólera de su mujer.
    Ésta era quien llevaba a su lado las ardientes
    antorchas y lo amaba más que ninguna esclava,
    pues lo había criado cuando era pequeño.
    Abrió Telémaco las puertas del dormitorio,
    suntuosamente construido, y se sentó en el lecho,
    se desnudó del suave manto y lo echó sobre
    las manos de la muy diligente anciana. Ésta
    estiró y dobló el manto y colgándolo de un clavo
    junto al lecho agujereado se puso en camino
    para salir del dormitorio. Tiró de la puerta con
    una anilla de plata y echó el cerrojo con la correa.
    Durante toda la noche, cubierto por el vellón de
    una oveja, planeaba él en su mente el viaje que
    le había dispuesto Atenea.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom Abr 25, 2021 12:27 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA


    Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana,
    la de dedos de rosa, al punto el amado
    hijo de Odiseo se levantó del lecho, vistió sus
    vestidos, colgó de su hombro la aguda espada y
    bajo sus pies, brillantes como el aceite, calzó
    hermosas sandalias.

    Luego se puso en marcha, salió del dormitorio
    semejante a un dios en su porte y ordenó a los
    vocipotentes heraldos que convocaran en
    asamblea a los aqueos de largo cabello; aquéllos
    dieron el bando y éstos comenzaron a reunirse
    con premura. Después, cuando hubieron sido
    reunidos y estaban ya congregados, se puso en
    camino hacia la plaza -en su mano una lanza de
    bronce-; mas no solo, que le seguían dos lebreles
    de veloces patas. Entonces derramó Atenea
    sobre él una gracia divina y lo contemplaban
    admirados todos los ciudadanos; se sentó en el
    trono de su padre y los ancianos le cedieron el
    sitio.

    A continuación comenzó a hablar entre ellos el
    héroe Egiptio, quien estaba ya encorvado por la
    vejez y sabía miles de cosas, pues también su
    hijo, el lancero Antifo, había embarcado en las
    cóncavas naves en compañla del divino Odiseo
    hacia Ilión de buenos potros; lo había matado el
    salvaje Cíclope en su profunda cueva y lo había
    preparado como último bocado de su cena.
    Aún le quedaban tres: uno estaba entre los pretendientes
    y los otros dos cuidaban sin descanso
    los bienes paternos. Pero ni aun así se había
    olvidado de aquél, siempre lamentándose y
    afligiéndose. Derramando lágrimas por su hijo
    levantó la voz y dijo:

    «Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy
    a deciros. Nunca hemos tenido asamblea ni
    sesión desde que el divino Odiseo marchó en
    las cóncavas naves. ¿Quién, entonces, nos convoca
    ahora de esta manera? ¿A quién ha asaltado
    tan grande necesidad ya sea de los jóvenes o
    de los ancianos? ¿Acaso ha oído alguna noticia
    de que llega el ejército, noticia que quiere revelarnos
    una vez que él se ha enterado?, ¿o nos va
    a manifestar alguna otra cosa de interés para el
    pueblo? A mí me parece que es noble, afortunado.
    ¡Así Zeus llevara a término lo bueno que
    él revuelve en su mente!»


    Así habló, y el amado hijo de Odiseo se alegró
    por sus palabras. Con que ya no estuvo sentado
    por más tiempo y sintió un deseo repentino de
    hablar. Se puso en pie en mitad de la plaza y le
    colocó el cetro en la mano el heraldo Pisenor,
    conocedor de consejos discretos.

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom Abr 25, 2021 12:31 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA
    . CONT.

    Entonces se dirigió primero al anciano y dijo:

