LA ILIADA
CANTO XIX
Renunciamiento de la cólera. CONT.
199. -¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres,
Agamenón! Todo esto debierais hacerlo cuando
se suspenda el combate y no sea tan grande el
ardor que inflama mi pecho. ¡Yacen insepultos
los que mató Héctor Priámida cuando Zeus le
dio gloria, y vosotros nos aconsejáis que comamos!
Yo mandaría a los aqueos que combatieran
en ayunas, sin tomar nada; y que a la
puesta del sol, después de vengar la afrenta,
celebraran un gran banquete. Hasta entonces
no han de entrar en mi garganta ni manjares ni
bebidas, a causa de la muerte de mi compañero;
el cual yace en la tienda, atravesado por el agudo
bronce, con los pies hacia el vestíbulo y rodeado
de amigos que le lloran. Por esto, aquellas
cosas en nada interesan a mi espíritu, sino
tan sólo la matanza, la sangre y el triste gemir
de los guerreros.
215. Respondióle el ingenioso Ulises:
216. -¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el más valiente
de todos los aqueos! Eres más fuerte que yo y
me superas no poco en el manejo de la lanza,
pero te aventajo mucho en el pensar, porque
nací antes y mi experiencia es mayor. Acceda,
pues, tu corazón a lo que voy a decir. Pronto se
cansan los hombres de pelear, si, haciendo caer
el bronce muchas espigas al suelo, la mies es
escasa, porque Zeus, el árbitro de la guerra
humana, inclina al otro lado la balanza. No es
justo que los aqueos lloren al muerto con el
vientre, pues siendo tantos los que sucumben
unos en pos de otros todos los días, ¿cuándo
podríamos respirar sin pena? Se debe enterrar
con ánimo firme al que muere y llorarle un día,
y luego cuantos hayan escapado del combate
funesto piensen en comer y beber para vestir
otra vez el indomable bronce y pelear continuamente
y con más tesón aún contra los enemigos.
Ningún guerrero deje de salir aguardando
otra exhortación, que para su daño la
esperará quien se quede junto a las naves argivas.
Vayamos todos juntos y excitemos al cruel
Ares contra los troyanos, domadores de caballos.
238. Dijo; mandó que le siguiesen los hijos del
glorioso Néstor, Meges Filida, Toante, Meriones,
Licomedes Creontíada y Melanipo, y encaminóse
con ellos a la tienda de Agamenón
Atrida. Y apenas hecha la proposición, ya estaba
cumplida. Lleváronse de la tienda los siete
trípodes que el Atrida había ofrecido, veinte
calderas relucientes y doce caballos; a hicieron
salir siete mujeres, diestras en primorosas labores,
y a Briseide, la de hermosas mejillas, que
fue la octava. Al volver, Ulises iba delante con
los diez talentos de oro que él mismo había
pesado, y le seguían los jóvenes aqueos con los
presentes. Pusiéronlo todo en medio del ágora;
alzóse Agamenón, y al lado del pastor de hombres
se puso Taltibio, cuya voz parecía la de
una deidad, sujetando con la mano a un jabalí.
El Atrida sacó el cuchillo que llevaba colgado
junto a la gran vaina de la espada, cortó por
primicias algunas cerdas del jabalí y oró, levantando
las manos a Zeus; y todos los argivos,
sentados en silencio y en buen orden, escuchaban
las palabras del rey. Éste, alzando los ojos
al anchuroso cielo, hizo esta plegaria:
CONT.
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