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Margaret Randall (nacida el 6 de diciembre de 1936 en la ciudad de Nueva York , EE. UU.) es una escritora, fotógrafa, activista y académica nacida en Estados Unidos. Nacida en la ciudad de Nueva York, vivió durante muchos años en España, México, Cuba y Nicaragua, y pasó un tiempo en Vietnam del Norte durante los últimos meses de la guerra de Estados Unidos en ese país. Ha escrito extensamente sobre sus experiencias en el extranjero y en los Estados Unidos, y ha enseñado en el Trinity College en Hartford, Connecticut, y en otras universidades.
Biografía:
En 1958 conoció a Elaine de Kooning en Nuevo México, donde la pintora tenía un puesto de profesora y se hicieron amigas. Margaret Randall, siendo fanática de las corridas de toros, llevaría a Elaine a México para ver estos eventos.
Randall se mudó a México en la década de 1960, se casó con el poeta mexicano Sergio Mondragón y renunció a su ciudadanía estadounidense. Se mudó a Cuba en 1969, donde profundizó su interés en los temas de la mujer y escribió historias orales principalmente de mujeres, "queriendo entender lo que una revolución socialista podría significar para las mujeres, qué problemas podría resolver y cuáles dejarían". no resuelto." Sus memorias de 2009 Para cambiar el mundo: mis años en Cuba narran ese período de su vida. Vivió en Managua, Nicaragua, de 1980 a 1984, escribiendo sobre las mujeres nicaragüenses, y regresó a los Estados Unidos después de una ausencia de 23 años.
Poco después de su regreso en 1984, se ordenó su deportación en virtud de la Ley McCarran-Walter de 1952. El caso del gobierno se basó en dos argumentos. Primero, mientras vivía en México y estaba casada con un ciudadano mexicano, había obtenido la ciudadanía mexicana, por lo que presumiblemente perdió su ciudadanía estadounidense. Esto fue en 1967. Además, bajo McCarran-Walter, el gobierno afirmó que las opiniones expresadas por Randall en varios de sus libros estaban "en contra del buen orden y la felicidad de los Estados Unidos". La directora distrital del INS justificó que “sus escritos van mucho más allá de la mera disidencia”. Con el apoyo de muchos escritores conocidos y otros, Randall ganó unCaso de la Junta de Apelaciones de Inmigración en 1989 que ordena al INS que le conceda el ajuste de estatus a la residencia permanente y la restauración de la ciudadanía.
Ahora vive en Albuquerque, Nuevo México , con su esposa, la pintora Barbara Byers. Viaja mucho para leer y dar conferencias. Fue profesora en Trinity College en Hartford, Connecticut, y también enseñó brevemente en la Universidad de Nuevo México, Macalester College y la Universidad de Delaware.
( Sacado de https://en.wikipedia.org/wiki/Margaret_Randall )
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Algunos poema de Margaret Randall, de su obra Contra la atrocidad, Valparaíso Edic., 2021, en traducción de Sandra Toro:
COSTO ESTIMADO
Una cresta plisada de nubes cubre mis montañas esta mañana:
entre el abrazo y lo agorero, revela la decepción,
lo normal en estos tiempos.
Un científico joven y optimista propone instalar un ventilador gigante
que sople el aire helado del Polo Norte
y haga que el casquete polar vuelva a engrosarse,
evitando que una crecida de los mares se trague los países chicos
y la necesidad de aquellos cuyos ventiladores se tejen
de palma cruda y sueños comunes y corrientes.
Quinientos mil millones es el coste estimado de algo
que puede funcionar o no, y ya sabemos
lo que quiere decir estimado.
Podríamos decidir bajar la temperatura de la tierra
disminuyendo el consumo de combustibles fósiles
pero eso reduciría las ganancias
y entonces, ¿como vamos a pagar el ventilador? Dicen que
el problema de los poetas es que no alcanzamos a entender
lo complejo que es todo,
ocupados como estamos en contemplar un manto inesperado de nubes
y atando cabos
a la luz diáfana de la mañana.
SOBREVOLANDO ESTE NIDO GENEROSO
El bisonte americano ayer, como hoy el ñu
o el caribú, los gansos de Canadá,
las mariposas monarca y el salmón,
que luchan aguas arriba contra la corriente:
todos siguen su instinto estacional, la necesidad
de ir y volver gravada en el ciclo
que describe cada travesía.
Las ballenas nadan kilómetros para alimentarse,
aparearse y dar a luz, sus viajes anuales
las llevan por costas que se desmoronan
a recibir a las nuevas generaciones,
mientras circunnavegan el sonar naval
y otros impedimentos
con una determinación que sorprende.
Percepción magnética, orientación lunar,
puntos de referencia, ecolocalización,
rastros olfativos o térmicos:
patrones de movimiento trasmitidos
de generación en generación
atraen y repelen comunidades enteras
que sobrevuelan este nido generoso.
Nosotros los humanos también seguimos los patrones
que fija la necesidad. Los desplazados de Europa
desafían los océanos para volver a empezar en un lugar nuevo,
los negros del sur se trasladan al norte en busca
de trabajo y dignidad.
Expedición o desalojo
según quien cuente la historia.
Pero el macho necesita demasiado seguir un rastro
de sangre: desaparición, exilio, guerra.
La Travesía del Atlántico recuerda
los barcos asquerosos repletos de cargamento humano.
Las migraciones de hoy dejan un rastro de
chalecos salvavidas desinflados, juguetes perdidos,
historias cercenadas antes del Fin.
El hombre, y casi siempre es el hombre, tiene hambre
de guerra, su obsesión le exige
propiedades valiosas y una ventaja obscena en
el tablero gigante de Monopolio de la destrucció.
A sus víctimas no les queda otra salida más que morir
mientras los animales - los mejore de nosotros - siguen
el rastro del pasto tierno, el tiempo y la memoria.
CADA MIEDO RECIBE UN MILLÓN DE VISITAS
Nos emociona la evidencia del ingenio ancestral,
el desubrimiento de un dedo del pie ortopédico
hecho de cuero y madera
en Egipto hace 3000 años.
Buscamos consuelo en los números,
de Fibonacci o del Caos,
en los calendarios que alguna vez marcaron nuestros días,
en la armonía tenaz de la dorada proporción.
Algunos sobrevuelan los sistemas que prescriben
sacerdotes y gurúes, más fácil
seguir a un lider
que dar cuenta de este aire sórdido que respiramos.
Sentimos que son los peores tiempos
nada más porque son nuestros tiempos.
Holocaustos y genocidas atraparon también
a nuestros padres con sus dientes omnívoros.
Las titulares vociferan las noticias del día y cada miedo
recibe un millón de visitas.
Tiempo de reconocer nuestros errores
y ponernos el sayo que nos quepa.
TODO LO QUE CANTAMOS
Todo lo que cantamos puede perderse. Lo que fue
y ya no es o lo que nunca fue.
Un poema: es eterno hasta que alguien lo escribe.
Este es mi momento único:
Soy mortal, y sin embargo, ignorante de mi mortalidad.
Hoy que cualquiera puede dejar la misma marca
busco y no encuentro mi cara en los espejos.
Escribo este silencio
para que algún sonido pueda contradecirlo
y se descubra: humano y errado.
PARA ALLANAR EL CAMINO
A LA EXTINCIÓN
La industria nunca se cansa de allanarnos el viaje,
y muchas veces con éxito: de las fragatas a los caballos,
la diligencia, el tren, el avión y por último las naves espaciales.
Separar y reensamblar nuestras moléculas
es todavía una fantasía de Star Trek,
pero invertimos nuestro futuro en inventos.
El batidor le alivió el trabajo a la muñeca
hasta que apareció la procesadora
e hizo que semejante esfuerzo quedara obsoleto.
Las películas mudas se volvieron habladas, al blanco y negro
lo reemplazó el color, la radio cedió paso a la televisión
y en cada anillo decodificador nuevo lo más clásico es lo mejor.
Cuando aprendí a manejar, señalizábamos a mano,
con la ventanilla baja y el brazo izquierdo desafiando el frío y la lluvia.
Las máquinas de escribir eléctricas sustituyeron a sus antecesoras manuales,
después llegaron las pc, la tecla de borrado
y las impresoras, y arrasaron con el corrector,
el carbónico y los dedos manchados.
Las calculadoras tomaron el lugar de las reglas de cálculo
para dar paso a la sofistificación digital.
Las luces LED se anunciaron
ecológicas, y las papeleras de reciclado
se llenaron de orgullo cívico. Tuvimos medias que no se corren
antes de preguntarnos: ¿para qué nos ponemos medias?