    «Anciano, no está lejos ese hombre, soy yo el
    que ha convocado al pueblo (y tú lo sabrás
    pronto), pues el dolor me ha alcanzado en demasía..
    No he escuchado noticia alguna de que
    llegue el ejército que os vaya a revelar después
    de enterarme yo, ni voy a manifestaros ni a
    deciros nada de interés para el pueblo, sino un
    asunto mío privado que me ha caído sobre el
    palacio como una peste, o mejor como dos: uno
    es que he perdido a mi noble padre, que en otro
    tiempo reinaba sobre vosotros aquí presentes y
    era bueno como un padre. Pero ahora me ha
    sobrevenido otra peste aún mayor que está a
    punto de destruir rápidamente mi casa y me va
    a perder toda la hacienda: asedian a mi madre,
    aunque ella no lo quiere, unos pretendientes
    hijos de hombres que son aquí los más nobles.
    Estos tienen miedo de ir a casa de su padre Icario
    para que éste dote a su hija y se la entregue
    a quien él quiera y encuentre el favor de ella.
    En cambio vienen todos los días a mi casa y
    sacrifican bueyes, ovejas y gordas cabras y se
    banquetean y beben a cántaros el rojo vino. Así
    que se están perdiendo muchos bienes, pues no
    hay un hombre como Odiseo que arroje esta
    maldición de mi casa. Yo todavía no soy para
    arrojarla, pero ¡seguro que más adelante voy a
    ser débil y desconocedor del valor! En verdad
    que yo la rechazaría si me acompañara la fuerza,
    pues ya no son soportables las acciones que
    se han cometido y mi casa está perdida de la
    peor manera. Indignaos también vosotros y
    avergonzaos de vuestros vecinos, los que viven
    a vuestro lado. Y temed la cólera de los dioses,
    no vaya a ser que cambien la situación irritados
    por sus malas acciones. Os lo ruego por Zeus
    Olímpico y por Temis, la que disuelve y reúne
    las asambleas de los hombres; conteneos, amigos,
    y dejad que me consuma en soledad,
    víctima de la triste pena -a no ser que mi noble
    padre Odiseo alguna vez hiciera mal a los
    aqueos de hermosas grebas, a cambio de lo cual
    me estáis dañando rencorosamente y animáis a
    los pretendientes. Para mí sería más ventajoso
    que fuerais vosotros quienes consumen mis
    propiedades y ganado. Si las comierais vosotros
    algún día obtendría la devolución, pues
    recorrería la ciudad con mi palabra demandándoos
    el dinero hasta que me fuera devuelto
    todo; ahora, sin embargo, arrojáis sobre mi corazón
    dolores incurables.»


    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Dom Abr 25, 2021 12:43 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA.
    CONT.

    Así habló indignado y arrojó el cetro a tierra
    con un repentino estallido de lágrimas. Y la
    lástima se apoderó de todo el pueblo. Quedaron
    todos en silencio y nadie se atrevió a replicar
    a Telémaco con palabras duras; sólo Antínoo
    le dijo en contestación:

    «Telémaco, fanfarrón, incapaz de reprimir tu
    cólera; ¿qué cosa has dicho, cubriéndonos de
    vergüenza? Desearías cubrirnos de baldón.
    Sabes que los culpables no son los pretendientes
    de entre los aqueos, sino tu madre, que sabe
    muy bien de astucias. Pues ya es éste el tercer
    año, y con rapidez se acerca el cuarto, desde
    que aflige el corazón en el pecho de los aqueos.
    A todos da esperanzas y hace promesas a cada
    pretendiente enviándole recados; pero su imaginación
    maquina otras cosas.

    «Y ha meditado este otro engaño en su pecho:
    levantó un gran telar en el palacio y allí tejía,
    telar sutil a inacabable, y sin dilación nos dijo:

    "Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha
    muerto el divino Odiseo, aguardad, por mucho
    que deseéis esta boda conmigo, a que acabe
    este manto -no sea que se me pierdan inútilmente
    los hilos-, este sudario para el héroe Laertes,
    para cuando lo arrebate el destructor destino
    de la muerte de largos lamentos. Que no
    quiero que ninguna de las aqueas del pueblo se
    irrite conmigo si yace sin sudario el que tanto
    poseyó."

    «Así dijo, y nuestro noble ánimo la creyó. Así
    que durante el día tejía la gran tela y por la noche,
    colocadas antorchas a su lado, la destejía.
    Su engaño pasó inadvertido durante tres años y
    convenció a los aqueos, pero cuando llegó el
    cuarto año y pasaron las estaciones, una de sus
    mujeres, que lo sabía todo, nos lo reveló y sorprendimos
    a ésta destejiendo la brillante tela.
    Así fue como la terminó, y no voluntariamente,
    sino por la fuerza.

