Julia Uceda (Sevilla, España, 22 de octubre de 1925-Ferrol, 21 de julio de 2014 ) es una profesora y poetisa española. Ganó el Premio Nacional de Poesía 2003 por el libro En el viento, hacia el mar. Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2021).
Trayectoria
Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense, dónde también obtuvo un Doctorado, con una tesis sobre el poeta José Luis Hidalgo.
En 1959 publicó su primer libro Mariposa en cenizas en la revista Alcaraván de Arcos de la Frontera. Su participación en los círculos sevillanos de poesía está ampliamente atestiguada. Dirigió junto a Manuel Mantero y Ángel Benito la revista Rocío.
Así mismo dirigió un homenaje a Juan Ramón Jiménez en el Club La Rábida de Estudios hispanoamericanos en 1958 y otro a Antonio Machado en la Universidad de Sevilla en 1959. También participó en los dos actos generacionales de los jóvenes poetas sevillanos. Por un lado, fue incluida en la nómina de poetas de la Antología de poetas jóvenes sevillanos realizada por María de Los Reyes Fuentes en el número 159 de la revista Lírica Hispana de Caracas en 1956 y, por otro, participó en el recital del Ateneo de Sevilla del 1 de junio de 1957 que se presentaba, recordando a la Generación del 27, como el acto de presentación de la generación sevillana del cincuenta y tantos. En este acto, participó junto a Aquilino duque, María de Los Reyes Fuentes, Manuel García-Viñó, Pío Gómez Nisa, Manuel Mantero y José María Requena.
En 1961 obtuvo el accésit al premio Adonais con el poemario Extraña Juventud, cercano a la estética social imperante en aquellos años. Sin embargo, a partir de su tercer poemario, Sin mucha esperanza (1966), comienza un nuevo rumbo estético marcado por la incorporación del pensamiento grecolatino. Estos tres poemarios constituyen la primera etapa de la autora.
Tras recibir una oferta de la Michigan State University marchó a Estados Unidos. Allí escribió Poemas de Cherry Lane (1968), que marcó el comienzo de una segunda etapa influenciada por la psicología analítica. A él le siguieron Campanas en Sansueña, En elogio de la locura y Viejas voces secretas de la noche. En ellos, impera la reconciliación del sujeto poético con el pasado franquista.
Hasta 1970, Uceda permaneció en Míchigan, pero en ese año volvió a España, primero a Oviedo y después a Albacete. Sin embargo, Uceda decidió volver a Estados Unidos aunque se marchó de nuevo. En 1974, Uceda se instaló en Irlanda donde trabajó como profesora en el Dublin College hasta 1976.
Se estableció en Galicia en el año 1976 y allí escribió sus cuatro últimos poemarios, Del camino de humo, Zona desconocida, Hablando con un haya y Escritos en la corteza de los árboles. Sus poemas nos conducen a la reflexión sobre el origen y a la búsqueda en el presente de la herencia del pasado remoto.
Falleció en Ferrol el 21 de julio de 2024.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas como el portugués, inglés, chino y hebreo.
Reconocimientos
Ha sido nombrada Hija Adoptiva de la ciudad de Ferrol e Hija Predilecta de Andalucía en 2005. En Sevilla han dado su nombre a una biblioteca pública.
Es miembro de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras.
Ha ganado, entre otros:
Accésit del Premio Adonáis de poesía (1961) con el poemario Extraña juventud.
El Premio Nacional de Poesía de España (2003), por la publicación de En el viento, hacia el mar (antología de sus obras completas).
El Premio de la Crítica de Poesía Castellana (2006).
Premio Andaluz de la Letras "Luis de Góngora y Argote" en 2016.
Autora del año en Andalucía 2017. Fue designada por «la fuerza individual y la voz clara» de su poesía como representante de la Generación del 50 en el exilio.
Premio Internacional de Poesía García Lorca-Ciudad de Granada en 2019.
En 2021 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, otorgada por el Consejo de Ministros del Gobierno de España.
