Aires de Libertad

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    Concha Zardoya (1914-2004)

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    Mensaje por Pedro Casas Serra Jue 09 Mayo 2024, 13:32

    .


    Concha Zardoya (Valparaíso, Chile, 14 de noviembre de 1914 - Madrid, España, 21 de abril de 2004) fue una escritora chileno-española.

    Biografía

    Concha Zardoya nace en la ciudad de Valparaíso (Chile) el 14 de noviembre de 1914, de padres españoles de Navarra y de Cantabria. Cuando cuenta con diecisiete años, la familia se traslada a España, primero en Zaragoza, luego en Barcelona y, finalmente, se instala en Madrid,​ donde ella inicia sus estudios de Filosofía y Letras, abandonándolos para estudiar un curso de Biblioteconomía en Valencia.

    Allí trabaja en Cultura Popular, institución en la que organiza una biblioteca y muchos actos culturales en hospitales, en fábricas y en la radio. Su único hermano muere en el frente defendiendo la República.

    Por aquel entonces, comienza a escribir poemas que publica en la revista Hora de España y, ya en Madrid, da clases, realiza traducciones, elabora guiones de cine y ensayos y se dedica a la narrativa, saliendo a la luz sus primeros cuentos.

    Vuelve a reanudar en 1947 su carrera universitaria de Filología Moderna y la concluye en Madrid, pero se doctora en la Universidad de Illinois con la tesis “España en la poesía americana”.​ Luego otras universidades de EE. UU. la acogen: Tulane, California, Yale, Indiana, Boston...

    En los treinta años que van de 1947 a 1977 imparte clases de Literatura Española en universidades norteamericanas como lo hicieron también Pedro Salinas o Jorge Guillén y regresa definitivamente a España.

    En la biografía de Concha hay merecidos galardones como el accésit del Premio Adonais en 1947 por Dominio del llanto, la Primera Mención Honorífica del Premio Catá de Cuentos en La Habana, el Premio Boscán por Debajo de la luz, el Fémina por El corazón y la sombra, el Café Marfil por Ritos, cifras y evasiones, el Ópera Óptima por Manhattan y otras latitudes o el Prometeo de la Poesía por Altamor.

    Su obra en el campo de las letras abarca desde la traducción (de Walt Whitman o Charles Morgan), la biografía (Miguel Hernández), la crítica literaria (Historia de la Literatura Norteamericana o Poesía española del siglo XX), el estudio de la poesía de Leopoldo de Luis y la escritura de narraciones que publicó bajo el seudónimo de "Concha de Salamanca": Cuentos del antiguo Nilo, Historias y leyendas españolas e Historias y leyendas de Ultramar.

    La poesía es el género que ocupa la mayor parte de su producción literaria. Se caracteriza por la amplitud de registros y la diversidad en los temas. El poemario Los ríos caudales es el homenaje personal que Concha rinde a los poetas de la Generación del 27. A muchos de ellos los conoció y admiró. Así, evocando a Gerardo Diego:

    En tu Fábula de Equis y Zeda, gongorizando,
    reconstelas el amor y tangencias sus niveles.
    (…)
    Los relámpagos, las flores, las teorías exactas…
    Poeta, barroquizabas para cantar la voluta
    del capricho salomónico que hiperboliza y encubre,
    calderoniano hipogrifo.

    Su libro El don de la simiente está dedicado a poetisas de todos los tiempos (desde Rosalía de Castro hasta Carmen Conde, pasando por Gabriela Mistral); el poemario Marginalia cita autores clásicos y modernos, sin olvidar a los poetas españoles actuales.

    En Ciudadanos del Reino se inicia un desfile de tipos humanos. Por ejemplo: el avaro, el creyente, el poetastro, o el vanidoso.

    El poemario La estación del silencio se convierte en un rosario de elegías: algunas familiares, íntimas y personales (Hermano mío), otras a personalidades de las letras hispanas de todos los tiempos. También recuerda a figuras internacionales (por ejemplo, a Nijinski).

    En Patrimonio de ciegos, libro de carácter intimista.

    Indudablemente, la misión, el objetivo de Concha, en su transcurrir por esta vida es ser poeta. Ser poeta, escuchando las doctas palabras de los clásicos. Ser poeta, sirviendo de modelo a generaciones venideras. La poesía, escribe, es la sangre común, hereditaria, el legado que nos hermana, transfigura sufrimientos y gozos en palabras.