Pero los avances de hoy parecen seguir
con amenaza de pánico.
Cuando me convencí de que mi computadora
es indispensable, Aple anuncia
que no soporta más los programas que tanto
me esforcé en dominar.
¿Debería volver al cuaderno y al lápiz,
aliviada por no tener que aprender
otra mejora tecnológica,
o nada más rendirme, sentarme y maravillarme
de lo que hace toda obsolescencia programada
para allanarme el camino a la extinción?
LIBROS
Abro un libro, y su mundo me sale al encuentro
en blanco y negro, como una foto vieja
o una película donde el color viene
de la imaginación nutrida de otros libros
y de la vida, lugares del corazón o del miedo
reflejados en espejos dentro de espejos,
posibilidades enmarcadas por el cielo y el monte.
Ninguna ventaja para mí. Las cabezas redondas de los demás
de primero encontraron sus agujeros redondos, en cambio yo
me esforcé por abrazar el código que me eludía,
mientras él conectaba símbolo y sonido:
amor fonético.
Para segundo grado, ya estaba lista, lista y sintonizada
con los personajes que a veces me eran familiares
cuando los demás seguían siendo desconocidos con derechos
por mucho que leyera y releyera sus historias.
Los lugares también se volvieron personas, reales como una tierra
por la que un día iba a caminar.
Libros prohibidos, la literatura que un mercado libre puede aceptar
y la que no, un juicio en el que mi país
de nacimiento ordenaba deportarme
por lo que escribo: todo eso iba a venir más tarde,
avivando no solamente mi deseo de leer lo que quiero,
sino el de pensar y escribir lo que debo.
Hoy, que los dispositivos electrónicos imperan,
las reseñas dependen de lo que la prensa pueda gastar
en publicidad y los premios caen de las torres de marfil
a manos obedientes, todavía encuentro consuelo
en mi rincón del sofá, pasando páginas de papel,
oliendo el aroma de la tinta impresa que se desvanece.
EL VERBO ROMPER
Está la rotura admisible
que aprendimos a llamar
daño colateral.
Puedes romperte el lomo metafórico,
romperle el alma a un chico (que nunca es una metáfora),
la confianza sagrada y hasta una ley injusta.
Perdóname, se arrastra él, te prometo
que no va a volver a pasar.
Maquillándose la piel rota,
la mujer repite su historia,
escucha el ruego del marido, le esquiva
los ojos, que ya están llenos de amenaza futura.
Años después de la furia del padre, la artista titula
su cuadro Papi te va a pegar,
alude al brazo infantil en cabestrillo
como espacio negativo.
Y sí, era su brazo.
Y sí, él se lo rompió.
Uno dice Estoy en bancarrota y está un par de millones abajo
en acciones preferenciales.
Para otra las mismas palabras
significan tener que optar entre el alquiler,
comprar comida o el lápiz de epinefrina
para mantener vivo al hijo.
Cuando emergen fosas comunes en un mapa
de guerra que no cesa, los huesos se podan
de otros huesos. La rotura humana
le revela al paisaje que nacemos
de lo que nos dice a cada uno
el verbo romper.
ENRIQUECIDOS POR EL ARTE Y LA
REVOLUCIÓN
Cuando me vaya y agosto llegue
a mi desierto,
la lluvia va a empapar la arena,
su rico aroma subirá
a meterse en los pulmones de otra madre o caminante,
alguien cuya intención y deseo
no podré conocer.
Cuando me vaya, este cuadro de islitas,
árboles en miniatura y pájaros
flotando en un océano mágico azul cobalto
va a estar colgado en la casa de alguien más.
¿Esa persona contará la historia
de los campesinos pobres de Nicaragua
enriquecidos por el arte y la revolución?
Una nieta heredará quizás
mis aros de turquesa.
Las ollas de barro que usé por años,
con su picor llenando la casa,
van a ofrecer nuevas generaciones
de pan.
Alguien que todavía no nació tal vez lea este poema.
¿Pero quién hará las preguntas
nacidas de las respuestas
que hoy me desvelan?
¿Quién va a saber del calor
de este amor tan grande
o atrapará los fragmentos de mi memoria
reunidos justo antes del amanecer?
SONRÍAN
La primera vez que oí la palabra,
probablemente no fue que papá
o cualquier otro
estuviera por sacar una foto
para registrar en la memoria familiar
lo felices que eran todos ese día.
La exhortación pudo haber sido
sonrían o pudo haber sido whisky,
que en castellano levanta las mejillas
y estira los labios
con ese rictus de alegría
que promociona la infancia perfecta.
O quizás ocurrió antes, cuando instaba
a que la expresión de sus pequeños
fuera un gesto que le permitiera
escribir "Primera sonrisa del bebé"
antes de poner la fecha, y Madre podía estar
conforme de que cumpliera todos los hitos.
Tiene que haber una historia, porque hoy
soy reacia a sonreírle
a cualquiera o en cualquier ocasión.
Quiero que mi sonrisa signifique algo,
que florezca por una causa,
que se despliegue de placer genuino.
Por ese mismo motivo, la retengo
cuando una situación requiere
una respuesta en serio.
Hay gente que no me va
a sacar nunca una sonrisa,
no importa a cuántos bebés pueda besar.
ELLA SABE (3)
Ella sabe que las guerras nacen de la ambición de poder,
se ganan solamente en la imaginación del poder
y se pierden una y otra vez
en el campo de batalla.
Y sabe que ese campo
es donde nosotras vivimos
y morimos.
MARÍA ERA UNA MENOR
Bueno, María era una menor - una de tantas explicaciones
con las que pretende justificarse el candidato a senador
acusado por abusar de una menor de edad.
Cuarenta años pasaron, y ahora esta tormenta perfecta
de mujeres valientes la reciben hombres que
de pronto están obligados a escuchar.
Me acuerdo de Anita Hill enfrentándose a esa barrera de trajes pomposos,
de su voz de clarín abrumada por los privilegios de los machos,
blancos y negros.
Él está en la mira, acusado por una nación de sobrevivientes
decididas a contar sus secretos y de hombres que esperan
no ser el próximo en la línea de fuego.
¿Pero qué es esto de que María era una menor? ¿Están diciendo que
no era virgen? ¿Que Dios era un depredador?
¿O afirmando que el dogma que justifica milenios
de crimen patriarcal acá también opera, excusando
a cada devoto pedófilo que creyó
que podría salir impune de una violación?
CONTRA LA ATROCIDAD
Para las generaciones que año tras año salen de la
Escuela de poéticas desencarnadas de Jack Kerouac,
preparadas para hacer arte contra la atrocidad.
Contra la atrocidad y a favor
de todo lo que no sea atrocidad.
Esto tiene que ver con la historia,
ese conocimiento que nos sigue borrando
de manera que hay que volver a empezar.
Cuerpo único o masa de cuerpos
que contamina nuestro hábitat,
viento, fuego y mares que suben,
jaurías de perros rabiosos
en ladrante convivencia
repitiéndose
donde la suavidad y la compasión
florecerían si se les diera una oportunidad.
Dónde podemos escondernos de las mentiras:
el himno enfermo de este siglo,
palabras trastocadas
en miedo, furia, avaricia
y transmutadas en actos
porque seguir hasta el final siempre es mejor
que faltar a una promesa
y, ya se sabe,
tenemos que terminar lo que empezamos.
Yo quiero lo que tiene mi vecino:
el tablero de Monopolio viviente,
empujar piezas de casillero en casillero
- mis piezas, mis casilleros -
Ferrocarriles y Servicios, Rentas e Impuesto al lujo,
Hoteles, Calles, Cárcel - Preso
o De visita...
El juego de las ideas:
inconcebible hasta que juegan todos,
la imaginación desquiciada.
Si es un pueblo contra los suyos
lo llamamos Genocidio.
Si somos nosotros contra otros,
Estados Unidos Primero
y si un padre, maestro o cura
toma lo que no es suyo
repetimos Nuestro secretito.
Secretos que se multiplican como plaga
porque los chicos serán chicos
y los hombres serán hombres.
Contagio abominable propagado por manos ensangrentadas
que crecen de las mangas
de trajes monocromáticos con corbata rojo punzó,
dashikis africanas, thwabs árabes,
trajes Sun Yat-sen y Mao
o guayaberas tropicales:
para cumplir órdenes tan siniestras
hay que vestir con propiedad.
Y los hombres también sufren y mueren,
no todos pueden vivir
con sus privilegios.
Cuando lastimás a otro
también es tu humanidad
la que se pierde
entre terminaciones nerviosas golpeadas
y el pinchazo del alambre de púas.
