MARGARET ATWOOD
Margaret Atwood es una escritora canadiense, considerada una de las principales figuras del mundo de las letras en la actualidad.
Nacida en Ottawa en 1939, Atwood inició su carrera literaria componiendo poesía, para luego comenzar a escribir relatos, campo en la que se ha convertido en una verdadera maestra, así como novelas. En cuanto a la temática de sus obras, es muy variada; trabaja desde la crítica literaria a la novela realista, pasando por la ciencia ficción -término con el que no se siente nada cómoda-, hasta la literatura comprometida en defensa de los derechos de la mujer.
Su obra más conocida es El cuento de la criada (1985), novela con la que recibió premios como el Arthur C. Clark o el Los Ángeles Prize.
Otros galardones recibidos a lo largo de su carrera han sido el Booker, el Governor General y el Príncipe de Asturias de las Letras, que le fue otorgado en el año 2008.
POEMAS:
A MEDIANOCHE
A medianoche me despierta la lluvia, un aguacero,
el viento azota las hojas, orejas
enormes, plumas enormes,
como un animal perseguido, un perro
gigantesco o un cerdo salvaje. Truenos y ventanas
que se estremecen; del tejado metálico
cae una tromba de agua.
Estoy tumbada bajo el mosquitero,
enredada en una tela húmeda, el pelo lleno de sal.
Cuando escampe habrá luciérnagas
y estrellas, más brillantes que en cualquier lugar;
podría contemplarlas en momentos
de pánico. Están a años luz, si lo piensas.
A la porra la poesía, es a ti a quien deseo:
tu sabor, la lluvia
en tu cuerpo, mi boca en tu piel.
MAGARET ATWOOD (De “historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
PEQUEÑOS POEMAS PARA
EL SOLSTICIO DE INVIERNO
1
Una página en blanco: lo que
brilla en ti no es la nada,
aunque es igual de limpio, igual de azul
y he vivido lo bastante para saber
que debo renunciar al deseo
de tocar ese brillo.
¿Qué es lo que brilla?
Estrellas, cristal roto y agua,
y tú, vestido con la serena camisa azul,
de pie, al lado de una ventana,
mientras llueve, sin que suceda
casi nada, intocable.
Pones la mano
en la luz, y se revela no sólo
la mano, también la luz;
es el brillo donde se tocan ambas.
Otras cosas hechas de luz:
las alucinaciones y los ángeles.
Si extendiera mis manos
hacia ti, ¿desaparecerías?
2
La caída libre es caer, pero al menos es
libre. Ni siquiera sé
si salté o si me empujaron,
pero no importa ahora
que estoy aquí arriba. No hay alas
ni red, pero por un instante
hay una magnífica
vista: el mar,
una línea de olas, acantilados pardos
con mechones de maleza, tu cara
vuelta hacia arriba, un cero blanco.
Ojalá supiera
si vas a cazar o sólo a mirar.
3
Boca a boca,
te devuelvo a la vida.
¿Por qué te has ahogado así,
sin avisarme?
¿Qué te ha aletargado? Lo que
se alzó sobre tu cabeza
era algo paulatino y sólo
el aire de todos,
cotidiano y letal.
Tu cabeza flota sobre tu mano,
en el agua, te das
la vuelta, tu corazón retorna
incierto a sus dos sólidos sonidos.
Te estoy devolviendo
a la vida, aunque el rescate es mutuo.
4
Conduzco hacia mi frío hogar en este tiempo húmedo,
con las manos en el volante helado, espero una chimenea;
aguanieve en el cristal, dejo atrás un accidente,
luego otro. En algún lugar habrá uno más,
y será el mío. En un minué
nos soltamos el uno del otro; en un accidente,
no. La danza es algo deliberado pero
¿me soltaste o no,
estaba demasiado cerca del hueso para ti, era eso
el dolor, estoy muerta? No
me he roto nada, pero no tengo piel,
el roce más ligero me sacaría las vísceras.
Despacio, despacio, nadie quiere ver sangre.
Floto sobre las negras carreteras, puro hielo.
5
No hay un camino claro:
escribo sobre las rayas de este papel
amarillo. Poesía. Son detalles
como éste los que me empujan,
y las insufribles campanitas
que suenan en las esquinas, de camino
hacia ti, y cantan sobre el hambre,
la sombra y la miseria.
