CUBAGASTÓN BAQUERO (1916-97)B. POEMAS POSTERIORES A 1959MAGIAS E INVENCIONES (1984)AL FINAL DEL CAMINOEn esta poesía reunida hallará el lector los poemas que he escrito desde el final de los años 30. No están todos, porque afortunadamente se perdieron muchos, ¡gracias sean dadas a los dioses! Creo que con lo que ha quedado hay suficiente, y hasta demasiado. Uno tendría que tener el valor, al final del camino, de quedarse con dos o tres poemas, los que considere más representativos de la intención, del propósito que se persiguió, o del instinto que llevó a escribirlos. No se trata de escoger «los mejores», porque el tiempo me ha enseñado que al enfrentarse con lo propio uno no tiene la menor idea de lo mejor, ni de lo menos malo, ni de lo decididamente malo. Uno no sabe nada de la poesía que ha intentado -de lo que intentó hacer con la poesía- y todavía sabe menos de la reacción que producirá en el lector éste o aquel poema.
Como no es posible ir susurrándole a cada lector, en el momento en que se lee, lo que realmente desearíamos que viese en el poema, no queda sino resignarse con lo que ocurra en cada caso, una catástrofe o una apoteosis. Valéry enseñó que «lo que uno escribe ríe riendo, otro lo lee llora llorando», o se lee ríe riendo lo que se escribió llora llorando. Y aún cuando para mí las dos cosas -reír, llorar- no tienen sitio en la poesía, sé que todavía hay muchos lectores que entran o salen de un poema como salen o entran de un baile o de un funeral.
Hay, por esencia, una incomunicación radical entre el autor y el lector. Lulio decía: «Ningún hombre es visible para otro»; puede decirse: «Ningún poema es visible por entero para el lector». (Ni acaso para el autor). Cada poema tendría que llevar adherido un tratado de mil páginas que comunicase todo lo que se quiso decir en el poema, y que no se dijo, probablemente por la incapacidad o el pobre oficio del autor. Habría que acompañar el poema de una carta de marear para facilitar el viaje por dentro de su entraña, más allá de su piel. Pero esa es una tarea tan insensata como utópica. No queda otra salida que tirar el poema a la calle y desentenderse de su destino.
A lo más que puedo llegar en materia de establecer una comunicación que sea eficaz para la lectura de lo hecho por mí, es a recordarle al lector un pensamiento —140→ de Heidegger, según el cual la poesía es la leyenda de la desnudez de lo existente, que yo gusto de interpretar como «la poesía es la fantasía, la lectura que completa ante nuestros ojos la desnudez (la realidad) de lo existente». Dar existencia a lo tenido hasta ese momento por inexistente, es la función mayéutica de la poesía.
Esta definición no apareció en mí como un programa de trabajo, no fue un hecho a priori, sino que ahora, al mirar hacia atrás cuando llego al final del camino, pienso que es aplicable y adecuada para resumir, más que una intención, un instinto.
Creo recordar que uno de mis primeros poemas consistía en una retahila de preguntas: era una pura y cándida interrogación sobre el misterio de la rosa en el jardín. Ahora caigo en la cuenta de que no he hecho en la vida otra cosa que preguntar, y reproducir después lo que me ha parecido ser una respuesta.
Creía estar haciendo una poesía de la inteligencia, y me salió un poemerío del desconcierto y de la confusión de un hombre cualquiera ante el enigma del mundo, que es la más trivial y la menos inteligente de las reacciones ante el enigma del mundo. En el fondo, todo vulgar, instintivo, fisiológico: una pena. Y llamo pena a todo lo que es Naturaleza bruta, a todo lo que no es Inteligencia. Lo único que me ha interesado en este viaje hacia el morir que es estar vivo, es inventar, fabular, imaginarle a una realidad cualquiera la parte -el completo- que creía le faltaba. No ignoro la soberbia que hay en esto, pero la soberbia es también un instinto indomable.
Al finalizar esta señal de comunicación deseada con el lector, debo agradecer a la insistencia de un grupo de amigos, Pedro Shimose al frente, y al I.C.I., la publicación de estos poemas. Por fortuna, tendría que mencionar en este agradecimiento a tantos poetas y amigos fieles, que haría de esta introducción un catálogo, grato para mí, pero enojoso para el lector. Me limito a inscribir el nombre de Francisco Brines, poeta-poeta, que encarna a la perfección la gentileza de los poetas españoles con mis poemas. Brines es además un modelo de la amistad, ese sentimiento tan profundamente creador como la poesía misma.
Gracias a todos ellos reúno estos poemas. Para que queden recogidos cuando muera. Para nada más.
G. B.
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