    «Conque ésta es la respuesta que te dan los
    pretendientes, para que la conozcas tú mismo y
    la conozcan todos los aqueos: envía por tu madre
    y ordénala que se case con quien la aconseje
    su padre y a ella misma agrade. Pero si todavía
    sigue atormentando mucho tiempo a los hijos
    de los aqueos ejercitando en su mente las cualidades
    que la ha concedido Atenea en exceso
    (ser entendida en trabajos femeninos muy bellos
    y tener pensamientos agudos y astutos como
    nunca hemos oído que tuvieran ninguna de
    las aqueas de lindas trenzas ni siquiera de las
    que vivieron antiguamente, como Tiro, Alcmena
    y.Micena de linda corona -ninguna de ellas
    pensó planes semejantes a los de Penélope-),
    entonces esto al menos no habrá sido lo más
    conveniente que haya planeado. Pues tu
    hacienda y propiedades te serán devoradas
    mientras ella mantenga semejante decisión que
    los dioses han puesto ahora en su pecho. Se está
    creando para sí una gran gloria, pero para ti
    sólo la añoranza de tu mucha hacienda.

    «En cuanto a nosotros, no marcharemos a nuestros
    trabajos ni a parte alguna hasta que se case
    con el que quiera de los aqueos.»

    CONT.


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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun Abr 26, 2021 12:23 am


    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA.
    CONT.

    Y le respondió Telémaco discretamente:

    «Antínoo, no me es posible echar de mi casa
    contra su voluntad a la que me ha dado a luz, a
    la que me ha criado, mientras mi padre está en
    otra parte de la tierra -viva él o esté muerto. Y
    será terrible para mí devolver a Icario muchas
    cosas si envío a mi madre por propia iniciativa.
    Por parte de mi padre sufriré castigo y otros me
    darán la divinidad, puesto que mi madre conjurará
    a las diosas Erinias si se marcha de casa,
    y también por parte de los hombres tendré castigo.
    Por esto jamás diré yo esa palabra. Conque,
    si vuestro ánimo se irrita por esto, salid de
    mi palacio y preparaos otros banquetes comiendo
    vuestras posesiones e invitándoos en
    vuestras casas recíprocamente, que yo clamaré
    a los dioses, que viven siempre, por si Zeus me
    concede que vuestras obras sean castigadas de
    algun modo: ¡pereceréis al punto, sin nadie que
    os vengue, dentro de este palacio!»


    Así habló Telémaco, y Zeus que ve a lo ancho,
    le echó a volar dos águilas desde arriba, desde
    las cumbres de la montaña. Estas se dirigían
    volando a la par del soplo del viento cerca una
    de otra, extendidas las alas. Cuando llegaron al
    centro de la plaza, donde mucho se habla, comenzaron
    a dar vueltas batiendo sus espesas
    alas y llegaron cerca de las cabezas de todos, y
    en sus ojos brillaba la muerte. Y desgarrándose
    con las uñas mejillas y cuellos se lanzaron por
    la derecha a través de las casas y la ciudad de
    los itacenses. Admiraron éstos aterrados a las
    aves cuando las vieron con sus ojos, y removían
    en su corazón qué era lo que iba a cumplirse. Y
    entre ellos habló el anciano héroe Haliterses
    Mastorida, pues sólo él aventajaba a los de su
    edad en conocer los pájaros y explicar presagios.
    Levantó la voz con buenas intenciones
    hacia ellos y comenzó a hablar:

    «Ahora, itacenses, escuchadme a mí lo que voy
    a deciros -y es sobre todo a los pretendientes a
    quienes voy a hacer esta revelación-: sobre ellos
    anda dando vueltas una gran desgracia, pues
    Odiseo ya no estará mucho tiempo lejos de los
    suyos, sino que ya está cerca, en alguna parte, y
    está sembrando la muerte y el destino para todos
    éstos. También para otros muchos de los
    que habitamos Itaca, hermosa al atardecer,
    habrá desgracias. Pensemos entonces cuanto
    antes cómo ponerles término o bien que se lo
    pongan ellos a sí mismos, pues esto será lo que
    más les conviene. Y yo no vaticino como un
    inexperto, sino como uno que sabe bien. Os
    aseguro que todo se está cumpliendo para él
    como se lo dije cuando los argivos embarcaron
    para Ilión y con ellos marchó el astuto Odiseo.
    Le dije que sufriría muchas calamidades, que
    perdería a todos sus compañeros y que volvería
    a casa a los veinte años desconocido de todos. Y
    ya se está cumpliendo todo.»