6
Las semanas pasan en un abrir y cerrar de ojos, el solsticio de invierno,
con sus ramas muertas de abetos,
y las pequeñas hogueras desesperadas
ya casi ha llegado
una y otra vez, en cincuenta versiones,
los árboles se vuelven azul pálido; los campos, pardos
por última vez en el año.
Tenemos un minuto, quizá dos,
un tiempo en el que caminamos juntos
hacia los lindes de ese bosque eternamente verde
en el que nunca entraremos
a través de la nieve acumulada
sin color,
recién caída,
recién caída,
en la que no dejaremos huellas.
7
Este poema es luctuoso
y tierno y está lleno
de quejas: ¿dónde estabas
cuando me hacías falta?
Quisiera hacer
una ramo de hermosas palabras limpias,
para entregártelo y marcharme,
misión cumplida. Pero no puedo
hacerlo. Éste es el día más corto
del año, encogido,
varicoso y gélido, sordomudo.
Esa de la esquina soy yo, con aguanieve
hasta el cuello, sin palabras. ¿Dónde estás?
8
¿Crees que vivo en una torre de marfil
donde el teléfono no suena
y nadie come? Pero sí lo hace, también comen
y dejan migas y los cuchillos sucios.
En el recibidor, el olor a perro
se filtra a través de la puerta, junto a
mugrientos abrigos de piel y las entrañas
de gargantas carnívoras. Abandono
y caos, el aire arrastra las frías cenizas
del horno hacia el suelo.
Gatos con espinas que se derriten
se acicalan en cada esquina
vacía. ¿Quién los ha alimentado? ¿Quién lo sabe?
Lo que quiero que veas
es que todo es banal; incluso
mientras escribo el timbre de la puerta
golpea en el piso de abajo, hay constantes ataques
de la radio, y otra
cara inocente ha sido aplastada, otro
par de botas se oye en el vestíbulo.
No hay misterio, quiero decírtelo:
ningún misterio, no más
que en cualquier otra cosa. Lo que hago
es normal; no es
sorprendente, como tú;
no es más difícil que el amanecer.
9
Algunos dirán que no hay excusa
para esta conspiración nuestra: mientras los hombres
se matan y mutilan los unos a los otros, y lo llaman política; incendian
edificios; queman a niños; hieren
a mujeres en los ojos o en el vientre, nosotros
nos cogemos las manos en el bar de la esquina.
Una distracción aparta tu mente
del trabajo o de la pantalla inquieta
donde la muerte es un suceso, el amor
no lo es, a no ser que se trate de un doble
suicidio, ¿Cómo puedo justificar
este tierno poema frente al más puro
horror? Una refinada apariencia, una
estupidez en este lugar de agrietado
fango gris, en el que los bebés se hinchan
y luego se marchitan y sólo hay una
forma rápida de huir del hambre.
Cogerse las manos es un lujo
que sólo se permiten los gordos.
No obstante, si no hubiera otra cosa
más que matar o que te maten, ¿por qué no
matar, entonces? Te conozco por tus
contradicciones. Conozco tu ausencia.
10
Por supuesto que soy una contadora
de mentiras mundanas, como: intentaré
no mentirte jamás; como:
en el día de mañana la tierra
inclinará su eje hacia el sol
otra vez; la luz se tornará más intensa;
será ya primavera y tú
estarás feliz. Como:
soy capaz de volar. Desearía poder
creerlo. En su lugar, estoy
aquí atascada, en este derroche de detalles,
verdades, hechos; dientes, guantes y calcetines.
No confío en el amor,
porque carece de color y forma.
11
Quiero que te sorprendas,
sin embargo, y que seas avaricioso, como un niño
que no necesita elegir, porque todas
las opciones son posibles y simples
como las golosinas. Un puñado
de globos que agarras y de repente
estás en medio del aire. Placer
en estado puro, es lo que deberías
tener, no esas arduas
cadenas y las manos atrapadas en redes,
ni futuros enmarañados.
Mira, tiendo las manos hacia ti,
no tienen líneas, parecen escaldadas,
o borradas. Qué ingenuidad. Supón que pudiera hacerlo,
¿querrías que lo hiciera?