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Algunos poemas de Julia Uceda:
De Mariposa en cenizas (1959):
EL ENCUENTRO
Llegué bajo el sol vivo de días inmortales
con retazos de bosques en mis dientes sin huellas.
de bosques virginales,
de milagrosos bosques,
y los brazos cargados con mil tallos de brisas.
de brisas no tocadas,
de cristalinas brisas,
para aplastar mis labios al borde de tu frente,
alto cristal iluminado y grave.
Me vibraste como una campanada
que me inundó, que resonó en lo íntimo,
en los recodos últimos de mis cuevas salvajes
y me envolvió en una inmensa ola
que me dejó en tus brazos, por primera vez viva.
Y pasaron los siglos.
Y al separar mis labios de tu cristal herido
tú tenías mis bosques y mis brisas
RAÍCES
Si ya soy una vela estremecida
colmada por tu viento. Si has llegado
al último escalón. Si me has tomado
por la raíz más honda y más henchida.
Si yo soy ya tu colmo y tu medida
y estás dentro de mí, secreto, hallado.
Si ya sobre la frente me has soplado
para hacerme vivir, ciega y ardida,
antes de irte rompe mis raíces.
Quiero que las arranques, que las trices
al alba con tu mano firme y fuerte.
De no hincarse en tu tierra poderosa
no quiere mi raíz ninguna cosa
si no es andar y andar hacia la muerte.
PAISAJE
La tristeza, de nuevo,
ha clavado sus manos
en mis hombros ligeros.
De mis dedos huían mariposas azules,
grises, malvas, moradas,
de cobres, de hierros,
-cada vez más oscuras, cada vez más pesadas-
y llenaban el suelo de pequeños cadáveres.
Y súbitamente tú, sobre pequeñas muertes,
surgiste, insospechado,
rasgando el horizonte,
dilatándolo
con la sonrisa azil de tus paisajes.
EN TI LA LUZ
En ti la luz y el viento desatados.
En ti simiente, amor, oquedad, ala,
hermosura, ojos míos, voces, manos
para explicar, para tomar el mundo.
En ti el sueño, el trasueño, transparentes
-mundos de agua, algas y corolas.
Hombros y espalda en que apoyar los labios.
Dedos en dedos rotos por ausencias.
Si ti el miedo, la cripta y el vinagre
manando del oído, del costado.
Lo desacorde, lo mortal, lo roto,
lo que se arrastra, lo que se contrae.
El tú frente al sin ti. Mi cuerpo espada,
ancha hoja lunar, desnudo vidrio,
nieve encendida, amor, con tu palabra,
rama que te florece entre los dedos.
Sangre que te responde acorde y llena.
Pulso y labios unísonos. Espumas
rompiéndose en los párpados heridos.
Las mismas lunas y las mismas albas.
SONETO DEL AMOR Y DE LA MUERTE
Yo quisiera morir sólo un momento
para ver lo que soy en tu memoria,
conocer tu versión de nuestra historia
y saber en qué piedra me sustento.
Sólo el paso levísimo de un cuento.
Tan sólo contemplar la trayectoria
desde mi muerte a ti. Y qué victoria
detener tu tormenta. Tu tormento.
Morirme de verdad nunca podría.
Si perdiera la voz la robaría :
con mi piel, con mis puños, con mis huellas
a gritos me llamaras, te llamara
y al borde de la muerte te esperara
para subir contigo a las estrellas.
LOS ESPEJOS
Pude no haber nacido.
¿Quién me robó del sueño?
Me sacaron un día
de otoño del misterio.
Breves llamas de oro
llovían sobre el suelo.
Sujeta a este horizonte
infinito de espejos.
Siempre palpan mis manos
las paredes del hielo.
NO LE PIDO A LOS SERES PERDÓN POR MI EXISTENCIA
No le pido0 a los seres perdón por mi existencia.
La levanto y la empuño como a un viento domado.