    Y le contestó Eurímaco, hijo de Pólibo:

    «Viejo, vete ya a casa a profetizar a tus hijos, no
    sea que sufran alguna desgracia en el futuro.
    Estas cosas las vaticino yo mucho mejor que tú.
    Numerosos son los pájaros que van y vienen
    bajo los rayos del Sol y no todos son de agüero.
    Está claro que Odiseo ha muerto lejos -¡ojalá
    que hubieras perecido tú también con él!; no
    habrías dicho tantos vaticinios ni habrías incitado
    al irritado Telémaco esperando ansiosamente
    un regalo para tu casa, por si te lo daba.
    Conque voy a hablarte, y esto sí se va a cumplir:
    si tú, sabedor de muchas y antiguas cosas,
    incitas con tus palabras a un hombre más joven
    a que se irrite, para él mismo primero será más
    penoso -pues nada podrá conseguir con estas
    predicciones-, y a ti, viejo, te pondremos una
    multa que te será doloroso pagar. Y tu dolor
    será insoportable.


    CONT.


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     ISRAEL: ¡GENOCIDA! LA HISTORIA HABRÁ DE LLEVARLOS ANTE LA CORTE PENAL INTERNACIONAL POR CONTINUADOS CRÍMMENES DE GUERRA
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    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun Abr 26, 2021 12:29 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA
    . CONT.

    En cuanto a Telémaco, yo mismo voy a darle un
    consejo delante de todos: que ordene a su madre
    volver a casa de su padre. Ellos le prepararán
    unas nupcias y le dispondrán una muy
    abundante dote, cuanta es natural que acompañe
    a una hija querida. No creo yo que los
    hijos de los aqueos renuncien a su pretensión
    laboriosa, pues no tememos a nadie a pesar de
    todo y no, desde luego, a Telémaco por mucha
    palabrería que muestre. Tampoco hacemos caso
    del presagio sin cumplimiento que tú, viejo, nos
    revelas haciéndotenos todavía más odioso.
    Igualmente serán devorados tus bienes de mala
    manera y jamás lo serán compensados, al menos
    mientras ella entretenga a los aqueos respecto
    de su boda. Pues nosotros nos mantenemos
    expectantes todos los días y rivalizamos
    por causa de su excelencia, y no marchamos
    tras otras con las que a cada uno nos convendría
    casar.»


    Entonces le contestó Telémaco discretamente:

    «Eurímaco y demás ilustres pretendientes: no
    voy a apelar más a vosotros ni tengo más que
    decir; ya lo saben los dioses y todos los aqueos.
    Pero dadme ahora una rápida nave y veinte
    compañeros que puedan llevar a término conmigo
    un viaje aquí y allá, pues me voy a Esparta
    y a la arenosa Pilos para enterarme del regreso
    de mi padre, largo tiempo ausente, por si
    alguno de los mortales me lo dice o escucho la
    Voz que viene de Zeus, la que, sobre todas,
    lleva a los hombres las noticias. Si oigo que mi
    padre vive y está de vuelta, soportaré todavía
    otro año; pero si oigo que ha muerto y que ya
    no vive, regresaré enseguida a mi tierra patria,
    levantaré una tumba en su honor y le ofrendaré
    exequias en abundancia, cuantas está bien, y
    entregaré mi madre a un marido.»


    Así hablando se sentó, y entre ellos se levantó
    Méntor, que era compañero del irreprochable
    Odiseo y a quien éste al marchar en las naves
    había encomendado toda su casa -que obedecieran
    todos al anciano y que él conservara
    todo intacto-. Éste levantó la voz con buenos
    sentimientos hacia ellos y dijo:

    «Escuchadme ahora a mí, itacenses, lo que voy
    a deciros: ¡que de ahora en adelante ningún rey
    portador de cetro sea benévolo, ni amable, ni
    bondadoso, y no sea justo en su pensamiento,
    sino que siempre sea cruel y obre injustamente!,
    pues del divino Odiseo no se acuerda ninguno
    de los ciudadanos sobre los que reinó, aunque
    era tierno como un padre. Mas yo me lamento
    no de que los esforzados pretendientes cometan
    acciones violentas por la maldad de su espíritu,
    pues exponen sus propias cabezas al comerse
    con violencia la hacienda de Odiseo, asegurando
    que éste ya no volverá jamás. Me irrito
    más bien contra el resto del pueblo, de qué modo
    estáis todos sentados en silencio y, aun
    siendo muchos, no contenéis a los pretendientes,
    que son pocos, cercándoles con vuestras
    palabras.»

