LA ODISEA
CANTO XV
TELÉMACO REGRESA A ITACA. CONT.
Y Teoclímeno, semejante a los dioses, se dirigió
a él:
«¿Adónde iré yo, hijo mío? ¿A qué palacio voy
a ir de los que dominan en la pedregosa Itaca?
¿Acaso marcharé directamente a tu palacio y al
de tu madre?»
Y Telémaco le contestó discretamente:
«En otras circunstancias te pediría que fueras a
nuestro palacio -y no echarías en falta dones de
hospitalidad-, pero será peor para ti, pues yo
voy a estar ausente y mi madre no podrá verte,
que no se deja ver a menudo en la casa ante los
pretendientes, sino que trabaja su telar lejos de
éstos en el piso de arriba. Así que te diré de un
hombre a cuya casa podrías ir: Eurímaco, hijo
brillante del prudente Pólibo, a quien los itacenses
miran como a un dios, pues es con mucho
el más excelente y quien más ambiciona
casar con mi madre y conseguir la dignidad de
Odiseo. Pero sólo Zeus Olímpico, el que habita
en el éter, sabe si les va a proporcionar antes de
las nupcias el día de la destrucción.»
Cuando así hablaba le sobrevoló un pájaro por
la derecha, un halcón, veloz mensajero de Apolo.
Desplumaba entre sus patas una paloma y
las plumas cayeron a tierra entre la nave y el
mismo Telémaco.
Conque Teoclímeno, llamándolo aparte, lejos
de sus compañeros, le tomó de la mano, le dijo
su palabra y le llamó por su nombre:
«Telémaco, este pájaro te ha volado por la derecha
no sin la voluntad del dios, pues al verlo de
frente me he percatado que era un ave agüeral.
Así que no existe otra estirpe más regia que la
vuestra en el pueblo de Itaca. Siempre seréis
dominadores.»
Y Telémaco le contestó a su vez discretamente:
«Forastero, ¡ojalá se cumpliera esa palabra!
Pronto sabrías de mi afecto y mis muchos dones,
de forma que cualquiera que te encontrara
te llamaría dichoso.»
Dijo, y se dirigió a Pireo, fiel compañero:
«Pireo Clitida, tú eres quien más me has obedecido
de estos compañeros en lo demás; lleva
también ahora al forastero a tu casa y agasájale
gentilmente y respétalo hasta que yo llegue.»
Y Pireo, famoso por su lanza, le contestó:
« Telémaco, aunque te quedes aquí mucho
tiempo yo me llevaré a éste y no echará en falta
dones de hospitalidad.»
Así diciendo, subió a la nave y apremió a los
compañeros para que embarcaran también ellos
y soltaran amarras. Conque subieron y se sentaron
sobre los bancos. Telémaco ató bajo sus
pies hermosas sandalias y tomó su ilustre lanza,
aguzada con agudo bronce, de la cubierta
del navío. Los compañeros soltaron amarras y
echando la nave al mar enfilaron hacia la ciudad
como se lo había ordenado Telémaco, el
querido hijo del divino Odiseo.
Y sus pies lo llevaban veloz, dando grandes
zancadas, hasta que llegó a la majada donde
tenía las innumerables cerdas, con las que pasaba
la noche el porquero, que era noble, que
conocía la bondad hacia sus dueños.
FIN DEL CANTO XV
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