12
Por la tarde, un caos de papel
y lazos de colores-
Llueve y llueve. Estás ausente,
como si no hubieras nacido. La familia pulula alrededor;
las máquinas zumban:
hay platos limpios y música, una cena, unas ventanas
empañadas. ¿En qué estás
ocupado? En las mismas
cosas de siempre, supongo. En el mismo sueño.
Hoy eres la cara
en blanco de la luna.
Hay un ave cocinada, un cuchillo afilado:
es real
y habrá que afrontarlo.
Qué arrogancia por mi parte
creer que te conozco
o que sé algo de tu vida.
13
Estoy en tus manos, dices, pero te refieres
a algo muy diferente: es una forma
de evitar elegir. No obstante,
eres lo que me han entregado
sin pedirlo, como esas cartas
impresas con la lengua de signos
que los sordos y mudos te dan en las paradas
de autobús. Es una situación incómoda, pero más
que eso: un objeto hecho de cristal, lúcido y simple
y sin nombre ni función
conocida. Puedo aprenderte
al tacto o adivinarte,
o no. Entretanto, te tengo
en las manos, es verdad, me pregunto qué
hacer contigo y qué harás tú
conmigo. Un gesto
de las manos, limpio
como el agua. La letra A.
14
¿Es éste tu destino,
penetrar en la poesía y volverte transparente?
No hay tierra debajo de ti, no hay pies ni zapatos,
ni alfombras, ni migas de pan, ni calendarios, ni botones,
tampoco bolsillos, pelo, pelaje en el cuerpo, sangre, ¿o es que
ya los he puesto ahí?
No me sirves de nada como rumor,
en blanco y eterno. El año
no es un círculo perfecto o el
sueño de un reloj, sino un momento sombrío tras otro.
No hay elección, tengo que llevarte
con todo el revoltijo;
con los miedos, justificados
o no; con los muebles ahumados,
la carne dudosa, la fatiga, el rezongar
de voces cotidianas; con ese oscuro corazón tuyo
que ninguno de los dos puede ver; que late
suavemente bajo mi mano
y vuela en tinieblas. Intentemos creer
que conoces tu camino.
MAGARET ATWOOD (De “historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
HISTORIAS DE AMOR VERÍDICAS
I
Cuando los conocí parecían una pareja normal, ella sonreía mucho, trabajaba como fisioterapeuta, creo, y a él tampoco se le notaba nada raro, excepto que era un poco..., bueno, ya sabes. Ese verano se fueron juntos de vacaciones, como siempre, a España, era cuando uno todavía se lo podía permitir, y todo el mundo cree que él la despedazó y la metió en cuatro cubos de basura por la ciudad, o quizá no fuera en cubos, ¿tienen cubos allí? En Barcelona, o quizá no fuera Barcelona. La historia se parece a la del tio que metió a su mujer en el congelador, ¿la conoces? Entonces, dos niños fueron a buscar unos polos o algo así. El tío ni siquiera había puesto un cerrojo, es que algunos son bastante estúpidos. Él dijo que había ido a Madrid, pero tampoco0 debía de ser Madrid, y que un día ella salió a dar un paseo y nunca regresó. Pero la casera, en Barcelona o dondequiera que fuese, dijo que le había visto regresar al piso, o lo que fuera el lugar que habían alquilado, después del día en que él dijo que se habían marchado a no sé qué sitio. Y los cubos con el cuerpo de ella estaban en Barcelona, no en Madrid. Así es que los cubos están allí, pero él está aquí y, como es lógico, quieren que vaya allí, para interrogarle -eso dicen-, y, naturalmente, él no quiere ir. Dice que no quiere pasar por el mismo trago otra vez. No me extraña. Yo tampoco querría si estuviera en su lugar. Le vi en el supermercado la semana pasada. Tenía una berenjena en la mano y repetía: albergínia. Es una palabra catalana que suena mucho mejor ¿no crees? Estaba acariciando con sus dedos la piel violeta. No ha cambiado nada.
MAGARET ATWOOD (De “historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
CONVERSACIÓN
El hombre pasea por la playa del sur,
lleva gafas de sol, una camisa informal
y dos bellas mujeres.