Si estás en Idaho, con el ojo y la mano
en una pantalla
que apunta al otro lado del mundo,
decimos que es más fácil
escapar del TEPT,
más limpio y más efectivo,
pero no para los que vinieron
a celebrar la boda
o se atrevieron a ir a la escuela.
Cuando cometen el error
de interponerse en el camino
le decimos Daño Colateral:
resulta que estaban justo
en el lugar y el momento equivocados.
Cuando no hay testigos
mentimos:
tantos cabecillas enemigos
derribados de un solo golpe.
Siempre listos para culpar a la víctima
y no a nosotros,
al chico negro que
algo habrá hecho,
a la chica de la pollera demasiado corta
o a la mujer que volvió loco al marido.
No me hagas que te pegue,
dijo él
y te guardás la vergüenza
hasta que te quema la palma de la mano
levantada contra tu propio hijo
o vecino o enemigo:
el rastro interminable de la lágrima de la atrocidad.
Anunciamos que le dimos fin a la guerra,
que salvamos a decenas de miles
cuando esos que llamábamos otros
nos parecían bastante distintos,
no hacía falta reconocer las vidas,
solamente los números:
pájaros blancos diminutos ascendieron en la bola de fuego
y a Little Boy la dejamos atrás.
Una bomba para acabar con todas las bombas
o una guerra para acabar con todas las guerras,
pero las guerras siempre traen guerras nuevas,
hasta que podamos hacer una bomba mejor
tan precisa y poderosa
como para poner en la mira su objetivo instantáneo
y llevarle la muerte
sobre nuestras alas de virtud.
Esgrimimos Seguridad Nacional
frente a los campos de internamiento
o los muros fronterizos,
a los chicos arrancados de madres
que hubieran preferido perderlos
en esta tierra de oportunidades
antes que llevárselos de vuelta por el camino que vinieron:
muerte segura en la santidad
de un hogar bajo amenaza.
Si son millones les decimos Holocausto,
si fue en una celda de la cárcel
no lo llamamos Tortura
sino Interrogatorio Mejorado:
cinta brillante o línea extra de puntos
cosida para callar la boca.
Si los sacamos de la casa o de la calle
y nunca se los vuelve a ver,
le decimos Desaparición,
fenómeno singular
que hace imposible el cierre,
un castigo que se prolonga hasta que
la muerte nos separe.
Atrocidad de la ausencia, la presencia,
el lenguaje y la intención,
lo que fue quitado o impuesto
coagulándose
en el filo terrible del machete.
Palestina
Ruanda
Sarajevo
el Delta del Mississippi
y el sur de Chicago
las piedras antiguas de Siria
y los edificios modernos
donde una familia de siete
ahora es una familia de cuatro
o de uno
o de ninguno.
Y el hijo se abraza a la pierna de la madre,
con los ojos dilatados de preguntas
que no tienen respuesta.
El niño es más porque es menos,
cuerpo pálido bañado en una playa:
tema central del noticiero de la noche.
Por un segundo la foto pide compasión,
enfundado en un chaleco naranja
o prendido de la espalda de su padre,
lanzado a una fosa común
o envuelto en un poco de tela
ocupando una caja demasiado chica para la muerte.
Pero la muerte devora carne tierna
seca las lágrimas
que no entendemos
porque caen
en el idioma de otro,
poniéndonos en automático
mientras nos cambia las moléculas.
Oh, nosotros, los Elegidos que podemos salvar
a tantos bebés nonatos
o Almas de Cristo
o Indios de Madera
o Esclavos Felices,
familias tradicionales
ahogadas de dolor tradicional.
Adolescentes que creían que eran gays
hasta que los cogimos
como les hacía falta que se los cogieran
o los obligamos
a hacer terapia de conversión.
A ella que nació él o reclamó el ellos
del arco de la identidad:
todavía la arrastra el camión del redneck
o la golpean y la abandonan para que se muera
en un cerco de Wyoming.
Atrocidad, atrocidad: una en uno
o una en un millón:
el legado de las novias jóvenes
a las que enterraron vivas
con sus esposos muertos
o Hipatia descuartizada miembro por miembro
en la puerta de su biblioteca.
La mujer agradecida de someterse
a su hombre
su dios
su lugar bajo el sol
pero el sol no brilla
sobre la atrocidad,
no va a volver a brillar
hasta que nos acordemos de
cómo resistir el peso
de esta historia falsa
metida a la fuerza en las bocas con hambre:
la atrocidad como actos de heroismo,
mentiras que oscurecen la verdad.
Buena Guerra, el oxímoron
que atonta y mata
de los dos lados del altar,
de los dos lados del océano,
de todos los lados del futuro.
Únicamente la respiración profunda de la memoria
puede transformar nuestra vergüenza en poder:
profunda como una herida antigua,
suave como el abrazo
que no excluye a ninguno.
Bienvenidos a
Nuestra Última Oportunidad.
SIN EXPLICACIÓN NI EQUILIBRIO
A veces el mejor de los días se enrosca en una mota de polen
y tenés que evitar aplastarlo al caminar.
Casi invisible a simple vista, es fácil de confundir
con lo que se barre debajo de las alfombras y el olvido.
A veces el peor de los días lo comparten miles
y otras veces estás solo cuando las cuchillas del viento
te arrancan la carne tierna de las mejillas,
húmedas de derrota líquida y sangre cansada.
Si Mengele hubiera observado su juramento de no hacer daño,
si el guardián del estadio hubiese escuchado la canción
de la última guitarra de un músico, o los 19 pasajeros
no hubieran pasado la seguridad ese día, otro de los peores.
Si el policía veterano hubiera estacionado el patrullero
para tomarse un café en lugar de responder a la alerta
de un hombre joven, negro, caminando sin rumbo
con las manos en los bolsillos y, ¿quién sabe?
Si el marido no se hubiese tropezado con la banda sonora de su padre,
si la mujer hubiese agarrado a su hijo y desaparecido
en vez de pedirle perdón por última vez,
si los vecinos no hubieran pensado: no es asunto mío.
Pero entonces, oh entonces, si mis hijos no hubieran llegado,
con un mapa de autopistas y caminos a la espera
de sus pasos, nietos, bisnietos,
pistas de obstáculos y sueños nuevos.
Si yo no hubiera parado en ese puente, inmóvil en la ciudad
donde todo se detuvo, no hubiera sabido que
venías para quedarte, que íbamos a estar juntas
el resto de nuestros días. Los mejores.
La manera en que el mundo asciende y cae, como un subibaja de vida,
sin explicación ni equiulibrio, nada que se parezca
a un rayo de esperanza para cualquier nube hinchada de lluvia
o a desaparecer en un destello de luz.
"FAKE NEWS"
Un tejido denso de mentiras nos mantiene en la
incertidumbre de si mañana el sol saldrá,
esta noche la oscuridad va a reconfortarnos
o el exceso de azucar seguirá
aumentándonos la circunferencia
y volviendo locos a nuestros hijos.
Si el showman-en-jefe es capaz de tuitear
140 letras de cualquier movida
que invente para apuntalar su ego temblón,
¿dónde podremos cosechar verdad
en estos campos que regamos
con las lágrimas de nuestros hijos?
Seguro alguien - ¿vos? - va a dar vuelta
la tierra fértil de un surco inagotable
y a descubrir enterrada una raíz de cordura,
de energía a la espera
de ayudarnos a salvar
al planeta y a nosotros mismos.
DISPARARLE AL PERRO TRAJO ALIVIO
Todos los días hasta los 16 el padre le dijo:
homo, maricón, no pareces hijo mío.
Después se fue de la casa.
Ahora, cuando le pega al tipo ensangrentado
que parece o habla diferente,
se siente un hombre
por un instante fugaz.
Puta, le gritó la madre, cuando
llegó dieza minutos tarde a casa
y trató de pasar desapercibida a su habitación.
En la escuela murmuraba sobre las chicas malas.
Ahora dice que los golpes son culpa de ella:
si nada más pudiera aprender
a dejar de poner tan nervioso al marido.
Estúpida, imbécil, fea: cada burla
cobró peso
mientras crecía,
y dispararle al perro trajo alivio,
ahora del lado de dar:
repartir el dolor,
multiplicándolo en los otros.
NACÍ EN EL BUEN E U DE A
Cuando me cerró la incisión,
el ayudante del cirujano
dejó la mayor parte del Mediterráneo
adentro.
Con tantas balsas improvisadas
desesperando de inmigrantes
se hacía difícil dormir.
Chalecos naranjas portando cuerpos sin vida
me inundaron los órganos
y después de eso
nada anduvo bien.