    La reunión de fonemas y sílabas forman la palabra, que para la poetisa Concha Zardoya es ese dios que nos domina y a quien el poeta sirve, valiéndose del verso libre, corto o largo, de la estrofa rimada y de todos los recursos estilísticos que están a su alcance: símbolos, metáforas, juegos de palabras, parábolas, epítetos, neologismos, encadenamientos, personificaciones...

    (Sacado de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] )


    *


    Algunos poemas de Concha Zardoya:


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 10 Mayo 2024, 14:07

    .


    De Pájaros del Nuevo Mundo (1946):


    LLANTO DE UN PÁJARO POR EL
    POETA MUERTO

    A la memoria de Miguel Hernández


    Un puro cuerpo, tierra,
    se devuelve a su origen.
    Es hijo que refluye
    a su materno vientre.

    Trasnada negras ondas
    de sangres muertas, grávidas,
    oscuros laberintos,
    raíces, huesos, polen...

    Es luz que hunde en tu seno
    la verdad de su lumbre:
    esa estrella hermosísima
    que ha huido de su cárcel.

    No hay losas que la cubran,
    pues, viva, inscrita queda
    en todos los paisajes
    de río y de montaña.

    Por dentro va del mundo:
    por dentro de las rocas,
    del mar y de las viñas.
    ¡Más alta va que el cielo!

    Y luz son sus dos ojos,
    verdad que no se extingue,
    ni nadie ha de segarla
    pálidamente un día.

    ¡Su nombre irrumpe en ti
    astros despeña, nubes,
    flores de amor, el llanto
    y rayos que no cesan!

    ¡El Este, el Sur, la grama
    olivos y manzanos,
    la tuera y el jazmín
    y los besos más fúlgidos!

    ¡Remansa, oh tierra madre,
    sus dones, como espuma!
    ¡Y guarda tú, despierta,
    su sueño postrimero!

    ¡Aya una vez, por siempre!
    ¡Cuna final, regazo!
    ¡Bóveda, sí, de hierba!
    ¡Inmensidad, no féretro!

    Aquí yo estoy llorando...
    Vendrá la Primavera
    cuando los hombres se amen
    y el odio ya no exista.

    Yo cantaré de nuevo
    para el niño que aduermes,
    sobre ti o en el aire,
    una nana bellísima.




    De El desterrado ensueño (1955):


    LOS DESTERRADOS

    Hoy estamos llorando
    entre el cielo y la tierra.

    ¿Ha caído la lluvia,
    el cruel sol de los trópicos
    o la nieve del Norte
    sobre el viejo recuerdo?

    El amor es antiguo:
    nos rodea los ojos,
    la profunda tristeza
    que se quema en el alma.

    Hay en ellos cien bosques:
    de su aliento vivimos
    con la dulce nostalgia
    de las bellas ciudades.

    ¿Nos deshacen las sombras
    esa luz tan esbelta
    que por dentro nos mira?
    ¡Enamora su fuegol

    ¡Nos asaltan las sienes
    aires puros, lejanosl
    ¿Vienen siempre de España?
    ¿No nos miente el anhelo?

    ¡Ah, volver a ser niños
    tiernamente queremos!
    En el sueño jugamos
    y olvidamos la Historia.




    De Debajo de la luz (1959):


    ESTABAIS EN LAS PLAZAS

    Estabais en las plazas redondas cual monedas.
    Estabais en la roca de quicios seculares.
    Dormitabais, dormíais o los rugosos dedos
    tejían lana negra, tejían lana roja.
    El blanco lino, a veces, cantando se doraba
    en vuestras manos viejas de recio esparto oscuro.
    Talladas por los años, ancianas, allí estabais.

    Corteza vuestro rostro de encina centenaria,
    sin llanto y en silencio, buscaba el azul árbol
    del cielo por la tarde, gozosa en su hermosura.
    Al lado de una, otra, y otras, en rosario,
    en corro, así sentadas, inmóviles cien siglos.
    De piedra, más que piedra caída de los montes,
    eternas como estatuas, en los pueblos estabais.

    Un soportal, soñando, os daba fresca sombra
    en los días de agosto: el sol os añoraba.
    Algunas de vosotras los tiernos vegetales
    desgranabais, contabais, en un juego de niñas:
    su rodar era música en la siesta callada.
    Los gorriones venían a robaros del sueño
    una leve semilla, una vaina gris-verde.