Antes que ser un árbol, antes que inexistencia,
este calor de establo de mi pecho pisado.
Existir sobre todo. Adoro la presencia
de la luz que la sombra quisiera haber cegado,
el rumor de mi sangre, la dulce incontinencia
del labio que otra carne quisiera sepultado.
Yo no pido disculpas por mi ser sin medida,
por mi ser oceánico, por mis ansias de vida,
por la vida caliente que se quema en las horas.
Y seguiré viviendo aunque madres horrendas
clamen sobre los montes, rasguen rostros y vendas
y suelten sobre el mundo tijeras destructoras.
De Extraña juventud (1962):
EL ACUSADO
Está en el centro de la luz. Frío quirófano,
la tierra huye bajo él, que cae sin destino,
mientras cien focos buscan sus más puros secretos
y los puños se alzan contra su sien de arena.
Manos, índices, puños, golpes, pasos, palabras
—dónde una rosa para asir la vida—.
Manos, círculos, voces, ruedas, botas, aceros.
Y ni el llanto de un niño. ni una lágrima a punto.
índices como agujas le señalan el cuerpo:
de qué tiene la culpa. le señalan los ojos:
qué mirada es culpable. le señalan la frente:
creó un dios. le señalan lo más limpio del pecho,
abren todos sus sueños y señalan al fondo.
le señalan los dientes, le señalan la lengua,
con ira le señalan los asaltados miembros,
arrancan mariposas del terror de su vientre,
escupen en la histórica contextura del labio
y le indican su sitio: una soga pendiente.
Oye una voz unánime: «Es dios quien te lo manda».
Y ni el llanto de un niño. ni una lágrima a punto.
LA CAÍDA
Para Manuel Mantero
Hay que ir demoliendo
poco a poco la sombra
que vemos. Que nos dieron.
Que nos dijeron: «eres».
Hay que apretar las sienes
entre los dedos. Hay
que asentir a ese punto
—comienzo, duda o hueco—
que yace dentro.
...........................Y es preciso
que en una noche todo arda
—el «eres», el «seremos»—
y un terror polvoriento
nos muestre su estructura.
Es urgente bajarse
de los dioses. Tomar
el fuego entre las manos.
Destruir esos «yo» que nos presentan
una hilera de sombras agotadas.
Y dejarse caer sobre el principio
de la vida. O del sueño.
Ser solamente vida
presente. Sin recuerdo
de ayer ni de mañana.
DIÁSPORA
Si supiera qué indican cuando me indican...
Quién puede asegurarme que no soy sólo un nombre,
quién puede hallarme, cierta, en los contornos
maltrechos de mi sombra.
Quién puede colocarme de pie sobre la tierra
y quitarme después, y que en el viento
permanezca mi orilla irreparable.
Qué dedo me bordea la boca, no el hastío.
no sé si son palabras o sueños lo que llevo,
ni quién es ese pájaro que oscuramente huye
cuando amanece. ni qué recuerdo,
ni qué es lo que todos me dicen que recuerde.
una mano aburrida me ha dejado en el suelo
—en camino de luces detectoras de alas;
arcillas fugitivas por los cielos vacíos—,
encadenada a un ansia de palabras prohibidas,
de palabras que esperan la señal para el grito
que devuelva los cuerpos a sus almas errantes.
Es como si entre todos estuvieran ocultas
y viviéramos una consigna de silencio,
solos y peregrinos entre aguas y nieblas,
con las resecas sienes atravesando sombras,
esperando, esperando... Huyendo de los largos
reflectores que arrancan a dios de su silencio.
VED A UN HOMBRE
Una esperanza se ha ido del mundo,
una soledad ha comenzado para cada
hombre libre.
A. C.
Ved a este hombre.
La sombra de su cuerpo cubre todo el camino
y oscuros pájaros sin voz,
sin música, se estrellan, hojas solitarias,
a sus plantas. Lutos que giran
muy cerca de sus ojos arruinados,
de su mirada antigua que lucha contra el musgo
por seguir contemplando más belleza.