Un campo de refugiados sudaneses me creció
dentro del cráneo,
oprimiéndome el hueso
como si la insistencia
fuera la mejor parte de la razón.
Podía oírme a mí misma argumentar
que nací
en los buenos E U de A
y que vine equipada solamente
para lidiar con problemas del primer mundo.
Pero un exceso de calorías peligrosas
me había adelgazado la voz.
Y nadie escuchó mis lamentos.
El cirujano y su equipo
tenían cobertura total
contra esa clase de quejas.
Mi cuerpo avejentado contiene
todos los materiales en bruto,
todos los estudios de doble ciego,
las instrucciones y los métodos.
No hay más espacio
para maniobrar una respuesta adecuada.
LA GRAN OLA DE HOKUSAI
La gran ola de Hokusai estaba colgado en la casa donde crecí,
lo impreso y el océano se alzaban ahí grabados juntos,
las gotitas delicadas y el poder atronador
suspendidos sobre un casi invisible bote de pesca
tan parte de un mar estilizado
como de la espuma que subía a arrastrar mis ojos
más allá del marco.
¿Diseño puro? ¿Modernidad de la forma?
Una imagen que hablaba del estilo,
calendario de arte de lujo
en el Scarsdale de mi juventud,un pueblo donde de rigueur
se hablaba un idioma de aceptación
y se huía de lo vulgar como de la peste.
El Monte Fuji al atardecer debió haber estado al lado,
uno colgado apenas más arriba o más abajo que el otro
como las máscaras de la tragedia y la comedia
en dorado y verde amarillento
exhibidas en las paredes más comunes
de las casas que no aspiraban
a tanta sofistificación.
Pero después Pearl Harbor se irguió en los titulares,
Hiroshima y Nagasaki se contaron como hazañas
en una crónica retorcida
para justificar los campos de internamiento
y otras vergüenzas.
Los gravados de Hokusai dejaron de ser populares,
nuestro honor es tan bueno como nuestras mentiras.
En mi familia, Asia todavía era el Lejano Oriente,
tan ignoto y misterioso
como para arrancar a mis padres del tedio.
Después comprábamos verduras
de la granja de Yamamoto,
y ellos decían: qué lindos ejemplares,
tan artísticamente expuestos.
Del otro lado del Pacífico una desgracia del emperador
dio paso a las máscaras de Kabuki,
la ceremonia del té y el Zen de
El arte del mantenimiento de la motocicleta.
Selectivos, como siempre,
evitábamos mencionar a las geishas,
la caligrafía tan alabada y la acupuntura.
Hasta que encontramos un nuevo blanco para nuestra
necesidad de denigrar y despreciar,
reemplazamos las bombas de evaporar ciudades
por los U-2 y las cacerías de brujas,
juramentos de lealtad y formas más conteporáneas
de alterizar a otros
y a nosotros mismos.
Una prohibición musulmana a décadas de distancia,
todavía inimaginable
para los que nos enseñaron
a quiénes temer y odiar,
así como hoy no podemos saber
a quién se nos alentará a hacerle la guerra
en un futuro de violencia que ya nos imaginamos.
HISTORIAS QUE PIERDEN EL FINAL
Comunidades arrastradas
a dígitos solitarios
singulares entre números inimaginables,
chalecos salvavidas o cuerpos rotos
bañados en la orilla.
Una rueda de bicicleta embarrada
o una muñeca con un solo brazo
pisoteada por pies
cuyo destino se estremece
a lo lago de temporadas de querer repetido.
El idioma, como toda esa clase de desechos,
y la vida misma
caen víctimas de este desmembramiento.
En lugares inseguros
las historias pierden el final.
La guerra tiene los pies pesados,
pisa fuerte
y no le importa dónde se para,
el alboroto en sus oídos
guarda los gritos humanos de la bahía.
Reclamamos sanación, reparación,
algunos de nosotros marchamos
mientras otros escriben palabras de sanidad
sobre páginas ignoradas por los que hablan
de daño colateral.
Cuando cambian de canal,
se dicen a sí mismos que la guerra
después de todo, es la naturaleza humana,
inevitable
si queremos progresar.
DEL ALZHEIMER
No es una espiral descendente, sino una espiral
errática que tropieza
con sus propios pies.
No se puede esperar un día mejor
aunque contra todo pronóstico
una lo hace.
Escaso reconocimiento en los ojos que una vez te
devolvieron
tu amor multiplicado por mil.
Esos días pasaron.
Lo peor son las noches. Su reloj interior
perdió el ritmo dulce,
hay preguntas temerosas rondándole los labios.
Un amigo te anima a que veas el vaso
medio lleno antes que
medio vacío.
Cree que ayuda o a lo mejor
no puede sostener esta historia
con sus manos.
Como la otra, que sonríe y dice
que sabe
que va a estar todo bien.
El vaso ahora siempre está medio vacío.
El vaso medio lleno vive solamente
en la memoria.
SOBREABUNDANCIA DE Y
"Eco contempla a su anhelado Narciso
sin poder entablar conversación con él,
mientras este se enamora de su propia
imagen reflejada en un estanque".
MARY BEARD, MUJERES & PODER
Siempre supe que me gustaba
ser mujer: una chica
y después una mujer,
incluso cuando todo el mundo
miraba a través de los ojos del macho
y yo sentía en mis oídos
el silencio.
Dicen que no se recuerda
el suceso propiamente dicho
sino el recuerdo del suceso
- el crimen ancestral contra el cuerpo -
cada reiteración sucesiva
ligeramente fuera de tono o de foco,
una réplica pálida de la anterior.
Cuando se viaja, cada imagen
continúa más allá
de lo que conoció el cuerpo
lo que vieron los ojos
o pronunciaron los labios
en su lucha
por contarlo tal como fue.
1936, y al otro lado del océano
se apagaba una guerra
mientras en el horizonte amenazaba otra.
Arranqué los nombres
de entre los dientes de mis padres,
pronunciados con pasión
pero parciales, erróneos.
Ellos solo podían repetir
lo que sus padres
les habían grabado en la cabeza,
podían enseñar
solamente lo que se les enseñó:
el excepcionalismo estadounidense
como derecho del macho.
Y yo sabía, pero no sabía
que sabía.
El crimen nazi me cortó hasta el hueso la respiración
y creí
en promesas como superioridad moral
y nunca más,
mientras del otro lado de otro océano
escribíamos Japón con tinta venenosa, un lugar
donde pudimos ser
quienes no éramos.
Nosotros: los vencedores eternos,
con la verdad orgullosa de nuestro lado.
Ellos: alterizados para siempre,
forraje triste en nuestra línea argumental.
La historia repitió esas mentiras
en arrozales
y túneles subterráneos
y después, bajando por
la columna vertebral de Estados Unidos
y de vuelta al África, donde
los orígenes reflejan nuestra vergüenza.
Supe del alivio de ser mujer
e importó
mucho antes de aprender
la palabra patriarcado
o de diagnosticar esta enfermedad,
cicatriz milenaria
siempre reabriéndose en mí.
Vine a casa y a mi lengua
le creció un arbusto de ponzoña:
hongos venenosos me intimidaron la boca
hasta apoderarse de mi discurso
y me morí otra vez,
víctima de nuestra complicidad
con la mentira siempre lista.
La guerra siempre está mal.
La conquista duele
siempre
y los chicos evaporados
en Hiroshima
o ahogados en cualquier mar emigrante
dejan el mismo holograma del deseo,
la misma vida inacabada: que gana
y pierde, manteniendo
el cromosoma. Y poderoso y patético
por igual.
Supe entonces y sé ahora,
pero ahora sé que lo sé.
Y eso hace toda la diferencia.
IDIOMA NUEVO
¿Quién podría haber sabido
que inventar un idioma nuevo
para decirle la verdad al poder
no exigiría nada más
que devolver el que teníamos
a su significado auténtico?
Saquémosle revolucionario al
auto último modelo
y devolvámoslo a la lucha,
borremos rebelde del engaño fascista
y va a prosperar en los labios
de los que están a favor de vivir.
Asombrada, la joven que fui proclamó
Tengo que inventar un idioma nuevo
para esto,
buscando las palabras para expresar
lo que me habían enseñado
que no existía en ningún lugar.
Ahora sé que no se trata solamente
del uso de las palabras,
sino del poder que arrebatamos
y ponemos dentro de cada una,
afinando la puntería
mientras afilamos la lengua.
Las palabras que pronuncien nuestros nietos
van a volver a llenarnos la boca
en la tumba
desde donde seremos abono de una tierra
en la que únicamente el idioma sincero
crecerá.
