El agua inició el romance
y el resto lo hizo la vida.
La semilla
La mar dispuso que fuera
de otro suelo su pepita
al verla ataviada solo
con ropajes de agonía.
Llegó vestida de muerte
y la llevó a ver la vida
por donde algodones cuaja
el sol henchido de día,
o cuando miope clarece
porque le tapan las vistas
cortinas que él mismo teje
con hilos de su sonrisa.
Celajes que pronto añadan
claridad y fantasía
cuando oscuros tintes tomen
y alumbren en tierra ardida
el elixir que restaure
su corteza, en carne viva,
y a la vez le acondicione,
para encuentro de visitas,
un rincón inigualable
donde arraigue la que libra
intercambios entre azules
y platas de furias idas.
Preñados iban los cielos
de lluvia y de agua salina,
entre dos cabalga y duerme,
entre dos su paz transita,
uno velaba su sueño
mientras que el otro mecía,
si el viento no levantaba
el lecho donde dormita,
ni las nubes, con su amor,
truncaban la paz cogida.
Una noche sin tormenta
y a la pauta de la brisa
le llegó un aire dorado
con olor a entraña frita,
la elevó sobre su cresta
una oleada perdida
y en la cumbre de su comba
atisbó en la lejanía
un trajín de llamaradas
que más de un rayo esparcían,
—no püede ser— se dijo,
—si en noche cerrada habita
la oscuridad y el sosiego,
¿qué es lo que alumbra y repica?—,
eran cuencas que soltaban
lágrimas de roca hervida.
Los cielos rompieron aguas
en arenas renegridas,
uno le lava la costra
mientras que el otro le limpia
el nido donde la deja
plácidamente tendida.
Por fin se siente valiosa
al recibir la acogida
de un paisaje abrupto y cálido,
una tierra de almas, fría.
Llegó donde oscuras rocas
colman la piel de la isla,
rocas que son como esponjas,
como esponjas abrasivas,
que el viento rodando lleva
de la caldeada cima
hasta la arena y encubren
lo que trajo la mar, viva.
Otras fuentes han llegado
de la lejana batida,
cuando vestida de parca
se llevó de la otra orilla
savias con pena de muerte
que andaban a la deriva.
Entre otras llegaron hojas,
de la igual ola vencida,
justo cuando era el periodo
de fecundar la semilla,
todas techaron la estancia
porque de abono querían
colaborar con la causa
que comenzó la bravía,
y dieran luz a un vergel
mismo encendieran la chispa.
Hoy crece clara y serena
la que llegó, y es la guía,
guía cual faro que marca
principio o fin de la vida.
Quiso la mar que alumbrara
el fruto y diera la dicha
donde el sol nunca amanece
por culpa de las cenizas.
Gavase
José Lázaro
y el resto lo hizo la vida.
La semilla
La mar dispuso que fuera
de otro suelo su pepita
al verla ataviada solo
con ropajes de agonía.
Llegó vestida de muerte
y la llevó a ver la vida
por donde algodones cuaja
el sol henchido de día,
o cuando miope clarece
porque le tapan las vistas
cortinas que él mismo teje
con hilos de su sonrisa.
Celajes que pronto añadan
claridad y fantasía
cuando oscuros tintes tomen
y alumbren en tierra ardida
el elixir que restaure
su corteza, en carne viva,
y a la vez le acondicione,
para encuentro de visitas,
un rincón inigualable
donde arraigue la que libra
intercambios entre azules
y platas de furias idas.
Preñados iban los cielos
de lluvia y de agua salina,
entre dos cabalga y duerme,
entre dos su paz transita,
uno velaba su sueño
mientras que el otro mecía,
si el viento no levantaba
el lecho donde dormita,
ni las nubes, con su amor,
truncaban la paz cogida.
Una noche sin tormenta
y a la pauta de la brisa
le llegó un aire dorado
con olor a entraña frita,
la elevó sobre su cresta
una oleada perdida
y en la cumbre de su comba
atisbó en la lejanía
un trajín de llamaradas
que más de un rayo esparcían,
—no püede ser— se dijo,
—si en noche cerrada habita
la oscuridad y el sosiego,
¿qué es lo que alumbra y repica?—,
eran cuencas que soltaban
lágrimas de roca hervida.
Los cielos rompieron aguas
en arenas renegridas,
uno le lava la costra
mientras que el otro le limpia
el nido donde la deja
plácidamente tendida.
Por fin se siente valiosa
al recibir la acogida
de un paisaje abrupto y cálido,
una tierra de almas, fría.
Llegó donde oscuras rocas
colman la piel de la isla,
rocas que son como esponjas,
como esponjas abrasivas,
que el viento rodando lleva
de la caldeada cima
hasta la arena y encubren
lo que trajo la mar, viva.
Otras fuentes han llegado
de la lejana batida,
cuando vestida de parca
se llevó de la otra orilla
savias con pena de muerte
que andaban a la deriva.
Entre otras llegaron hojas,
de la igual ola vencida,
justo cuando era el periodo
de fecundar la semilla,
todas techaron la estancia
porque de abono querían
colaborar con la causa
que comenzó la bravía,
y dieran luz a un vergel
mismo encendieran la chispa.
Hoy crece clara y serena
la que llegó, y es la guía,
guía cual faro que marca
principio o fin de la vida.
Quiso la mar que alumbrara
el fruto y diera la dicha
donde el sol nunca amanece
por culpa de las cenizas.
Gavase
José Lázaro
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