    CONT.


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    HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica. - Página 12 Empty Re: HOMERO (c.928 a.C.-?). Grecia Clásica.

    Mensaje por Pascual Lopez Sanchez Lun Abr 26, 2021 12:46 am

    HOMERO

    LA ODISEA

    CANTO II

    TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA
    AL PUEBLO DE ITACA.
    CONT.

    Y le contestó Leócrito, el hijo de Evenor:

    «Obstinado Méntor, ayuno de sesos; ¿qué has
    dicho incitándolos a que nos contengan? Difícil
    sería incluso a hombres más numerosos luchar
    por un banquete. Pues aunque el itacense Odiseo
    viniera en persona y maquinara en su mente
    arrojar del palacio a los nobles pretendientes
    que se banquetean en su casa, no se alegraría su
    esposa de que viniera, por mucho que lo desee,
    sino que allí mismo atraería sobre sí vergonzosa
    muerte si luchara con hombres más numerosos.
    Y tú no has hablado como te corresponde.
    Vamos, ciudadanos, dispersaos cada uno a sus
    trabajos. A éste le ayudarán para el viaje
    Méntor y Halitérses, que son compañeros de su
    padre desde hace mucho tiempo. Aunque sentado
    por mucho tiempo, creo yo, escuchará las
    noticias en Itaca y jamás llevará a término tal
    viaje. »


    Así habló y disolvió la asamblea rápidamente.
    Se dispersaron cada uno a su casa y los pretendientes
    marcharon al palacio del divino Odiseo.
    Telémaco, en cambio, se alejó hacia la orilla del
    mar, lavó sus manos en el canoso mar y suplicó
    a Atenea:

    «Préstame oídos tú, divinidad que llegaste ayer
    a mi palacio y me diste la orden de marchar en
    una nave sobre el brumoso ponto para informarme
    sobre el regreso de mi padre, largo
    tiempo ausente. Todo esto lo están retrasando
    los aqueos, sobre todo los pretendientes, funestamente
    arrogantes.»


    Así habló suplicándole; Atenea se le acercó semejante
    a Méntor en la figura y voz y se dirigió
    a él con aladas palabras:

    «Telémaco, no serás en adelante cobarde ni
    estúpido si has heredado el noble corazón de tu
    padre; ¡cómo era él para realizar obras y palabras!
    Por esto tu viaje no va a ser infructuoso ni
    baldío. Pero si no eres hijo de aquél y de Penélope,
    no tengo esperanza alguna de que lleves a
    cabo lo que meditas. Pocos, en efecto, son los
    hijos iguales a su padre; la mayoría son peores
    y sólo unos pocos son mejores que su padre.
    Pero puesto que en el futuro no vas a ser cobarde
    ni estúpido ni te ha abandonado del todo
    el talento de Odiseo, hay esperanza de que llegues
    a realizar tal empresa.
    «Deja, pues, ahora las intenciones y pensamientos
    de los enloquecidos pretendientes, pues no
    son sensatos ni justos; no saben que la muerte y
    la negra Ker están ya a su lado para matar a
    todos en un día. El viaje que preparas ya no
    está tan lejano para ti, y es que yo soy tan buen
    amigo de tu padre que te voy a aparejar una
    rápida nave y acompañar en persona.
    «Conque marcha ahora a tu casa a reunirte con
    los pretendientes; prepara provisiones y mételas
    todas en recipientes, el vino en cántaros, y la
    harina, sustento de los hombres, en pellejos
    espesos. Yo voy por el pueblo a reunir voluntarios.
    Existen numerosas naves en Itaca, rodeada
    de corriente, nuevas y viejas; veré cuál es la
    mejor y aparejándola rápidamente la lanzaremos
    al ancho ponto.»


    CONT.



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