MARGARET RANDALL
(Traducción de Sandra Toro)
Margaret Randall (nacida el 6 de diciembre de 1936 en la ciudad de Nueva York , EE. UU.) es una escritora, fotógrafa, activista y académica nacida en Estados Unidos. Nacida en la ciudad de Nueva York, vivió durante muchos años en España, México, Cuba y Nicaragua, y pasó un tiempo en Vietnam del Norte durante los últimos meses de la guerra de Estados Unidos en ese país. Ha escrito extensamente sobre sus experiencias en el extranjero y en los Estados Unidos, y ha enseñado en el Trinity College en Hartford, Connecticut, y en otras universidades.
Biografía:
En 1958 conoció a Elaine de Kooning en Nuevo México, donde la pintora tenía un puesto de profesora y se hicieron amigas. Margaret Randall, siendo fanática de las corridas de toros, llevaría a Elaine a México para ver estos eventos.
Randall se mudó a México en la década de 1960, se casó con el poeta mexicano Sergio Mondragón y renunció a su ciudadanía estadounidense. Se mudó a Cuba en 1969, donde profundizó su interés en los temas de la mujer y escribió historias orales principalmente de mujeres, "queriendo entender lo que una revolución socialista podría significar para las mujeres, qué problemas podría resolver y cuáles dejarían". no resuelto." Sus memorias de 2009 Para cambiar el mundo: mis años en Cuba narran ese período de su vida. Vivió en Managua, Nicaragua, de 1980 a 1984, escribiendo sobre las mujeres nicaragüenses, y regresó a los Estados Unidos después de una ausencia de 23 años.
Poco después de su regreso en 1984, se ordenó su deportación en virtud de la Ley McCarran-Walter de 1952. El caso del gobierno se basó en dos argumentos. Primero, mientras vivía en México y estaba casada con un ciudadano mexicano, había obtenido la ciudadanía mexicana, por lo que presumiblemente perdió su ciudadanía estadounidense. Esto fue en 1967. Además, bajo McCarran-Walter, el gobierno afirmó que las opiniones expresadas por Randall en varios de sus libros estaban "en contra del buen orden y la felicidad de los Estados Unidos". La directora distrital del INS justificó que “sus escritos van mucho más allá de la mera disidencia”. Con el apoyo de muchos escritores conocidos y otros, Randall ganó unCaso de la Junta de Apelaciones de Inmigración en 1989 que ordena al INS que le conceda el ajuste de estatus a la residencia permanente y la restauración de la ciudadanía.
Ahora vive en Albuquerque, Nuevo México , con su esposa, la pintora Barbara Byers. Viaja mucho para leer y dar conferencias. Fue profesora en Trinity College en Hartford, Connecticut, y también enseñó brevemente en la Universidad de Nuevo México, Macalester College y la Universidad de Delaware.
( Sacado de https://en.wikipedia.org/wiki/Margaret_Randall )
*
Algunos poema de Margaret Randall, de su obra Contra la atrocidad, Valparaíso Edic., 2021, en traducción de Sandra Toro:
COSTO ESTIMADO
Una cresta plisada de nubes cubre mis montañas esta mañana:
entre el abrazo y lo agorero, revela la decepción,
lo normal en estos tiempos.
Un científico joven y optimista propone instalar un ventilador gigante
que sople el aire helado del Polo Norte
y haga que el casquete polar vuelva a engrosarse,
evitando que una crecida de los mares se trague los países chicos
y la necesidad de aquellos cuyos ventiladores se tejen
de palma cruda y sueños comunes y corrientes.
Quinientos mil millones es el coste estimado de algo
que puede funcionar o no, y ya sabemos
lo que quiere decir estimado.
Podríamos decidir bajar la temperatura de la tierra
disminuyendo el consumo de combustibles fósiles
pero eso reduciría las ganancias
y entonces, ¿como vamos a pagar el ventilador? Dicen que
el problema de los poetas es que no alcanzamos a entender
lo complejo que es todo,
ocupados como estamos en contemplar un manto inesperado de nubes
y atando cabos
a la luz diáfana de la mañana.
SOBREVOLANDO ESTE NIDO GENEROSO
El bisonte americano ayer, como hoy el ñu
o el caribú, los gansos de Canadá,
las mariposas monarca y el salmón,
que luchan aguas arriba contra la corriente:
todos siguen su instinto estacional, la necesidad
de ir y volver gravada en el ciclo
que describe cada travesía.
Las ballenas nadan kilómetros para alimentarse,
aparearse y dar a luz, sus viajes anuales
las llevan por costas que se desmoronan
a recibir a las nuevas generaciones,
mientras circunnavegan el sonar naval
y otros impedimentos
con una determinación que sorprende.
Percepción magnética, orientación lunar,
puntos de referencia, ecolocalización,
rastros olfativos o térmicos:
patrones de movimiento trasmitidos
de generación en generación
atraen y repelen comunidades enteras
que sobrevuelan este nido generoso.
Nosotros los humanos también seguimos los patrones
que fija la necesidad. Los desplazados de Europa
desafían los océanos para volver a empezar en un lugar nuevo,
los negros del sur se trasladan al norte en busca
de trabajo y dignidad.
Expedición o desalojo
según quien cuente la historia.
Pero el macho necesita demasiado seguir un rastro
de sangre: desaparición, exilio, guerra.
La Travesía del Atlántico recuerda
los barcos asquerosos repletos de cargamento humano.
Las migraciones de hoy dejan un rastro de
chalecos salvavidas desinflados, juguetes perdidos,
historias cercenadas antes del Fin.
El hombre, y casi siempre es el hombre, tiene hambre
de guerra, su obsesión le exige
propiedades valiosas y una ventaja obscena en
el tablero gigante de Monopolio de la destrucció.
A sus víctimas no les queda otra salida más que morir
mientras los animales - los mejore de nosotros - siguen
el rastro del pasto tierno, el tiempo y la memoria.
CADA MIEDO RECIBE UN MILLÓN DE VISITAS
Nos emociona la evidencia del ingenio ancestral,
el desubrimiento de un dedo del pie ortopédico
hecho de cuero y madera
en Egipto hace 3000 años.
Buscamos consuelo en los números,
de Fibonacci o del Caos,
en los calendarios que alguna vez marcaron nuestros días,
en la armonía tenaz de la dorada proporción.
Algunos sobrevuelan los sistemas que prescriben
sacerdotes y gurúes, más fácil
seguir a un lider
que dar cuenta de este aire sórdido que respiramos.
Sentimos que son los peores tiempos
nada más porque son nuestros tiempos.
Holocaustos y genocidas atraparon también
a nuestros padres con sus dientes omnívoros.
Las titulares vociferan las noticias del día y cada miedo
recibe un millón de visitas.
Tiempo de reconocer nuestros errores
y ponernos el sayo que nos quepa.
TODO LO QUE CANTAMOS
Todo lo que cantamos puede perderse. Lo que fue
y ya no es o lo que nunca fue.
Un poema: es eterno hasta que alguien lo escribe.
Este es mi momento único:
Soy mortal, y sin embargo, ignorante de mi mortalidad.
Hoy que cualquiera puede dejar la misma marca
busco y no encuentro mi cara en los espejos.
Escribo este silencio
para que algún sonido pueda contradecirlo
y se descubra: humano y errado.
PARA ALLANAR EL CAMINO
A LA EXTINCIÓN
La industria nunca se cansa de allanarnos el viaje,
y muchas veces con éxito: de las fragatas a los caballos,
la diligencia, el tren, el avión y por último las naves espaciales.
Separar y reensamblar nuestras moléculas
es todavía una fantasía de Star Trek,
pero invertimos nuestro futuro en inventos.
El batidor le alivió el trabajo a la muñeca
hasta que apareció la procesadora
e hizo que semejante esfuerzo quedara obsoleto.
Las películas mudas se volvieron habladas, al blanco y negro
lo reemplazó el color, la radio cedió paso a la televisión
y en cada anillo decodificador nuevo lo más clásico es lo mejor.
Cuando aprendí a manejar, señalizábamos a mano,
con la ventanilla baja y el brazo izquierdo desafiando el frío y la lluvia.
Las máquinas de escribir eléctricas sustituyeron a sus antecesoras manuales,
después llegaron las pc, la tecla de borrado
y las impresoras, y arrasaron con el corrector,
el carbónico y los dedos manchados.
Las calculadoras tomaron el lugar de las reglas de cálculo
para dar paso a la sofistificación digital.
Las luces LED se anunciaron
ecológicas, y las papeleras de reciclado
se llenaron de orgullo cívico. Tuvimos medias que no se corren
antes de preguntarnos: ¿para qué nos ponemos medias?
