Ricardo Molina (Puente Genil, Córdoba, 28 de diciembre de 1916-Córdoba, 23 de enero de 1968) fue un poeta español, miembro del grupo de la revista Cántico. También debemos citar su verdadero interés por el cante flamenco y la profundidad de su conocimiento en este ámbito, en el que investigó utilizando el pseudónimo Eugenio Solís.
Biografía
Nació en Puente Genil en 1916. En 1925 se traslada con sus padres y sus tres hermanos a Córdoba, donde cursó estudios de bachillerato (1928-1934). Después estuvo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, pero tuvo que interrumpir la carrera a causa de la guerra civil española. En 1936 se alista como voluntario en el ejército nacional, aunque sus convicciones políticas no parecen haber sido muy firmes. Permanece en campaña durante dos años. En 1940, terminada la guerra, obtiene finalmente la licenciatura en Filosofía y Letras, en la especialidad de Geografía e Historia. Trabajó como profesor en varios centros educativos, aunque sin obtener plaza de funcionario público hasta 1966, dos años antes de su muerte.
Hacia 1943 comienza a frecuentar la compañía de otros poetas, como Juan Bernier, Pablo García Baena, Mario López, con quienes fundará la revista Cántico, aparecida en octubre de 1947. La primera etapa de la revista tendrá sólo ocho números, correspondiendo el último a diciembre de 1948 y enero de 1949; la segunda se dio entre 1954 y 1957. Era homosexual, al igual que otros miembros del grupo, y como ellos, se inspiró en el paganismo y compuso obras de exaltación del cuerpo y el deseo, «porque mayor que el amor es el deseo de amor / y mayor que la vida es el deseo de vivir», como expresa en su Elegía de Medina Azahara. En palabras de Luis Antonio de Villena, eran
Tiempos poco favorables para un creador que hubo de celar —no siempre con éxito— su condición homosexual, recatando una poesía que (como otras de Cántico) se nutrió hondamente de los alimentos terrenales de lo pagano. El mejor Molina es -a lo largo de toda su obra- ese poeta del júbilo del amor y la sensualidad, tocado de melancolía temporalista y de algunos toques de religiosidad verídica cuanto necesariamente heterodoxa.
Luis Antonio de Villena en El País
Dentro ya de sus incursiones en el universo del cante jondo, conocería al cantaor Antonio Mairena, con el que trabaría gran amistad, emprendiendo en común diversos proyectos, tales como el Primer Concurso Nacional de Cante Jondo en Córdoba en el año 1956, o el ensayo Misterios del arte flamenco, en 1967. Su labor investigadora junto a Mairena obtuvo un gran reconocimiento en este ámbito.
La dirección de la revista Cántico le llevó a cruzar un cuantioso epistolario con miembros de la Generación del 27, especialmente con Vicente Aleixandre, que ha recopilado y publicado en 2015 Olga Rendón en dos tomos. Su Obra poética completa se publicó dos veces (Córdoba, 1982 y Madrid, 2007), en este último caso con algunos textos más y algunas variantes.
Homenajes
La Biblioteca de su localidad natal lleva su nombre y la plaza que hay al lado está llamada Plaza del grupo Cántico. Cada uno de los árboles que hay en ella lleva el nombre de los integrantes de la revista Cántico.
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Algunos poemas de Ricardo Molina:
De El río de los ángeles (1945):
EL BESO Y EL AGUA
Bajo el sol de la tarde
que hace desvanecerse sobre el río la sombra de los álamos,
jugamos en el agua,
desgarramos el abrazo de las ondas
que se abrazan lo mismo que nosotros,
que se acarician infinitamente y arrastran hacia el mar un beso inagotable...
Y unas van perfumadas de azahar,
y otras van exhalando un perfume largo y verde,
y en todo el río
flotan inquietos los aromas estivales,
semejantes a mil pequeños espejos,
y yo abrazo tu cuerpo, desnudo como la onda, tu cuerpo
extraño como este olor a verde junco
y te beso en el agua lo mismo que ala luna
cuando deshoja sus fríos rosales sobre el río.
CÁNTICO DEL RÍO
Oh qué dulzura.
qué extraña y admirable dulzura,
descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río,
desnudos y abrazados para siempre,
y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas,
en claras ondas plateadas, verdes...
Oh reflejar los almezos, los álamos,
copiar la desierta belleza de los molinos en ruinas,
sentir temblar sobre nuestras miradas transparentes
cuanto se desmaya en el aire;
la mañana, la luna, los pájaros, las nubes,
las barcas silenciosas, las torres amarillas...
Oh qué dulzura,
qué extraña y admirable dulzura,
sentirse acariciado largamente
por las inquietas imágenes temblorosas
de los seres que viven en la orilla del río...
ÁMAME SÓLO
Ámame sólo como amarías al viento
cuando pasa en un largo suspiro hacia las nubes;
Ámame sólo como amarías al viento
que nada sabe del alma de las rosas,
ni de los seres inmóviles del mundo,
como al viento que pasa entre el cielo y la tierra
hablando de su vida con rumor fugitivo;
ámame como al viento ajeno a la existencia
quieta que se abre en flores,
ajeno a la terrestre
fidelidad de las cosas inmóviles,
como al viento cuya esencia es, ir sin rumbo,
como al viento en quien pena y goce se confunden,
ámame como al viento tembloroso y errante.
ENDYMIÓN
Es muy temprano. Hay luna todavía.
Los ángeles del alba cantan en los vientos, tímidos.
Estoy solo en la arena sombría como estrella
de mar cautiva en una gruta, o como nube
parda, encallada en un valle submarino.
Y no sé a dónde voy, ni qué hago
y me olvido de todo contemplando
cómo besa la luna a un ángel en los párpados,
Endymión de este río
FAUNO BAJO LA LUNA
Oh luna azul de las bucólicas desvanecidas
en los prados marchitos y los bosques brumosos,
deja sólo que mi alma se contemple en tu espejo
un instante dulce y leve, si efímero; oh luna
blanca de los besos por los caminos de acacias,
no huyas, tímida; detente, oh fugitiva,
y no te alarmen los brazos alargados en la penumbra,
del fauno que en secreto danza en mí al contemplarte
encendiendo sus ojos en mi oscura sonrisa.
ARS POÉTICA
Oh alma mía, sé libre y como águila que azota la plata del aire,
elevándose o descendiendo alternativamente sobre los prados quietos y el remolino salvaje del mar
no cuides de los ojos que ciega el vacío luminoso del himno rimado,
y, atenta sólo a tu gozo, suscita nueva agitación, nueva música
hasta ascender a la plenitud de la armonía.
¡Nada de quietud, alma mía!
Danza, lanzada con la tierra a los brillantes espacios.
Reinen sobre el paisaje frecuentado por los rebaños invernales
las voces medidas, como pasto nutricio para una sola estación;
tú no te deslumbres en el húmedo fulgor de las hierbas
y alza sobre la anchura virginal e inviolada
la voz libre y tempestuosa.
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