En su fondo se alzan
gestos purificados a través de los tiempos.
Mirad. No espanta
su postura de herido en pie, ahuyentando
los violentos plurales en acecho.
Pasa la cinta presurosa
de muchos que sonríen con labios estrenados,
agitando la ropa que, en serie, echaron fuera
de algún laboratorio, o sus gestos de eslogan
—todos iguales. Como en un espejo—.
Y le dicen adiós con muecas, apretándose
las caderas impuras.
No, no. No espanta.
Dan deseos
de caer de rodillas,
de acariciar sus pies casi raíces
y su inocente sangre
antes que cualquier bota lo derribe.
UN SEGURO APELLIDO
El mundo es de los otros.
Se hizo para ellos y ellos lo poseen.
Cantan y se apacientan
dulcemente contentos.
Tienen mitos y dioses,
tienen hogar y hermanos
y un seguro apellido
y una calle con nombre.
Pueden tenerlo todo.
Todo pueden quitarnos:
hasta el silencio breve
que madura los versos;
hasta el Dios que se asoma
temblando en nuestro fondo
(ese Dios al que obligan
a ser inteligente).
Guardan en el bolsillo
su entrada para el Cielo
—un lugar elegante,
de «gente conocida»—,
mientras otros estamos
de pie, haciendo cola.
Mientras nos empujamos,
mudos, ante la puerta.
Y hemos perdido todo,
y estamos como ciegos
frente a los luminosos
que anuncian la película.
Nadie nos mira nunca,
pero nos da vergüenza.
EN LA ORILLA
Alguien dijo: Partir.
Partir... Partir...
Huir del polvo y de las alas,
de las arañas, de los látigos,
de las palabras, de los puños.
Huir entre algodones
sin oír los alambres ni los huesos.
Descender,
descender entre alas de aceite
-oh, los cuerpos de goma-,
apartando las uñas y los soplos.
Pasar. No estar. (¿En dónde
podría estar?) No estar.
No estar.
Se hundieron archipiélagos de estrellas.
Se helaron las hogueras en los montes.
Extensos vientos amarillos
arrancaron la flor definitiva.
¿Existió alguna vez la flor?
Esto fue siempre un desierto
de tormenta y ceniza.
Una mano extendiéndose sobre el mundo.
El viento, un viento de tierras desiertas,
de continentes desolados,
que silbó entre los muertos,
la llenaba de polvo y de papeles.
(Los dedos fueron tibiamente blancos.
Después se le quedaron como pájaros yertos).
Y nadie dijo: "Basta".
Se quedó sobre la llanura. (Dónde
podría estar). Alambres retorcidos,
frío metal -el alma huyó- arrancado,
dispuesto para fuego, viento o lluvia.
Luego, un ser de otro tiempo,
cargó aquello en su carro
y se perdió por un camino.
LA TRAMPA
Julia Uceda, qué has hecho de tu sombra.
Mujer sin huella, cuerpo
sin apellido,
denominas al humo, a las lluvias y al viento.
a todo lo que pase y se borre y se pierda.
Has buscado una voz por donde había
viejos mitos desiertos.
Has adorado dioses derribados
en hondos agujeros,
y ahora todas las aguas de la tierra
lloran desde los montes por tu cuerpo
donde muere la muerte. Y donde muere
la vida al mismo tiempo.
Mujer con los brazos mojados
en el antiguo corazón de un cuento,
con las espaldas frente al todo
y las pupilas derribando miedos,
las viejas madres-muertes harán rondas
para que pudra tu secreto,
y escuches en los muros de tu vientre
un golpear de pétalos y huesos
y graves caracoles masculinos
en las tardes de invierno.
te rozarán la frente largas dudas
como ásperas lenguas de perro.
Escupirán inviernos en tu llama
porque has jugado con su fuego
y mostrarán de ti, cuando te vayas,
un helado cerebro.
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