Pero los avances de hoy parecen seguir
con amenaza de pánico.
Cuando me convencí de que mi computadora
es indispensable, Aple anuncia
que no soporta más los programas que tanto
me esforcé en dominar.
¿Debería volver al cuaderno y al lápiz,
aliviada por no tener que aprender
otra mejora tecnológica,
o nada más rendirme, sentarme y maravillarme
de lo que hace toda obsolescencia programada
para allanarme el camino a la extinción?
LIBROS
Abro un libro, y su mundo me sale al encuentro
en blanco y negro, como una foto vieja
o una película donde el color viene
de la imaginación nutrida de otros libros
y de la vida, lugares del corazón o del miedo
reflejados en espejos dentro de espejos,
posibilidades enmarcadas por el cielo y el monte.
Ninguna ventaja para mí. Las cabezas redondas de los demás
de primero encontraron sus agujeros redondos, en cambio yo
me esforcé por abrazar el código que me eludía,
mientras él conectaba símbolo y sonido:
amor fonético.
Para segundo grado, ya estaba lista, lista y sintonizada
con los personajes que a veces me eran familiares
cuando los demás seguían siendo desconocidos con derechos
por mucho que leyera y releyera sus historias.
Los lugares también se volvieron personas, reales como una tierra
por la que un día iba a caminar.
Libros prohibidos, la literatura que un mercado libre puede aceptar
y la que no, un juicio en el que mi país
de nacimiento ordenaba deportarme
por lo que escribo: todo eso iba a venir más tarde,
avivando no solamente mi deseo de leer lo que quiero,
sino el de pensar y escribir lo que debo.
Hoy, que los dispositivos electrónicos imperan,
las reseñas dependen de lo que la prensa pueda gastar
en publicidad y los premios caen de las torres de marfil
a manos obedientes, todavía encuentro consuelo
en mi rincón del sofá, pasando páginas de papel,
oliendo el aroma de la tinta impresa que se desvanece.
EL VERBO ROMPER
Está la rotura admisible
que aprendimos a llamar
daño colateral.
Puedes romperte el lomo metafórico,
romperle el alma a un chico (que nunca es una metáfora),
la confianza sagrada y hasta una ley injusta.
Perdóname, se arrastra él, te prometo
que no va a volver a pasar.
Maquillándose la piel rota,
la mujer repite su historia,
escucha el ruego del marido, le esquiva
los ojos, que ya están llenos de amenaza futura.
Años después de la furia del padre, la artista titula
su cuadro Papi te va a pegar,
alude al brazo infantil en cabestrillo
como espacio negativo.
Y sí, era su brazo.
Y sí, él se lo rompió.
Uno dice Estoy en bancarrota y está un par de millones abajo
en acciones preferenciales.
Para otra las mismas palabras
significan tener que optar entre el alquiler,
comprar comida o el lápiz de epinefrina
para mantener vivo al hijo.
Cuando emergen fosas comunes en un mapa
de guerra que no cesa, los huesos se podan
de otros huesos. La rotura humana
le revela al paisaje que nacemos
de lo que nos dice a cada uno
el verbo romper.
ENRIQUECIDOS POR EL ARTE Y LA
REVOLUCIÓN
Cuando me vaya y agosto llegue
a mi desierto,
la lluvia va a empapar la arena,
su rico aroma subirá
a meterse en los pulmones de otra madre o caminante,
alguien cuya intención y deseo
no podré conocer.
Cuando me vaya, este cuadro de islitas,
árboles en miniatura y pájaros
flotando en un océano mágico azul cobalto
va a estar colgado en la casa de alguien más.
¿Esa persona contará la historia
de los campesinos pobres de Nicaragua
enriquecidos por el arte y la revolución?
Una nieta heredará quizás
mis aros de turquesa.
Las ollas de barro que usé por años,
con su picor llenando la casa,
van a ofrecer nuevas generaciones
de pan.
Alguien que todavía no nació tal vez lea este poema.
¿Pero quién hará las preguntas
nacidas de las respuestas
que hoy me desvelan?
¿Quién va a saber del calor
de este amor tan grande
o atrapará los fragmentos de mi memoria
reunidos justo antes del amanecer?
SONRÍAN
La primera vez que oí la palabra,
probablemente no fue que papá
o cualquier otro
estuviera por sacar una foto
para registrar en la memoria familiar
lo felices que eran todos ese día.
La exhortación pudo haber sido
sonrían o pudo haber sido whisky,
que en castellano levanta las mejillas
y estira los labios
con ese rictus de alegría
que promociona la infancia perfecta.
O quizás ocurrió antes, cuando instaba
a que la expresión de sus pequeños
fuera un gesto que le permitiera
escribir "Primera sonrisa del bebé"
antes de poner la fecha, y Madre podía estar
conforme de que cumpliera todos los hitos.
Tiene que haber una historia, porque hoy
soy reacia a sonreírle
a cualquiera o en cualquier ocasión.
Quiero que mi sonrisa signifique algo,
que florezca por una causa,
que se despliegue de placer genuino.
Por ese mismo motivo, la retengo
cuando una situación requiere
una respuesta en serio.
Hay gente que no me va
a sacar nunca una sonrisa,
no importa a cuántos bebés pueda besar.
ELLA SABE (3)
Ella sabe que las guerras nacen de la ambición de poder,
se ganan solamente en la imaginación del poder
y se pierden una y otra vez
en el campo de batalla.
Y sabe que ese campo
es donde nosotras vivimos
y morimos.
MARÍA ERA UNA MENOR
Bueno, María era una menor - una de tantas explicaciones
con las que pretende justificarse el candidato a senador
acusado por abusar de una menor de edad.
Cuarenta años pasaron, y ahora esta tormenta perfecta
de mujeres valientes la reciben hombres que
de pronto están obligados a escuchar.
Me acuerdo de Anita Hill enfrentándose a esa barrera de trajes pomposos,
de su voz de clarín abrumada por los privilegios de los machos,
blancos y negros.
Él está en la mira, acusado por una nación de sobrevivientes
decididas a contar sus secretos y de hombres que esperan
no ser el próximo en la línea de fuego.
¿Pero qué es esto de que María era una menor? ¿Están diciendo que
no era virgen? ¿Que Dios era un depredador?
¿O afirmando que el dogma que justifica milenios
de crimen patriarcal acá también opera, excusando
a cada devoto pedófilo que creyó
que podría salir impune de una violación?
CONTRA LA ATROCIDAD
Para las generaciones que año tras año salen de la
Escuela de poéticas desencarnadas de Jack Kerouac,
preparadas para hacer arte contra la atrocidad.
Contra la atrocidad y a favor
de todo lo que no sea atrocidad.
Esto tiene que ver con la historia,
ese conocimiento que nos sigue borrando
de manera que hay que volver a empezar.
Cuerpo único o masa de cuerpos
que contamina nuestro hábitat,
viento, fuego y mares que suben,
jaurías de perros rabiosos
en ladrante convivencia
repitiéndose
donde la suavidad y la compasión
florecerían si se les diera una oportunidad.
Dónde podemos escondernos de las mentiras:
el himno enfermo de este siglo,
palabras trastocadas
en miedo, furia, avaricia
y transmutadas en actos
porque seguir hasta el final siempre es mejor
que faltar a una promesa
y, ya se sabe,
tenemos que terminar lo que empezamos.
Yo quiero lo que tiene mi vecino:
el tablero de Monopolio viviente,
empujar piezas de casillero en casillero
- mis piezas, mis casilleros -
Ferrocarriles y Servicios, Rentas e Impuesto al lujo,
Hoteles, Calles, Cárcel - Preso
o De visita...
El juego de las ideas:
inconcebible hasta que juegan todos,
la imaginación desquiciada.
Si es un pueblo contra los suyos
lo llamamos Genocidio.
Si somos nosotros contra otros,
Estados Unidos Primero
y si un padre, maestro o cura
toma lo que no es suyo
repetimos Nuestro secretito.
Secretos que se multiplican como plaga
porque los chicos serán chicos
y los hombres serán hombres.
Contagio abominable propagado por manos ensangrentadas
que crecen de las mangas
de trajes monocromáticos con corbata rojo punzó,
dashikis africanas, thwabs árabes,
trajes Sun Yat-sen y Mao
o guayaberas tropicales:
para cumplir órdenes tan siniestras
hay que vestir con propiedad.
Y los hombres también sufren y mueren,
no todos pueden vivir
con sus privilegios.
Cuando lastimás a otro
también es tu humanidad
la que se pierde
entre terminaciones nerviosas golpeadas
y el pinchazo del alambre de púas.