Es un fabricante de máquinas
para arrancar las uñas de los pies
y lanzar descargas eléctricas
a través del cerebro y los genitales.
No comprueba como funcionan,
sólo las vende. Mi querida señora,
dice: usted no conoce
a esa gente. No hay ninguna otra
cosa que entiendan. ¿Qué podía hacer yo?,
dijo ella. ¿Por qué estaba él en aquella fiesta?
MAGARET ATWOOD (De “historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
VIAJE EN TREN DE VIENA A BONN
I
Son esos cascos lo que recordamos,
su forma de cráneo abierto,
y las caras de debajo,
crueles y uniformes.
Pero la gente sentada en este tren,
parece limpia y lúcida, vestida
de beis y crema: una niña sonríe,
lleva una mariposa de plástico y el camarero da
un huevo violeta a mi hija
para que se divierta. La amabilidad abunda.
II
Tras las ventanas, los árboles fluyen
veloces cual suave bruma,
de un verde tenue y de rocío florecido.
Aunque lo que veo son los troncos negros
de un cuadro de Brueghel:
las espaldas de tres hombres que vuelven
de una cacería, sus sabuesos los siguen,
sus duras líneas se marcan en la nieve.
III
El bosque no es más negro
que otros bosques, incluido
el mío, los campos que pasamos
podrían ser mi tierra, si se borra
lo que mi ojo les añade.
En este país hay un hombre
que escapa, y otros tres, lo persiguen,
sus abrigos marrones
ondean contra sus botas.
Entre las raíces del árbol, el hombre que corre
tropieza y cae
boca abajo y ahí se queda.
IV
Esto es lo que me intriga
de la historia que hemos oído
tantas veces antes:
los pocos que resistieron,
que no hicieron lo que se les ordenó.
Éste es el viejo temor:
no lo que te vayan a hacer,
sino lo que tú podrías hacerte
a ti mismo, o dejar de hacer.
Ésta es la vieja tortura.
V
Los tres hombres de oscuro y arcaicos
abrigos me dan la espalda, vuelven
a casa, al rancho y a una hoguera,
bromean, sus sabuesos los siguen.
El bosque me resulta
ajeno, más afín que la piel,
ignoto, algo tan primitivo
como las cuevas, pero enterrado, pétreo,
un cuchillo biselado en piedra, un
largo hueso que yace en las tinieblas
dentro de mi brazo derecho; no
inocente, sino oculto.
MAGARET ATWOOD (De “historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
VARIACIONES SOBRE LA PALABRA AMOR
Ésta es la palabra que usamos para taladrar
agujeros. Tiene el tamaño justo para esos tibios
huecos del discurso, para esos vacíos en forma
de corazón que no se parecen
a los corazones de verdad. Si le añades encaje,
puedes venderla.
También la escribimos en el único
espacio vacío del impreso que viene sin instrucciones. Hay revistas
enteras que no tienen mucho más
que la palabra amor; puedes
frotártela por todo el cuerpo
y también puedes cocinar con ella. ¿Cómo sabemos
que no es lo que sucede en las divertidas orgías
de las babosas bajo cartones
mojados? Y los semilleros
de malas hierbas que asoman sus tercos hocicos
entre las lechugas, también la gritan.
¡Amor! ¡Amor!, cantan los soldados, levantando
al saludar sus brillantes cuchillos.
Pero luego estamos nosotros
dos. La palabra nos parece demasiado corta, sólo tiene
cuatro letras, es demasiado austera
para llenar esos vacíos profundos
y desnudos entre las estrellas
que oprimen con su sordera.
No evitamos caer en el amor,
sino en ese miedo.
Esta palabra no es suficiente pero tendrá
que bastarnos. Es una sola
vocal en este silencio
metálico; una boca que dice
oh, una y otra vez, con asombro
y dolor, un suspiro, un dedo
asido a un acantilado. Puedes
agarrarte o dejarte caer.
MARGARET ATWOOD (De “Historias reales”, 1990)
(Traducción de María Pilar Somacarrera Íñigo)
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Última edición por Pedro Casas Serra el Mar 24 Mayo 2022, 05:28, editado 1 vez
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