    Y estáis en donde estabais, las mismas hoy y siempre.
    Os vi en tristes pueblos, os vi en aldeas claras.
    Os veo junto al mar, dormidas entre redes.
    En calles pedregosas os veo entre guijarros.
    Por eso a mis abuelas encuentro en vuestros ojos,
    parados en el fondo del tiempo y de la historia.
    Ellas me ven ahora, después de largas vidas.

    Yo paso y os quedáis en estas plazas hondas.
    Yo paso y os quedáis, dormidas o despiertas,
    asidas a raíces que no desclava nada.
    Yo paso, sí, y os amo. Yo paso, sí, y os miro.
    Abuela de mí misma quisiera ser, dejadme
    un hueco entre vosotras, dadme casa y la paz
    que tenéis en los huesos, en la piel y en el alma.

    De piedra, vuestra lengua no sabe hablar o calla.


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    Mensaje por Pedro Casas Serra Vie 10 Mayo 2024, 14:43

    .


    De Manhattan y otras latitudes (1983):


    VIVIR ES UNA HERIDA

    A Ana María Matute

    El hambre hiere y hiere la belleza.
    El unicornio hiere, prisionero.
    Y hiérenos el alma aquel soldado
    que azotaban ayer en sien y pecho.

    Y duélenos el niño que maltratan,
    que no sabe leer ni abriga un techo.
    Nos duele el aire gris en que se pierde
    la última luz, final, del pensamiento.

    La lágrima que cae sin ser vista
    del corazón, del ojo, nos va hiriendo,
    larga espina lentísima, la sangre,
    la piedad que nos vive desde dentro.

    Y nos duele vivir y amar nos duele.
    Y nos duele saber que al ir muriendo
    hemos vivido más, al desvivimos.
    Nos duele ser humanos, ser de viento.

    Vivir es una herida que se ahonda
    hasta ser manantial de todo aliento.
    ¿Será la paz morir? ¿Anonadamos?
    ¿Nuevas heridas, muertos, sufriremos?

    ¿Nos dolerán las sombras, densas, pétreas?
    ¿Herirá la quietud los pobres huesos?
    ¿O la Nada absoluta, con su olvido,
    cegará para siempre el sentimiento?

    Y estas piedras, también, calladas, quietas,
    nos duelen en su paz y en su silencio.
    Y estas losas nos hieren porque, mudas,
    encubren el secreto de sus muertos?



    GUERNICA

    El toro negro y blanco bramando sordamente:
    un cuerpecillo laxo de niño dislocado,
    avecilla sin sangre en el suelo caída.
    El grito de la madre se aguza perforando
    el centro de los ojos, la paz, certero dardo.

    La aguja de la lengua se clava entre los dientes.
    El aire negro cruza su pavor acerado.
    Y la paloma en sombra exhala su alarido.
    La lámpara se estalla, fatal, en lo más alto.
    La pena, cristal roto, irradia tristes rayos.

    Equino apocalipsis -el monstruo de la guerra-
    pisotea al guerrero con sus cascos aciagos,
    con escamas metálicas y asesino delirio.
    Una flor elegíaca en la espalda ha brotado:
    rotas, sangran las venas, se vacían en blanco.

    Los quejidos desploman altas vigas, dinteles.
    ¡Ay, la esposa se alarga hasta el muerto llorando!
    La blasfemia en su boca es justicia y es fuego.
    Y los ojos traspasa su honda voz de venablo,
    los oídos en llagas y los pechos clamando.

    Sobre tanta desgracia es testigo que acusa,
    un gran rostro -conciencia, corazón- va flotando.
    Otras manos alzadas con un gesto condenan
    tanta muerte y pavor negro-gris, azulado.
    Hoy aún nuestros ojos atestiguan el llanto.

    El desastre, la furia, la victoria maligna,
    al caer, otro hombre condena con sus brazos.
    Y es justo que maldiga, y es justo que blasfeme.
    En la oscura memoria de los pueblos callados,
    la raíz de su grito se clava en lo más claro.

    A la luz del mañana, a la paz del futuro,
    un ventano se escapa a los cielos callados.
    El techo no gravita, mas se alza la esperanza
    del friso, en puro blanco: la hecatombe y el hado
    -sol de muerte- pregonan en lo negro, en lo blanco.