Si estás en Idaho, con el ojo y la mano
en una pantalla
que apunta al otro lado del mundo,
decimos que es más fácil
escapar del TEPT,
más limpio y más efectivo,
pero no para los que vinieron
a celebrar la boda
o se atrevieron a ir a la escuela.
Cuando cometen el error
de interponerse en el camino
le decimos Daño Colateral:
resulta que estaban justo
en el lugar y el momento equivocados.
Cuando no hay testigos
mentimos:
tantos cabecillas enemigos
derribados de un solo golpe.
Siempre listos para culpar a la víctima
y no a nosotros,
al chico negro que
algo habrá hecho,
a la chica de la pollera demasiado corta
o a la mujer que volvió loco al marido.
No me hagas que te pegue,
dijo él
y te guardás la vergüenza
hasta que te quema la palma de la mano
levantada contra tu propio hijo
o vecino o enemigo:
el rastro interminable de la lágrima de la atrocidad.
Anunciamos que le dimos fin a la guerra,
que salvamos a decenas de miles
cuando esos que llamábamos otros
nos parecían bastante distintos,
no hacía falta reconocer las vidas,
solamente los números:
pájaros blancos diminutos ascendieron en la bola de fuego
y a Little Boy la dejamos atrás.
Una bomba para acabar con todas las bombas
o una guerra para acabar con todas las guerras,
pero las guerras siempre traen guerras nuevas,
hasta que podamos hacer una bomba mejor
tan precisa y poderosa
como para poner en la mira su objetivo instantáneo
y llevarle la muerte
sobre nuestras alas de virtud.
Esgrimimos Seguridad Nacional
frente a los campos de internamiento
o los muros fronterizos,
a los chicos arrancados de madres
que hubieran preferido perderlos
en esta tierra de oportunidades
antes que llevárselos de vuelta por el camino que vinieron:
muerte segura en la santidad
de un hogar bajo amenaza.
Si son millones les decimos Holocausto,
si fue en una celda de la cárcel
no lo llamamos Tortura
sino Interrogatorio Mejorado:
cinta brillante o línea extra de puntos
cosida para callar la boca.
Si los sacamos de la casa o de la calle
y nunca se los vuelve a ver,
le decimos Desaparición,
fenómeno singular
que hace imposible el cierre,
un castigo que se prolonga hasta que
la muerte nos separe.
Atrocidad de la ausencia, la presencia,
el lenguaje y la intención,
lo que fue quitado o impuesto
coagulándose
en el filo terrible del machete.
Palestina
Ruanda
Sarajevo
el Delta del Mississippi
y el sur de Chicago
las piedras antiguas de Siria
y los edificios modernos
donde una familia de siete
ahora es una familia de cuatro
o de uno
o de ninguno.
Y el hijo se abraza a la pierna de la madre,
con los ojos dilatados de preguntas
que no tienen respuesta.
El niño es más porque es menos,
cuerpo pálido bañado en una playa:
tema central del noticiero de la noche.
Por un segundo la foto pide compasión,
enfundado en un chaleco naranja
o prendido de la espalda de su padre,
lanzado a una fosa común
o envuelto en un poco de tela
ocupando una caja demasiado chica para la muerte.
Pero la muerte devora carne tierna
seca las lágrimas
que no entendemos
porque caen
en el idioma de otro,
poniéndonos en automático
mientras nos cambia las moléculas.
Oh, nosotros, los Elegidos que podemos salvar
a tantos bebés nonatos
o Almas de Cristo
o Indios de Madera
o Esclavos Felices,
familias tradicionales
ahogadas de dolor tradicional.
Adolescentes que creían que eran gays
hasta que los cogimos
como les hacía falta que se los cogieran
o los obligamos
a hacer terapia de conversión.
A ella que nació él o reclamó el ellos
del arco de la identidad:
todavía la arrastra el camión del redneck
o la golpean y la abandonan para que se muera
en un cerco de Wyoming.
Atrocidad, atrocidad: una en uno
o una en un millón:
el legado de las novias jóvenes
a las que enterraron vivas
con sus esposos muertos
o Hipatia descuartizada miembro por miembro
en la puerta de su biblioteca.
La mujer agradecida de someterse
a su hombre
su dios
su lugar bajo el sol
pero el sol no brilla
sobre la atrocidad,
no va a volver a brillar
hasta que nos acordemos de
cómo resistir el peso
de esta historia falsa
metida a la fuerza en las bocas con hambre:
la atrocidad como actos de heroismo,
mentiras que oscurecen la verdad.
Buena Guerra, el oxímoron
que atonta y mata
de los dos lados del altar,
de los dos lados del océano,
de todos los lados del futuro.
Únicamente la respiración profunda de la memoria
puede transformar nuestra vergüenza en poder:
profunda como una herida antigua,
suave como el abrazo
que no excluye a ninguno.
Bienvenidos a
Nuestra Última Oportunidad.
SIN EXPLICACIÓN NI EQUILIBRIO
A veces el mejor de los días se enrosca en una mota de polen
y tenés que evitar aplastarlo al caminar.
Casi invisible a simple vista, es fácil de confundir
con lo que se barre debajo de las alfombras y el olvido.
A veces el peor de los días lo comparten miles
y otras veces estás solo cuando las cuchillas del viento
te arrancan la carne tierna de las mejillas,
húmedas de derrota líquida y sangre cansada.
Si Mengele hubiera observado su juramento de no hacer daño,
si el guardián del estadio hubiese escuchado la canción
de la última guitarra de un músico, o los 19 pasajeros
no hubieran pasado la seguridad ese día, otro de los peores.
Si el policía veterano hubiera estacionado el patrullero
para tomarse un café en lugar de responder a la alerta
de un hombre joven, negro, caminando sin rumbo
con las manos en los bolsillos y, ¿quién sabe?
Si el marido no se hubiese tropezado con la banda sonora de su padre,
si la mujer hubiese agarrado a su hijo y desaparecido
en vez de pedirle perdón por última vez,
si los vecinos no hubieran pensado: no es asunto mío.
Pero entonces, oh entonces, si mis hijos no hubieran llegado,
con un mapa de autopistas y caminos a la espera
de sus pasos, nietos, bisnietos,
pistas de obstáculos y sueños nuevos.
Si yo no hubiera parado en ese puente, inmóvil en la ciudad
donde todo se detuvo, no hubiera sabido que
venías para quedarte, que íbamos a estar juntas
el resto de nuestros días. Los mejores.
La manera en que el mundo asciende y cae, como un subibaja de vida,
sin explicación ni equiulibrio, nada que se parezca
a un rayo de esperanza para cualquier nube hinchada de lluvia
o a desaparecer en un destello de luz.
"FAKE NEWS"
Un tejido denso de mentiras nos mantiene en la
incertidumbre de si mañana el sol saldrá,
esta noche la oscuridad va a reconfortarnos
o el exceso de azucar seguirá
aumentándonos la circunferencia
y volviendo locos a nuestros hijos.
Si el showman-en-jefe es capaz de tuitear
140 letras de cualquier movida
que invente para apuntalar su ego temblón,
¿dónde podremos cosechar verdad
en estos campos que regamos
con las lágrimas de nuestros hijos?
Seguro alguien - ¿vos? - va a dar vuelta
la tierra fértil de un surco inagotable
y a descubrir enterrada una raíz de cordura,
de energía a la espera
de ayudarnos a salvar
al planeta y a nosotros mismos.
DISPARARLE AL PERRO TRAJO ALIVIO
Todos los días hasta los 16 el padre le dijo:
homo, maricón, no pareces hijo mío.
Después se fue de la casa.
Ahora, cuando le pega al tipo ensangrentado
que parece o habla diferente,
se siente un hombre
por un instante fugaz.
Puta, le gritó la madre, cuando
llegó dieza minutos tarde a casa
y trató de pasar desapercibida a su habitación.
En la escuela murmuraba sobre las chicas malas.
Ahora dice que los golpes son culpa de ella:
si nada más pudiera aprender
a dejar de poner tan nervioso al marido.
Estúpida, imbécil, fea: cada burla
cobró peso
mientras crecía,
y dispararle al perro trajo alivio,
ahora del lado de dar:
repartir el dolor,
multiplicándolo en los otros.
NACÍ EN EL BUEN E U DE A
Cuando me cerró la incisión,
el ayudante del cirujano
dejó la mayor parte del Mediterráneo
adentro.
Con tantas balsas improvisadas
desesperando de inmigrantes
se hacía difícil dormir.
Chalecos naranjas portando cuerpos sin vida
me inundaron los órganos
y después de eso
nada anduvo bien.
Un campo de refugiados sudaneses me creció
dentro del cráneo,
oprimiéndome el hueso
como si la insistencia
fuera la mejor parte de la razón.
Podía oírme a mí misma argumentar
que nací
en los buenos E U de A
y que vine equipada solamente
para lidiar con problemas del primer mundo.
Pero un exceso de calorías peligrosas
me había adelgazado la voz.
Y nadie escuchó mis lamentos.
El cirujano y su equipo
tenían cobertura total
contra esa clase de quejas.
Mi cuerpo avejentado contiene
todos los materiales en bruto,
todos los estudios de doble ciego,
las instrucciones y los métodos.
No hay más espacio
para maniobrar una respuesta adecuada.
LA GRAN OLA DE HOKUSAI
La gran ola de Hokusai estaba colgado en la casa donde crecí,
lo impreso y el océano se alzaban ahí grabados juntos,
las gotitas delicadas y el poder atronador
suspendidos sobre un casi invisible bote de pesca
tan parte de un mar estilizado
como de la espuma que subía a arrastrar mis ojos
más allá del marco.
¿Diseño puro? ¿Modernidad de la forma?
Una imagen que hablaba del estilo,
calendario de arte de lujo
en el Scarsdale de mi juventud,un pueblo donde de rigueur
se hablaba un idioma de aceptación
y se huía de lo vulgar como de la peste.
El Monte Fuji al atardecer debió haber estado al lado,
uno colgado apenas más arriba o más abajo que el otro
como las máscaras de la tragedia y la comedia
en dorado y verde amarillento
exhibidas en las paredes más comunes
de las casas que no aspiraban
a tanta sofistificación.
Pero después Pearl Harbor se irguió en los titulares,
Hiroshima y Nagasaki se contaron como hazañas
en una crónica retorcida
para justificar los campos de internamiento
y otras vergüenzas.
Los gravados de Hokusai dejaron de ser populares,
nuestro honor es tan bueno como nuestras mentiras.
En mi familia, Asia todavía era el Lejano Oriente,
tan ignoto y misterioso
como para arrancar a mis padres del tedio.
Después comprábamos verduras
de la granja de Yamamoto,
y ellos decían: qué lindos ejemplares,
tan artísticamente expuestos.
Del otro lado del Pacífico una desgracia del emperador
dio paso a las máscaras de Kabuki,
la ceremonia del té y el Zen de
El arte del mantenimiento de la motocicleta.
Selectivos, como siempre,
evitábamos mencionar a las geishas,
la caligrafía tan alabada y la acupuntura.
Hasta que encontramos un nuevo blanco para nuestra
necesidad de denigrar y despreciar,
reemplazamos las bombas de evaporar ciudades
por los U-2 y las cacerías de brujas,
juramentos de lealtad y formas más conteporáneas
de alterizar a otros
y a nosotros mismos.
Una prohibición musulmana a décadas de distancia,
todavía inimaginable
para los que nos enseñaron
a quiénes temer y odiar,
así como hoy no podemos saber
a quién se nos alentará a hacerle la guerra
en un futuro de violencia que ya nos imaginamos.
HISTORIAS QUE PIERDEN EL FINAL
Comunidades arrastradas
a dígitos solitarios
singulares entre números inimaginables,
chalecos salvavidas o cuerpos rotos
bañados en la orilla.
Una rueda de bicicleta embarrada
o una muñeca con un solo brazo
pisoteada por pies
cuyo destino se estremece
a lo lago de temporadas de querer repetido.
El idioma, como toda esa clase de desechos,
y la vida misma
caen víctimas de este desmembramiento.
En lugares inseguros
las historias pierden el final.
La guerra tiene los pies pesados,
pisa fuerte
y no le importa dónde se para,
el alboroto en sus oídos
guarda los gritos humanos de la bahía.
Reclamamos sanación, reparación,
algunos de nosotros marchamos
mientras otros escriben palabras de sanidad
sobre páginas ignoradas por los que hablan
de daño colateral.
Cuando cambian de canal,
se dicen a sí mismos que la guerra
después de todo, es la naturaleza humana,
inevitable
si queremos progresar.
DEL ALZHEIMER
No es una espiral descendente, sino una espiral
errática que tropieza
con sus propios pies.
No se puede esperar un día mejor
aunque contra todo pronóstico
una lo hace.
Escaso reconocimiento en los ojos que una vez te
devolvieron
tu amor multiplicado por mil.
Esos días pasaron.
Lo peor son las noches. Su reloj interior
perdió el ritmo dulce,
hay preguntas temerosas rondándole los labios.
Un amigo te anima a que veas el vaso
medio lleno antes que
medio vacío.
Cree que ayuda o a lo mejor
no puede sostener esta historia
con sus manos.
Como la otra, que sonríe y dice
que sabe
que va a estar todo bien.
El vaso ahora siempre está medio vacío.
El vaso medio lleno vive solamente
en la memoria.
SOBREABUNDANCIA DE Y
"Eco contempla a su anhelado Narciso
sin poder entablar conversación con él,
mientras este se enamora de su propia
imagen reflejada en un estanque".
MARY BEARD, MUJERES & PODER
Siempre supe que me gustaba
ser mujer: una chica
y después una mujer,
incluso cuando todo el mundo
miraba a través de los ojos del macho
y yo sentía en mis oídos
el silencio.
Dicen que no se recuerda
el suceso propiamente dicho
sino el recuerdo del suceso
- el crimen ancestral contra el cuerpo -
cada reiteración sucesiva
ligeramente fuera de tono o de foco,
una réplica pálida de la anterior.
Cuando se viaja, cada imagen
continúa más allá
de lo que conoció el cuerpo
lo que vieron los ojos
o pronunciaron los labios
en su lucha
por contarlo tal como fue.
1936, y al otro lado del océano
se apagaba una guerra
mientras en el horizonte amenazaba otra.
Arranqué los nombres
de entre los dientes de mis padres,
pronunciados con pasión
pero parciales, erróneos.
Ellos solo podían repetir
lo que sus padres
les habían grabado en la cabeza,
podían enseñar
solamente lo que se les enseñó:
el excepcionalismo estadounidense
como derecho del macho.
Y yo sabía, pero no sabía
que sabía.
El crimen nazi me cortó hasta el hueso la respiración
y creí
en promesas como superioridad moral
y nunca más,
mientras del otro lado de otro océano
escribíamos Japón con tinta venenosa, un lugar
donde pudimos ser
quienes no éramos.
Nosotros: los vencedores eternos,
con la verdad orgullosa de nuestro lado.
Ellos: alterizados para siempre,
forraje triste en nuestra línea argumental.
La historia repitió esas mentiras
en arrozales
y túneles subterráneos
y después, bajando por
la columna vertebral de Estados Unidos
y de vuelta al África, donde
los orígenes reflejan nuestra vergüenza.
Supe del alivio de ser mujer
e importó
mucho antes de aprender
la palabra patriarcado
o de diagnosticar esta enfermedad,
cicatriz milenaria
siempre reabriéndose en mí.
Vine a casa y a mi lengua
le creció un arbusto de ponzoña:
hongos venenosos me intimidaron la boca
hasta apoderarse de mi discurso
y me morí otra vez,
víctima de nuestra complicidad
con la mentira siempre lista.
La guerra siempre está mal.
La conquista duele
siempre
y los chicos evaporados
en Hiroshima
o ahogados en cualquier mar emigrante
dejan el mismo holograma del deseo,
la misma vida inacabada: que gana
y pierde, manteniendo
el cromosoma. Y poderoso y patético
por igual.
Supe entonces y sé ahora,
pero ahora sé que lo sé.
Y eso hace toda la diferencia.
IDIOMA NUEVO
¿Quién podría haber sabido
que inventar un idioma nuevo
para decirle la verdad al poder
no exigiría nada más
que devolver el que teníamos
a su significado auténtico?
Saquémosle revolucionario al
auto último modelo
y devolvámoslo a la lucha,
borremos rebelde del engaño fascista
y va a prosperar en los labios
de los que están a favor de vivir.
Asombrada, la joven que fui proclamó
Tengo que inventar un idioma nuevo
para esto,
buscando las palabras para expresar
lo que me habían enseñado
que no existía en ningún lugar.
Ahora sé que no se trata solamente
del uso de las palabras,
sino del poder que arrebatamos
y ponemos dentro de cada una,
afinando la puntería
mientras afilamos la lengua.
Las palabras que pronuncien nuestros nietos
van a volver a llenarnos la boca
en la tumba
desde donde seremos abono de una tierra
en la que únicamente el idioma sincero
crecerá.
MARGARET RANDALL
(Traducción de Sandra Toro)
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