    Al mirar nuestros ojos desde hoy la distancia,
    el ayer se hace vivo y se viste de llanto:
    el alma que contempla ve ruinas apagadas,
    del roble las cenizas... Revive lo pasado.
    El toro, sin color, brama ¡ay! desolado.




    De Corral de vivos y muertos (1965):


    SI DEL DOLOR NACIERA LA ALEGRÍA

    A Rafael Alberti


    Si del dolor, España, tu alegría,
    naciera entre nosotros silenciosa,
    debajo de la sangre, de los ojos,
    debajo del vivir y de la sombra
    que habita o se consume en los espejos...
    Si tu dolor, España, fuera aurora.

    Aurora sin cadenas, nueva vida
    cantando para todos jubilosa,
    nueva flor en los labios, nuevos besos
    y nueva libertad y nueva honra.
    Si del dolor, España, renacieras
    sin abel, sin caín y sin historia.

    Si ya todas las fuentes agua clara
    de amor nos dieran, puras, sin derrotas.
    Si todas las guitarras olvidaran
    las viejas elegías. Si las losas
    o hierbas de las tumbas comprendieran
    que, hermanados, los muertos ya reposan.

    Si la vida y la muerte nos unieran
    en un abrazo mismo, generosas.
    Si las puertas perdieran sus aldabas
    y las manos buscaran afanosas
    otras manos y frentes para amarse
    y así crear la luz sobre las sombras.

    ¡Si del dolor naciera la alegría,
    la ilusión de una España clamorosa,
    unánime, feliz y trabajada
    por las manos de todos, cada hora!
    ¡Si de las penas, madre, de tus hijos
    salieras consolada y luminosa!



    DE UNA A OTRA MUERTE

    Inermes criaturas van huyendo
    de una muerte a otra muerte, con el alba,
    La guerra terminó. En gran silencio
    por los caminos van de las montañas.

    Buscando la frontera, van hambrientos
    de pan y libertad, Mas, emboscada,
    la muerte los acecha en los senderos
    con la fiebre y el frío de su escarcha.

    En las breñas se quedan: el ensueño
    se hiela finalmente en sus pestañas.
    Otros cruzan el puente del destierro,
    sin mirar hacia atrás. ¡Adiós, España!

    De una muerte a otra muerte, todo un pueblo
    camina, fatigado, con el alba.



    ¿...?

    Su córvido perfil, su frente rasa,
    los impasibles ojos duros, fríos,
    la boca cruel, sumida y apretada,
    la gola doble, el cuello desvaído...

    Impertinente, el aire de esta cara
    —de palidez cetrina y ceño arisco—
    que sueña, vanidosa, en su medalla,
    en su efigie cesárea y en su himno.

    Estrellas dé oro, cruces laureadas
    al pecho viejo dan caducos brillos,
    a su ignominia gloria, noble pátina
    a la triste soberbia de su sino.

    En todas las conciencias su mirada
    es un sangriento ayer, un hoy sombrío.



    ¿...?

    Apagada pupila va mirando
    rojinegras banderas, aspas, flechas,
    los viejos combatientes, desfilando
    bajo el sol de una paz ¡ay! irredenta.

    Más viejo hoy que ayer, está mirando
    sin emoción, con vieja indiferencia,
    las divisiones lentas, bajo el arco
    triunfal, con alma fofa, gris y yerta.

    “Su” paz, aquí, se arrastra, va pasando...
    Las armas negras, máquinas de guerra,
    los hombres arrancados a los campos,
    Víctores tristes, quedos, sin vehemencia...

    Bajo el sol de “su” paz, sin luz, cansado,
    España, “grande y libre”, desespera...



    VALLE DE LOS CAÍDOS

    Sobre peñas agrestes y retama,
    esta cruz de dolor sus piedras alza
    al cielo hondo, inmenso de la Historia,
    en grito y en quejumbre acusadora.

    Una a una, con sangre modelada,
    con libertad y sueño, cada roca,
    con hambre, sed y frío, fue arrancada
    al hosco monte azul, en mil auroras.

    Y a su pie, en lo remoto, fue cavada
    una tumba en su cripta, cueva lóbrega
    que espera todavía a su alimaña
    con la vieja paciencia de las sombras.

    Esta cruz no es de amor... A derribarla
    se concitan los muertos en sus fosas.


    CONCHA ZARDOYA, Mujer que soy. La voz femenina en la poesía social y testimonial de los años cincuenta. Bartleby 2006


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